Este documento analiza el humanismo medieval de los monjes en la Alta Edad Media y las tensiones entre su vida espiritual cristiana y el estudio de autores clásicos paganos. Resume que el humanismo monástico combinaba la cultura y la vida espiritual, y que los monasterios ofrecían los medios para la cultura mientras que la experiencia religiosa le daba un propósito. También describe brevemente los dos renacimientos carolingios y el impulso dado a las escuelas monásticas, especialmente por los monjes anglosajones
Cultura clásica y formación humanista en los monjes medievales
1. 1
Entre la admiración y el recelo: Cultura clásica y formación
humanista en los monjes de la Alta Edad Media
Podemos decir, sin dudar, que la Edad Media comienza con dos
Renacimientos1: el Renacimiento carolingio y el Renacimiento del siglo XII2, y
que dentro de este marco temporal se dio el fenómeno cultural que conocemos
como el humanismo medieval. Pero ¿en que consiste este humanismo?
Ciertamente no se reduce a un conocimiento suficientemente amplio del latín,
ni al uso de figuras retóricas y citaciones clásicas, si no más bien en la
conjunción de una experiencia y una cultura. Y la vida monástica propiciará
este movimiento de encuentro. En efecto, el monje medieval quiere desarrollar
su naturaleza humana en el dominio del conocimiento pero, por otro lado, sólo
lo puede hacer a partir de su condición de cristiano, a la luz de las exigencias
del Evangelio y en vistas a hacer crecer en él la vida en Cristo3.
De esta manera, el humanismo de los monjes de la Edad Media supone la
alianza de la cultura y de la vida espiritual, con todo lo que esta comporta de
ascesis y oración. Pues toda su cultura está condicionada por su experiencia de
la vida monástica. El monasterio ofrece al monje los medios de cultura, y la
experiencia religiosa que experimenta en él da una finalidad a esta cultura.
Hace llegar a la persona humana, por esta experiencia, más allá de ella, hasta la
unión con Dios4.
Para el monje, el humanismo integral consiste en hacer crecer en el hombre la
influencia de Aquél que es el único “hombre perfecto”, Cristo, el Hijo de Dios,
que ha de volver un día en su gloria. Este humanismo escatológico no excluye
el humanismo histórico, que pide a los testigos del pasado lecciones capaces de
contribuir al desarrollo armónico del hombre5.
Pero acceder a este humanismo histórico exige el contacto con textos
procedentes de autores paganos, hecho que puede llegar a producir problemas
en los jóvenes monjes y, quizás, también en los no tan jóvenes. Tenemos, por
ejemplo, el testimonio de Othlon (+1070), monje del monasterio de san
1 VIGNEAUX, Paul, El pensamiento en la Edad Media, p13.
2 Se puede discutir el uso del término „Renacimiento‟ para estos episodios culturales, Jean
DÉCARREUX en su obra Moines et monasteres à l’époque de Charlemagne (pp. 66-69),
ofrece argumentos a favor y en contra, decantándose finalmente por su uso.
3 LECLERCQ, Jean, L’Humanisme des moines au Moyen Age, DS vol. VII, 960.
4 Cfr. Ibid., 963.
5 LECLERCQ, Jean, El amor de las letras y el deseo de Dios, p. 189.
2. 2
Emmeram de Ratisbona, que en dos de sus obras, “Sobre las propias
tentaciones, sobre el propio destino y sobre los propios escritos” y “De cursu
spirituali”, narra su lucha contra las tentaciones producidas por la lectura de los
clásicos, de las cuales sólo se liberó gracias a la inspiración divina6.
Este ejemplo, y otros muchos, hará decir a Jean Leclercq que el problema del
humanismo se reduce a un doble conflicto. El primero consiste en la relación
entre vida espiritual cristiana y las realidades profanas de donde adquiere el
conocimiento estudiando la lengua latina. El segundo es el conflicto resultado
del enfrentamiento entre la debilidad de la persona humana y su nobleza7.
En las siguientes páginas veremos, a grandes trazos, el marco en el cual se dio
esta lucha de la cual, podemos avanzar, los monjes salieron vencedores.
El primer renacimiento carolingio
En el siglo VIII los monasterios son el refugio de la cultura. En Inglaterra
aparece una cultura netamente monástica que será motor para la cultura
medieval. Nombres como Beda, Aldhelm, Bonifacio y Alcuino, en sus
primeros años de formación, son muestra de esta pujanza cultural. Tomemos
por ejemplo Alcuino, gracias a sus Versos evoracenses, nos es dado conocer
parte del catálogo de la biblioteca a la que tenia acceso en York. Sabemos que
contenía obras de Aristóteles y Cicerón, los poetas Virgilio, Estacio y Lucano,
y los gramáticos Donato y Prisciano como autores principales. También estaba
bien representada la literatura patrística latina, y tampoco faltaban autores
como Boecio, Casiodoro, Isidoro y Beda, tan apreciados en aquel tiempo por el
carácter compilatorio y didáctico de sus obras:
“Aquí brilla lo que Jerónimo, Ambrosio, Hilario enseñaron
O Anastasio y Agustín escribieron.
Orosio, León, Gregorio el Grande
Junto a Basilio y Fulgencio fulguran.
El grave Casiodoro y Juan Crisóstomo
Junto al maestro Beda y el ilustrado Aldhelmo vienen.
Mientras Victorino y Boecio están
Con Plinio y Pompeyo, mano a mano”8.
Para revitalizar culturalmente su imperio Carlomagno se hace rodear de los
mejores consejeros de su tiempo, entre los que se encontraban numerosos
monjes anglosajones. Alcuino es uno de ellos, y el emperador lo llama para que
se haga cargo de la reforma educativa del imperio.
6 Cfr. LECLERCQ, Jean, Umanesimo e cultura monástica, pp. 48-52.
7 Cfr. LECLERCQ, Jean, L’Humanisme des moines au Moyen Age, DS vol. VII, 960.
8 ALCUINO, Versus de Sanctis Eboracensis Ecclesiae, vs. 1535-1543.
3. 3
El monje inglés se veía en estrecha relación con los antiguos. En su dialogo De
virtutibus et vitiis muestra a Carlomagno como la virtud, la ciencia, la verdad,
valen por sí mismas; el cristianismo las estima, las cultiva. Pregunta el alumno:
“¿Y los filósofos?” “Ellos supieron que estas cosas pertenecen a la naturaleza
humana y las cultivaron con extremo cuidado”. “Pero entonces, ¿qué
diferencia hay entre tales filósofos y cristianos?” “La fe solamente y el
bautismo”. La sabiduría antigua hace que se reconozca su valor; los filósofos
presentan ante el cristiano al hombre sencillamente hombre; para los
medievales que se distinguen de ellos tan sólo en el orden de la gracia, los
antiguos definen la naturaleza.
En una carta que Alcuino dirige al emperador, le anima a levantar en Francia
una nueva Atenas, superior a la antigua, puesto que ésta tendría las enseñanzas
de Cristo. Instruida por Platón, la primera tuvo el brillo de las siete artes
liberales; los siete dones del Espíritu Santo elevarán a la segunda por sobre
toda sabiduría de este mundo. Aunque para ello tendrá primero que enseñar sin
descanso el latín, dándole un nuevo brillo a una lengua que hasta aquel
momento se estaba perdiendo completamente.
El latín
Pero, ¿por qué volver al latín? Hay diversas razones. Una es la intención de
Carlomagno de restaurar el antiguo imperio romano, y así poder asumir toda su
herencia cultural. Otra es el hecho de que la Iglesia romana continuase
utilizando el latín en su liturgia, en sus leyes y en sus documentos. Las lenguas
vernáculas todavía no habían alcanzado un lenguaje suficientemente preciso
para poder expresar las doctrinas de la Iglesia, con el riesgo de poder introducir
errores en el dogma. Y también, especialmente, la idea de que Dios hablaba en
latín. ¿No estaban las sagrada escrituras escritas en esta lengua? ¿no hablaban
los interpretes de la Sagrada Escritura en latín? Así pues, quedaba claro que
Dios sólo podía hablar a los monjes, y estos a Dios, en latín9.
Lamentablemente esta idea comportaría un problema, creaba una separación
cada vez mayor entre el mundo eclesial y el resto de sociedad. Entre los que
sabían latín y los que no. Porque incluso dentro de los monasterios se
establecieron esas diferencias. Así, mientras los monjes que habían entrado de
pequeños no tenían ningún problema para aprender del latín, los que lo habían
hecho de mayores sólo adquirían los rudimentos de la lengua con enorme
dificultad.
9 Cfr. COLOMBÁS, García Mª., La tradición benedictina, Vol. III, p. 252.
4. 4
Porqué el conocimiento del latín en aquellos tiempos era deplorable10. La gente
ni lo hablaba, ni lo entendía. Muy pocos tenían el suficiente dominio para
leerlo sin dificultad, por no decir ya escribirlo. Ni siquiera entre los clérigos
había un conocimiento suficiente. Un obispo que examinaba a uno de sus
sacerdotes le preguntaba: “Cuándo bautizas, ¿sabes distinguir el masculino del
femenino? ¿el singular del plural?” 11 . Carlomagno hizo destruir muchos
códices, incluso de los mismos libros sagrados, a causa de la multitud de
errores que se había incurrido en la copia de los mismos. Podemos leer en una
capitular del 789:
“Que haya escuelas para la instrucción de los niños. Que en cada
obispado, en cada monasterio, se enseñe los salmos, las notas, el canto,
el cálculo, la gramática y que se tengan los libros cuidadosamente
corregidos. Pues a menudo los hombres, queriendo rezar a Dios, rezan
mal por causa de los libros incorrectos que tienen en las manos”12.
¿Y donde podían encontrar los mejores modelos para mejorar su conocimiento
del latín si no en los autores paganos de la antigüedad? Aunque, hay que
tenerlo en cuenta, ya desde tiempos de san Jerónimo la aproximación a la
cultura clásica siempre ha sido contradictoria en los autores monásticos. Por un
lado muestran su admiración, por otro, prevención. Es cierto que muchos
autores monásticos alertan sobre la lectura de los clásicos paganos y la
desaconsejan, pero no es menos cierto que estos mismos autores los conocen y
los utilizan.
No fue el griego igualmente apreciado, es más, de hecho se lo miraba con
cierta reticencia, resultado sin duda de un alejamiento que se había iniciado
hacía tiempo entre Occidente y Oriente, así como las difíciles relaciones que se
mantenían en aquel tiempo con la Iglesia bizantina. Las obras de los padres
griegos se conocían sólo a través de sus traducciones al latín y muy pocos eran
los que lo conocían con solvencia13.
10 Ferdinad LOT en su libro La fin du monde antique et le début du moyen âge narra de forma
conmovedora la situación de la lengua latina en los albores del renacimiento carolingio,
pp. 402-406
11 Cfr. DÉCARREUX, Jean: Moines et monasteres à l’époque de Charlemagne, p. 75.
12 Ed. Pierre RICHÉ, Educación en la cristiandad antigua, p. 130
13 Siendo ésta la opinión generalizada de los diversos autores consultados (Cfr., por ejemplo,
Emilio MITRE, en «Sociedad y cultura en el Occidente altomedieval», en Hª del
Cristianismo Vol. 2, p. 124), no podemos menor que tener en cuenta la opinión contraria
de una autoridad en el tema de Pierre RICHÉ (Cfr. Écoles et enseignement dans le Haut
Moyen Age, pp 92-96).
5. 5
Las escuelas monásticas
Carlomagno se mostró muy interesado en la organización de las escuelas de su
imperio, sabía que para mejorar el nivel cultural de la sociedad y del clero
debía comenzar por facilitar una educación e inculcar una moral. Para ello no
empezó de cero, si no que se aprovechó de las escuelas ya existentes, muchas
de las cuales pertenecían a la Iglesia, y muy particularmente a los monasterios.
Con este fin les dedicó diversas capitulares. Su intención no era otra que la de
asegurar la formación de los cuadros necesarios para el buen funcionamiento
de las instituciones imperiales. Por otro lado, si Carlomagno quiso promover
los estudios clásicos fue porqué estos debían procurar a los pastores y a sus
fieles la comprensión de las Escrituras14, ya que dentro de la concepción de la
época el emperador tenia que preocuparse de satisfacer el bienestar de sus
súbditos, tanto material como espiritual, y el estudio del latín permitía penetrar
de manera más exacta en el sentido de aquellas.
Para ello se apoyará, básicamente, en los monjes de procedencia anglosajona,
donde sus escuelas ya habían alcanzado una reconocida fama gracias a su
pedagogía. Pierre Riché, entre otros, dirá sin rodeos que las escuelas
monásticas anglosajonas del siglo VIII supusieron el origen de la cultura
medieval15. El impulso dado por Carlomagno a estas escuelas para que abriesen
al público tuvo una repercusión indudable, y el freno que supuso el sínodo de
Aquisgrán del año 817, cuando se determinó su clausura, es decir, que se
reservasen únicamente para los jóvenes monjes, no parece que les afectase
demasiado. Muchos monasterios resolvieron el problema dividiendo las
escuelas en internas, para los oblatos (oblati), y externas, para los alumnos
seculares (nutriti), como sabemos que sucedió en monasterios como Saint Gall,
Fleury, Gorze, Corbie, Saint Riquer, Reichenau, etc. Así, pues, en las escuelas
monásticas de esta época se formaron los monjes, los clérigos, y también
algunos laicos, que tuvieron acceso a la cultura literaria.
La cultura básica que se recibía en estas escuelas, tanto los oblatos como el
resto de niños, consistía en leer, escribir y cantar, siempre en estrecho contacto
con la Biblia, especialmente el salterio, y la práctica de la vida monástica. En
principio se enseñaban las disciplinas correspondientes al trivium y al
quadrivium según el plan trazado antiguamente por Marciano Capella y
recomendado por Casiodoro: gramática, retórica y dialéctica para la primera,
aritmética, música, geometría y astronomía para la segunda; es decir las siete
artes liberales, base de la formación humanista de la Edad Media. Aunque esto
no significa que se diese la misma importancia a cada una de las disciplinas. La
preferida era, sin duda, la gramática como lo demuestra el hecho de que la
mayoría los maestros más eminentes escribiesen su propio tratado gramatical.
Hay que tener en cuenta que el término «gramática» no tenía el mismo sentido
14 LECLERCQ, Jean, El amor a las letras y el deseo de Dios, p. 63.
15
Cfr. RICHÉ, Pierre, Educazione e monaci, DIP 1061, Vol. 3.
6. 6
que el que actualmente podamos darle, comprendía mucho más, era de hecho
una introducción a la literatura latina clásica. La gramática era un instrumento
que facilitaba el camino hacia el cielo. Enseñaba la lengua latina, y la lengua
latina podía llevar a los elegidos al conocimiento de Dios, pues sin ella no se
podría acceder a la lectura de la Biblia ni de los Padres.
Rabano Mauro en su De clericorum institutione, declara que la gramática debe
ser el fundamento y el origen de todas las artes liberales:
“Conviene que la «Schola dominica», esto es, los escolares que se
preparen para servir al Señor, cuiden de leer la gramática, puesto que en
ella reside la ciencia de hablar bien y escribir con corrección. Por ella se
aprende el valor de la voz articulada, el poder de las letras y las sílabas,
la distinción de los pies, de los acentos, el arte de la construcción. ¿Cómo
reconocer sin ella los derechos de las partes del discurso, la belleza de
los schemata, la virtud de los tropos, el método de las etimologías, la
corrección de la ortografía? La gramática es el juez de los copistas, ella
descubre y denuncia sus faltas”16.
En los últimos capítulos de dicha obra se muestra favorable al conocimiento de
los autores profanos, puesto que ayudan a entender e interpretar las Sagradas
Escrituras.
Por otro lado, los padres de la Iglesia ya habían justificado el recurso a las
“disciplinas externas” para la formación intelectual del intelectual cristiano: el
Pueblo de Israel, al salir de Egipto, se lleva consigo los vasos de oro y plata del
enemigo. Las artes liberales, el trivium i el quadrivium, además, son creaciones
divinas, pudiéndose encontrar vestigios de ellas en las Sagradas Escrituras: san
Pablo, por ejemplo, cita a Meandro en su carta a Tito. Así pues, el cristiano no
hace más que recuperar de los paganos lo que le pertenece 17 . Por ejemplo,
Rabano Mauro justificará el uso de la cultura profana con la teoría de la injusta
posesión: “Si los filósofos han dicho en sus escritos cosas verdaderas y que
están de acuerdo con la fe, no se debe temer el reprenderlos como injustos
poseedores”. Él está persuadido de que los filósofos las han descubierto en
cuanto que han sido guiados por la verdad, esto es, por Dios mismo: por eso no
les pertenecen a ellos, si no a Dios. Es más, aparecen leyendas que cristianizan
a los clásicos: san Ambrosio y san Agustín dirán que Platón conocía las santas
Escrituras, y Virgilio ya predijo el cristianismo18.
Si inicialmente se aprendía rudimentariamente la gramática a partir del salterio,
pronto, en la Inglaterra del siglo VII y VIII volverá a retomar su importancia,
para no perderla a partir del renacimiento pedagógico de los s. VIII y IX. Los
gramáticos de la antigüedad eran los más respetados. Donato y Prisciliano se
16 RABANO MAURO, De clericorum institutione, III, 18.
17VILANOVA, Evangelista, Historia de la teología cristiana, Vol. I, p. 288.
18 LOT, Ferdinand, La fin du monde antique et le début du moyen âge, p. 399.
7. 7
encontraban en todas las bibliotecas. Otras obras, más raras, como las de
Servio, Diomedes o Dositeo no eran desconocidas en las mejores bibliotecas.
Las obras retóricas de Cicerón se encuentran con frecuencia en los catálogos de
las bibliotecas. Por el contrario Quintiliano es un autor raro, y Marciano
Capella era todavía poco conocido.
Los poetas eran la continuación de los gramáticos, pues era necesario conocer
las leyes de la prosodia. En la época carolingia, Virgilio se encontraba con
facilidad en todas partes. Ovidio era conocido, pero no universalmente.
Horacio, Estacio y Marcial aparecían en algunas bibliotecas como las de
Corbie o Saint-Denis. Por su parte, Terencio gozaba de gran prestigio. Menos
interés despertaban los historiadores: Cesar, Tito Livio, Salustio y Suetonio.
Tampoco los filósofos: Macrobio todavía no era muy conocido, las obras
filosóficas de Cicerón y la Historia natural de Plinio no alcanzaron una gran
difusión19.
Pero hay que tener en cuenta que la gramática y la retórica, al menos en el
primer renacimiento carolingio, no se estudian por ellas mismas, si no
orientadas a la investigación exegética. Lo mismo podemos decir del
quadrivium, que permitía reconocer la realidad de las cosas y que tenía que
ayudar al exegeta en el comentario alegórico de las Escrituras.
Entre las artes liberales hay una que fue especialmente considerada: La
dialéctica. Hay que decir que ésta, después de Boecio, no formaba parte del
programa escolar pues se la consideraba una herramienta peligrosa, viéndose a
los que la utilizaban, los filósofos y los dialécticos, como los progenitores de
los herejes. Pero los sabios carolingios acabarán elogiándola así, por ejemplo,
Rabano Mauro definirá la dialéctica como la “disciplina de las disciplinas,
pues enseña a aprender y a enseñar. Gracias a ella la razón se toma a sí
misma por objeto de demostración y descubre lo que ella es, lo que ella quiere,
lo que ella ve”. Por eso, con el tiempo, llegará a ocupar un puesto importante
dentro del ciclo de estudios.
Una vez recorridos todos los grados de la formación humanista, cuando el
alumno dominaba la dialéctica, componía versos conforme a los modelos
antiguos y las compilaciones del cálculo ya no tenían secretos para él, pasaba al
estudio de la teología, es decir a la interpretación de la Sagrada Escritura, meta
y corona de todos los esfuerzos de maestros y discípulos.
Así, gracias a los tratados de lógica y de dialéctica, los carolingios
descubrieron la importancia de los medios racionales para el estudio. Con todo,
con el paso del tiempo, la actitud propia de la teología monástica se mostrará
reservada ante los peligros de la dialéctica. Algunos teólogos, aferrados al
principio de la tradición y la autoridad se opondrán a las artes liberales. Así por
19 PAUL, Jacques, La Iglesia y la cultura en Occidente, p. 81.
8. 8
ejemplo, Prudencio de Troyes acusa frontalmente a Juan escoto de pelagiano y
a su doctrina de “ciencia vana e inflada”, de “locura sofista”, de “disputa
verbal”. Le hecha en cara de no haber utilizado a los Padres y opone el
quadrivium a los cuatro evangelios 20 . No pudiendo decir que hubiese una
oposición generalizada, no dejarán de manifestar repetidamente su
desconfianza respecto al uso demasiado frecuente que se hará de la dialéctica
en las escuelas.
Caída del imperio carolingio
Con la disgregación del Sacro Imperio y la venida de las diversas invasiones
por parte de normandos, sarracenos y húngaros, entre otros, se alteró la vida de
numerosas comunidades monásticas y la consecuente desaparición de
numerosos monasterios y abadías. La vida cultural monástica sufrió un duro
golpe del cual tardó algún tiempo en recuperarse. Pero la situación no fue tan
crítica como se puede leer en algunos manuales de historia. Excepto en algunas
regiones donde las invasiones sí dejaron marca profunda, en muchas otras la
interrupción únicamente sucedió por un breve espacio de tiempo o ni tan solo
se vieron afectadas.
De hecho, a efectos de actividad intelectual, la generación que cubre los años
de desintegración del imperio puede ser considerada como la más dinámica del
renacimiento carolingio 21 . Personajes como Hincmaro de Reims, Rabano
Mauro y Escoto Eriúgena son un ejemplo de ello, y también escuelas como las
de saint Gallen i Reichenau, muestran como durante este tiempo la cultura
también tuvo la oportunidad de desarrollarse y manifestarse.
Siglos X y XI
Durante los siglos X y XI el monacato occidental renace, crece, se purifica y
enfortece. Y también se ilustra. Supera, paso a paso, lentamente, las
turbulencias que siguieron al declive del imperio carolingio. Con el progreso de
los diferentes movimientos de reforma, la cultura, siempre en íntima relación
con la espiritualidad, acaba de recuperar en los monasterios el nivel que había
alcanzado anteriormente. Los movimientos de reforma monástica, como Cluny,
Gorze, o Brogne, dan un impulso importante en esta dirección. Los
monasterios continúan siendo el pilar de la cultura y la educación en Europa.
Pierre Riché afirma que en el siglo X las únicas escuelas que existían eran las
20 VILANOVA, Evangelista, Historia de la teología cristiana, Vol. I, p. 291.
21
MITRE, Emilio, La Europa del siglo X y el mito del año mil, en Hª de Cristianismo,Vol II
p. 128.
9. 9
monásticas22. Por otro lado, en aquellos tiempos el nivel cultural medio de las
comunidades monásticas había alcanzado un nivel aceptable, que hacía prever
la magnífica floración del siglo XII y que produjo autores de la talla de Juan de
Fecamp, Pedro Damián y, sobretodo, Anselmo.
No se produjeron cambios notables respecto a la etapa anterior. Cultura y
espiritualidad continúan manifestando las mismas características tradicionales,
se condicionan y estimulan mutuamente. Los maestros del renacimiento
carolingio habían abierto un camino, los autores del siglo X y XI continuarán
avanzando por él, incluso los más grandes, sin más novedades que las
derivadas de una sensibilidad más refinada, un latín más evolucionado, y de
una teología más precisa.
El programa de las escuelas monásticas sigue siendo similar al de la época
carolingia. Fundamentado en la dialéctica y la retórica, Donato y Prisciano
continúan siendo imprescindibles. Una lectura de los clásicos citados en los
tratados escolares de la época prueban que siempre son los mismos autores los
que se estudian: Virgilio, Juvenal, Estacio, Plauto, y Terencio entre los
clásicos. Richer de Reims dice que su maestro Gerberto, el futuro Silvestre II,
familiariza a sus discípulos con estos autores y los instruye en su forma de
elocución como paso previo antes de pasar al estudio de la retórica:
“[…] Después del estudio de estas obras, quería que sus alumnos
pasaran a la ciencia de la retórica, pero temía que les fuese imposible
elevarse al arte oratorio sin el conocimiento de los modos de elocución
que no pueden aprenderse más que en los poetas. Recurrió también a los
poetas, con los que juzgó útil familiarizarlos. Leyó y comentó a los poetas
Virgilio, Estacio y Terencio así como a los satíricos Juvenal, Perseo y
Horacio, y al historiador Lucano. Cuando sus alumnos estuvieron
familiarizados con estos autores e instruidos en su modo de elocución, los
hizo pasar al estudio de la retórica…”23.
Por otro lado, la retórica no es únicamente el arte de expresarse bien, si no que
contribuye a la formación moral de la persona. Por este motivo, algunos
autores clásicos eran observados con reticencia. Así, por ejemplo, ya en el siglo
X, la monja Rosvita se quejaba de que algunas de las monjas del monasterio de
Gandersheim se dedicaban con demasiado entusiasmo a leer a los clásicos,
hasta el punto de descuidar la lectura espiritual. Uno de estos autores era
Terencio, considerado demasiado frívolo, y para evitar la tentación de sus
hermanas no duda en escribir comedias imitando el estilo del autor romano:
22 Cfr. RICHÉ, Pierre, «Le latin dans les écoles Anglo-saxones», en La lexicographie du latin
médiéval et ses rapports avec les recherches actuelles sur la civilisation du Moyen-Age, p.
124.
23 Cfr. RICHER DE REIMS, Historia, III, 46-49 (Ed. Pierre RICHÉ, Educación en la cristiandad
antigua, p. 142)
10. 10
“Hay muchos católicos que por la refinada elegancia de la lengua
anteponen la frivolidad de los libros paganos a la utilidad de las
Sagradas Escrituras. Hay otros que, aún manteniéndose fieles a las
páginas sagradas y despreciando otras obras de autores paganos, leen y
releen frecuentemente las creaciones poéticas de Terencio y, mientras
disfrutan de la dulzura de su lengua, son contaminados de la maldad de
lo que tiene conocimiento. Por eso, mientras otros cultivan la lectura, yo,
la voz estridente de Gandersheim, no tengo escrúpulos de imitarlo en mis
composiciones, para que en el mismo género de composiciones en los que
se representaban obscenidades de mujeres sin pudor fuese exaltada, en
base a la modesta capacidad de mi ingenio, la encomiable virginidad de
santas vírgenes cristianas”24.
Pero lo que hace diferente esta época de las precedentes es el lugar en el que
sitúa la dialéctica entre las ciencias y en el programa académico. En el siglo IX
Alcuino habían introducido tímidamente la ratio en las discusiones teológicas.
Juan Escoto había ido más allá, pero su iniciativa no fue comprendida por sus
contemporáneos. Por el contrario, en el siglo XII la dialéctica es enseñada por
ella misma a partir de los tratados de Aristóteles traducidos por Boecio, las
Categorías y la Interpretación, del Isagogo de Porfirio, que conjuntamente con
los Tópicos de Cicerón formarán los cuatro libros fundamentales que serán
conocidos como la logica vetus25.
No cabe duda que el horizonte intelectual se había ampliado enormemente
desde los tímidos pasos iniciales del renacimiento carolingio. La
profundización en el estudio de los autores de la antigüedad desde mediados
del siglo IX abrió el camino hacia un humanismo erudito y científico. Las
referencias romanas del imperio permitían asimilar más fácilmente todo el
legado pagano. En definitiva no existía más que una cultura imperial y religiosa
a la que los monjes que podían tenían que consagrarse en espíritu26.
Pero no todo sería fácil, en el siglo XI también existió un fuerte sentimiento de
oposición ante el papel cada vez más preponderante de la gramática y la
dialéctica. Así, cuando Berenguer de Tours publicó el siguiente elogio de la
dialéctica:
“Es propio de un gran corazón recurrir a la dialéctica en toda cosa;
porque recurrir a ella es recurrir a la razón; de suerte que el que no
recurre a ella, estando hecho a imagen de Dios según la razón, desprecia
su dignidad y no puede renovarse día a día a imagen de Dios”.
24 ROSVITA, Prólogo a sus Dramas, II, 1-5
25 RICHÉ, Pierre, Écoles et enseignement dans le Haut Moyen Age, p. 263-266.
26 PAUL, Jacques, La Iglesia y la cultura en Occidente, p. 189.
11. 11
tuvo como consecuencia su condena, suerte que recibieron otros muchos
dialécticos contemporáneos suyos.
La fuerza de los contrarios a la dialéctica radicaba en un sentimiento religioso
exclusivo: un cristiano, un monje, debe pensar únicamente en su salvación. Por
el contrario, las artes profanas corren el riesgo de distraerle, de apartarle de esta
obra, que es la única necesaria. Pedro Damián, aún conociendo y citando a los
clásicos en sus obras, será uno de sus detractores más insistentes. Así, por
ejemplo, cuando encuentra en Monte Casino jóvenes monjes que aplican al
misterio de las personas divinas aquellos argumentos que aprenden de
dialécticos y retóricos escribirá para responderles un tratado titulado “Carta
sobre la omnipotencia divina”, donde defiende que todos aquellos que quieren
dedicarse a la vida monástica no pueden estudiar más que los textos sagrados.
La ciencias seculares son útiles para aquellos que permanecen en el mundo
pero con la condición de que sean bien empleadas, porque el estudio de estas
artes no tienen una finalidad por si mismo. No pueden llevar a los religiosos a
los carreras reservadas a los laicos ni desviarlos de su vocación. Se puede
utilizar ocasionalmente el arte de la discusión pero únicamente para servir y dar
razón de la fe. Y no será únicamente la dialéctica el foco de su oposición,
también la gramática merecerá su atención, tal como muestra su opúsculo: “Los
monjes que se obstinan en aprender la gramática”. Sin olvidar que una de sus
máximas particulares era: “mi gramática, es Cristo”. Pero no será el único
autor que se expresa en este sentido, otros, como Alexandre de Villedieu, se
indignaba porque se pronunciaba el nombre de dioses paganos aprendiendo la
gramática y la retórica. En esta línea se puede leer, pues, el prefacio de la Vida
de san Maximino, abad de Micy:
“[…] Para nosotros que nos guardamos de estos extravíos, existe una
física verdadera en los relatos históricos de la Escritura; una lógica
verdadera en las contemplaciones de la fe, la esperanza y la caridad.,
una ética verdadera en la práctica de los preceptos divinos. Ésta es la
filosofía que gustó a Dios: quiso dar el primer tipo de ella en la persona
de Salomón. Los tres libros de éste ofrecen un triple ejemplo de esta
filosofía: el Eclesiastés da a conocer la naturaleza; regulan las
costumbres los proverbios; el Cantar de los Cantares enseña a buscar
bajo los velos de la alegoría el secreto de las cosas divinas […]”27.
Otros autores tendrán una visión más amplia de la problemática. A inicios del
siglo XI, Siro de Cluny, siendo consciente del problema, propone una solución:
hace falta eliminar de la lectura de los “filósofos” todo aquello que lleve un
veneno mortal o pueda perjudicar al monje28. Así, para solucionar el problema
surgió en la edad Media una amplia literatura escolar de florilegios, glosas y
escolios. Mediante el florilegio se ponía en manos del alumno extractos de los
27 Prefacio de la Vida de san Maximino, abad de Micy (Ed. Pierre RICHÉ, Educación en la
cristiandad antigua, p. 136)
28 Cfr. LECLERCQ, Jean, Umanesimo e cultura monastica, p. 48.
12. 12
autores, exentos de todo peligro para la fe, de forma que les pudieran servir de
norma i guía.
Otro ejemplo a favor de la dialéctica fue Lanfranco. Maestro, colaborador y
amigo de Anselmo, dirá que de ésta que bien utilizada puede confirmar la
verdad de los misterios cristianos, aunque también sabrá distinguir aquello que
es accesible a la inteligencia y aquello que le sobrepasa. O el mismo Anselmo,
tal como comprobamos en una carta que dirige a un monje de Cluny donde le
recomendaba que se aplicase ya que tenía acceso a Virgilio y a otros autores
clásicos, pero siempre manteniéndose alejado de aquellos que eran inmorales.
Llegados a este punto, podemos decir por lo que respecta a la cultura monástica
que a mediados del siglo XI se estaba entrando en una encrucijada. De hecho,
la muerte casi simultanea de algunos grandes abades, como Oliva de Ripoll el
1048, Bernon de Reichenau el mismo año y Odilón de Cluny al siguiente,
marcan simbólicamente el fin del gran periodo monástico. Todavía faltaba por
llegar el esplendor de la cultura monástica del siglo XII, pero a partir de este
momento ya serán la escuelas catedralicias, que comenzaban a multiplicarse en
las ya pujantes sociedades urbanas, las que tomarían el relevo en el dinamismo
cultural, pero con una aproximación totalmente diferente al estudio y a la
cultura.
A modo de conclusión
En resumen, como afirma De Lubac 29 , el mérito de la ciencia – y aquí
entendemos “la ciencia de las letras” – se considerará, al menos en muchos
monasterios medievales, como una parte integrante de la santidad.
Bienvenidos, sean, pues, los clásicos latinos a la casa de Dios que es el
monasterio. Cierto es que constituyen un peligro para algunos, un medio de
evasión, pero las ventajas superaban con mucho los posibles inconvenientes.
Una de estas ventajas, y ciertamente no la más pequeña, fue el descubrimiento
de los valores del humanismo. Los autores ascéticos, las colaciones, las
exhortaciones de los abades y de los padres espirituales insistirían
continuamente en el vacío de la vida del siglo y en el menosprecio del mundo,
hasta llegar a hacer un tópico. Los autores paganos, prescindiendo del
hedonismo y las provocaciones de algunas de sus páginas, les hacían descubrir
la nobleza del amor humano, de la amistad, de la virtud, de la “vida feliz” del
campo, lejos de las ambiciones y los desvaríos de los licenciosos. La soledad y
el silencio como condiciones para alcanzar la paz del corazón y el placer de
saber eran ya conocidos por los antiguos. La constancia en la adversidad y la
contradicción, la magnanimidad, el desprendimiento, la lealtad, la fidelidad, la
filantropía, la modestia y muchas otras virtudes simplemente humanas eran
practicadas por hombres y mujeres que no conocían a Dios. La manera de
29 DE LUBAC, Henri, Exégèse Médiévale. Les quatre sens de l’écriture, Vol. 1, 69
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pensar y vivir de muchos filósofos era sencillamente admirable; podían servir
de modelo a los cristianos y, incluso, a los monjes. En definitiva, las fuentes
clásicas contribuyeron, no poco, a la formación de la cultura que se iba
gestando en los monasterios30.
30 COLOMBÁS, García Mª., La tradición benedictina, Vol. III, p. 248-249.