Trabajo historia sobre el Renacimiento en la arquitectura
Daniel Gil
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Daniel Gil
el maestro ácido
Imágenes de gran potencia visual
para las felicitaciones navideñas
de la editorial Alianza
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–recogiendo la atmósfera del disco– planteaba
mezclas de color “imposibles” para las
empresas fotomecánicas de la época.
Eran composiciones diferentes, elegantes,
equilibradas que en cierto modo le sirvieron
como banco de pruebas para el trabajo que a
partir de 1966 desarrollaría, sobre todo, en
la colección “El Libro de Bolsillo de Alianza
Editorial”. “Unas lecciones de metafísica”
de José Ortega y Gasset inauguró la serie
de cuatro mil títulos y trece colecciones
diferentes proyectadas para “Alianza” a lo
largo de 25 años de brillantez creativa.
Su obra fue mostrada en 1991 en la
Biblioteca Nacional de Madrid, siendo la
primera vez que esta institución acogía
una exposición dedicada al diseño gráfico.
Daniel Gil estaba en posesión de la medalla
de la Bienal de Diseño Gráfico de Brno
(Checoeslovaquia, 1980), de la Medalla de
Oro de las Bellas Artes (1984) y del Premio
que AEPD le concedió como reconocimiento
a su trayectoria profesional, así como de
la admiración de toda una generación de
diseñadores españoles para los que fue su
maestro y un referente excepcional.
«Para mí el mínimo común divisor
que caracteriza la profesión
de diseñador reside en el dibujo.
Está integrado, incorporado en todo.
Para colocar los elementos hay
que emplear el dibujo: no es una
cuestión matemática»
DANIEL GIL nació en 1930 y fue un diseñador
excepcional en muchos sentidos. Se formó en
la Escuela de Artes y Oficios de Santander
e inició estudios de Bellas Artes en Madrid al
trasladarse a esta ciudad. No es habitual que
un diseñador de tan amplio reconocimiento
tenga a lo largo de su trayectoria profesional
épocas tan marcadas que le ligaran a un
número de clientes relativamente corto:
la discográfica “Hispavox”, “Alianza
Editorial” y una etapa final de “libertad” con
encargos procedentes del Museo Thyssen o
del Congreso de los Diputados entre otros.
En su formación destacan un viaje en 1957
a la Unión Soviética y, posteriormente, una
estancia en Alemania donde, en los últimos
años 50, estudió en la mítica Escuela de Ulm
dirigida entonces por Otl Aicher.
Tal vez la época menos conocida e
injustamente poco valorada de Gil es en la
que desarrolló –entre 1959 y 1966– el estilo
visual de una discográfica española de
gran importancia en la década de los 60:
“Hispavox”. Al igual que en otros campos
de la cultura, los años sesenta supusieron
un claro renacimiento de la gráfica para
la anquilosada sociedad española. Vistas
ahora las cubiertas de Daniel Gil –al igual
que las de su pupilo el malogrado diseñador
Armando Tomás– conservan la misma
validez y modernidad que cuando fueron
realizadas. Las músicas se formalizaban en
imágenes tratadas, sobre-expuestas, viradas
o matizadas. El tratamiento tipográfico
Boceto del símbolo de Alianza Editorial realizado a mano por Daniel Gil
con cartulinas recortadas, fondos dados con tinta china y tramas adhesivas
de color gris
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Daniel Gil
Las cubiertas que Daniel Gil realizó para Hispavox
se podrían clasificar básicamente en dos líneas:
adaptaciones de sus correspondientes versiones
originales, y creaciones “ex-novo” para las
producciones propias de la discográfica española.
En el primero de los casos, lo más sobresaliente del
trabajo de Gil es el tratamiento tipográfico de los
bloques de texto, en los que es posible rastrear
–dado lo recurrente de su uso– alguna de sus
preferencias: los alfabetos Bodoni Bold, Clarendon
o Cooper Brass y las tipografías egipcias y
estrechadas. En la segunda de las líneas de trabajo
cabe destacar su colaboración con los mejores
fotógrafos españoles de la época –como es el caso
de Francisco Ontañón– junto con sus composiciones
exclusivamente tipográficas
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Pioneros
1967. Esquema característico de las contraportadas de los discos de Hispavox
1967. 1968. 1966.
1965. 1968. s/f.
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Pioneros
El trabajo que Daniel Gil realizó a lo largo de 25
años para Alianza Editorial supone sin duda un
hito dentro de la historia del Diseño Gráfico español.
Daniel Gil fue capaz de crear una de esas raras
excepciones en el mundo de la gráfica al conseguir
una identidad visual, a partir de la diversidad,
utilizando un amplio repertorio de recursos propios.
En las cubiertas de Alianza diseñadas por Gil no
había un tratamiento tipográfico uniforme; ni siquiera
en la forma de componer el nombre de la Editorial.
No había una situación fija, dentro de las cubiertas, ni
del logo ni del resto de elementos que componen la
identidad visual de una editorial o de una colección.
Igualmente ocurría con las ilustraciones.
Daniel Gil utilizaba cualquier recurso que le
permitiera plantear su particular interpretación sobre
el contenido del libro. Portadas exclusivamente
tipográficas, con “objetos encontrados”; recursos
que provenían de las artes gráficas como el tramado
característico de la impresión en cuatricromía, texturas
fotografiadas, seriación de objetos, tratamiento de
rostros, de manos... siempre sobre aquellas cartulinas
martelé características.
A pesar de esta falta de reglas fijas y de la
ausencia de una rigidez en el uso de los elementos,
Daniel Gil fue capaz de lograr un estilo identificador
para las diversas colecciones de Alianza Editorial
–“El libro de bolsillo”, Alianza Universidad, Alianza
Tres, Alianza Forma, etc– de una enorme brillantez.
Al contrario de lo que ocurre en el resto de los
capítulos de este libro, se muestran en las siguientes
páginas trabajos de Daniel Gil posteriores al año
1975, ya que se consideran como ejemplos de
algunos de los recursos expresivos con los que
el diseñador venía trabajando desde el comienzo
de su colaboración con Alianza Editorial
1966. 1973.
1981.
1971. 1967. 1976.
El rostro humano
como recurso expresivo
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Daniel Gil
1969. 1972.
1966. 1972. 1969.
Daniel Gil revisó –hasta cuatro veces
en ciertos títulos– el diseño de alguna
de sus cubiertas para desesperación
de los vendedores y comerciales de la editorial,
que no entendían las razones de cambiar
una imagen ya implantada en el mercado
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Daniel Gil
Selección de imágenes de algunas cubiertas
de Daniel Gil para Alianza Editorial
que suponen auténticos hitos dentro del
diseño editorial español. Estas portadas
contribuyeron de forma importante a la
“alfabetización visual” del lector español
y cumplen, como ha escrito Ángel Uriarte
continuador del trabajo de Gil en la editorial,
“todos los requisitos del diseño inteligente:
están bien concebidas, estructuradas
y realizadas. Sin olvidarnos de su alto
contenido comunicativo”. Añadiendo
en el caso de El castillo de Franz Kafka:
“no se puede decir más con una sola letra”
1966.
1975. s/f.
1975.
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“”Thomas Mann es una corbata de pajarita con lunares. Rainer María Rilke
es la suma de cuatro sobres abiertos y vacíos, sin nada dentro. El cineasta
Alfred Hitchcock es una cascada de ojos, unos encima de otros. El poeta
Garcilaso de la Vega es la mano de hierro de una armadura medieval que
empuña una rosa roja, en un torneo de aromas. Jean-Paul Sartre es una
figura borrosa, todo él desenfocado por el humo de pipa barato de los
cafés de París y el estrabismo existencial de la náusea del café con leche.
Estas pocas imágenes, escogidas entre muchas otras, son algunos
de los hallazgos fulgurantes de Daniel Gil, a través de sus ya míticas
cubiertas para la editorial Alianza, mediante las que se afianzó como un
hacedor de mundos, el artífice de algunas de las más hermosas y memo-
rables greguerías visuales de las que yo tengo noticia.
La primera frase de un libro es su cubierta. Las historias comienzan
–y terminan– por la imagen. Uno empieza a leer el libro mucho antes de
abrirlo, de pie en la librería, ante la mareante profusión de títulos, cuando
sin saber por qué se siente hipnotizado por determinada combinación de
formas y colores que excitan su imaginación o experimenta un rechazo
inexplicable hacia tal otra. Los libros eligen a sus lectores en la misma me-
dida en que los lectores eligen a sus libros. Toda biblioteca es un trabajo
de amor. Los libros se merecen (o no), como el mar o la risa.
A lo largo de muchas páginas, Daniel Gil ha demostrado que tam-
bién es un narrador, alguien que cuenta una historia visual paralela a la
del libro y ordena sus materiales en términos metafóricos, un novelista en
imágenes cuya rapidez de reflejos causa asombro y desconcierto por sus
asociaciones visuales. Nunca cae en la tentación de destripar el libro, sino
que entabla un diálogo con él, lo arropa y embellece. Cada cubierta de Gil,
alérgico a la rutina, es un pequeño relato gráfico de misterio, de ironía, de
desasosiego, de miedo.
Su obra es una feliz conjunción de rigor y libertad, de austeridad y
delirio. En ocasiones permite que aflore a la superficie una vertiente loca
y onírica, y puebla sus alucinaciones con mariposas de letras, libros de
madera, grifos de agua corriente de los que mana un chorro de tinta china
o una barra de pan pintada de color rojo. Aquí tiene cabida su enorme
libertad de registros, entre los que se cuentan los juegos de texturas con
los papeles rotos, el cartonaje industrial, la oxidación y el hielo, flores
hechas con papeles de periódicos o periódicos compuestos por pétalos
de flores. La tipografía, entonces, adquiere rotundidad y dinamismo; las
letras del alfabeto crecen, se estiran, doblan las rodillas o se recrudecen en
función de las necesidades expresivas de cada instante.
Hay muchos maniquíes en las composiciones de Gil, muchas
manos de maniquíes, manos cortadas o acaricantes, guantes con los dedos
entrelazados o crispados como garras, igual que si echasen un pulso con
la desgracia. Y ojos, también abundan los ojos, una enciclopedia óptica de
pupilas desorbitadas como en esa pesadilla inolvidable de un vaso de agua
en la mesilla de noche cuyo interior aloja un ojo de cristal, pavorosamente
abierto, que es una de las mejores definiciones que conozco del insomnio.
Música en los dedos
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Daniel Gil
Peter Handke es una pared carcomida, de tacto rugoso. Joseph
Conrad es un tajo vertical, como en los lienzos de Lucio Fontana, a través
del cual se adivina algo, algo enigmático e innombrable, acaso atroz,
quizá la palpitación («El horror, el horror») de un corazón en tinieblas.
Todos los rostros de Daniel Gil terminan componiendo un solo
rostro: su propio autorretrato. Daniel Gil es la cultura y la selva, el
viaje y la metamorfosis, Alemania y Bagdad. Su maestría desborda
la etiqueta de anónimo artesano del diseño gráfico para elevarse a la
categoría de artista con música en los dedos, un pianista de imágenes, un
explorador insaciable de emociones culturales aceleradas que el tiempo
va agigantando, y para mí, y para tantos otros viajeros agradecidos,
empecinadamente enamorados de la letra impresa, el mejor guía posible
para arrojarnos sin red al vértigo de la lectura.
Eloy Tizón / Escritor