Este documento presenta una introducción a la inteligencia emocional y su importancia en la educación. Explica que la inteligencia emocional se refiere a la capacidad de desarrollar la vida de la manera más feliz posible, y que incluye habilidades como la autoconciencia, empatía y manejo de emociones. También describe los riesgos de no educar con inteligencia emocional, como criar hijos egoístas o inseguros. El objetivo final es enseñar a los padres sobre la importancia de fomentar
1. Introducción
Capítulo 1
Un punto de vista sobre la educación
¿Qué es la inteligencia emocional?
Principios de la inteligencia emocional
Riesgos de no educar con inteligencia emocional
Componentes de la inteligencia emocional
2. Introducción
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Un punto de vista sobre la educación
El objetivo del presente libro no es otro que facilitar a padres y madres un
instrumento que les proporcione ciertas pautas que les puedan ayudar en la
difícil y compleja tarea de educar a sus hijos/as y, al mismo tiempo, que les
incite a la reflexión acerca de los métodos educativos que se suelen utilizar
comúnmente, planteándose si lo acostumbrado es siempre lo acertado a la
hora de enseñar a ser personas maduras, responsables y aptas para vivir a
gusto con uno mismo y con los demás. No pretende ser un mero recetario
de consejos educativos, tampoco se trata de “leerles la cartilla” a los padres
y madres que, esforzadamente y con su mejor disposición, crían a sus hijos.
Lo ideal es que esta guía sirva de orientación a los padres para que puedan
elaborar por sí mismos sus propias recetas educativas.
A partir de este momento, y con el objetivo de facilitar la lectura y la
comprensión de los contenidos del libro, hablaremos de “Padres” como
genérico para referirnos tanto al padre como a la madre y de “hijos” para
mencionar los de ambos sexos.
Por lo general, en este tipo de guías se menosprecia el conocimiento
natural (el que dicta la experiencia de nuestros antepasados y nuestro pro-
pio criterio) y se magnifica el denominado conocimiento científico, el que
formulan los expertos (psicólogos, pedagogos, pediatras...). Como en casi
todo en la vida, lo adecuado sería encontrar un equilibrio entre ambos
elementos que, al contrario de lo que muchos piensan, no son en absoluto
incompatibles. Sería una insensatez despreciar la experiencia de nuestros
padres y de las generaciones anteriores porque el último científico de moda
ha dicho que, por ejemplo “a un niño no se le puede regañar bajo ningún
concepto, ya que eso le provocará un trauma en su vida adulta debido a
que sus padres no lo aceptaban de niño tal y como era”. Evidentemente,
esto es absurdo a todas luces ya que cualquier niño necesita disponer de
unos límites y tiene que aprender que traspasarlos conlleva determinadas
consecuencias. Sin embargo, tampoco debemos caer en el otro extremo,
aceptando tesis del tipo “unos buenos azotes de vez en cuando imprimen
carácter” o “esto se hace porque lo digo yo y punto”. Ninguna de estas po-
siciones sería acertada, más bien se impone la postura intermedia, la basada
en la lógica y el sentido común.
Por ejemplo, ¿es malo castigar a los hijos? Pues la respuesta no es ni sí ni
no, sino depende. Dependerá de la falta cometida, del tipo de castigo, de
que sea justo o no, de la causa que originó la mala conducta, de su reac-
ción tras cometerla, de la reincidencia y de otros muchos factores. Por este
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Introducción
motivo el presente manual no aspira a ser un listado de dogmas y normas
a semejanza de un código penal; a la hora de formar personas no son vá-
lidas las matemáticas, puesto que cada persona y cada caso son únicos y,
por tanto, no es posible aplicar fórmulas infalibles para cada ocasión: “si el
niño hace A usted debe responder diciendo B” o “ante el insulto o la falta
C usted aplique el reglamento D”.
Esto no significa que los lectores de la guía deban desanimarse nada más
empezar, pensando que sus problemas e inquietudes como padres no tienen
solución. Todo lo contrario. Nuestra esperanza es que los padres nos demos
cuenta de la difícil tarea y la gran responsabilidad que implica el educar a
un hijo, que los errores y dudas no son necesariamente producto de nuestra
incompetencia, y que son compartidos por muchísimas personas. Pero, so-
bre todo, pensar en que con dedicación, paciencia, sentido común y cariño
se puede hacer una gran labor.
Desde este punto de vista, la inteligencia emocional juega un papel deter-
minante en la formación de la futura personalidad. Aprender a relacionar-
nos con los demás, saber controlar nuestros impulsos negativos, aprender
que no siempre es posible ganar, entendernos mejor a nosotros mismos y
a los demás, ser coherentes con lo que somos y lo que sentimos, etc., son
ejemplos de características y rasgos propios de las personas maduras, res-
ponsables, seguras de sí mismas, autorrealizadas y, en última instancia, satis-
fechas consigo mismas y felices. La base de estos rasgos está en los valores
y pautas educativas que hemos ido aprendiendo a lo largo de nuestra vida,
principalmente en casa con nuestros padres y hermanos. Ellos son nuestra
escuela de habilidades sociales y de inteligencia emocional. En ella aprende-
mos a resolver conflictos, confesar temores, compartir alegrías, divertirnos
4. Introducción
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juntos, utilizar el sentido del humor para disfrutar y hacer más llevadera la
convivencia, etc. De todo esto el niño extraerá sus propias conclusiones de
acuerdo con su personalidad y sus experiencias, con las que deberá mane-
jarse lo mejor posible a lo largo de su vida.
¿Qué es la Inteligencia Emocional?
Podría resumirse en la siguiente afirmación: “es el tipo de inteligencia que
nos permite desarrollar nuestra vida de la manera más feliz posible.”
Enfocando la respuesta de esta manera supongo que nadie discrepará
conmigo si afirmo que la inteligencia emocional es la más importante de
“todas las inteligencias” ya que determina el grado de satisfacción con no-
sotros mismos y con lo que nos rodea. ¿Acaso hay algo más importante que
sentirse a gusto con uno mismo y con los demás y saber afrontar las distintas
situaciones de la vida con optimismo y sensatez?
En este sentido, el psicólogo americano Howard Gardner diferencia hasta
ocho tipos de inteligencia:
- Lógico-matemática.
- Lingüístico-verbal.
- Espacial.
- Corporal-cinestésica.
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Introducción
- Musical.
- Naturalista.
- Intrapersonal.
- Interpersonal.
De todas ellas, las dos que se encuentran más potenciadas por los sistemas
educativos tradicionales han sido las dos primeras.
Sin embargo la teoría de Gardner define la inteligencia como “el poten-
cial de una persona para dar respuestas adecuadas en una cultura concreta”.
Es decir, el individuo interactúa con el entorno y debe resolver los proble-
mas que éste le plantea. Por lo tanto, para él no hay una inteligencia que
sea superior o más importante que las demás, puesto que tan importante
o más que resolver un problema matemático correctamente o interpretar
correctamente una partitura musical, será saber relacionarse bien con los
demás o conocerse bien a sí mismo.
Esta supremacía de los saberes académicos o científicos respecto a otros,
que son parte de “la sabiduría popular”, se puede comprobar con sencillos
ejemplos más o menos frecuentes en nuestra sociedad: es común pensar que
los empresarios, arquitectos, médicos y demás personas con éxito profesio-
nal y que tienen ocupaciones socialmente bien valoradas, son gente inteli-
gente. Sin embargo, no solemos pensar lo mismo de un carpintero con gran
habilidad para trabajar la madera; tampoco que lo sea una gran campeona
de atletismo, por muy bien que practique su disciplina, domine a sus rivales
y sepa aprovechar sus propias características (por el contrario, pensaremos
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que nos encontramos ante aptitudes puramente manuales o físicas, en abso-
luto relacionadas con la inteligencia).
La inteligencia emocional, cuya teoría fue inicialmente formulada por
Salovey y Mayer y posteriormente desarrollada por Goleman, contradice
esta arraigada creencia de que hay unas inteligencias más importantes o
superiores a otras. Cada persona posee más o menos aptitudes en distintas
facetas o campos que, además, son mejorables mediante aprendizaje. En la
misma línea se expresa José Antonio Marina al definir la inteligencia como
“una herramienta cuyo principal objetivo es la búsqueda de la felicidad”.
Visto de este modo, saber resolver una ecuación matemática está muy
bien, pero resulta poco importante si lo comparamos con la posibilidad
de poder entenderse a uno mismo. Con esto no pretendemos decir que
no esté bien aprender matemáticas, todo lo contrario; sino que también
debiéramos cuidar esas otras inteligencias que no salen en los expedientes
académicos pero que resultan cruciales a la hora de afrontar con éxito los
problemas de la vida. Esto es lo que llamamos inteligencia emocional: la
capacidad de ir por la vida sabiendo bien quiénes somos. Para lo que se
necesita autoconocimiento, capacidad de auto observación, empatía, aser-
tividad, congruencia, etc.
Esperamos que en lo expuesto hasta ahora haya quedado claro en qué
consiste la inteligencia emocional. A continuación vamos a analizar los prin-
cipios en los que se sustenta.
Principios de la Inteligencia Emocional
Podríamos afirmar que la inteligencia emocional se apoya en estos pila-
res:
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Introducción
1) Es importante aprender a identificar mis estados anímicos y responsa-
bilizarme de ellos.
2) La empatía es vital en las relaciones sociales y en el propio bienestar.
Esto significa que debemos ser capaces de ponernos en la piel del otro y
entenderlo.
3) Es bueno expresar nuestros sentimientos, pero hay que aprender a ha-
cerlo de forma adecuada, saludable para nosotros y no dañina para los
demás.
Riesgos de no educar con Inteligencia Emocional
Mediante el análisis de los principios expuestos en el apartado anterior,
explicaremos las consecuencias negativas que puede acarrear el que no lo-
gremos transmitirlos como padres a nuestros hijos.
A continuación, pasaremos a explicar detenidamente cada uno de estos
principios:
1) Es importante aprender a identificar mis estados anímicos y responsa-
bilizarme de ellos.
Debemos educar a nuestros hijos de manera que asuman y reconozcan
en sí mismos y en los demás la amplia gama de emociones y sentimientos
que caracterizan a las personas. Tan inadecuado es pensar que todo en uno
mismo es bueno como lo contrario; asumir un pobre concepto. Desde luego
que hay que enseñar a los niños que todas las personas somos dignas de res-
peto y tenemos una serie de derechos incuestionables, Pero también, y eso
parece que no está tan claro entre los padres, se debe enseñar a que existen
ciertos deberes y que hay que cumplirlos.
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La falta de límites conlleva situaciones familiares en las que los hijos e
hijas se convierten en “pequeños tiranos” que imponen su ley de forma
egoísta. La raíz de este problema reside en que no se les ha asignado ningún
tipo de límites y han llegado a pensar que todo gira a su alrededor, y que
los padres han sido traídos al mundo para satisfacer todos sus caprichos.
Tenemos que tener en cuenta que el niño, de forma natural, ejercita un
tipo de pensamiento egocéntrico que le hace suponer que es el núcleo alre-
dedor del cual gira todo. Es a los padres a quienes corresponde otorgarles su
lugar: los hijos son unos miembros más de la familia, pero ni más ni menos
importantes que cualquiera. De este tipo de familias probablemente saldrán
adultos caprichosos, inmaduros, con poco conocimiento de sí mismos y
poco perseverantes, ya que están acostumbrados a que todo lo que hacen
les parezca bien a los demás y nunca son criticados. Los padres, por su parte,
se limitan a resignarse con lo que les ha tocado. Normalmente, cuando se
dan cuenta de que la situación se les ha escapado de las manos ya suele ser
demasiado tarde.
En el extremo contrario nos encontraríamos con padres que presentan un
estilo autoritario para los que los hijos tienen permanentemente obligacio-
nes pero no derechos. De esta forma, se forjan personalidades inseguras que
dependerán siempre del juicio paterno para emprender cualquier acción.
No son personas autónomas, puesto que no viven la vida que les gustaría
vivir sino la que piensan que será más del gusto de sus padres o la que los
demás hayan establecido para ellos.
Es saludable saber reconocer nuestros fallos y limitaciones, ya que esto es
lo que nos permite crecer y evolucionar como seres humanos. Por ejemplo,
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si soy una persona con “mal genio” o un poco “mandóna” o tengo ten-
dencia a hacerme la víctima y nunca me lo han dicho por no molestarme o
por evitar problemas, seguiré toda mi vida siendo una mandona, una cas-
carrabias o una manipuladora y, lo que es peor, no seré consciente de estos
defectos, con que difícilmente podré mejorarlos. Cuando hablamos de los
niños, la imagen que tienen de sí mismos está determinada en gran parte
por la que los demás le hacen ver. Por este motivo corresponde a los adul-
tos ofrecerles una imagen que se ajuste lo más posible a la realidad: ni la
idea de que son perfectos, ni la de que son un desastre en todo. Por hacer-
les ver sus errores no les querremos menos sino todo lo contrario. Además
aprenderán a valorarnos mejor como padres.
2) La empatía es vital en las relaciones sociales y en el propio bienestar.
Esto significa que debemos ser capaces de ponernos en la piel del otro y
entenderlo.
Este principio viene derivado del primero. Cuanto mejor me conozca a
mí mismo mejor podré entender a los demás y viceversa; el hecho de cono-
cer mejor a los demás me ayudará a entenderme mejor a mí mismo.
La empatía es la capacidad de entender plenamente al otro, de ponernos
en su lugar, de saber compadecernos de sus penas y alegrarnos con él en sus
momentos buenos, de ser comprensivos cuando tengan dificultades, estén
cansados o, simplemente, tengan un mal día.
La falta de empatía es una de las principales causas que determina la cali-
dad de la comunicación en todos los ámbitos, y por ende, de nuestro grado
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de salud emocional. Puede afectar a la relación que tengamos con el pana-
dero del barrio, con nuestra compañera de clase o el profesor, nuestros her-
manos, padres o pareja. Más adelante nos detendremos en esta habilidad.
3) Es bueno expresar nuestros sentimientos, pero hay que aprender a
hacerlo de forma adecuada, saludable para nosotros y no dañina para los
demás.
Muchas veces se confunde el ser espontáneo con ser inoportuno, maledu-
cado, grosero e hiriente. Está claro que hay que expresar lo que sentimos,
y que el hecho de no hacerlo tiene consecuencias emocionales negativas e
incluso puede acabar provocando problemas físicos debidos a una excesiva
somatización, pero hay que saber cómo hacerlo. Qué es lo que sentimos
y pensamos y cuál es la forma y el momento oportunos para no hacer un
daño gratuito a los demás. Esta habilidad para expresarnos plenamente
haciendo valer nuestros derechos y respetando al mismo tiempo los de los
demás es lo que en psicología se conoce con el nombre de asertividad y que
por ser otro de los elementos clave en la inteligencia emocional desarrolla-
remos en profundidad más adelante.
Componentes de la Inteligencia Emocional
Los principales componentes de la denominada inteligencia emocional
pueden resumirse en dos: la autoestima y las habilidades sociales (éstas a
sus vez contienen básicamente tres subhabilidades: escucha activa, empatía
y asertividad).
A lo largo de los próximos capítulos vamos a ir desarrollando cada una
de ellas.
Resumen:
La inteligencia emocional es el tipo de inteligencia que nos permite
desarrollar nuestra vida de la manera más feliz posible.
Según Gardner existen ocho tipos de inteligencia diferentes: la lógico-
matemática, la lingüístico-verbal, la espacial, la corporal-cinestésica, la
musical, la naturalista, la intrapersonal y la interpersonal.
Tradicionalmente, en el ámbito escolar han prevalecido las inteligencias
puramente académicas (lógico-matemática y lingüístico-verbal) menos-
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