SESION DE PERSONAL SOCIAL. La convivencia en familia 22-04-24 -.doc
La búsqueda de la dignidad. Down.
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LA BÚSQUEDA DE LA DIGNIDAD
PALOMA GARCÍA-SICILIA MONTERO
Nací en Madrid. Mi nombre es compuesto y es… María Paloma, aunque
todo el mundo me llama Paloma.
De pequeña tuve un profesor de apoyo, argentino, porque no pronun-
ciaba correctamente la «r» simple ni la doble («rr»). La «l» también me
daba problemas. En seis meses lo corregimos y mi dicción fue mucho más
correcta.
Tras este primer obstáculo, vino la siguiente preocupación: cuando llegó
la hora de ir al colegio, sobre todo porque mi madre dudaba y no hacía más
que preguntarse: «¿En qué colegio puedo meterla? ¿Quién la acogerá?»
Esto era un enigma, nunca se puede saber. Por aquel entonces no era dema-
siado fácil encontrar un centro asequible, que atendieran mis necesidades
específicas y que enseñasen en castellano. Lo intentamos con varios, pero
ninguno me acogió.
El médico que me atendía fue quien sugirió a mi madre que intentara
matricularme en el mismo colegio al que iban mis hermanas y mi único
hermano. Soy la más pequeña de los cinco. En total, somos seis. También
la aconsejó que lo hiciera cuanto antes, ya que pronto tendría la edad ade-
cuada para comenzar el curso. Finalmente, mi madre probó suerte. Al prin-
cipio, el colegio tenía sus dudas pero… durante un espacio de tiempo, y tras
ver cómo evolucionaba, se decidieron a acogerme en sus aulas.
El centro era inglés. «The British Institute School». Siempre que hablo
o menciono esta parte de mi vida me viene a la memoria cómo, de la noche
a la mañana, me encontré vestida con una falda gris, camisa blanca, jersey
y calcetines rojos y zapatos negros. Esto sencillamente significaba que era
el uniforme del colegio y… que me habían admitido.
Una de las cosas que sigo recordando desde que me enteré fue que había
sido la primera niña-mujer con una breve discapacidad que traspasaba un
colegio normal y bilingüe. Me sentí muy contenta y con un idioma por
delante.
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LOS ESTUDIANTES CUENTAN
Mis recuerdos escolares fueron muy buenos ya que jamás tuve ningún
problema ni dentro ni fuera del colegio. Destaqué por mi gran afición a la
lectura y en el deporte. De hecho, cuando tocaba «Educación física» se
organizaban peleas a la hora de formar el equipo; eran los demás quienes
se peleaban entre sí, yo me mantenía al margen. Ambos grupos querían que
yo estuviera en ellos. Finalmente, se llegó a un acuerdo: me iría turnando
de equipo. La decisión fue aceptada por unanimidad.
Con respecto a la lectura, mi afición principalmente me la inculcó mi
padre. Siempre que podía íbamos juntos a la «Feria del libro». Al princi-
pio, él buscaba lo más adecuado para mi edad, para que siguiera leyendo,
pero cuando me hice un poco más adulta yo misma decidía sobre lo que
me gustaba más para leer. A veces también me aconsejaba alguno que
otro.
Miembro del staff
Desde siempre he procurado luchar para superar lo siguiente que me
viniera, de hecho, siempre he oído que con tenacidad se puede conseguir
muchas cosas, y que no hay que rendirse fácilmente. Por suerte y hasta el
momento, siempre he intentado no rendirme, seguir hacia adelante como
pudiera y sentirme mucho más fuerte.
En algunas ocasiones me han preguntado si tengo amigos/as. Los he
tenido, pero muy pocas veces he salido con ellos. Desde mi juventud y prin-
cipios de mi adolescencia, mi madre nunca me dejaba salir.
Pero volviendo un poco hacia atrás de mis recuerdos del colegio, quizás
algunos sean breves pero… a pesar de ello, durante todas esas etapas que
viví me sentí muy contenta.
Cuando llegué a la adolescencia seguí estudiando en el mismo colegio.
Debo reconocer que aprendí muchísimas cosas. Por entonces, saqué mi pri-
mer diploma, en el que se destacaba, sobre todo, cómo nos habíamos com-
portado durante todo el curso, cosa que el colegio consideraba importante.
Ese diploma también evaluaba otras cosas: Attendance (asistencia a las cla-
ses); Application (aplicación en entender el idioma) y Good Manners (buena
educación). Cuando se dio este diploma corría el año 1966.
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LA BÚSQUEDA DE LA DIGNIDAD
Tuve que esperar hasta 1973 para recibir mi segundo diploma. Yo ya era
una adolescente. Este diploma lo otorgaba la Universidad de Cambridge, y
me permitía dar clases a niños/as de un nivel básico. Para mí esto supuso
un pequeño triunfo y, por el momento, me era suficiente.
Al terminar mi primera etapa en el colegio, comencé a trabajar en la
empresa de mi padre, GARSI. Realicé trabajos diversos. Por aquel entonces
comenzaban a extenderse los ordenadores. Aprendí algo, aunque fuera
escaso. Tuve algún problema que otro, pero de una manera muy diferente.
El resto de lo que me tocara vivir estaba por llegar, así que intenté reci-
birlo con más tranquilidad. Aún estaba en Madrid. Durante todo ese tiem-
po, comencé a participar en el colegio muy activamente ya que existían dos
revistas que se editaban casi a la vez. Tan sólo se distinguían porque una la
realizaban los que estudiaban por la mañana, y otra, los que estudiaban por
la tarde. Esta última, se llamaba «Helter Skelter», y en ella publiqué casi
todos mis trabajos, aunque también me pidieron alguno para la revista de
la mañana. Escribía poemas, cuentos y algún que otro texto sobre expe-
riencias vividas o anécdotas.
Otra de las cosas que recuerdo con respecto a la revista «Helter Skelter»
fue cuando me nombraron como miembro del staff (palabra muy habitual en
inglés), un término que utilizan los ingleses dentro del medio periodístico y
que alude a la composición del equipo de dirección de la revista. En algunas
ocasiones, me sacaban de alguna clase que otra para estar en las reuniones
del staff y opinar acerca de cuáles eran los mejores trabajos para publicar.
Un programa de televisión para entender qué soy yo
Mi siguiente problema no fue cuestión de trabajo ni de mis estudios.
Todo pasó en un programa de televisión. Jamás podría haberme imagina-
do que fuera así. Durante el programa, quizás no supe cómo reaccionar en
ese momento. Sólo pude levantarme e irme a mi habitación. Medité sobre
ello. Aquí fue cuando realmente supe entender lo que muchas veces me
imaginaba, ahora ya tenía la respuesta y los motivos del porqué notaba cier-
tas semejanzas y desigualdades entre los demás y yo. Desde ese momento
supe lo que realmente era yo: una «SD». Síndrome de Down. Todo lo que
había leído sobre aquello se refería a mí.
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Cuando me di cuenta, encontré una mejor respuesta de lo que mi mente
pensaba. Desde ese crítico momento, y dentro de sus circunstancias, me
sentí muy mal, jamás nadie me había explicado nada y… y, por lo tanto, a
lo largo de todo este proceso tan sólo me acostumbré a ser eso, «diferente».
En muchos momentos pensé que me odiaban, incluso los que me rodeaban,
parecía como si estuviera enjaulada.
Desde ese crítico momento supe de sobra los motivos del porqué nor-
malmente casi todas mis selecciones para la revista casi nunca habían sido
bien acogidas, al igual que en otras situaciones en las que tampoco admití-
an mis opiniones. Quizás por todo lo demás, por mis pequeñas «conquis-
tas» pude superar aquello. Un ejemplo de esto es cuando oigo comentar
cosas sobre lo que es la Educación de Primaria y Secundaria; cuando lo
oigo me suena a raro o a algo que para mí no existe.
De vez en cuando también viajé al extranjero. Estas salidas normal-
mente eran a Londres y a Estados Unidos. Siempre intenté disfrutar de ello,
aunque casi siempre iba acompañada por alguna de mis hermanas. Toda-
vía recuerdo muchos detalles con respecto a ambos países y sus costum-
bres. Sobre todo porque, tanto en uno como en el otro, pude practicar mi
inglés y… la verdad, no me resultó muy difícil entenderme con ellos. Dis-
fruté mucho al conocer ambos países.
Otros de mis viajes favoritos eran a Palma de Mallorca, donde vivía mi
hermana. Un día me llamó y me comentó si me apetecía ir. Accedí. Eran
mis primeras salidas desde Madrid a Palma, y mis primeros viajes sola en
avión.
Mi hermana organizaba cursos de inglés en el Colegio San Cayetano
durante los veranos. A raíz de estos primeros llegaron otros, y todas las
veces que lo hizo acudí. El tipo de cursos que organizaba eran de «Gateway
to English» (algo así como «encamínate hacia el inglés») y se encargaba de
todo. La experiencia para mí fue más que favorable ya que, desde el princi-
pio, en todo momento me llevaba muy bien con los chicos y chicas. Las eda-
des de los alumnos oscilaban de los ocho a los doce años. También conocí
a los profesores/as, que vinieron de sus países de origen, en su gran mayo-
ría, ingleses. Cuando uno se va relacionando con ellos/as es mucho más
fácil poder mantener cualquier conversación. No me sentí incómoda, por-
que les entendía a la perfección.
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Diplomas, diplomas y ¡más diplomas!
Algunos años más tarde, tras intentar aclarar muchas situaciones, fue
cuando surgió mi propósito de irme de Madrid. Tras una larga batalla,
acudí a la única hermana que tenía capaz de ayudarme para poder salir de
donde estaba. Tan sólo quería independizarme. También esto se me negó.
Después de superar muchas dificultades, me fui a Palma. Allí retomé acti-
vidades que no pude seguir haciendo en Madrid, entre ellas volver a estu-
diar. De hecho, comencé sacándome el Graduado Escolar, durante el año
1992, concedido por el Ministerio de Educación y Ciencia.
Tras terminar el graduado comencé a trabajar en un centro especial de
empleo que estaba a escasos metros de donde vivo. Fue aquí cuando obtu-
ve otro título, concedido, en esta ocasión, por el Gobierno balear, el 10 de
noviembre de 1994, por el curso de Contabilidad que organizó dicho cen-
tro.
Además de trabajar en este centro, realicé otros trabajos para la Cáma-
ra de Comercio durante bastantes años. Fue una etapa muy importante,
entre otras cosas porque encontré un ambiente cordial y amistoso. Que yo
recuerde, no tuve ningún problema con nadie.
Debo explicar que, a partir de mis primeras salidas, poco a poco fui
haciendo cosas nuevas. En 1995, 1997, 1999, 2000 y 2001 conseguí certifi-
cados de asistencia a diferentes congresos. La Asociación de Down España
y la Asociación de Murcia me hicieron socia de honor. Por aquel entonces
se estaba realizando el cambio de moneda, de la peseta al euro. En 2003, la
Universidad de Murcia me concede otro diploma.
Otro gran momento para mí fue la publicación de mi primer libro: «En
el nombre del Síndrome de Down, vida y reflexiones de una luchadora».
Apareció en 1996, pero la editorial tuvo que sacar una segunda edición. Por
este motivo, salí en periódicos, en radio y en televisión.
Todos mis desplazamientos desde Palma a cualquier otro punto eran
para mí tan interesantes como integradores, a pesar de que, en su mayoría,
eran vuelos directos, incluso en alguna ocasión que otra, simples transbor-
dos.
Entre 2004 y 2005 quise volver a estudiar. Cuando le comenté a mi her-
mana que quería hacer el curso de acceso para mayores de veinticinco años,
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se echó las manos a la cabeza. ¿Y quién no lo hubiera hecho? Su expresión
fue: Pero ¿todavía quieres más? No lo dudé, automáticamente dije que sí…
Me informó de dónde hacer la matrícula y a dónde acudir. Y me aventuré.
Al día siguiente, desde por la mañana hasta casi por la tarde estuve de aquí
para allá, enredada con la matrícula. De tanto hacer el mismo trayecto llegó
un momento en que pensé que podía ir sin ningún miedo. Tras todos esos
papeleos y trámites, comencé a estudiar por las tardes.
Nunca me había sentido tan satisfecha conmigo misma: por primera vez
en mi vida fui capaz de saber cómo se hacen este tipo de trámites para
poder entrar en algún centro de estudios.
Entre una de las cosas principales y esenciales, el hecho de que estas cla-
ses eran todas presenciales, pero no me suponía ninguna pega, ya que
jamás falté a ellas. Bueno, a una sí fallé, o más bien ella me falló, porque la
profesora me dijo: «Más vale que no venga, porque como no se entera de
nada...» Por lo demás, sin problema.
Durante ese año estudié a tope para llegar al examen preparada. Tenía
mi propio ordenador y saqué un buen provecho de él, ya que resultó ser de
gran ayuda; gracias a él pude informarme y entender cómo pensaban los
filósofos como Platón, Descartes, Hume y otros muchos. Entre las asigna-
turas que elegí, Literatura e Inglés; las obligatorias, Catalán, Comentario de
texto y Castellano.
A pesar de que algunas de las asignaturas eran como para quedarse dor-
mido, intenté espabilarme y aprobé el curso de acceso para mayores con
una nota suficientemente buena para reconsiderar lo que quisiera hacer
después. Me decidí por la carrera de Educación Social.
Integrar significa aceptar
Con el tiempo aprendí a sacarle más provecho al ordenador y, poco a
poco, voy mejorando, aunque en algunas cosas pienso que más vale despa-
cio que demasiado deprisa.
En mi nueva etapa, recién comenzada la carrera, tropecé con dos per-
sonas que me marcaron. La primera, uno de los orientadores. Comenzó el
curso ayudándome mucho pero, al cabo del tiempo, aunque yo conservaba
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toda mi fuerza de voluntad para seguir estudiando, él, inexplicablemente,
dejó de creer en mí y, por lo tanto, dejó de apoyarme. De pronto, ya no ser-
vía de nada lo que yo había hecho durante todo el curso. Una vez más mi
esfuerzo, mi voluntad, mis horas de estudio se tiraron a la basura sin con-
templaciones. Me despidió con frases como:
— «Eres incapaz de aprobar».
— «No te merece la pena seguir sufriendo porque estarás más retrasa-
da que tus compañeros».
— «No tienes suficiente capacidad para aprobar».
— «Estás usurpando un sitio que se merece otro».
Después de escucharle, salí a la calle y me eché a llorar. Luego, más
tranquila, reflexioné un poco más detenidamente sobre aquello y me vino a
la cabeza la palabra «integración». Me pregunté: Pero, ¿qué profesor de
universidad puede poner barreras a una persona con discapacidad con
plena dedicación? Integrar significa aceptar y, sin embargo, muchos profe-
sores/as creen que integrar significa que el discapacitado tiene que llegar al
mismo nivel que los demás. Si esto es así, el discapacitado estará siempre
en una terrible desventaja, ese listón estará demasiado alto y nunca será
aceptado por su capacidad.
Al discapacitado hay que saber valorar su esfuerzo, apreciar su manera de
hacer las cosas. Lo que no se puede pretender es que no sean discapacitados
porque entonces no se necesitaría la integración, no, porque serían iguales
que los «normales». La integración debería asumir y aceptar esa discapaci-
dad en relación con los estudios realizados, siempre y cuando el discapacita-
do demuestre que se esfuerza al máximo, dentro de sus posibilidades.
Sinceramente, espero que estas dos personas que «facilitan» la «inte-
gración» de los discapacitados bajen de su pedestal de superioridad para
saber hablar con humanidad y respeto al próximo discapacitado que «ellos
crean que ha fracasado».
Es cierto que los que tenemos Síndrome de Down somos mucho más
lentos y necesitamos más tiempo para asimilar los conceptos. Pero yo me
pregunto: ¿Es que es necesario fijar un plazo para un SD? Si una de nues-
tras características es ser lento, ¿acaso se nos está dando la debida integra-
ción cuando no se respeta esa misma característica, la lentitud?
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Los estudiosos de la integración, de la gente empleada en las institucio-
nes para integrar a los discapacitados, han de tener muchísima más con-
ciencia, humanidad y, sobre todo, conocimiento de cada discapacidad que
se está intentando integrar. A mi modo de ver esto es la gran causa del fra-
caso de la integración. Y, francamente, habría que pensarlo todo bien, los
integradores suelen estar en un pedestal de superioridad que los impide
relajarse con nosotros, «los discapacitados», lo que les imposibilita a su vez
hacernos sentir partícipes en esos logros que queremos conseguir y lo que
nos conduce al fracaso de la integración.
A pesar de todo ello, esos meses de estudio de mucho esfuerzo han sido
gratificantes, he aprendido mucho, y me he sentido identificada intelec-
tualmente. Esos meses me han despertado mucha ansia cultural, interés
por los periódicos, la actualidad, la política. Paradójicamente, cuando espe-
raba más que nunca magníficos resultados, alguien se encargó de colocar-
me una gran barrera, con todas esas frases de las que he hablado antes.
A los que sí quiero llamar integradores es a todos mis compañeros de
carreras ya que, cuando alguna vez me veían preocupada o insegura, me
daban apoyo a través de frases alentadoras como:
— «Tú puedes».
— «Eres inteligente».
— «Tienes capacidad».
— «No te preocupes tanto; al menos, inténtalo».
En muchísimas ocasiones pienso en que a todos mis compañeros segu-
ro que les hubiera gustado seguir teniéndome como compañera, porque la
carrera que ellos van a ejercer tiene mucho que ver con la humanidad y, la
verdad, tratar con una persona como yo les hace practicar en la vida real.
Vaya, que les da tablas.
Y, para el colmo, un idioma como es el catalán. ¡Menuda faena!
La mejor puerta que se me haya abierto
Después de aquel tropiezo, me replanteé mis ganas de seguir intentán-
dolo una vez más. Entonces, me enteré de que existía la UNED. Sí, induda-
blemente comencé de nuevo. Por lo que me puse en marcha.
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Seguramente iba algo nerviosa cuando traspasé por vez primera sus
puertas; segundos después, esa sensación fue alejándose de mí y me sentí
algo más tranquila. Al llegar a la secretaría, fue allí cuando, desde el primer
momento, me dieron toda la información necesaria con todo tipo de deta-
lles, desde el primer punto hasta el último. Finalmente, pude matricularme
en la UNED.
Para mí la UNED es, en el buen sentido de la expresión, algo más que
una universidad a distancia. Desde el principio me sentí cómoda, relaja-
da y mi relación, tanto con los alumnos como con los profesores, siem-
pre ha sido un apoyo indiscutible y favorable en todo momento. Diría
que la UNED es entrañable y que ha sabido hacer que me sienta bien, por
eso no dudo en expresar mi gran satisfacción hacia todos ellos, incluido
su director.
No es nada fácil poder definir brevemente a la UNED ya que, desde
todos los puntos de vista, ha sido la mejor puerta que se me haya abierto
nunca, sus puertas de par en par, facilitando, dando oportunidades a otros
muchos que quieran seguir aprendiendo y desarrollándose intelectual-
mente.
En muchísimas ocasiones me he preguntado el motivo, el porqué criti-
camos cosas que no conocemos, por qué tendemos a malinterpretar. Si uno
está contento por haber elegido la Universidad, deberían, deberíamos, eli-
minar los miedos que pudieran existir, así como los temores e insegurida-
des. La UNED da a los estudiantes una oportunidad más para poder reali-
zarnos, nos anima a que creamos en nosotros mismos, e intentar procurar
una adecuada convivencia estable hacia otra mucho más diversa y rica en
todo su contenido.
En relación a lo que son las asignaturas en sí, tendríamos que empezar
por manejarnos primero con ellas, entenderlas, y después intentar sacar-
las hacia adelante sin temor. Nunca se sabe hasta qué punto se puede lle-
gar; si se llega, fenomenal. Quizás para otros muchos que comienzan
puede costarles un poco, pero todo es intentarlo. Los profesores/as de
apoyo son lo más grato que he encontrado. Dentro de lo que entiendo,
estoy segura de que todos podríamos aprender mucho de ellos, así como
también nosotros, los estudiantes, exponerles lo mejor posible nuestras
dudas para que ellos mejoren sus explicaciones hacia el alumno y éste lo
entienda con facilidad.
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Otra de las muchas razones por las que elegí la UNED para mis estudios
simplemente fue porque dentro de mí me faltaba algo, y ese algo era que
siempre había anhelado: no tener que estar siempre escondida, enfrascada
en cosas que no me gustaban. Sólo quería aprender y sacar algo que me
estaba pidiendo mi cabeza y mi mente. Siempre he querido explorar dis-
tintos caminos. Por ejemplo, oía de vez en cuando en el autobús a los ado-
lescentes comentarios como: «Oye, cuando termines lo que estás haciendo,
¿vas hacer alguna carrera? La otra chica le contestó: «Todavía no lo sé segu-
ro, mis padres quieren que estudie Geografía».
En otro momento oí cómo hablaban de algo que me sorprendió, de un
tal «señor Freud» y de cómo analizaba los sueños. Me quedé tan extrañada,
tan interesada por saber quién era que me metí en Google en cuanto pude,
para enterarme de qué hablaban aquellas dos chicas.
No fueron simplemente motivos como éstos los que me animaron a
estudiar la carrera. Tras hacer el curso de acceso de mayores de veinticin-
co años había adquirido muchos conocimientos que me proporcionaban
más y más pensamientos. Filósofos como Platón, Descartes, Hume, Rous-
seau, John Locke y otros. Todavía recuerdo al profesor que tuve en esta
asignatura porque nos dijo: «Lo mejor que podéis hacer cuando hagáis el
examen es poneros en la piel del filósofo». Y, efectivamente, cuando llegué
al examen fue lo que hice, y parece que salió bien.
Con respecto a las asignaturas no tengo ningún problema, hay que saber
elegirlas, tener claro qué quieres hacer, incluso sería conveniente adentrar-
se en ellas poco a poco, de una manera global, para después estudiarlas con
mayor profundidad según nuestros propios intereses. Así avanzaríamos
más. Si elegimos sin saber nada de lo que vamos a estudiar, entonces ten-
dremos muchos más problemas. Mi lema ante esto es «más vale despacio
que deprisa». Las prisas llegan a perjudicar.
Cuando digo que no tengo nada de prisa es simplemente porque quiero
aprender, saber y comprender. Estos tres verbos son las tres palabras ade-
cuadas a mi forma de pensar. Con respecto al futuro, todo depende, tam-
poco tengo prisa.
Mi experiencia con respecto a UNIDIS es que nunca he tenido ningún
problema con las adaptaciones solicitadas, y si ha surgido se ha solucio-
nado adecuadamente, ya que pudo originarse por algún mal entendido
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que se hubiera evitado dando las explicaciones pertinentes al alumno.
Desde mi punto vista nunca he tenido ningún problema, siempre me han
atendido bien, tanto en trato humano como individualizado, eficacia y
afectividad.
¡Ánimo!
Dentro de mis perspectivas de estudio, y una vez concluida la carrera,
intentaría seguir con el proyecto de acercarme mucho más a las personas
que más nos necesitan para apoyarlas en todo momento, dándoles el cora-
je suficiente para que sigan hacia delante sin miedos y que sean tolerantes
consigo mismos.
Otro detalle más con respecto a UNIDIS es que, en algunas ocasiones,
cuando llamo a secretaría y pregunto por la persona que me suele atender
me dicen que no saben si está o bien que espere, pero tardan un montón en
volver a coger el auricular para decirme finalmente que no está y que le
darán el recado. A veces, incluso, me han colgado el teléfono. Propongo
buscar a alguien que coja el teléfono de manera más amable.
Sobre aconsejar a otros alumnos en mis mismas o similares condiciones
y que todavía están indecisos sobre si estudiar o no les diría que se anima-
ran dentro de lo que ellos/as crean que puedan hacer para mejorar, y de este
modo conseguir algo que ellos mismos crean más oportuno, porque al final
de ese túnel estarán muy contentos. A través de estas líneas les animo a que
lo hagan porque lo pueden también conseguir, igual que yo. ¡Ánimo! Y
seguir hacia adelante.
Si hay algo que tenemos que aprender en esta vida es a ser un poco más
tolerantes, tanto con nuestro entorno como con nosotros mismos. Digo esto
porque, por lo general, no lo somos. Exigimos, pero es aquí donde me pre-
gunto: ¿Qué estamos exigiendo, tolerancia o dignidad?. Sí, exigimos, pero
no sabemos cómo responder a otra persona que intenta mejorar. Si nos
cuentan algo raro, en vez de tratar de comprenderlo, lo dejamos.
Respecto de las asignaturas, me gustan todas, sobre todo cuando se les
coge el truco y puedes entenderlas mejor, es cuando uno disfruta mucho
más y puede hacer preguntas que le reporten más datos y entrelazar lo que
uno ha entendido y lo que el profesor/a haya explicado.
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Indudablemente, existen asignaturas que se nos atraviesan y que no
entendemos mucho, pero hay que valorar el esfuerzo tanto del alumno
como del profesor/a, para tratar de entenderla con sus explicaciones. Sin
embargo, siempre hay quien dice que es muy fácil y que «si está chupado»,
sin caer en la cuenta de que hay otra persona que no llega a entenderla del
todo.
¿Quién se mete en mi piel?
Ahora hablaré de otros aspectos que no he mencionado anteriormente,
no por olvido, sino porque quería reflexionarlos con un poco más detalle.
De sobra sé que la vida, tanto para mí como para otros muchos, no ha sido
nada fácil. Si tuviera que recordar detalles de algunas otras cosas sería
como si éstas quisiera borrarlas de nuestra mente para siempre. En mi
caso, al menos, esto es así, intento olvidarlas porque me han hecho sentir
como si fuera un bicho raro, una persona que jamás se la haya considera-
do, aunque siempre habrá alguien que pensará que exagero. Pero ¿quién se
mete en mi piel?
Ya he comentado anteriormente lo mucho que me gustan los deportes y
lo bien que se me dan. Practiqué mucho la natación, el esquí acuático,
monté a caballo, jugué al tenis... Con el tiempo, incluso hice esquí sobre
nieve y jugué al ping-pong.
Otras de mis aficiones, además de la lectura, son el cine, buenas pelícu-
las que sean interesantes, y la música, aunque últimamente suelo escuchar,
para poder relajarme, música clásica; también me gusta alguna canción de
la época de mi adolescencia. De vez en cuando toco la guitarra, pero he olvi-
dado lo que aprendí. Bueno, al menos lo intento. En otras ocasiones pro-
curo escribir nuevos poemas e, incluso, alguna vez hago «alguna excur-
sión», como ir andando hasta «El Corte Inglés» de las Avenidas.
Una vez superado los miedos que he relatado, o quizás porque última-
mente procuro mirarlo todo de otra manera muy diferente, tengo lo que
quiero. La gran mayoría de las personas, cuando van conociéndome un
poco más, creen que soy mucho más joven de lo que aparento. Es algo que
siempre sucede con las personas con Síndrome de Down, que aparentamos
menos edad de la que tenemos. Aunque sé que voy siendo mayor…
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Poco a poco fui experimentando otras sensaciones, ir al teatro, a algún
que otro concierto, sobre todo de música clásica. También me gusta ver edi-
ficios antiguos, como los que me encontré en mis viajes a Italia e Israel.
Una de las nuevas facetas que he olvidado añadir ha sido mi encuentro
con las nuevas tecnologías, es decir, la relación tan especial que mantengo
con mi ordenador. Ya tenía algunas cosas adelantadas; sin embargo, hoy en
día es para mí una herramienta fundamental que me permite estar en con-
tacto con otras personas, con el mundo, conmigo misma. Cuento con la
ayuda de un profesor de apoyo, al que desde aquí también quiero agrade-
cer su gran esfuerzo para seguir enseñándome.
Y eso es todo. Espero que mi historia os haya resultado interesante. Gra-
cias por escucharme. Por leerme. Hasta pronto.