El documento habla sobre la alegría del aprendizaje una vez que terminamos nuestros estudios formales. Explica que el estudio puede transformarse en una alegría gratuita que hacemos por gusto propio y no por obligación. También describe un estudio asistemático y desinteresado que descubre nuestras inquietudes y amplía nuestra vida. Finalmente, destaca cómo el ambiente de aprendizaje puede despertar la alegría del niño interior que hay en cada uno.
Estrategia de prompts, primeras ideas para su construcción
Zibynca Boletín No. 28
1. UNAD VIMMEP
Volumen 1 No. 28
Enero 2011
El Programa Formación de Formadores
presenta a la comunidad unadista un cá-
lido saludo de bienvenida a este nuevo
año de labores, que sin duda alguna, será
un nuevo año tan fructífero o más, que el
inmediatamente anterior.
Como propósito para el 2011, estaremos
atentos siempre a apoyar todas las acti-
vidades que coadyuven a la actualiza-
ción e innovación pedagógica y tecnoló-
gica y continuar en la difusión de la ra-
ZIBYNCA BOLETÍN
zón de ser de nuestra querida universi-
dad con mística, compromiso, prospecti-
va , sinergia y entusiasmo.
FORMADORES
Desde ya cursamos nuestra invitación,
para que en todos sea permanente el
empeño para aportar con dinamismo, el
esfuerzo que se requiera en la tarea de
asumir los retos que tenemos para este
nuevo año, con un trabajo que nos repor-
DE
te profundo sentido vital y académico; y
que además nos lleve en el día a día, co-
FORMACIÓN
mo diría Mario Bendetti: a "defender la
alegría como una trinchera, defenderla
del escándalo y la rutina, de los ingenuos
y de los canallas. Defender la alegría co-
mo un principio y un derecho..."
¡ Muchos éxitos!
2. UNIVERSIDAD NACIONAL ABIERTA Y A
DISTANCIA
UNAD
Dr. Jaime Alberto Leal Afanador.
Rector
Dr. Roberto Salazar Ramos
Vicerrector de Medios y Mediaciones Pedagógicas
John Alejandro
Figueredo
Coordinador Programa
Formación de Formadores
María Catalina Duque
Sofía J. Gutiérrez
Gloria Avellaneda G.
María del Carmen Bernal
María del Socorro Gómez E.
Formadoras
“El educador mediocre habla... El buen
educador explica... El educador superior
demuestra... El gran educador inspira…”
Bertrand Russell
3. La alegría de aprender
María Fernanda Palacios*
¿Para qué estudiar? Lejos de los motivos convencionales, una veterana profesora descubre un
nuevo rostro del aprendizaje, muy cercano a la sonrisa.
Montaigne decía “no hago nada sin alegría”. Esta sería la mejor norma o “filosofía” que po-
dríamos adoptar para civilizar el mundo, o al menos, para devolverle un poco de sentido y ar-
monía. Por un lado, nos invita a vivir entonados con la vida, sin anteponer siempre una queja
por las pesadumbres que la acompañan. Por otro, nos aparta de la búsqueda del placer a juro,
del hartazgo sin alegría, mera lujuria, que la hay tanto sexual como mental. La alegría bien
temperada es una música que no excluye la tristeza, no expulsa el sentimiento del dolor ni la
gravedad de la vida, sino que acompaña nuestra mortalidad con un “sí” más profundo.
Creo que volveré sobre este “sí” en otra ocasión, pero ahora quisiera relacionar la alegría con
el aprender y particularmente con el estudio después de que dejamos de ser estudiantes.
Cuando ya no es una obligación, un aprendizaje ordenado institucionalmente, vigilado y eva-
luado con miras a una finalidad externa, cuando ya no tenemos que estudiar, el estudio puede
transformarse en una alegría, algo gratuito que hacemos por puro gusto.
Un exagerado espíritu de seriedad tiende a dejar fuera del aprendizaje este sentimiento. Y no
lo digo por aquello de “la letra con sangre entra”; creo que nunca está de más un castigo a su
hora y en su sitio. Ni creo que el aprendizaje deba confundirse, como suele suceder ahora con
demasiada frecuencia, con un parque de diversiones donde los contenidos se reparten como
chocolatinas. Como reza la antigua sabiduría: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere
debajo del cielo tiene su hora”. Y en el aprendizaje, la alegría llega después, no tarde sino a su
hora. Parece que es después de haber pasado por el tiempo escolar que descubrimos, con ale-
gría, un niño dentro de nosotros, ávido de aprender. Esa es la hora en que comenzamos a sen-
tir necesidades o carencias de las que estábamos menos conscientes, curiosidades o inquietu-
des para las que nunca tenemos tiempo. Entonces, ya no se estudia por deber ni por mero pla-
cer, se estudia para atender urgencias más discretas y no por eso menos vitales.
En su ensayo sobre “Los fines de la educación” T. S. Eliot apunta lo siguiente:
“Son de diferente clase el objetivo que un hombre se fija en su formación para ganarse la vida y
el objetivo que se fija al trabajar para desarrollar y cultivar su inteligencia y su sensibilidad. El
primero es un objetivo en cuya realización hay que mantener conscientemente presentes tanto el
fin como los medios. Se decide primero el campo general de actividad en el que se quiere encon-
trar empleo y se siguen luego los cursos de instrucción establecidos o comúnmente aceptados co-
mo preparación adecuada para ese empleo. Pero para cultivar las posibilidades y facultades que
tienden a completar nuestra educación, al margen de nuestras ocupaciones profesionales, es pre-
ciso el desinterés: hay que seguir los estudios por los estudios en sí…”
Aun cuando sabemos que la formación profesional intenta conciliar ambos fines, o al menos
hace lo posible por no impedirlo, lo que ya es bastante, la diferencia que señala Eliot existe y
es lo que explica la posibilidad de otras formas de aprender, a otras horas de la vida. Para Eliot
el principio que lo rige sería el desinterés. Veamos, pues, de qué desinterés se trata, ya que un
estudio desinteresado no es incompatible con el interés que suscita el estudio. Al contrario,
libre de finalidades y métodos orientados a obtener una formación uniforme, los estudios
muestran su cara azarosa y aventurera: se hacen interesantes porque trabajan en estrecha sin-
tonía con las fantasías e inquietudes del interesado. Digamos, empleando el término en senti-
do metafórico, que se trata de un estudio que responde exclusivamente al instinto de aprender
que hay en cada ser humano. Instinto éste que no estaría muy lejos del instinto de juego, incli-
naciones ambas que ponen una nota de alegría en la vida.
4. Suponer que al concluir los estudios formales ya estamos formados es uno de los tantos
equívocos que nos convierten en personas sin interés; interesados solamente por unas
pocas cosas que ya “sabemos” o que “manejamos”. Personas que son “tacos” en lo suyo,
que van por la vida con una formación a prueba de balas, sólidamente ajustadas a un
molde que no dejan de perfeccionar.
Entre paréntesis: ciertamente, hoy en día se sabe que toda buena formación profesional,
por sólida que sea, debe mantenerse siempre en vilo, sujeta a renovadas revisiones y adi-
ciones. Para eso están los cursos de especialización, ampliación y actualización, y toda la
gama de postgrados interdisciplinarios que hoy forman parte de la vida profesional. Pero
no me estoy refiriendo a este tipo de estudios. Estos estudios son una prolongación obli-
gada de la formación profesional, son estudios sistemáticos ajenos a la rapsódica gratui-
dad de la que hablo.
Existe el estudio asistemático, un aprendizaje que carece de materias obligatorias, prela-
ciones y exámenes porque la valoración de lo que se aprende se ha desplazado de los ob-
jetivos institucionalizados al sujeto. La persona valora lo que aprende en la misma medi-
da en que siente la alegría de aprender. Ya sea por la inmediata sensación de no estar
perdiendo el tiempo, de estar recibiendo un alimento distinto al que le ofrece la rutina,
con sus ocupaciones y diversiones programadas, o bien porque a largo plazo la persona
observa cómo su vida se ha animado sin que literalmente haya tenido que cambiarle na-
da. Esto es algo muy distinto al placer ocasional y momentáneo de cenar con los amigos.
No es la happy hour en la que ahogamos la infelicidad, ni los compromisos sociales con
que rellenamos las horas desocupadas.
El estudio asistemático abre puertas que ya estaban dentro de nosotros, puertas solo
nuestras, ésas que se fueron colocando a medida que tomamos, como quien dice, “un ca-
mino en la vida”. Las dejamos atrás o a un lado; constantemente van apareciendo otras
nuevas ante las que también, fatalmente, tendremos que pasar de largo. Pero llega la ho-
ra en que podemos hacer un alto en el camino y, sin abandonarlo, mirar a los lados y ver
que cada puerta es una invitación a entreabrirla.
Los estudios asistemáticos comunican con esos amplios corredores de la memoria y la ex-
periencia, nos descubren lo que no habíamos visto del camino. Son estudios discretos y
consoladores, que no se empeñan en que dejemos de ser lo que somos, en que abandone-
mos una profesión para emprender otra, ni nos empujan a acumular títulos y carreras.
Son estudios que más bien contribuyen a ensanchar la vida que llevamos, haciéndonos
más conscientes del entramado que la sostiene: la complejidad y la belleza sobre las que
resbalan nuestras impresiones más ordinarias, la maraña de malentendidos y prejuicios
que sesgan nuestras opiniones, la fuerza y la vigencia del legado milenario de nuestros
antepasados.
5. No quiero utilizar el término “educación continua” para referirme a esto porque lo conti-
nuo del estudio no garantiza su gratuidad, mucho menos su alegría. Hablemos más bien
del estudio interminable, de un estudio siempre inacabado porque se ha convertido en
parte de nuestro diario vivir. Como dice T. S. Eliot, “la educación abarca la totalidad de la
vida”, es decir, no solo puede prolongarse sino que “envuelve” incluso aquello que en
nuestras vidas no está siendo educado formalmente. Y son estas partes las que necesita-
mos seguir educando toda la vida para ahuyentar el peligro creciente de regresar a nues-
tra naturaleza mal educada, bárbara.
Dando clases para un público sumamente heterogéneo, a personas ya muy bien formadas
(en su mayoría mucho más formadas que yo), descubrí la maravilla del estudio verdade-
ramente gratuito y dichoso. Nada y nadie los obliga a estar ahí, y sin embargo ahí están,
una y otra vez, siguiendo un hilo invisible y personal, obedeciendo un llamado quizá
inaudible para ellos mismos; están ahí a pesar de las horas en el tráfico, a pesar de los
compromisos familiares y sociales, a pesar del cansancio y del desánimo que se apodera
de nosotros cuando terminamos la jornada diaria; están ahí haciendo un alto, una pausa
extraña y en absoluto pasiva, para seguirle la pista a algo que les ha interesado; puede ser
un libro o un autor que conocen o del que oyeron hablar, un asunto de historia, un pro-
blema actual o un valor universal; algo, en fin, que les merece interés, respeto, simple cu-
riosidad, o bien se trata de una vieja pasión olvidada y desatendida.
El profesor se encarga de abrir un camino, de entreabrir esa puerta que está dentro de ca-
da uno, para que la “materia” circule en conexión con la memoria y las inquietudes de
cada quien. Pero además –y esto es sumamente importante– está también el papel que
juega el ambiente, la atmósfera que se crea en ese “ha lugar” de la clase. A medida que
van llegando, una a una, estas personas ya “formadas”, cada una con su cansancio y su
soledad, con sus prisas y sus intereses, van soltando poco a poco, una a una, sus ocupa-
ciones y pre-ocupaciones, van desocupándose para que pueda entrar lo desinteresado del
aprendizaje, o lo inesperado (que es otra forma de decirlo). Esta atmósfera tiene el don de
regresarlos por un rato a los bancos de la escuela, de suscitar de nuevo la aparición, en
cada uno, del niño que aprende. Del niño como esa figura interior ávida y necesitada de
aprender y jugar al mismo tiempo, para quien todo interés es desinteresado y todo juego
algo serísimo.
Esta alegría, como puede verse, responde a una experiencia muy distinta de la que puede
ofrecernos “un rato de esparcimiento”. Esta alegría es menos ruidosa y más duradera, pi-
de más constancia y ofrece a la larga más compañía. Así, sin darnos cuenta, nos hacemos
aficionados al estudio de ciertas materias, de ciertos asuntos que solicitan nuestra aten-
ción y nuestro interés.
Siempre he tenido gran respeto por nuestras aficiones. Hay algo muy serio que fluye ale-
gremente junto con ellas: un poco de lo que pudo ser y no fue, del tren que perdimos, del
viaje que no hicimos o la llamada que solo ahora estamos en posibilidad de atender. Al-
go que nos ata a esta vida que nos envuelve y nos desata de esa otra que nos agobia.
*Colaboradora Revista El Malpensante. Edición No.99. Julio de 2009