El documento analiza por qué en Colombia se tiene una percepción ajena de lo científico. A pesar de los avances en las últimas décadas para promover la investigación y la ciencia, incluyendo la creación de una Misión de Ciencia en 1993, todavía predomina una concepción mágica y milagrosa del conocimiento entre los colombianos en lugar de valorar la investigación y la demostración empírica. Esto mantiene a Colombia en una posición dependiente y retrasada en la creación de conocimiento científico.
1. 'Tenemos una idea mágica de la ciencia'
El
colombiano promedio admira los avances del conocimiento en las ciencias
naturales.
Experto de la UDA analiza por qué en el país se tiene una percepción ajena de lo
científico.
Está demostrado que una persona puede vivir sin hacer investigación ni ciencia,
solo necesita desarrollar habilidades para manejar dispositivos tecnológicos que el
mercado le ofrece como innovación, modificar sus rutinas y dejarse llevar por el
entretenimiento para pasar sus días sin mucho tedio.
No pasa igual con las naciones ni con la especie humana. Para vivir como lo
hacemos hoy fue indispensable ir más allá de las herencias, creencias, mitos, ritos
y ceremonias: poner en movimiento la razón, la duda, la búsqueda de nuevas
pistas y la demostración que nos dieron la posibilidad de encontrar alternativas al
mundo de los órdenes jerárquicos incuestionables.
De la curiosidad innata pasamos a la investigación y de allí, a esos modos
particulares de conocer –las ciencias– que desde hace tres siglos intensifican su
presencia en nuestras vidas y han hecho imposible prescindir de sus
2. consecuencias. ¿Quién come, se viste, habita, estudia, trabaja, ama, se entretiene
o trata su salud sin recurrir a sus propuestas? Más allá: queda muy poca gente en
la tierra que piense su futuro –inmediato o remoto– sin tener en la cuenta sus
beneficios.
Sin embargo, el acceso a los conocimientos provenientes de la ciencia es muy
desigual. Investigar, hacer ciencia y tecnología hasta el presente son prácticas de
minorías que tienen mayor tamaño en los países desarrollados porque los
cambios culturales y políticos les han permitido entender la importancia de
conocer la naturaleza y la sociedad revolucionando sus pensamientos. En el
“tercer mundo”, en cambio, apenas si superamos la curiosidad con investigaciones
aplicadas que nos llenan de maravilla ante efectos que poco entendemos.
Esta circunstancia que se comprueba con el simple hecho de ver cuáles países
exportan conocimientos y tecnologías para fortalecer sus economías, y cuáles los
importan tratando de ponerse al día (“modernizarse”), pagando para que así
ocurra, se ha convertido en un modo de vida tensionante e injusto que la
geopolítica explica: países hegemónicos, los que mandan, y países dependientes,
que obedecen.
Con frecuencia, muchos pueblos se resignan ante esta situación desigual
heredada, como si estos siglos de pruebas y métodos para cambiar la vida no
fueran suficientes. Si hoy es nítida la verdad que desde el siglo XVIII se pregona
acerca de cómo la riqueza material y espiritual de las naciones depende
directamente de su capacidad para crear conocimiento, desarrollar las ciencias y
las tecnologías, también se hace evidente que mantener la resignación en
nuestros países con escasa experiencia científica nos condena a las dificultades
de una vida ignorante, dependiente y por tanto carente de iniciativa.
En Colombia, empezando la última década del siglo XX, hubo decisiones y
llamados que invitaron a un cambio de actitud. Buscando que la investigación, la
ciencia y el conocimiento dejaran de ser ocupaciones voluntarias de individuos,
grupos e instituciones académicas o empresariales, y ganaran el interés del
Estado y la ciudadanía, el 16 de septiembre de 1993 fueinstalado por la
Presidencia de la república una Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo que
entre sus argumentos consideró:
Una apropiación social de la ciencia y la tecnología como la que requiere el país
que todos deseamos construir implica (…) no solo adentrarnos en el vasto y
complejo ámbito del conocimiento actual sino, ante todo, una transformación de
3. nuestra relación con el conocimiento, la naturaleza de sus problemas y sus
procesos de producción (Eduardo Posada Flórez).
Han transcurrido veinte años desde la Misión, se han diseñado nuevas políticas y,
aunque hay variaciones favorables en las condiciones, como los museos
interactivos en algunas ciudades, los parques biblioteca, las nuevas pautas en los
planes de estudio y la inauguración de metodologías de enseñanza y aprendizaje
en algunos planteles educativos; y han mejorado las cifras en cuanto a proyectos
de investigación, grupos y número de publicaciones, la creación de conocimiento
no está en el centro de atención social, política y económica. Se insiste con toda
fuerza en la creación de productos, en los desarrollos tecnológicos; se mira con
desdén a la ciencia básica.
Entre los colombianos predomina una concepción mágica, genial y milagrosa
acerca del conocimiento y de las ciencias. Prima la creencia sobre las
demostraciones; el debate ideológico sobre la investigación y la prueba; la
confianza esperanzada en vez de proyectos con acción metódica en busca de
resultados.
El colombiano promedio admira los avances del conocimiento en las ciencias
naturales, las exactas, las sociales o las ingenierías, llevado por la novedad
deslumbrante; por el encanto de las tecnologías que transforman el diario vivir y lo
llevan a nuevas dimensiones; por su impacto en los modos de trabajo, el cambio
de percepción acerca del tiempo y la revolución de las distancias.
Y aunque ningún ser humano puede prescindir de las creencias, las ideologías o
la esperanza, cultivarlas sin ningún tipo de cuestionamientos y demostraciones
nos mantiene en el campo de la emoción y el sentimiento, impidiéndonos hacer
uso sensato de la valoración razonada, de la búsqueda de soluciones que la
investigación proporciona para resolver problemas con pruebas relativas a la
naturaleza, la sociedad o a la vida personal.
Pero si el conocimiento no tiene nada de magia, de genio inspirador ni de milagro,
su savia nutricia no es la creencia porque resulta del trabajo indagador de muchas
personas, instituciones y entidades que la sociedad misma crea, pone en acción y
modifica si la evaluación así lo reclama, ¿por qué perviven tales concepciones?
A responder esta pregunta y a encontrar salidas es que apunta nuestro proyecto.