1. DEL SILENCIO Y OTRAS COSAS IMPERDONABLES
Cualquiera que haya tenido la suerte de haber nacido en Latinoamérica sabrá que
nuestras primeras palabras no son mamá, papá o agua. Me animaría a decir que muy pronto
verbalizamos conceptos como pobreza, corrupción y crisis. Las diferentes manifestaciones de
cada una nos acompañan a lo largo de la vida hasta hacerse parte de una mezcla entre
resignación y silencio. La miseria humana se naturaliza. Uno tarda muchos años en cuestionar
ciertas cosas y, con suerte, alguien viene a explicarnos que hay fábricas bien ensambladas con
una capacidad inusitada para manufacturar pobres y dependencias.
En esa circunstancia, entrenados más para resolver y sobrevivir que para teorizar sobre
la causalidad, parece que todo está visto. Con lastimosa cercanía se descubre el significado de
los límites que tiene el dolor del despojo. Sin embargo, ni todo está dicho ni mucho menos
visto: siempre hay alguien que está más al Sur; siempre algo que aun definido como escasez
puede ser más humillante y doloroso para algunos. El reciente derrumbe en Bangladesh es la
fotografía perfecta de esto.
No estoy segura qué es más lacerante: los cadáveres; derechos humanos pisoteados;
condiciones laborales infrahumanas; las órdenes que se dieron para entrar a trabajar ignorando
el peligro; la mafia de ricos y políticos (el propietario del edificio es un miembro del partido
en el poder) o, no menos importante, el sistema que permite a un trabajador de la industria
textil bengalí ganar entre 29 y 35 euros al mes, mientras otro percibe sólo en un año 66
millones ¡al día!
Ese “otro” es Don Amancio Ortega, un caso emblemático de las incongruencias
consensuadas:
No es la primera vez que el estudio de la compañía de investigación de mercado
IPSOS da al fundador de Inditex, un lugar en el podio del “empresariado influyente” en
España -¿qué significará eso?- y, en esta última oleada le distingue como una compañía
altamente valorada por sus acciones en RSC. Asimismo, el Monitor Empresarial de
Reputación Corporativa (Merco) 2013 le premia en categorías como empresa más responsable
y gobierno corporativo.
No obstante, se sabe que en más de una ocasión y diferentes países como Brasil, India
o Argentina, su vástago Zara paga por reclutar trabajo infantil y esclavos en talleres
clandestinos. Greenpeace denunció en un informe de 2012 a Zara y al otro gran eslabón
español Mango, entre otras marcas de ropa conocidas, por utilizar sustancias tóxicas en
algunas prendas, lo cual no sólo supone riesgos de índole sanitaria sino que nos convierte en
cómplices de un círculo vicioso que contamina el agua cuando se lavan las prendas.
2. Y algo más de Mango en Bangladesh: ya ha sido publicado con cierta frecuencia el
hallazgo de notas de sus pedidos en los talleres de Dacca, pero la prensa internacional señala
que días previos a la tragedia hubo mucha presión para cumplir con uno de 35 mil camisetas.
La empresa ha negado repetidamente que sean clientes de la subcontratista Phantom Tac y
tampoco han querido ayudar a las víctimas.
Bravo...¡pero qué responsables son! Inditex con departamentos de RSC
multinacionales que “hacen cumplir” códigos de conducta de fabricantes/proveedores, además
de elaborar memorias anuales de sostenibilidad; y qué decir de Mango: comprometido
firmante del Pacto Mundial, haciendo reportes bajo el esquema GRI y auditado por una
agencia independiente.
“No hay nada como el aluvión, como cometer muchas tropelías, para que algunas
pasen inadvertidas y ni siquiera se proteste por ellas”, nos recuerda Javier Marías.
Me sorprende el ejército de defensores a ultranza de este embrión amorfo que es la
Responsabilidad Social Corporativa. Basta escuchar a los expertos y gurús en la materia -
siempre los mismos- que en un acto de fe dan testimonio de su existencia a pesar de tener
abundantes muestras de que hay incoherencias peligrosamente descaradas. Y su silencio,
cuando se trata de condenarlas o pedir castigo para los culpables.
Lo que tenemos de frente es una responsabilidad lúbrica, es decir aquella que
paradójicamente se inclinaría al vicio, siendo este el menor de los problemas: poco a poco se
“acomoda” y hasta se aplaude; perdona generosamente cualquier falta; sienta a su mesa o da
voz a cualquiera sin exigencias de integridad, pero sobre todo, sigue matando gente con más o
menos estilo.
Uno de los peores males en el discurso de los “responsables” es el triunfalismo y la
autorreferencia. Entre un debate serio y el publirreportaje media una brecha inmensa según
muestran la mayoría de encuentros organizados en torno a la RSC. Para quienes tienen la
mala costumbre de asistir con alguna esperanza de encontrar argumentos novedosos, la escena
se repite insistentemente: mucha palabrería, poca crítica y anemia de propuestas.
Serge Halimi lanza la mejor invitación que haya leído en dos líneas: “De ahora en
adelante, la esperanza de un cambio de dirección se basa en el cuestionamiento frontal de los
intereses en juego”.
Al buen entendedor, pocas palabras...
Victoria Bazaine Gallegos
Twitter: @vicbazaine