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Tema 5. La civilización del Renacimiento
5.1 Cultura de elites y cultura popular. El peso del analfabetismo
Dos culturas: la popular y la de las elites
La creencia de que los tiempos incluidos en la modernidad supusieron un “progreso” lineal en el universo
cultural es una apreciación que debe matizarse. Sólo minorías muy reducidas se enteraban de las mutaciones
profundas que se estaban produciendo en los sistemas de conocimiento y en el mundo de las artes y de las
ciencias, no tan diferenciadas en sus “especialidades” como dejan suponer tratamientos históricamente
anacrónicos. La inmensa mayoría de la población, no debe olvidarse que agraria y rural incluso en los países
más urbanizados, siguió inmune a las costumbres y anclada en los hábitos heredados. Al igual que su
universo sacralizado permaneció inmutable, y en mayor medida si cabe, su cultura no se vio afectada por las
elites, desde los humanistas hasta los ilustrados, empeñados en denigrar como ignorantes los
comportamientos que no se adecuaban a sus convicciones y programas de aculturación. La historiografía
actual está revisando con atención creciente ese otro mundo de las permanencias apenas alteradas. Viven en
sus convicciones entre mágicas y naturales, con referencias y medidas que nada tienen que ver con el
copernicanismo, convencidos de las derrotas del Sol que marca los días, las noches, las estaciones, los
tiempos de sementera y de la cosecha. Los medios de comunicación y de transmisión de sus “saberes” no
son los escritos por la sencilla razón de que valoran más la palabra, incluso para los contratos, que la letra. La
tradición oral, la conversación, la memoria, son instrumentos sin alternativa. Por eso, lo mismo en España
que en Alemania, el refrán o el sprichtwort constituye una especie de suma de sabiduría aplicable a casi
todo. En esta cultural oral, el sermón es un medio de información, de formación, de catequesis y de
propaganda insustituible y que explica la atención otorgada tanto por los protestantes (religión no sólo del
libro sino también de la palabra) como por los católicos, siempre empeñados en su reforma. La lectura sólo
es indirecta. De poco sirve, desde la posibilidad cultural, la liturgia obligatoria, puesto que las misas católicas
se celebran en latín, ininteligible para el pueblo, en contraste con las innovaciones de la Reforma. Más
eficaces son los libros de devoción, los almanaques, la literatura equivalente a pliegos de cordel, a coplas de
ciego, tan denostadas por las elites y que se leen por los pocos que pueden hacerlo pero que se escuchan por
todos, incluso en ámbitos rurales. La cultura popular, por tanto, y a despecho de las campañas de los
humanistas, empeñados en atraer a todos hacia su cultura, propalada como valor social por una república de
letrados que no podía esgrimir, en principio, los títulos de nobleza y de riqueza, tardaría mucho tiempo en
sentir la necesidad de leer, menos aún de escribir y, todavía menos, de contar con signos escritos.
Analfabetismo, lectura y escritura
La cultura del libro y del escrito, en efecto, tiene una historia difícil. La imprenta fue un avance tecnológico,
industrial, cultural, mental, revolucionario en el más estricto sentido de lo que hoy puede entenderse como
revolución integral que afectó a todos los órdenes, desde el económico hasta el ideológico. Pero su capacidad
multiplicadora y su producto, el libro, se encontraron con barreras que, si no podían impedir su presencia,
frenaron y retrasaron algunas de sus posibilidades de circulación. Por de pronto, los poderes civiles y
eclesiásticos, sabedores de los peligros de la libertad de producción y las ventajas de su control, no tardaron
en establecer monopolios, en convertir a la imprenta en una especie de regalía con todas las censuras
estatales, religiosas e inquisitoriales que lanzaron, casi desde el principio, a los impresos subversivos o
sospechosos por las vías de la clandestinidad cuando no los redujeron al ámbito limitado de las copias
manuscritas. Más peso tuvo en dificultar el acceso generalizado al libro la elevación de sus precios,
estableciéndose de nuevo la relación directa entre riqueza y posibilidad del libro, convertido, de esta suerte, y
durante largo tiempo, en objeto casi de lujo. Los mismos formatos, en cuarto o en folio, actuaron como
elementos disuasorios. Por eso, hasta que en el s. XVIII no cambien las formas externas, se extienda la
costumbre de libros de tamaño menor (de bolsillo) u ofrecidos en entregas (en fascículos), y no se abaraten
sus precios, la presencia del libro será escasa, reducida a determinadas bibliotecas institucionales (que tienen
que encadenarlos para su seguridad) en la mayor parte de las circunstancias. Con todo y con eso, el muro
auténtico que limitó la cultura del libro a ciertas elites fue la incapacidad infraestructural de su lectura: el
analfabetismo. Con el presupuesto (bastante gratuito a veces) de que el escribir presuponía capacidad para la
lectura, y de que firmar, al menos el firmar con ciertas formas, equivalía a saber escribir, numerosos
investigadores se han lanzado a la aventura de detectar la frontera entre el analfabetismo radical y la
alfabetización. Fuentes notariales, fiscales, judiciales, parroquiales, inquisitoriales, permitían seguir estos
caminos, a veces vericuetos, del acceso al leer y al escribir. Resumiendo algunas de las conclusiones de
tantos trabajos monográficos y minuciosos, puede pensarse que Europa y sus colonias registraron un avance
lento, que hay que saber valorar por tantas dificultades como había que superar, en su alfabetización.
Chartier trata de esbozar el mapa europeo a tenor del grado de alfabetización creciente: las zonas más
alfabetizadas se sitúan en el norte y en Alemania; las regiones del analfabetismo en el sur y en Europa
oriental. Hay que esperar, para llegar a conclusiones menos frágiles (basadas en los estudios de la gente que
sabía firmar), que se analicen otras fuentes (las cualitativas son valiosas) y se atienda a métodos que
completen a los hasta ahora empleados. De todas formas, no puede admitirse la correlación exacta entre
firmar y leer. Para salvar este vacío, y acercarse más a la realidad de la lectura, se está estudiando la
presencia del libro entre sus propietarios y, presumiblemente, usuarios o lectores. Los resultados obtenidos a
partir de, entre otras, las fuentes protocolarias de los inventarios, si no se conociesen por otro tipo de
documentación son los esperables: el libro no abunda en las casas. La presencia, tanto de propietarios como
de unidades de libros, aumenta a medida que se avanza hacia el s. XVIII. Dentro de la anarquía de los datos,
cabe distinguir, de nuevo, el abismo que, también en la posesión de libros media entre la ciudad y el campo,
donde (y cuando) aparecen raramente lo hacen sobre el 3 % de los inventarios. En cuanto a la cantidad
también hay que establecer el criterio de la riqueza y de la profesión. La nobleza, incluso la española, poseía,
además del armario-archivo de los documentos justificantes de sus títulos y rentas, y no de forma
excepcional, bibliotecas muy considerables. Desde otro punto de vista, los inventarios que constatan la
existencia de libros en manos privadas suelen corresponder a profesionales del derecho, de la medicina, de la
religión: la mayoría de sus títulos, contados, son auxiliares para el ejercicio de su función respectiva. Pero
hay otros inventarios o índices que no aparecen en la documentación de las escribanías: son los catálogos de
bibliotecas de selectos, más abundantes en la Ilustración, de universidades e instituciones anejas como los
colegios mayores, o de monasterios y conventos Por último, en Europa y sus colonias, es preciso tener en
cuenta las diferencias confesionales también en la posesión y lectura de libros. Dada la ayuda que la
imprenta prestó a la expansión y afianzamiento de la Reforma de Lutero se ha generalizado sobre el amor al
libro, a la palabra de Dios escrita, en el protestantismo. Sin embargo, no parece que el primer luteranismo, al
igual que el calvinismo, incrementasen perceptiblemente el número de lectores, ni siquiera la afición a la
lectura, fenómenos ambos que se registraron con el puritanismo y con los pietismos posteriores, cuando la
memorización y la lectura repetitiva llevada a cabo por párrocos y pastores se convirtió en lectura casera,
familiar e individual, incluso silenciosa. Al fin del Antiguo Régimen, se han producido cambios sustanciales
cuantitativos y cualitativos. Desde el punto de vista de la producción, las imprentas facilitan (porque se
demanda) una oferta más variada, en la que el predominio de lo religioso va cediendo en beneficio de las
artes, de las ciencias, de las letras y de los oficios útiles. La “Enciclopedia” es un modelo, además de
instrumento de propaganda, de los objetivos, ideales y preocupaciones de las elites. Se imprime más y mejor,
y se divulga la forma moderna de comunicación de los saberes, hay que insistir en que enciclopédicos, a
través de las publicaciones periódicas, combativas con frecuencia. Y aparece o se afianza la “mujer lectora”
en casa, en los gabinetes de lectura, en los retratos en que se exhibe con las obras del patriarca de la
Ilustración, Locke, como ornato. Es posible que la mutación más decisiva, aunque pueda parecer sutil, sea la
superación de los miedos a la lectura por la conciencia de la necesidad de leer (el escribir tendrá que esperar
algo más). Porque en algunos países (no sólo en España), por recelos xenófobos, misoneístas, ortodoxos, se
había fabricado todo un sistema orientado a sembrar el miedo a la lectura y a ver el libro como enemigo
peligroso.
Hacia la secularizaciónde la cultura (desvinculación de la revelación y de la razón)
Lo que se suele considerar como “progresos” culturales en el más amplio sentido de la palabra no se podían
registrar en instituciones sacralizadas como eran los colegios de primeras y segundas letras o de “gramática”,
casi siempre regidos por clérigos y orientados hacia la formación clerical, o como podían ser las
universidades en su inmensa mayoría, y en las que aunque no hubiese ya controles papales o episcopales, y
dependiesen del poder civil, seguía perviviendo la convicción de la servidumbre del resto de las facultades a
la de teología y estaban para proveer de funcionarios, imprescindibles para la burocracia civil y eclesiástica
de los Estados. Las innovaciones, la nueva sensibilidad cultural, llegarían por otros cauces: por las academias
humanistas, las reales academias de los absolutismos o de las sociedades inglesas, los amigos del país
asociados, los centros especiales arbitrados por la Ilustración para los oficios útiles, etc. Ahora bien, en este
cambio de sensibilidad tuvieron un protagonismo incuestionable personas privilegiadas y capaces de romper
con el universo mental, con principios, métodos y conclusiones que se creían inalterables. La llamada
“revolución científica”, de hecho, se identifica con nombres, desde Copérnico, Galileo, Bacon, Descartes,
Newton, los ilustrados insignes. El proceso fue complejo. En él se perciben, cómo no, pervivencias de
mentalidades y sistemas heredados. Hay una mezcla de ciencia nueva y de magia difícil de alejar. El vehículo
de sus teorías, incluso, y por mucho tiempo, será el latín, convertido después en agarradero del
reaccionarismo antiilustrado. Entre éstas, y otras, herencias, se fue introduciendo la autonomía del pensar,
del razonar, del experimentar, como método y objetivo de la filosofía y de las ciencias, menos diferenciadas
entonces que después de la modernidad. Quizá este elemento de secularización, de desvinculación de la
revelación y de la razón, fuera el paso decisivo. Para llegar a ello fue necesario destruir la escolástica, que,
contra lo que suele decirse, era algo más que un método. Era un estilo de pensamiento basado, por una parte,
en la dialéctica sutil y en la autoridad correspondiente; una visión del universo (el terreno y el celestial); la
summa armónica de todos los conocimientos habidos por esos caminos, no por los de la crítica y de la
experimentación. El Humanismo, más platónico que aristotélico, no ocultó su hostilidad, al igual que lo haría
Lutero, desde su agustinianismo, contra una especie de sistema en el que no cabía la Escritura como norma y
que se había diluido en escuelas similares a las sectas, con sus odios mutuos, con su lenguaje críptico, con
sus divertimentos plagados de sutilezas estériles y sin nada que ver con la realidad. No desapareció en el s.
XVI, y hasta la ortodoxia luterana se vio envuelta en sus redes. Tardaría en ser relevado este universo moral
por otros más modernos.
5.2 La enseñanza y las universidades. La fuerza de la escolástica
El sistema educativo
La escolástica intentó utilizar la filosofía grecolatina clásica para comprender la revelación religiosa del
cristianismo. Fue la corriente teológico-filosófica dominante del pensamiento medieval, tras la patrística de
la Antigüedad tardía, y se basó en la coordinación entre fe y razón, que en cualquier caso siempre suponía
una clara subordinación de la razón a la fe (Philosophia ancilla theologiae -la filosofía es sierva de la
teología-). Dominó en las escuelas catedralicias y en los estudios generales que dieron lugar a las
universidades medievales europeas, en especial entre mediados del siglo XI y mediados del XV.
Como era previsible, los fundamentos, formas, niveles y resultados de la educación estaban relacionados con
las ideas, los intereses y el poder relativo de cada uno de los grupos sociales. Los diferentes niveles y grados
de conocimiento eran una fuente de supervivencia personal, de prestigio social y de acceso a una
determinada cuota del poder que ostentaba, cada vez más exclusivamente, la Monarquía Absoluta y sus
ministros. El pueblo se contentaba con unos rudimentos de doctrina cristiana, que no iban más allá de unas
breves oraciones e invocaciones a la divinidad, complementados en el plano pragmático con el conocimiento
de las técnicas artesanales para los varones, y con las habilidades precisas para el gobierno de la casa en el
caso de las niñas. El dominio de la lectura, la escritura y las cuatro reglas aritméticas básicas implicaba un
cierto grado de preeminencia dentro del grupo popular y se encontraba más extendido en las ciudades que en
el campo. Este nivel inferior de la enseñanza estaba al cargo de los maestros de primeras letras, por lo que se
refiere a la oración, lectura, escritura y operaciones aritméticas, mientras que las destrezas profesionales las
transmitían los maestros gremiales. La pequeña burguesía tenía acceso a un grado de conocimiento bastante
superior al de la masa popular, un saber que le proporcionaban los preceptores privados y las cátedras de
latinidad. Este nivel (que podríamos calificar como una enseñanza media), les suministraba toda la
instrucción necesaria para sus negocios y, a veces, les dotaba de una preparación imprescindible para acceder
a los estudios universitarios, que eran la culminación de todo el sistema educativo y la fuente de los
conocimientos imprescindibles para reproducir el saber antiguo y tradicional o para alumbrar uno nuevo. Se
ha escrito que la Ciencia Moderna nació al margen y, en muchas ocasiones, enfrentada a la Universidad. Esto
es en parte verdad, pues para acercarse a la realidad científica barroca hay que distinguir claramente entre
“conocimiento” e “innovación”. El primero sólo podía ser adquirido dentro del ámbito universitario, pero es
cierto que para superar el nivel de la ciencia oficial había que salir del entorno académico e introducirse en
alguno de los grupos o instituciones que se constituyeron al margen de aquél. El esquema académico oficial
se estructuraba en cuatro niveles, que se presentaban netamente definidos en cuanto a su jerarquía.
Niveles universitarios:
1. Base: Facultades de Artes, llamadas“facultades menores”, donde se estudiaban el “Trivium” (Lógica,
Retórica y Gramática) y el “Cuadrivium” (Matemática, Geometría, Música y Astrología, complementado
en esta época con nociones de Óptica). Se trataba de unas disciplinas simplemente “propedéuticas”, es
decir, que tan sólo servían como preparación para los estudios superiores propios de las “Facultades
Mayores”. Tras cursar las asignaturas citadas, para lo cual bastaba con asistir a las lecciones pero sin
necesidad de examinarse de ellas, se obtenía el grado de “bachiller en artes”, un título que autorizaba a
su poseedor a continuar el currículum académico o, alternativamente, a buscarse profesionalmente la
vida impartiendo clases como preceptores o en las escuelas de latinidad del nivel preuniversitario.
2. Facultades de Medicina , segundo nivel universitario, donde se impartía un saber “cuasi técnico” y en
el que ya habían empezado a dotarse las Cátedras de Anatomía y de Cirugía, aunque la disección de
cadáveres solía encargarse a barberos porque implicaba trabajo manual, que, en general, era rechazado en
el ambiente universitario. Las cátedras de las anteriormente mencionadas facultades menores, de Artes,
se ocupaban por médicos que habían obtenido el grado de doctor.
3. Facultades de Derecho: Canónico y Civil (conjunta o separadamente o existir sólo una de ellas), y que
eran el semillero de la burocracia constituyente de la columna vertebral del Estado Moderno y en las que
también se preparaban los futuros miembros del episcopado, mucho más ocupados (salvo raras
excepciones) en definir cuotas de poder entre la Iglesia y el Estado que en la reforma doctrinal. Porque
4. Facultades de Teología, las de mayor prestigio sin duda alguna. El conocimiento teológico, que se
obtenía en élla, junto al dominio del Derecho, era esencial para hacer carrera eclesiástica de obispo en
adelante. Las escalas inferiores del clero, incluido el presbiteriado, no necesitaban de la Universidad, ya
que les bastaba la formación impartida en los seminarios, una mínima base religiosa que ni siquiera era
exigida para recibir las órdenes menores.
La lógica interna de tal modelo universitario parecía incontrovertible: la Teología estudiaba el Ser Divino
(fuente de todo poder y conocimiento), y fundamento del sistema eclesial, político, social y científico.
Acercándose intelectualmente a Dios, principio y fin de todo lo creado, se entenderían las reglas que Él
había implantado en el momento de crear el mundo, por lo cual el conjunto de los saberes descansaba en la
Teología con lo que se cerraba de forma armónica el círculo del conocimiento necesario.
5.3 Los conceptos de Renacimiento y Humanismo. Características y factores de difusión
Renacimiento: amplio movimiento cultural que se produjo en Europa Occidental en los siglos XV y XVI.
Sus principales exponentes se hallan en el campo de las artes, aunque también en las ciencias, tanto naturales
como humanas. Italia fue el lugar de nacimiento y desarrollo de este movimiento. Es fruto de la difusión de
las ideas del humanismo, que determinaron una nueva concepción del hombre y del mundo.
Humanismo: movimiento intelectual, filológico, filosófico y cultural europeo estrechamente ligado al
Renacimiento que propugna el retorno a la cultura grecolatina como medio de restaurar los valores humanos,
cuyo origen se sitúa en el siglo XIV en la península Itálica (especialmente en Florencia, Roma y Venecia) en
personalidades como Dante Alighieri, Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio.
En el inconsciente personal Renacimiento nos evoca una pletórica recreación de la Antigüedad clásica en
literatura, pensamiento, arte, actitudes y comportamientos en lugares y tiempos concretos, particularmente de
Italia. Y es este proyecto de revivir la Antigüedad, el convertirla en molde de un mundo nuevo, el que presta
su fisonomía más definida al llamado Renacimiento. Los problemas se presentan al expandir su significado a
la totalidad histórica de una época e intentar transferirlo desde las minorías cultas al conjunto social. Si
queremos aplicar el término con este matiz de cultura de época debemos situarlo, a efectos meramente
pedagógicos y en un primer intento, entre el s. XIV y mediados del s. XVI, con antecedentes, amplitud y
pervivencias variables según los países. Por otro lado, sus creaciones deberán vincularse a minorías urbanas
en contrapunto con mayorías asentadas en la tradición medieval. Además, convendrá distinguir entre los
conceptos de Renacimiento y Humanismo. El primero es más amplio y tiende a abarcar la diversidad de
perspectivas y actitudes vitales, mientras que el de Humanismo se refiere más directamente al resurgir de las
letras clásicas antiguas y de los valores culturales a que dieron origen. En líneas generales, el interés por el
Renacimiento como cultura de época se inicia a mediados del s. XIX, tras una etapa de admiración medieval
propia del romanticismo. Corrientes:
– Siglo XIX: el autor más significativo será Jakob Burckhardt, cuya Cultura del Renacimiento en
Italia (1860) se centraba en reivindicar para la época la individualidad y el espíritu laico. Para este
autor, la quiebra entre Edad Media y Renacimiento resultaba evidente y se producía a mediados del
s. XV. Burckhardt contrapone la afirmación individual renacentista a los valores colectivos
medievales, con sus lazos de sangre, familia y territorio. De este modo, el Renacimiento será
sinónimo de Modernidad, e Italia el foco difusor de las nuevas actitudes. Estas hipótesis de
Burckhardt tenían precedentes en algunos eruditos y artistas italianos de los siglos XIV – XVI, que
hablaron del “despertar” de su época, de una nueva “edad de oro” contrapuesta a la “edad oscura”
del Medievo.
– Primer cuarto del s. XX, los medievalistas tienden a rechazar las fáciles contraposiciones entre Edad
Media y Renacimiento; frente a Burckhardt, que había centrado el verdadero Renacimiento en Italia,
fue configurándose la conciencia de un Renacimiento nórdico, no paganizante sino cristiano, una de
cuyas figuras más significativas sería Erasmo. De este modo se tendían puentes entre el
Renacimiento y las Reformas religiosas, en un panorama de imbricaciones a lo largo de los siglos
XV y XVI. Con todo, la fecundidad evidente del Renacimiento italiano contaba a su favor con el
sustrato cultural e incluso material de la vieja Romanidad, mientras que tradiciones culturales
distintas en otros países europeos podía ofrecer ciertas resistencias y reelaboraciones. Respecto al
Renacimiento español conviene indicar que ya desde el s. XIX no fue reconocido por la
historiografía alemana dependiente de Burckhardt. A su pretendida existencia se oponían las raíces
judías y musulmanas de la Península, así como la leyenda negra sobre la Inquisición, Felipe II y la
Contrarreforma. No obstante, la historiografía liberal lo reivindicó, si bien acortando su duración en
el tiempo, hasta la década de los años treinta del s. XVI.
– Finales del s. XX, Peter Burke ha subrayado la necesidad de considerar el Renacimiento no como un
período concreto, sino como una dinámica expansiva en amplio contexto. Lo ocurrido a partir del s.
XIV (inicialmente en Florencia) debe situarse en una trayectoria de cambios a largo plazo, entre el
año 1000 y el 1800. Los europeos de estos siglos, una vez superado el paréntesis ruralizante de la
Alta Edad Media, redescubrían problemas ya planteados en la cultura grecorromana. En este marco
general, el Renacimiento clásico correspondería a la secuencia temporal intermedia (siglos XIV –
XVI). Para estos hombres, las letras clásicas y los modelos antiguos representaron la posibilidad de
nuevas actitudes ante el mundo. Posteriormente, los siglos XVII y XVIII aportarían otros matices a
parecidos problemas. Otros autores, han tendido a vincular estrechamente el Renacimiento con el
movimiento intelectual de los humanistas. En este sentido se podría hablar de una corriente
hispánica, ya desde finales del s. XIV en la Corona de Aragón y a lo largo del s. XVI
Características del Humanismo renacentista
El Humanismo, con su nueva vivencia y actitud ante el mundo, características de la etapa renacentista,
intentará liberarse de los constreñimientos ascéticos y religiosos de la cultura eclesiástica de la Edad Media.
Comportaba una revalorización de la nobleza de lo humano propiamente dicho, sus valores y capacidades,
así como una apuesta de inserción en la “ciudad terrena” frente a la exaltación de los valores últimos de la
“ciudad de Dios”, o los afanes de salvación radicalmente manifiestos en siglos anteriores. No obstante,
conviene precisar que no se produjo una contraposición entre Antigüedad y Cristianismo, sino intentos de
concordia y síntesis. Los clásicos grecorromanos se convirtieron en modelos universales, que deben ser
incorporados a la herencia cristiana. “Armonía” y “unidad” serán referencias clave de la cosmovisión
humanista. Y es que el Humanismo, además de su interés erudito en las letras clásicas y la filología, debe
entenderse como un nuevo modo de vivir, que subraya la inserción del hombre en el mundo, la actitud
estética, la ética y la cortesía social. Se busca conciliar acción y contemplación, al tiempo que un ideal de
hombre completo y polivalente. Por ello, otros rasgos importantes de la actitud humanista serán la “virtus”
(valor, energía, audacia viril, integridad), la preocupación por la fama, y el “amor” como progresiva
transposición de niveles hacia la belleza en sí. Al mismo tiempo, en el Humanismo se percibe un sentido
aristocrático, minoritario, de jerarquías intelectuales o de círculos de iniciados. Lo caracteriza un cierto
distanciamiento y una contención individual, frente al talante pasional, emotivo, vitalista de la llamada
“cultura popular” Estos postulados adquirieron una evidente expresión en las artes plásticas, con sus ideales
de proporción y armonía. Manifestaciones visibles y costosas, urbanas y monumentales, que no pueden ser
entendidas sin el mecenazgo. Es el sereno equilibrio del espíritu clásico que caracterizará al primer
Renacimiento. El Humanismo también se verá estimulado y favorecido por la nueva “cultura de la
imprenta”, que aumenta la posibilidad de información, amplía los horizontes mentales, favorece la reflexión
individual y, en consecuencia, una mayor actitud crítica ante los estilos de vida tradicionales y las
autoridades constituidas. En su actitud con respecto a los poderes, los humanistas también se volvieron hacia
los clásicos. El modelo lo constituía el ciudadano activo e independiente de una república. Se trataba de un
humanismo civil, con ecos en las ciudades libres de Italia o de Alemania. Sin embargo, la Monarquía era
institución característica en los países europeos. Frente a las arbitrariedades posibles, muchos humanistas
retomaron ante ellas los modelos estoicos del senequismo: serenidad y entereza ante la tiranía, como virtudes
más propias de súbditos que de ciudadanos. Finalmente, el Renacimiento humanista tuvo también un lado
oscuro, y algunos de sus representantes se adentraron en terrenos de lo marginal, lo supersticioso y lo
hermético. En ciertos casos, estos aspectos no quedaban lejos de la filosofía natural y los balbuceos
científicos.
Difusión del Humanismo
La expansión del Humanismo tendrá mucho que ver con la renovación de la enseñanza. La educación se
proyecta como formación general, que integre actividades físicas, intelectuales y espirituales. Late la
conciencia idealista de un hombre concebido como criatura divina y perfeccionable. Más que las
universidades tradicionales, en la renovación humanista contribuyeron las de nuevo cuño. Surgieron
Academias de letras clásicas: la florentina fue platonizante y minoritaria, la romana estuvo vinculada a la
Curia pontificia, la veneciana se interesaba fundamentalmente por autores griegos. Tradicionalmente se ha
considerado que estos usos culturales italianos fueron posteriormente exportados y “difundidos” al resto de
la Europa occidental, pero habría que decir más bien que los europeos, tomando como base estos modelos
culturales que recibieron de Italia, los imitaron y reinterpretaron según sus necesidades, sus circunstancias y
sus posibilidades de recepción. Los cauces por los que se produjo la difusión del Humanismo:
1. En primer lugar los viajes y visitas a la península italiana: continuaron los viajes clásicos de la Edad
Media de clérigos, peregrinos y comerciantes, y se incrementaron además los de soldados y
diplomáticos y los de universitarios especializados.
2. También fue notable la emigración contraria, hacia territorios europeos, de humanistas y artistas
italianos, con fuerte intensidad a finales del cuatrocientos. Entre las causas de esta emigración
podemos hablar de actividades diplomáticas, invitaciones y mecenazgo, búsqueda de promoción o
simplemente curiosidad y aventura, cuando no huidas o exilios políticos. Esta emigración se
favoreció por la escasez de humanistas autóctonos.
3. La imprenta de tipos móviles no fue inventada hasta la década de 1440 por Gutenberg, por lo que no
ejerció influencia en los inicios del Renacimiento, pero sí, de forma muy acusada, en su difusión. La
imprenta puso en relación el proyecto de recrear la Antigüedad con la posibilidad pública e
individual de disponer de ediciones impresas y circulantes de los autores clásicos. Entre 1450 y 1500
llegaron a imprimirse en Europa unos 15000 textos, de los cuales el 80% seguía siendo en latín, y la
mitad de ellos de temática religiosa. La difusión de los libros pudo ampliar los minoritarios círculos
de los humanistas de transmisión oral.
4. Tampoco hay que olvidar el desarrollo del género epistolar en la difusión del Humanismo. Aumenta
considerablemente la escritura de cartas, muchas veces uno de los pocos procedimientos de
intercambio y de relación entre amigos y eruditos.
En este proceso de difusión cultural, por lo menos en los orígenes, no tuvieron demasiada importancia las
universidades de raíces medievales. El recuperado latín clásico de los humanistas se enfrentó con el latín
escolástico de las universidades. Y éstas, tras grandes dudas, incorporaron a sus facultades algunas cátedras
de lenguas clásicas, lo que no quiere decir que se impregnaran del nuevo talante humanista. Adquirieron un
papel destacado las nuevas instituciones colegiales, abiertas a los nuevos saberes letrados. Con todo, también
se produjo una expansión de las instituciones universitarias a lo largo del siglo XVI en Europa por dos
causas principales: por un lado, los conflictos religiosos y las controversias confesionales entre católicos y
protestantes multiplicaron las universidades y las convirtieron en baluartes ideológicos; por otro lado, la
necesidad de los nuevos Estados de estructurarse a través de una burocracia jurídica y administrativa
eficiente, formada en el derecho romano impartido en las universidades tradicionales.
En toda Europa el Renacimiento se vinculó con una progresiva revitalización de las lenguas y las literaturas
vernáculas; no obstante los libros en latín continuaron manteniendo su particular dignidad. Los nuevos
géneros aclimatados en Italia se difunden: poesía épica y lírica, el cuento y las novelas caballerescas o
sentimentales.
5.4. Italia y otras realidades europeas
La eclosión de la cultura renacentista puede situarse en los territorios del centro y norte de Italia entre los
siglos XIV y XV, coincidiendo con el afianzamiento de las ciudades-estado y con pujantes intercambios
comerciales con el Mediterráneo oriental. Las ciudades libres italianas ocupaban espacios intermedios en las
esferas de influencia del Papado y el Imperio. Pero el desarrollo económico no lleva siempre parejo el
desarrollo cultural, ciudades económicamente importantes como Génova no parecen situarse dentro de la
corriente innovadora de la época. El Renacimiento cultural constituyó un movimiento claramente urbano.
Interesó a tres minorías ciudadanas definidas:
1. las oligarquías dirigentes, que actuaron de mecenas;
2. intelectuales, eruditos, secretarios, escribanos y pedagogos;
3. y a artistas plásticos reclutados entre el artesanado gremial.
Familias de banqueros y comerciantes se encuentran en el origen del estímulo cultural renacentista (los
Médicis, los Sforza), posteriormente la cultura renacentista se difundirá entre los dignatarios civiles y
eclesiásticos. El retorno a lo romano clásico se encuentra en la base de los intereses renacentistas de
imitación de la Antigüedad. En muchas actitudes de los humanistas se descubren estas dualidades modernas
y medievales al tiempo, siendo especialmente evidente en materia religiosa, pues pretendieron convertirse en
romanos antiguos sin dejar de ser cristianos. Las nuevas sensibilidades cristalizaron originariamente en
territorios de Italia en los que el legado de la cultura clásica se manifestaba de forma evidente. Se puede
hacer referencia a cuatro centros especialmente dinámicos:
– Florencia, que vive momentos de esplendor bajo Cosme de Médicis y Lorenzo el Magnífico; es aquí
donde se crea la Academia Neoplatónica de Marsilio Ficino y donde se desarrolla un humanismo
cívico que pretende la salvaguarda de las libertades republicanas de la ciudad.
– Reino de Nápoles, con el patrocinio de Alfonso V de Aragón, donde destaca Lorenzo Valla,
determinante para la revalorización de la lengua latina clásica.
– Ciudad de Roma, con el mecenazgo del Papado, entre los que destacan Nicolás V, Calixto III, Pío II,
Alejandro VI, Julio II y León X. Como ejemplo más significativo hay que referirse a las obras
monumentales de la Basílica de San Pedro.
– Venecia, la clase gobernante se identificó con el Humanismo republicano. Hay que destacar la
renovación aristotélica llevada a cabo en la Universidad de Padua, frente al neoplatonismo.
Los Studia Humanitatis
La pedagogía humanista pretendía un ideal de hombre en plenitud física, ética, estética, intelectual y
religiosa. Y los saberes a ello conducentes recibieron el nombre de Studia humanitatis. Se trataba de las
cinco disciplinas clásicas de gramática, retórica, poética, historia y filosofía moral; y el profesor de estos
estudios era llamado “humanista”. Se incide ahora más en los valores del lenguaje: la gramática y la
retórica se retoman como formas de expresión de hombre. Esto explica la preocupación formal por el latín.
Se busca el retorno al latín clásico y va desarrollándose una literatura neolatina que intentará aproximarse a
todos los géneros literarios de Roma. Asimismo, se revitalizará el conocimiento de la lengua griega por la
emigración de intelectuales a Italia tras la caída de Constantinopla a manos de los turcos en 1453. La
preocupación por el lenguaje se extiende también al hebreo y al arameo, necesarios para la interpretación de
las Sagradas Escrituras. Todo esto, y el coleccionismo de códices olvidados, culminará en la creación de
importantes bibliotecas privadas. La primera biblioteca pública fue inaugurada por Cosme de Médicis en
Florencia. La recuperación de los textos clásicos originales posibilitará una mayor precisión en las
traducciones. El Humanismo condujo, finalmente, a la recuperación de textos antiguos sobre medicina,
matemáticas o astrología, lo que servirá para encauzar nuevos intereses científicos, técnicos y mágicos.
Pensamiento filosófico
En la base se mantiene el aristotelismo medieval de Santo Tomás de Aquino, conciliando revelación y razón.
Se afirmaba la posibilidad de elaborar, a partir de las experiencias del mundo sensible, un conocimiento
conceptual del mundo (realismo). Guillermo de Ockam en el siglo XIV había negado esta posibilidad de un
conocimiento racional de las verdades de la revelación. Las observaciones sensibles permitían acceder a una
ciencia experimental, que no tenía por qué corresponderse con las realidades divinas; los conceptos serían
meros nombres (nominalismo). La vertiente del aristotelismo averroísta separaba también la filosofía de la fe
y postulaba la doctrina de una doble vertiente, científica y religiosa.
La segunda corriente filosófica destacada en el Renacimiento será el platonismo. Durante la Edad Media el
conocimiento de los escritos de Platón fue muy reducido, pero ahora se redescubren los textos originales, a
los que se le unirán los textos neoplatónicos o “escritos herméticos” de Hermes Trimegisto. Marsilio Ficino
fue el difusor de las doctrinas neoplatónicas, intentando conciliar en línea espiritualista a Platón y a
Aristóteles. Ficino reivindica la identidad de lo bello y de lo bueno, y la unidad de todo amor como deseo del
bien. Discípulo de Ficino fue Pico della Mirandola, que incrementa la incidencia de teorías cabalísticas y
mágicas en el neoplatonismo de su maestro en su búsqueda de una síntesis filosófica, religiosa y moral.
Puede considerársele uno de los prototipos de hombre universal del Renacimiento, por su variedad de
intereses en lenguas, filosofía, religión y astrología. En definitiva, el Renacimiento en Filosofía no fue tanto
un sistema cerrado sino una aspiración y un talante.
Innovaciones artísticas
Los intentos de imitar a los antiguos alcanzaron a las artes plásticas.
– Arquitectura, la recuperación de las formas clásicas se estimulaba por la existencia de ruinas y
edificios en muchas ciudades italianas, especialmente en Roma. Se reeditaron los Diez libros sobre
arquitectura de Vitruvio. Leon Battista Alberti, por su parte, consolida los principios teóricos de las
artes visuales, las vincula con la gramática y la retórica. El conocimiento de las matemáticas y de la
geometría se aplica a la arquitectura y a la perspectiva. Se busca la unidad espacial y la simetría.
Entre los arquitectos destacan Brunelleschi y Donato Bramante.
– Escultura, el coleccionismo de obras originales se extiende entre los magnates. Hacen su aparición
nuevas piezas, y estas colecciones incitan a la imitación de los temas: bustos, representaciones
mitológicas, héroes y jinetes. Donatello será el escultor más importante.A comienzos del siglo XVI
el lenguaje clásico en las artes visuales alcanza su apogeo. Se afirma la potencia escultórica de
Miguel Ángel, cuyas obras tienden a la glorificación heroica de lo humano. Mencionar también a
León Leoni y su serie de bustos de los Habsburgos españoles.
– Pintura, debido a que los restos antiguos eran escasos y mal conservados, para la imitación tuvieron
que recurrir a las descripciones literarias o a la transposición de poses escultóricas. Se estimuló el
retrato como género independiente. En el Quatroccento descubrieron las leyes de la perspectiva
lineal. La pintura avanzó desde los elementos góticos tradicionales hacia la representación naturalista
de cuerpos y espacios. Un fuerte interés por la perspectiva pictórica se encuentra en Paolo Ucello,
Andrea Mantegna y Piero Della Francesca. Con Leonardo da Vinci se introduce la perspectiva aérea
en las gradaciones de luz y sombra del sfumato. Las atmósferas coloristas, la sensualidad y la luz
alcanzarán su culminación con Tiziano, retratista oficial de la monarquía española.
De este modo, durante los siglos XIV al XVI se produjeron importantes innovaciones artísticas en Italia. Se
trabajaba en pequeños grupos o talleres, pero se destacaron claramente numerosas individualidades.
España
El Renacimiento cultural italiano se va extendiendo al resto de Europa vinculado a círculos eclesiásticos,
impresores, artistas, universitarios y eruditos. Cabe destacar la importancia de las Monarquías y sus cortes,
que realizaron funciones de mecenazgo, también ejercido por destacadas dignidades eclesiásticas y
patriciados urbanos. Esta eclosión del Renacimiento por toda Europa se localiza en los decenios finales del s.
XV y los iniciales del s. XVI. En España, la influencia del Humanismo italiano se detecta a lo largo del
cuatrocientos, e irradia por Aragón hacia Castilla. La figura más destacada la constituye Antonio de Lebrija.
En el marco renovador de la Universidad de Alcalá se implantarán facultades de artes liberales y teologías
abiertas a los saberes humanísticos. Por otro lado, en España tendrán gran influencia las obras de Erasmo,
pero la agotación protestante enturbiaría las cosas hasta que a partir de los años treinta se produce una
declarada persecución de intelectuales erasmistas por ser considerada la vía erasmiana como filoluterana.
Francia
En la monarquía francesa el Humanismo tuvo un desarrollo tardío. El Renacimiento francés presenta un
colorido cortesano, sobre todo en el entorno de Francisco I y de su hermana Margarita de Navarra. No hay
que olvidar a los teólogos y filósofos escolásticos de la Universidad de la Sorbona, que se mantuvieron
recelosos frente a las novedades intelectuales de Italia. Pese a ello, el Humanismo galo cristalizó en dos
figuras principales: Lefèvre d’Étaples y Budè.
Inglaterra
En Inglaterra la propia Corte sirvió de acogida a los humanistas italianos; los nuevos saberes encontrarán
también acogida en las universidades, jurídicas y escolásticas, de Oxford y Cambridge, lo que no se hará sin
enfrentamientos con los teólogos más conservadores. Entre los humanistas ingleses destacan Colet y Moro.
Colet es un humanismo cristiano, que aborda estudios filológicos e históricos de los escritos de San Pablo.
Tomás Moro es un erudito aficionado, neoplatónico, de vasta cultura, que evoca una sociedad ideal
organizada sobre principios de razón natural, comunitaria y sin propiedad privada. Su enfrentamiento con el
rey Enrique VIII le sitúa como ejemplo de humanista ético, defensor de la dignidad de la conciencia
individual frente al despotismo del poder.
Imperio Alemán
En el ámbito alemán el proyecto de restauración de la Antigüedad romana no se introdujo sin rozamientos.
Para muchos resultaba una cultura extraña a lo germánico, que suscitó reacciones y favoreció la toma de
conciencia de una cultura propia en la lengua, la historia e incluso el derecho. No obstante, también en
Alemania se produjeron los intercambios de eruditos italianos y viajeros curiosos, que fueron difundiendo las
actitudes humanistas. Encontramos sociedades y academias en Colonia, Estrasburgo, Nüremberg o Viena, al
tiempo que una potente imprenta se desarrolla en Basilea. Las reformas religiosas que se originan en esta
época en Alemania constituyeron un obstáculo para la difusión de los modelos clásicos del Humanismo
italiano. Conviene matizar que Lutero, a pesar de sus enfrentamientos con Erasmo, no puede ser considerado
como un estricto enemigo de los humanistas. Más próximo al humanismo estaba Zwinglio; la ambivalencia
la encontramos en Calvino, con sus recelos puritanos frente a las vanas curiosidades.
Países Bajos
En los Países Bajos el Renacimiento adquiere matices peculiares. Por una parte, se desarrolla en ellos una
nueva sensibilidad religiosa, la “devotio moderna”, intimista y emocional. Los llamados Hermanos de la
Vida Común, pertenecientes a esta corriente, fomentan una labor pedagógica y de transcripción de
manuscritos. El Humanismo propiamente dicho puede apreciarse en la segunda mitad del s. XV, con figuras
como Rodolfo Hussmann Agrícola. Hay que tener en cuenta que algunas innovaciones propias del
Renacimiento no partieron de Italia, sino que se recrearon en los Países Bajos. Fueron los maestros
flamencos como Van Eyck o Van der Weyden los que configuraron las nuevas técnicas de la pintura al óleo,
dentro de una escuela de tradición gótica caracterizada por un realismo minucioso y la observación empírica.
5.5. Límites y disgregación del Renacimiento
Las letras y las artes
El fin del renacimiento resulta tan impreciso como su inicio. Para muchos, coincide con el fin del
florecimiento de la ciudad de Florencia a finales del Quattrocento, y para otros, el retorno triunfante de los
Médicis representa el comienzo de la etapa artística tardía denominada manierismo. El Renacimiento, un
movimiento de restauración de la Antigüedad clásica, minoritario en sus orígenes, se propaga y expande, va
perdiendo unidad y se va paulatinamente disolviendo. Cabe hablar en este sentido de un Renacimiento tardío
al que algunos autores llaman Manierismo y otros han interpretado como un primer Barroco. (El manierismo es
un estilo artístico que predominó en Italia desde el final del Alto Renacimiento (c. 1530) hasta los comienzos del período Barroco,
hacia el año 1600. Se trataba de una reacción anticlásica que cuestionaba la validez del ideal de belleza defendido en el Alto
Renacimiento. El manierismo se preocupaba por solucionar problemas artísticos intrincados, como desnudos retratados en posturas
complicadas. Las figuras en las obras manieristas tienen frecuentemente extremidades graciosas pero raramente alargadas, cabezas
pequeñas y semblante estilizado, mientras sus posturas parecen difíciles o artificiales. Su origen etimológico proviene de la
definición que ciertos escritores del siglo XVI, como Giorgio Vasari, para quien maniera significa todavía "personalidad artística", es
decir, estilo, en el más amplio sentido de la palabra. Asignaban a aquellos artistas que pintaban "a la manera de...", es decir,
siguiendo la línea de Miguel Ángel, Leonardo o Rafael, pero manteniendo, en principio, una clara personalidad artística. El
significado peyorativo del término comenzó a utilizarse más adelante, de parte de los clasistas del siglo XVII, cuando esa "maniera"
fue entendida como una fría técnica imitativa de los grandes maestros, como un ejercicio artístico rebuscado, en clichés, reducible
a una serie de fórmulas). Después de 1560, las formas manieristas, en una transición que abarca hasta 1580, con
la aparición de las primeras manifestaciones del arte barroco, triunfan por todas partes en la península. Son el
reflejo estético de la ruptura de equilibrios. En cierto sentido, el Renacimiento italiano acaba con la
desaparición de Miguel Ángel y de Tiziano. La Europa de la segunda mitad del siglo XVI aparece escindida
en bloques confesionales enfrentados. Entre los hombres de letras se acusan algunas tendencias. Las guerras
civiles y religiosas impulsaron el retorno hacia actitudes racionales de repliegue y aguante, favoreciendo el
pujante resurgir del estoicismo. Los hubo también que se entregaron a la erudición crítica, y otros buscaron
nuevos caminos en las ciencias ocultas y los estudios de la filosofía natural. La reafirmación de las culturas
nacionales en el Renacimiento tardío supone un cierto rechazo del predominio italiano de la etapa anterior.
La proporción de publicaciones en lenguas modernas es creciente, lo que contribuye a cierta fragmentación
cultural. En Italia, en lo relacionado con las artes plásticas, el tránsito del alto Renacimiento al Manierismo
parece marcarse a partir de la década de 1520; las circunstancias políticas y sociales se modifican, y a la
libertad de las ciudades-estado sucede un talante aristocrático y principesco; nos encontramos con un
Renacimiento más caprichoso, estilizado y cortesano; se reacciona frente a la perfecta corrección académica
de la etapa anterior. En arquitectura se abre camino a la “maniera” personal en la interpretación del lenguaje
formal clásico. Miguel Ángel reelabora los órdenes y elementos del clasicismo con libertad y fantasía; la
maniera en la pintura se experimenta con formas caprichosas y numerosos contrastes; en escultura se
quiebra el esquema clásico de estatua cerrada y se plasma un cuerpo en tensión, que se abre en todas las
direcciones. La transformación de las artes visuales puede seguirse en el resto de Europa (ejemplos como El
Escorial o la pintura de El Greco).
5.6 Ciencia y técnica en los siglos XV y XVI
El Humanismo cultural renacentista presentó un cierto desfase creativo en los aspectos científicos.
– Filosofía natural (Física), se mantiene el paradigma aristotélico, por lo tanto demasiado dominada
por las concepciones de Aristóteles para hacer progresos. Amplias concesiones a la astrología, la
alquimia y las mentalidades mágicas. Durante la etapa renacentista se redescubren nuevos escritos
de ciencias y técnicas de la Antigüedad (Arquímedes, Plinio, Vitrubio…) al tiempo que se depuran
otros conocidos y se dan algunas innovaciones de importancia.
– Matemáticas, se difunde la Geometría de Euclides; Luca Pacioli escribe una Summa de aritmética,
geometría y proporciones que establece las bases de la “divina proporción”, aplicable a las artes
visuales. La importancia de estos saberes matemáticos y geométricos reside en su aplicación a
muchos de los oficios y técnicas de la época.
– Medicina, destaca el empirismo anatómico del flamenco Andrés Vesalio, que sentará las bases de una
nueva anatomía de observación, en contra de muchas de las opiniones tradicionales de Galeno.
Gracias a la práctica de la disección se conoce mejor el cuerpo humano. Pero el funcionamiento del
cuerpo sigue siendo un misterio. Miguel Servet parece haber intuido la circulación de la sangre.
– Astronomía, el De revolutionibus orbium celestium de Copérnico supondrá un verdadero cambio en
el paradigma cosmológico. Defendió, como hipótesis, la teoría heliocéntrica del universo contra la
tradicional visión geocéntrica sustentada por Ptolomeo; para él los movimientos aparentes del Sol y
de las estrellas se podrían explicar admitiendo un doble movimiento de la Tierra. Lutero, Calvino y
los teólogos católicos se le opondrían alegando textos bíblicos.
Frente al relativo desarrollo de la actividad científica, se generalizaron en el Renacimiento las aplicaciones e
invenciones técnicas que venían desarrollándose desde la Baja Edad Media. Aparece la figura del ingeniero-
artista, cuyo máximo exponente será Leonardo da Vinci. Las innovaciones técnicas tuvieron lugar en
diversos ámbitos: en el arte de la guerra (todo lo relacionado con la náutica y la navegación), en la
arquitectura, en el aprovechamiento energético del agua y el viento (molinos de papel, de harina, ferrerías y
batanes), la agricultura y los regadíos, la minería y la metalurgia, a la medida del tiempo y a otros usos
cotidianos. Las artes de la guerra, la ingeniería y la arquitectura militar tuvieron una notable expansión.
Hacia 1450 habían aparecido las armas de fuego individuales, y el perfeccionamiento de los cañones durante
los siglos XV y XVI condujo a significativas transformaciones en las técnicas metalúrgicas de la fundición.
Junto a los Artes de Navegar de Pedro Medina, se fue consolidando una nueva cartografía, estimulada por los
descubrimientos geográficos. Destacan los trabajos de Gerhard Kresser “Mercator”, que aplicó la
proyección cilíndrica que lleva su nombre a un mapamundi general para uso de navegantes. Las técnicas
tuvieron una importante aplicación en las explotaciones mineras, donde destaca el alemán Georg Bauer
“Agrícola”. Finalmente, los inventos alcanzaron a los objetos de uso cotidiano: las lentes para subsanar los
defectos de la vista, generalizadas desde el s. XIV; o la reducción de los aparatos cronométricos a tamaños
manejables, que posibilitaría la difusión de los relojes. Con todo, el balance parece bastante pobre. El gran
siglo de la ciencia será el s. XVII. Es cierto, sin embargo, que el Renacimiento enriqueció el corpus
científico legado por la Antigüedad y estimuló la observación y la experiencia, abriendo así el camino a
Galileo y Descartes.
Tema 6. La ruptura de la Cristiandad
1. La vida en un mundo sacralizado
Entendemos por sacralización a la subordinación de la vida terrena, con todos sus valores y degradaciones, a
la vida que se creía eterna y duradera para siempre. La secularización, por el contrario, se empeñó en la
autonomía de la existencia, en la separación de los órdenes naturales y sobrenaturales, en llevar a las últimas
consecuencias el proyecto humanista, fracasado hacía siglos, pero que en el XVIII encontró las condiciones
adecuadas. La sacralización comprendía la elaboración de una escala de valores de acuerdo con estas
prioridades y en la que la vida, la tolerancia, la libertad, la razón y las capacidades humanas apenas si tenían
entrada. Desde el nacer hasta el morir, y hasta más allá de la muerte incluso, la existencia, en todos sus
aspectos, disponía de todo un sistema de seguridades que no dejaba resquicios inmunes a la interacción de lo
sobrenatural. Todo estaba sujeto y previsto por la religión: el bautismo (garantía de salvación), el nombre
(bíblicos, de santos), la educación (la escolástica), el matrimonio (no por amor, sino para darle hijos a Dios),
el tiempo (por ciclos litúrgicos durante el día, o por acontecimientos bíblicos para los mayores), el trabajo
(protección celestial frente a malas o buenas cosechas, cofradías) las fiestas (siempre por motivos religiosos),
el calendario (calendario gregoriao, Era de Cristo), el espacio (tanto interior (decoración) como exterior
(plazas, etc)), la salud (abobados celestiales, santos y patronos terapeutas, centros de peregrinación para
curarse)y la muerte (rituales, purgatorio, paraíso, infierno). Los miembros de la corte celestial siempre
estuvieron inmersos en la vivencia personal de la gente del Antiguo Régimen. Nombres propios, decoración
de viviendas, libros y cláusulas notariales aluden todos a una permanente presencia cotidiana de lo
sobrenatural. Muchos nombres de mujer, pinturas y fórmulas testamentarias hacen referencia a la Virgen; los
apóstoles invocados no son muchos pero sí lo son los varones que tienen su antropónimo basado en el
apostolado; toda la cultura libresca siempre tiene connotaciones sacras. La Madre de Dios y el Santoral
constituían los pilares de las defensas y «seguridades» religioso-terrenales para aquella «cultura popular»
siempre hambrienta y necesitada de protección. La Iglesia triunfante podía penetrar en la tierra, como hemos
visto, con tantas presencias sobrenaturales. Las jerarquías, papa y obispos, lo aprovecharon para extender su
jurisdicción al más allá, lo que exasperaba a Lutero y fue la causa de sus famosas tesis contra las
indulgencias y el origen del protestantismo; si bien la reacción contrarreformista tendió a acentuar estos
aspectos. Se recurría a todo (a veces desoyendo advertencias de las jerarquías y de los sínodos) con tal de
robar a la eternidad días de sufrimiento. Para eso estaban las indulgencias cordiales que se “ganaban” como
sufragio, de forma permanente o en campañas específicas que van perdiendo fuerza desde la denuncia
luterana de sus abusos.
2. Crisis de la sociedad medieval y primeras tentativas reformistas
Eran muchos y antiguos los males de la Iglesia, que se denunciaron, quizás, más conscientemente que nunca.
• Parroquias rurales: el clero carecía de preparación intelectual y de autoridad moral para adoctrinar a
sus feligreses; incapaz de atender sus inquietudes espirituales más profundas, se limitaba a
administrar una serie de ritos, tantas veces mal comprendidos y vividos. Muchos regulares vivían
relajadamente las reglas de sus órdenes, faltando a la vida comunitaria en pobreza, obediencia y
castidad.
• Obispos: más graves eran las faltas de los obispos, muchos de ellos ausentes de las diócesis que
debían pastorear, dedicados a acumular beneficios que aumentasen su renta y viviendo
mundanamente las luchas políticas del momento.
• Papas: a la cabeza, habían perdido autoridad hasta convertirse en motivo de escándalo (voracidad
fiscal, arbitrariedades de la curia romana, más preocupación por las bellas artes o por la defensa de
sus Estados, etc).
La sociedad reclamaba una religiosidad más auténtica, y Lutero se adelantó a Roma a la hora de dar una
respuesta. La piedad popular bajomedieval exageraba hasta el extremo los sentimientos de culpabilidad ante
el pecado, de indefensión ante el demonio y el mal, y de temor ante la inflexible justicia de Dios. El miedo,
conjurado con ritos cristianos pero vividos desde una religiosidad natural, daba lugar a comportamientos más
paganos que evangélicos, como todos los reformadores denunciaban desde antiguo. Aprovechando esta
demanda popular de seguridad espiritual, se establecieron negocios ilícitos, por ejemplo, en torno a las
indulgencias, y actitudes supersticiosas. Todas estas desviaciones de la religiosidad popular fueron
denunciadas acremente por los humanistas, pero sin ofrecer a cambio una alternativa accesible. En ciertos
ambientes urbanos, entre la burguesía culta y acomodada, había arraigado una piedad personal muy
diferente: la “devotio moderna”, que debía mucho a ciertos autores de los siglos XIV y XV. Las escuelas
promovidas por los “Hermanos de la vida común” y ciertas instituciones religiosas contribuyeron a difundir
una piedad más íntima que exterior, más personal que comunitaria, más directa y espontánea que
subordinada a mediaciones eclesiales y moldes litúrgicos. Se centraba en la figura de Cristo, era optimista en
cuanto a las posibilidades del hombre en el mundo, y se apoyaba en la lectura de la Biblia y de libros de
piedad. El desarrollo de la imprenta facilitó la difusión de la Biblia, tanto en ediciones latinas como
en lengua vernácula. El desarrollo de la crítica filológica un mejor conocimiento de las lenguas bíblicas
permitieron a los humanistas releer con ojos nuevos, en especial las cartas de San Pablo. Eran muchos los
que, como Lutero, pensaban que era preciso derribar fórmulas y volver a una religión más auténtica.
Las propuestas de Lutero se realizaron porque cuajaron en un medio social y político
que se interesó por sus aplicaciones prácticas. El desarrollo alcanzado en esta época por las nuevas fuerzas
económicas (capitalismo) y sociales (burguesía) determinarían cambios en el orden ideológico (religión).
El luteranismo se alimentó de un vivo nacionalismo antirromano. El “germanismo” de sus humanistas,
reviviendo la resistencia frente al Imperio romano agresor, reforzaba el sentimiento de indignación por el
despotismo que ejercía el papado en el terreno fiscal y de los beneficios. Lutero, que encarnó ese espíritu y
pretendió una Reforma fundamentalmente alemana, acabó por convertirse en un auténtico padre de la patria.
La implantación de la Reforma en una ciudad o en un territorio conllevaba cambios de poder y riqueza, y
hubo muchos que supieron apreciar la oportunidad. La supresión de las órdenes religiosas (conventos y
monasterios) y de las cofradías que acompañaba a la Reforma supuso el trasvase de muchos bienes raíces y
rentas, que pasaron a propiedad o gestión de otras manos, y que se utilizaron con diferentes fines. No es de
extrañar que príncipes y nobles pretendieran enriquecerse y, de paso, aumentar su poder controlando la nueva
iglesia. El patriciado urbano adquirió el control de las antiguas instituciones asistenciales y educativas de
iniciativa privada. La Reforma triunfó con el apoyo de la autoridad secular, aunque también fracasó
por su oposición: los monarcas ingleses o daneses la iniciaron y promovieron, frente al caso español, donde
Felipe II no tuvo ningún problema para aplastar los primeros pasos de la Reforma en España con ayuda de la
Inquisición. En muchas ocasiones, la revolución política fue de la mano del cambio religioso (Escocia)
En cualquier caso, creció el poder de las autoridades seculares sobre las respectivas iglesias, aunque bajo
formas distintas en el ámbito católico y en el protestante
LA REFORMA PROTESTANTE
El término “reforma” era de uso corriente a finales del medievo y significaba la purificación interior que
cada cristiano había de operar en sí mismo y, sobre todo, las transformaciones que se esperaban de la Iglesia.
Pero, a partir de Lutero, la palabra “reforma” designó la renovación de la Iglesia iniciada en 1517 fuera de
Roma y en contra de la misma. La Reforma protestante tiene una importancia central en la historia de la
Iglesia y de la cristiandad occidental, al romper la unidad cristiana de Europa.
Lutero fue quien le infundió alma y carácter, pero él solo no habría podido arrastrar a pueblos y naciones,
separándolos de la religión tradicional, de no haber encontrado unas condiciones favorables que le
preparasen el terreno, y unas causas o fuerzas más hondas que le ayudasen en su tarea gigantesca. Se vio
acelerado tras la disolución del orden medieval y de los supuestos fundamentales que lo sostenían, así como
el no haberlos sustituido oportunamente por las formas nuevas que los tiempos pedían. Como causa
inmediata de la reforma protestante hay que mencionar los abusos en el clero y pueblo, y la imprecisión
dogmática. Cuando se habla de desórdenes en la Iglesia en vísperas de la reforma, se piensa en primer
término en los “malos papas” (Alejandro VI o León X). Cuanto menor era el espíritu religioso en la curia
papal y en el resto del clero, tanto más escandalizaba el fiscalismo de la Iglesia y el afán de lucro. Con un
refinado sistema de tarifas, impuestos, donaciones más o menos voluntarias y con el dinero de las
indulgencias, se procuraban llenar las arcas de la curia (dinero siempre insuficiente para mantener el alto tren
de vida de la corte papal, así como los gastos militares y edilicios). Factores:
1. Ruptura de la unidad que englobaba toda la vida política y religiosa: una Iglesia y una cristiandad
representadas por la unidad del pontificado y el imperio. El pontificado mismo contribuyó a romper
esta unidad, al debilitar el poder del imperio. Durante algún tiempo pareció como si el papa pudiera
empuñar también las riendas del mando político, pero cuanto más se dilataba su poder, tanto más
tropezaba con la resistencia de un mundo cada vez más diferenciado nacionalmente y más consciente
de su independencia. Pronto se combatió, junto a las pretensiones injustificadas del papado, al
papado mismo. El papado se despreocupa en cierta medida de los intereses de la Iglesia universal,
pero organiza un sistema fiscal para explotar a los países de Europa, lo que provoca su irritación. Por
medio de concordatos, es decir, de alianzas con los estados, los papas trataron de defenderse de las
corrientes democráticas y sustraerse a la incómoda reforma. El papa hubo de comprar caro el
reconocimiento por parte de los príncipes alemanes, el emperador y el rey de Francia, y otorgar al
Estado amplios poderes sobre la Iglesia. El resultado fue el “sistema de iglesias nacionales”, es
decir, la dependencia de la Iglesia de los poderes seculares, con la posibilidad de intervenir a fondo
en la vida interna de ella. En el curso del s. XV, los papas, en lugar de acentuar su misión religiosa
frente a la secularización, se convirtieron más y más en príncipes entre príncipes, con quienes
pactaban o guerreaban.
2. Critica al clericalismo. (Clericalismo es la doctrina que instrumenta una religión para obtener un fin
político; defiende que el clero, que representa dicha religión, debe inmiscuirse en los asuntos
públicos y profanos como un poder que los oriente, supervise y corrija conforme a sus dictados). A la
deficiencia de papas, sacerdotes y laicos se unió la falta de claridad dogmática. La “lectura y la
interpretación de la Biblia” era un derecho de todos los creyentes y no, como afirmaba la Iglesia, un
monopolio reservado a los sacerdotes. El campo del error y la verdad no estaba suficientemente
deslindado. Misión de la Iglesia fue transmitir a los germánicos, no sólo la revelación de Jesucristo,
sino también los bienes de la cultura antigua. Ello condujo a una superioridad de los hombres de la
Iglesia que iba más allá de su estricta misión religiosa. Pero, a medida que el hombre medieval se iba
sintiendo mayor de edad, quería contrastar por sí mismo el legado de fe y cultura que se le había
ofrecido, lo que exigía que la Iglesia debía renunciar a aquellos campos de acción que sólo
subsidiariamente había ocupado y a los derechos que no se ligaran directamente con su misión
religiosa. Como no se llegó a semejante relevo pacífico, los movimientos en que entraba en juego la
aspiración de los laicos a la independencia se tiñeron de color revolucionario.
3. Encuentro con la antigüedad. Como fruto de su propia investigación y de la experiencia el hombre
descubre realidades que no habían nacido en suelo cristiano, que eran evidentes en sí mismas y no
necesitaban ser confirmadas por la autoridad. Sin duda los representantes de la nueva ciencia querían
ser cristianos; pero, como la Iglesia se identificada con lo antiguo y tradicional, lo nuevo producía un
efecto de crítica contra ella, de forma que, si no se tomaban medidas en contra, los espíritus se
distanciaban de sus dogmas, sacramentos y oración.
Los abusos descritos produjeron un extenso descontento, que fue subiendo de tono hasta convertirse en
resentimiento e incluso odio contra Roma. Durante un siglo se clamó por la reforma en la cabeza y en los
miembros, y la desilusión se repitió una y otra vez. Se unieron incluso los que no tenían nada que ver con la
nueva doctrina, solo se ansiaba una reforma.
Principales ramas del protestantismo:
LUTERANISMO: Alemania, siglo XVI, con la ruptura con el Papa por parte de Martín Lutero: Reforma Protestante.
ANGLICANISMO: Inglaterra, siglo XVI con la ruptura con el Papa por parte de Enrique VIII de Inglaterra, creando lo que ellos
denominan como Via Media del cristianismo (entre el catolicismo y el protestantismo más reformado).
CALVINISMO: Siglo XVI. Suiza y Francia (Iglesia Reformada), Escocia (Iglesia Presbiteriana) e Inglaterra (Iglesia Congregacional).
BAPTISTAS: Europa, siglo XVI en Europa, herederos de los anabaptistas. Mayor crecimiento en Estados Unidos, donde son la rama
protestante mayoritaria
3. Lutero y otros reformadores protestantes (zwinglianos y anabaptistas)
LUTERO (1483-1546).
Martín Lutero nació en una familia campesina acomodada de la región de Turingia (Alemania); cursó
filosofía nominalista en la Universidad de Erfurt antes de profesar en el convento de agustinos de aquella
ciudad (1505). Estudió teología en Wittenberg, aunque prefirió las lenguas clásicas y fue profesor de Sagrada
Escritura. Era hombre apasionado, de extrema sensibilidad y proclive a la melancolía, pero también
emprendedor y decidido. Se identificaba mejor con su misión profética, como predicador popular de enorme
éxito, que con su ocupación magisterial. Lutero sintió el carisma profético de interpretar las necesidades
espirituales de su tiempo y de su nación. Angustiado por el problema de su propia salvación, con los
escrúpulos de un hombre sensible y exigente, deseoso de la reforma dentro de su Orden y escandalizado tras
su viaje a Roma en 1511, parece que sufrió una profunda crisis vocacional y de fe. Las epístolas de San
Pablo que explicaba en clase, concretamente la carta a los Romanos, le dieron la respuesta: “El justo vivirá
por la fe”. Frente al rigor de la ley judía –asimilable a la intransigencia del ocamismo en que se había
formado—, que exige el esfuerzo de su cumplimiento para merecer la salvación, Lutero descubrió el don de
la gracia, de la gratuidad de la misericordia con que Dios redime al pecador en Cristo. Entonces fraguó el
núcleo de su doctrina: la salvación por la Sola gratia (gracia sola, Jesús es el único que puede salvarnos); la
Sola fide (Fe sola, la fe es lo único que nos justifica por la gracia de Dios y lo único que nos salva); Sola
Scriptura (la Escritura sola, las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento son la única fuente de
revelación y norma de vida, nulo valor salvífico de las obras humanas); Solus Christus (solo Cristo, el único
fundamento de la fe es Jesús). Soli Deo Gloria (potenciado por Calvino, sólo a Dios se le puede dar gloria y
adoración). Para los luteranos Cristo instituyó dos sacramentos: el Santo Bautismo (De infantes) y la
Eucaristía o Santa Cena. La imagenes se permiten como medio de enseñanza. Su liturgia proveniente de la
misa pre-tridentina y en casi todos los casos es más conservadora que la católica romana. La vestimenta que
emplean los líderes espirituales, que es parecida a la de la Iglesia Católica. Los pastores o ministros pueden
contraer matrimonio, también pueden ejercer actividades económicas lucrativas en favor propio o de la
iglesia.
El hombre es, a la vez, justo, porque se le aplican por su fe personal, directamente, los méritos de la sangre
de Cristo; y también pecador, porque sus pecados no se borran y siguen condicionando su obrar. La
mediación de la Iglesia, que administra los sacramentos y las indulgencias, resulta entonces ineficaz. Sus 95
“tesis” sobre las indulgencias (1517), que simbolizan el inicio de la Reforma, fueron un trabajo académico
teológicamente poco novedoso pero que dio pie a la ruptura con Roma. Lutero ponía en entredicho la
autoridad del papa respecto a la administración de la gracia y fue invitado a retractarse (1518), pero se
reafirmó apoyado en el ambiente antirromano del momento. Las ideas de un fraile alemán sobre un tema tan
abstruso no preocuparon en Roma, aunque el papa León X condenó como heréticas 41 de sus proposiciones
por la bula Exurge Domine (1520). La Dieta imperial de Worms (1521), que se encontraba por primera vez
con el nuevo emperador Carlos V y afrontaba cuestiones muy complejas, condenó a Lutero al exilio y a la
quema de sus obras. Pero nada de esto sirvió: la bula fue destruida públicamente en Wittenberg y Lutero
pudo burlar la condena gracias a la protección de su príncipe, el elector Federico el Sabio de Sajonia. Lutero
contó con la ayuda de un gran humanista, Felipe Melanchton, quien preparó los primeros compendios
sistemáticos del luteranismo. Por entonces comenzaron a ser denominados protestantes. Del principio,
radical, de que cada hombre se salva por su “sola fe” y de que las obras humanas no tienen ningún valor, se
derivan las principales características de la religión luterana:
1) Una visión pesimista del hombre. El lastre del pecado reduce su libertad de elegir entre el bien y el
mal, entre la gracia que Dios ofrece y las tentaciones que presenta el diablo. Niega el libero arbitrio
del hombre. Todo se remite a la misericordia divina, a la justificación por la fe. Aspecto éste que,
orientado hacia la idea de la predestinación, desarrollará posteriormente Calvino.
2) Una relación más personal, espiritual y directa con Dios. La Palabra de Dios ocupa el centro: es la
Biblia que habla a cada fiel en conciencia, sin necesitar la guía interpretativa de la tradición (los
Santos Padres de la Iglesia primitiva) y del magisterio (papa, obispos, concilios). Frente a la Palabra,
los sacramentos pierden importancia y cambian de naturaleza: son meros signos salvíficos, que no
confieren la gracia por sí mismos sino sólo en función de la fe del receptor. Lo santos y la Virgen ya
no son mediadores que procuren protección, sino modelos a imitar, por lo que peregrinaciones,
indulgencias o imágenes pierden sentido.
3) Una iglesia más igualitaria. Inicialmente, Lutero la concibe como la comunidad espiritual de
quienes comparten la misma fe y en la que todos son esencialmente iguales por el bautismo (de ahí
que los sacerdotes no pertenezcan a un “orden” distinto y puedan casarse).
4) Una liturgia más participativa. Misas en lengua vernácula y no en latín, comunión con el pan y con
el vino o participación del pueblo con cantos.
La predicación luterana caló profundamente entre descontentos y ambiciosos en el Imperio, y las ideas de
libertad y de igualdad cristiana acompañaron la movilización violenta de campesinos y caballeros en los
primeros años. Lutero había apelado “A la nobleza cristiana de la nación alemana” (1520) en apoyo de la
Reforma, y estimaba al campesinado como depósito incorrupto de virtudes cristianas. Pero el componente de
anarquía y violencia que tuvieron ambos movimientos le hizo cambiar radicalmente y confió a los poderes
constituidos la implantación de la Reforma al modo de “iglesias-estado”, muy diferente del que había
soñado al principio. Entre 1520 y 1540, la Reforma luterana se extendió rápidamente en el Imperio, antes en
las ciudades que en los señoríos territoriales. Las autoridades dictaron “ordenanzas eclesiásticas” para
regular el culto, y utilizaron el sistema de “visitas” para controlar su aplicación. El modelo fue ampliamente
imitado los príncipes en el Imperio. Con el cambio, mejoró la posición social de los pastores, que eran
menos numerosos, más cultos y más ricos que antes, pero a costa de depender estrechamente de la autoridad.
Salvo en los primeros momentos, fueron los magistrados de las ciudades y los príncipes territoriales quienes
designaron a los pastores y los pagaron con antiguas rentas eclesiásticas que ahora administraba el poder
civil. Los grandes príncipes fueron conscientes de que la Reforma implicaba un importante trasvase de
riqueza y de poder, y de que el nuevo modelo de iglesia les fortalecía frente al Emperador. Pero también se
mantuvo viva la esperanza de llegar a un arreglo religioso que evitara la ruptura de la Iglesia y la quiebra de
la paz en Alemania. Pero los acuerdos eran difíciles, incluso entre los reformados. En estas décadas de
indefinición dogmática, todos apelaban a un concilio universal que restableciera la unidad, pero que se
retrasaba precisamente por la desconfianza de todos los implicados: la Iglesia porque temía perder poder
frente al Emperador y los príncipes luteranos porque creían que, al final, podían desvanecerse todos los
logros conseguidos; mientras, Carlos V estaba dispuesto a grandes concesiones para mantener la paz
imperial y poder dedicar sus esfuerzos a otros asuntos internacionales. La afirmación de las iglesias
protestantes en el Imperio estuvo determinada por complejos avatares militares y políticos. En realidad, el
enfrentamiento confesional de estos años no fue sino un aspecto de la rivalidad de los grandes señores con el
emperador y entre sí. La paz religiosa de Augsburgo (1555) entre luteranos y católicos, excluyó a todas las
demás confesiones (zwinglianos, anabaptistas, calvinistas). Se cimentó sobre un principio nuevo de
“territorialismo religioso”: los príncipes y las ciudades independientes podrían elegir la forma de religión e
imponerla a sus súbditos; a la vez, se intentó fijar unos mecanismos de “reserva eclesiástica” que impidieran
el paso a la Reforma de tierras nuevas, aunque esto último no se aplicara sin violencia. El luteranismo se
extendió, simultáneamente, en las dos grandes monarquías bálticas: Suecia, donde la Reforma fue el
resultado de su independencia de Dinamarca-Noruega bajo Gustavo Vasa; y Dinamarca – Noruega.
Actualmente se pueden denominar las tendencias reformistas (con sus diferencias interpretativas) como:
luteranos, anglicanos, presbiterianos, congregacionales, reformados, metodistas, bautistas, pentecostales,
etc.
ZWINGLIO (1484-1531) y LA REFORMA EN SUIZA
Ulrich Zwinglio , coetáneo de Lutero, acumulaba una larga experiencia pastoral entre los soldados
mercenarios, como párroco, entre los peregrinos al santuario de Einsielden, cuando fue llamado como
predicador a Zurich (1518). Su formación humanista y las críticas erasmistas a la Iglesia, más que otras
experiencias personales, le llevaron a aceptar las ideas luteranas y, en 1523, implantó la reforma con el apoyo
del Consejo de la ciudad. Zwinglio actuó en un contexto sociopolítico muy diferente al alemán. Suiza era una
confederación de treces cantones. Los cuatro obispos no tenían poderes temporales, no había grandes
príncipes territoriales ni una nobleza fuerte, pero sí sólidas oligarquías urbanas y rurales acostumbradas a
formas de gobierno comunitarias y federales. El influjo del humanismo entre sus élites era muy notable en
aquel país abierto donde se refugió Erasmo. Quizás por todo ello sus propuestas fueron, doctrinalmente, más
radicales que las de Lutero, y también su modelo de Iglesia. En los aspectos formales, Zwinglio llegó al
extremo de retirar todo tipo de imágenes, suprimiendo también campanas, velas, incluso el canto; los
pastores no usaban vestiduras litúrgicas sino las comunes en la administración de los sacramentos, en lengua
vernácula por supuesto. Dogmáticamente, defendió la sola autoridad de la Biblia y la total ineficacia de las
obras (Sola Scriptura), pero de un modo más radical y pesimista que Lutero: Dios predestina quiénes han de
salvarse, a los que colma de su gracia. Sólo reconoció dos sacramentos (como Lutero), el Bautismo y la
Cena, pero entendidos como meros símbolos de la unión de los hombres a Dios. Configuró una iglesia
organizada de abajo arriba, en pequeñas comunidades autónomas flexiblemente confederadas en “sínodos”, y
de más amplia participación. La comunidad elegía a sus pastores y también a “apóstoles” y “profetas”,
encargados de gobernar espiritual y socialmente a la comunidad religioso-política, por lo que hubo la
tendencia a inmiscuirse en el gobierno civil de las iglesias zwinglianas, al contrario que en el luteranismo. El
proselitismo suizo de Zwinglio, respaldado por el hegemonismo político de Zurich, tuvo éxito en Basilea y
en otros territorios, pero fracasó tratando de imponer la Reforma en toda la Confederación, con su derrota y
muerte en la batalla de Kappel (1531) frente a la liga católica suiza. Su obra en Zurich perduró,
indirectamente, a través de Martín Butzer (“Bucero”: 1491-1551) reformador de Estrasburgo, y de manera
parcial y reelaborada en el calvinismo.
ANABAPTISTAS (sectas y movimientos radicales)
Inspirado sin duda por un grupo hussita, los Hermanos Moravos, aparece en Sajonia hacia 1520. Al margen
de las iglesias protestantes, surgieron movimientos más radicales, que funcionaron como “sectas”; grupos de
elegidos, de puros, que se separaban del resto de los infieles. Sin ortodoxias, sin jerarquías ni estructuras, se
sienten movidos directamente por el Espíritu Santo que les habla en sueños y visiones. Pretenden la
realización inmediata en el mundo de las utopías profetizadas en la Biblia, como la comunidad de bienes o la
igualdad social, por lo que chocan violentamente con las autoridades. Están animados por una convicción
escatológica tomada del Apocalipsis: se acerca el final de los tiempos, el Juicio que premiará a los elegidos y
castigará a los infieles, la instauración por un tiempo del reino de Cristo y sus santos en la Nueva Sión
(ciudad elegida) eterna. Eran llamado así porque “rebautizaban” a los adultos, como señal de aceptar su
elección: una aberración para la mayoría, que mantenían el bautismo inmediato como
seguro de salvación frente a una mortalidad infantil muy elevada. Los hubo pacíficos, víctimas de las
autoridades civiles y perseguidos por todas las iglesias, que establecieron pequeños grupos dispersos desde
Suiza hacia los Países Bajos y hacia Bohemia. Otros, en circunstancias excepcionales, adoptaron formas
violentas, como ocurrió en Münster (1534 – 1535).
4. La segunda generación de reformadores. Calvino (1509-1564)
Si Lutero se asoció a una reforma de la doctrina, el calvinismo fue sentido como su perfeccionamiento, como
su consumación consecuente en una auténtica reforma de la vida. Calvino habría sabido dotar al
protestantismo, en su segunda etapa, de una disciplina eclesiástica clara, de un culto ordenado y de un
modelo eficaz de iglesia capaz de dar réplica al renovado catolicismo de la Contrarreforma. Juan Calvino
(1509-1564) procedía de una familia burguesa que le pudo costear una esmerada educación. Recibió órdenes
eclesiásticas pero nunca estudió formalmente teología: fue autodidacta. Evolucionó lentamente desde
círculos erasmistas y evangelistas hacia el luteranismo, arrastrado más por el deseo de restaurar la verdadera
iglesia y la gloria de Dios en la tierra que preocupado por la salvación del alma. Las persecuciones
antiluteranas le obligaron a refugiarse en la corte de Margarita de Navarra, en Estrasburgo y, finalmente, en
Basilea. Aquí, publicó, en latín, la primera versión, muy breve, de la Institutio Christiana e Religionis
(1536): una exposición sistemática de la doctrina evangélica. En este mismo año recaló en Ginebra, que era
un pequeño centro artesano y comercial, más bien en declive, que se había sacudido la tutela de los duques
de Saboya y del obispo -señor. La impaciencia intransigente de los reformadores, y la resistencia del partido
más conservador, les obligaron a huir. Luego residió en Estrasburgo, una de las primeras ciudades en aceptar
la Reforma y un lugar de confluencia de ideas y de ensayos eclesiales. Aunque no llegase a conocer
personalmente a Lutero, acabó de forjar definitivamente su proyecto. Un cambio de gobierno en Ginebra en
1541 le permitió aplicarlo con todas sus consecuencias. La doctrina de Calvino tiene como centro la
trascendencia absoluta de Dios, tan lejano del hombre como el Yahveh del Sinaí del Antiguo Testamento.
Todo debe ordenarse “Soli Deo Gloria”: a la gloria de un Dios riguroso, incomprensible, inalcanzable, muy
otro del padre misericordioso encarnado en Cristo. De aquí deriva uno de los elementos más dinamizadores
para sus discípulos: la idea de la predestinación. Dios, en su infinita sabiduría, ha dispuesto para cada
hombre en su soberana voluntad, con independencia de lo que haga, que se salve o que se condene para
siempre. La mera aceptación de la predicación, la pertenencia a esta iglesia “reformada”, un esfuerzo de
purificación ascética, son signos que certifican la elección salvadora de Dios; la actividad proselitista y
agresiva de los fieles calvinistas se explica por el fervor con que interiorizaron tal seguridad absoluta en su
propia salvación. La revelación de Dios en la Biblia constituye la norma suprema, con preferencia del
Antiguo Testamento y del pueblo de Israel, como modelo, sobre los evangelios y las primitivas comunidades
cristianas. Sólo reconoce dos sacramentos, Bautismo y Cena, ésta como pura conmemoración. Su
organización eclesiástica descansa en cuatro ministerios de raigambre bíblica:
– pastores: jefes religiosos de la comunidad, administrando la Palabra y los sacramentos,
– ancianos: elegidos entre los laicos, se encargan de la corrección de las costumbres y de la
disciplina,
– diáconos: responsables de la beneficencia con pobres y enfermos,
– doctores: enseñanza de la juventud y la interpretación de las escrituras lo es de los
Para dar vida a esta comunidad ideal Calvino utilizó ampliamente los instrumentos de la política, orientados
al control de la religión y de la moral. Un consistorio compuesto por pastores y ancianos, vigilaba la
conducta de los ciudadanos en lo referente a las cuestiones doctrinales y la disciplina eclesiástica. El sistema
educativo fue completamente reformado. La conducta moral y la observancia religiosa de los magistrados
estaba sometida a un estricto control. Un viento moralizador impregnó la vida pública y privada de los
ginebrinos: se prohibieron los juegos de azar, los espectáculos, el lujo, se cerraron las tabernas. Los
pecadores eran excluidos de la comunidad y la sanción provocaba de hecho su marginación social. Desde el
consistorio, Calvino impuso una disciplina rigurosa en todos los frentes, eliminando por igual la disidencia
política, la herejía (Miguel Servet fue quemado en la hoguera en 1553) y las malas costumbres. La vida en
Ginebra se volvió austera, rígida y policial, centrada en la catequesis, el estudio de la escritura, los sermones,
etc. El baile, el canto, las lecturas profanas, la bebida y otras actitudes inmorales fueron perseguidas incluso
en el interior de las casas. Pero este mismo rigor prestigió a la “iglesia reformada” de Ginebra a los ojos de
los protestantes más inquietos de toda Europa, e impulsó su rápida difusión en todas las direcciones en los
años 1550 – 1570. El calvinismo contenía un poderoso germen proselitista y, a ser posible, dominador.
Calvino pretendió, para mayor gloria de Dios, instaurar su señorío en todas partes y convirtió Ginebra en la
alternativa a la Roma de la Contrarreforma. Su amplísima correspondencia personal y sus escritos, que
multiplicaba una activa imprenta, alentaron el celo de los elegidos. Su misma estructura, descentralizada en
pequeñas comunidades que se confederaban por naciones, facilitaba la difusión en medios políticos adversos.
El calvinismo se extendió en medio de grandes convulsiones políticas, en las que tuvo no poca
responsabilidad. En muchos casos necesitó la violencia para incrustarse entre las iglesias luterana, católica y
anglicana, bien asentadas ya a mediados del s. XVI.
5. La reforma católica. El concilio de Trento
Las iglesias de las penínsulas hispánica e itálica se adelantaron a otras en sus iniciativas reformistas.
El caso español debe mucho al cuidado con que los Reyes Católicos –en especial Isabel I para Castilla—
seleccionaron obispos cultos y piadosos, alejados de las banderías nobiliarias que anticiparon el modelo de
obispo reformista: maestro y pastor cercano a sus fieles, preocupado por la formación de sus sacerdotes.
Además, desde sus influyentes cargos –confesor real, regente— promovieron la reforma de las órdenes
religiosas y tomaron otras iniciativas. La Universidad de Alcalá dotada por Cisneros (1509), se abrió a una
renovada teología positiva, en un ambiente más humanista y erasmista. En la más tradicional de Salamanca,
no tardaría en florecer una renovada “segunda escolástica”, gracias a Francisco de Vitoria (1526) y sus
discípulos, en la que se formaron muchos de los grandes teólogos de Trento. Tales iniciativas, en España,
fraguaron bajo la atenta supervisión de un instrumento de control religioso sin parangón: la Real Inquisición
(1478). Ejercitada en la persecución de la oculta herejía de los conversos, cuando “alumbrados” y erasmistas
supusieron algún peligro fueron fácilmente acallados.
La renovación de la iglesia en Italia debió más a iniciativas particulares desde abajo. Funcionó como un
caldo de cultivo donde se formaron personas llamadas a ocupar puestos eclesiásticos destacados, y donde se
forjaron experiencias aunque tardaran en madurar. Así, la paulatina renovación del episcopado y de la curia,
que culminó con la del pontificado, encontró preparados muchos de los instrumentos necesarios para la
reforma católica. Siguiendo la tradición de las cofradías, pequeños grupos de laicos y eclesiásticos
destacaron por el vigor con que vivían su cristianismo en la práctica de la devoción (misa y oración diarias,
confesión y comunión al menos mensual) y de la caridad (atención de enfermos incurables, de pobres, de
huérfanos, etc.). Estas iniciativas se prolongaron en la reforma de las antiguas órdenes religiosas, o en la
fundación de otras de características muy novedosas (teatinos, barnabitas o somascos), caracterizadas por
ser congregaciones de “clérigos regulares”: sacerdotes pero sin cura de almas parroquial, que vivían en
comunidad con votos particulares, dedicados a un apostolado específico (formación de sacerdotes, atención
de enfermos y huérfanos, misiones populares); también las ursulinas o los capuchinos.
Pero de entre todas, la fundación más original y más relevante fue la promovida por un hidalgo guipuzcoano,
Ignacio o Íñigo de Loyola. En 1538, Ignacio se ordenó sacerdote y puso en marcha la “Compañía de Jesús”
(Jesuítas), cuyo fin era militar “para mayor gloria de Dios” bajo las órdenes del papa. Para lograrlo más
eficazmente, Ignacio de Loyola diseñó una congregación muy novedosa, en primer lugar, por su estructura
jerárquica y unitaria, tan distinta de las formas federales de la mayoría de las órdenes tradicionales. Se realzó
la obediencia al superior dentro de la Compañía, y cada profeso añadió un cuarto voto a los tres
tradicionales: el de obediencia al papa “sine ulla tergiversatione aut excusatione”. Después de una rigurosa
selección y con una esmerada formación, sin un hábito propio que los identificara ni obligación de rezar en
comunidad, los “jesuitas” disponían de la disciplina y de la flexibilidad necesarias, de que carecían otros
religiosos, para afrontar las más diversas tareas. A partir de la aprobación papal (Paulo III, 1550-55) comenzó
un proceso de expansión numérica, de organización interna y de responder a las misiones encomendadas:
fundación de Colegios a petición de ciudades interesadas, reforma de monasterios, participación en el
Concilio de Trento, diálogo con los protestantes, misiones diplomáticas, etc. Pese a la reprobación de Paulo
IV (1555-59), la “Compañía” se extendió rápidamente y ocupó un puesto señalado en los más diversos
frentes: la evangelización de las Indias Orientales, la defensa de la ortodoxia en Trento o la formación de las
nuevas élites dirigentes católicas en sus colegios, entre otros.
EL CONCILIO DE TRENTO (1545-1563)
El V Concilio de Letrán (1512 -1517), no afrontó la reforma de la Iglesia que muchos anhelaban. Se limitó a
responder al conflicto conciliarista bajomedieval, revivido por los intereses políticos del rey de Francia en
Pisa (1511). Desde 1518, los protestantes alemanes venían reclamando la convocatoria de un concilio
alemán, y el emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico intentaba cerrar las
diferencias entre católicos y reformistas para poder hacer frente a la amenaza turca. En la Dieta de Worms
(1521) se intentó zanjar las disputas, pero sin éxito: Martín Lutero (a quien Carlos V permitió que fuera
convocado a dicha Dieta) acusó a Roma de ejercer la tiranía, y el Emperador se comprometió por escrito a
defender la fe católica incluso con las armas. En las Dietas posteriores, los príncipes alemanes, tanto
protestantes como católicos, continuaron insistiendo en un concilio. El Concilio se inauguró al fin, después
de tres convocatorias fallidas el 13 de diciembre de 1545 en Trento, ciudad del Imperio pero en la vertiente
italiana de los Alpes. Tuvo un desarrollo muy agitado en tres fases discontinuas (Paulo III, Julio III, Pío IV)
– 1ª Fase (1545-49, Paulo III): los obispos y generales de órdenes fueron pocos en la primera fase, con
mayoría absoluta de italianos, unos pocos españoles, sólo tres franceses y ningún alemán. Los padres
conciliares abordaron simultáneamente los grandes temas doctrinales cuestionados por los
protestantes, y algunos asuntos disciplinares cuya reforma interesaba más al Emperador. Pero sus
relaciones con el papa se deterioraron y éste decidió, con la mayoría de los asistentes, trasladar las
sesiones a Bolonia. Los obispos imperiales permanecieron en Trento y, aunque no se llegó a una
ruptura y prosiguieron los trabajos preparatorios, nada nuevo se decidió.
– 2ª fase (1551 – 1552, Julio III, PauloIV). El nuevo pontífice comprendió la urgencia de completar la
obra. No acudieron obispos franceses, por las tensiones de Enrique II con el Emperador, y sí lo
hicieron algunos luteranos, delegados de príncipes y ciudades protestantes. Sus elevadas exigencias,
como empezar de nuevo las discusiones, afrontarlas sólo desde la Escritura o proclamar la
supremacía del concilio sobre el papa, abortaron toda posibilidad de diálogo. La traición de Mauricio
de Sajonia y su alianza con Enrique II de Francia abrieron una nueva guerra y los obispos alemanes
se retiraron, suspendiéndose el Concilio. Julio III, entonces, intentó por su cuenta una reforma de la
Curia y preparó una “Bula de Reforma”, que diese fuerza siquiera a los decretos de Trento
aprobados hasta entonces y promoviendo otros cambios, pero murió sin que se proclamara. Esta
línea de reforma autocrática y no conciliar es la que siguió su sucesor, Paulo IV. No quiso saber nada
del Concilio y pretendió imponer por decreto la reforma de la iglesia. Reorganizó la Inquisición
romana, persiguiendo con dureza la inmoralidad.
– 3ª fase (1562-63, Pío IV). La muerte de Paulo IV permitió a Pío IV (1559 – 1565) reanudar el
Concilio determinada por circunstancias muy distintas: paz religiosa en el Imperio, fracaso de la
restauración católica en Inglaterra y grave peligro de que los hugonotes (protestantes franceses de
doctrina calvinista) se hicieran con el poder en Francia. En las dos primeras fases, Trento había
respondido a las doctrinas de Lutero y Zwinglio, y cabía la esperanza de una recuperación territorial,
ahora imposible. Los esfuerzos se centraron, pues, en la reforma interna de la Iglesia.
Trento reafirmó los principales dogmas de la fe católica frente a los protestantes. La iglesia católica se
reorganizó para afrontar con mayor eficacia la “cura de almas” de sus fieles y la recuperación de los espacios
perdidos ante la Reforma. En cuanto a la clarificación dogmática, se precisaron:
1. Fuentes de la fe. La Escritura como fuente principal, pero interpretada en concordancia con el
magisterio de la Iglesia y con la tradición. Se admiten como revelados los libros deuterocanónicos,
que no forman parte de la Biblia judía. Ratificada la versión latina de la Biblia según San Jerónimo –
Vulgata— aunque se impulse una nueva edición corregida.
2. La justificación por la fe y el valor de las obras. Rechaza la visión extrema y pesimista de Lutero y,
sobre todo, de Calvino sobre el hombre sin libertad para hacer el bien y rechazar el mal. Con la
ayuda de la gracia, que se otorga en los sacramentos, puede hacer obras meritorias y vencer las
tentaciones. Con todo, el modo como interactúan la gracia de Dios y la libertad del hombre siguió
siendo un misterio sobre el que discutían tan enconadamente las escuelas teológicas católicas que los
papas, a principios del XVII, hubieron de imponerles silencio.
3. Los sacramentos. Son siete, son signos de Cristo y no de la Iglesia, y otorgan la gracia en sí mismos,
no según la fe de quien los recibe. La doctrina católica marcó profundas diferencias con la
protestante. La Eucaristía, en especial, fue exaltada como renovación del sacrificio de Cristo y como
presencia real de su cuerpo y sangre. El sacramento del orden diferenció nítidamente a laicos de
clérigos, estos con su jerarquía. El matrimonio como unión pública ante la comunidad, con el
sacerdote como testigo solemne, adquirió una renovada dignidad.
4. La Iglesia. “Cuerpo místico de Cristo” pero también sociedad histórico – jurídica unitaria y
jerarquizada. Aun reconociendo el sacerdocio universal de los fieles por el bautismo, se exalta el
sacerdocio ministerial de los consagrados, en un triple jerarquía de obispo, presbítero y diácono. No
se resuelven, sin embargo, dos cuestiones fundamentales y conflictivas: primero, si la autoridad de
los obispos proviene directamente de los apóstoles (episcopalismo) o es delegada de la del papa; y,
segundo, el papel de los príncipes en la Iglesia y las relaciones del poder civil, con el eclesiástico
(regalismo).
Este renovado fundamento dogmático sostuvo importantes cambios disciplinares. Trento fue un concilio
eminentemente pastoral. No abordó cambios organizativos en la Curia romana, que los papas realizaron
personalmente, pero sí renovó la figura del obispo y del sacerdote. El obispo debía ser un hombre de ciencia
y piedad, canonista o teólogo, para servir como maestro y pastor de la iglesia local; esto le obligaba a residir
en la diócesis, a visitarla constantemente, a predicar y enseñar, a promover la formación moral e intelectual
del clero, y a introducir las reformas mediante concilios provinciales y sínodos diocesanos. En cuanto al
clero secular, se reafirma el celibato obligatorio, se dignifica el aspecto exterior (tonsura (rapado) y
vestiduras talares que les distingan) y se le encomienda, como colaborador del obispo, la cura pastoral en las
parroquias. El párroco enseñará las oraciones y la doctrina en la predicación dominical y en la catequesis de
los niños; controlará la administración de los sacramentos mediante registros parroquiales, y vigilará el
cumplimiento de los mandamientos de la Iglesia (confesión y comunión anual). Para ello, debe recibir una
formación moral e intelectual esmerada: el Concilio ordenó la creación de seminarios en cada diócesis.
Trento apenas trató de las Órdenes religiosas, salvo para recortar sus exenciones y aumentar el control
episcopal sobre su actuación en las diócesis. No se ocupó apenas de los laicos: el matrimonio siguió
considerándose un estado inferior a la consagración religiosa o al simple celibato. Y tampoco trató de la
reforma de los príncipes, pese a que los obispos se quejaban amargamente de las intromisiones de las
autoridades seculares. La Iglesia católica promovió las formas de piedad popular tradicionales que habían
rechazado los protestantes, aunque purificándolas de excesos. Impulsó a las cofradías populares
devocionales, conversión de las procesiones en reafirmaciones colectivas y públicas de la fe en aquellos
puntos más atacados por el protestantismo, reconocimiento de ciertos milagros y canonización de nuevos
santos, instrucción del pueblo en las oraciones y verdades fundamentales a través de la catequesis, etc. En la
cristiandad católica se acentuó el clericalismo (influencia del clero en los asuntos políticos o sociales del
Estado), la uniformidad y la riqueza formal de los ritos, frente al mayor protagonismo de los laicos y la
diversidad y mayor sobriedad litúrgica de las iglesias protestantes. Los templos católicos se llenaron de
crucifijos, vírgenes y santos, expresión y objeto de la devoción popular. Las vestiduras y los vasos e
instrumentos litúrgicos se renovaron, enriquecidos con oro, plata, sedas y pedrería, signos de la
magnificencia de los sacramentos. También se cuidó la excelencia de la música sacra, la polifonía coral y el
órgano, pero como espectáculo sin participación popular. Desde Roma se acabó por imponer un Misal, un
Breviario para el rezo y un texto de la Biblia, sacrificando una rica variedad de tradiciones litúrgicas. Por
reacción antiprotestante, la Biblia permaneció inaccesible al pueblo fiel: se proclamaba en latín la liturgia, y
sólo la mediación del clero en los sermones la acercaba; la catequesis de los niños no era principalmente
bíblica sino dogmática. La recepción del Concilio y su aplicación en la Europa católica atendió a
circunstancias nacionales, como la aceptación de los decretos tridentinos por Felipe II siempre que no
perjudicaran los derechos reales; o la no aceptación formal en Francia, sino como un acuerdo de
la Junta del Clero. Pero fueron los grandes pontífices del postconcilio quienes hicieron de Roma, de un modo
más perfecto que nunca antes, la cabeza de la catolicidad y no sólo la sede del papado: enseñaron los mejores
teólogos y se crearon seminarios específicos. Los nuncios, además de representantes diplomáticos,
impulsaron las reformas y la administración eclesiástica en los distintos países. Los obispos fueron obligados
a informar a Roma sobre la vida eclesiástica de sus diócesis en periódicas visitas ad limina, que Felipe II
prohibió a los españoles que cumplimentaran personalmente.
6. La nueva geografía religiosa. La Europa confesional (católicos, luteranos, calvinistas, anglicanos)
La fragmentación de la Cristiandad en iglesias rivales abocó a un proceso de “confesionalización” en la
segunda mitad del s. XVI. El concepto de confesionalización intenta explicar las nuevas relaciones entre
Plan de trabajo haem (5 6)

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  • 1. Tema 5. La civilización del Renacimiento 5.1 Cultura de elites y cultura popular. El peso del analfabetismo Dos culturas: la popular y la de las elites La creencia de que los tiempos incluidos en la modernidad supusieron un “progreso” lineal en el universo cultural es una apreciación que debe matizarse. Sólo minorías muy reducidas se enteraban de las mutaciones profundas que se estaban produciendo en los sistemas de conocimiento y en el mundo de las artes y de las ciencias, no tan diferenciadas en sus “especialidades” como dejan suponer tratamientos históricamente anacrónicos. La inmensa mayoría de la población, no debe olvidarse que agraria y rural incluso en los países más urbanizados, siguió inmune a las costumbres y anclada en los hábitos heredados. Al igual que su universo sacralizado permaneció inmutable, y en mayor medida si cabe, su cultura no se vio afectada por las elites, desde los humanistas hasta los ilustrados, empeñados en denigrar como ignorantes los comportamientos que no se adecuaban a sus convicciones y programas de aculturación. La historiografía actual está revisando con atención creciente ese otro mundo de las permanencias apenas alteradas. Viven en sus convicciones entre mágicas y naturales, con referencias y medidas que nada tienen que ver con el copernicanismo, convencidos de las derrotas del Sol que marca los días, las noches, las estaciones, los tiempos de sementera y de la cosecha. Los medios de comunicación y de transmisión de sus “saberes” no son los escritos por la sencilla razón de que valoran más la palabra, incluso para los contratos, que la letra. La tradición oral, la conversación, la memoria, son instrumentos sin alternativa. Por eso, lo mismo en España que en Alemania, el refrán o el sprichtwort constituye una especie de suma de sabiduría aplicable a casi todo. En esta cultural oral, el sermón es un medio de información, de formación, de catequesis y de propaganda insustituible y que explica la atención otorgada tanto por los protestantes (religión no sólo del libro sino también de la palabra) como por los católicos, siempre empeñados en su reforma. La lectura sólo es indirecta. De poco sirve, desde la posibilidad cultural, la liturgia obligatoria, puesto que las misas católicas se celebran en latín, ininteligible para el pueblo, en contraste con las innovaciones de la Reforma. Más eficaces son los libros de devoción, los almanaques, la literatura equivalente a pliegos de cordel, a coplas de ciego, tan denostadas por las elites y que se leen por los pocos que pueden hacerlo pero que se escuchan por todos, incluso en ámbitos rurales. La cultura popular, por tanto, y a despecho de las campañas de los humanistas, empeñados en atraer a todos hacia su cultura, propalada como valor social por una república de letrados que no podía esgrimir, en principio, los títulos de nobleza y de riqueza, tardaría mucho tiempo en sentir la necesidad de leer, menos aún de escribir y, todavía menos, de contar con signos escritos. Analfabetismo, lectura y escritura La cultura del libro y del escrito, en efecto, tiene una historia difícil. La imprenta fue un avance tecnológico, industrial, cultural, mental, revolucionario en el más estricto sentido de lo que hoy puede entenderse como revolución integral que afectó a todos los órdenes, desde el económico hasta el ideológico. Pero su capacidad multiplicadora y su producto, el libro, se encontraron con barreras que, si no podían impedir su presencia, frenaron y retrasaron algunas de sus posibilidades de circulación. Por de pronto, los poderes civiles y eclesiásticos, sabedores de los peligros de la libertad de producción y las ventajas de su control, no tardaron en establecer monopolios, en convertir a la imprenta en una especie de regalía con todas las censuras estatales, religiosas e inquisitoriales que lanzaron, casi desde el principio, a los impresos subversivos o sospechosos por las vías de la clandestinidad cuando no los redujeron al ámbito limitado de las copias manuscritas. Más peso tuvo en dificultar el acceso generalizado al libro la elevación de sus precios, estableciéndose de nuevo la relación directa entre riqueza y posibilidad del libro, convertido, de esta suerte, y durante largo tiempo, en objeto casi de lujo. Los mismos formatos, en cuarto o en folio, actuaron como elementos disuasorios. Por eso, hasta que en el s. XVIII no cambien las formas externas, se extienda la costumbre de libros de tamaño menor (de bolsillo) u ofrecidos en entregas (en fascículos), y no se abaraten sus precios, la presencia del libro será escasa, reducida a determinadas bibliotecas institucionales (que tienen que encadenarlos para su seguridad) en la mayor parte de las circunstancias. Con todo y con eso, el muro auténtico que limitó la cultura del libro a ciertas elites fue la incapacidad infraestructural de su lectura: el analfabetismo. Con el presupuesto (bastante gratuito a veces) de que el escribir presuponía capacidad para la lectura, y de que firmar, al menos el firmar con ciertas formas, equivalía a saber escribir, numerosos investigadores se han lanzado a la aventura de detectar la frontera entre el analfabetismo radical y la alfabetización. Fuentes notariales, fiscales, judiciales, parroquiales, inquisitoriales, permitían seguir estos caminos, a veces vericuetos, del acceso al leer y al escribir. Resumiendo algunas de las conclusiones de tantos trabajos monográficos y minuciosos, puede pensarse que Europa y sus colonias registraron un avance lento, que hay que saber valorar por tantas dificultades como había que superar, en su alfabetización.
  • 2. Chartier trata de esbozar el mapa europeo a tenor del grado de alfabetización creciente: las zonas más alfabetizadas se sitúan en el norte y en Alemania; las regiones del analfabetismo en el sur y en Europa oriental. Hay que esperar, para llegar a conclusiones menos frágiles (basadas en los estudios de la gente que sabía firmar), que se analicen otras fuentes (las cualitativas son valiosas) y se atienda a métodos que completen a los hasta ahora empleados. De todas formas, no puede admitirse la correlación exacta entre firmar y leer. Para salvar este vacío, y acercarse más a la realidad de la lectura, se está estudiando la presencia del libro entre sus propietarios y, presumiblemente, usuarios o lectores. Los resultados obtenidos a partir de, entre otras, las fuentes protocolarias de los inventarios, si no se conociesen por otro tipo de documentación son los esperables: el libro no abunda en las casas. La presencia, tanto de propietarios como de unidades de libros, aumenta a medida que se avanza hacia el s. XVIII. Dentro de la anarquía de los datos, cabe distinguir, de nuevo, el abismo que, también en la posesión de libros media entre la ciudad y el campo, donde (y cuando) aparecen raramente lo hacen sobre el 3 % de los inventarios. En cuanto a la cantidad también hay que establecer el criterio de la riqueza y de la profesión. La nobleza, incluso la española, poseía, además del armario-archivo de los documentos justificantes de sus títulos y rentas, y no de forma excepcional, bibliotecas muy considerables. Desde otro punto de vista, los inventarios que constatan la existencia de libros en manos privadas suelen corresponder a profesionales del derecho, de la medicina, de la religión: la mayoría de sus títulos, contados, son auxiliares para el ejercicio de su función respectiva. Pero hay otros inventarios o índices que no aparecen en la documentación de las escribanías: son los catálogos de bibliotecas de selectos, más abundantes en la Ilustración, de universidades e instituciones anejas como los colegios mayores, o de monasterios y conventos Por último, en Europa y sus colonias, es preciso tener en cuenta las diferencias confesionales también en la posesión y lectura de libros. Dada la ayuda que la imprenta prestó a la expansión y afianzamiento de la Reforma de Lutero se ha generalizado sobre el amor al libro, a la palabra de Dios escrita, en el protestantismo. Sin embargo, no parece que el primer luteranismo, al igual que el calvinismo, incrementasen perceptiblemente el número de lectores, ni siquiera la afición a la lectura, fenómenos ambos que se registraron con el puritanismo y con los pietismos posteriores, cuando la memorización y la lectura repetitiva llevada a cabo por párrocos y pastores se convirtió en lectura casera, familiar e individual, incluso silenciosa. Al fin del Antiguo Régimen, se han producido cambios sustanciales cuantitativos y cualitativos. Desde el punto de vista de la producción, las imprentas facilitan (porque se demanda) una oferta más variada, en la que el predominio de lo religioso va cediendo en beneficio de las artes, de las ciencias, de las letras y de los oficios útiles. La “Enciclopedia” es un modelo, además de instrumento de propaganda, de los objetivos, ideales y preocupaciones de las elites. Se imprime más y mejor, y se divulga la forma moderna de comunicación de los saberes, hay que insistir en que enciclopédicos, a través de las publicaciones periódicas, combativas con frecuencia. Y aparece o se afianza la “mujer lectora” en casa, en los gabinetes de lectura, en los retratos en que se exhibe con las obras del patriarca de la Ilustración, Locke, como ornato. Es posible que la mutación más decisiva, aunque pueda parecer sutil, sea la superación de los miedos a la lectura por la conciencia de la necesidad de leer (el escribir tendrá que esperar algo más). Porque en algunos países (no sólo en España), por recelos xenófobos, misoneístas, ortodoxos, se había fabricado todo un sistema orientado a sembrar el miedo a la lectura y a ver el libro como enemigo peligroso. Hacia la secularizaciónde la cultura (desvinculación de la revelación y de la razón) Lo que se suele considerar como “progresos” culturales en el más amplio sentido de la palabra no se podían registrar en instituciones sacralizadas como eran los colegios de primeras y segundas letras o de “gramática”, casi siempre regidos por clérigos y orientados hacia la formación clerical, o como podían ser las universidades en su inmensa mayoría, y en las que aunque no hubiese ya controles papales o episcopales, y dependiesen del poder civil, seguía perviviendo la convicción de la servidumbre del resto de las facultades a la de teología y estaban para proveer de funcionarios, imprescindibles para la burocracia civil y eclesiástica de los Estados. Las innovaciones, la nueva sensibilidad cultural, llegarían por otros cauces: por las academias humanistas, las reales academias de los absolutismos o de las sociedades inglesas, los amigos del país asociados, los centros especiales arbitrados por la Ilustración para los oficios útiles, etc. Ahora bien, en este cambio de sensibilidad tuvieron un protagonismo incuestionable personas privilegiadas y capaces de romper con el universo mental, con principios, métodos y conclusiones que se creían inalterables. La llamada “revolución científica”, de hecho, se identifica con nombres, desde Copérnico, Galileo, Bacon, Descartes, Newton, los ilustrados insignes. El proceso fue complejo. En él se perciben, cómo no, pervivencias de mentalidades y sistemas heredados. Hay una mezcla de ciencia nueva y de magia difícil de alejar. El vehículo de sus teorías, incluso, y por mucho tiempo, será el latín, convertido después en agarradero del reaccionarismo antiilustrado. Entre éstas, y otras, herencias, se fue introduciendo la autonomía del pensar, del razonar, del experimentar, como método y objetivo de la filosofía y de las ciencias, menos diferenciadas
  • 3. entonces que después de la modernidad. Quizá este elemento de secularización, de desvinculación de la revelación y de la razón, fuera el paso decisivo. Para llegar a ello fue necesario destruir la escolástica, que, contra lo que suele decirse, era algo más que un método. Era un estilo de pensamiento basado, por una parte, en la dialéctica sutil y en la autoridad correspondiente; una visión del universo (el terreno y el celestial); la summa armónica de todos los conocimientos habidos por esos caminos, no por los de la crítica y de la experimentación. El Humanismo, más platónico que aristotélico, no ocultó su hostilidad, al igual que lo haría Lutero, desde su agustinianismo, contra una especie de sistema en el que no cabía la Escritura como norma y que se había diluido en escuelas similares a las sectas, con sus odios mutuos, con su lenguaje críptico, con sus divertimentos plagados de sutilezas estériles y sin nada que ver con la realidad. No desapareció en el s. XVI, y hasta la ortodoxia luterana se vio envuelta en sus redes. Tardaría en ser relevado este universo moral por otros más modernos. 5.2 La enseñanza y las universidades. La fuerza de la escolástica El sistema educativo La escolástica intentó utilizar la filosofía grecolatina clásica para comprender la revelación religiosa del cristianismo. Fue la corriente teológico-filosófica dominante del pensamiento medieval, tras la patrística de la Antigüedad tardía, y se basó en la coordinación entre fe y razón, que en cualquier caso siempre suponía una clara subordinación de la razón a la fe (Philosophia ancilla theologiae -la filosofía es sierva de la teología-). Dominó en las escuelas catedralicias y en los estudios generales que dieron lugar a las universidades medievales europeas, en especial entre mediados del siglo XI y mediados del XV. Como era previsible, los fundamentos, formas, niveles y resultados de la educación estaban relacionados con las ideas, los intereses y el poder relativo de cada uno de los grupos sociales. Los diferentes niveles y grados de conocimiento eran una fuente de supervivencia personal, de prestigio social y de acceso a una determinada cuota del poder que ostentaba, cada vez más exclusivamente, la Monarquía Absoluta y sus ministros. El pueblo se contentaba con unos rudimentos de doctrina cristiana, que no iban más allá de unas breves oraciones e invocaciones a la divinidad, complementados en el plano pragmático con el conocimiento de las técnicas artesanales para los varones, y con las habilidades precisas para el gobierno de la casa en el caso de las niñas. El dominio de la lectura, la escritura y las cuatro reglas aritméticas básicas implicaba un cierto grado de preeminencia dentro del grupo popular y se encontraba más extendido en las ciudades que en el campo. Este nivel inferior de la enseñanza estaba al cargo de los maestros de primeras letras, por lo que se refiere a la oración, lectura, escritura y operaciones aritméticas, mientras que las destrezas profesionales las transmitían los maestros gremiales. La pequeña burguesía tenía acceso a un grado de conocimiento bastante superior al de la masa popular, un saber que le proporcionaban los preceptores privados y las cátedras de latinidad. Este nivel (que podríamos calificar como una enseñanza media), les suministraba toda la instrucción necesaria para sus negocios y, a veces, les dotaba de una preparación imprescindible para acceder a los estudios universitarios, que eran la culminación de todo el sistema educativo y la fuente de los conocimientos imprescindibles para reproducir el saber antiguo y tradicional o para alumbrar uno nuevo. Se ha escrito que la Ciencia Moderna nació al margen y, en muchas ocasiones, enfrentada a la Universidad. Esto es en parte verdad, pues para acercarse a la realidad científica barroca hay que distinguir claramente entre “conocimiento” e “innovación”. El primero sólo podía ser adquirido dentro del ámbito universitario, pero es cierto que para superar el nivel de la ciencia oficial había que salir del entorno académico e introducirse en alguno de los grupos o instituciones que se constituyeron al margen de aquél. El esquema académico oficial se estructuraba en cuatro niveles, que se presentaban netamente definidos en cuanto a su jerarquía. Niveles universitarios: 1. Base: Facultades de Artes, llamadas“facultades menores”, donde se estudiaban el “Trivium” (Lógica, Retórica y Gramática) y el “Cuadrivium” (Matemática, Geometría, Música y Astrología, complementado en esta época con nociones de Óptica). Se trataba de unas disciplinas simplemente “propedéuticas”, es decir, que tan sólo servían como preparación para los estudios superiores propios de las “Facultades Mayores”. Tras cursar las asignaturas citadas, para lo cual bastaba con asistir a las lecciones pero sin necesidad de examinarse de ellas, se obtenía el grado de “bachiller en artes”, un título que autorizaba a su poseedor a continuar el currículum académico o, alternativamente, a buscarse profesionalmente la vida impartiendo clases como preceptores o en las escuelas de latinidad del nivel preuniversitario. 2. Facultades de Medicina , segundo nivel universitario, donde se impartía un saber “cuasi técnico” y en el que ya habían empezado a dotarse las Cátedras de Anatomía y de Cirugía, aunque la disección de cadáveres solía encargarse a barberos porque implicaba trabajo manual, que, en general, era rechazado en el ambiente universitario. Las cátedras de las anteriormente mencionadas facultades menores, de Artes, se ocupaban por médicos que habían obtenido el grado de doctor.
  • 4. 3. Facultades de Derecho: Canónico y Civil (conjunta o separadamente o existir sólo una de ellas), y que eran el semillero de la burocracia constituyente de la columna vertebral del Estado Moderno y en las que también se preparaban los futuros miembros del episcopado, mucho más ocupados (salvo raras excepciones) en definir cuotas de poder entre la Iglesia y el Estado que en la reforma doctrinal. Porque 4. Facultades de Teología, las de mayor prestigio sin duda alguna. El conocimiento teológico, que se obtenía en élla, junto al dominio del Derecho, era esencial para hacer carrera eclesiástica de obispo en adelante. Las escalas inferiores del clero, incluido el presbiteriado, no necesitaban de la Universidad, ya que les bastaba la formación impartida en los seminarios, una mínima base religiosa que ni siquiera era exigida para recibir las órdenes menores. La lógica interna de tal modelo universitario parecía incontrovertible: la Teología estudiaba el Ser Divino (fuente de todo poder y conocimiento), y fundamento del sistema eclesial, político, social y científico. Acercándose intelectualmente a Dios, principio y fin de todo lo creado, se entenderían las reglas que Él había implantado en el momento de crear el mundo, por lo cual el conjunto de los saberes descansaba en la Teología con lo que se cerraba de forma armónica el círculo del conocimiento necesario. 5.3 Los conceptos de Renacimiento y Humanismo. Características y factores de difusión Renacimiento: amplio movimiento cultural que se produjo en Europa Occidental en los siglos XV y XVI. Sus principales exponentes se hallan en el campo de las artes, aunque también en las ciencias, tanto naturales como humanas. Italia fue el lugar de nacimiento y desarrollo de este movimiento. Es fruto de la difusión de las ideas del humanismo, que determinaron una nueva concepción del hombre y del mundo. Humanismo: movimiento intelectual, filológico, filosófico y cultural europeo estrechamente ligado al Renacimiento que propugna el retorno a la cultura grecolatina como medio de restaurar los valores humanos, cuyo origen se sitúa en el siglo XIV en la península Itálica (especialmente en Florencia, Roma y Venecia) en personalidades como Dante Alighieri, Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio. En el inconsciente personal Renacimiento nos evoca una pletórica recreación de la Antigüedad clásica en literatura, pensamiento, arte, actitudes y comportamientos en lugares y tiempos concretos, particularmente de Italia. Y es este proyecto de revivir la Antigüedad, el convertirla en molde de un mundo nuevo, el que presta su fisonomía más definida al llamado Renacimiento. Los problemas se presentan al expandir su significado a la totalidad histórica de una época e intentar transferirlo desde las minorías cultas al conjunto social. Si queremos aplicar el término con este matiz de cultura de época debemos situarlo, a efectos meramente pedagógicos y en un primer intento, entre el s. XIV y mediados del s. XVI, con antecedentes, amplitud y pervivencias variables según los países. Por otro lado, sus creaciones deberán vincularse a minorías urbanas en contrapunto con mayorías asentadas en la tradición medieval. Además, convendrá distinguir entre los conceptos de Renacimiento y Humanismo. El primero es más amplio y tiende a abarcar la diversidad de perspectivas y actitudes vitales, mientras que el de Humanismo se refiere más directamente al resurgir de las letras clásicas antiguas y de los valores culturales a que dieron origen. En líneas generales, el interés por el Renacimiento como cultura de época se inicia a mediados del s. XIX, tras una etapa de admiración medieval propia del romanticismo. Corrientes: – Siglo XIX: el autor más significativo será Jakob Burckhardt, cuya Cultura del Renacimiento en Italia (1860) se centraba en reivindicar para la época la individualidad y el espíritu laico. Para este autor, la quiebra entre Edad Media y Renacimiento resultaba evidente y se producía a mediados del s. XV. Burckhardt contrapone la afirmación individual renacentista a los valores colectivos medievales, con sus lazos de sangre, familia y territorio. De este modo, el Renacimiento será sinónimo de Modernidad, e Italia el foco difusor de las nuevas actitudes. Estas hipótesis de Burckhardt tenían precedentes en algunos eruditos y artistas italianos de los siglos XIV – XVI, que hablaron del “despertar” de su época, de una nueva “edad de oro” contrapuesta a la “edad oscura” del Medievo. – Primer cuarto del s. XX, los medievalistas tienden a rechazar las fáciles contraposiciones entre Edad Media y Renacimiento; frente a Burckhardt, que había centrado el verdadero Renacimiento en Italia, fue configurándose la conciencia de un Renacimiento nórdico, no paganizante sino cristiano, una de cuyas figuras más significativas sería Erasmo. De este modo se tendían puentes entre el Renacimiento y las Reformas religiosas, en un panorama de imbricaciones a lo largo de los siglos XV y XVI. Con todo, la fecundidad evidente del Renacimiento italiano contaba a su favor con el sustrato cultural e incluso material de la vieja Romanidad, mientras que tradiciones culturales distintas en otros países europeos podía ofrecer ciertas resistencias y reelaboraciones. Respecto al Renacimiento español conviene indicar que ya desde el s. XIX no fue reconocido por la historiografía alemana dependiente de Burckhardt. A su pretendida existencia se oponían las raíces
  • 5. judías y musulmanas de la Península, así como la leyenda negra sobre la Inquisición, Felipe II y la Contrarreforma. No obstante, la historiografía liberal lo reivindicó, si bien acortando su duración en el tiempo, hasta la década de los años treinta del s. XVI. – Finales del s. XX, Peter Burke ha subrayado la necesidad de considerar el Renacimiento no como un período concreto, sino como una dinámica expansiva en amplio contexto. Lo ocurrido a partir del s. XIV (inicialmente en Florencia) debe situarse en una trayectoria de cambios a largo plazo, entre el año 1000 y el 1800. Los europeos de estos siglos, una vez superado el paréntesis ruralizante de la Alta Edad Media, redescubrían problemas ya planteados en la cultura grecorromana. En este marco general, el Renacimiento clásico correspondería a la secuencia temporal intermedia (siglos XIV – XVI). Para estos hombres, las letras clásicas y los modelos antiguos representaron la posibilidad de nuevas actitudes ante el mundo. Posteriormente, los siglos XVII y XVIII aportarían otros matices a parecidos problemas. Otros autores, han tendido a vincular estrechamente el Renacimiento con el movimiento intelectual de los humanistas. En este sentido se podría hablar de una corriente hispánica, ya desde finales del s. XIV en la Corona de Aragón y a lo largo del s. XVI Características del Humanismo renacentista El Humanismo, con su nueva vivencia y actitud ante el mundo, características de la etapa renacentista, intentará liberarse de los constreñimientos ascéticos y religiosos de la cultura eclesiástica de la Edad Media. Comportaba una revalorización de la nobleza de lo humano propiamente dicho, sus valores y capacidades, así como una apuesta de inserción en la “ciudad terrena” frente a la exaltación de los valores últimos de la “ciudad de Dios”, o los afanes de salvación radicalmente manifiestos en siglos anteriores. No obstante, conviene precisar que no se produjo una contraposición entre Antigüedad y Cristianismo, sino intentos de concordia y síntesis. Los clásicos grecorromanos se convirtieron en modelos universales, que deben ser incorporados a la herencia cristiana. “Armonía” y “unidad” serán referencias clave de la cosmovisión humanista. Y es que el Humanismo, además de su interés erudito en las letras clásicas y la filología, debe entenderse como un nuevo modo de vivir, que subraya la inserción del hombre en el mundo, la actitud estética, la ética y la cortesía social. Se busca conciliar acción y contemplación, al tiempo que un ideal de hombre completo y polivalente. Por ello, otros rasgos importantes de la actitud humanista serán la “virtus” (valor, energía, audacia viril, integridad), la preocupación por la fama, y el “amor” como progresiva transposición de niveles hacia la belleza en sí. Al mismo tiempo, en el Humanismo se percibe un sentido aristocrático, minoritario, de jerarquías intelectuales o de círculos de iniciados. Lo caracteriza un cierto distanciamiento y una contención individual, frente al talante pasional, emotivo, vitalista de la llamada “cultura popular” Estos postulados adquirieron una evidente expresión en las artes plásticas, con sus ideales de proporción y armonía. Manifestaciones visibles y costosas, urbanas y monumentales, que no pueden ser entendidas sin el mecenazgo. Es el sereno equilibrio del espíritu clásico que caracterizará al primer Renacimiento. El Humanismo también se verá estimulado y favorecido por la nueva “cultura de la imprenta”, que aumenta la posibilidad de información, amplía los horizontes mentales, favorece la reflexión individual y, en consecuencia, una mayor actitud crítica ante los estilos de vida tradicionales y las autoridades constituidas. En su actitud con respecto a los poderes, los humanistas también se volvieron hacia los clásicos. El modelo lo constituía el ciudadano activo e independiente de una república. Se trataba de un humanismo civil, con ecos en las ciudades libres de Italia o de Alemania. Sin embargo, la Monarquía era institución característica en los países europeos. Frente a las arbitrariedades posibles, muchos humanistas retomaron ante ellas los modelos estoicos del senequismo: serenidad y entereza ante la tiranía, como virtudes más propias de súbditos que de ciudadanos. Finalmente, el Renacimiento humanista tuvo también un lado oscuro, y algunos de sus representantes se adentraron en terrenos de lo marginal, lo supersticioso y lo hermético. En ciertos casos, estos aspectos no quedaban lejos de la filosofía natural y los balbuceos científicos. Difusión del Humanismo La expansión del Humanismo tendrá mucho que ver con la renovación de la enseñanza. La educación se proyecta como formación general, que integre actividades físicas, intelectuales y espirituales. Late la conciencia idealista de un hombre concebido como criatura divina y perfeccionable. Más que las universidades tradicionales, en la renovación humanista contribuyeron las de nuevo cuño. Surgieron Academias de letras clásicas: la florentina fue platonizante y minoritaria, la romana estuvo vinculada a la Curia pontificia, la veneciana se interesaba fundamentalmente por autores griegos. Tradicionalmente se ha considerado que estos usos culturales italianos fueron posteriormente exportados y “difundidos” al resto de la Europa occidental, pero habría que decir más bien que los europeos, tomando como base estos modelos culturales que recibieron de Italia, los imitaron y reinterpretaron según sus necesidades, sus circunstancias y
  • 6. sus posibilidades de recepción. Los cauces por los que se produjo la difusión del Humanismo: 1. En primer lugar los viajes y visitas a la península italiana: continuaron los viajes clásicos de la Edad Media de clérigos, peregrinos y comerciantes, y se incrementaron además los de soldados y diplomáticos y los de universitarios especializados. 2. También fue notable la emigración contraria, hacia territorios europeos, de humanistas y artistas italianos, con fuerte intensidad a finales del cuatrocientos. Entre las causas de esta emigración podemos hablar de actividades diplomáticas, invitaciones y mecenazgo, búsqueda de promoción o simplemente curiosidad y aventura, cuando no huidas o exilios políticos. Esta emigración se favoreció por la escasez de humanistas autóctonos. 3. La imprenta de tipos móviles no fue inventada hasta la década de 1440 por Gutenberg, por lo que no ejerció influencia en los inicios del Renacimiento, pero sí, de forma muy acusada, en su difusión. La imprenta puso en relación el proyecto de recrear la Antigüedad con la posibilidad pública e individual de disponer de ediciones impresas y circulantes de los autores clásicos. Entre 1450 y 1500 llegaron a imprimirse en Europa unos 15000 textos, de los cuales el 80% seguía siendo en latín, y la mitad de ellos de temática religiosa. La difusión de los libros pudo ampliar los minoritarios círculos de los humanistas de transmisión oral. 4. Tampoco hay que olvidar el desarrollo del género epistolar en la difusión del Humanismo. Aumenta considerablemente la escritura de cartas, muchas veces uno de los pocos procedimientos de intercambio y de relación entre amigos y eruditos. En este proceso de difusión cultural, por lo menos en los orígenes, no tuvieron demasiada importancia las universidades de raíces medievales. El recuperado latín clásico de los humanistas se enfrentó con el latín escolástico de las universidades. Y éstas, tras grandes dudas, incorporaron a sus facultades algunas cátedras de lenguas clásicas, lo que no quiere decir que se impregnaran del nuevo talante humanista. Adquirieron un papel destacado las nuevas instituciones colegiales, abiertas a los nuevos saberes letrados. Con todo, también se produjo una expansión de las instituciones universitarias a lo largo del siglo XVI en Europa por dos causas principales: por un lado, los conflictos religiosos y las controversias confesionales entre católicos y protestantes multiplicaron las universidades y las convirtieron en baluartes ideológicos; por otro lado, la necesidad de los nuevos Estados de estructurarse a través de una burocracia jurídica y administrativa eficiente, formada en el derecho romano impartido en las universidades tradicionales. En toda Europa el Renacimiento se vinculó con una progresiva revitalización de las lenguas y las literaturas vernáculas; no obstante los libros en latín continuaron manteniendo su particular dignidad. Los nuevos géneros aclimatados en Italia se difunden: poesía épica y lírica, el cuento y las novelas caballerescas o sentimentales. 5.4. Italia y otras realidades europeas La eclosión de la cultura renacentista puede situarse en los territorios del centro y norte de Italia entre los siglos XIV y XV, coincidiendo con el afianzamiento de las ciudades-estado y con pujantes intercambios comerciales con el Mediterráneo oriental. Las ciudades libres italianas ocupaban espacios intermedios en las esferas de influencia del Papado y el Imperio. Pero el desarrollo económico no lleva siempre parejo el desarrollo cultural, ciudades económicamente importantes como Génova no parecen situarse dentro de la corriente innovadora de la época. El Renacimiento cultural constituyó un movimiento claramente urbano. Interesó a tres minorías ciudadanas definidas: 1. las oligarquías dirigentes, que actuaron de mecenas; 2. intelectuales, eruditos, secretarios, escribanos y pedagogos; 3. y a artistas plásticos reclutados entre el artesanado gremial. Familias de banqueros y comerciantes se encuentran en el origen del estímulo cultural renacentista (los Médicis, los Sforza), posteriormente la cultura renacentista se difundirá entre los dignatarios civiles y eclesiásticos. El retorno a lo romano clásico se encuentra en la base de los intereses renacentistas de imitación de la Antigüedad. En muchas actitudes de los humanistas se descubren estas dualidades modernas y medievales al tiempo, siendo especialmente evidente en materia religiosa, pues pretendieron convertirse en romanos antiguos sin dejar de ser cristianos. Las nuevas sensibilidades cristalizaron originariamente en territorios de Italia en los que el legado de la cultura clásica se manifestaba de forma evidente. Se puede hacer referencia a cuatro centros especialmente dinámicos: – Florencia, que vive momentos de esplendor bajo Cosme de Médicis y Lorenzo el Magnífico; es aquí donde se crea la Academia Neoplatónica de Marsilio Ficino y donde se desarrolla un humanismo cívico que pretende la salvaguarda de las libertades republicanas de la ciudad. – Reino de Nápoles, con el patrocinio de Alfonso V de Aragón, donde destaca Lorenzo Valla,
  • 7. determinante para la revalorización de la lengua latina clásica. – Ciudad de Roma, con el mecenazgo del Papado, entre los que destacan Nicolás V, Calixto III, Pío II, Alejandro VI, Julio II y León X. Como ejemplo más significativo hay que referirse a las obras monumentales de la Basílica de San Pedro. – Venecia, la clase gobernante se identificó con el Humanismo republicano. Hay que destacar la renovación aristotélica llevada a cabo en la Universidad de Padua, frente al neoplatonismo. Los Studia Humanitatis La pedagogía humanista pretendía un ideal de hombre en plenitud física, ética, estética, intelectual y religiosa. Y los saberes a ello conducentes recibieron el nombre de Studia humanitatis. Se trataba de las cinco disciplinas clásicas de gramática, retórica, poética, historia y filosofía moral; y el profesor de estos estudios era llamado “humanista”. Se incide ahora más en los valores del lenguaje: la gramática y la retórica se retoman como formas de expresión de hombre. Esto explica la preocupación formal por el latín. Se busca el retorno al latín clásico y va desarrollándose una literatura neolatina que intentará aproximarse a todos los géneros literarios de Roma. Asimismo, se revitalizará el conocimiento de la lengua griega por la emigración de intelectuales a Italia tras la caída de Constantinopla a manos de los turcos en 1453. La preocupación por el lenguaje se extiende también al hebreo y al arameo, necesarios para la interpretación de las Sagradas Escrituras. Todo esto, y el coleccionismo de códices olvidados, culminará en la creación de importantes bibliotecas privadas. La primera biblioteca pública fue inaugurada por Cosme de Médicis en Florencia. La recuperación de los textos clásicos originales posibilitará una mayor precisión en las traducciones. El Humanismo condujo, finalmente, a la recuperación de textos antiguos sobre medicina, matemáticas o astrología, lo que servirá para encauzar nuevos intereses científicos, técnicos y mágicos. Pensamiento filosófico En la base se mantiene el aristotelismo medieval de Santo Tomás de Aquino, conciliando revelación y razón. Se afirmaba la posibilidad de elaborar, a partir de las experiencias del mundo sensible, un conocimiento conceptual del mundo (realismo). Guillermo de Ockam en el siglo XIV había negado esta posibilidad de un conocimiento racional de las verdades de la revelación. Las observaciones sensibles permitían acceder a una ciencia experimental, que no tenía por qué corresponderse con las realidades divinas; los conceptos serían meros nombres (nominalismo). La vertiente del aristotelismo averroísta separaba también la filosofía de la fe y postulaba la doctrina de una doble vertiente, científica y religiosa. La segunda corriente filosófica destacada en el Renacimiento será el platonismo. Durante la Edad Media el conocimiento de los escritos de Platón fue muy reducido, pero ahora se redescubren los textos originales, a los que se le unirán los textos neoplatónicos o “escritos herméticos” de Hermes Trimegisto. Marsilio Ficino fue el difusor de las doctrinas neoplatónicas, intentando conciliar en línea espiritualista a Platón y a Aristóteles. Ficino reivindica la identidad de lo bello y de lo bueno, y la unidad de todo amor como deseo del bien. Discípulo de Ficino fue Pico della Mirandola, que incrementa la incidencia de teorías cabalísticas y mágicas en el neoplatonismo de su maestro en su búsqueda de una síntesis filosófica, religiosa y moral. Puede considerársele uno de los prototipos de hombre universal del Renacimiento, por su variedad de intereses en lenguas, filosofía, religión y astrología. En definitiva, el Renacimiento en Filosofía no fue tanto un sistema cerrado sino una aspiración y un talante. Innovaciones artísticas Los intentos de imitar a los antiguos alcanzaron a las artes plásticas. – Arquitectura, la recuperación de las formas clásicas se estimulaba por la existencia de ruinas y edificios en muchas ciudades italianas, especialmente en Roma. Se reeditaron los Diez libros sobre arquitectura de Vitruvio. Leon Battista Alberti, por su parte, consolida los principios teóricos de las artes visuales, las vincula con la gramática y la retórica. El conocimiento de las matemáticas y de la geometría se aplica a la arquitectura y a la perspectiva. Se busca la unidad espacial y la simetría. Entre los arquitectos destacan Brunelleschi y Donato Bramante. – Escultura, el coleccionismo de obras originales se extiende entre los magnates. Hacen su aparición nuevas piezas, y estas colecciones incitan a la imitación de los temas: bustos, representaciones mitológicas, héroes y jinetes. Donatello será el escultor más importante.A comienzos del siglo XVI el lenguaje clásico en las artes visuales alcanza su apogeo. Se afirma la potencia escultórica de Miguel Ángel, cuyas obras tienden a la glorificación heroica de lo humano. Mencionar también a León Leoni y su serie de bustos de los Habsburgos españoles. – Pintura, debido a que los restos antiguos eran escasos y mal conservados, para la imitación tuvieron que recurrir a las descripciones literarias o a la transposición de poses escultóricas. Se estimuló el retrato como género independiente. En el Quatroccento descubrieron las leyes de la perspectiva lineal. La pintura avanzó desde los elementos góticos tradicionales hacia la representación naturalista
  • 8. de cuerpos y espacios. Un fuerte interés por la perspectiva pictórica se encuentra en Paolo Ucello, Andrea Mantegna y Piero Della Francesca. Con Leonardo da Vinci se introduce la perspectiva aérea en las gradaciones de luz y sombra del sfumato. Las atmósferas coloristas, la sensualidad y la luz alcanzarán su culminación con Tiziano, retratista oficial de la monarquía española. De este modo, durante los siglos XIV al XVI se produjeron importantes innovaciones artísticas en Italia. Se trabajaba en pequeños grupos o talleres, pero se destacaron claramente numerosas individualidades. España El Renacimiento cultural italiano se va extendiendo al resto de Europa vinculado a círculos eclesiásticos, impresores, artistas, universitarios y eruditos. Cabe destacar la importancia de las Monarquías y sus cortes, que realizaron funciones de mecenazgo, también ejercido por destacadas dignidades eclesiásticas y patriciados urbanos. Esta eclosión del Renacimiento por toda Europa se localiza en los decenios finales del s. XV y los iniciales del s. XVI. En España, la influencia del Humanismo italiano se detecta a lo largo del cuatrocientos, e irradia por Aragón hacia Castilla. La figura más destacada la constituye Antonio de Lebrija. En el marco renovador de la Universidad de Alcalá se implantarán facultades de artes liberales y teologías abiertas a los saberes humanísticos. Por otro lado, en España tendrán gran influencia las obras de Erasmo, pero la agotación protestante enturbiaría las cosas hasta que a partir de los años treinta se produce una declarada persecución de intelectuales erasmistas por ser considerada la vía erasmiana como filoluterana. Francia En la monarquía francesa el Humanismo tuvo un desarrollo tardío. El Renacimiento francés presenta un colorido cortesano, sobre todo en el entorno de Francisco I y de su hermana Margarita de Navarra. No hay que olvidar a los teólogos y filósofos escolásticos de la Universidad de la Sorbona, que se mantuvieron recelosos frente a las novedades intelectuales de Italia. Pese a ello, el Humanismo galo cristalizó en dos figuras principales: Lefèvre d’Étaples y Budè. Inglaterra En Inglaterra la propia Corte sirvió de acogida a los humanistas italianos; los nuevos saberes encontrarán también acogida en las universidades, jurídicas y escolásticas, de Oxford y Cambridge, lo que no se hará sin enfrentamientos con los teólogos más conservadores. Entre los humanistas ingleses destacan Colet y Moro. Colet es un humanismo cristiano, que aborda estudios filológicos e históricos de los escritos de San Pablo. Tomás Moro es un erudito aficionado, neoplatónico, de vasta cultura, que evoca una sociedad ideal organizada sobre principios de razón natural, comunitaria y sin propiedad privada. Su enfrentamiento con el rey Enrique VIII le sitúa como ejemplo de humanista ético, defensor de la dignidad de la conciencia individual frente al despotismo del poder. Imperio Alemán En el ámbito alemán el proyecto de restauración de la Antigüedad romana no se introdujo sin rozamientos. Para muchos resultaba una cultura extraña a lo germánico, que suscitó reacciones y favoreció la toma de conciencia de una cultura propia en la lengua, la historia e incluso el derecho. No obstante, también en Alemania se produjeron los intercambios de eruditos italianos y viajeros curiosos, que fueron difundiendo las actitudes humanistas. Encontramos sociedades y academias en Colonia, Estrasburgo, Nüremberg o Viena, al tiempo que una potente imprenta se desarrolla en Basilea. Las reformas religiosas que se originan en esta época en Alemania constituyeron un obstáculo para la difusión de los modelos clásicos del Humanismo italiano. Conviene matizar que Lutero, a pesar de sus enfrentamientos con Erasmo, no puede ser considerado como un estricto enemigo de los humanistas. Más próximo al humanismo estaba Zwinglio; la ambivalencia la encontramos en Calvino, con sus recelos puritanos frente a las vanas curiosidades. Países Bajos En los Países Bajos el Renacimiento adquiere matices peculiares. Por una parte, se desarrolla en ellos una nueva sensibilidad religiosa, la “devotio moderna”, intimista y emocional. Los llamados Hermanos de la Vida Común, pertenecientes a esta corriente, fomentan una labor pedagógica y de transcripción de manuscritos. El Humanismo propiamente dicho puede apreciarse en la segunda mitad del s. XV, con figuras como Rodolfo Hussmann Agrícola. Hay que tener en cuenta que algunas innovaciones propias del Renacimiento no partieron de Italia, sino que se recrearon en los Países Bajos. Fueron los maestros flamencos como Van Eyck o Van der Weyden los que configuraron las nuevas técnicas de la pintura al óleo, dentro de una escuela de tradición gótica caracterizada por un realismo minucioso y la observación empírica. 5.5. Límites y disgregación del Renacimiento Las letras y las artes El fin del renacimiento resulta tan impreciso como su inicio. Para muchos, coincide con el fin del florecimiento de la ciudad de Florencia a finales del Quattrocento, y para otros, el retorno triunfante de los
  • 9. Médicis representa el comienzo de la etapa artística tardía denominada manierismo. El Renacimiento, un movimiento de restauración de la Antigüedad clásica, minoritario en sus orígenes, se propaga y expande, va perdiendo unidad y se va paulatinamente disolviendo. Cabe hablar en este sentido de un Renacimiento tardío al que algunos autores llaman Manierismo y otros han interpretado como un primer Barroco. (El manierismo es un estilo artístico que predominó en Italia desde el final del Alto Renacimiento (c. 1530) hasta los comienzos del período Barroco, hacia el año 1600. Se trataba de una reacción anticlásica que cuestionaba la validez del ideal de belleza defendido en el Alto Renacimiento. El manierismo se preocupaba por solucionar problemas artísticos intrincados, como desnudos retratados en posturas complicadas. Las figuras en las obras manieristas tienen frecuentemente extremidades graciosas pero raramente alargadas, cabezas pequeñas y semblante estilizado, mientras sus posturas parecen difíciles o artificiales. Su origen etimológico proviene de la definición que ciertos escritores del siglo XVI, como Giorgio Vasari, para quien maniera significa todavía "personalidad artística", es decir, estilo, en el más amplio sentido de la palabra. Asignaban a aquellos artistas que pintaban "a la manera de...", es decir, siguiendo la línea de Miguel Ángel, Leonardo o Rafael, pero manteniendo, en principio, una clara personalidad artística. El significado peyorativo del término comenzó a utilizarse más adelante, de parte de los clasistas del siglo XVII, cuando esa "maniera" fue entendida como una fría técnica imitativa de los grandes maestros, como un ejercicio artístico rebuscado, en clichés, reducible a una serie de fórmulas). Después de 1560, las formas manieristas, en una transición que abarca hasta 1580, con la aparición de las primeras manifestaciones del arte barroco, triunfan por todas partes en la península. Son el reflejo estético de la ruptura de equilibrios. En cierto sentido, el Renacimiento italiano acaba con la desaparición de Miguel Ángel y de Tiziano. La Europa de la segunda mitad del siglo XVI aparece escindida en bloques confesionales enfrentados. Entre los hombres de letras se acusan algunas tendencias. Las guerras civiles y religiosas impulsaron el retorno hacia actitudes racionales de repliegue y aguante, favoreciendo el pujante resurgir del estoicismo. Los hubo también que se entregaron a la erudición crítica, y otros buscaron nuevos caminos en las ciencias ocultas y los estudios de la filosofía natural. La reafirmación de las culturas nacionales en el Renacimiento tardío supone un cierto rechazo del predominio italiano de la etapa anterior. La proporción de publicaciones en lenguas modernas es creciente, lo que contribuye a cierta fragmentación cultural. En Italia, en lo relacionado con las artes plásticas, el tránsito del alto Renacimiento al Manierismo parece marcarse a partir de la década de 1520; las circunstancias políticas y sociales se modifican, y a la libertad de las ciudades-estado sucede un talante aristocrático y principesco; nos encontramos con un Renacimiento más caprichoso, estilizado y cortesano; se reacciona frente a la perfecta corrección académica de la etapa anterior. En arquitectura se abre camino a la “maniera” personal en la interpretación del lenguaje formal clásico. Miguel Ángel reelabora los órdenes y elementos del clasicismo con libertad y fantasía; la maniera en la pintura se experimenta con formas caprichosas y numerosos contrastes; en escultura se quiebra el esquema clásico de estatua cerrada y se plasma un cuerpo en tensión, que se abre en todas las direcciones. La transformación de las artes visuales puede seguirse en el resto de Europa (ejemplos como El Escorial o la pintura de El Greco). 5.6 Ciencia y técnica en los siglos XV y XVI El Humanismo cultural renacentista presentó un cierto desfase creativo en los aspectos científicos. – Filosofía natural (Física), se mantiene el paradigma aristotélico, por lo tanto demasiado dominada por las concepciones de Aristóteles para hacer progresos. Amplias concesiones a la astrología, la alquimia y las mentalidades mágicas. Durante la etapa renacentista se redescubren nuevos escritos de ciencias y técnicas de la Antigüedad (Arquímedes, Plinio, Vitrubio…) al tiempo que se depuran otros conocidos y se dan algunas innovaciones de importancia. – Matemáticas, se difunde la Geometría de Euclides; Luca Pacioli escribe una Summa de aritmética, geometría y proporciones que establece las bases de la “divina proporción”, aplicable a las artes visuales. La importancia de estos saberes matemáticos y geométricos reside en su aplicación a muchos de los oficios y técnicas de la época. – Medicina, destaca el empirismo anatómico del flamenco Andrés Vesalio, que sentará las bases de una nueva anatomía de observación, en contra de muchas de las opiniones tradicionales de Galeno. Gracias a la práctica de la disección se conoce mejor el cuerpo humano. Pero el funcionamiento del cuerpo sigue siendo un misterio. Miguel Servet parece haber intuido la circulación de la sangre. – Astronomía, el De revolutionibus orbium celestium de Copérnico supondrá un verdadero cambio en el paradigma cosmológico. Defendió, como hipótesis, la teoría heliocéntrica del universo contra la tradicional visión geocéntrica sustentada por Ptolomeo; para él los movimientos aparentes del Sol y de las estrellas se podrían explicar admitiendo un doble movimiento de la Tierra. Lutero, Calvino y los teólogos católicos se le opondrían alegando textos bíblicos.
  • 10. Frente al relativo desarrollo de la actividad científica, se generalizaron en el Renacimiento las aplicaciones e invenciones técnicas que venían desarrollándose desde la Baja Edad Media. Aparece la figura del ingeniero- artista, cuyo máximo exponente será Leonardo da Vinci. Las innovaciones técnicas tuvieron lugar en diversos ámbitos: en el arte de la guerra (todo lo relacionado con la náutica y la navegación), en la arquitectura, en el aprovechamiento energético del agua y el viento (molinos de papel, de harina, ferrerías y batanes), la agricultura y los regadíos, la minería y la metalurgia, a la medida del tiempo y a otros usos cotidianos. Las artes de la guerra, la ingeniería y la arquitectura militar tuvieron una notable expansión. Hacia 1450 habían aparecido las armas de fuego individuales, y el perfeccionamiento de los cañones durante los siglos XV y XVI condujo a significativas transformaciones en las técnicas metalúrgicas de la fundición. Junto a los Artes de Navegar de Pedro Medina, se fue consolidando una nueva cartografía, estimulada por los descubrimientos geográficos. Destacan los trabajos de Gerhard Kresser “Mercator”, que aplicó la proyección cilíndrica que lleva su nombre a un mapamundi general para uso de navegantes. Las técnicas tuvieron una importante aplicación en las explotaciones mineras, donde destaca el alemán Georg Bauer “Agrícola”. Finalmente, los inventos alcanzaron a los objetos de uso cotidiano: las lentes para subsanar los defectos de la vista, generalizadas desde el s. XIV; o la reducción de los aparatos cronométricos a tamaños manejables, que posibilitaría la difusión de los relojes. Con todo, el balance parece bastante pobre. El gran siglo de la ciencia será el s. XVII. Es cierto, sin embargo, que el Renacimiento enriqueció el corpus científico legado por la Antigüedad y estimuló la observación y la experiencia, abriendo así el camino a Galileo y Descartes. Tema 6. La ruptura de la Cristiandad 1. La vida en un mundo sacralizado Entendemos por sacralización a la subordinación de la vida terrena, con todos sus valores y degradaciones, a la vida que se creía eterna y duradera para siempre. La secularización, por el contrario, se empeñó en la autonomía de la existencia, en la separación de los órdenes naturales y sobrenaturales, en llevar a las últimas consecuencias el proyecto humanista, fracasado hacía siglos, pero que en el XVIII encontró las condiciones adecuadas. La sacralización comprendía la elaboración de una escala de valores de acuerdo con estas prioridades y en la que la vida, la tolerancia, la libertad, la razón y las capacidades humanas apenas si tenían entrada. Desde el nacer hasta el morir, y hasta más allá de la muerte incluso, la existencia, en todos sus aspectos, disponía de todo un sistema de seguridades que no dejaba resquicios inmunes a la interacción de lo sobrenatural. Todo estaba sujeto y previsto por la religión: el bautismo (garantía de salvación), el nombre (bíblicos, de santos), la educación (la escolástica), el matrimonio (no por amor, sino para darle hijos a Dios), el tiempo (por ciclos litúrgicos durante el día, o por acontecimientos bíblicos para los mayores), el trabajo (protección celestial frente a malas o buenas cosechas, cofradías) las fiestas (siempre por motivos religiosos), el calendario (calendario gregoriao, Era de Cristo), el espacio (tanto interior (decoración) como exterior (plazas, etc)), la salud (abobados celestiales, santos y patronos terapeutas, centros de peregrinación para curarse)y la muerte (rituales, purgatorio, paraíso, infierno). Los miembros de la corte celestial siempre estuvieron inmersos en la vivencia personal de la gente del Antiguo Régimen. Nombres propios, decoración de viviendas, libros y cláusulas notariales aluden todos a una permanente presencia cotidiana de lo sobrenatural. Muchos nombres de mujer, pinturas y fórmulas testamentarias hacen referencia a la Virgen; los apóstoles invocados no son muchos pero sí lo son los varones que tienen su antropónimo basado en el apostolado; toda la cultura libresca siempre tiene connotaciones sacras. La Madre de Dios y el Santoral constituían los pilares de las defensas y «seguridades» religioso-terrenales para aquella «cultura popular» siempre hambrienta y necesitada de protección. La Iglesia triunfante podía penetrar en la tierra, como hemos visto, con tantas presencias sobrenaturales. Las jerarquías, papa y obispos, lo aprovecharon para extender su jurisdicción al más allá, lo que exasperaba a Lutero y fue la causa de sus famosas tesis contra las indulgencias y el origen del protestantismo; si bien la reacción contrarreformista tendió a acentuar estos aspectos. Se recurría a todo (a veces desoyendo advertencias de las jerarquías y de los sínodos) con tal de robar a la eternidad días de sufrimiento. Para eso estaban las indulgencias cordiales que se “ganaban” como sufragio, de forma permanente o en campañas específicas que van perdiendo fuerza desde la denuncia luterana de sus abusos. 2. Crisis de la sociedad medieval y primeras tentativas reformistas Eran muchos y antiguos los males de la Iglesia, que se denunciaron, quizás, más conscientemente que nunca. • Parroquias rurales: el clero carecía de preparación intelectual y de autoridad moral para adoctrinar a sus feligreses; incapaz de atender sus inquietudes espirituales más profundas, se limitaba a
  • 11. administrar una serie de ritos, tantas veces mal comprendidos y vividos. Muchos regulares vivían relajadamente las reglas de sus órdenes, faltando a la vida comunitaria en pobreza, obediencia y castidad. • Obispos: más graves eran las faltas de los obispos, muchos de ellos ausentes de las diócesis que debían pastorear, dedicados a acumular beneficios que aumentasen su renta y viviendo mundanamente las luchas políticas del momento. • Papas: a la cabeza, habían perdido autoridad hasta convertirse en motivo de escándalo (voracidad fiscal, arbitrariedades de la curia romana, más preocupación por las bellas artes o por la defensa de sus Estados, etc). La sociedad reclamaba una religiosidad más auténtica, y Lutero se adelantó a Roma a la hora de dar una respuesta. La piedad popular bajomedieval exageraba hasta el extremo los sentimientos de culpabilidad ante el pecado, de indefensión ante el demonio y el mal, y de temor ante la inflexible justicia de Dios. El miedo, conjurado con ritos cristianos pero vividos desde una religiosidad natural, daba lugar a comportamientos más paganos que evangélicos, como todos los reformadores denunciaban desde antiguo. Aprovechando esta demanda popular de seguridad espiritual, se establecieron negocios ilícitos, por ejemplo, en torno a las indulgencias, y actitudes supersticiosas. Todas estas desviaciones de la religiosidad popular fueron denunciadas acremente por los humanistas, pero sin ofrecer a cambio una alternativa accesible. En ciertos ambientes urbanos, entre la burguesía culta y acomodada, había arraigado una piedad personal muy diferente: la “devotio moderna”, que debía mucho a ciertos autores de los siglos XIV y XV. Las escuelas promovidas por los “Hermanos de la vida común” y ciertas instituciones religiosas contribuyeron a difundir una piedad más íntima que exterior, más personal que comunitaria, más directa y espontánea que subordinada a mediaciones eclesiales y moldes litúrgicos. Se centraba en la figura de Cristo, era optimista en cuanto a las posibilidades del hombre en el mundo, y se apoyaba en la lectura de la Biblia y de libros de piedad. El desarrollo de la imprenta facilitó la difusión de la Biblia, tanto en ediciones latinas como en lengua vernácula. El desarrollo de la crítica filológica un mejor conocimiento de las lenguas bíblicas permitieron a los humanistas releer con ojos nuevos, en especial las cartas de San Pablo. Eran muchos los que, como Lutero, pensaban que era preciso derribar fórmulas y volver a una religión más auténtica. Las propuestas de Lutero se realizaron porque cuajaron en un medio social y político que se interesó por sus aplicaciones prácticas. El desarrollo alcanzado en esta época por las nuevas fuerzas económicas (capitalismo) y sociales (burguesía) determinarían cambios en el orden ideológico (religión). El luteranismo se alimentó de un vivo nacionalismo antirromano. El “germanismo” de sus humanistas, reviviendo la resistencia frente al Imperio romano agresor, reforzaba el sentimiento de indignación por el despotismo que ejercía el papado en el terreno fiscal y de los beneficios. Lutero, que encarnó ese espíritu y pretendió una Reforma fundamentalmente alemana, acabó por convertirse en un auténtico padre de la patria. La implantación de la Reforma en una ciudad o en un territorio conllevaba cambios de poder y riqueza, y hubo muchos que supieron apreciar la oportunidad. La supresión de las órdenes religiosas (conventos y monasterios) y de las cofradías que acompañaba a la Reforma supuso el trasvase de muchos bienes raíces y rentas, que pasaron a propiedad o gestión de otras manos, y que se utilizaron con diferentes fines. No es de extrañar que príncipes y nobles pretendieran enriquecerse y, de paso, aumentar su poder controlando la nueva iglesia. El patriciado urbano adquirió el control de las antiguas instituciones asistenciales y educativas de iniciativa privada. La Reforma triunfó con el apoyo de la autoridad secular, aunque también fracasó por su oposición: los monarcas ingleses o daneses la iniciaron y promovieron, frente al caso español, donde Felipe II no tuvo ningún problema para aplastar los primeros pasos de la Reforma en España con ayuda de la Inquisición. En muchas ocasiones, la revolución política fue de la mano del cambio religioso (Escocia) En cualquier caso, creció el poder de las autoridades seculares sobre las respectivas iglesias, aunque bajo formas distintas en el ámbito católico y en el protestante LA REFORMA PROTESTANTE El término “reforma” era de uso corriente a finales del medievo y significaba la purificación interior que cada cristiano había de operar en sí mismo y, sobre todo, las transformaciones que se esperaban de la Iglesia. Pero, a partir de Lutero, la palabra “reforma” designó la renovación de la Iglesia iniciada en 1517 fuera de Roma y en contra de la misma. La Reforma protestante tiene una importancia central en la historia de la Iglesia y de la cristiandad occidental, al romper la unidad cristiana de Europa. Lutero fue quien le infundió alma y carácter, pero él solo no habría podido arrastrar a pueblos y naciones, separándolos de la religión tradicional, de no haber encontrado unas condiciones favorables que le preparasen el terreno, y unas causas o fuerzas más hondas que le ayudasen en su tarea gigantesca. Se vio acelerado tras la disolución del orden medieval y de los supuestos fundamentales que lo sostenían, así como el no haberlos sustituido oportunamente por las formas nuevas que los tiempos pedían. Como causa
  • 12. inmediata de la reforma protestante hay que mencionar los abusos en el clero y pueblo, y la imprecisión dogmática. Cuando se habla de desórdenes en la Iglesia en vísperas de la reforma, se piensa en primer término en los “malos papas” (Alejandro VI o León X). Cuanto menor era el espíritu religioso en la curia papal y en el resto del clero, tanto más escandalizaba el fiscalismo de la Iglesia y el afán de lucro. Con un refinado sistema de tarifas, impuestos, donaciones más o menos voluntarias y con el dinero de las indulgencias, se procuraban llenar las arcas de la curia (dinero siempre insuficiente para mantener el alto tren de vida de la corte papal, así como los gastos militares y edilicios). Factores: 1. Ruptura de la unidad que englobaba toda la vida política y religiosa: una Iglesia y una cristiandad representadas por la unidad del pontificado y el imperio. El pontificado mismo contribuyó a romper esta unidad, al debilitar el poder del imperio. Durante algún tiempo pareció como si el papa pudiera empuñar también las riendas del mando político, pero cuanto más se dilataba su poder, tanto más tropezaba con la resistencia de un mundo cada vez más diferenciado nacionalmente y más consciente de su independencia. Pronto se combatió, junto a las pretensiones injustificadas del papado, al papado mismo. El papado se despreocupa en cierta medida de los intereses de la Iglesia universal, pero organiza un sistema fiscal para explotar a los países de Europa, lo que provoca su irritación. Por medio de concordatos, es decir, de alianzas con los estados, los papas trataron de defenderse de las corrientes democráticas y sustraerse a la incómoda reforma. El papa hubo de comprar caro el reconocimiento por parte de los príncipes alemanes, el emperador y el rey de Francia, y otorgar al Estado amplios poderes sobre la Iglesia. El resultado fue el “sistema de iglesias nacionales”, es decir, la dependencia de la Iglesia de los poderes seculares, con la posibilidad de intervenir a fondo en la vida interna de ella. En el curso del s. XV, los papas, en lugar de acentuar su misión religiosa frente a la secularización, se convirtieron más y más en príncipes entre príncipes, con quienes pactaban o guerreaban. 2. Critica al clericalismo. (Clericalismo es la doctrina que instrumenta una religión para obtener un fin político; defiende que el clero, que representa dicha religión, debe inmiscuirse en los asuntos públicos y profanos como un poder que los oriente, supervise y corrija conforme a sus dictados). A la deficiencia de papas, sacerdotes y laicos se unió la falta de claridad dogmática. La “lectura y la interpretación de la Biblia” era un derecho de todos los creyentes y no, como afirmaba la Iglesia, un monopolio reservado a los sacerdotes. El campo del error y la verdad no estaba suficientemente deslindado. Misión de la Iglesia fue transmitir a los germánicos, no sólo la revelación de Jesucristo, sino también los bienes de la cultura antigua. Ello condujo a una superioridad de los hombres de la Iglesia que iba más allá de su estricta misión religiosa. Pero, a medida que el hombre medieval se iba sintiendo mayor de edad, quería contrastar por sí mismo el legado de fe y cultura que se le había ofrecido, lo que exigía que la Iglesia debía renunciar a aquellos campos de acción que sólo subsidiariamente había ocupado y a los derechos que no se ligaran directamente con su misión religiosa. Como no se llegó a semejante relevo pacífico, los movimientos en que entraba en juego la aspiración de los laicos a la independencia se tiñeron de color revolucionario. 3. Encuentro con la antigüedad. Como fruto de su propia investigación y de la experiencia el hombre descubre realidades que no habían nacido en suelo cristiano, que eran evidentes en sí mismas y no necesitaban ser confirmadas por la autoridad. Sin duda los representantes de la nueva ciencia querían ser cristianos; pero, como la Iglesia se identificada con lo antiguo y tradicional, lo nuevo producía un efecto de crítica contra ella, de forma que, si no se tomaban medidas en contra, los espíritus se distanciaban de sus dogmas, sacramentos y oración. Los abusos descritos produjeron un extenso descontento, que fue subiendo de tono hasta convertirse en resentimiento e incluso odio contra Roma. Durante un siglo se clamó por la reforma en la cabeza y en los miembros, y la desilusión se repitió una y otra vez. Se unieron incluso los que no tenían nada que ver con la nueva doctrina, solo se ansiaba una reforma. Principales ramas del protestantismo: LUTERANISMO: Alemania, siglo XVI, con la ruptura con el Papa por parte de Martín Lutero: Reforma Protestante. ANGLICANISMO: Inglaterra, siglo XVI con la ruptura con el Papa por parte de Enrique VIII de Inglaterra, creando lo que ellos denominan como Via Media del cristianismo (entre el catolicismo y el protestantismo más reformado). CALVINISMO: Siglo XVI. Suiza y Francia (Iglesia Reformada), Escocia (Iglesia Presbiteriana) e Inglaterra (Iglesia Congregacional). BAPTISTAS: Europa, siglo XVI en Europa, herederos de los anabaptistas. Mayor crecimiento en Estados Unidos, donde son la rama protestante mayoritaria 3. Lutero y otros reformadores protestantes (zwinglianos y anabaptistas) LUTERO (1483-1546). Martín Lutero nació en una familia campesina acomodada de la región de Turingia (Alemania); cursó
  • 13. filosofía nominalista en la Universidad de Erfurt antes de profesar en el convento de agustinos de aquella ciudad (1505). Estudió teología en Wittenberg, aunque prefirió las lenguas clásicas y fue profesor de Sagrada Escritura. Era hombre apasionado, de extrema sensibilidad y proclive a la melancolía, pero también emprendedor y decidido. Se identificaba mejor con su misión profética, como predicador popular de enorme éxito, que con su ocupación magisterial. Lutero sintió el carisma profético de interpretar las necesidades espirituales de su tiempo y de su nación. Angustiado por el problema de su propia salvación, con los escrúpulos de un hombre sensible y exigente, deseoso de la reforma dentro de su Orden y escandalizado tras su viaje a Roma en 1511, parece que sufrió una profunda crisis vocacional y de fe. Las epístolas de San Pablo que explicaba en clase, concretamente la carta a los Romanos, le dieron la respuesta: “El justo vivirá por la fe”. Frente al rigor de la ley judía –asimilable a la intransigencia del ocamismo en que se había formado—, que exige el esfuerzo de su cumplimiento para merecer la salvación, Lutero descubrió el don de la gracia, de la gratuidad de la misericordia con que Dios redime al pecador en Cristo. Entonces fraguó el núcleo de su doctrina: la salvación por la Sola gratia (gracia sola, Jesús es el único que puede salvarnos); la Sola fide (Fe sola, la fe es lo único que nos justifica por la gracia de Dios y lo único que nos salva); Sola Scriptura (la Escritura sola, las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento son la única fuente de revelación y norma de vida, nulo valor salvífico de las obras humanas); Solus Christus (solo Cristo, el único fundamento de la fe es Jesús). Soli Deo Gloria (potenciado por Calvino, sólo a Dios se le puede dar gloria y adoración). Para los luteranos Cristo instituyó dos sacramentos: el Santo Bautismo (De infantes) y la Eucaristía o Santa Cena. La imagenes se permiten como medio de enseñanza. Su liturgia proveniente de la misa pre-tridentina y en casi todos los casos es más conservadora que la católica romana. La vestimenta que emplean los líderes espirituales, que es parecida a la de la Iglesia Católica. Los pastores o ministros pueden contraer matrimonio, también pueden ejercer actividades económicas lucrativas en favor propio o de la iglesia. El hombre es, a la vez, justo, porque se le aplican por su fe personal, directamente, los méritos de la sangre de Cristo; y también pecador, porque sus pecados no se borran y siguen condicionando su obrar. La mediación de la Iglesia, que administra los sacramentos y las indulgencias, resulta entonces ineficaz. Sus 95 “tesis” sobre las indulgencias (1517), que simbolizan el inicio de la Reforma, fueron un trabajo académico teológicamente poco novedoso pero que dio pie a la ruptura con Roma. Lutero ponía en entredicho la autoridad del papa respecto a la administración de la gracia y fue invitado a retractarse (1518), pero se reafirmó apoyado en el ambiente antirromano del momento. Las ideas de un fraile alemán sobre un tema tan abstruso no preocuparon en Roma, aunque el papa León X condenó como heréticas 41 de sus proposiciones por la bula Exurge Domine (1520). La Dieta imperial de Worms (1521), que se encontraba por primera vez con el nuevo emperador Carlos V y afrontaba cuestiones muy complejas, condenó a Lutero al exilio y a la quema de sus obras. Pero nada de esto sirvió: la bula fue destruida públicamente en Wittenberg y Lutero pudo burlar la condena gracias a la protección de su príncipe, el elector Federico el Sabio de Sajonia. Lutero contó con la ayuda de un gran humanista, Felipe Melanchton, quien preparó los primeros compendios sistemáticos del luteranismo. Por entonces comenzaron a ser denominados protestantes. Del principio, radical, de que cada hombre se salva por su “sola fe” y de que las obras humanas no tienen ningún valor, se derivan las principales características de la religión luterana: 1) Una visión pesimista del hombre. El lastre del pecado reduce su libertad de elegir entre el bien y el mal, entre la gracia que Dios ofrece y las tentaciones que presenta el diablo. Niega el libero arbitrio del hombre. Todo se remite a la misericordia divina, a la justificación por la fe. Aspecto éste que, orientado hacia la idea de la predestinación, desarrollará posteriormente Calvino. 2) Una relación más personal, espiritual y directa con Dios. La Palabra de Dios ocupa el centro: es la Biblia que habla a cada fiel en conciencia, sin necesitar la guía interpretativa de la tradición (los Santos Padres de la Iglesia primitiva) y del magisterio (papa, obispos, concilios). Frente a la Palabra, los sacramentos pierden importancia y cambian de naturaleza: son meros signos salvíficos, que no confieren la gracia por sí mismos sino sólo en función de la fe del receptor. Lo santos y la Virgen ya no son mediadores que procuren protección, sino modelos a imitar, por lo que peregrinaciones, indulgencias o imágenes pierden sentido. 3) Una iglesia más igualitaria. Inicialmente, Lutero la concibe como la comunidad espiritual de quienes comparten la misma fe y en la que todos son esencialmente iguales por el bautismo (de ahí que los sacerdotes no pertenezcan a un “orden” distinto y puedan casarse). 4) Una liturgia más participativa. Misas en lengua vernácula y no en latín, comunión con el pan y con el vino o participación del pueblo con cantos. La predicación luterana caló profundamente entre descontentos y ambiciosos en el Imperio, y las ideas de libertad y de igualdad cristiana acompañaron la movilización violenta de campesinos y caballeros en los
  • 14. primeros años. Lutero había apelado “A la nobleza cristiana de la nación alemana” (1520) en apoyo de la Reforma, y estimaba al campesinado como depósito incorrupto de virtudes cristianas. Pero el componente de anarquía y violencia que tuvieron ambos movimientos le hizo cambiar radicalmente y confió a los poderes constituidos la implantación de la Reforma al modo de “iglesias-estado”, muy diferente del que había soñado al principio. Entre 1520 y 1540, la Reforma luterana se extendió rápidamente en el Imperio, antes en las ciudades que en los señoríos territoriales. Las autoridades dictaron “ordenanzas eclesiásticas” para regular el culto, y utilizaron el sistema de “visitas” para controlar su aplicación. El modelo fue ampliamente imitado los príncipes en el Imperio. Con el cambio, mejoró la posición social de los pastores, que eran menos numerosos, más cultos y más ricos que antes, pero a costa de depender estrechamente de la autoridad. Salvo en los primeros momentos, fueron los magistrados de las ciudades y los príncipes territoriales quienes designaron a los pastores y los pagaron con antiguas rentas eclesiásticas que ahora administraba el poder civil. Los grandes príncipes fueron conscientes de que la Reforma implicaba un importante trasvase de riqueza y de poder, y de que el nuevo modelo de iglesia les fortalecía frente al Emperador. Pero también se mantuvo viva la esperanza de llegar a un arreglo religioso que evitara la ruptura de la Iglesia y la quiebra de la paz en Alemania. Pero los acuerdos eran difíciles, incluso entre los reformados. En estas décadas de indefinición dogmática, todos apelaban a un concilio universal que restableciera la unidad, pero que se retrasaba precisamente por la desconfianza de todos los implicados: la Iglesia porque temía perder poder frente al Emperador y los príncipes luteranos porque creían que, al final, podían desvanecerse todos los logros conseguidos; mientras, Carlos V estaba dispuesto a grandes concesiones para mantener la paz imperial y poder dedicar sus esfuerzos a otros asuntos internacionales. La afirmación de las iglesias protestantes en el Imperio estuvo determinada por complejos avatares militares y políticos. En realidad, el enfrentamiento confesional de estos años no fue sino un aspecto de la rivalidad de los grandes señores con el emperador y entre sí. La paz religiosa de Augsburgo (1555) entre luteranos y católicos, excluyó a todas las demás confesiones (zwinglianos, anabaptistas, calvinistas). Se cimentó sobre un principio nuevo de “territorialismo religioso”: los príncipes y las ciudades independientes podrían elegir la forma de religión e imponerla a sus súbditos; a la vez, se intentó fijar unos mecanismos de “reserva eclesiástica” que impidieran el paso a la Reforma de tierras nuevas, aunque esto último no se aplicara sin violencia. El luteranismo se extendió, simultáneamente, en las dos grandes monarquías bálticas: Suecia, donde la Reforma fue el resultado de su independencia de Dinamarca-Noruega bajo Gustavo Vasa; y Dinamarca – Noruega. Actualmente se pueden denominar las tendencias reformistas (con sus diferencias interpretativas) como: luteranos, anglicanos, presbiterianos, congregacionales, reformados, metodistas, bautistas, pentecostales, etc. ZWINGLIO (1484-1531) y LA REFORMA EN SUIZA Ulrich Zwinglio , coetáneo de Lutero, acumulaba una larga experiencia pastoral entre los soldados mercenarios, como párroco, entre los peregrinos al santuario de Einsielden, cuando fue llamado como predicador a Zurich (1518). Su formación humanista y las críticas erasmistas a la Iglesia, más que otras experiencias personales, le llevaron a aceptar las ideas luteranas y, en 1523, implantó la reforma con el apoyo del Consejo de la ciudad. Zwinglio actuó en un contexto sociopolítico muy diferente al alemán. Suiza era una confederación de treces cantones. Los cuatro obispos no tenían poderes temporales, no había grandes príncipes territoriales ni una nobleza fuerte, pero sí sólidas oligarquías urbanas y rurales acostumbradas a formas de gobierno comunitarias y federales. El influjo del humanismo entre sus élites era muy notable en aquel país abierto donde se refugió Erasmo. Quizás por todo ello sus propuestas fueron, doctrinalmente, más radicales que las de Lutero, y también su modelo de Iglesia. En los aspectos formales, Zwinglio llegó al extremo de retirar todo tipo de imágenes, suprimiendo también campanas, velas, incluso el canto; los pastores no usaban vestiduras litúrgicas sino las comunes en la administración de los sacramentos, en lengua vernácula por supuesto. Dogmáticamente, defendió la sola autoridad de la Biblia y la total ineficacia de las obras (Sola Scriptura), pero de un modo más radical y pesimista que Lutero: Dios predestina quiénes han de salvarse, a los que colma de su gracia. Sólo reconoció dos sacramentos (como Lutero), el Bautismo y la Cena, pero entendidos como meros símbolos de la unión de los hombres a Dios. Configuró una iglesia organizada de abajo arriba, en pequeñas comunidades autónomas flexiblemente confederadas en “sínodos”, y de más amplia participación. La comunidad elegía a sus pastores y también a “apóstoles” y “profetas”, encargados de gobernar espiritual y socialmente a la comunidad religioso-política, por lo que hubo la tendencia a inmiscuirse en el gobierno civil de las iglesias zwinglianas, al contrario que en el luteranismo. El proselitismo suizo de Zwinglio, respaldado por el hegemonismo político de Zurich, tuvo éxito en Basilea y en otros territorios, pero fracasó tratando de imponer la Reforma en toda la Confederación, con su derrota y muerte en la batalla de Kappel (1531) frente a la liga católica suiza. Su obra en Zurich perduró,
  • 15. indirectamente, a través de Martín Butzer (“Bucero”: 1491-1551) reformador de Estrasburgo, y de manera parcial y reelaborada en el calvinismo. ANABAPTISTAS (sectas y movimientos radicales) Inspirado sin duda por un grupo hussita, los Hermanos Moravos, aparece en Sajonia hacia 1520. Al margen de las iglesias protestantes, surgieron movimientos más radicales, que funcionaron como “sectas”; grupos de elegidos, de puros, que se separaban del resto de los infieles. Sin ortodoxias, sin jerarquías ni estructuras, se sienten movidos directamente por el Espíritu Santo que les habla en sueños y visiones. Pretenden la realización inmediata en el mundo de las utopías profetizadas en la Biblia, como la comunidad de bienes o la igualdad social, por lo que chocan violentamente con las autoridades. Están animados por una convicción escatológica tomada del Apocalipsis: se acerca el final de los tiempos, el Juicio que premiará a los elegidos y castigará a los infieles, la instauración por un tiempo del reino de Cristo y sus santos en la Nueva Sión (ciudad elegida) eterna. Eran llamado así porque “rebautizaban” a los adultos, como señal de aceptar su elección: una aberración para la mayoría, que mantenían el bautismo inmediato como seguro de salvación frente a una mortalidad infantil muy elevada. Los hubo pacíficos, víctimas de las autoridades civiles y perseguidos por todas las iglesias, que establecieron pequeños grupos dispersos desde Suiza hacia los Países Bajos y hacia Bohemia. Otros, en circunstancias excepcionales, adoptaron formas violentas, como ocurrió en Münster (1534 – 1535). 4. La segunda generación de reformadores. Calvino (1509-1564) Si Lutero se asoció a una reforma de la doctrina, el calvinismo fue sentido como su perfeccionamiento, como su consumación consecuente en una auténtica reforma de la vida. Calvino habría sabido dotar al protestantismo, en su segunda etapa, de una disciplina eclesiástica clara, de un culto ordenado y de un modelo eficaz de iglesia capaz de dar réplica al renovado catolicismo de la Contrarreforma. Juan Calvino (1509-1564) procedía de una familia burguesa que le pudo costear una esmerada educación. Recibió órdenes eclesiásticas pero nunca estudió formalmente teología: fue autodidacta. Evolucionó lentamente desde círculos erasmistas y evangelistas hacia el luteranismo, arrastrado más por el deseo de restaurar la verdadera iglesia y la gloria de Dios en la tierra que preocupado por la salvación del alma. Las persecuciones antiluteranas le obligaron a refugiarse en la corte de Margarita de Navarra, en Estrasburgo y, finalmente, en Basilea. Aquí, publicó, en latín, la primera versión, muy breve, de la Institutio Christiana e Religionis (1536): una exposición sistemática de la doctrina evangélica. En este mismo año recaló en Ginebra, que era un pequeño centro artesano y comercial, más bien en declive, que se había sacudido la tutela de los duques de Saboya y del obispo -señor. La impaciencia intransigente de los reformadores, y la resistencia del partido más conservador, les obligaron a huir. Luego residió en Estrasburgo, una de las primeras ciudades en aceptar la Reforma y un lugar de confluencia de ideas y de ensayos eclesiales. Aunque no llegase a conocer personalmente a Lutero, acabó de forjar definitivamente su proyecto. Un cambio de gobierno en Ginebra en 1541 le permitió aplicarlo con todas sus consecuencias. La doctrina de Calvino tiene como centro la trascendencia absoluta de Dios, tan lejano del hombre como el Yahveh del Sinaí del Antiguo Testamento. Todo debe ordenarse “Soli Deo Gloria”: a la gloria de un Dios riguroso, incomprensible, inalcanzable, muy otro del padre misericordioso encarnado en Cristo. De aquí deriva uno de los elementos más dinamizadores para sus discípulos: la idea de la predestinación. Dios, en su infinita sabiduría, ha dispuesto para cada hombre en su soberana voluntad, con independencia de lo que haga, que se salve o que se condene para siempre. La mera aceptación de la predicación, la pertenencia a esta iglesia “reformada”, un esfuerzo de purificación ascética, son signos que certifican la elección salvadora de Dios; la actividad proselitista y agresiva de los fieles calvinistas se explica por el fervor con que interiorizaron tal seguridad absoluta en su propia salvación. La revelación de Dios en la Biblia constituye la norma suprema, con preferencia del Antiguo Testamento y del pueblo de Israel, como modelo, sobre los evangelios y las primitivas comunidades cristianas. Sólo reconoce dos sacramentos, Bautismo y Cena, ésta como pura conmemoración. Su organización eclesiástica descansa en cuatro ministerios de raigambre bíblica: – pastores: jefes religiosos de la comunidad, administrando la Palabra y los sacramentos, – ancianos: elegidos entre los laicos, se encargan de la corrección de las costumbres y de la disciplina, – diáconos: responsables de la beneficencia con pobres y enfermos, – doctores: enseñanza de la juventud y la interpretación de las escrituras lo es de los Para dar vida a esta comunidad ideal Calvino utilizó ampliamente los instrumentos de la política, orientados
  • 16. al control de la religión y de la moral. Un consistorio compuesto por pastores y ancianos, vigilaba la conducta de los ciudadanos en lo referente a las cuestiones doctrinales y la disciplina eclesiástica. El sistema educativo fue completamente reformado. La conducta moral y la observancia religiosa de los magistrados estaba sometida a un estricto control. Un viento moralizador impregnó la vida pública y privada de los ginebrinos: se prohibieron los juegos de azar, los espectáculos, el lujo, se cerraron las tabernas. Los pecadores eran excluidos de la comunidad y la sanción provocaba de hecho su marginación social. Desde el consistorio, Calvino impuso una disciplina rigurosa en todos los frentes, eliminando por igual la disidencia política, la herejía (Miguel Servet fue quemado en la hoguera en 1553) y las malas costumbres. La vida en Ginebra se volvió austera, rígida y policial, centrada en la catequesis, el estudio de la escritura, los sermones, etc. El baile, el canto, las lecturas profanas, la bebida y otras actitudes inmorales fueron perseguidas incluso en el interior de las casas. Pero este mismo rigor prestigió a la “iglesia reformada” de Ginebra a los ojos de los protestantes más inquietos de toda Europa, e impulsó su rápida difusión en todas las direcciones en los años 1550 – 1570. El calvinismo contenía un poderoso germen proselitista y, a ser posible, dominador. Calvino pretendió, para mayor gloria de Dios, instaurar su señorío en todas partes y convirtió Ginebra en la alternativa a la Roma de la Contrarreforma. Su amplísima correspondencia personal y sus escritos, que multiplicaba una activa imprenta, alentaron el celo de los elegidos. Su misma estructura, descentralizada en pequeñas comunidades que se confederaban por naciones, facilitaba la difusión en medios políticos adversos. El calvinismo se extendió en medio de grandes convulsiones políticas, en las que tuvo no poca responsabilidad. En muchos casos necesitó la violencia para incrustarse entre las iglesias luterana, católica y anglicana, bien asentadas ya a mediados del s. XVI. 5. La reforma católica. El concilio de Trento Las iglesias de las penínsulas hispánica e itálica se adelantaron a otras en sus iniciativas reformistas. El caso español debe mucho al cuidado con que los Reyes Católicos –en especial Isabel I para Castilla— seleccionaron obispos cultos y piadosos, alejados de las banderías nobiliarias que anticiparon el modelo de obispo reformista: maestro y pastor cercano a sus fieles, preocupado por la formación de sus sacerdotes. Además, desde sus influyentes cargos –confesor real, regente— promovieron la reforma de las órdenes religiosas y tomaron otras iniciativas. La Universidad de Alcalá dotada por Cisneros (1509), se abrió a una renovada teología positiva, en un ambiente más humanista y erasmista. En la más tradicional de Salamanca, no tardaría en florecer una renovada “segunda escolástica”, gracias a Francisco de Vitoria (1526) y sus discípulos, en la que se formaron muchos de los grandes teólogos de Trento. Tales iniciativas, en España, fraguaron bajo la atenta supervisión de un instrumento de control religioso sin parangón: la Real Inquisición (1478). Ejercitada en la persecución de la oculta herejía de los conversos, cuando “alumbrados” y erasmistas supusieron algún peligro fueron fácilmente acallados. La renovación de la iglesia en Italia debió más a iniciativas particulares desde abajo. Funcionó como un caldo de cultivo donde se formaron personas llamadas a ocupar puestos eclesiásticos destacados, y donde se forjaron experiencias aunque tardaran en madurar. Así, la paulatina renovación del episcopado y de la curia, que culminó con la del pontificado, encontró preparados muchos de los instrumentos necesarios para la reforma católica. Siguiendo la tradición de las cofradías, pequeños grupos de laicos y eclesiásticos destacaron por el vigor con que vivían su cristianismo en la práctica de la devoción (misa y oración diarias, confesión y comunión al menos mensual) y de la caridad (atención de enfermos incurables, de pobres, de huérfanos, etc.). Estas iniciativas se prolongaron en la reforma de las antiguas órdenes religiosas, o en la fundación de otras de características muy novedosas (teatinos, barnabitas o somascos), caracterizadas por ser congregaciones de “clérigos regulares”: sacerdotes pero sin cura de almas parroquial, que vivían en comunidad con votos particulares, dedicados a un apostolado específico (formación de sacerdotes, atención de enfermos y huérfanos, misiones populares); también las ursulinas o los capuchinos. Pero de entre todas, la fundación más original y más relevante fue la promovida por un hidalgo guipuzcoano, Ignacio o Íñigo de Loyola. En 1538, Ignacio se ordenó sacerdote y puso en marcha la “Compañía de Jesús” (Jesuítas), cuyo fin era militar “para mayor gloria de Dios” bajo las órdenes del papa. Para lograrlo más eficazmente, Ignacio de Loyola diseñó una congregación muy novedosa, en primer lugar, por su estructura jerárquica y unitaria, tan distinta de las formas federales de la mayoría de las órdenes tradicionales. Se realzó la obediencia al superior dentro de la Compañía, y cada profeso añadió un cuarto voto a los tres tradicionales: el de obediencia al papa “sine ulla tergiversatione aut excusatione”. Después de una rigurosa selección y con una esmerada formación, sin un hábito propio que los identificara ni obligación de rezar en comunidad, los “jesuitas” disponían de la disciplina y de la flexibilidad necesarias, de que carecían otros religiosos, para afrontar las más diversas tareas. A partir de la aprobación papal (Paulo III, 1550-55) comenzó
  • 17. un proceso de expansión numérica, de organización interna y de responder a las misiones encomendadas: fundación de Colegios a petición de ciudades interesadas, reforma de monasterios, participación en el Concilio de Trento, diálogo con los protestantes, misiones diplomáticas, etc. Pese a la reprobación de Paulo IV (1555-59), la “Compañía” se extendió rápidamente y ocupó un puesto señalado en los más diversos frentes: la evangelización de las Indias Orientales, la defensa de la ortodoxia en Trento o la formación de las nuevas élites dirigentes católicas en sus colegios, entre otros. EL CONCILIO DE TRENTO (1545-1563) El V Concilio de Letrán (1512 -1517), no afrontó la reforma de la Iglesia que muchos anhelaban. Se limitó a responder al conflicto conciliarista bajomedieval, revivido por los intereses políticos del rey de Francia en Pisa (1511). Desde 1518, los protestantes alemanes venían reclamando la convocatoria de un concilio alemán, y el emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico intentaba cerrar las diferencias entre católicos y reformistas para poder hacer frente a la amenaza turca. En la Dieta de Worms (1521) se intentó zanjar las disputas, pero sin éxito: Martín Lutero (a quien Carlos V permitió que fuera convocado a dicha Dieta) acusó a Roma de ejercer la tiranía, y el Emperador se comprometió por escrito a defender la fe católica incluso con las armas. En las Dietas posteriores, los príncipes alemanes, tanto protestantes como católicos, continuaron insistiendo en un concilio. El Concilio se inauguró al fin, después de tres convocatorias fallidas el 13 de diciembre de 1545 en Trento, ciudad del Imperio pero en la vertiente italiana de los Alpes. Tuvo un desarrollo muy agitado en tres fases discontinuas (Paulo III, Julio III, Pío IV) – 1ª Fase (1545-49, Paulo III): los obispos y generales de órdenes fueron pocos en la primera fase, con mayoría absoluta de italianos, unos pocos españoles, sólo tres franceses y ningún alemán. Los padres conciliares abordaron simultáneamente los grandes temas doctrinales cuestionados por los protestantes, y algunos asuntos disciplinares cuya reforma interesaba más al Emperador. Pero sus relaciones con el papa se deterioraron y éste decidió, con la mayoría de los asistentes, trasladar las sesiones a Bolonia. Los obispos imperiales permanecieron en Trento y, aunque no se llegó a una ruptura y prosiguieron los trabajos preparatorios, nada nuevo se decidió. – 2ª fase (1551 – 1552, Julio III, PauloIV). El nuevo pontífice comprendió la urgencia de completar la obra. No acudieron obispos franceses, por las tensiones de Enrique II con el Emperador, y sí lo hicieron algunos luteranos, delegados de príncipes y ciudades protestantes. Sus elevadas exigencias, como empezar de nuevo las discusiones, afrontarlas sólo desde la Escritura o proclamar la supremacía del concilio sobre el papa, abortaron toda posibilidad de diálogo. La traición de Mauricio de Sajonia y su alianza con Enrique II de Francia abrieron una nueva guerra y los obispos alemanes se retiraron, suspendiéndose el Concilio. Julio III, entonces, intentó por su cuenta una reforma de la Curia y preparó una “Bula de Reforma”, que diese fuerza siquiera a los decretos de Trento aprobados hasta entonces y promoviendo otros cambios, pero murió sin que se proclamara. Esta línea de reforma autocrática y no conciliar es la que siguió su sucesor, Paulo IV. No quiso saber nada del Concilio y pretendió imponer por decreto la reforma de la iglesia. Reorganizó la Inquisición romana, persiguiendo con dureza la inmoralidad. – 3ª fase (1562-63, Pío IV). La muerte de Paulo IV permitió a Pío IV (1559 – 1565) reanudar el Concilio determinada por circunstancias muy distintas: paz religiosa en el Imperio, fracaso de la restauración católica en Inglaterra y grave peligro de que los hugonotes (protestantes franceses de doctrina calvinista) se hicieran con el poder en Francia. En las dos primeras fases, Trento había respondido a las doctrinas de Lutero y Zwinglio, y cabía la esperanza de una recuperación territorial, ahora imposible. Los esfuerzos se centraron, pues, en la reforma interna de la Iglesia. Trento reafirmó los principales dogmas de la fe católica frente a los protestantes. La iglesia católica se reorganizó para afrontar con mayor eficacia la “cura de almas” de sus fieles y la recuperación de los espacios perdidos ante la Reforma. En cuanto a la clarificación dogmática, se precisaron: 1. Fuentes de la fe. La Escritura como fuente principal, pero interpretada en concordancia con el magisterio de la Iglesia y con la tradición. Se admiten como revelados los libros deuterocanónicos, que no forman parte de la Biblia judía. Ratificada la versión latina de la Biblia según San Jerónimo – Vulgata— aunque se impulse una nueva edición corregida. 2. La justificación por la fe y el valor de las obras. Rechaza la visión extrema y pesimista de Lutero y, sobre todo, de Calvino sobre el hombre sin libertad para hacer el bien y rechazar el mal. Con la ayuda de la gracia, que se otorga en los sacramentos, puede hacer obras meritorias y vencer las tentaciones. Con todo, el modo como interactúan la gracia de Dios y la libertad del hombre siguió siendo un misterio sobre el que discutían tan enconadamente las escuelas teológicas católicas que los papas, a principios del XVII, hubieron de imponerles silencio.
  • 18. 3. Los sacramentos. Son siete, son signos de Cristo y no de la Iglesia, y otorgan la gracia en sí mismos, no según la fe de quien los recibe. La doctrina católica marcó profundas diferencias con la protestante. La Eucaristía, en especial, fue exaltada como renovación del sacrificio de Cristo y como presencia real de su cuerpo y sangre. El sacramento del orden diferenció nítidamente a laicos de clérigos, estos con su jerarquía. El matrimonio como unión pública ante la comunidad, con el sacerdote como testigo solemne, adquirió una renovada dignidad. 4. La Iglesia. “Cuerpo místico de Cristo” pero también sociedad histórico – jurídica unitaria y jerarquizada. Aun reconociendo el sacerdocio universal de los fieles por el bautismo, se exalta el sacerdocio ministerial de los consagrados, en un triple jerarquía de obispo, presbítero y diácono. No se resuelven, sin embargo, dos cuestiones fundamentales y conflictivas: primero, si la autoridad de los obispos proviene directamente de los apóstoles (episcopalismo) o es delegada de la del papa; y, segundo, el papel de los príncipes en la Iglesia y las relaciones del poder civil, con el eclesiástico (regalismo). Este renovado fundamento dogmático sostuvo importantes cambios disciplinares. Trento fue un concilio eminentemente pastoral. No abordó cambios organizativos en la Curia romana, que los papas realizaron personalmente, pero sí renovó la figura del obispo y del sacerdote. El obispo debía ser un hombre de ciencia y piedad, canonista o teólogo, para servir como maestro y pastor de la iglesia local; esto le obligaba a residir en la diócesis, a visitarla constantemente, a predicar y enseñar, a promover la formación moral e intelectual del clero, y a introducir las reformas mediante concilios provinciales y sínodos diocesanos. En cuanto al clero secular, se reafirma el celibato obligatorio, se dignifica el aspecto exterior (tonsura (rapado) y vestiduras talares que les distingan) y se le encomienda, como colaborador del obispo, la cura pastoral en las parroquias. El párroco enseñará las oraciones y la doctrina en la predicación dominical y en la catequesis de los niños; controlará la administración de los sacramentos mediante registros parroquiales, y vigilará el cumplimiento de los mandamientos de la Iglesia (confesión y comunión anual). Para ello, debe recibir una formación moral e intelectual esmerada: el Concilio ordenó la creación de seminarios en cada diócesis. Trento apenas trató de las Órdenes religiosas, salvo para recortar sus exenciones y aumentar el control episcopal sobre su actuación en las diócesis. No se ocupó apenas de los laicos: el matrimonio siguió considerándose un estado inferior a la consagración religiosa o al simple celibato. Y tampoco trató de la reforma de los príncipes, pese a que los obispos se quejaban amargamente de las intromisiones de las autoridades seculares. La Iglesia católica promovió las formas de piedad popular tradicionales que habían rechazado los protestantes, aunque purificándolas de excesos. Impulsó a las cofradías populares devocionales, conversión de las procesiones en reafirmaciones colectivas y públicas de la fe en aquellos puntos más atacados por el protestantismo, reconocimiento de ciertos milagros y canonización de nuevos santos, instrucción del pueblo en las oraciones y verdades fundamentales a través de la catequesis, etc. En la cristiandad católica se acentuó el clericalismo (influencia del clero en los asuntos políticos o sociales del Estado), la uniformidad y la riqueza formal de los ritos, frente al mayor protagonismo de los laicos y la diversidad y mayor sobriedad litúrgica de las iglesias protestantes. Los templos católicos se llenaron de crucifijos, vírgenes y santos, expresión y objeto de la devoción popular. Las vestiduras y los vasos e instrumentos litúrgicos se renovaron, enriquecidos con oro, plata, sedas y pedrería, signos de la magnificencia de los sacramentos. También se cuidó la excelencia de la música sacra, la polifonía coral y el órgano, pero como espectáculo sin participación popular. Desde Roma se acabó por imponer un Misal, un Breviario para el rezo y un texto de la Biblia, sacrificando una rica variedad de tradiciones litúrgicas. Por reacción antiprotestante, la Biblia permaneció inaccesible al pueblo fiel: se proclamaba en latín la liturgia, y sólo la mediación del clero en los sermones la acercaba; la catequesis de los niños no era principalmente bíblica sino dogmática. La recepción del Concilio y su aplicación en la Europa católica atendió a circunstancias nacionales, como la aceptación de los decretos tridentinos por Felipe II siempre que no perjudicaran los derechos reales; o la no aceptación formal en Francia, sino como un acuerdo de la Junta del Clero. Pero fueron los grandes pontífices del postconcilio quienes hicieron de Roma, de un modo más perfecto que nunca antes, la cabeza de la catolicidad y no sólo la sede del papado: enseñaron los mejores teólogos y se crearon seminarios específicos. Los nuncios, además de representantes diplomáticos, impulsaron las reformas y la administración eclesiástica en los distintos países. Los obispos fueron obligados a informar a Roma sobre la vida eclesiástica de sus diócesis en periódicas visitas ad limina, que Felipe II prohibió a los españoles que cumplimentaran personalmente. 6. La nueva geografía religiosa. La Europa confesional (católicos, luteranos, calvinistas, anglicanos) La fragmentación de la Cristiandad en iglesias rivales abocó a un proceso de “confesionalización” en la segunda mitad del s. XVI. El concepto de confesionalización intenta explicar las nuevas relaciones entre