La entrada de España en la Unión Europea en 1986 fue decisiva para la modernización de su economía. Esto requirió un largo proceso de adaptación de las leyes españolas a las normas comunitarias, así como ajustes para liberalizar el comercio y crear un mercado común. Como resultado, la economía española se abrió más al exterior, atrajo mayor inversión extranjera y experimentó un fuerte crecimiento económico que la acercó a los niveles de renta de la UE.