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3. LA PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LOS
TERRITORIOS CRISTIANOS EN EL SIGLO VIII
1. La oposición a Rodrigo y la liquidación del poder visigodo.
2. La resistencia en el Noroeste Peninsular
2.1. Pelayo y la batalla de Covadonga
2.2. Los sucesores de Pelayo
3. Los orígenes del reino de Pamplona
4. La resistencia en los Pirineos
4.1. Visigodos, francos y musulmanes en Septimania
4.2. La creación de la Marca Hispánica
5. La revuelta beréber y la población dispersa de la cuenca del Duero.
6. Continuidades y rupturas respecto a la Hispania visigoda
6.1. Población, sociedad y economía
6.2. La reestructuración de la Iglesia peninsular y la cuestión adopcionista.
1. LA OPOSICIÓN A RODRIGO Y LA LIQUIDACIÓN DEL
PODER VISIGODO
A la muerte de Vitiza, que había sido ungido rey y asociado a su padre,
Égica, no pudo repetirse el mismo sistema sucesorio, pues Rodrigo se apoderó
del trono a instancias de los potentes del reino, según la Crónica mozárabe del
754. Ello impedía a los hijos de Vitiza heredar el reino, junto con una gran
fortuna territorial, ya que el monarca era el mayor propietario de tierras y
hombres dependientes del reino, lo que se unía al tesoro público, que no estaba
separado de su fortuna privada. Esto produjo una fragmentación de la
estructura política del reino visigodo, que facilitó su destrucción. Como es
lógico, se desencadenó una guerra civil entre los partidarios de los hijos de
Vitiza, Agila y Ardo (o Ardabasto), y los de Rodrigo. Los primeros pactaron
con el gobernador de Ifriqiya y el califa de Damasco, y abandonaron a Rodrigo
en la primera batalla que este sostuvo contra los musulmanes. Ls fuentes no se
ponen de acuerdo sobre quiénes fueron reyes a partir de aquel momento ni
sobre los años de duración de sus reinados: unas reducen el reinado de Rodrigo
a un año, situado la invasión entre el 711-712, otras dicen que Rodrigo gobernó
tres años y sitúan la invasión en el 714, y la continuación del Latérculo de los reyes
godos procedente del monasterio de Ripoll (escrita en el 828) suprime
directamente a Rodrigo de la serie de los reyes godos para mencionar a Agila
durante tres años y a Ardo con siete, personajes que aparecen también en las
monedas acuñadas en Tarragona y Narbona antes de la llegada de los
musulmanes.
Frente a Rodrigo, Agila y Ardo habrían pactado con los musulmanes la
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conservación de sus bienes patrimoniales a cambio de hacerse tributarios del
califa omeya de Damasco. Durante el siglo VIII, Ardo o Ardabasto fue la
máxima autoridad reconocida por los árabes sobre la población cristiana,
residía en Córdoba con la dignidad de conde (comes), y era el encargado de
recoger los tributos en su nombre. También se menciona la actividad de
Oppas, hermano de Vitiza, en la zona de Toledo. En 719, la Hispanio Citerior
(es decir, la Tarraconense), ya pagaba sus tributos al gobernador al-Samh, que
se dirigió contra la Septimania goda, concretamente contra Narbona y Tolosa,
que ya habrían caído hacia el 720. La Crónica profética nos habla de la guerra de
siete años que enfrentó a godos y musulmanes después de la derrota de
Rodrigo, de los pactos hechos finalmente entre ellos, que obligaron a los godos
a desmantelar o abandonar las ciudades, retirándose a vivir en castillos y aldeas,
eligiendo comites que hicieran cumplir los pactos y la tributación impuesta, y
del sometimiento de la población cristiana que quedó en las ciudades, que
quedarían como dhimmíes (protegidos o tributarios).
2. LA RESISTENCIA EN EL NOROESTE PENINSULAR
Las sociedades que habitaban las montañas y el litoral cantábricos y la
cordillera pirenaica, protagonistas de la resistencia frente al Islam,
experimentaron importantes transformaciones sociales durante este periodo.
La implantación de las villas romanas como lugar de producción en la zona
asturiana y la evolución de los sistemas de propiedad entre los mismos astures
permitieron una nueva diferenciación social extraña a sistema tribal, y crearon
un grupo de terratenientes. La expansión agrícola se combina con las
expediciones de botín para crear una aristocracia terrateniente y militar, que
será la que se oponga a los musulmanes.
2.1.Pelayo y la batalla de Covadonga
El primer núcleo de resistencia norteño se organizó en torno a la célebre
plaza fuerte de Amaya, situada al norte de la provincia de Burgos, cercana ya a
la de Palencia, aunque ante la escasez de víveres los refugiados tuvieron que
rendirse al invasor (712). Por su parte, Musa ibn Nusayr llegó en 714 hasta
León, Astorga, Lugo y la Gallaecia, donde dejaría un gobernador instalado en
Gijón. Barbero y Mínguez sostienen que las rutas y campañas seguidas por los
musulmanes hacia el Norte no sobrepasaron los puntos de penetración
romano-visigoda en los mismos territorios y utilizaron sus vías de transporte.
La ocupación de las ciudades y el aprovechamiento de la administración
visigoda fueron dos de los soportes básicos para la organizión del poder
islámico. En las zonas menos urbanizadas se limitaron a imponer sus tributos y
3
a asentar guarniciones en puntos estratégicos de pasos de montañas, etc.
Se barajan diferentes hipótesis sobre los orígenes de Pelayo (718-737),
que pudo ser cántabro o visigodo, probablemente de alguna familia de grandes
propietarios con intereses en la zona oriental de Asturias. Encontramos dos
tradiciones, una local sin influencias godas: según la Crónica Albeldense, Pelayo
se encontraba ya en Asturias antes de la invasión musulmana, pues habría sido
expulsado de Toledo por el rey Vitiza; según la Rotense, había sido spatarius de
Vitiza y de Rodrigo pero se había refugiado en Asturias después de la invasión.
Los astures, reiunidos en asamblea, le habrían proclamado su caudillo, quiza con
el título de dux. Otra tradición hace de Pelayo un noble godo de sangre real
refugiado en Asturias a causa de la invasión musulmana, elegido príncipe por la
nobleza goda, que restaura así el poder visigodo. Para la Ovetense, Pelayo es hijo
del dux Favila, de sangre real, y se refugió en Asturias con los magnates godos,
versión de los pleitos dinásticos entre los visigodos que se amplía en otras
crónicas. Finalmente, prevalecería la segunda versión, que se transmite a lo largo
de la Edad Media. En cualquier caso, su prestigio sustenta las redes de
alianzas que se forman en su entorno, y ello explica que el caudillaje astur se
perpetúe en su estirpe, a veces por línea masculina y otras por línea
femenina.
Las autoridades cordobesas pensaron reducir la resistencia asturiana con
una expedición punitiva al mando de ‘Anbasa, valí de Al-Andalus (721-726).
Los enfrentamientos empujaron a Pelayo y sus hombres hacia los Picos de
Europa, siendo perseguidos hasta alli por una parte del ejército musulmán. Allí
tuvo lugar hacia el 722 la derrtoa de los musulmanes en Covadonga,
escaramuza entre la Cova Dominica (Covadonga) y el valle colindante, que
sería magnificada por las fuentes cristianas mientras que apenas se menciona
en las árabes hasta un periodo muy tardío, cuando el mito ya se había
consagrado. El encuentro se interpretó como una señal de la protección divina
para la causa cristiana, siendo tenido desde entonces dicho lugar como el
símbolo de la independencia hispana frente al invasor. Sin lugar a dudas el
alcance militar del encuentro debió de ser limitado, estribando el valor del
mismo en el posterior significado religioso-político que se le atribuyó. Las
crónicas cristianas no vuelven a mencionar hechos militares de Pelayo,
limitándose únicamente a indicarnos que murió en el año 737. A su muerte
quedaba organizada la resistencia activa de un grupo de cristianos cuya
extensión y número de personas debieron de ser reducidos, pues los
musulmanes no mostraron la más minima inquietud a! respecto.
4
El otro núcleo de resistencia se encontraba en la zona de Amaya y desde
el alto Ebro hacia el norte, es decir, lo que se ha conocido como el ducado de
Cantabria, con Pedro, dux de Cantabria a su frente. El matrimonio de
Ermesinda, hija de Pelayo, con Alfonso, hijo de Pedro supuso la unión de los
dos núcleos de resistencia.
2.2. Los sucesores de Pelayo
La unión de los grupos de resistencia de Asturias y Cantabria y la
consolidación del reino se conseguirían bajo Alfonso I (739-757), según las
crónicas hijo del duque de Cantabria, Pedro, indicándonos además la Crónica
de Alfonso III que descendía "de la familia de Leovigildo y Recaredo",
justificando así el entronque de la realeza astur con la visigoda. Durante este
periodo se procede a una expansión de las fronteras astures desde el núcleo
originario de Cangas de Onís, hacia occidente por la Galicia costera, y hacia el
este hacia la Liébana, Asturias de Santillana, y por el sur hacia la primitiva
Castilla y el territorio alavés. La acción de repoblar (populare) estas tierras se
interpreta actualmente como un intento de organizar social y económicamente,
incluyendo el asentamiento de grupos de población norteña, las tierras
afectadas. Y ello no sin resistencias, pues hubo rebeliones de galaicos y
vascones mencionadas por las crónicas del siglo IX. A la vez, se emprenden
incursiones de botín contra las antiguas fortalezas fronterizas y las poblaciones
de la cuenca del Duero, aprovechando el repliegue de los contingentes
beréberes que atacaron Córdoba y Toledo (ver más adelante), pero esta zona
no será repoblada todavía. De este modo, cuando Alfonso I muere (757), el
reino astur había salido de su reducido núcleo inicial y se extendía por
Galicia. Asturias, Santander y norte de Palencia y Burgos.
Con los inmediatos sucesores de Alfonso I –su hijo Fruela I, Aurelio,
Silo, Mauregato y Vermudo I-, la empresa expansiva del reino astur va a sufrir
un freno espacial, pero a cambio se va a producir una estabilización de la
frontera. A cambio, pervivía la inestabilidad interna: Aurelio debió hcer
frente a una rebelión de libertos o servi, que muestra la fragmentación del
sistema de grandes propiedades de época visigoda; por otra parte, hasta
Silo y Mauregato no se logró terminar con las rebeliones periféricas de
galaicos y vascones. La cuestión sucesoria ocupa amplio espacio en las
crónicas del momento: el enfrentamiento entre Fruela y su hermano
Vimara, que culminó con el asesinato de ambos y lo que hubiera sido
una minoría, se saldó con le coronación de un tercer personaje, Aurelio,
primo de éstos. A su muerte fue sucedido por el marido de la hija de
Alfonso I, Adosinda, el aristócrata Silo. Silo, quien probablemente estaba
5
vinculado por vía materna con algún jefe árabe, consiguió alcanzar un
periodo de tregua con los musulmanes, y trasladó la sede regia a Pravia.
Como no tenía descendientes, asoció al trono a Alfonso, hijo de Fruela I,
como comes palatii. Sin embargo Mauregato, hijo de una segunda mujer de
origen servil de Alfonso I, reclamó sus derechos, con el apoyo del clero,
y a su muerte otro candidato, Vermudo, hermano de Aurelio, consiguió
triunfar una vez más sobre Alfonso II. La candidatura de Vermudo I venía
a continuar la política de sumisión del reino astur al poderío musulmán. Subió
al trono en el mismo año en que lo hizo en Córdoba el nuevo y fanático emir
Hisham I (788). quien renovó los ataques contra el reino astur con el animo
de hacerlo desaparecer totalmente. Con este propósito, en el ano 791 organizó
una doble expedición contra el reino. Una parte del ejército se dirigió hacia la
región de Álava y otra se encamino hacia Galicia, donde los astures fueron
derrotados cerca de la actual Villafranca del Bierzo. Destronado, quizá a causa
de este enfrentamiento, Vermudo entró en la vida monástica.
La explicación de los derechos legítimos de todos estos personajes aparece
en el denominado “testamento de Oviedo” de Alfonso II, una donación a la
iglesia de Oviedo de 812: lo fundamental es la relación con Pelayo, fuera por
vía masculina o femenina, siendo las mujeres la vía por la cual se configuraban
los equilibrios y acuerdos políticos entre los astures. Otros pretendientes al
trono de la línea de Fruela solo podían alegar su vinculación con Alfonso I,
que ni siquiera aparece mencionado en el documento.
3. LOS ORÍGENES DEL REINO DE PAMPLONA
Los vascones tenían en la guarnición militar de Pamplona el principal foco
de romanización de la región, y fue allí donde se instalaron también los
visigodos, pues su control era clave para mantener el dominio sobre los pasos
del Pirineo. Alrededor de ella, el territorio se distribuía en zonas de influencia
controladas por jefes de origen tribal. La capitulación de la guarnición visigoda
ante los musulmanes en torno al 718 no eliminó la resistencia en los grupos
vecinos, que no se sometieron. Así, Pamplona tuvo que ser sometida de nuevo
en el año 735, y seis años más tarde Uqba tuvo que volver a restablecer el
orden. Al producirse la revuelta bereber, la guarnición se retira y Pamplona
queda a merced de los grupos indígenas que dominaban las zonas rurales.
Puestos a elegir, estos jefes prefirieron aliarse a los musulmanes antes que con
los carolingios, y se pactó la entrega de rehenes y el pago de tributos. Parte de
la población comienza a convertirse, y a participar en las luchas internas entre
los gobernadores musulmanes de la Marca Superior y los emires cordobeses,
como es el caso del primer antepasado mencionado de los Banu Qasi, Musa
6
ibn Furtun, presunto nieto del conde Casio. La familia es mencionada un par
de veces más con motivo de enfrentamientos en Zaragoza, Huesca y
Pamplona, pero ninguna de ellas es terminante en cuanto a su estatuto
concreto en la zona, aparte de su condición de muladíes. Estos muladíes
debieron ser importantes en la frontera como intermediarios entre la población
y sus conquistadores, ocupando cargos intermedios. La consecuencia más
importante de estos enfrentamientos en la frontera sería la ocupación de la
fortificación (hisn) de Tudela por ‘Amrus, antiguo gobernador de Toledo
instalado en la Marca Superior, que se enfrentó a los Banu Qasi. Desde
Zaragoza, encomendó el gobierno de Huesca a uno de sus hijos, y Tudela a
otro, que la pobló y reforzó hasta ser uno de los principales centros urbanos de
la zona.
La derrota musulmana de Poitiers supone el inicio de la rebelión
vascona (732), que pronto, gracias a la rebelión beréber (740), es punto de
partida de nuevas sublevaciones pamplonesas. Un segundo periodo, de
dominio franco, empieza con la entrada de Carlomagno en Pamplona (778)
de paso hacia Zaragoza. Tras la derrota franca de Roncesvalles (778), se
procede a la definitiva expulsión de los musulmanes de Pamplona gracias al
gascón Velasco.
4. LA RESISTENCIA EN LOS PIRINEOS
4.1.Visigodos, francos y musulmanes en la Tarraconense y Septimania
Durante el siglo VIII, los valles pirenaicos se convierten en el lugar de
paso de las expediciones musulmanas hacia el sur de Francia, mientras se
produce un éxodo hispano-godo hacia la Septimania. El territorio entre
Narbona y Tortosa había quedado ocupado por los musulmanes, con un
valí al frente situado en Narbona, pero el territorio circundante tenía
fidelidades divididas entre visigodos, francos y musulmanes. El alejamiento
de Córdoba provocaba frecuentes revueltas, incluso por parte de
personajes musulmanes, como el bereber Munuza, valí de Narbona,
levantado contra Córdoba en 731. Unos años más tarde Narbona fue
sitiada por una coalición de visigodos y francos durante siete años, hasta
que los godos narboneses ofrecieron capitular obligados por el hambre
(759). Los Anales de Aniana reproducen el juramento, por el que los francos
se obligaban a permitir a los visigodos conservar sus bienes, leyes,
costumbres y a su conde, Milón, que fue restaurado y todavía gobernadba
en el 782.
En el 752, los condes y iudices visigodos de Nimes, Magalona, Agdé y
Beziers, teniendo en cuenta la proximidad de los francos y la distancia del
7
poder cordobés, se negaron a reconocera este último y juraron obediencia
a Pipino el Breve, en términos parecidos a los de Narbona. La decisión no
fue ni mucho menos unánime por lo que el conde Ansemundo de Nîmes
fue asesinado por la facción antifranca de la ciudad, aunque acto seguido
Pipino nombró a un gobernador franco, el conde Radulfo. Las conquistas
francas continuaron por el Rosellón, Aquitania, Tolosa, de forma que
cuando murió Pipino el Breve en 768, había restaurado la antigua frontera
romana entre Hispania y la Galia.
Aprovechando la subida al emirato de ‘Abd al-Rahman I y la difícil
situación interna, Sulayman ibn al-‘Arabi, valí de Barcelona-Gerona,
apoyado por autoridades de Huesca y Zaragoza, se presentó en la asamblea
reunida en Paderborn (777) para solicitar ayuda a Carlomagno a cambio de
la sumisión de las ciudades de su circunscripción. El rey atravesó entonces
los Pirineos con un gran ejército al que se unieron los rebeldes, camino de
Zaragoza. Dado que esta ciudad no se le había prometido, fue imposible
tomarla por la diplomacia ni las armas y, tras destruir Pamplona, tuvo que
volver con su ejército por el camino navarro ante las noticias de la rebelión
de los sajones. Allí fue atacado por los vascones, que disgregaron el ejército
y mataron a algunos de sus líderes, como el senescal Egiardo, el conde
palatino Anselmo y el prefecto de la marca de Bretaña, entre otros. Esta
derrota pasaría a la historia como la batalla de Roncesvalles.
4.2. La creación de la Marca Hispánica
A pesar del fracaso inicial, la incursión tuvo su efecto en el área
pirenaica, pues acentuó las relaciones a ambos lados de los Pirineos. Se
observa un movimiento migratorio de hispanogodos que habían apoyado a
los francos en dirección a Septimania, donde se les ofrecían condiciones
muy generosas, probablemente para evitar represalias. Mientras, los valíes
de las ciudades de la Marca Superior se enfrentaban entre ellos, con el
apoyo del emir cordobés a algunas de las facciones.El mismo ‘Abd al-
Rahman I dirigió una expedición de castigo contra Zaragoza (781), que
llegó a recuperar toda la zona comprendida entre Pamplona y la Cerdaña,
incluyendo los dominios de los Velasco, e incluso llegó a territorios
vascones. El valí de Zaragoza volvió a levantarse un año después, y el emir
ordenó ejecutarle. Su hijo y los muladíes partidarios del emir continuaron
luchando en lazona durante varios años.
En Gerona, temerosos de las expediciones emitrales y atraídos sin duda
por las condiciones ofrecidas por los francos en Septimania,se decidió
8
rendir la ciudad a estos últimos en 785, según el Cronicón de la abadía de
Moissac y los Anales Barcinonenses. A partir de esa fecha el franco Rostany
(Rodestagnus), vasallo personal de Carlomagno, aparece ostentando el
cargo de conde. Le siguió en poco tiempo la zona circundante, con lo que
para el 789 eran ya francos los territorios del Besalú, el Ampurdán, Urgel y
Cerdaña, y Pallars y Ribagorza se pusieron bajo la protección de los condes
de Tolosa, adonde llegaba la embajada del valí de Huesca cargada de
regalos para Luis el Piadoso. Rostany de Gerona fortificó todo el territorio
de Gerona-Besalú y se ocupó de su defensa durante las incursiones de los
siguientes años.
El sucesor de ‘Abd al-Rahman I, Hisham I, decidido a eliminar l
resistencia de Zaragoza, envió una primera campaña en 791, y desde allí
planeó una nueva campaña hacia el norte para recuperar las posiciones
genadas por los francos. Las tropas lideradas por ‘Abd al-Malik asediaron
primero Gerona con máquinas de guerra, derribando las murallas, y
saqueando los campos, se dirigieron a Narbona, donde obtuvieron un
considerable botín, y continuaron hasta prácticamente Carcasona, donde
fueron derrotados por Guillermo de Tolosa, primo de Carlomagno. A su
vuelta destruyeron también la ciudad de Urgel. Mientras, hubo otra serie de
incursiones marítimas de los musulmanes contra las islas Baleares y contra
localidades de la costa francesa.
La reacción de Carlomagno fue la creación de un distrito fronterizo
(marca) alsur de los Pirineos para proteger a los aquitanos y narboneses de
futuras ofensivas musulmanas. La frontera se situaría idealmente en el
Ebro, con Tortosa, que cubría el río y la costa, y Zaragoza, como plazas
fuertes. Pero para ello había que conquistarlas. En 797, una nueva
embajada llega a Aquisgrán procedente de Barcelona para pedir ayuda
contra el emir de Córdoba. Aprovechando la ocasión, Carlomagno envió a
su hijo Luis, a quien había proclamado rey de Aquitania para controlar toda
la zona sur de sus dominios, a que hiciera varias incursiones al sur de los
Pirineos. Mientras, Bahlul ibn Marzuq se apoderaba de Zaragoza y Huesca
y enviaba una embajada a la corte de Tolosa prometiendo su sumisión.
Preparando la expansión, Luis ordenó al conde Borrell de Urgel y Cerdaña,
probablemente hispanogodo, que fortificara Osona, Cardona y Caserres,
consiguió el apoyo de los baleares. Carlomagno recibía a su vez las llaves
de Huesca.
Con todo preparado, se procedió a sitiar Barcelona, que sería
conquistada por los francos en el 801. La importancia que se le atribuyó a
esta victoria aparece reflejada en el Poema de Luis el Piadoso de Ermoldo el
9
Negro y en la Vita Hludovici (Vida de Luis el Piadoso) del Astrónomo,
además de los anales ya mencionados. El ataque a la ciudad se decidió en la
asamblea de Tolosa, pero también tuvo la última palabra Carlomagno,
Según la Vita, el ejército se dividió en tres columnas, una de reserva situada
en el Rosellón, bajo el mando del rey de Aquitania; la que sitió Barcelona
propiamente, dirigida por el conde Rostany (Rodestagnus) de Gerona, y
una tercera que cubría el camino que comunicaba Córdoba con Zaragoza,
Lérida y Barcelona, bajo el mando conjunto de Guillermo de Tolosa y el
conde Ademar de Narbona. Cuando frenaron a los cordobeses a la altura
de Zaragoza, este último grupo pasó a incorporarse al bloqueo. El rey Luis
se presentó en el sitio unos dos meses antes de la capitulación, pactada por
los visigodos habitantes de la ciudad sin tenenr en cuenta a la guarnición
musulmana. Hay diferencias de opinión sobre la fecha exacta en la que se
produjo dicha capitulación, pero parece que la empresa se desarrolló entre
el 800 (asamblea de Tolosa) y la primavera de 801. Bera I, hijo de
Guillermo de Tolosa, que había participado en la conquista, recibió la
jurisdicción condal sobre el territorio barcelonés.
Con esto se consagra la costumbre de una elite franca a la cabeza de los
nuevos condados de la Marca Hispánica. A principios del siglo IX, en los
Pirineos se encuentran seis unidades administrativas dependientes de los
francos: los condados de Pallars-Ribagorza, Cerdaña-Urgel, el condado de
Ampurias junto con el pagus de Peralada, el condado de Gerona con el
pagus de Besalú, y Barcelona con los pagi del Maresme, el Vallés, el
Llobregat y el Penedés. Religiosamente, la zona se dividió en las diócesis de
Barcelona, Gerona, Elna y Urgel.
5. LA REVUELTA BERÉBER Y LA POBLACIÓN DISPERSA
DE LA CUENCA DEL DUERO.
Durante el califato de Hisham ibn ‘Abd al-Malik en Damasco (724-
743), se produjo en el Magreb la denominada rebelión de los bereberes. Se
combinaron varios factores: la opresión y los impuestos que exigían los
gobernadores del Magreb, el desigual trato en la campañas de botín, la
displicencia que demostraban los árabes descendientes de orientales respecto a
los oriundos del Magreb, y segúnla Crónica de 754, también la crueldad de los
jueces. La actuación de los revolucionarios jariyíes procedentes de oriente, que
comenzaron a llegar al Magreb en torno al 720 predicando una sociedad
igualitaria, fue determinante en el surgimiento de focos de jariyíes entre las
tribus bereberes. El nombramiento de un nuevo gobernador en Kairawan,
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Ubayd Allah ibn al-Habhab, y sus subordinados para Córdoba y Tánger, que
volvieron a aplicar nuevas tributaciones, provocó un levantamiento general
aprovechando la partida de tropas para Sicilia, y así los bereberes se alzaron
con Maysara a la cabeza a fines de 739 o comienzos de 740. Durante el
conflicto, llegaron a proclamar a un califa bereber.
En al-Andalus, la situación fue similar, e incluso comenzó antes, pues
en 732 ya existe una revuelta de bereberes liderados por Munuza en el
territorio de la Cerdaña, contra el gobernador al-Gafiqi.Cuando llegaron
noticias de la revuelta del Magreb, se enviaron columnas bereberes contra
Toledo y Córdoba, y una tercera hacia el Estrecho. La situación empeoró
cuando el ejército sirio enviado a Ifriqiya fue aislado en Ceuta y decidió cruzar
el estrecho, suponiendo un refuerzo militar frente a los bereberes de al-
Andalus, instalándose definitivamente en la Península.
El impacto de la rebelión bereber en las zonas más septentrionales de
al-Andalus, especialmente en la Meseta y las áreas montañosas, fue importante.
Según la Crónica de Alfonso III, mientras que los rebeldes se enfrentaban a
Córdoba, Alfonso I aprovechó para lanzar sus campañas contra Gallaecia y la
cuenca del Duero –León, Astorga y Tierra de Campos, según la Albeldense-,
expulsando de allí a los árabes, liquidándose así su influencia. A ello se añadió,
según los Ajbar maŷmu‘a, la vuelta al cristianismo de los recientes conversos y el
freno a la tributación pagada a los musulmanes. Los beréberes dejarían
abandonadas algunas de las tierras que se les habían asignado previamente
debido a esta guerra. Además, el hambre asoló la Meseta en la década del 750,
con lo que el panorama posterior es, no ya de “desierto estratégico”, como
propugnara Sánchez Albornoz, sino de poblaciones dispersas con autoridades
locales que reconocen una autoridad superior cristiana o musulmana según los
avatares de la frontera y de las incursiones militares. La arqueología ha
confirmado la existencia de esste tipo de población, con diferentes grados de
islamización según las zonas.
6. CONTINUIDADES Y RUPTURAS RESPECTO A LA
HISPANIA VISIGODA
6.1.Población, sociedad y economía
En Hispania, la arqueología ha mostrado como las villae en cuanto que
articuladoras de territorio y producción perduraron hasta la invasión islámica,
probablemente en relación con el peso que tenía la aristocracia terrateniente
visigoda en muchos sectores de la Península. La permanencia y la
transformación de estas villas se dejará sentir durante todo el primer siglo de al-
11
Andalus y los poderes cristianos del norte, al menos. La propia monarquía
visigoda mantuvo la posesión de villas en zonas de la cuenca del Duero, y
algunas de ellas pasaron a ser posteriormente aldeas o centros monásticos.
Otros edificios, como la villa de Pla del Nadal (Riba Roja del Turia, Valencia)
se relacionan con nobles visigodos que pactaron con los musulmanes, como
Teodomiro. Hay que recordar que los pactos posibilitarían que los grandes
propietarios mantuvieran sus propiedades, y en las zonas más romanizadas,
como la Marca Superior o en las zonas sometidas solo a tributos, la propiedad
no tuvo que cambiar demasiado en los primeros años de la conquista.
Por otra parte, se aprecia el aumento de los asentamientos de población en
altura, protegidos por antiguos castros que se reconstruyen y fortifican, o en
antiguas fortificaciones romanas reaprovechadas. También algunas
comunidades rurales sienten la necesidad de protegerse, y sus asentamientos
pasan a zonas más elevadas. El fenómeno revista especial importancia en la
Meseta Norte, donde aumenta el abandono de ciudades y se localizan en
cambio muchas fortificaciones que estarían dominadas por los señores locales,
que rendían pleitesía y pagaban tributos a los musulmanes, pero que eran hasta
cierto punto independientes. Se ha detectado también la ocupación de
numerosas cuevas, especialmente en la Cordillera Cantábrica, La Rioja,
Cataluña y Navarra, donde además de viviendas se localizan iglesias rupestres.
Las razones de esta ocupación pueden ser variadas: desde la inestabilidad
política y la necesidad de protección a la práctica del eremitismo, pasando por
refugios ganaderos para el pastoreo trashumante.
Finalmente, el desarrollo de las aldeas campesinas al norte de la Península
se remonta al siglo VI, con construcciones en madera y barro a veces con
zócalos de piedra y pequeños santuarios que a veces cuentan con su necrópolis.
Muchos de estos yacimientos se abandonan o transforman a mediados del siglo
VIII, en paralelo con las transformaciones sociales potenciadas por la
islamización, por un lado, y debido a la reestructuración de los núcleos de
población en los reinos del norte de la Península, combinándose con
fenómenos como el encastillamiento que ya hemos mencionado. En Asturias y
Galicia, se observa una estrecha relación entre los castros de época romana y el
surgimiento de una o varias aldeas a sus pies, intensificándose la producción
agrícola, sobre todo de cereales. Lo mismo ocurre en la zona alavesa, donde la
red aldeana se forma durante el siglo VIII, catalana, donde se aprovechan
castros íberos, y navarra. Con el surgimiento de estas comunidades de aldea, el
aprovechamiento de los suelos pasa a ser en muchos casos comunal. Las
iglesias de estos núcleos pasan a tener un papel muy importante en la
estructuración del poblamiento y los tributos campesinos, y su fundación por
12
los poderes locales reflejan la diferenciación social de los grupos. En muchos
casos, las “iglesias propias” fundadas por una familia determinada se
conviuerten también en sus panteones; en otros casos son fundadas por los
propios vecinos del lugar.
En Cataluña también se desarrolla un poblamiento disperso, antecedente
de las masías, que tenía su origen en el mansus romano, y que continúa hasta
época carolingia.
En todos los sectores fronterizos se aprecia también la construcción de
torres de vigilancia y refugio que con el tiempo pudieron desarrollarse hasta
convertirse en verdaderos núcleos fortificados, en relación con la consolidación
y la primera expansión del reino astur, por ejemplo Peñaferruz en Gijón o
Camargo (Cantabria), o con la protección de los pasos pirenaicos por los
carolingios.
6.2. La reestructuración de la Iglesia peninsular y la cuestión
adopcionista
Las primeras evoluciones surgidas del contacto con los musulmanes,
que obligan a la redefinición de los cristianos y a la aclaración de sus prácticas
religiosas aparecen en la praxis con la epístola de Evancio de Toledo (hacia
737) sobre las prácticas de pureza de los musulmanes, muy poco después de la
invasión. En el dominio teórico, el mayor enfrentamiento es la querella del
adopcionismo, cuyos orígenes han sido explicados de muy diversas maneras,
pero que a la larga supuso el distanciamiento a finales del siglo VIII de las
diócesis del norte peninsular del Primado de Toledo. El arzobispo Elipando de
Toledo y el obispo Félix de Urgel trataron de explicar a sus fieles y a los
musulmanes de su diócesis de forma racional y sencilla el dogma trinitario.
Proponía que, en cuanto a lo divino, Cristo es naturalmente hijo del Padre; en
cuanto hombre, proviene de la Virgen sin participación de hombre, ni
propiamente del Padre, es decir, tiene una filiación distinta que se puede definir
como la adopción, pueto que como hombre no es hijo de Dios Padre de una
manera natural, sino por la gracia divina. Eso no quiere decir que sea una
persona distinta. Esta cuestión afectaba a la redención y a la persona de María
como Madre de Dios: Elipando no negaba que la redención se hubiera
producido, pero defendía que Cristo solo había sido crucificado como hombre;
igualmente, solo como hombre era hijo de la Virgen María. La unidad de la
persona era lo que causaba que la parte divina participara de estas dos
realidades. Beato, monje en un monasterio de la Liébana, y el obispo Eterio de
Osma respondieron a la teología predicada por Elipando en torno a 785, y son
respondidos personalmente por el arzobispo, cabeza de la Iglesia hispana, y por
13
otro abad asturiano, Fidel, sorprendidos de que un monje de un monasterio tan
apartado se atreviese a poner en duda las enseñanzas del Primado. El debate
continuó así, hasta llegar a la Iglesia franca.
Es evidente que las diócesis andalusíes, incluida la provincia
Tarraconense, que llegaba hasta Urgel, mantuvieron su obediencia a Toledo,
mientras que la intervención del clero carolingio en favor de las diócesis del
norte de la Península favoreció el que éstas se alinearan en la órbita de la
reforma carolingia. Las quejas del arzobispo Elipando, como Primado de
Toledo, manifiestan que, ante la primacía jerárquica del primado toledano, es
Beato de Liébana quien franquea los límites, en contra de cómo se reescribiría
la historia de esta controversia después de la romanización final de la Iglesia
hispana en el siglo XI.
Con el concilio de Frankfurt (794) se produce un primer
“extrañamiento” del cristianismo hispano, a partir de su teología, su rito y sus
prácticas, de las corrientes reinantes en la iglesia altomedieval europea. Aunque
la autoridad central del papa no parece excluirse en ningún momento, se
observa una ruptura de vínculos directos de la Iglesia andalusí con la Iglesia
asturiana y la catalana, situadas en la órbita carolingia y romana.
FUENTES
Crónicas: Libros en los que se narran los hechos históricos con sucesión de
tiempos. Se agrupan ordinariamente por reinados.
Crónica de Albelda.—llamada así porque apareció dicho manuscrito en el
monasterio riojano del mismo nombre. Autor: desconocido. Se atribuye a
Dulcidio, presbítero toledano relacionado con Alfonso III. Incluye sucintas
biografías de los reyes godos de Asturias, León y Navarra, hasta el año
883, con adiciones posteriores hasta el siglo XIII.
Crónica de Alfonso III.—Autor: doble redacción. Una más sencilla y tosca
(Alfonso III?), y otra más pulcra y literaria (clérigo mozárabe?). Contenido:
desde los últimos tiempos de la monarquía visigoda hasta la muerte de
Ordoño I (866).
Genealogías de Meya o Códice de Roda.—Este Códice apareció en el monasterio
leridano de Santa María de Meya. Contenido: noticias de los primeros
tiempos del reino de Navarra y los condados de Aragón, Sobrarbe y
Ribagorza.
Gesta Comitum Barcínonensium.—Autor: escrita por monjes de Ripoll durante
los siglos XII y XIII. Contenido: historia de los condes de Barcelona, desde
Vifredo el Velloso hasta la muerte de Jaime I, en su primera redacción.
14
Otras crónicas narran la conquista de la Península con un matiz más
providencial: la Crónica profética, basada en una profecía de Ezequiel cuya
interpretación indicaba que la dominación musulmana acabaria en el año
883, contiene noticias sobre los árabes y la genealogía de sus caudillos.
Por su parte, la Crónica mozárabe de 754 fue escrita en el SE de la
Península, y narra la decadencia del reino visigodo y la aparición de los
árabes en Oriente, la conquista de Hispania y los primeros años de
dominación, hasta el 754.
En cuanto a las crónicas árabes, destacan las siguientes:
Ibn al-Qutiyya al-Qurtubi (m. 367 H./977), Ta'rij iftitah al-Andalus, conocida
como la Historia de Ibn al-Qutiyya, es decir, del hijo de la Goda, con noticias
que abarcan desde la invasión hasta el gobierno de 'Abd al- Rahman III.
Ibn Hayyan (m. 469/1076), Al-Muqtabas min anba’ahl al-Andalus, trad. española:
Crónica de los emires al-Hakam I y ‘Abdarrahman II entre los años 796 y 847 [Al-
Muqtabis II-1], ed. M. A. Makki y F. Corriente, Zaragoza, 2001.
Ibn `Idhari (m. después de 712/1312-3), Al-Bayan al-mugrib fi ajbar al-Andalus
wa-l-Magrib. Traducido al francés, al-Bayanol-mogrib. Traduite et annotée par E.
Fagnan, Argel, 1904, 2 vols.
Otras obras tardías son las recopilaciones de noticias sobre la conquista, como
Ajbar maŷmu‘a (Colección de tradiciones), compilado en la forma que lo conocemos
alrededor del siglo XII.
Anales: A diferencia de las crónicas nos ofrecen fechas concretas y noticias
locales o regionales referidas por contemporáneos. Los caracteriza la
brevedad de las noticias.
Anales complutenses.—Contenido: noticias sobre los primeros reyes asturianos
hasta Mauregato.
Anales compostelanos.—Contenido: noticias sobre reyes astures y
asturleoneses.
Anales castellanos primeros.—Contenido: desde Mahoma hasta la batalla de
Simancas (939).
Además, contamos con numerosos anales carolingios que citan los
acontecimientos que tuvieron lugar en la zona pirenaica y en la Septimania: los
Anales de Uzès, los Anales Mettenses, los Anales de Aniano y los Anales Reales, así
como la Vita Caroli Imperatoris o biografía de Carlomagno de Eginhardo.
BIBLIOGRAFÍA
Barbero, A. y Vigil, M., La formación del feudalismo en la península ibérica, Barcelona,
15
1978.
Isla, Amancio: La Alta Edad Media. Siglos VIII-XI. Madrid: Síntesis, 2010.
Isla, Amancio: “El adopcionismo. Disidencia religiosa en la Península Ibérica
(fines del siglo VIII-principios del siglo IX)”, Clio & Crimen 1 (2004), pp. 115-
134.
Martín Duque, A., «El Reino de Pamplona», Jover Zamora, J. M.ª dir., Historia
de España Menéndez Pidal, VII 2. op. cit., pp. 87-142 y 207-266.
Mínguez Fernández, J. M.ª, Las sociedades feudales. 1. Antecedentes, formación y
expansión (siglos VI al XIII), Madrid, Editorial Nerea, col. Historia de España,
1994.
Quirós Castillo, J. A. y Bengoetxea Rementeria, B., Arqueología III. Arqueología
postclásica, Madrid, 2006.
Salrach i Mares, J. M.ª, El procés de formació nacional de Catalunya (segles VIII-IX),
Edicions 62 S.A., Barcelona, 1981, 2ª ed., vol. I.
Sarasa Sánchez, E., «El Condado de Aragón», Jover Zamora, J. M.ª dir., Historia
de España Menéndez Pidal, VII 2. op. cit., pp. 269-362.

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03_Resistencia_cristiana_siglo_VIII `PEC PARA ENTREGAR HASTA EL 18 NOVIEMBRE HACER.pdf

  • 1. 1 3. LA PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LOS TERRITORIOS CRISTIANOS EN EL SIGLO VIII 1. La oposición a Rodrigo y la liquidación del poder visigodo. 2. La resistencia en el Noroeste Peninsular 2.1. Pelayo y la batalla de Covadonga 2.2. Los sucesores de Pelayo 3. Los orígenes del reino de Pamplona 4. La resistencia en los Pirineos 4.1. Visigodos, francos y musulmanes en Septimania 4.2. La creación de la Marca Hispánica 5. La revuelta beréber y la población dispersa de la cuenca del Duero. 6. Continuidades y rupturas respecto a la Hispania visigoda 6.1. Población, sociedad y economía 6.2. La reestructuración de la Iglesia peninsular y la cuestión adopcionista. 1. LA OPOSICIÓN A RODRIGO Y LA LIQUIDACIÓN DEL PODER VISIGODO A la muerte de Vitiza, que había sido ungido rey y asociado a su padre, Égica, no pudo repetirse el mismo sistema sucesorio, pues Rodrigo se apoderó del trono a instancias de los potentes del reino, según la Crónica mozárabe del 754. Ello impedía a los hijos de Vitiza heredar el reino, junto con una gran fortuna territorial, ya que el monarca era el mayor propietario de tierras y hombres dependientes del reino, lo que se unía al tesoro público, que no estaba separado de su fortuna privada. Esto produjo una fragmentación de la estructura política del reino visigodo, que facilitó su destrucción. Como es lógico, se desencadenó una guerra civil entre los partidarios de los hijos de Vitiza, Agila y Ardo (o Ardabasto), y los de Rodrigo. Los primeros pactaron con el gobernador de Ifriqiya y el califa de Damasco, y abandonaron a Rodrigo en la primera batalla que este sostuvo contra los musulmanes. Ls fuentes no se ponen de acuerdo sobre quiénes fueron reyes a partir de aquel momento ni sobre los años de duración de sus reinados: unas reducen el reinado de Rodrigo a un año, situado la invasión entre el 711-712, otras dicen que Rodrigo gobernó tres años y sitúan la invasión en el 714, y la continuación del Latérculo de los reyes godos procedente del monasterio de Ripoll (escrita en el 828) suprime directamente a Rodrigo de la serie de los reyes godos para mencionar a Agila durante tres años y a Ardo con siete, personajes que aparecen también en las monedas acuñadas en Tarragona y Narbona antes de la llegada de los musulmanes. Frente a Rodrigo, Agila y Ardo habrían pactado con los musulmanes la
  • 2. 2 conservación de sus bienes patrimoniales a cambio de hacerse tributarios del califa omeya de Damasco. Durante el siglo VIII, Ardo o Ardabasto fue la máxima autoridad reconocida por los árabes sobre la población cristiana, residía en Córdoba con la dignidad de conde (comes), y era el encargado de recoger los tributos en su nombre. También se menciona la actividad de Oppas, hermano de Vitiza, en la zona de Toledo. En 719, la Hispanio Citerior (es decir, la Tarraconense), ya pagaba sus tributos al gobernador al-Samh, que se dirigió contra la Septimania goda, concretamente contra Narbona y Tolosa, que ya habrían caído hacia el 720. La Crónica profética nos habla de la guerra de siete años que enfrentó a godos y musulmanes después de la derrota de Rodrigo, de los pactos hechos finalmente entre ellos, que obligaron a los godos a desmantelar o abandonar las ciudades, retirándose a vivir en castillos y aldeas, eligiendo comites que hicieran cumplir los pactos y la tributación impuesta, y del sometimiento de la población cristiana que quedó en las ciudades, que quedarían como dhimmíes (protegidos o tributarios). 2. LA RESISTENCIA EN EL NOROESTE PENINSULAR Las sociedades que habitaban las montañas y el litoral cantábricos y la cordillera pirenaica, protagonistas de la resistencia frente al Islam, experimentaron importantes transformaciones sociales durante este periodo. La implantación de las villas romanas como lugar de producción en la zona asturiana y la evolución de los sistemas de propiedad entre los mismos astures permitieron una nueva diferenciación social extraña a sistema tribal, y crearon un grupo de terratenientes. La expansión agrícola se combina con las expediciones de botín para crear una aristocracia terrateniente y militar, que será la que se oponga a los musulmanes. 2.1.Pelayo y la batalla de Covadonga El primer núcleo de resistencia norteño se organizó en torno a la célebre plaza fuerte de Amaya, situada al norte de la provincia de Burgos, cercana ya a la de Palencia, aunque ante la escasez de víveres los refugiados tuvieron que rendirse al invasor (712). Por su parte, Musa ibn Nusayr llegó en 714 hasta León, Astorga, Lugo y la Gallaecia, donde dejaría un gobernador instalado en Gijón. Barbero y Mínguez sostienen que las rutas y campañas seguidas por los musulmanes hacia el Norte no sobrepasaron los puntos de penetración romano-visigoda en los mismos territorios y utilizaron sus vías de transporte. La ocupación de las ciudades y el aprovechamiento de la administración visigoda fueron dos de los soportes básicos para la organizión del poder islámico. En las zonas menos urbanizadas se limitaron a imponer sus tributos y
  • 3. 3 a asentar guarniciones en puntos estratégicos de pasos de montañas, etc. Se barajan diferentes hipótesis sobre los orígenes de Pelayo (718-737), que pudo ser cántabro o visigodo, probablemente de alguna familia de grandes propietarios con intereses en la zona oriental de Asturias. Encontramos dos tradiciones, una local sin influencias godas: según la Crónica Albeldense, Pelayo se encontraba ya en Asturias antes de la invasión musulmana, pues habría sido expulsado de Toledo por el rey Vitiza; según la Rotense, había sido spatarius de Vitiza y de Rodrigo pero se había refugiado en Asturias después de la invasión. Los astures, reiunidos en asamblea, le habrían proclamado su caudillo, quiza con el título de dux. Otra tradición hace de Pelayo un noble godo de sangre real refugiado en Asturias a causa de la invasión musulmana, elegido príncipe por la nobleza goda, que restaura así el poder visigodo. Para la Ovetense, Pelayo es hijo del dux Favila, de sangre real, y se refugió en Asturias con los magnates godos, versión de los pleitos dinásticos entre los visigodos que se amplía en otras crónicas. Finalmente, prevalecería la segunda versión, que se transmite a lo largo de la Edad Media. En cualquier caso, su prestigio sustenta las redes de alianzas que se forman en su entorno, y ello explica que el caudillaje astur se perpetúe en su estirpe, a veces por línea masculina y otras por línea femenina. Las autoridades cordobesas pensaron reducir la resistencia asturiana con una expedición punitiva al mando de ‘Anbasa, valí de Al-Andalus (721-726). Los enfrentamientos empujaron a Pelayo y sus hombres hacia los Picos de Europa, siendo perseguidos hasta alli por una parte del ejército musulmán. Allí tuvo lugar hacia el 722 la derrtoa de los musulmanes en Covadonga, escaramuza entre la Cova Dominica (Covadonga) y el valle colindante, que sería magnificada por las fuentes cristianas mientras que apenas se menciona en las árabes hasta un periodo muy tardío, cuando el mito ya se había consagrado. El encuentro se interpretó como una señal de la protección divina para la causa cristiana, siendo tenido desde entonces dicho lugar como el símbolo de la independencia hispana frente al invasor. Sin lugar a dudas el alcance militar del encuentro debió de ser limitado, estribando el valor del mismo en el posterior significado religioso-político que se le atribuyó. Las crónicas cristianas no vuelven a mencionar hechos militares de Pelayo, limitándose únicamente a indicarnos que murió en el año 737. A su muerte quedaba organizada la resistencia activa de un grupo de cristianos cuya extensión y número de personas debieron de ser reducidos, pues los musulmanes no mostraron la más minima inquietud a! respecto.
  • 4. 4 El otro núcleo de resistencia se encontraba en la zona de Amaya y desde el alto Ebro hacia el norte, es decir, lo que se ha conocido como el ducado de Cantabria, con Pedro, dux de Cantabria a su frente. El matrimonio de Ermesinda, hija de Pelayo, con Alfonso, hijo de Pedro supuso la unión de los dos núcleos de resistencia. 2.2. Los sucesores de Pelayo La unión de los grupos de resistencia de Asturias y Cantabria y la consolidación del reino se conseguirían bajo Alfonso I (739-757), según las crónicas hijo del duque de Cantabria, Pedro, indicándonos además la Crónica de Alfonso III que descendía "de la familia de Leovigildo y Recaredo", justificando así el entronque de la realeza astur con la visigoda. Durante este periodo se procede a una expansión de las fronteras astures desde el núcleo originario de Cangas de Onís, hacia occidente por la Galicia costera, y hacia el este hacia la Liébana, Asturias de Santillana, y por el sur hacia la primitiva Castilla y el territorio alavés. La acción de repoblar (populare) estas tierras se interpreta actualmente como un intento de organizar social y económicamente, incluyendo el asentamiento de grupos de población norteña, las tierras afectadas. Y ello no sin resistencias, pues hubo rebeliones de galaicos y vascones mencionadas por las crónicas del siglo IX. A la vez, se emprenden incursiones de botín contra las antiguas fortalezas fronterizas y las poblaciones de la cuenca del Duero, aprovechando el repliegue de los contingentes beréberes que atacaron Córdoba y Toledo (ver más adelante), pero esta zona no será repoblada todavía. De este modo, cuando Alfonso I muere (757), el reino astur había salido de su reducido núcleo inicial y se extendía por Galicia. Asturias, Santander y norte de Palencia y Burgos. Con los inmediatos sucesores de Alfonso I –su hijo Fruela I, Aurelio, Silo, Mauregato y Vermudo I-, la empresa expansiva del reino astur va a sufrir un freno espacial, pero a cambio se va a producir una estabilización de la frontera. A cambio, pervivía la inestabilidad interna: Aurelio debió hcer frente a una rebelión de libertos o servi, que muestra la fragmentación del sistema de grandes propiedades de época visigoda; por otra parte, hasta Silo y Mauregato no se logró terminar con las rebeliones periféricas de galaicos y vascones. La cuestión sucesoria ocupa amplio espacio en las crónicas del momento: el enfrentamiento entre Fruela y su hermano Vimara, que culminó con el asesinato de ambos y lo que hubiera sido una minoría, se saldó con le coronación de un tercer personaje, Aurelio, primo de éstos. A su muerte fue sucedido por el marido de la hija de Alfonso I, Adosinda, el aristócrata Silo. Silo, quien probablemente estaba
  • 5. 5 vinculado por vía materna con algún jefe árabe, consiguió alcanzar un periodo de tregua con los musulmanes, y trasladó la sede regia a Pravia. Como no tenía descendientes, asoció al trono a Alfonso, hijo de Fruela I, como comes palatii. Sin embargo Mauregato, hijo de una segunda mujer de origen servil de Alfonso I, reclamó sus derechos, con el apoyo del clero, y a su muerte otro candidato, Vermudo, hermano de Aurelio, consiguió triunfar una vez más sobre Alfonso II. La candidatura de Vermudo I venía a continuar la política de sumisión del reino astur al poderío musulmán. Subió al trono en el mismo año en que lo hizo en Córdoba el nuevo y fanático emir Hisham I (788). quien renovó los ataques contra el reino astur con el animo de hacerlo desaparecer totalmente. Con este propósito, en el ano 791 organizó una doble expedición contra el reino. Una parte del ejército se dirigió hacia la región de Álava y otra se encamino hacia Galicia, donde los astures fueron derrotados cerca de la actual Villafranca del Bierzo. Destronado, quizá a causa de este enfrentamiento, Vermudo entró en la vida monástica. La explicación de los derechos legítimos de todos estos personajes aparece en el denominado “testamento de Oviedo” de Alfonso II, una donación a la iglesia de Oviedo de 812: lo fundamental es la relación con Pelayo, fuera por vía masculina o femenina, siendo las mujeres la vía por la cual se configuraban los equilibrios y acuerdos políticos entre los astures. Otros pretendientes al trono de la línea de Fruela solo podían alegar su vinculación con Alfonso I, que ni siquiera aparece mencionado en el documento. 3. LOS ORÍGENES DEL REINO DE PAMPLONA Los vascones tenían en la guarnición militar de Pamplona el principal foco de romanización de la región, y fue allí donde se instalaron también los visigodos, pues su control era clave para mantener el dominio sobre los pasos del Pirineo. Alrededor de ella, el territorio se distribuía en zonas de influencia controladas por jefes de origen tribal. La capitulación de la guarnición visigoda ante los musulmanes en torno al 718 no eliminó la resistencia en los grupos vecinos, que no se sometieron. Así, Pamplona tuvo que ser sometida de nuevo en el año 735, y seis años más tarde Uqba tuvo que volver a restablecer el orden. Al producirse la revuelta bereber, la guarnición se retira y Pamplona queda a merced de los grupos indígenas que dominaban las zonas rurales. Puestos a elegir, estos jefes prefirieron aliarse a los musulmanes antes que con los carolingios, y se pactó la entrega de rehenes y el pago de tributos. Parte de la población comienza a convertirse, y a participar en las luchas internas entre los gobernadores musulmanes de la Marca Superior y los emires cordobeses, como es el caso del primer antepasado mencionado de los Banu Qasi, Musa
  • 6. 6 ibn Furtun, presunto nieto del conde Casio. La familia es mencionada un par de veces más con motivo de enfrentamientos en Zaragoza, Huesca y Pamplona, pero ninguna de ellas es terminante en cuanto a su estatuto concreto en la zona, aparte de su condición de muladíes. Estos muladíes debieron ser importantes en la frontera como intermediarios entre la población y sus conquistadores, ocupando cargos intermedios. La consecuencia más importante de estos enfrentamientos en la frontera sería la ocupación de la fortificación (hisn) de Tudela por ‘Amrus, antiguo gobernador de Toledo instalado en la Marca Superior, que se enfrentó a los Banu Qasi. Desde Zaragoza, encomendó el gobierno de Huesca a uno de sus hijos, y Tudela a otro, que la pobló y reforzó hasta ser uno de los principales centros urbanos de la zona. La derrota musulmana de Poitiers supone el inicio de la rebelión vascona (732), que pronto, gracias a la rebelión beréber (740), es punto de partida de nuevas sublevaciones pamplonesas. Un segundo periodo, de dominio franco, empieza con la entrada de Carlomagno en Pamplona (778) de paso hacia Zaragoza. Tras la derrota franca de Roncesvalles (778), se procede a la definitiva expulsión de los musulmanes de Pamplona gracias al gascón Velasco. 4. LA RESISTENCIA EN LOS PIRINEOS 4.1.Visigodos, francos y musulmanes en la Tarraconense y Septimania Durante el siglo VIII, los valles pirenaicos se convierten en el lugar de paso de las expediciones musulmanas hacia el sur de Francia, mientras se produce un éxodo hispano-godo hacia la Septimania. El territorio entre Narbona y Tortosa había quedado ocupado por los musulmanes, con un valí al frente situado en Narbona, pero el territorio circundante tenía fidelidades divididas entre visigodos, francos y musulmanes. El alejamiento de Córdoba provocaba frecuentes revueltas, incluso por parte de personajes musulmanes, como el bereber Munuza, valí de Narbona, levantado contra Córdoba en 731. Unos años más tarde Narbona fue sitiada por una coalición de visigodos y francos durante siete años, hasta que los godos narboneses ofrecieron capitular obligados por el hambre (759). Los Anales de Aniana reproducen el juramento, por el que los francos se obligaban a permitir a los visigodos conservar sus bienes, leyes, costumbres y a su conde, Milón, que fue restaurado y todavía gobernadba en el 782. En el 752, los condes y iudices visigodos de Nimes, Magalona, Agdé y Beziers, teniendo en cuenta la proximidad de los francos y la distancia del
  • 7. 7 poder cordobés, se negaron a reconocera este último y juraron obediencia a Pipino el Breve, en términos parecidos a los de Narbona. La decisión no fue ni mucho menos unánime por lo que el conde Ansemundo de Nîmes fue asesinado por la facción antifranca de la ciudad, aunque acto seguido Pipino nombró a un gobernador franco, el conde Radulfo. Las conquistas francas continuaron por el Rosellón, Aquitania, Tolosa, de forma que cuando murió Pipino el Breve en 768, había restaurado la antigua frontera romana entre Hispania y la Galia. Aprovechando la subida al emirato de ‘Abd al-Rahman I y la difícil situación interna, Sulayman ibn al-‘Arabi, valí de Barcelona-Gerona, apoyado por autoridades de Huesca y Zaragoza, se presentó en la asamblea reunida en Paderborn (777) para solicitar ayuda a Carlomagno a cambio de la sumisión de las ciudades de su circunscripción. El rey atravesó entonces los Pirineos con un gran ejército al que se unieron los rebeldes, camino de Zaragoza. Dado que esta ciudad no se le había prometido, fue imposible tomarla por la diplomacia ni las armas y, tras destruir Pamplona, tuvo que volver con su ejército por el camino navarro ante las noticias de la rebelión de los sajones. Allí fue atacado por los vascones, que disgregaron el ejército y mataron a algunos de sus líderes, como el senescal Egiardo, el conde palatino Anselmo y el prefecto de la marca de Bretaña, entre otros. Esta derrota pasaría a la historia como la batalla de Roncesvalles. 4.2. La creación de la Marca Hispánica A pesar del fracaso inicial, la incursión tuvo su efecto en el área pirenaica, pues acentuó las relaciones a ambos lados de los Pirineos. Se observa un movimiento migratorio de hispanogodos que habían apoyado a los francos en dirección a Septimania, donde se les ofrecían condiciones muy generosas, probablemente para evitar represalias. Mientras, los valíes de las ciudades de la Marca Superior se enfrentaban entre ellos, con el apoyo del emir cordobés a algunas de las facciones.El mismo ‘Abd al- Rahman I dirigió una expedición de castigo contra Zaragoza (781), que llegó a recuperar toda la zona comprendida entre Pamplona y la Cerdaña, incluyendo los dominios de los Velasco, e incluso llegó a territorios vascones. El valí de Zaragoza volvió a levantarse un año después, y el emir ordenó ejecutarle. Su hijo y los muladíes partidarios del emir continuaron luchando en lazona durante varios años. En Gerona, temerosos de las expediciones emitrales y atraídos sin duda por las condiciones ofrecidas por los francos en Septimania,se decidió
  • 8. 8 rendir la ciudad a estos últimos en 785, según el Cronicón de la abadía de Moissac y los Anales Barcinonenses. A partir de esa fecha el franco Rostany (Rodestagnus), vasallo personal de Carlomagno, aparece ostentando el cargo de conde. Le siguió en poco tiempo la zona circundante, con lo que para el 789 eran ya francos los territorios del Besalú, el Ampurdán, Urgel y Cerdaña, y Pallars y Ribagorza se pusieron bajo la protección de los condes de Tolosa, adonde llegaba la embajada del valí de Huesca cargada de regalos para Luis el Piadoso. Rostany de Gerona fortificó todo el territorio de Gerona-Besalú y se ocupó de su defensa durante las incursiones de los siguientes años. El sucesor de ‘Abd al-Rahman I, Hisham I, decidido a eliminar l resistencia de Zaragoza, envió una primera campaña en 791, y desde allí planeó una nueva campaña hacia el norte para recuperar las posiciones genadas por los francos. Las tropas lideradas por ‘Abd al-Malik asediaron primero Gerona con máquinas de guerra, derribando las murallas, y saqueando los campos, se dirigieron a Narbona, donde obtuvieron un considerable botín, y continuaron hasta prácticamente Carcasona, donde fueron derrotados por Guillermo de Tolosa, primo de Carlomagno. A su vuelta destruyeron también la ciudad de Urgel. Mientras, hubo otra serie de incursiones marítimas de los musulmanes contra las islas Baleares y contra localidades de la costa francesa. La reacción de Carlomagno fue la creación de un distrito fronterizo (marca) alsur de los Pirineos para proteger a los aquitanos y narboneses de futuras ofensivas musulmanas. La frontera se situaría idealmente en el Ebro, con Tortosa, que cubría el río y la costa, y Zaragoza, como plazas fuertes. Pero para ello había que conquistarlas. En 797, una nueva embajada llega a Aquisgrán procedente de Barcelona para pedir ayuda contra el emir de Córdoba. Aprovechando la ocasión, Carlomagno envió a su hijo Luis, a quien había proclamado rey de Aquitania para controlar toda la zona sur de sus dominios, a que hiciera varias incursiones al sur de los Pirineos. Mientras, Bahlul ibn Marzuq se apoderaba de Zaragoza y Huesca y enviaba una embajada a la corte de Tolosa prometiendo su sumisión. Preparando la expansión, Luis ordenó al conde Borrell de Urgel y Cerdaña, probablemente hispanogodo, que fortificara Osona, Cardona y Caserres, consiguió el apoyo de los baleares. Carlomagno recibía a su vez las llaves de Huesca. Con todo preparado, se procedió a sitiar Barcelona, que sería conquistada por los francos en el 801. La importancia que se le atribuyó a esta victoria aparece reflejada en el Poema de Luis el Piadoso de Ermoldo el
  • 9. 9 Negro y en la Vita Hludovici (Vida de Luis el Piadoso) del Astrónomo, además de los anales ya mencionados. El ataque a la ciudad se decidió en la asamblea de Tolosa, pero también tuvo la última palabra Carlomagno, Según la Vita, el ejército se dividió en tres columnas, una de reserva situada en el Rosellón, bajo el mando del rey de Aquitania; la que sitió Barcelona propiamente, dirigida por el conde Rostany (Rodestagnus) de Gerona, y una tercera que cubría el camino que comunicaba Córdoba con Zaragoza, Lérida y Barcelona, bajo el mando conjunto de Guillermo de Tolosa y el conde Ademar de Narbona. Cuando frenaron a los cordobeses a la altura de Zaragoza, este último grupo pasó a incorporarse al bloqueo. El rey Luis se presentó en el sitio unos dos meses antes de la capitulación, pactada por los visigodos habitantes de la ciudad sin tenenr en cuenta a la guarnición musulmana. Hay diferencias de opinión sobre la fecha exacta en la que se produjo dicha capitulación, pero parece que la empresa se desarrolló entre el 800 (asamblea de Tolosa) y la primavera de 801. Bera I, hijo de Guillermo de Tolosa, que había participado en la conquista, recibió la jurisdicción condal sobre el territorio barcelonés. Con esto se consagra la costumbre de una elite franca a la cabeza de los nuevos condados de la Marca Hispánica. A principios del siglo IX, en los Pirineos se encuentran seis unidades administrativas dependientes de los francos: los condados de Pallars-Ribagorza, Cerdaña-Urgel, el condado de Ampurias junto con el pagus de Peralada, el condado de Gerona con el pagus de Besalú, y Barcelona con los pagi del Maresme, el Vallés, el Llobregat y el Penedés. Religiosamente, la zona se dividió en las diócesis de Barcelona, Gerona, Elna y Urgel. 5. LA REVUELTA BERÉBER Y LA POBLACIÓN DISPERSA DE LA CUENCA DEL DUERO. Durante el califato de Hisham ibn ‘Abd al-Malik en Damasco (724- 743), se produjo en el Magreb la denominada rebelión de los bereberes. Se combinaron varios factores: la opresión y los impuestos que exigían los gobernadores del Magreb, el desigual trato en la campañas de botín, la displicencia que demostraban los árabes descendientes de orientales respecto a los oriundos del Magreb, y segúnla Crónica de 754, también la crueldad de los jueces. La actuación de los revolucionarios jariyíes procedentes de oriente, que comenzaron a llegar al Magreb en torno al 720 predicando una sociedad igualitaria, fue determinante en el surgimiento de focos de jariyíes entre las tribus bereberes. El nombramiento de un nuevo gobernador en Kairawan,
  • 10. 10 Ubayd Allah ibn al-Habhab, y sus subordinados para Córdoba y Tánger, que volvieron a aplicar nuevas tributaciones, provocó un levantamiento general aprovechando la partida de tropas para Sicilia, y así los bereberes se alzaron con Maysara a la cabeza a fines de 739 o comienzos de 740. Durante el conflicto, llegaron a proclamar a un califa bereber. En al-Andalus, la situación fue similar, e incluso comenzó antes, pues en 732 ya existe una revuelta de bereberes liderados por Munuza en el territorio de la Cerdaña, contra el gobernador al-Gafiqi.Cuando llegaron noticias de la revuelta del Magreb, se enviaron columnas bereberes contra Toledo y Córdoba, y una tercera hacia el Estrecho. La situación empeoró cuando el ejército sirio enviado a Ifriqiya fue aislado en Ceuta y decidió cruzar el estrecho, suponiendo un refuerzo militar frente a los bereberes de al- Andalus, instalándose definitivamente en la Península. El impacto de la rebelión bereber en las zonas más septentrionales de al-Andalus, especialmente en la Meseta y las áreas montañosas, fue importante. Según la Crónica de Alfonso III, mientras que los rebeldes se enfrentaban a Córdoba, Alfonso I aprovechó para lanzar sus campañas contra Gallaecia y la cuenca del Duero –León, Astorga y Tierra de Campos, según la Albeldense-, expulsando de allí a los árabes, liquidándose así su influencia. A ello se añadió, según los Ajbar maŷmu‘a, la vuelta al cristianismo de los recientes conversos y el freno a la tributación pagada a los musulmanes. Los beréberes dejarían abandonadas algunas de las tierras que se les habían asignado previamente debido a esta guerra. Además, el hambre asoló la Meseta en la década del 750, con lo que el panorama posterior es, no ya de “desierto estratégico”, como propugnara Sánchez Albornoz, sino de poblaciones dispersas con autoridades locales que reconocen una autoridad superior cristiana o musulmana según los avatares de la frontera y de las incursiones militares. La arqueología ha confirmado la existencia de esste tipo de población, con diferentes grados de islamización según las zonas. 6. CONTINUIDADES Y RUPTURAS RESPECTO A LA HISPANIA VISIGODA 6.1.Población, sociedad y economía En Hispania, la arqueología ha mostrado como las villae en cuanto que articuladoras de territorio y producción perduraron hasta la invasión islámica, probablemente en relación con el peso que tenía la aristocracia terrateniente visigoda en muchos sectores de la Península. La permanencia y la transformación de estas villas se dejará sentir durante todo el primer siglo de al-
  • 11. 11 Andalus y los poderes cristianos del norte, al menos. La propia monarquía visigoda mantuvo la posesión de villas en zonas de la cuenca del Duero, y algunas de ellas pasaron a ser posteriormente aldeas o centros monásticos. Otros edificios, como la villa de Pla del Nadal (Riba Roja del Turia, Valencia) se relacionan con nobles visigodos que pactaron con los musulmanes, como Teodomiro. Hay que recordar que los pactos posibilitarían que los grandes propietarios mantuvieran sus propiedades, y en las zonas más romanizadas, como la Marca Superior o en las zonas sometidas solo a tributos, la propiedad no tuvo que cambiar demasiado en los primeros años de la conquista. Por otra parte, se aprecia el aumento de los asentamientos de población en altura, protegidos por antiguos castros que se reconstruyen y fortifican, o en antiguas fortificaciones romanas reaprovechadas. También algunas comunidades rurales sienten la necesidad de protegerse, y sus asentamientos pasan a zonas más elevadas. El fenómeno revista especial importancia en la Meseta Norte, donde aumenta el abandono de ciudades y se localizan en cambio muchas fortificaciones que estarían dominadas por los señores locales, que rendían pleitesía y pagaban tributos a los musulmanes, pero que eran hasta cierto punto independientes. Se ha detectado también la ocupación de numerosas cuevas, especialmente en la Cordillera Cantábrica, La Rioja, Cataluña y Navarra, donde además de viviendas se localizan iglesias rupestres. Las razones de esta ocupación pueden ser variadas: desde la inestabilidad política y la necesidad de protección a la práctica del eremitismo, pasando por refugios ganaderos para el pastoreo trashumante. Finalmente, el desarrollo de las aldeas campesinas al norte de la Península se remonta al siglo VI, con construcciones en madera y barro a veces con zócalos de piedra y pequeños santuarios que a veces cuentan con su necrópolis. Muchos de estos yacimientos se abandonan o transforman a mediados del siglo VIII, en paralelo con las transformaciones sociales potenciadas por la islamización, por un lado, y debido a la reestructuración de los núcleos de población en los reinos del norte de la Península, combinándose con fenómenos como el encastillamiento que ya hemos mencionado. En Asturias y Galicia, se observa una estrecha relación entre los castros de época romana y el surgimiento de una o varias aldeas a sus pies, intensificándose la producción agrícola, sobre todo de cereales. Lo mismo ocurre en la zona alavesa, donde la red aldeana se forma durante el siglo VIII, catalana, donde se aprovechan castros íberos, y navarra. Con el surgimiento de estas comunidades de aldea, el aprovechamiento de los suelos pasa a ser en muchos casos comunal. Las iglesias de estos núcleos pasan a tener un papel muy importante en la estructuración del poblamiento y los tributos campesinos, y su fundación por
  • 12. 12 los poderes locales reflejan la diferenciación social de los grupos. En muchos casos, las “iglesias propias” fundadas por una familia determinada se conviuerten también en sus panteones; en otros casos son fundadas por los propios vecinos del lugar. En Cataluña también se desarrolla un poblamiento disperso, antecedente de las masías, que tenía su origen en el mansus romano, y que continúa hasta época carolingia. En todos los sectores fronterizos se aprecia también la construcción de torres de vigilancia y refugio que con el tiempo pudieron desarrollarse hasta convertirse en verdaderos núcleos fortificados, en relación con la consolidación y la primera expansión del reino astur, por ejemplo Peñaferruz en Gijón o Camargo (Cantabria), o con la protección de los pasos pirenaicos por los carolingios. 6.2. La reestructuración de la Iglesia peninsular y la cuestión adopcionista Las primeras evoluciones surgidas del contacto con los musulmanes, que obligan a la redefinición de los cristianos y a la aclaración de sus prácticas religiosas aparecen en la praxis con la epístola de Evancio de Toledo (hacia 737) sobre las prácticas de pureza de los musulmanes, muy poco después de la invasión. En el dominio teórico, el mayor enfrentamiento es la querella del adopcionismo, cuyos orígenes han sido explicados de muy diversas maneras, pero que a la larga supuso el distanciamiento a finales del siglo VIII de las diócesis del norte peninsular del Primado de Toledo. El arzobispo Elipando de Toledo y el obispo Félix de Urgel trataron de explicar a sus fieles y a los musulmanes de su diócesis de forma racional y sencilla el dogma trinitario. Proponía que, en cuanto a lo divino, Cristo es naturalmente hijo del Padre; en cuanto hombre, proviene de la Virgen sin participación de hombre, ni propiamente del Padre, es decir, tiene una filiación distinta que se puede definir como la adopción, pueto que como hombre no es hijo de Dios Padre de una manera natural, sino por la gracia divina. Eso no quiere decir que sea una persona distinta. Esta cuestión afectaba a la redención y a la persona de María como Madre de Dios: Elipando no negaba que la redención se hubiera producido, pero defendía que Cristo solo había sido crucificado como hombre; igualmente, solo como hombre era hijo de la Virgen María. La unidad de la persona era lo que causaba que la parte divina participara de estas dos realidades. Beato, monje en un monasterio de la Liébana, y el obispo Eterio de Osma respondieron a la teología predicada por Elipando en torno a 785, y son respondidos personalmente por el arzobispo, cabeza de la Iglesia hispana, y por
  • 13. 13 otro abad asturiano, Fidel, sorprendidos de que un monje de un monasterio tan apartado se atreviese a poner en duda las enseñanzas del Primado. El debate continuó así, hasta llegar a la Iglesia franca. Es evidente que las diócesis andalusíes, incluida la provincia Tarraconense, que llegaba hasta Urgel, mantuvieron su obediencia a Toledo, mientras que la intervención del clero carolingio en favor de las diócesis del norte de la Península favoreció el que éstas se alinearan en la órbita de la reforma carolingia. Las quejas del arzobispo Elipando, como Primado de Toledo, manifiestan que, ante la primacía jerárquica del primado toledano, es Beato de Liébana quien franquea los límites, en contra de cómo se reescribiría la historia de esta controversia después de la romanización final de la Iglesia hispana en el siglo XI. Con el concilio de Frankfurt (794) se produce un primer “extrañamiento” del cristianismo hispano, a partir de su teología, su rito y sus prácticas, de las corrientes reinantes en la iglesia altomedieval europea. Aunque la autoridad central del papa no parece excluirse en ningún momento, se observa una ruptura de vínculos directos de la Iglesia andalusí con la Iglesia asturiana y la catalana, situadas en la órbita carolingia y romana. FUENTES Crónicas: Libros en los que se narran los hechos históricos con sucesión de tiempos. Se agrupan ordinariamente por reinados. Crónica de Albelda.—llamada así porque apareció dicho manuscrito en el monasterio riojano del mismo nombre. Autor: desconocido. Se atribuye a Dulcidio, presbítero toledano relacionado con Alfonso III. Incluye sucintas biografías de los reyes godos de Asturias, León y Navarra, hasta el año 883, con adiciones posteriores hasta el siglo XIII. Crónica de Alfonso III.—Autor: doble redacción. Una más sencilla y tosca (Alfonso III?), y otra más pulcra y literaria (clérigo mozárabe?). Contenido: desde los últimos tiempos de la monarquía visigoda hasta la muerte de Ordoño I (866). Genealogías de Meya o Códice de Roda.—Este Códice apareció en el monasterio leridano de Santa María de Meya. Contenido: noticias de los primeros tiempos del reino de Navarra y los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza. Gesta Comitum Barcínonensium.—Autor: escrita por monjes de Ripoll durante los siglos XII y XIII. Contenido: historia de los condes de Barcelona, desde Vifredo el Velloso hasta la muerte de Jaime I, en su primera redacción.
  • 14. 14 Otras crónicas narran la conquista de la Península con un matiz más providencial: la Crónica profética, basada en una profecía de Ezequiel cuya interpretación indicaba que la dominación musulmana acabaria en el año 883, contiene noticias sobre los árabes y la genealogía de sus caudillos. Por su parte, la Crónica mozárabe de 754 fue escrita en el SE de la Península, y narra la decadencia del reino visigodo y la aparición de los árabes en Oriente, la conquista de Hispania y los primeros años de dominación, hasta el 754. En cuanto a las crónicas árabes, destacan las siguientes: Ibn al-Qutiyya al-Qurtubi (m. 367 H./977), Ta'rij iftitah al-Andalus, conocida como la Historia de Ibn al-Qutiyya, es decir, del hijo de la Goda, con noticias que abarcan desde la invasión hasta el gobierno de 'Abd al- Rahman III. Ibn Hayyan (m. 469/1076), Al-Muqtabas min anba’ahl al-Andalus, trad. española: Crónica de los emires al-Hakam I y ‘Abdarrahman II entre los años 796 y 847 [Al- Muqtabis II-1], ed. M. A. Makki y F. Corriente, Zaragoza, 2001. Ibn `Idhari (m. después de 712/1312-3), Al-Bayan al-mugrib fi ajbar al-Andalus wa-l-Magrib. Traducido al francés, al-Bayanol-mogrib. Traduite et annotée par E. Fagnan, Argel, 1904, 2 vols. Otras obras tardías son las recopilaciones de noticias sobre la conquista, como Ajbar maŷmu‘a (Colección de tradiciones), compilado en la forma que lo conocemos alrededor del siglo XII. Anales: A diferencia de las crónicas nos ofrecen fechas concretas y noticias locales o regionales referidas por contemporáneos. Los caracteriza la brevedad de las noticias. Anales complutenses.—Contenido: noticias sobre los primeros reyes asturianos hasta Mauregato. Anales compostelanos.—Contenido: noticias sobre reyes astures y asturleoneses. Anales castellanos primeros.—Contenido: desde Mahoma hasta la batalla de Simancas (939). Además, contamos con numerosos anales carolingios que citan los acontecimientos que tuvieron lugar en la zona pirenaica y en la Septimania: los Anales de Uzès, los Anales Mettenses, los Anales de Aniano y los Anales Reales, así como la Vita Caroli Imperatoris o biografía de Carlomagno de Eginhardo. BIBLIOGRAFÍA Barbero, A. y Vigil, M., La formación del feudalismo en la península ibérica, Barcelona,
  • 15. 15 1978. Isla, Amancio: La Alta Edad Media. Siglos VIII-XI. Madrid: Síntesis, 2010. Isla, Amancio: “El adopcionismo. Disidencia religiosa en la Península Ibérica (fines del siglo VIII-principios del siglo IX)”, Clio & Crimen 1 (2004), pp. 115- 134. Martín Duque, A., «El Reino de Pamplona», Jover Zamora, J. M.ª dir., Historia de España Menéndez Pidal, VII 2. op. cit., pp. 87-142 y 207-266. Mínguez Fernández, J. M.ª, Las sociedades feudales. 1. Antecedentes, formación y expansión (siglos VI al XIII), Madrid, Editorial Nerea, col. Historia de España, 1994. Quirós Castillo, J. A. y Bengoetxea Rementeria, B., Arqueología III. Arqueología postclásica, Madrid, 2006. Salrach i Mares, J. M.ª, El procés de formació nacional de Catalunya (segles VIII-IX), Edicions 62 S.A., Barcelona, 1981, 2ª ed., vol. I. Sarasa Sánchez, E., «El Condado de Aragón», Jover Zamora, J. M.ª dir., Historia de España Menéndez Pidal, VII 2. op. cit., pp. 269-362.