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UCINF
Magister en docencia universitaria
Material de apoyo para curso: Evaluación de los aprendizajes
PATOLOGÍA GENERAL DE LA EVALUACIÓN EDUCATIVA
El desarrollo curricular, en cualquiera de sus niveles, está recorrido por un proceso evaluador de
triple naturaleza: la evaluación diagnóstica, la evaluación procesal y la evaluación de término. En el
buen entendido de que el proceso es circular, no meramente lineal, dinámico en su entraña.
La toma de decisiones, inicial o de proceso, nace de una valoración precisa y de un análisis del
planteamiento, de la acción, del contexto y condiciones de la misma y en su caso de los resultados.
En el complejo mundo de la educación, por tantos motivos particular y cambiante, se realizan
diversos procesos evaluadores del currículum, que están afectados de las patologías más diversas.
Cada uno de los desórdenes que afectan a este proceso (en el marco de referencia macro curricular
= sistema, mesocurricular=centro y microcurricular = aula) puede ser estudiado en sus signos, en
sus síntomas y en su fisiopatología, es decir, en el mecanismo por el que se produce esa
“enfermedad”.
Hablamos de patología general porque nos interesa el estudio global que siente las bases de
cualquier posterior subdivisión analítica. Podríamos hablar también, sensu strictu, de patología social
(término introducido por la escuela organicista) de la evaluación, ya que se trata de desórdenes de
procesos que afectan a grupos y a relaciones entre individuos.
La evaluación (tanto la de carácter funcional como la investigadora) puede ser manejada para servir
los intereses del evaluador, ya que éste puede llamar "evaluación" a la operación que desee, puede
evaluar aquello que le interese, en las formas y momentos que determine, con los instrumentos que
considere oportunos y -desde luego- para utilizarla en los fines que su particular interpretación acon-
seje.
El poder que dimana del proceso evaluador es tan grande que permite atribuir causalidades
arbitrariamente, catalogar éticamente, justificar decisiones y clarificar realidades.
La apariencia de rigor se convierte en una amenaza de perfiles contundentes. Los ribetes científicos
disminuyen la capacidad de crítica y prestan un peligroso aval. Si entendemos/ practicamos la
evaluación como un proceso difícilmente contestable en su concepción, en su desarrollo, en su
utilización, difícilmente podrán ser discutidas las conclusiones: "este alumno ha suspendido", "este
centro escolar es malo", "esta experiencia educativa es excelente", esta actividad tiene que
desaparecer", "estas personas tienen que ser excluidas".
Los criterios que se aplican para la evaluación no siempre se ajustan a patrones rigurosamente
elaborados. Y así, una reforma puede considerarse "buena" porque aumenta el número de los
conocimientos de los alumnos, un centro puede etiquetarse como "estupendo" porque aprueba la
selectividad un porcentaje alto de alumnos presentados y un alumno es considerado "excelente"
porque ha contestado correctamente a una prueba objetiva.
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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Más aún, de una evaluación superficial pueden nacer explicaciones explícitas/implícitas que
consagran una determinada realidad, estableciendo nexos causales gratuitos. “Este alumno
suspende porque no estudia", "ese programa de renovación no funciona porque los profesores son
incompetentes", "ese centro tiene eficacia educativa porque posee grandes instalaciones".
La patología que afecta a la evaluación atañe a todas y cada una de sus vertientes: por qué se
evalúa (y para qué), quién evalúa, cómo se evalúa, para quién se evalúa, cuándo se evalúa, qué se
evalúa, a quién se evalúa, con qué criterios se evalúa, cómo se evalúa la misma evaluación, etc.
Algunas patologías lo son en cuanto hipertrofian un aspecto o dimensión que, planteado en su justa
medida, sería positivo. Valorar los conocimientos, por ejemplo, no es un error, pero sí lo puede ser el
valorar exclusivamente, obsesivamente, los conocimientos, sin tener en cuenta su naturaleza, su
importancia, su interés, su adecuación, su coordinación con otros conocimientos, etc.
Otras patologías se deben a la atrofia de funciones que son consustanciales con un estado de salud
educativa. No se desarrolla, por ejemplo, un tipo de evaluación democrática en la que tanto el
proceso de evaluación como el manejo de la información resultante sean responsabilidad directa de
los protagonistas de la experiencia educativa.
Hay también carencias, disfunciones. La gravedad de la anomalía dependerá, en parte, de su misma
naturaleza y, desde luego, de su intensidad.
1. Sólo se evalúa al alumno
En este sentido sí es protagonista el alumno. Se le examina siguiendo una temporalización
determinada. Se le dan los resultados, prácticamente inapelables y, en general, se le considera el
único responsable de los mismos.
No parece concebirse el currículum sin la evaluación del alumno, pero sí sin la evaluación genérica
de aquél. Los argumentos -cargados de lógica- que se utilizan para avalar la ineludible necesidad de
la evaluación del alumno no se aplican a otros elementos del currículum.
A cada alumno se le asigna en el expediente un valor numérico (al menos, cuantificado) que parece
ser de su exclusiva responsabilidad. La calificación del alumno -para muchos padres, profesores y
para los mismos alumnos- es el resultado de su capacidad y su falta o derroche de esfuerzos. En el
caso de fracasar, será él quién deberá pagar las "consecuencias". Sólo él deberá cambiar. Lo
demás podrá seguir como estaba. La evaluación se convierte así en un proceso conservador.
La distinción socorrida de evaluación suficiente y evaluación satisfactoria viene a poner de
manifiesto otro flanco de la patología. Porque se utiliza como criterio referencial fáctico la
consecución de unos conocimientos mínimos (será el profesor quien lo compruebe según sus
particulares criterios), estableciendo en la gama de puntuaciones una comparación con el resto de
los escolares a todas luces discutible.
¿Qué es lo que se ha comparado para colocar a los individuos en la escalera de
suspensos/aprobados/notables/sobresalientes/matrículas...? No se sabe si se comparan las
capacidades de los sujetos, los esfuerzos realizados, los conocimientos adquiridos.... o la suerte de
la que han gozado. Lo cierto es que la etiquetación que nace de la evaluación educativa figura
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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estampada en impresos, debidamente rubricada por la autoridad académica y refrendada por los
sellos oficiales.
Este ejercicio enmascara una injusticia grande, no sólo por la arbitrariedad de asignación, por el
capricho atributivo (agravado por la apariencia de rigor científico), sino por la desigualdad radical de
condiciones naturales y contextuales. Partir de situaciones desiguales y pretender comparar los
resultados utilizando los mismos raseros es una fórmula radicalmente injusta de ejercitar una
aparente justicia.
Lo cierto es que, en este mecanismo, sólo se incluye al alumno, quiera o no; muchos responsables
del proceso educativo quedan sin esa consideración evaluadora y sin las consecuencias que llevaría
aparejadas.
2. Se evalúan solamente los resultados
Los resultados han de ser tenidos en cuenta dentro del proceso evaluador. Pero no solamente los
resultados. Los presupuestos de los que se parte, las condiciones que se tienen, las estrategias que
se ponen en marcha, los procesos que se desencadenan, los ritmos de consecución, la proporción
rendimiento/esfuerzo.... son también elementos que deben evaluarse. No sólo porque la
consecución/no consecución de unos resultados (y el grado de su logro) está supeditada a aquellos
factores sino porque ellos mismos constituyen el objetivo de la mirada evaluadora.
En definitiva, no sólo importa que es lo que se ha conseguido, sino cómo, a qué precio, con qué
ritmo, con qué medios, con cuántos esfuerzos, a qué costa, para qué fines...
Analizar sólo los resultados obtenidos es, cuando menos, parcial. Y la parcialidad suele ir
acompañada de imprecisión y de tergiversaciones.
3. Se evalúan solo los conocimientos
El proceso de enseñanza/aprendizaje se realiza sobre un cuerpo de conocimientos más o menos
estructurados, más o menos interesantes, más o menos conexionados con la práctica, más o menos
"autónomos" (los grados de libertad del currículum pueden ser variables). No se puede aprender en
el vacío. Cuando hablamos de "aprender a aprender” -dejando al margen los conocimientos-
estamos haciendo meras piruetas mentales.
Aprender a aprender es un slogan tan utilizado como desprovisto de sentido real. Porque sólo se
aprende aprendiendo.
No se puede, pues, rechazar el aprendizaje de contenidos. Porque son necesarios para articular el
pensamiento, para adaptarse a la realidad y para poder manejarla.
Otra cosa es la selección de los contenidos, su articulación, su significación de organizadores del
pensamiento.
Ahora bien, limitarse a la evaluación de conocimientos supone un reduccionismo escandaloso.
Existen otra serie de pretendidos logros que no se contemplan debidamente en el proceso
evaluador: actitudes, destrezas, hábitos, valores...
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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Una persona que adquiriese un abundante caudal de conocimientos para mejor destruir/oprimir a los
otros, un alumno que llenase su cabeza de conocimientos pero que odiase la sabiduría, un individuo
con gran almacén de datos en la cabeza pero incapaz de comunicarse..., no estaría auténticamente
formado.
Luego veremos que la evaluación de estas otras facetas no es tarea fácil. Muchos profesores no
tienen conciencia profesional de que se trata de aspectos educativos relevantes. Otros no conocen
las formas de acercarse a una evaluación adecuada a los mismos. La Administración, conocedora
de esas limitaciones, nacidas de una deficiente formación del profesorado, desconfiado de que
puedan realizar espontáneamente estas tareas, pretende implantarlas a golpe de “BOE”. Es más
barato que una larga y concienzuda formación. Pero es totalmente ineficaz. ¿De qué sirvió implantar
la evaluación continua cuando los profesores se guían instalados en sus viejas prácticas
evaluadoras? Sencillamente, para repetir continuamente aquellas prácticas de evaluación
memorísticas.
4. Solo se evalúan los resultados directos, pretendidos.
La puesta en marcha de muchos proyectos curriculares que siguen un criterio de encadenamiento
lineal (objetivos propuestos-contenidos-métodos-evaluación de objetivos propuestos) no tiene en
cuenta la evaluación de aquellos efectos laterales, secundarios, imprevistos.
Estos efectos existen, casi inevitablemente. Y, en ocasiones, son mucho más importantes que los
resultados buscados directamente en el proyecto.
La pretensión de que el alumno adquiera un elevado novel de conocimientos, ejercida de manera
despótica, puede engendrar una aversión hacia el estudio muy perjudicial.
La pretensión, en algunos centros religiosos, de que los alumnos adquieran una práctica religiosa
acendrada, llevó a muchos a una postura de rechazo y resentimiento hacia lo religioso.
Lo mismo habría de decirse de un centro o de una reforma. El resultado directo del programa es
evaluado, pero sin tener en cuenta los efectos secundarios (llamémosles así, aunque en ocasiones
tengan mayor relevancia que los buscados) que se han generado.
Introducir una mejora en un centro puede suponer, quizás el enfrentamiento entre dos sectores del
claustro o el enrarecimiento de las relaciones entre la dirección y los profesores.
Bien es cierto que los efectos secundarios, en un momento incontrolables e impredecibles, no deben
frenar la innovación o la implantación de un programa seriamente estudiado. Lo que decimos es que
la evaluación del mismo debe tener en cuenta tanto los resultados que se buscaban como los que se
hayan provocado a lo largo del desarrollo curricular.
5. Solo se evalúan los efectos observables
Existen efectos que no son directamente observables. Estos efectos –buscados o no- suelen pasar
inadvertidos a los ojos del evaluador.
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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Los modelos de evaluación basados en la programación por objetivos operativos (Mager, 1972;
Bloom, 1972; Popham, 1975) exigen un modelo correlativo de evaluación que descanse sobre la
aplicación de instrumentos de comprobación de carácter experimental.
Se podría objetar que no es posible evaluar los efectos no observables. No es así. Lo no observable
no es equivalente a lo no existente. Ni a lo no relevante. Ni, por supuesto, a lo no evaluable. Al
menos, desde una concepción de] proceso evaluador que pretenda profundizar en la entraña
educativa.
Eisner (1981) dice que la mayoría de los aprendizajes que realiza el alumno en la escuela no se
hallan programados en el currículum explícito.
Las limitaciones metodológicas que impone una concepción experimentalista de la evaluación no
deben hacernos olvidar todo el bloque del iceberg curricular que permanece por debajo de la
superficie de las aguas.
Es precisamente un modelo de evaluación más exigente, más riguroso, más ambicioso el que,
paradójicamente, nos lleva a explorar otras capas que no son reconocibles "a simple vista" o a golpe
de mediciones pretendidamente objetivas.
Estas dimensiones de la evaluación exigen, eso sí, la utilización de técnicas de exploración
adecuadas al intento de llegar a descubrir e interpretar lo oculto del currículum y de sus resultados.
6. Se evalúa principalmente la vertiente negativa
En la práctica habitual del docente la evaluación está marcada por las correcciones. El mismo
lenguaje descubre la actitud predominante: "corregir significa "enmendar lo errado". El subrayado de
las faltas de ortografía es mucho más frecuente que la explícita valoración de las palabras bien
escritas.
Sirva esta anécdota de punto de referencia para referirnos a esa actitud no solamente mala por
negativista sino por parcializante.
Una evaluación rigurosa requiere un tratamiento holístico de los fenómenos y de los productos. La
comprensión de un proceso adquiere sentido en un análisis estructurado y estructurante en el que la
interconexión de todos los elementos permite la explicación y el significado.
El desequilibrio de perspectiva hace que la escuela esté más atenta a los errores que a los aciertos
de los alumnos y que los equipos de evaluación externa se apresten más a describir problemas y
deficiencias que a resaltar valores y logros.
Además de factores actitudinales, puede influir en esta dinámica selectiva la mayor facilidad que
existe de describir la tensión que la calma, el error que el acierto, la guerra que la paz...
7. Solo se evalúa a las personas
Es un error "someter” a los alumnos o a los profesores de un centro o a los coordinadores de una
reforma a una evaluación conclusiva (lo cual encierra juicios de valoración, no meras descripciones
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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de actuación) sin tener en cuenta las condiciones, los medios, los tiempos, los contextos en que se
mueven.
Cronbach (1963) distingue tres grandes áreas sobre las que la evaluación toma decisiones: el
material de instrucción, los individuos y la regulación administrativa. No son sólo los individuos los
responsables de un proceso o de un resultado. Hay que contemplar cuáles son los medios con los
que cuentan, las condiciones en las que trabajan y los márgenes de autonomía real con que
cuentan.
Los mecanismos de atribución pueden hacer descansar en el sistema, en la carencia de medios, en
la presión de los programas oficiales, en la mala organización de los centros, en la irracionalidad de
los calendarios.... toda la responsabilidad de un proceso educativo.
Esos condicionantes/estimulantes existen. Hay que tenerlos en cuenta a la hora de la evaluación. No
solamente como coadyuvantes del intento educativo, sino como elementos que pueden ser
modificados y/o mejorados para un posterior desarrollo.
8. Se evalúa descontextualizadamente
Berttalanffy (1976, 1978) plantea la necesidad de tener en cuenta un contexto amplio cuando se
pretende comprender la realidad de un sistema actuante.
Pretender dar significado a la actuación de un alumno desde la óptica y el código del evaluador,
prescindiendo de las claves de interpretación del contexto, es vaciar el contenido de la realidad
(Oates, 1975).
Encasillar un centro dentro de la plantilla elaborada por el evaluador con unos criterios genéricos de
pretendida validez, es negarse a entender todo lo que sucede en el mismo.
Una calificación sobresaliente puede ser considerada "algo despreciable" en un contexto
determinado. Una clase indisciplinada puede estar en el eje de la admiración de la mayoría de los
alumnos de un centro. Una experiencia pedagógica "modélica" puede ser valorada en su contexto
de forma negativa...
Si el evaluador, en aras de una pretendida objetividad, busca la creación y realiza la aplicación de
instrumentos de medida fiables y válidos técnicamente y no tiene en cuenta la realidad viva,
compleja y dinámica de ese todo, de ese sistema organizativo que tiene en sí mismo los códigos
sintácticos y semánticos, se verá enredado en un caudal de datos muertos y desprovistos de
auténtico significado.
La actuación de un alumno podrá ser atendida e interpretada justamente (con justeza y con justicia)
en el marco de innumerables redes codificadoras que se producen en el sistema del aula que, a su
vez, está en conexión con el sistema del centro que, a su vez...
"La optimización de un sistema es posible, siempre y cuando nos acerquemos a las
peculiaridades específicas de la estructura y comportamiento de cada sistema, y en
función precisamente de ese conocimiento específico " (Pérez Gómez, 1985).
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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9. Se evalúa cuantitativamente
La pretensión de atribuir números a realidades complejas es un fenómeno cargado de trampas en el
área de la educación.
En las calificaciones escolares utilizamos escalas nominales, ordinales y de razón. Un aprobado es
distinto de un suspenso, un 5 es una nota inferior a un 8, un 6 es el doble de un 3. Parece que todo
está claro, que todo es muy preciso.
El peligro de la evaluación cuantitativa no es solamente la imprecisión sino -y sobre todo- la
apariencia de rigor. "La asignación de números de una manera mecánica, como es común en los
procedimientos cuantitativos, no garantiza la objetividad" (Cook, 1986).
Pero, como aparentemente tiene objetividad, genera en los usuarios y destinatarios una tranquilidad
mayor que mata las preguntas más hondas.
Algunos padres de alumnos que reciben informes sobre la marcha de sus hijos, con la expresión
"Progresa adecuadamente", preguntan a sus profesores: "Progresa adecuadamente, ¿equivale a un
8 de antes?” La puntuación parece un lenguaje más claro. Engañosamente más claro. El padre
tiene, además, el punto de referencia de otros alumnos que tienen puntuaciones de 4, 6 ó 9.
También el profesor puede sentirse más "seguro" después de estampar sobre la prueba objetiva,
corregida con una fórmula matemática (P = A-E/N-1), el número exacto, con decimales,
correspondiente a la calificación. Además, puede establecer claramente, matemáticamente, la línea
divisoria del apto/no apto.
El alumno, con este procedimiento calificador, sabe lo que tiene que estudiar, cómo tiene que
estudiarlo y -después de la calificación- sabe cuánto ha aprendido.
El problema, además del que entraña la pretendida objetividad de esas puntuaciones, estriba en que
la luz cegadora de esa "claridad" no deja ver cuestiones más importantes:
¿Cómo aprende el alumno?
¿Cómo relaciona lo aprendido?
¿Cómo inserta los nuevos conocimientos en los ya asimilados?
¿Para qué le sirve lo aprendido?
¿Ha disfrutado aprendiendo?
¿Estudiaría "esas cosas" por su cuenta?
¿Tiene ganas de aprender cuando terminan las pruebas?
Etcétera.
10. Se utilizan instrumentos inadecuados
En una recopilación de instrumentos en curso para la evaluación de centros escolares (Plaza, 1986),
se ha podido comprobar que la casi totalidad tiene una configuración estática, anecdótica, aséptica,
cuantificadora, descontextualizada, etc.
Los cuestionarios, escalas de estimación, listas de control, plantean el interrogante de la triple
adecuación reafidad-percepción, percepción-interpretación, interpretación-expresión. Se añade a
esta problemática la complejidad de la explicación de los datos cuantificados. Valorar con 3 puntos
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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sobre 10 el funcionamiento de la biblioteca del centro nos deja en la duda de si la baja puntuación se
debe a algunas de estas causas (o a otras posibles):
No hay libros.
No está actualizada la documentación.
No existen ficheros que permitan la localización rápida y fácil.
No existen locales.
No hay tiempo para su apertura.
No existe personal que atienda.
No hay afición por la lectura.
Los libros no tienen interés para los alumnos.
No están informados los alumnos de sus normas de funcionamiento.
Existe mucho ruido y es difícil la concentración.
El bibliotecario es una persona indeseable.
Está mal visto entre los alumnos acudir a la biblioteca.
Etcétera.
Decir que el 48 por ciento de los profesores valoran con una media de 3 puntos el funcionamiento de
la biblioteca, es un modo de esconder, bajo la cifra porcentual, las innumerables causas que han
llevado a los opinantes a conceder una puntuación.
Ese modo de evaluar hace difícil la comprensión de la realidad, su interpretación y, obviamente, la
posibilidad de efectuar mejoras que solucionen los problemas o potencien los aciertos.
Lo mismo sucede en el aula. Un instrumento de valoración "objetivo" no puede estar más cargado
de subjetividad/ arbitrariedad. He aquí una escala de ambigüedad que no siempre es tenida en
cuenta:
¿Lo que aparece en el currículum como contenido mínimo es lo realmente importante,
valioso, interesante...?
¿Lo que ha seleccionado el profesor para la prueba es significativo de lo que el alumno tenía
que aprender?
¿Lo que pregunta el profesor es exactamente lo que quiere saber sobre lo que ha aprendido
el alumno?
¿Lo que el alumno lee es lo que el profesor ha querido preguntar?
¿Lo que responde es exactamente aquello que sabe sobre la cuestión?
¿Lo que interpreta el profesor es lo que el alumno realmente ha expresado?
¿La valoración corresponde a lo que el profesor entiende que ha expresado el alumno...?
Nada digamos de la dificultad de mejorar el aprendizaje a través de ese tipo de pruebas. A lo sumo,
el alumno prestará atención al mejor modo de contestarlas en próximas ocasiones. Lo cual es
distinto al propio proceso de enseñanza/ aprendizaje.
Existe otra complicada cuestión en la aplicación habitual de este tipo de pruebas "objetivas" bajo el
pretexto de que son más justas, ya que "miden" a todos por igual. Lo cierto es que no existe mayor
arbitrariedad que la de querer "medir" de la misma forma a personas que son radicalmente
diferentes. Así, un alumno tímido no deseará realizar una entrevista o examen oral. Quien no se
expresa bien por escrito, preferirá una prueba...
La naturaleza de la prueba lleva dentro de sí un componente sesgado de valoración,
independientemente del tipo de contenidos que plantee y de su forma de presentarlos.
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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11. Se evalúa de forma incoherente con el proceso de enseñanza/aprendizaje
El camino es circular, no rectilíneo y unidireccional. Se evalúa como se enseña y se enseña como se
evalúa. O más bien, se estudia para la evaluación. De tal forma que es este proceso el que dirige el
aprendizaje. Los alumnos estudian para el examen. No sólo en función de ese momento sino "de
forma" que les permita hacer frente al mismo con suficientes garantías de éxito.
Si el examen consiste en una prueba objetiva de Verdadero-Falso, estudíará de forma distinta que si
se le anuncia una prueba de ensayo o si se le exige un diseño creativo. Es más, los alumnos
tratarán de acomodarse a las expectativas del profesor, a sus códigos de valor.
La incoherencia se establece cuando se quiere realizar un aprendizaje por comprensión y se realiza
luego una prueba de carácter memorístico, rígido y repetitivo.
Un proceso de enseñanza basado en la explicación oral se cierra con un modelo de examen escrito.
Un modo de trabajo asentado sobre el grupo concluye en una evaluación individual.
Un proceso de enseñanza/aprendizaje teóricamente asentado sobre el desarrollo integral del
individuo, acaba con una evaluación exclusivamente preocupada por los conocimientos adquiridos.
Otras veces, el enfoque exclusivo en el aprendizaje de contenidos intelectuales pretende concluirse
con una evaluación que va mucho más allá de lo que se ha trabajado.
En el área de la didáctica se puede rizar el rizo al exigir el profesor la realización de una prueba
objetiva por él diseñada sobre el tema: "Importancia, necesidad y valor del proceso de
autoevaluación en la enseñanza."
12. Se evalúa competitivamente
Creo que una de las ventajas que encierra el enfoque cualitativo es el afinar la sensibilidad del
evaluador ante los procesos.
El auténtico significado de un proceso educativo se encuentra en el análisis de todos los elementos
que lo integran y que lo circunscriben. Pero no en el contraste, comparación y competencia con otros
procesos similares, diferentes o antagónicos.
La evaluación habitual del alumno parece cobrar sentido en la comparación y la competencia. Para
algunos padres, profesores y alumnos importa el cuánto del aprendizaje. Y que ese cuánto esté por
encima de...
El carácter positivo que se pretende dar a la evaluación en algunos ámbitos educativos, se trastoca
frecuentemente en una burda o camuflada contienda. "Saber más que", "saber menos que" son
puntos de referencia cruciales.
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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Lo mismo sucede con la evaluación de centros. La valoración cuantitativa es propensa a la
comparación. Las escalas tienen en ella su justificación más evidente. Éste es un centro "mejor"
porque ha obtenido en la evaluación más puntos que otro.
La localización de la mirada se sitúa en el exterior del proceso mismo, con el agravante de que se
establecen comparaciones arbitrarias ya que pocas veces se parte de condiciones, medios, historia,
personas y fines similares.
Por otra parte, es frecuente justificar la comparación con el pretexto de que sirva de estimulo y
emulación. Durante toda la enseñanza primaria y secundaria tuve que trabajar con émulos. Cada
alumno tenía un compañero que era un competidor. Con él había que medirse. El éxito consistía en
aventajarle.
Se desvía la atención del auténtico proceso de aprendizaje de cada individuo, de cada aula, de cada
centro. Y si es posible pensar que el "ganador" se sentirá satisfecho y el "perdedor" estimulado, no
es menos imaginable que el primero se sienta ridícula y estúpidamente orgulloso, y el segundo
humillado.
En las evaluaciones que he visto realizar sobre los profesores (por sus alumnos), siempre he visto
solicitar y exigir cautelas para que los resultados no se hiciesen públicos a través de escalas
valorativas. “No se trata de establecer comparaciones", se dice. Los profesores no consideran
positivo que se publiquen unas listas donde unos aparecen como los mejores y otros como los
peores. Pero colocan, sin ambages, las calificaciones escalonadas de sus alumnos, muy bien
matizadas con decimales...
13. Se evalúa estereotipadamente
Los profesores repiten una y otra vez sus esquemas de evaluación. Cada año los alumnos se
preocupan de saber cuál es la costumbre evaluadora del profesor.
De forma casi automática, el profesor repite sus fórmulas. Ni siquiera negocia con los alumnos el
planteamiento habitualmente practicado. Al comienzo de curso fija el número, el momento, la forma
y los matices.
¿Ha sometido a evaluación sus propios mecanismos de evaluación? No de una manera rigurosa.
Cuando ha pensado en ello ha sido para confirmar los estereotipos.
En un curso con cinco asignaturas un alumno deberá someterse" a cinco proyectos diferentes de
evaluación. Los profesores evalúan de formas muy diferentes. Pero cada profesor, en los diferentes
cursos en que imparte docencia, evalúa de una forma idéntica.
Se multiplican los trabajos sobre evaluación, pero no son los protagonistas -los propios profesores-
los que emprenden esta labor. Stenhouse (1984) dice que lo que mejora la acción educativa no es
tanto la investigación sobre los profesores sino la de los profesores que analizan su propia actividad.
En los centros, la mecánica de la confección de las Memorias tiende a convertirlas en pura rutina. Y,
en la medida en que se establezcan pautas "generalizables", estas rutinas serán similares en casi
todos los centros. Tan similares como inútiles.
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14. No se evalúa éticamente
Además de los problemas técnicos, acechan al proceso evaluador numerosos conflictos de carácter
ético.
La evaluación puede convertirse en un instrumento de opresión. ¿Qué sucedería en las aulas si el
profesor estuviese desprovisto del "arma" de la evaluación? Cuando se articula un proceso de
enseñanza/aprendizaje sobre el resultado de la evaluación -más que sobre la riqueza y la
profundidad del saber- se corre el riesgo de la manipulación y el sometimiento del alumno. La "hora
de la verdad” no es la del aprendizaje sino la de la evaluación. Cuando es el profesor quien lo decide
todo respecto a este momento decisivo, todo el poder descansa en sus manos.
La evaluación ha sido un instrumento de control, de amenaza e, incluso, de venganza, respecto a
algunos alumnos que se han permitido ejercitar el derecho a la crítica, a la discrepancia o la
indisciplina.
Cuando, apoyándose en la evaluación, se establecen nexos causales poco rigurosos, habrá que
pensar cuáles son las intenciones y los intereses que motivan la manipulación.
En la evaluación institucional se plantean numerosos problemas de carácter ético. Uno de ellos es la
confidencialidad de los informes. ¿De quién son los datos? ¿Para quién son los datos? No puede
revelarse el contenido de los informes identificables, tanto por lo que respecta al emisor como al
destinatario de los juicios.
La independencia de los equipos que realizan evaluación externa al servicio de la Administración o
de entidades que financian los proyectos, no siempre está garantizada. John Elliott, Helen Simons y
Savel Kousner insisten (Elliot et al., 1986) en la necesidad de conseguir la independencia de los
técnicos frente a las posibles exigencias del poder (académico, político, financiero, etc.).
A nadie se le oculta que una evaluación Puede ser rígida, condicionada o manipulada al servicio de
unos intereses determinados, o de unas decisiones pretendidas: retirar subvenciones, modificar
proyectos, sustituir personas, clausurar centros, cortar experiencias, etc.
15. Se evalúa para controlar
La evaluación en educación, paradójicamente, no suele ser educativa. No repercute en la mejora del
proceso. La evaluación se cierra sobre sí misma, constituye un punto final.
Se habla de "calificación final". Cuando es justamente un momento más en el momento de la
mejora. No se debe confundir control con evaluación, aunque las dos funciones pueden ser
necesarias. El poder sancionador de la evaluación no constituye su esencia más rica, más dinámica.
Cuando los profesores se niegan e explicar a sus alumnos (o se muestran reticentes a hacerlo, por
pensar que se trata una pérdida de tiempo) de dónde proceden las calificaciones que les han
atribuido, están desaprovechando un buen elemento de aprendizaje.
Disparar con los ojos vendados sobre una diana sin saber dónde se ha producido el impacto, hace
imposible la mejora de la puntería en ensayos posteriores. Solamente conociendo el resultado se
puede mejorar en próximos disparos. Pero, no solamente será preciso conocer y analizar lo que ha
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sucedido, sino planificar los nuevos procesos en función de aquello que se ha descubierto como
fracaso o acierto.
Ese efecto retroalimentador se suele perder en las evaluaciones educativas. Y así, la evaluación que
suponen las memorias finales de los centros, en nada ilumina el nuevo proyecto en el curso
siguiente. Los puentes de la eficacia están volados por la falta de análisis, la inercia inveterada y la
despreocupación de muchos profesionales.
El mundo educativo está lleno de situaciones en las que no se aprovecha esta riqueza potencial que
lleva en su interior el proceso evaluador. Los profesores/alumnos repiten los mismos errores casi
con obstinación, los cursos que finalizan una especialidad en nada benefician con el análisis de su
historia a los cursos siguientes. los centros no aprenden de la reflexión rigurosa sobre su
experiencia...
"La evaluación es el proceso de diseñar, obtener y proporcionar información útil para
juzgar alternativas de decisión", dice Stuffelbeam (1971). Según este planteamiento,
cuando la información no repercute en la toma de decisiones, perdería su misma
esencia.
La nueva decisión, al ser puesta en práctica, deberá ser también evaluada. Este proceso dinámico,
abierto, facilita el cambio y posibilita la mejora.
16. Se evalúa para conservar
Hemos apuntado ya que la evaluación suele cerrarse sobre sí misma, limitándose a desarrollar una
función sancionadora. En este sentido, no impulsa el cambio.
Pero, hay algo más grave, escondido en la patología de su funcionalidad. La utilización de la misma
para justificar el statu quo del profesor, de la dirección del centro, de la Administración Escolar.
Si los malos resultados o el mal funcionamiento del proceso se pueden atribuir libremente
(arbitrariamente) a quien se quiera, con la apariencia de la objetividad, del rigor científico y del
argumento de autoridad del que maneja la evaluación, el Interesado en no cambiar" que, a la postre,
tiene en su poder la interpretación de la evaluación, podrá mantener tranquilamente los mismos
planteamientos.
Y los cambios introducidos afectarán a las capas y esferas menos comprometedoras, más
superficiales o más económicas a la hora de realizar el diagnóstico de la innovación y la estrategia y
la temporalización de la misma.
Lo cierto es que se evalúa constantemente en la escuela, pero se cambia muy poco.
17. Se evalúa unidireccionalmente
La evaluación tiene sentido "descendente". El Ministerio “evalúa" a los inspectores, los inspectores
"evalúan" a los directores escolares, los directores escolares "evalúan" a los profesores, los
profesores "evalúan" a los alumnos. Si bien es cierto que en la parte más baja es donde se nota el
peso de esa función.
No se produce una evaluación en sentido "ascendente". Ni, desde luego, en sentido horizontal.
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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Un modelo de evaluación democrático supone que los interesados manejan la evaluación. Deciden
sobre ella. Y ellos son los que dicen lo que piensa, los que analizan lo que hacen.
“Para conocer la realidad de sus significados relevantes hay que sumergirse en el cur-
so real y vivo de los acontecimientos y conocer las interpretaciones diversas que hacen
de las mismas aquellos que las viven " (Pérez Gómez, 1983a).
Sólo la evaluación democrática puede propiciar un cambio en profundidad. Esta evaluación,
solicitada o emprendida por la comunidad en cuestión, revierte sobre ella en informes rigurosos,
claros y significativos.
No es que la evaluación democrática pueda prescindir de los expertos. Pero no son éstos los que
pueden atribuir significado de espaldas al mundo de los protagonistas. Y no son los expertos los que
tienen el poder de la evaluación. Los expertos tienen la técnica, pero no las claves de la
interpretación ni los resortes del poder pedagógico.
En la evaluación externa sólo la participación directa de los protagonistas podrá dar fiabilidad y
validez a la lectura de los signos, a su metalectura posterior y a su utilización para el cambio.
Los que desean conocer el resultado de la evaluación y los que la llevan a cabo son integrantes de
un proceso. También por eso la evaluación debe ser democrática (McDonald, 1976).
18. No se evalúa desde fuera
Una experiencia educativa necesita la evaluación externa para poder realizar una mejora sustantiva.
No hacerlo así significa cerrar el horizonte valorativo y arriesgarse a la miopía y a la deformación
óptica del que mira algo que está sobre sus mismos ojos.
Cerrar el círculo de la planificación de objetivos, métodos, evaluación, desde la exclusiva mirada del
protagonista del proceso entraña el riesgo de quedarse atrapado en la propia limitación.
El evaluador externo goza de un punto de vista privilegiado, en cuanto tiene:
Una distancia afectiva de la dinámica y del resultado.
Unos criterios de independencia respecto al resultado.
Unos puntos de referencia más amplios y complejos.
Una mayor disponibilidad en el tiempo y la dedicación.
Esto no quiere decir que se pueda prescindir de los protagonistas de la experiencia, como
apuntábamos más arriba. Tanto es así, que dentro de la metodología etnográfica de la evaluación es
aconsejable la aportación de observador participante.
No decimos que el evaluador externo tenga que ser aséptico o ejercer una neutralidad que ni es
posible ni siquiera deseable. El evaluador no solamente mira, sino que busca.
Y para ello ha de interpretar. Y la interpretación necesita unos códigos estructurados en los ejes de
una sólida teoría.
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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19. No se hace autoevaluación
La autoevaluación es un proceso de autocrítica que genera unos hábitos enriquecedores de
reflexión sobre la propia realidad.
Dice Popper que realizamos más progresos al reflexionar sobre nuestros errores que al descansar
en nuestras virtudes.
John Elliott plantea la autoevaluación de los centros como una tarea de investigación en la acción
(1986).
Las técnicas de diseño, de explotación y, de interpretación y utilización de esas autoevaluaciones
han de ser conocidas, asumidas y llevadas a término por los miembros de la comunidad escolar.
¿Tendría sentido un proyecto de evaluación que no fuese deseado, aceptado y conocido por los
protagonistas de la experiencia?
Muchas de las reticencias, de los miedos y de los conflictos que provoca una evaluación externa
impuesta desaparecen, ipso facto, en el proceso de evaluación.
También los alumnos pueden/deben practicar estos procesos autoevaluadores. El profesor debe
poner en sus manos los instrumentos precisos para ello. Y ha de negociar con ellos el reparto de las
cotas de decisión que lleva consigo la evaluación.
No es aceptable la práctica del juego autoevaluador, en la cual el alumno hace reflexiones y análisis
sobre su aprendizaje, pero no puede materializar el resultado en una parcela de las calificaciones.
El profesor suele actuar con muchas reticencias en este sentido, suponiendo que el alumno no se
calificará con criterios justos, por falta de objetividad o por carencia de referencias exteriores que le
sirvan de contraste.
Contaré una experiencia reveladora al respecto. En un claustro de profesores de un centro escolar
oí cómo los profesores se resistían a practicar la autoevaluación con sus alumnos por considerar
que eran "demasiado pequeños, que no tenían capacidad para ello". Ese mismo día, en un
departamento universitario, otros profesores argumentaban que Ia autoevaluaci6n de los alumnos no
era posible en el ámbito universitario porque no tenían experiencia de haberla practicado en centros
de niveles inferiores".
Cuando los profesores utilizan estas excusas, no están en condiciones de realizar esa experiencia.
Del mismo modo que cuando dicen que el número de alumnos o las condiciones de trabajo y de
tiempo les obligan a realizar una evaluación superficial y masiva, no podemos afirmar con seguridad
que con menor número y mejores condiciones harían las cosas de otro modo.
20. Se evalúa "distemporalmente"
Entiéndase aquí el prefijo en su acepción griega (dis=mal), a sabiendas de que la palabra
compuesta no debería utilizarse.
Cuando se habla de "evaluación continua" se quiere decir algo que casi nunca se hace. Más bien,
ha tenido el efecto contrario, como apuntábamos anteriormente. El deseo de eliminar una mala
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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forma de evaluar (anecdótica, memorística, superficial...) llevó a multiplicar las veces en que esto se
hacía.
Porque el núcleo de] concepto está más en el cómo que en el cuándo, más en el fondo que en la
forma. El concepto exigía una actitud distinta, unos métodos diferentes, un enfoque nuevo. Pero no
hacer mucho más controles del mismo tipo que los que se hacían.
No se hace, pues, una buena evaluación sincrónica respecto al proceso de aprendizaje o, más
ampliamente, de educación.
Pero tampoco se hace una adecuada evaluación diacrónica. Entendemos por "evaluación
diacrónica" aquella que se realiza a través del tiempo, con una perspectiva temporal que ofrezca
nuevos elementos de referencia.
Veamos un ejemplo relativo a la evaluación de centros escolares. ¿Cómo evalúan los ex-alumnos de
un centro su experiencia educativa una vez transcurridos uno, dos, tres, cinco años? El "antiguo
alumno" tendrá unos elementos de comprobación/constatación que no tiene el individuo que está
inmerso en la experiencia. Sabe si "aquello" sirvió para algo, si le permitió enfrentarse a los
problemas...
Además de estas ventajas, se encierra la de una independencia más clara, más firme, más abierta.
Ahora puede opinar sin ningún tipo de reticencias.
En este grupo que llamamos ex-alumnos de un centro habrá que integrar a los que lo abandonaron y
a los que -de una u otra forma- se les instó a cambiar de centro o a quedarse en la calle.
21. No se hace paraevaluación
La evaluación a la que aquí nos referimos se ciñe a cuestiones que van más allá de la simple
comprobación.
Veámoslo con algunos ejemplos. Un evaluador externo analiza la eficacia de una institución militar
en la formación de sus alumnos. Y puede llegar a la comprobación de que realmente existe un buen
planteamiento en los métodos que intentan lograr esos objetivos. Realmente se ha conseguido.
Supongamos que esos objetivos "no son deseables", que esos métodos utilizados "no son éticos" y
que esos logros “son contraproducentes para la formación de la persona". ¿Termina la función
evaluadora con el informe de que el funcionamiento es bueno porque se está desarrollando el
programa de forma eficaz?
Un sistema educativo de un país totalitario incluye entre sus objetivos la formación de los profesores
y de los alumnos en la filosofía y en el proselitismo sectario. Y el análisis del funcionamiento del
sistema permite al evaluador comprobar que se están consiguiendo esos objetivos de forma rápida,
eficaz y profunda. ¿Termina su tarea al realizar un informe en el que se describa y analice la eficacia
del sistema?
Entendemos que no. De alguna manera Scriven (1973) se refiere a esta cuestión cuando diferencia
la evaluación de la estimación del logro de los objetivos.
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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Nosotros pensamos que la "paraevaluación" (para = junto a, al lado) supone un análisis de
contenidos y un juicio de valor que va más allá de la simple descripción y análisis de la coherencia
del programa y de la eficacia del mismo.
22. No se hace metaevaluación
El proceso de evaluación es tan complejo que ha de ser necesariamente evaluado para poder
atribuirle un valor.
En cualquiera de sus vertientes puede encerrar numerosas trampas, numerosos riesgos, numerosas
deficiencias. Por eso se hace imprescindible establecer criterios que permitan evaluar los
mecanismos de evaluación.
No solamente para analizar el rigor del proceso, sino para ver cómo esa función condiciona lo que
se estaba haciendo. Ahora, la evaluación de un programa se convierte en otro elemento que ha de
ser evaluado porque está actuando corno una variable poderosa que puede distorsionarlo o
modificarlo sustancialmente.
En esta vuelta de tornillo, vuelven a aparecer todos los componentes de la evaluación con un nuevo
nivel de cornplejidad: quién metaevalúa, para quién, por qué, cuándo, con qué instrumentos, qué, de
qué modo...
Un proceso riguroso de metaevaluaci6n no sólo permitirá valorar de manera rigurosa los resultados,
sino que permitirá tomar decisiones eficaces para mejorar el planteamiento, la dinámica y los
modelos de evaluación.
LA EVALUACIÓN: UN PROCESO DE DIÁLOGO, COMPRENSIÓN Y MEJORA
La naturaleza de la evaluación.
Un proceso de diálogo, comprensión y mejora.
La evaluación como diálogo.
La evaluación como comprensión.
La evaluación como mejora.
La viabilidad de la evaluación.
La naturaleza de la evaluación
La evaluación educativa es un fenómeno habitualmente circunscrito al aula, referido a los alumnos y
limitado al control de los conocimientos adquiridos a través de pruebas de diverso tipo. En otro lugar
(Santos Guerra, 1988) planteé algunas cuestiones sobre la patología de la evaluación educativa,
haciendo patentes los problemas de las limitaciones, las desviaciones y las manipulaciones de las
que puede ser objeto. Planteada de forma negativa, realizada en malas condiciones y utilizada de
forma jerárquica, la evaluación permite saber pocas cosas de cómo se produce el aprendizaje y
pocas veces sirve para mejorar la práctica de los profesores y, desde luego, el contexto y el
funcionamiento de las escuelas.
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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Aquí me voy a referir a la evaluación de programas educativos, no necesariamente circunscritos al
marco de la escuela. La educación tiene innumerables contextos y se desarrolla intencionalmente en
muchos ámbitos. La evaluación de la que hablo se interroga por el valor educativo de los programas
y se plantea como un medio de entenderlos y de mejorarlos.
La evaluación es una parte integrante de los proyectos, no algo añadido al final de los mismos, como
un complemento o un adorno que se pondrá en funcionamiento si queda tiempo y si se tiene a bien.
Se pregunta por el valor de los programas y de las acciones. Es, pues, sustancial al hecho mismo de
poner en marcha una experiencia. Porque si se diseña, planifica y pone en funcionamiento será im-
prescindible conocer qué es lo que se consigue por el hecho mismo de poner la iniciativa en acción,
por qué esa y no otra, por qué de ese modo y para esos fines. La evaluación producirá diálogo,
comprensión y mejora de los programas que se pongan al servicio de los usuarios. No por el hecho
mismo de que estén funcionando son buenos, no porque hayan sido implantados con la mejor
intención producen los mejores efectos.
Hablaré aquí de la evaluación de experiencias o de programas. Pero sólo de un tipo de evaluación,
no de la evaluación en general ni de otros modelos o concepciones. Digo esto porque la confusión
semántica que se esconde bajo el concepto aparentemente unívoco de evaluación es muy grande.
Se habla de evaluación refiriéndose a procesos de carácter comparativo aplicados a mediciones de
resultados, se Dama evaluación a fenómenos de rendimiento de cuentas impuestos por la autoridad,
se denomina evaluación al análisis diagnóstico realizado mediante instrumentos que permiten
cuantificar los datos, se habla de evaluación cuando se realiza la comprobación del aprendizaje de
los alumnos... Plantearé aquí algunas cuestiones sobre un determinado tipo de evaluación. No es
que sean inaceptables otros enfoques o métodos, sino que he preferido cerrar el arco conceptual
para saber a qué me estoy refiriendo. Hablaré de una evaluación que tiene las siguientes
características:
Independiente y por ello comprometida. Cuando digo independiente, me refiero a una evaluación
que no está sometida, sojuzgada, vendida o simplemente alquilada por el poder, el dinero o la
tecnología. Y hablo de una evaluación no aséptica, no neutral, sino comprometida con unos
principios, con unos valores. El educador debe ser imparcial, pero no significa que sea aséptico. Una
postura desinteresada, no comprometida, distanciada del mundo cotidiano y de sus valores es
"moralmente deficiente" (House, 1990).
Cualitativa y no meramente cuantificable. Porque los procesos que analiza, cuando se trata de
programas educativos, son enormemente complejos y la reducción a números suele simplificar y
desvirtuar la parte más sustantiva de los mismos.
Práctica y no meramente especulativa. Quiero decir que la evaluación de la que voy a hablar no
tiene por finalidad producir conocimiento académico, realizar informes para publicaciones
especializadas y ni siquiera elaborar un conocimiento teórico sobre las experiencias. Tiene por
finalidad la mejora de programas a través de su comprensión, a través del conocimiento de su
naturaleza, funcionamiento y resultados.
Democrática y no autocrática. La evaluación de la que hablo se pone al servicio de los usuarios, no
del poder. Porque la evaluación, cuando se utiliza torcidamente, produce efectos muy negativos. Los
evaluadores se ponen al servicio del poder o del dinero. Y, a través de la evaluación, se consigue
cortar un programa porque no es rentable políticamente o porque no favorece de forma clara a los
más pudientes o porque produce lateralmente molestias o críticas para el poder. En este caso, sería
deseable no poner en marcha las evaluaciones. Conseguir publicidad o control, alcanzar una mejora
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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de programas exclusivamente destinados a los más favorecidos, poner la evaluación al servicio de la
injusticia, hace de la evaluación un instrumento y un proceso de perversión.
Procesual, no meramente final. La evaluación que propongo se realiza durante el proceso y no una
vez terminado el programa. Porque es durante el mismo cuando se puede conocer lo que en él
sucede. Y porque durante su desarrollo se puede modificar y mejorar. Realizada al final del mismo,
como una apostilla, como un apéndice, pierde la capacidad de generar comprensión de lo que
realmente va sucediendo. Y aunque al final se realice todo el proceso, la perspectiva está adulterada
por el gradiente de la meta.
Participativa, no mecanicista. La evaluación de la que hablo da voz a los participantes, no se realiza
a través de pruebas externas y de análisis ajenos a la opinión de los protagonistas. Son ellos los que
emiten su valoración sobre el programa, aunque no sea ésta la única voz y la única perspectiva que
se tiene en cuenta.
Colegiada, no individualista. Es un tipo de evaluación que asume un equipo y no sólo un individuo.
No porque la que se realiza bajo la responsabilidad única de una persona sea deficiente sino porque
la realizada por un equipo goza del aval del contraste, de la pluralidad de los enfoques, de una
mayor garantía de rigor, de una diversificación estratégica de acceso y actuación.
Externa, aunque de iniciativa interna. Es decir, son los propios participantes y usuarios los que la
demandan. Y para realizarla requieren la colaboración exterior, por considerar que desde fuera
puede tomarse una perspectiva complementaria y puede trabajarse en unas condiciones favorables
para conseguir una información veraz.
Cuando no se dispone de evaluadores externos, puede realizarse una autoevaluaci6n que esté
asentada sobre los pilares ideológicos y metodológicos que aquí se platean.
Hablaré de la evaluación no como de una tasación o de una comparación o de un proceso de
rendimiento de cuentas sino de la evaluación como un proceso de indagación sobre el valor
educativo de un programa, de su importancia, exigencias y significados. Para evaluar hay que
comprender, dice taxativamente Stenhouse (1984). No hay que olvidar que lo más importante no es
el hecho de realizar la evaluación, ni siquiera el modo de hacerlo, sino al servicio de quién se pone.
La evaluación puede ser utilizada de forma negativa o inutilizada a través de interpretaciones
caprichosas e interesadas. Se puede atribuir la valoración de los protagonistas a su falta de buen
criterio o de exigencia, se puede achacar la mala opinión a deseos malévolos de perjudicar a los
responsables... Esta interpretación que preside et uso de la evaluación no siempre puede estar
controlada por el evaluador, sino que, en parte, es responsabilidad del patrocinador o destinatario de
los informes.
Existen diversos modos de hacer inútil o perjudicial una evaluación, incluso una evaluación que ha
sido solicitada por los protagonistas de un programa:
a) Esperar que los resultados de la evaluación sean elogiosos para los responsables de un
programa que demandan voluntariamente una evaluación. No es fácil que, sobre todo en los
momentos iniciales, el informe resulte asimilable en si-is vertientes críticas.
b) Atribuir las informaciones y las explicaciones poco gratas a la subjetividad -del evaluador o a
la naturaleza cualitativa de la evaluación.
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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c) Demandar de la evaluación los juicios de valor que permitan saber a los destinatarios y
responsables del programa qué es lo que está bien o lo que está mal hecho.
d) Exigir a los evaluadores; las orientaciones precisas para la mejora del programa, las
instrucciones concretas que provoquen un cambio o las soluciones a los problemas o conflictos
existentes.
e) Poner los resultados de la evaluación al servicio de intereses (políticos, económicos,
personales...), encontrando en los evaluadores una excelente excusa para tomar decisiones
sin el compromiso de su justificacíón auténtica.
f) Utilizar la evaluación como un arma arrojadiza contra quienes piensan o actúan de forma
distinta o contraria, principalmente en el caso de que existan grupos enfrentados en el seno del
grupo que desarrolla el programa.
El evaluador puede poner algunos medios para aminorar los peligros del abuso de la evaluación.
En parte en beneficio de los usuarios de los programas, en parte por el interés de la misma
evaluación como un proceso potencialmente rico que puede ser desvirtuado por su mal uso. Uno de
los modos de establecer esa garantía es hacer entrega resumida del informe a los usuarios, de tal
modo que el patrocinador de la evaluación no pueda utilizarla impunemente en su provecho. Hacer
públicos los informes es un modo de garantizar la democratización de la evaluación. El evaluador
evitará de esta manera el ser utilizado al servicio de intereses bastardos. De no tomar estas
precauciones, el patrocinador podrá usar los servicios profesionales del evaluador, para justificar
decisiones que de otro modo no se atrevería a tomar o para hacerse publicidad manipulando los
contenidos de la evaluación. La servidumbre de los evaluadores hacia el poder que encarga o paga
la evaluación es uno de los riesgos más graves de ese tipo de evaluación. Si va a ser utilizado en
beneficio del dinero, del poder o de la justicia, sería mejor que no se hiciese.
Un proceso de diálogo, comprensión y mejora
Algunas de estas ideas han sido expuestas anteriormente en un trabajo conjunto (Angulo y otros,
1991) que es obligado citar aquí, La metáfora del triángulo, parcial y discutible como toda metáfora,
nos sirve para reseñar las conexiones que el proceso de evaluación, a mi juicio, debe mantener. La
evaluación supone una plataforma de diálogo entre los evaluadores y los evaluados, entre diversos
estamentos de los evaluados, entre los evaluadores y las diversas audiencias, entre éstas y los
evaluados, etc. Pero el diálogo tiene una doble finalidad: trata por una parte, de generar
comprensión del programa y, por otra, de mejorar la calidad del mismo.
La conexión entre las tres dimensiones, que se realiza en diferentes direcciones y sentidos, potencia
cada una de las vertientes que aquí aislamos para facilitar el análisis. No son, pues, tres
compartimentos estancos y diacrónicamente secuenciados sino partes de un mismo proceso que
sólo para el análisis diferenciamos y aislamos. Mientras se realiza el diálogo, y porque se realiza, se
produce la comprensión. Cuando se produce la comprensión es más fácil y enriquecedor el diálogo.
El diálogo fecundo es una parte de la mejora del programa...
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
20
La evaluación como diálogo
El juicio de valor que la evaluación realiza se basa y se nutre del diálogo, la discusión y la reflexión
compartida de todos los que están implicados directa o indirectamente en la actividad evaluada. El
diálogo ha de realizarse en condiciones que garanticen la libertad de opinión, que se cimenta en la
garantía del anonimato de los informantes y en la seguridad de que la información va a ser tenida en
cuenta y utilizada convenientemente.
El diálogo se convierte así en el camino -por el que los distintos participantes en el proceso de
evaluación se mueven en busca de la verdad y del valor del programa. Desde la apertura, la
flexibilidad, la libertad y la actitud participativa que sustenta un diálogo de calidad se construye el
conocimiento sobre la realidad educativa evaluada.
La evaluación así entendida se basa en la concepción democrática de la acción social. Los
destinatarios del programa dan opinión y emiten juicios sobre el valor del mismo.
"Al dar la palabra y adaptar su metodología a la vida diaria de los programas, el
evaluador reconoce que su realidad está actualmente construida por los sujetos que en
ella participan, y que por lo tanto, ellos mismos pueden cambiar críticamente sus
condiciones de vida actuales" (Angulo, 1988).
Ni la verdad ni la valoración correcta están en posesión de personas o grupos privilegiados. Ni de los
evaluadores, ni de los implicados en el programa, ni de los usuarios del mismo ni, por supuesto, de
los patrocinadores de la evaluación. Es precisamente la conjunción de todas estas perspectivas y
opiniones lo que permite profundizar y extender el conocimiento sobre el valor del programa.
Los evaluadores no juzgan el programa ni, mucho menos, a los responsables del mismo. Facilitan, a
través de los datos recogidos, de su interpretación y valoración, que sean los propios participantes
los que emitan un juicio de valor más fundamentado y significativo. La evaluación, a través del
diálogo que genera entre todos los participantes, se hace preguntas sobre, al menos, los siguientes
aspectos:
a) El sentido y el valor de las realidades que son objeto de la evaluación. Obviamente, no
existe una exclusiva visión sobre lo que es valioso desde el punto de vista educativo. De ahí la
conveniencia de alimentar el diálogo sobre la cuestión.
b) El modo de recoger las evidencias que permiten desarrollar la comprensión. Como los
datos extraídos de la realidad son la fuente de la valoración, es preciso analizar si los
manantiales que dan agua a esa fuente están contaminados. De datos recogidos de forma
parcial, defectuosa, arbitraria, superficial o tendenciosa, no pueden surgir análisis rigurosos.
La finalidad del trabajo de los evaluadores es orientar la selección de informaciones y puntos de
vista que permiten a los interesados ampliar y matizar la comprensión y la reflexión, dialogar con
ellos, a través de la negociación inicial, de las negociaciones posteriores, de las entrevistas
exploratorias y de la discusión de informes, y propiciar la interrogaci6n sobre lo que ha de mejorarse
a la luz de lo que se ha descubierto. Así pues, el diálogo se alimenta desde niveles estratégicos del
proceso:
a) En la negociación inicial que se pregunta por el sentido de la evaluación, por la
naturaleza de sus fines, por los focos del análisis, por los métodos de exploración, por los
procesos de discusión, por las condiciones éticas...
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
21
b) En la exploración que tiene lugar a través de conversaciones informales y de entrevistas
formalizadas que facilitan y potencian el intercambio y la opinión. Hacer preguntas es un modo
de avivar el diálogo.
c) En la negociación de informes que da lugar a la valoración de los puntos de vista sobre el
programa y sobre los métodos que han facilitado la realización de esos juicios.
El diálogo se potencia discutiendo los criterios del valor de las acciones educativas, de los resultados
que se alcanzan, tanto de los pretendidos como de los secundarios, de la proporción o
desproporción de los esfuerzos realizados, del tipo y amplitud del grupo al que va destinado el
programa, del análisis de las condiciones en que ese programa se desarrolla...
El diálogo se aviva explicitando los criterios éticos de la evaluación. Con la aplicación de esos
criterios se pretende asegurar el ejercicio democrático de la evaluación y de sus resultados,
mantener un equilibrio entre el derecho a la privacidad de las acciones y de las informaciones y la
necesidad de conocimiento y responsabilidad social, mantener el nivel de justicia democrática en la
actividad evaluada.
Los evaluadores han de hacer viable el diálogo desde actitudes abiertas, sencillas, tolerantes y
comprensivas. Asimismo, han de buscar las condiciones (tiempo, espacio, explicaciones,
garantías...) en que ese diálogo pueda desarrollarse adecuadamente y han de cumplir unos
requisitos éticos que garanticen el respeto a las personas, los intereses sociales y el cumplimiento
de las obligaciones asumidas en el marco de la negociación.
Como animadores del diálogo entre destinatarios del programa y entre éstos y los propios
evaluadores, éstos han de mostrarse hábiles en la formulación de preguntas, atentos a la captación
de las respuestas e inteligentes en la interpretación de la información recibida. Información que no
llega solamente a través de los contenidos verbales sino de otras muchas fuentes: la forma de llegar
a la entrevista, el papel que desempeña una persona en el desarrollo del programa, el trato que
mantiene con él evaluador, el modo de expresarse...
Algunas situaciones de diálogo están formalizadas y se registran de forma inmediata a través de
grabaciones magnetofónicas o de registros manuales, pero otras tienen un carácter informal y
permiten recabar una información más espontánea aunque más desestructurada. No se debe pres-
cindir de ese tipo de comunicación que brinda valoraciones probablemente menos teñidas por el
recelo y menos encorsetadas por la disciplina de lo formal. .
Son múltiples las plataformas en las que se establece el diálogo y numerosos los niveles en los que
tiene lugar y se desarrolla:
a) Entre evaluadores y evaluados, que permanecen en un continuo diálogo a través de las
entrevistas, de la discusión de los informes, de la interpelación que ambos hacen a la
realidad...
b) Entre los diferentes evaluados, que pueden contrastar sus opiniones a través del evaluador
o directamente entre sí. Es fácil que la evaluación dé lugar a conversaciones sobre el programa
y sobre la forma en que está siendo evaluado.
c) Entre la sociedad y las instancias educativas cuando se difunden los informes de la
evaluación. El informe, una vez publicado, se convierte en una palestra sobre la que se discute
acerca del valor de los programas educativos.
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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En efecto, la discusión de informes constituye una plataforma para el diálogo. De ahí que sea
preciso rechazar cualquier tipo de imposición para mantenerlos secretos o para hurtar una parte de
la información. La publicidad de los informes conduce a un conocimiento más documentado y menos
demagógico. Da pie a que se hable del valor educativo de los programas no desde la arbitrariedad y
el interés sino desde el rigor de los datos. La sociedad tiene derecho a conocer el valor educativo de
las instituciones y de los programas, sobre todo cuando se realizan con fondos públicos, Aceptar y
alentar informes privados, secretos o sesgados favorece el engaño, el beneficio privado y la
arbitrariedad autoritaria.
Es preciso convertir la evaluación y los informes en estructuras sociales de participación y de
relación. Un informe no es una conclusión inapelable y taxativa sino un cauce para generar procesos
y dinámicas sociales. Los evaluadores, a través de los informes, introducen procesos y demandas
democráticas de conocimiento y reflexión.
La evaluación como comprensión
La evaluación pretende alcanzar un nivel de comprensión sobre el funcionamiento del programa en
su contexto, sobre su racionalidad y su sentido educativo, sobre las intenciones educativas que lo
han puesto en marcha y sobre los efectos que esté generando.
"Los participantes en el programa actúan de forma razonable según sus circunstancias y
oportunidades. La tarea de una evaluación es iluminar el raciocinio que dirige el desarrollo
de un programa y su evolución, identificar factores históricos y contextuales que lo in-
fluencian y facilitar el examen crítico de estos aspectos dentro y fuera de la comunidad
sobre la cual actúa el programa" (Kemmis, 1986).
La evaluación está guiada por el impulso de la comprensi6n. Se plantea como finalidad entender por
qué las cosas han llegado a ser como son. Lo cual hace necesario saber cómo son realmente.
"Las verdades que hay que decir acerca de los programas educativos son verdades
sociales... Las pretensiones sobre el programa son defendidas y discutidas en un
proceso de debate crítico. Lo que se consideran 'verdades' acerca del programa
dependerá de la calidad del debate. El debate racional consiste en dar razones y
defender razonamientos con información y argumentos.
Una evaluación puede aportar una contribución substancial a este proceso de crítica. Puede reunir
información relevante para el programa, sus objetivos y aspiraciones, y puede someterla a un
examen profundo. Puede obtener, articular y compartir la comprensión de por qué el proceso es
como es por referencia a los objetivos de quienes en él participan, los condicionamientos
circunstanciales y las oportunidades disponibles, y reflexionar sobre esta comprensión a la luz del
contexto más amplío de la experiencia del programa como un todo" (Kemmis, 1986).
La comprensión puede estar referida a diferentes aspectos del programa:
1. Pretensiones educativas. Quién las pone en marcha y por qué. Qué finalidades ocultas o
manifiestas de otro tipo están vinculadas a las directamente educativas.
2. Necesidad. No sólo considerada en sí misma, sino en contraste con otras posibles
necesidades de la sociedad.
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
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3. Destinatarios. A quiénes va dirigido y qué modos existen de acceder a él. Tanto en lo que
respecta a la información como a los canales por los que se accede a él.
4. Procesos que pone en marcha. Qué tipo de actividades contiene y qué actitudes,
conocimientos o destrezas desarrolla en los destinatarios.
5. Resultados durante el mismo programa. Qué es lo que el desarrollo del programa está
consiguiendo en los destinatarios, en los responsables o, de forma indirecta, en otras personas.
6. Resultados a largo plazo. Aunque durante el desarrollo del programa estos efectos no puedan
verse, habrá que pensar en lo que sucederá a largo plazo con ese planteamiento.
7. Efectos secundarios. Qué- repercusiones de carácter no buscado está produciendo el
programa, tanto en los participantes como en otras personas, quizá potenciales usuarios del mismo.
8. Rentabilidad de los costes. Hay que preguntarse por la proporción entre el esfuerzo y el costo
del programa y su rentabilidad, ya que los recursos son limitados.
9. Rentabilidad social. El beneficio del programa, desde el punto de vista democrático, no ha de
verse solamente en los actuales destinatarios sino en las posibilidades de beneficio en cascada.
10. Relación oferta-demanda. Es interesante saber qué tipo de ofertas se realizan y por parte de
quién en la organización de programas, y quiénes y por qué demandan ese tipo de acciones
educativas.
11. Continuidad en el futuro. Qué tipo de desarrollo posterior tiene el programa, qué posibilidades
de continuidad y de profundización encierra en el futuro.
12. Contexto sincrónico y diacrónico. El programa se realiza en un lugar y un momento
determinados, con unos medios concretos. Y tiene una historia que permite comprender cómo son
las cosas en él actualmente.
La respuesta a estas cuestiones dependerá del punto de vista y del cuadro de valores desde el que
se parta. (Me refiero ahora al evaluador.) La respuesta de los participantes dependerá también de su
particular visión y, en ocasiones, de los intereses que están en juego dentro del programa. En el
desarrollo de la evaluación es posible encontrar participantes:
a) Sin opinión definida respecto a algunas cuestiones o todo el programa, sea porque no
disponen de datos suficientes, sea porque se contraponen los elementos de juicio.
b) Detractores del programa que buscan datos y desarrollan interpretaciones encaminadas a
la formulación de juicios negativos.
c) Defensores del valor del programa, unas veces de forma incondicional y poco reflexiva y
otras con el apoyo de argumentaciones sólidas y consistentes.
"Los evaluadores deben tener en cuenta las distintas perspectivas acerca de un
programa, los juicios de valor que se produzcan, su contexto y su historia. Entonces
estarán en posición de conglomerar y refinar las opiniones públicas y privadas por las
cuales se hace inteligible el programa y se determina definitivamente su valor La calidad
de la evaluación puede ser juzgada según la calidad de su contribución al debate crítico,
informándolo y mejorándolo" (Kemmis, 1986).
No se puede conseguir la comprensión profunda del valor educativo de un programa convirtiendo las
complejidades naturales del mismo en simplificaciones que no sólo la empobrecen sino que la
distorsionan con la excusa de que simplificando es más fácil establecer conclusiones o emitir juicios.
La simplificación hace que la valoración sea más fácil pero también más injusta y más errónea.
No puede alcanzarse la comprensión a través de la simplificación de los números o de las
estadísticas. La asignación de números a realidades tan complejas encierra el peligro de la
apariencia de cientificidad. Puesto que hay fórmulas, hay rigor. Puesto que hay mediciones, hay
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
24
objetividad. Puesto que hay cuantificación, hay claridad. Se pueden utilizar mediciones y
procedimientos estadísticos en la evaluación, se pueden aplicar cuestionarios que recojan infor-
mación cuantificable, pero todos sus resultados han de pasar por el tamiz del análisis, por el
contraste con otros modos de exploración, por la criba de las interpretaciones.
Para conseguir esa comprensión en profundidad es preciso utilizar instrumentos variados y sensibles
a la riqueza y complejidad estructural y diversidad de interrelaciones que se producen en la realidad
educativa. Es necesario trabajar con instrumentos capaces de captar las valoraciones, aspiraciones,
motivaciones, intereses, interpretaciones... de los protagonistas. No se consigue una información
idéntica a través de diferentes métodos. Unas veces porque los interesados deforman las
perspectivas movidos por el interés, por el papel que desempeñan en el programa o por cualquier
otra causa, otras veces porque la naturaleza misma del método de exploración condiciona la
información obtenida' No es lo mismo conseguir información a través de la entrevista a un
responsable de un programa que observar directamente el desarrollo de la acción.
En su excelente trabajo, Kemmis (1986) plantea la necesidad de solicitar la opinión de todos los que
tienen diferentes tipos de valores en un programa:
"Según el principio de la pluralidad del sistema de valores, los evaluadores deberán
conocer y tener en cuenta todos los sistemas dé valores en juego, ya que todos son
relevantes a la hora de emitir juicios sobre el programa”.
Esto exige la realización de exámenes cruzados de los diferentes métodos. Al contrastar la
información recibida a través de dos o más métodos, se depura la comprensión. Exige también el
contraste de las opiniones de diferentes usuarios, ya que las valoraciones que hacen de unos no
necesariamente coinciden con las que hacen de otros.
La búsqueda de la comprensión tiene como finalidad preguntarse por los procesos y los resultados
de los programas, tanto de los que tienen un carácter explicito como de los que tienen una condición
subrepticia, tanto de los directamente pretendidos como de los que aparecen de forma derivada o
secundaria, tanto de los relativos a cada uno de los destinatarios como de los de carácter general,
tanto de los relativos al conocimiento como a otras esferas del desarrollo personal y social.
La comprensión se realiza a través de un lenguaje accesible, no sólo para' los directamente
implicados sino para cualquier otro ciudadano interesado en la realidad que se evalúa. No facilitan la
comprensión ni el lenguaje tecnicista, ni la abundancia de fórmulas complejas, ni las conceptuali-
zaciones académicas que, por otra parte, suponen un nivel de codificación que cambia el registro de
las informaciones emitidas por los participantes.
La evaluación como mejora
La evaluación no se cierra sobre sí misma, sino que pretende una mejora no sólo de los resultados
sino de la racionalidad y de la justicia de las prácticas educativas. No se evalúa para estar
entretenidos evaluando, para decir que se está realizando una evaluación, para controlar los
programas, para hacer publicidad o para crear conocimientos... Fundamentalmente se hace la
evaluación para conseguir la mejora de los programas: del que está en curso y de otros que se
pongan en marcha.
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
25
"Si la evaluación educativa es una reflexión sistemática sobre la acción docente/dis-
cente y organizativo/funcional tiene que ser la base de las innovaciones que se introduz-
can" (Casanova, 1992).
La mejora puede consistir, pues, en diversos fenómenos referidos al programa:
a) Por una parte, tiene que ver con la introducción de innovaciones que, desde la
comprensión que se ha generado, se consideran positivas para la calidad.
b) La pregunta misma por la calidad se convierte en una mejora real. Es decir, que la
preocupación por conocer qué se entiende por mejora es ya un beneficio que enriquece el
programa.
c) La participación de los destinatarios en la valoración del programa lleva consigo un factor
educativo importante, con tal de que no se convierta en un simple entretenimiento. Aumentar la
participación de los destinatarios del programa en su desarrollo y valoración es, a mi juicio, un
modo de mejorarlo.
La mejora habría de ser definida, no tanto a través de unos parámetros establecidos a priori sino en
la propia dinámica de la acción contextualizada en la que aparece un fuerte juego de expectativas,
motivaciones, intereses, deseos, sentimientos y valores. De cualquier forma, habría que superar un
planteamiento simplista que sólo atiende a la valoración en la obtención de rendimientos terminales,
sobre todo cuando se miden a través de pruebas estandarizadas. No es fácil prescindir del resultado
final como uno de los ingredientes del éxito del programa. Pero hay que superar esa visión simplista.
Difícilmente podrá considerar un éxito el programa aquella persona que no supere las pruebas, si las
hubiere. Pero no bastaría, a mi juicio, superarlas para decir que el programa ha resultado positivo.
Consecuentemente, la mejora, no consistirá solamente en la consecución de mejores resultados
finales. Existen otras cuestiones sobre las que habrán de interrogarse quienes piensen en la mejora
de un programa:
La justicia de sus planteamientos desde el punto de vista social y educativo.
La racionalidad de sus prácticas en cuanto a los fines perseguidos y a los métodos elegidos
para su logro.
La bondad de las relaciones entre los organizadores y los participantes y las de éstos entre sí.
No todo cambio es, por el hecho de serlo, una mejora. Lo que sucede con la evaluación es que
permite descubrir, a través de la comprensión, en qué consiste la auténtica mejora de los
programas.
"La evaluación educativa es un proceso que, en parte, nos ayuda a determinar si lo
que hacemos en las escuelas contribuye a conseguir fines valiosos o si es antitético con
estos fines. Que hay diversidad de versiones de valor es indudablemente verdad. Éste es
uno de los factores que hace a la educación más compleja que la medicina... Esto hace de
la evaluación educativa una tarea difícil y compleja, sin embargo a fin de cuentas algunos
valores han de buscarse, algunos juicios deben ser formulados acerca de lo que se ha
ce o lo que ocurre. No tenemos otro modo de conocer si estamos educando o deseducan
do" (Eisner, 1985).
La evaluación facilita la mejora al preguntar por el valor educativo del programa, al facilitar la
comprensión de lo que sucede en el mismo, al provocar la reflexión y el debate de los implicados, al
urgir las respuestas sobre los posibles cambios.
MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO
26
La mejora de los programas puede tener un carácter inmediato o bien diferido. En el tiempo se
encuentra a veces un obstáculo cuando se buscan efectos rápidos que no pueden darse con
inmediatez o cuando se difieren tanto los informes de manera que ya no pueden aprovecharse para
la mejora del programa, ya que los protagonistas son diferentes o no es posible intervenir
adecuadamente.
"La alternativa metodológica que supone el estudio de caso en el campo de la evalua-
ción viene dada por la riqueza de posibilidades que presenta su capacidad de analizar la
realidad educativa en términos de su utilidad. Utilidad inmediata para -la acción
institucional y para la práctica docente, engarzada en la variedad de situaciones que
generan y en la diversidad de contextos con los que interactúan. Utilidad diferida en cuanto
a la progresiva sucesión de los mismos y su paulatina acumulación" (Breznes y Carretero,
1990).
Otra cosa son las estrategias que han de ponerse en marcha para conseguir esta mejora. Los
evaluadores no tienen, a mi juicio, la responsabilidad de poner en marcha esas estrategias, pero sí
se preocupan porque la evaluación no esté abocada a la esterilidad.
La evaluación facilita el perfeccionamiento de los profesionales, al hacer que, desde la
independencia de las preguntas y de los juicios externos, se interroguen, dialoguen y entiendan lo
que sucede con el programa.
La mejora se hace posible no sólo en el programa evaluado sino en otros de carácter similar que ya
están realizándose o que se preparen en el futuro. La transferibilidad permite atender diversos tipos
de cuestiones sobre la naturaleza y riqueza educativa en determinadas estrategias de intervención.
La conexión de la evaluación con la mejora puede potenciarse si existen unas condiciones
determinadas, a saber:
a) Si la iniciativa de realizar la evaluación es ampliamente democrática y no está solamente
promovida desde el exterior o por sólo una parte de los participantes en el programa.
b) Si el proceso de exploración ha sido intenso y ha permitido poner sobre el tapete
cuestiones importantes sobre el desarrollo y la valoración del mismo.
c) Si están sólidamente fundados los juicios que se expresan en la evaluación y
rigurosamente argumentadas las interpretaciones.
d) Si los evaluadores aportan sugerencias sobre la mejora y la viabilidad de las mismas, en
el buen entendido de que son los responsables del programa y los participantes en el mismo
quienes han de hacer efectivos los cambios.
La evaluación que propongo se siente comprometida no sólo con la mejora del programa sino con
la sociedad en general. No tiene una perspectiva neutral sino que toma partido por unos
determinados valores. Se interesa por aquellos que no son usuarios del programa y que ni siquiera
podrían serlo por su condición social, por carencia de medios o por ser víctimas de un caprichoso
reparto de los bienes públicos.

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Patología gral. de ev. s. guerra

  • 1. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 1 UCINF Magister en docencia universitaria Material de apoyo para curso: Evaluación de los aprendizajes PATOLOGÍA GENERAL DE LA EVALUACIÓN EDUCATIVA El desarrollo curricular, en cualquiera de sus niveles, está recorrido por un proceso evaluador de triple naturaleza: la evaluación diagnóstica, la evaluación procesal y la evaluación de término. En el buen entendido de que el proceso es circular, no meramente lineal, dinámico en su entraña. La toma de decisiones, inicial o de proceso, nace de una valoración precisa y de un análisis del planteamiento, de la acción, del contexto y condiciones de la misma y en su caso de los resultados. En el complejo mundo de la educación, por tantos motivos particular y cambiante, se realizan diversos procesos evaluadores del currículum, que están afectados de las patologías más diversas. Cada uno de los desórdenes que afectan a este proceso (en el marco de referencia macro curricular = sistema, mesocurricular=centro y microcurricular = aula) puede ser estudiado en sus signos, en sus síntomas y en su fisiopatología, es decir, en el mecanismo por el que se produce esa “enfermedad”. Hablamos de patología general porque nos interesa el estudio global que siente las bases de cualquier posterior subdivisión analítica. Podríamos hablar también, sensu strictu, de patología social (término introducido por la escuela organicista) de la evaluación, ya que se trata de desórdenes de procesos que afectan a grupos y a relaciones entre individuos. La evaluación (tanto la de carácter funcional como la investigadora) puede ser manejada para servir los intereses del evaluador, ya que éste puede llamar "evaluación" a la operación que desee, puede evaluar aquello que le interese, en las formas y momentos que determine, con los instrumentos que considere oportunos y -desde luego- para utilizarla en los fines que su particular interpretación acon- seje. El poder que dimana del proceso evaluador es tan grande que permite atribuir causalidades arbitrariamente, catalogar éticamente, justificar decisiones y clarificar realidades. La apariencia de rigor se convierte en una amenaza de perfiles contundentes. Los ribetes científicos disminuyen la capacidad de crítica y prestan un peligroso aval. Si entendemos/ practicamos la evaluación como un proceso difícilmente contestable en su concepción, en su desarrollo, en su utilización, difícilmente podrán ser discutidas las conclusiones: "este alumno ha suspendido", "este centro escolar es malo", "esta experiencia educativa es excelente", esta actividad tiene que desaparecer", "estas personas tienen que ser excluidas". Los criterios que se aplican para la evaluación no siempre se ajustan a patrones rigurosamente elaborados. Y así, una reforma puede considerarse "buena" porque aumenta el número de los conocimientos de los alumnos, un centro puede etiquetarse como "estupendo" porque aprueba la selectividad un porcentaje alto de alumnos presentados y un alumno es considerado "excelente" porque ha contestado correctamente a una prueba objetiva.
  • 2. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 2 Más aún, de una evaluación superficial pueden nacer explicaciones explícitas/implícitas que consagran una determinada realidad, estableciendo nexos causales gratuitos. “Este alumno suspende porque no estudia", "ese programa de renovación no funciona porque los profesores son incompetentes", "ese centro tiene eficacia educativa porque posee grandes instalaciones". La patología que afecta a la evaluación atañe a todas y cada una de sus vertientes: por qué se evalúa (y para qué), quién evalúa, cómo se evalúa, para quién se evalúa, cuándo se evalúa, qué se evalúa, a quién se evalúa, con qué criterios se evalúa, cómo se evalúa la misma evaluación, etc. Algunas patologías lo son en cuanto hipertrofian un aspecto o dimensión que, planteado en su justa medida, sería positivo. Valorar los conocimientos, por ejemplo, no es un error, pero sí lo puede ser el valorar exclusivamente, obsesivamente, los conocimientos, sin tener en cuenta su naturaleza, su importancia, su interés, su adecuación, su coordinación con otros conocimientos, etc. Otras patologías se deben a la atrofia de funciones que son consustanciales con un estado de salud educativa. No se desarrolla, por ejemplo, un tipo de evaluación democrática en la que tanto el proceso de evaluación como el manejo de la información resultante sean responsabilidad directa de los protagonistas de la experiencia educativa. Hay también carencias, disfunciones. La gravedad de la anomalía dependerá, en parte, de su misma naturaleza y, desde luego, de su intensidad. 1. Sólo se evalúa al alumno En este sentido sí es protagonista el alumno. Se le examina siguiendo una temporalización determinada. Se le dan los resultados, prácticamente inapelables y, en general, se le considera el único responsable de los mismos. No parece concebirse el currículum sin la evaluación del alumno, pero sí sin la evaluación genérica de aquél. Los argumentos -cargados de lógica- que se utilizan para avalar la ineludible necesidad de la evaluación del alumno no se aplican a otros elementos del currículum. A cada alumno se le asigna en el expediente un valor numérico (al menos, cuantificado) que parece ser de su exclusiva responsabilidad. La calificación del alumno -para muchos padres, profesores y para los mismos alumnos- es el resultado de su capacidad y su falta o derroche de esfuerzos. En el caso de fracasar, será él quién deberá pagar las "consecuencias". Sólo él deberá cambiar. Lo demás podrá seguir como estaba. La evaluación se convierte así en un proceso conservador. La distinción socorrida de evaluación suficiente y evaluación satisfactoria viene a poner de manifiesto otro flanco de la patología. Porque se utiliza como criterio referencial fáctico la consecución de unos conocimientos mínimos (será el profesor quien lo compruebe según sus particulares criterios), estableciendo en la gama de puntuaciones una comparación con el resto de los escolares a todas luces discutible. ¿Qué es lo que se ha comparado para colocar a los individuos en la escalera de suspensos/aprobados/notables/sobresalientes/matrículas...? No se sabe si se comparan las capacidades de los sujetos, los esfuerzos realizados, los conocimientos adquiridos.... o la suerte de la que han gozado. Lo cierto es que la etiquetación que nace de la evaluación educativa figura
  • 3. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 3 estampada en impresos, debidamente rubricada por la autoridad académica y refrendada por los sellos oficiales. Este ejercicio enmascara una injusticia grande, no sólo por la arbitrariedad de asignación, por el capricho atributivo (agravado por la apariencia de rigor científico), sino por la desigualdad radical de condiciones naturales y contextuales. Partir de situaciones desiguales y pretender comparar los resultados utilizando los mismos raseros es una fórmula radicalmente injusta de ejercitar una aparente justicia. Lo cierto es que, en este mecanismo, sólo se incluye al alumno, quiera o no; muchos responsables del proceso educativo quedan sin esa consideración evaluadora y sin las consecuencias que llevaría aparejadas. 2. Se evalúan solamente los resultados Los resultados han de ser tenidos en cuenta dentro del proceso evaluador. Pero no solamente los resultados. Los presupuestos de los que se parte, las condiciones que se tienen, las estrategias que se ponen en marcha, los procesos que se desencadenan, los ritmos de consecución, la proporción rendimiento/esfuerzo.... son también elementos que deben evaluarse. No sólo porque la consecución/no consecución de unos resultados (y el grado de su logro) está supeditada a aquellos factores sino porque ellos mismos constituyen el objetivo de la mirada evaluadora. En definitiva, no sólo importa que es lo que se ha conseguido, sino cómo, a qué precio, con qué ritmo, con qué medios, con cuántos esfuerzos, a qué costa, para qué fines... Analizar sólo los resultados obtenidos es, cuando menos, parcial. Y la parcialidad suele ir acompañada de imprecisión y de tergiversaciones. 3. Se evalúan solo los conocimientos El proceso de enseñanza/aprendizaje se realiza sobre un cuerpo de conocimientos más o menos estructurados, más o menos interesantes, más o menos conexionados con la práctica, más o menos "autónomos" (los grados de libertad del currículum pueden ser variables). No se puede aprender en el vacío. Cuando hablamos de "aprender a aprender” -dejando al margen los conocimientos- estamos haciendo meras piruetas mentales. Aprender a aprender es un slogan tan utilizado como desprovisto de sentido real. Porque sólo se aprende aprendiendo. No se puede, pues, rechazar el aprendizaje de contenidos. Porque son necesarios para articular el pensamiento, para adaptarse a la realidad y para poder manejarla. Otra cosa es la selección de los contenidos, su articulación, su significación de organizadores del pensamiento. Ahora bien, limitarse a la evaluación de conocimientos supone un reduccionismo escandaloso. Existen otra serie de pretendidos logros que no se contemplan debidamente en el proceso evaluador: actitudes, destrezas, hábitos, valores...
  • 4. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 4 Una persona que adquiriese un abundante caudal de conocimientos para mejor destruir/oprimir a los otros, un alumno que llenase su cabeza de conocimientos pero que odiase la sabiduría, un individuo con gran almacén de datos en la cabeza pero incapaz de comunicarse..., no estaría auténticamente formado. Luego veremos que la evaluación de estas otras facetas no es tarea fácil. Muchos profesores no tienen conciencia profesional de que se trata de aspectos educativos relevantes. Otros no conocen las formas de acercarse a una evaluación adecuada a los mismos. La Administración, conocedora de esas limitaciones, nacidas de una deficiente formación del profesorado, desconfiado de que puedan realizar espontáneamente estas tareas, pretende implantarlas a golpe de “BOE”. Es más barato que una larga y concienzuda formación. Pero es totalmente ineficaz. ¿De qué sirvió implantar la evaluación continua cuando los profesores se guían instalados en sus viejas prácticas evaluadoras? Sencillamente, para repetir continuamente aquellas prácticas de evaluación memorísticas. 4. Solo se evalúan los resultados directos, pretendidos. La puesta en marcha de muchos proyectos curriculares que siguen un criterio de encadenamiento lineal (objetivos propuestos-contenidos-métodos-evaluación de objetivos propuestos) no tiene en cuenta la evaluación de aquellos efectos laterales, secundarios, imprevistos. Estos efectos existen, casi inevitablemente. Y, en ocasiones, son mucho más importantes que los resultados buscados directamente en el proyecto. La pretensión de que el alumno adquiera un elevado novel de conocimientos, ejercida de manera despótica, puede engendrar una aversión hacia el estudio muy perjudicial. La pretensión, en algunos centros religiosos, de que los alumnos adquieran una práctica religiosa acendrada, llevó a muchos a una postura de rechazo y resentimiento hacia lo religioso. Lo mismo habría de decirse de un centro o de una reforma. El resultado directo del programa es evaluado, pero sin tener en cuenta los efectos secundarios (llamémosles así, aunque en ocasiones tengan mayor relevancia que los buscados) que se han generado. Introducir una mejora en un centro puede suponer, quizás el enfrentamiento entre dos sectores del claustro o el enrarecimiento de las relaciones entre la dirección y los profesores. Bien es cierto que los efectos secundarios, en un momento incontrolables e impredecibles, no deben frenar la innovación o la implantación de un programa seriamente estudiado. Lo que decimos es que la evaluación del mismo debe tener en cuenta tanto los resultados que se buscaban como los que se hayan provocado a lo largo del desarrollo curricular. 5. Solo se evalúan los efectos observables Existen efectos que no son directamente observables. Estos efectos –buscados o no- suelen pasar inadvertidos a los ojos del evaluador.
  • 5. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 5 Los modelos de evaluación basados en la programación por objetivos operativos (Mager, 1972; Bloom, 1972; Popham, 1975) exigen un modelo correlativo de evaluación que descanse sobre la aplicación de instrumentos de comprobación de carácter experimental. Se podría objetar que no es posible evaluar los efectos no observables. No es así. Lo no observable no es equivalente a lo no existente. Ni a lo no relevante. Ni, por supuesto, a lo no evaluable. Al menos, desde una concepción de] proceso evaluador que pretenda profundizar en la entraña educativa. Eisner (1981) dice que la mayoría de los aprendizajes que realiza el alumno en la escuela no se hallan programados en el currículum explícito. Las limitaciones metodológicas que impone una concepción experimentalista de la evaluación no deben hacernos olvidar todo el bloque del iceberg curricular que permanece por debajo de la superficie de las aguas. Es precisamente un modelo de evaluación más exigente, más riguroso, más ambicioso el que, paradójicamente, nos lleva a explorar otras capas que no son reconocibles "a simple vista" o a golpe de mediciones pretendidamente objetivas. Estas dimensiones de la evaluación exigen, eso sí, la utilización de técnicas de exploración adecuadas al intento de llegar a descubrir e interpretar lo oculto del currículum y de sus resultados. 6. Se evalúa principalmente la vertiente negativa En la práctica habitual del docente la evaluación está marcada por las correcciones. El mismo lenguaje descubre la actitud predominante: "corregir significa "enmendar lo errado". El subrayado de las faltas de ortografía es mucho más frecuente que la explícita valoración de las palabras bien escritas. Sirva esta anécdota de punto de referencia para referirnos a esa actitud no solamente mala por negativista sino por parcializante. Una evaluación rigurosa requiere un tratamiento holístico de los fenómenos y de los productos. La comprensión de un proceso adquiere sentido en un análisis estructurado y estructurante en el que la interconexión de todos los elementos permite la explicación y el significado. El desequilibrio de perspectiva hace que la escuela esté más atenta a los errores que a los aciertos de los alumnos y que los equipos de evaluación externa se apresten más a describir problemas y deficiencias que a resaltar valores y logros. Además de factores actitudinales, puede influir en esta dinámica selectiva la mayor facilidad que existe de describir la tensión que la calma, el error que el acierto, la guerra que la paz... 7. Solo se evalúa a las personas Es un error "someter” a los alumnos o a los profesores de un centro o a los coordinadores de una reforma a una evaluación conclusiva (lo cual encierra juicios de valoración, no meras descripciones
  • 6. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 6 de actuación) sin tener en cuenta las condiciones, los medios, los tiempos, los contextos en que se mueven. Cronbach (1963) distingue tres grandes áreas sobre las que la evaluación toma decisiones: el material de instrucción, los individuos y la regulación administrativa. No son sólo los individuos los responsables de un proceso o de un resultado. Hay que contemplar cuáles son los medios con los que cuentan, las condiciones en las que trabajan y los márgenes de autonomía real con que cuentan. Los mecanismos de atribución pueden hacer descansar en el sistema, en la carencia de medios, en la presión de los programas oficiales, en la mala organización de los centros, en la irracionalidad de los calendarios.... toda la responsabilidad de un proceso educativo. Esos condicionantes/estimulantes existen. Hay que tenerlos en cuenta a la hora de la evaluación. No solamente como coadyuvantes del intento educativo, sino como elementos que pueden ser modificados y/o mejorados para un posterior desarrollo. 8. Se evalúa descontextualizadamente Berttalanffy (1976, 1978) plantea la necesidad de tener en cuenta un contexto amplio cuando se pretende comprender la realidad de un sistema actuante. Pretender dar significado a la actuación de un alumno desde la óptica y el código del evaluador, prescindiendo de las claves de interpretación del contexto, es vaciar el contenido de la realidad (Oates, 1975). Encasillar un centro dentro de la plantilla elaborada por el evaluador con unos criterios genéricos de pretendida validez, es negarse a entender todo lo que sucede en el mismo. Una calificación sobresaliente puede ser considerada "algo despreciable" en un contexto determinado. Una clase indisciplinada puede estar en el eje de la admiración de la mayoría de los alumnos de un centro. Una experiencia pedagógica "modélica" puede ser valorada en su contexto de forma negativa... Si el evaluador, en aras de una pretendida objetividad, busca la creación y realiza la aplicación de instrumentos de medida fiables y válidos técnicamente y no tiene en cuenta la realidad viva, compleja y dinámica de ese todo, de ese sistema organizativo que tiene en sí mismo los códigos sintácticos y semánticos, se verá enredado en un caudal de datos muertos y desprovistos de auténtico significado. La actuación de un alumno podrá ser atendida e interpretada justamente (con justeza y con justicia) en el marco de innumerables redes codificadoras que se producen en el sistema del aula que, a su vez, está en conexión con el sistema del centro que, a su vez... "La optimización de un sistema es posible, siempre y cuando nos acerquemos a las peculiaridades específicas de la estructura y comportamiento de cada sistema, y en función precisamente de ese conocimiento específico " (Pérez Gómez, 1985).
  • 7. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 7 9. Se evalúa cuantitativamente La pretensión de atribuir números a realidades complejas es un fenómeno cargado de trampas en el área de la educación. En las calificaciones escolares utilizamos escalas nominales, ordinales y de razón. Un aprobado es distinto de un suspenso, un 5 es una nota inferior a un 8, un 6 es el doble de un 3. Parece que todo está claro, que todo es muy preciso. El peligro de la evaluación cuantitativa no es solamente la imprecisión sino -y sobre todo- la apariencia de rigor. "La asignación de números de una manera mecánica, como es común en los procedimientos cuantitativos, no garantiza la objetividad" (Cook, 1986). Pero, como aparentemente tiene objetividad, genera en los usuarios y destinatarios una tranquilidad mayor que mata las preguntas más hondas. Algunos padres de alumnos que reciben informes sobre la marcha de sus hijos, con la expresión "Progresa adecuadamente", preguntan a sus profesores: "Progresa adecuadamente, ¿equivale a un 8 de antes?” La puntuación parece un lenguaje más claro. Engañosamente más claro. El padre tiene, además, el punto de referencia de otros alumnos que tienen puntuaciones de 4, 6 ó 9. También el profesor puede sentirse más "seguro" después de estampar sobre la prueba objetiva, corregida con una fórmula matemática (P = A-E/N-1), el número exacto, con decimales, correspondiente a la calificación. Además, puede establecer claramente, matemáticamente, la línea divisoria del apto/no apto. El alumno, con este procedimiento calificador, sabe lo que tiene que estudiar, cómo tiene que estudiarlo y -después de la calificación- sabe cuánto ha aprendido. El problema, además del que entraña la pretendida objetividad de esas puntuaciones, estriba en que la luz cegadora de esa "claridad" no deja ver cuestiones más importantes: ¿Cómo aprende el alumno? ¿Cómo relaciona lo aprendido? ¿Cómo inserta los nuevos conocimientos en los ya asimilados? ¿Para qué le sirve lo aprendido? ¿Ha disfrutado aprendiendo? ¿Estudiaría "esas cosas" por su cuenta? ¿Tiene ganas de aprender cuando terminan las pruebas? Etcétera. 10. Se utilizan instrumentos inadecuados En una recopilación de instrumentos en curso para la evaluación de centros escolares (Plaza, 1986), se ha podido comprobar que la casi totalidad tiene una configuración estática, anecdótica, aséptica, cuantificadora, descontextualizada, etc. Los cuestionarios, escalas de estimación, listas de control, plantean el interrogante de la triple adecuación reafidad-percepción, percepción-interpretación, interpretación-expresión. Se añade a esta problemática la complejidad de la explicación de los datos cuantificados. Valorar con 3 puntos
  • 8. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 8 sobre 10 el funcionamiento de la biblioteca del centro nos deja en la duda de si la baja puntuación se debe a algunas de estas causas (o a otras posibles): No hay libros. No está actualizada la documentación. No existen ficheros que permitan la localización rápida y fácil. No existen locales. No hay tiempo para su apertura. No existe personal que atienda. No hay afición por la lectura. Los libros no tienen interés para los alumnos. No están informados los alumnos de sus normas de funcionamiento. Existe mucho ruido y es difícil la concentración. El bibliotecario es una persona indeseable. Está mal visto entre los alumnos acudir a la biblioteca. Etcétera. Decir que el 48 por ciento de los profesores valoran con una media de 3 puntos el funcionamiento de la biblioteca, es un modo de esconder, bajo la cifra porcentual, las innumerables causas que han llevado a los opinantes a conceder una puntuación. Ese modo de evaluar hace difícil la comprensión de la realidad, su interpretación y, obviamente, la posibilidad de efectuar mejoras que solucionen los problemas o potencien los aciertos. Lo mismo sucede en el aula. Un instrumento de valoración "objetivo" no puede estar más cargado de subjetividad/ arbitrariedad. He aquí una escala de ambigüedad que no siempre es tenida en cuenta: ¿Lo que aparece en el currículum como contenido mínimo es lo realmente importante, valioso, interesante...? ¿Lo que ha seleccionado el profesor para la prueba es significativo de lo que el alumno tenía que aprender? ¿Lo que pregunta el profesor es exactamente lo que quiere saber sobre lo que ha aprendido el alumno? ¿Lo que el alumno lee es lo que el profesor ha querido preguntar? ¿Lo que responde es exactamente aquello que sabe sobre la cuestión? ¿Lo que interpreta el profesor es lo que el alumno realmente ha expresado? ¿La valoración corresponde a lo que el profesor entiende que ha expresado el alumno...? Nada digamos de la dificultad de mejorar el aprendizaje a través de ese tipo de pruebas. A lo sumo, el alumno prestará atención al mejor modo de contestarlas en próximas ocasiones. Lo cual es distinto al propio proceso de enseñanza/ aprendizaje. Existe otra complicada cuestión en la aplicación habitual de este tipo de pruebas "objetivas" bajo el pretexto de que son más justas, ya que "miden" a todos por igual. Lo cierto es que no existe mayor arbitrariedad que la de querer "medir" de la misma forma a personas que son radicalmente diferentes. Así, un alumno tímido no deseará realizar una entrevista o examen oral. Quien no se expresa bien por escrito, preferirá una prueba... La naturaleza de la prueba lleva dentro de sí un componente sesgado de valoración, independientemente del tipo de contenidos que plantee y de su forma de presentarlos.
  • 9. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 9 11. Se evalúa de forma incoherente con el proceso de enseñanza/aprendizaje El camino es circular, no rectilíneo y unidireccional. Se evalúa como se enseña y se enseña como se evalúa. O más bien, se estudia para la evaluación. De tal forma que es este proceso el que dirige el aprendizaje. Los alumnos estudian para el examen. No sólo en función de ese momento sino "de forma" que les permita hacer frente al mismo con suficientes garantías de éxito. Si el examen consiste en una prueba objetiva de Verdadero-Falso, estudíará de forma distinta que si se le anuncia una prueba de ensayo o si se le exige un diseño creativo. Es más, los alumnos tratarán de acomodarse a las expectativas del profesor, a sus códigos de valor. La incoherencia se establece cuando se quiere realizar un aprendizaje por comprensión y se realiza luego una prueba de carácter memorístico, rígido y repetitivo. Un proceso de enseñanza basado en la explicación oral se cierra con un modelo de examen escrito. Un modo de trabajo asentado sobre el grupo concluye en una evaluación individual. Un proceso de enseñanza/aprendizaje teóricamente asentado sobre el desarrollo integral del individuo, acaba con una evaluación exclusivamente preocupada por los conocimientos adquiridos. Otras veces, el enfoque exclusivo en el aprendizaje de contenidos intelectuales pretende concluirse con una evaluación que va mucho más allá de lo que se ha trabajado. En el área de la didáctica se puede rizar el rizo al exigir el profesor la realización de una prueba objetiva por él diseñada sobre el tema: "Importancia, necesidad y valor del proceso de autoevaluación en la enseñanza." 12. Se evalúa competitivamente Creo que una de las ventajas que encierra el enfoque cualitativo es el afinar la sensibilidad del evaluador ante los procesos. El auténtico significado de un proceso educativo se encuentra en el análisis de todos los elementos que lo integran y que lo circunscriben. Pero no en el contraste, comparación y competencia con otros procesos similares, diferentes o antagónicos. La evaluación habitual del alumno parece cobrar sentido en la comparación y la competencia. Para algunos padres, profesores y alumnos importa el cuánto del aprendizaje. Y que ese cuánto esté por encima de... El carácter positivo que se pretende dar a la evaluación en algunos ámbitos educativos, se trastoca frecuentemente en una burda o camuflada contienda. "Saber más que", "saber menos que" son puntos de referencia cruciales.
  • 10. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 10 Lo mismo sucede con la evaluación de centros. La valoración cuantitativa es propensa a la comparación. Las escalas tienen en ella su justificación más evidente. Éste es un centro "mejor" porque ha obtenido en la evaluación más puntos que otro. La localización de la mirada se sitúa en el exterior del proceso mismo, con el agravante de que se establecen comparaciones arbitrarias ya que pocas veces se parte de condiciones, medios, historia, personas y fines similares. Por otra parte, es frecuente justificar la comparación con el pretexto de que sirva de estimulo y emulación. Durante toda la enseñanza primaria y secundaria tuve que trabajar con émulos. Cada alumno tenía un compañero que era un competidor. Con él había que medirse. El éxito consistía en aventajarle. Se desvía la atención del auténtico proceso de aprendizaje de cada individuo, de cada aula, de cada centro. Y si es posible pensar que el "ganador" se sentirá satisfecho y el "perdedor" estimulado, no es menos imaginable que el primero se sienta ridícula y estúpidamente orgulloso, y el segundo humillado. En las evaluaciones que he visto realizar sobre los profesores (por sus alumnos), siempre he visto solicitar y exigir cautelas para que los resultados no se hiciesen públicos a través de escalas valorativas. “No se trata de establecer comparaciones", se dice. Los profesores no consideran positivo que se publiquen unas listas donde unos aparecen como los mejores y otros como los peores. Pero colocan, sin ambages, las calificaciones escalonadas de sus alumnos, muy bien matizadas con decimales... 13. Se evalúa estereotipadamente Los profesores repiten una y otra vez sus esquemas de evaluación. Cada año los alumnos se preocupan de saber cuál es la costumbre evaluadora del profesor. De forma casi automática, el profesor repite sus fórmulas. Ni siquiera negocia con los alumnos el planteamiento habitualmente practicado. Al comienzo de curso fija el número, el momento, la forma y los matices. ¿Ha sometido a evaluación sus propios mecanismos de evaluación? No de una manera rigurosa. Cuando ha pensado en ello ha sido para confirmar los estereotipos. En un curso con cinco asignaturas un alumno deberá someterse" a cinco proyectos diferentes de evaluación. Los profesores evalúan de formas muy diferentes. Pero cada profesor, en los diferentes cursos en que imparte docencia, evalúa de una forma idéntica. Se multiplican los trabajos sobre evaluación, pero no son los protagonistas -los propios profesores- los que emprenden esta labor. Stenhouse (1984) dice que lo que mejora la acción educativa no es tanto la investigación sobre los profesores sino la de los profesores que analizan su propia actividad. En los centros, la mecánica de la confección de las Memorias tiende a convertirlas en pura rutina. Y, en la medida en que se establezcan pautas "generalizables", estas rutinas serán similares en casi todos los centros. Tan similares como inútiles.
  • 11. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 11 14. No se evalúa éticamente Además de los problemas técnicos, acechan al proceso evaluador numerosos conflictos de carácter ético. La evaluación puede convertirse en un instrumento de opresión. ¿Qué sucedería en las aulas si el profesor estuviese desprovisto del "arma" de la evaluación? Cuando se articula un proceso de enseñanza/aprendizaje sobre el resultado de la evaluación -más que sobre la riqueza y la profundidad del saber- se corre el riesgo de la manipulación y el sometimiento del alumno. La "hora de la verdad” no es la del aprendizaje sino la de la evaluación. Cuando es el profesor quien lo decide todo respecto a este momento decisivo, todo el poder descansa en sus manos. La evaluación ha sido un instrumento de control, de amenaza e, incluso, de venganza, respecto a algunos alumnos que se han permitido ejercitar el derecho a la crítica, a la discrepancia o la indisciplina. Cuando, apoyándose en la evaluación, se establecen nexos causales poco rigurosos, habrá que pensar cuáles son las intenciones y los intereses que motivan la manipulación. En la evaluación institucional se plantean numerosos problemas de carácter ético. Uno de ellos es la confidencialidad de los informes. ¿De quién son los datos? ¿Para quién son los datos? No puede revelarse el contenido de los informes identificables, tanto por lo que respecta al emisor como al destinatario de los juicios. La independencia de los equipos que realizan evaluación externa al servicio de la Administración o de entidades que financian los proyectos, no siempre está garantizada. John Elliott, Helen Simons y Savel Kousner insisten (Elliot et al., 1986) en la necesidad de conseguir la independencia de los técnicos frente a las posibles exigencias del poder (académico, político, financiero, etc.). A nadie se le oculta que una evaluación Puede ser rígida, condicionada o manipulada al servicio de unos intereses determinados, o de unas decisiones pretendidas: retirar subvenciones, modificar proyectos, sustituir personas, clausurar centros, cortar experiencias, etc. 15. Se evalúa para controlar La evaluación en educación, paradójicamente, no suele ser educativa. No repercute en la mejora del proceso. La evaluación se cierra sobre sí misma, constituye un punto final. Se habla de "calificación final". Cuando es justamente un momento más en el momento de la mejora. No se debe confundir control con evaluación, aunque las dos funciones pueden ser necesarias. El poder sancionador de la evaluación no constituye su esencia más rica, más dinámica. Cuando los profesores se niegan e explicar a sus alumnos (o se muestran reticentes a hacerlo, por pensar que se trata una pérdida de tiempo) de dónde proceden las calificaciones que les han atribuido, están desaprovechando un buen elemento de aprendizaje. Disparar con los ojos vendados sobre una diana sin saber dónde se ha producido el impacto, hace imposible la mejora de la puntería en ensayos posteriores. Solamente conociendo el resultado se puede mejorar en próximos disparos. Pero, no solamente será preciso conocer y analizar lo que ha
  • 12. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 12 sucedido, sino planificar los nuevos procesos en función de aquello que se ha descubierto como fracaso o acierto. Ese efecto retroalimentador se suele perder en las evaluaciones educativas. Y así, la evaluación que suponen las memorias finales de los centros, en nada ilumina el nuevo proyecto en el curso siguiente. Los puentes de la eficacia están volados por la falta de análisis, la inercia inveterada y la despreocupación de muchos profesionales. El mundo educativo está lleno de situaciones en las que no se aprovecha esta riqueza potencial que lleva en su interior el proceso evaluador. Los profesores/alumnos repiten los mismos errores casi con obstinación, los cursos que finalizan una especialidad en nada benefician con el análisis de su historia a los cursos siguientes. los centros no aprenden de la reflexión rigurosa sobre su experiencia... "La evaluación es el proceso de diseñar, obtener y proporcionar información útil para juzgar alternativas de decisión", dice Stuffelbeam (1971). Según este planteamiento, cuando la información no repercute en la toma de decisiones, perdería su misma esencia. La nueva decisión, al ser puesta en práctica, deberá ser también evaluada. Este proceso dinámico, abierto, facilita el cambio y posibilita la mejora. 16. Se evalúa para conservar Hemos apuntado ya que la evaluación suele cerrarse sobre sí misma, limitándose a desarrollar una función sancionadora. En este sentido, no impulsa el cambio. Pero, hay algo más grave, escondido en la patología de su funcionalidad. La utilización de la misma para justificar el statu quo del profesor, de la dirección del centro, de la Administración Escolar. Si los malos resultados o el mal funcionamiento del proceso se pueden atribuir libremente (arbitrariamente) a quien se quiera, con la apariencia de la objetividad, del rigor científico y del argumento de autoridad del que maneja la evaluación, el Interesado en no cambiar" que, a la postre, tiene en su poder la interpretación de la evaluación, podrá mantener tranquilamente los mismos planteamientos. Y los cambios introducidos afectarán a las capas y esferas menos comprometedoras, más superficiales o más económicas a la hora de realizar el diagnóstico de la innovación y la estrategia y la temporalización de la misma. Lo cierto es que se evalúa constantemente en la escuela, pero se cambia muy poco. 17. Se evalúa unidireccionalmente La evaluación tiene sentido "descendente". El Ministerio “evalúa" a los inspectores, los inspectores "evalúan" a los directores escolares, los directores escolares "evalúan" a los profesores, los profesores "evalúan" a los alumnos. Si bien es cierto que en la parte más baja es donde se nota el peso de esa función. No se produce una evaluación en sentido "ascendente". Ni, desde luego, en sentido horizontal.
  • 13. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 13 Un modelo de evaluación democrático supone que los interesados manejan la evaluación. Deciden sobre ella. Y ellos son los que dicen lo que piensa, los que analizan lo que hacen. “Para conocer la realidad de sus significados relevantes hay que sumergirse en el cur- so real y vivo de los acontecimientos y conocer las interpretaciones diversas que hacen de las mismas aquellos que las viven " (Pérez Gómez, 1983a). Sólo la evaluación democrática puede propiciar un cambio en profundidad. Esta evaluación, solicitada o emprendida por la comunidad en cuestión, revierte sobre ella en informes rigurosos, claros y significativos. No es que la evaluación democrática pueda prescindir de los expertos. Pero no son éstos los que pueden atribuir significado de espaldas al mundo de los protagonistas. Y no son los expertos los que tienen el poder de la evaluación. Los expertos tienen la técnica, pero no las claves de la interpretación ni los resortes del poder pedagógico. En la evaluación externa sólo la participación directa de los protagonistas podrá dar fiabilidad y validez a la lectura de los signos, a su metalectura posterior y a su utilización para el cambio. Los que desean conocer el resultado de la evaluación y los que la llevan a cabo son integrantes de un proceso. También por eso la evaluación debe ser democrática (McDonald, 1976). 18. No se evalúa desde fuera Una experiencia educativa necesita la evaluación externa para poder realizar una mejora sustantiva. No hacerlo así significa cerrar el horizonte valorativo y arriesgarse a la miopía y a la deformación óptica del que mira algo que está sobre sus mismos ojos. Cerrar el círculo de la planificación de objetivos, métodos, evaluación, desde la exclusiva mirada del protagonista del proceso entraña el riesgo de quedarse atrapado en la propia limitación. El evaluador externo goza de un punto de vista privilegiado, en cuanto tiene: Una distancia afectiva de la dinámica y del resultado. Unos criterios de independencia respecto al resultado. Unos puntos de referencia más amplios y complejos. Una mayor disponibilidad en el tiempo y la dedicación. Esto no quiere decir que se pueda prescindir de los protagonistas de la experiencia, como apuntábamos más arriba. Tanto es así, que dentro de la metodología etnográfica de la evaluación es aconsejable la aportación de observador participante. No decimos que el evaluador externo tenga que ser aséptico o ejercer una neutralidad que ni es posible ni siquiera deseable. El evaluador no solamente mira, sino que busca. Y para ello ha de interpretar. Y la interpretación necesita unos códigos estructurados en los ejes de una sólida teoría.
  • 14. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 14 19. No se hace autoevaluación La autoevaluación es un proceso de autocrítica que genera unos hábitos enriquecedores de reflexión sobre la propia realidad. Dice Popper que realizamos más progresos al reflexionar sobre nuestros errores que al descansar en nuestras virtudes. John Elliott plantea la autoevaluación de los centros como una tarea de investigación en la acción (1986). Las técnicas de diseño, de explotación y, de interpretación y utilización de esas autoevaluaciones han de ser conocidas, asumidas y llevadas a término por los miembros de la comunidad escolar. ¿Tendría sentido un proyecto de evaluación que no fuese deseado, aceptado y conocido por los protagonistas de la experiencia? Muchas de las reticencias, de los miedos y de los conflictos que provoca una evaluación externa impuesta desaparecen, ipso facto, en el proceso de evaluación. También los alumnos pueden/deben practicar estos procesos autoevaluadores. El profesor debe poner en sus manos los instrumentos precisos para ello. Y ha de negociar con ellos el reparto de las cotas de decisión que lleva consigo la evaluación. No es aceptable la práctica del juego autoevaluador, en la cual el alumno hace reflexiones y análisis sobre su aprendizaje, pero no puede materializar el resultado en una parcela de las calificaciones. El profesor suele actuar con muchas reticencias en este sentido, suponiendo que el alumno no se calificará con criterios justos, por falta de objetividad o por carencia de referencias exteriores que le sirvan de contraste. Contaré una experiencia reveladora al respecto. En un claustro de profesores de un centro escolar oí cómo los profesores se resistían a practicar la autoevaluación con sus alumnos por considerar que eran "demasiado pequeños, que no tenían capacidad para ello". Ese mismo día, en un departamento universitario, otros profesores argumentaban que Ia autoevaluaci6n de los alumnos no era posible en el ámbito universitario porque no tenían experiencia de haberla practicado en centros de niveles inferiores". Cuando los profesores utilizan estas excusas, no están en condiciones de realizar esa experiencia. Del mismo modo que cuando dicen que el número de alumnos o las condiciones de trabajo y de tiempo les obligan a realizar una evaluación superficial y masiva, no podemos afirmar con seguridad que con menor número y mejores condiciones harían las cosas de otro modo. 20. Se evalúa "distemporalmente" Entiéndase aquí el prefijo en su acepción griega (dis=mal), a sabiendas de que la palabra compuesta no debería utilizarse. Cuando se habla de "evaluación continua" se quiere decir algo que casi nunca se hace. Más bien, ha tenido el efecto contrario, como apuntábamos anteriormente. El deseo de eliminar una mala
  • 15. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 15 forma de evaluar (anecdótica, memorística, superficial...) llevó a multiplicar las veces en que esto se hacía. Porque el núcleo de] concepto está más en el cómo que en el cuándo, más en el fondo que en la forma. El concepto exigía una actitud distinta, unos métodos diferentes, un enfoque nuevo. Pero no hacer mucho más controles del mismo tipo que los que se hacían. No se hace, pues, una buena evaluación sincrónica respecto al proceso de aprendizaje o, más ampliamente, de educación. Pero tampoco se hace una adecuada evaluación diacrónica. Entendemos por "evaluación diacrónica" aquella que se realiza a través del tiempo, con una perspectiva temporal que ofrezca nuevos elementos de referencia. Veamos un ejemplo relativo a la evaluación de centros escolares. ¿Cómo evalúan los ex-alumnos de un centro su experiencia educativa una vez transcurridos uno, dos, tres, cinco años? El "antiguo alumno" tendrá unos elementos de comprobación/constatación que no tiene el individuo que está inmerso en la experiencia. Sabe si "aquello" sirvió para algo, si le permitió enfrentarse a los problemas... Además de estas ventajas, se encierra la de una independencia más clara, más firme, más abierta. Ahora puede opinar sin ningún tipo de reticencias. En este grupo que llamamos ex-alumnos de un centro habrá que integrar a los que lo abandonaron y a los que -de una u otra forma- se les instó a cambiar de centro o a quedarse en la calle. 21. No se hace paraevaluación La evaluación a la que aquí nos referimos se ciñe a cuestiones que van más allá de la simple comprobación. Veámoslo con algunos ejemplos. Un evaluador externo analiza la eficacia de una institución militar en la formación de sus alumnos. Y puede llegar a la comprobación de que realmente existe un buen planteamiento en los métodos que intentan lograr esos objetivos. Realmente se ha conseguido. Supongamos que esos objetivos "no son deseables", que esos métodos utilizados "no son éticos" y que esos logros “son contraproducentes para la formación de la persona". ¿Termina la función evaluadora con el informe de que el funcionamiento es bueno porque se está desarrollando el programa de forma eficaz? Un sistema educativo de un país totalitario incluye entre sus objetivos la formación de los profesores y de los alumnos en la filosofía y en el proselitismo sectario. Y el análisis del funcionamiento del sistema permite al evaluador comprobar que se están consiguiendo esos objetivos de forma rápida, eficaz y profunda. ¿Termina su tarea al realizar un informe en el que se describa y analice la eficacia del sistema? Entendemos que no. De alguna manera Scriven (1973) se refiere a esta cuestión cuando diferencia la evaluación de la estimación del logro de los objetivos.
  • 16. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 16 Nosotros pensamos que la "paraevaluación" (para = junto a, al lado) supone un análisis de contenidos y un juicio de valor que va más allá de la simple descripción y análisis de la coherencia del programa y de la eficacia del mismo. 22. No se hace metaevaluación El proceso de evaluación es tan complejo que ha de ser necesariamente evaluado para poder atribuirle un valor. En cualquiera de sus vertientes puede encerrar numerosas trampas, numerosos riesgos, numerosas deficiencias. Por eso se hace imprescindible establecer criterios que permitan evaluar los mecanismos de evaluación. No solamente para analizar el rigor del proceso, sino para ver cómo esa función condiciona lo que se estaba haciendo. Ahora, la evaluación de un programa se convierte en otro elemento que ha de ser evaluado porque está actuando corno una variable poderosa que puede distorsionarlo o modificarlo sustancialmente. En esta vuelta de tornillo, vuelven a aparecer todos los componentes de la evaluación con un nuevo nivel de cornplejidad: quién metaevalúa, para quién, por qué, cuándo, con qué instrumentos, qué, de qué modo... Un proceso riguroso de metaevaluaci6n no sólo permitirá valorar de manera rigurosa los resultados, sino que permitirá tomar decisiones eficaces para mejorar el planteamiento, la dinámica y los modelos de evaluación. LA EVALUACIÓN: UN PROCESO DE DIÁLOGO, COMPRENSIÓN Y MEJORA La naturaleza de la evaluación. Un proceso de diálogo, comprensión y mejora. La evaluación como diálogo. La evaluación como comprensión. La evaluación como mejora. La viabilidad de la evaluación. La naturaleza de la evaluación La evaluación educativa es un fenómeno habitualmente circunscrito al aula, referido a los alumnos y limitado al control de los conocimientos adquiridos a través de pruebas de diverso tipo. En otro lugar (Santos Guerra, 1988) planteé algunas cuestiones sobre la patología de la evaluación educativa, haciendo patentes los problemas de las limitaciones, las desviaciones y las manipulaciones de las que puede ser objeto. Planteada de forma negativa, realizada en malas condiciones y utilizada de forma jerárquica, la evaluación permite saber pocas cosas de cómo se produce el aprendizaje y pocas veces sirve para mejorar la práctica de los profesores y, desde luego, el contexto y el funcionamiento de las escuelas.
  • 17. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 17 Aquí me voy a referir a la evaluación de programas educativos, no necesariamente circunscritos al marco de la escuela. La educación tiene innumerables contextos y se desarrolla intencionalmente en muchos ámbitos. La evaluación de la que hablo se interroga por el valor educativo de los programas y se plantea como un medio de entenderlos y de mejorarlos. La evaluación es una parte integrante de los proyectos, no algo añadido al final de los mismos, como un complemento o un adorno que se pondrá en funcionamiento si queda tiempo y si se tiene a bien. Se pregunta por el valor de los programas y de las acciones. Es, pues, sustancial al hecho mismo de poner en marcha una experiencia. Porque si se diseña, planifica y pone en funcionamiento será im- prescindible conocer qué es lo que se consigue por el hecho mismo de poner la iniciativa en acción, por qué esa y no otra, por qué de ese modo y para esos fines. La evaluación producirá diálogo, comprensión y mejora de los programas que se pongan al servicio de los usuarios. No por el hecho mismo de que estén funcionando son buenos, no porque hayan sido implantados con la mejor intención producen los mejores efectos. Hablaré aquí de la evaluación de experiencias o de programas. Pero sólo de un tipo de evaluación, no de la evaluación en general ni de otros modelos o concepciones. Digo esto porque la confusión semántica que se esconde bajo el concepto aparentemente unívoco de evaluación es muy grande. Se habla de evaluación refiriéndose a procesos de carácter comparativo aplicados a mediciones de resultados, se Dama evaluación a fenómenos de rendimiento de cuentas impuestos por la autoridad, se denomina evaluación al análisis diagnóstico realizado mediante instrumentos que permiten cuantificar los datos, se habla de evaluación cuando se realiza la comprobación del aprendizaje de los alumnos... Plantearé aquí algunas cuestiones sobre un determinado tipo de evaluación. No es que sean inaceptables otros enfoques o métodos, sino que he preferido cerrar el arco conceptual para saber a qué me estoy refiriendo. Hablaré de una evaluación que tiene las siguientes características: Independiente y por ello comprometida. Cuando digo independiente, me refiero a una evaluación que no está sometida, sojuzgada, vendida o simplemente alquilada por el poder, el dinero o la tecnología. Y hablo de una evaluación no aséptica, no neutral, sino comprometida con unos principios, con unos valores. El educador debe ser imparcial, pero no significa que sea aséptico. Una postura desinteresada, no comprometida, distanciada del mundo cotidiano y de sus valores es "moralmente deficiente" (House, 1990). Cualitativa y no meramente cuantificable. Porque los procesos que analiza, cuando se trata de programas educativos, son enormemente complejos y la reducción a números suele simplificar y desvirtuar la parte más sustantiva de los mismos. Práctica y no meramente especulativa. Quiero decir que la evaluación de la que voy a hablar no tiene por finalidad producir conocimiento académico, realizar informes para publicaciones especializadas y ni siquiera elaborar un conocimiento teórico sobre las experiencias. Tiene por finalidad la mejora de programas a través de su comprensión, a través del conocimiento de su naturaleza, funcionamiento y resultados. Democrática y no autocrática. La evaluación de la que hablo se pone al servicio de los usuarios, no del poder. Porque la evaluación, cuando se utiliza torcidamente, produce efectos muy negativos. Los evaluadores se ponen al servicio del poder o del dinero. Y, a través de la evaluación, se consigue cortar un programa porque no es rentable políticamente o porque no favorece de forma clara a los más pudientes o porque produce lateralmente molestias o críticas para el poder. En este caso, sería deseable no poner en marcha las evaluaciones. Conseguir publicidad o control, alcanzar una mejora
  • 18. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 18 de programas exclusivamente destinados a los más favorecidos, poner la evaluación al servicio de la injusticia, hace de la evaluación un instrumento y un proceso de perversión. Procesual, no meramente final. La evaluación que propongo se realiza durante el proceso y no una vez terminado el programa. Porque es durante el mismo cuando se puede conocer lo que en él sucede. Y porque durante su desarrollo se puede modificar y mejorar. Realizada al final del mismo, como una apostilla, como un apéndice, pierde la capacidad de generar comprensión de lo que realmente va sucediendo. Y aunque al final se realice todo el proceso, la perspectiva está adulterada por el gradiente de la meta. Participativa, no mecanicista. La evaluación de la que hablo da voz a los participantes, no se realiza a través de pruebas externas y de análisis ajenos a la opinión de los protagonistas. Son ellos los que emiten su valoración sobre el programa, aunque no sea ésta la única voz y la única perspectiva que se tiene en cuenta. Colegiada, no individualista. Es un tipo de evaluación que asume un equipo y no sólo un individuo. No porque la que se realiza bajo la responsabilidad única de una persona sea deficiente sino porque la realizada por un equipo goza del aval del contraste, de la pluralidad de los enfoques, de una mayor garantía de rigor, de una diversificación estratégica de acceso y actuación. Externa, aunque de iniciativa interna. Es decir, son los propios participantes y usuarios los que la demandan. Y para realizarla requieren la colaboración exterior, por considerar que desde fuera puede tomarse una perspectiva complementaria y puede trabajarse en unas condiciones favorables para conseguir una información veraz. Cuando no se dispone de evaluadores externos, puede realizarse una autoevaluaci6n que esté asentada sobre los pilares ideológicos y metodológicos que aquí se platean. Hablaré de la evaluación no como de una tasación o de una comparación o de un proceso de rendimiento de cuentas sino de la evaluación como un proceso de indagación sobre el valor educativo de un programa, de su importancia, exigencias y significados. Para evaluar hay que comprender, dice taxativamente Stenhouse (1984). No hay que olvidar que lo más importante no es el hecho de realizar la evaluación, ni siquiera el modo de hacerlo, sino al servicio de quién se pone. La evaluación puede ser utilizada de forma negativa o inutilizada a través de interpretaciones caprichosas e interesadas. Se puede atribuir la valoración de los protagonistas a su falta de buen criterio o de exigencia, se puede achacar la mala opinión a deseos malévolos de perjudicar a los responsables... Esta interpretación que preside et uso de la evaluación no siempre puede estar controlada por el evaluador, sino que, en parte, es responsabilidad del patrocinador o destinatario de los informes. Existen diversos modos de hacer inútil o perjudicial una evaluación, incluso una evaluación que ha sido solicitada por los protagonistas de un programa: a) Esperar que los resultados de la evaluación sean elogiosos para los responsables de un programa que demandan voluntariamente una evaluación. No es fácil que, sobre todo en los momentos iniciales, el informe resulte asimilable en si-is vertientes críticas. b) Atribuir las informaciones y las explicaciones poco gratas a la subjetividad -del evaluador o a la naturaleza cualitativa de la evaluación.
  • 19. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 19 c) Demandar de la evaluación los juicios de valor que permitan saber a los destinatarios y responsables del programa qué es lo que está bien o lo que está mal hecho. d) Exigir a los evaluadores; las orientaciones precisas para la mejora del programa, las instrucciones concretas que provoquen un cambio o las soluciones a los problemas o conflictos existentes. e) Poner los resultados de la evaluación al servicio de intereses (políticos, económicos, personales...), encontrando en los evaluadores una excelente excusa para tomar decisiones sin el compromiso de su justificacíón auténtica. f) Utilizar la evaluación como un arma arrojadiza contra quienes piensan o actúan de forma distinta o contraria, principalmente en el caso de que existan grupos enfrentados en el seno del grupo que desarrolla el programa. El evaluador puede poner algunos medios para aminorar los peligros del abuso de la evaluación. En parte en beneficio de los usuarios de los programas, en parte por el interés de la misma evaluación como un proceso potencialmente rico que puede ser desvirtuado por su mal uso. Uno de los modos de establecer esa garantía es hacer entrega resumida del informe a los usuarios, de tal modo que el patrocinador de la evaluación no pueda utilizarla impunemente en su provecho. Hacer públicos los informes es un modo de garantizar la democratización de la evaluación. El evaluador evitará de esta manera el ser utilizado al servicio de intereses bastardos. De no tomar estas precauciones, el patrocinador podrá usar los servicios profesionales del evaluador, para justificar decisiones que de otro modo no se atrevería a tomar o para hacerse publicidad manipulando los contenidos de la evaluación. La servidumbre de los evaluadores hacia el poder que encarga o paga la evaluación es uno de los riesgos más graves de ese tipo de evaluación. Si va a ser utilizado en beneficio del dinero, del poder o de la justicia, sería mejor que no se hiciese. Un proceso de diálogo, comprensión y mejora Algunas de estas ideas han sido expuestas anteriormente en un trabajo conjunto (Angulo y otros, 1991) que es obligado citar aquí, La metáfora del triángulo, parcial y discutible como toda metáfora, nos sirve para reseñar las conexiones que el proceso de evaluación, a mi juicio, debe mantener. La evaluación supone una plataforma de diálogo entre los evaluadores y los evaluados, entre diversos estamentos de los evaluados, entre los evaluadores y las diversas audiencias, entre éstas y los evaluados, etc. Pero el diálogo tiene una doble finalidad: trata por una parte, de generar comprensión del programa y, por otra, de mejorar la calidad del mismo. La conexión entre las tres dimensiones, que se realiza en diferentes direcciones y sentidos, potencia cada una de las vertientes que aquí aislamos para facilitar el análisis. No son, pues, tres compartimentos estancos y diacrónicamente secuenciados sino partes de un mismo proceso que sólo para el análisis diferenciamos y aislamos. Mientras se realiza el diálogo, y porque se realiza, se produce la comprensión. Cuando se produce la comprensión es más fácil y enriquecedor el diálogo. El diálogo fecundo es una parte de la mejora del programa...
  • 20. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 20 La evaluación como diálogo El juicio de valor que la evaluación realiza se basa y se nutre del diálogo, la discusión y la reflexión compartida de todos los que están implicados directa o indirectamente en la actividad evaluada. El diálogo ha de realizarse en condiciones que garanticen la libertad de opinión, que se cimenta en la garantía del anonimato de los informantes y en la seguridad de que la información va a ser tenida en cuenta y utilizada convenientemente. El diálogo se convierte así en el camino -por el que los distintos participantes en el proceso de evaluación se mueven en busca de la verdad y del valor del programa. Desde la apertura, la flexibilidad, la libertad y la actitud participativa que sustenta un diálogo de calidad se construye el conocimiento sobre la realidad educativa evaluada. La evaluación así entendida se basa en la concepción democrática de la acción social. Los destinatarios del programa dan opinión y emiten juicios sobre el valor del mismo. "Al dar la palabra y adaptar su metodología a la vida diaria de los programas, el evaluador reconoce que su realidad está actualmente construida por los sujetos que en ella participan, y que por lo tanto, ellos mismos pueden cambiar críticamente sus condiciones de vida actuales" (Angulo, 1988). Ni la verdad ni la valoración correcta están en posesión de personas o grupos privilegiados. Ni de los evaluadores, ni de los implicados en el programa, ni de los usuarios del mismo ni, por supuesto, de los patrocinadores de la evaluación. Es precisamente la conjunción de todas estas perspectivas y opiniones lo que permite profundizar y extender el conocimiento sobre el valor del programa. Los evaluadores no juzgan el programa ni, mucho menos, a los responsables del mismo. Facilitan, a través de los datos recogidos, de su interpretación y valoración, que sean los propios participantes los que emitan un juicio de valor más fundamentado y significativo. La evaluación, a través del diálogo que genera entre todos los participantes, se hace preguntas sobre, al menos, los siguientes aspectos: a) El sentido y el valor de las realidades que son objeto de la evaluación. Obviamente, no existe una exclusiva visión sobre lo que es valioso desde el punto de vista educativo. De ahí la conveniencia de alimentar el diálogo sobre la cuestión. b) El modo de recoger las evidencias que permiten desarrollar la comprensión. Como los datos extraídos de la realidad son la fuente de la valoración, es preciso analizar si los manantiales que dan agua a esa fuente están contaminados. De datos recogidos de forma parcial, defectuosa, arbitraria, superficial o tendenciosa, no pueden surgir análisis rigurosos. La finalidad del trabajo de los evaluadores es orientar la selección de informaciones y puntos de vista que permiten a los interesados ampliar y matizar la comprensión y la reflexión, dialogar con ellos, a través de la negociación inicial, de las negociaciones posteriores, de las entrevistas exploratorias y de la discusión de informes, y propiciar la interrogaci6n sobre lo que ha de mejorarse a la luz de lo que se ha descubierto. Así pues, el diálogo se alimenta desde niveles estratégicos del proceso: a) En la negociación inicial que se pregunta por el sentido de la evaluación, por la naturaleza de sus fines, por los focos del análisis, por los métodos de exploración, por los procesos de discusión, por las condiciones éticas...
  • 21. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 21 b) En la exploración que tiene lugar a través de conversaciones informales y de entrevistas formalizadas que facilitan y potencian el intercambio y la opinión. Hacer preguntas es un modo de avivar el diálogo. c) En la negociación de informes que da lugar a la valoración de los puntos de vista sobre el programa y sobre los métodos que han facilitado la realización de esos juicios. El diálogo se potencia discutiendo los criterios del valor de las acciones educativas, de los resultados que se alcanzan, tanto de los pretendidos como de los secundarios, de la proporción o desproporción de los esfuerzos realizados, del tipo y amplitud del grupo al que va destinado el programa, del análisis de las condiciones en que ese programa se desarrolla... El diálogo se aviva explicitando los criterios éticos de la evaluación. Con la aplicación de esos criterios se pretende asegurar el ejercicio democrático de la evaluación y de sus resultados, mantener un equilibrio entre el derecho a la privacidad de las acciones y de las informaciones y la necesidad de conocimiento y responsabilidad social, mantener el nivel de justicia democrática en la actividad evaluada. Los evaluadores han de hacer viable el diálogo desde actitudes abiertas, sencillas, tolerantes y comprensivas. Asimismo, han de buscar las condiciones (tiempo, espacio, explicaciones, garantías...) en que ese diálogo pueda desarrollarse adecuadamente y han de cumplir unos requisitos éticos que garanticen el respeto a las personas, los intereses sociales y el cumplimiento de las obligaciones asumidas en el marco de la negociación. Como animadores del diálogo entre destinatarios del programa y entre éstos y los propios evaluadores, éstos han de mostrarse hábiles en la formulación de preguntas, atentos a la captación de las respuestas e inteligentes en la interpretación de la información recibida. Información que no llega solamente a través de los contenidos verbales sino de otras muchas fuentes: la forma de llegar a la entrevista, el papel que desempeña una persona en el desarrollo del programa, el trato que mantiene con él evaluador, el modo de expresarse... Algunas situaciones de diálogo están formalizadas y se registran de forma inmediata a través de grabaciones magnetofónicas o de registros manuales, pero otras tienen un carácter informal y permiten recabar una información más espontánea aunque más desestructurada. No se debe pres- cindir de ese tipo de comunicación que brinda valoraciones probablemente menos teñidas por el recelo y menos encorsetadas por la disciplina de lo formal. . Son múltiples las plataformas en las que se establece el diálogo y numerosos los niveles en los que tiene lugar y se desarrolla: a) Entre evaluadores y evaluados, que permanecen en un continuo diálogo a través de las entrevistas, de la discusión de los informes, de la interpelación que ambos hacen a la realidad... b) Entre los diferentes evaluados, que pueden contrastar sus opiniones a través del evaluador o directamente entre sí. Es fácil que la evaluación dé lugar a conversaciones sobre el programa y sobre la forma en que está siendo evaluado. c) Entre la sociedad y las instancias educativas cuando se difunden los informes de la evaluación. El informe, una vez publicado, se convierte en una palestra sobre la que se discute acerca del valor de los programas educativos.
  • 22. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 22 En efecto, la discusión de informes constituye una plataforma para el diálogo. De ahí que sea preciso rechazar cualquier tipo de imposición para mantenerlos secretos o para hurtar una parte de la información. La publicidad de los informes conduce a un conocimiento más documentado y menos demagógico. Da pie a que se hable del valor educativo de los programas no desde la arbitrariedad y el interés sino desde el rigor de los datos. La sociedad tiene derecho a conocer el valor educativo de las instituciones y de los programas, sobre todo cuando se realizan con fondos públicos, Aceptar y alentar informes privados, secretos o sesgados favorece el engaño, el beneficio privado y la arbitrariedad autoritaria. Es preciso convertir la evaluación y los informes en estructuras sociales de participación y de relación. Un informe no es una conclusión inapelable y taxativa sino un cauce para generar procesos y dinámicas sociales. Los evaluadores, a través de los informes, introducen procesos y demandas democráticas de conocimiento y reflexión. La evaluación como comprensión La evaluación pretende alcanzar un nivel de comprensión sobre el funcionamiento del programa en su contexto, sobre su racionalidad y su sentido educativo, sobre las intenciones educativas que lo han puesto en marcha y sobre los efectos que esté generando. "Los participantes en el programa actúan de forma razonable según sus circunstancias y oportunidades. La tarea de una evaluación es iluminar el raciocinio que dirige el desarrollo de un programa y su evolución, identificar factores históricos y contextuales que lo in- fluencian y facilitar el examen crítico de estos aspectos dentro y fuera de la comunidad sobre la cual actúa el programa" (Kemmis, 1986). La evaluación está guiada por el impulso de la comprensi6n. Se plantea como finalidad entender por qué las cosas han llegado a ser como son. Lo cual hace necesario saber cómo son realmente. "Las verdades que hay que decir acerca de los programas educativos son verdades sociales... Las pretensiones sobre el programa son defendidas y discutidas en un proceso de debate crítico. Lo que se consideran 'verdades' acerca del programa dependerá de la calidad del debate. El debate racional consiste en dar razones y defender razonamientos con información y argumentos. Una evaluación puede aportar una contribución substancial a este proceso de crítica. Puede reunir información relevante para el programa, sus objetivos y aspiraciones, y puede someterla a un examen profundo. Puede obtener, articular y compartir la comprensión de por qué el proceso es como es por referencia a los objetivos de quienes en él participan, los condicionamientos circunstanciales y las oportunidades disponibles, y reflexionar sobre esta comprensión a la luz del contexto más amplío de la experiencia del programa como un todo" (Kemmis, 1986). La comprensión puede estar referida a diferentes aspectos del programa: 1. Pretensiones educativas. Quién las pone en marcha y por qué. Qué finalidades ocultas o manifiestas de otro tipo están vinculadas a las directamente educativas. 2. Necesidad. No sólo considerada en sí misma, sino en contraste con otras posibles necesidades de la sociedad.
  • 23. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 23 3. Destinatarios. A quiénes va dirigido y qué modos existen de acceder a él. Tanto en lo que respecta a la información como a los canales por los que se accede a él. 4. Procesos que pone en marcha. Qué tipo de actividades contiene y qué actitudes, conocimientos o destrezas desarrolla en los destinatarios. 5. Resultados durante el mismo programa. Qué es lo que el desarrollo del programa está consiguiendo en los destinatarios, en los responsables o, de forma indirecta, en otras personas. 6. Resultados a largo plazo. Aunque durante el desarrollo del programa estos efectos no puedan verse, habrá que pensar en lo que sucederá a largo plazo con ese planteamiento. 7. Efectos secundarios. Qué- repercusiones de carácter no buscado está produciendo el programa, tanto en los participantes como en otras personas, quizá potenciales usuarios del mismo. 8. Rentabilidad de los costes. Hay que preguntarse por la proporción entre el esfuerzo y el costo del programa y su rentabilidad, ya que los recursos son limitados. 9. Rentabilidad social. El beneficio del programa, desde el punto de vista democrático, no ha de verse solamente en los actuales destinatarios sino en las posibilidades de beneficio en cascada. 10. Relación oferta-demanda. Es interesante saber qué tipo de ofertas se realizan y por parte de quién en la organización de programas, y quiénes y por qué demandan ese tipo de acciones educativas. 11. Continuidad en el futuro. Qué tipo de desarrollo posterior tiene el programa, qué posibilidades de continuidad y de profundización encierra en el futuro. 12. Contexto sincrónico y diacrónico. El programa se realiza en un lugar y un momento determinados, con unos medios concretos. Y tiene una historia que permite comprender cómo son las cosas en él actualmente. La respuesta a estas cuestiones dependerá del punto de vista y del cuadro de valores desde el que se parta. (Me refiero ahora al evaluador.) La respuesta de los participantes dependerá también de su particular visión y, en ocasiones, de los intereses que están en juego dentro del programa. En el desarrollo de la evaluación es posible encontrar participantes: a) Sin opinión definida respecto a algunas cuestiones o todo el programa, sea porque no disponen de datos suficientes, sea porque se contraponen los elementos de juicio. b) Detractores del programa que buscan datos y desarrollan interpretaciones encaminadas a la formulación de juicios negativos. c) Defensores del valor del programa, unas veces de forma incondicional y poco reflexiva y otras con el apoyo de argumentaciones sólidas y consistentes. "Los evaluadores deben tener en cuenta las distintas perspectivas acerca de un programa, los juicios de valor que se produzcan, su contexto y su historia. Entonces estarán en posición de conglomerar y refinar las opiniones públicas y privadas por las cuales se hace inteligible el programa y se determina definitivamente su valor La calidad de la evaluación puede ser juzgada según la calidad de su contribución al debate crítico, informándolo y mejorándolo" (Kemmis, 1986). No se puede conseguir la comprensión profunda del valor educativo de un programa convirtiendo las complejidades naturales del mismo en simplificaciones que no sólo la empobrecen sino que la distorsionan con la excusa de que simplificando es más fácil establecer conclusiones o emitir juicios. La simplificación hace que la valoración sea más fácil pero también más injusta y más errónea. No puede alcanzarse la comprensión a través de la simplificación de los números o de las estadísticas. La asignación de números a realidades tan complejas encierra el peligro de la apariencia de cientificidad. Puesto que hay fórmulas, hay rigor. Puesto que hay mediciones, hay
  • 24. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 24 objetividad. Puesto que hay cuantificación, hay claridad. Se pueden utilizar mediciones y procedimientos estadísticos en la evaluación, se pueden aplicar cuestionarios que recojan infor- mación cuantificable, pero todos sus resultados han de pasar por el tamiz del análisis, por el contraste con otros modos de exploración, por la criba de las interpretaciones. Para conseguir esa comprensión en profundidad es preciso utilizar instrumentos variados y sensibles a la riqueza y complejidad estructural y diversidad de interrelaciones que se producen en la realidad educativa. Es necesario trabajar con instrumentos capaces de captar las valoraciones, aspiraciones, motivaciones, intereses, interpretaciones... de los protagonistas. No se consigue una información idéntica a través de diferentes métodos. Unas veces porque los interesados deforman las perspectivas movidos por el interés, por el papel que desempeñan en el programa o por cualquier otra causa, otras veces porque la naturaleza misma del método de exploración condiciona la información obtenida' No es lo mismo conseguir información a través de la entrevista a un responsable de un programa que observar directamente el desarrollo de la acción. En su excelente trabajo, Kemmis (1986) plantea la necesidad de solicitar la opinión de todos los que tienen diferentes tipos de valores en un programa: "Según el principio de la pluralidad del sistema de valores, los evaluadores deberán conocer y tener en cuenta todos los sistemas dé valores en juego, ya que todos son relevantes a la hora de emitir juicios sobre el programa”. Esto exige la realización de exámenes cruzados de los diferentes métodos. Al contrastar la información recibida a través de dos o más métodos, se depura la comprensión. Exige también el contraste de las opiniones de diferentes usuarios, ya que las valoraciones que hacen de unos no necesariamente coinciden con las que hacen de otros. La búsqueda de la comprensión tiene como finalidad preguntarse por los procesos y los resultados de los programas, tanto de los que tienen un carácter explicito como de los que tienen una condición subrepticia, tanto de los directamente pretendidos como de los que aparecen de forma derivada o secundaria, tanto de los relativos a cada uno de los destinatarios como de los de carácter general, tanto de los relativos al conocimiento como a otras esferas del desarrollo personal y social. La comprensión se realiza a través de un lenguaje accesible, no sólo para' los directamente implicados sino para cualquier otro ciudadano interesado en la realidad que se evalúa. No facilitan la comprensión ni el lenguaje tecnicista, ni la abundancia de fórmulas complejas, ni las conceptuali- zaciones académicas que, por otra parte, suponen un nivel de codificación que cambia el registro de las informaciones emitidas por los participantes. La evaluación como mejora La evaluación no se cierra sobre sí misma, sino que pretende una mejora no sólo de los resultados sino de la racionalidad y de la justicia de las prácticas educativas. No se evalúa para estar entretenidos evaluando, para decir que se está realizando una evaluación, para controlar los programas, para hacer publicidad o para crear conocimientos... Fundamentalmente se hace la evaluación para conseguir la mejora de los programas: del que está en curso y de otros que se pongan en marcha.
  • 25. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 25 "Si la evaluación educativa es una reflexión sistemática sobre la acción docente/dis- cente y organizativo/funcional tiene que ser la base de las innovaciones que se introduz- can" (Casanova, 1992). La mejora puede consistir, pues, en diversos fenómenos referidos al programa: a) Por una parte, tiene que ver con la introducción de innovaciones que, desde la comprensión que se ha generado, se consideran positivas para la calidad. b) La pregunta misma por la calidad se convierte en una mejora real. Es decir, que la preocupación por conocer qué se entiende por mejora es ya un beneficio que enriquece el programa. c) La participación de los destinatarios en la valoración del programa lleva consigo un factor educativo importante, con tal de que no se convierta en un simple entretenimiento. Aumentar la participación de los destinatarios del programa en su desarrollo y valoración es, a mi juicio, un modo de mejorarlo. La mejora habría de ser definida, no tanto a través de unos parámetros establecidos a priori sino en la propia dinámica de la acción contextualizada en la que aparece un fuerte juego de expectativas, motivaciones, intereses, deseos, sentimientos y valores. De cualquier forma, habría que superar un planteamiento simplista que sólo atiende a la valoración en la obtención de rendimientos terminales, sobre todo cuando se miden a través de pruebas estandarizadas. No es fácil prescindir del resultado final como uno de los ingredientes del éxito del programa. Pero hay que superar esa visión simplista. Difícilmente podrá considerar un éxito el programa aquella persona que no supere las pruebas, si las hubiere. Pero no bastaría, a mi juicio, superarlas para decir que el programa ha resultado positivo. Consecuentemente, la mejora, no consistirá solamente en la consecución de mejores resultados finales. Existen otras cuestiones sobre las que habrán de interrogarse quienes piensen en la mejora de un programa: La justicia de sus planteamientos desde el punto de vista social y educativo. La racionalidad de sus prácticas en cuanto a los fines perseguidos y a los métodos elegidos para su logro. La bondad de las relaciones entre los organizadores y los participantes y las de éstos entre sí. No todo cambio es, por el hecho de serlo, una mejora. Lo que sucede con la evaluación es que permite descubrir, a través de la comprensión, en qué consiste la auténtica mejora de los programas. "La evaluación educativa es un proceso que, en parte, nos ayuda a determinar si lo que hacemos en las escuelas contribuye a conseguir fines valiosos o si es antitético con estos fines. Que hay diversidad de versiones de valor es indudablemente verdad. Éste es uno de los factores que hace a la educación más compleja que la medicina... Esto hace de la evaluación educativa una tarea difícil y compleja, sin embargo a fin de cuentas algunos valores han de buscarse, algunos juicios deben ser formulados acerca de lo que se ha ce o lo que ocurre. No tenemos otro modo de conocer si estamos educando o deseducan do" (Eisner, 1985). La evaluación facilita la mejora al preguntar por el valor educativo del programa, al facilitar la comprensión de lo que sucede en el mismo, al provocar la reflexión y el debate de los implicados, al urgir las respuestas sobre los posibles cambios.
  • 26. MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA, “EVALUACIÓN EDUCATIVA 1”, MÉXICO 26 La mejora de los programas puede tener un carácter inmediato o bien diferido. En el tiempo se encuentra a veces un obstáculo cuando se buscan efectos rápidos que no pueden darse con inmediatez o cuando se difieren tanto los informes de manera que ya no pueden aprovecharse para la mejora del programa, ya que los protagonistas son diferentes o no es posible intervenir adecuadamente. "La alternativa metodológica que supone el estudio de caso en el campo de la evalua- ción viene dada por la riqueza de posibilidades que presenta su capacidad de analizar la realidad educativa en términos de su utilidad. Utilidad inmediata para -la acción institucional y para la práctica docente, engarzada en la variedad de situaciones que generan y en la diversidad de contextos con los que interactúan. Utilidad diferida en cuanto a la progresiva sucesión de los mismos y su paulatina acumulación" (Breznes y Carretero, 1990). Otra cosa son las estrategias que han de ponerse en marcha para conseguir esta mejora. Los evaluadores no tienen, a mi juicio, la responsabilidad de poner en marcha esas estrategias, pero sí se preocupan porque la evaluación no esté abocada a la esterilidad. La evaluación facilita el perfeccionamiento de los profesionales, al hacer que, desde la independencia de las preguntas y de los juicios externos, se interroguen, dialoguen y entiendan lo que sucede con el programa. La mejora se hace posible no sólo en el programa evaluado sino en otros de carácter similar que ya están realizándose o que se preparen en el futuro. La transferibilidad permite atender diversos tipos de cuestiones sobre la naturaleza y riqueza educativa en determinadas estrategias de intervención. La conexión de la evaluación con la mejora puede potenciarse si existen unas condiciones determinadas, a saber: a) Si la iniciativa de realizar la evaluación es ampliamente democrática y no está solamente promovida desde el exterior o por sólo una parte de los participantes en el programa. b) Si el proceso de exploración ha sido intenso y ha permitido poner sobre el tapete cuestiones importantes sobre el desarrollo y la valoración del mismo. c) Si están sólidamente fundados los juicios que se expresan en la evaluación y rigurosamente argumentadas las interpretaciones. d) Si los evaluadores aportan sugerencias sobre la mejora y la viabilidad de las mismas, en el buen entendido de que son los responsables del programa y los participantes en el mismo quienes han de hacer efectivos los cambios. La evaluación que propongo se siente comprometida no sólo con la mejora del programa sino con la sociedad en general. No tiene una perspectiva neutral sino que toma partido por unos determinados valores. Se interesa por aquellos que no son usuarios del programa y que ni siquiera podrían serlo por su condición social, por carencia de medios o por ser víctimas de un caprichoso reparto de los bienes públicos.