1. Reflexión en forma de introversión
Si existe alguna forma de resistencia ante la influencia pertinaz de aquellos individuos o grupos que pretenden imponer sus veleidades, esa es la
actitud introvertida de mantenerse alerta, de pecar de solemnidad, de confiar en la sospecha. Un ser hierático en reuniones aprensivas para dar
rienda suelta al recelo; desconfiado resquemor y rígido apremio.
La revelación abstracta de la falta del deseo de persuasión, de conformidad consciente si así lo marcan los principios de iniciación hacia la
ingenua bondad. Una limitación para aprovechados de tanta inconsistencia temperamental, a quien la falta de pensamiento social, o cívico, ha
llamado a considerar la inteligencia moderna del S. XXI como aquella que debe llevar a aprovecharse, valerse, ampararse, beneficiarse y lucrarse
de los demás. Los demás son tantos y con tanta capacidad de información y divulgación, que un método introspectivo volcará en las ganas de
defender tus creencias, el escudo espartano donde refugiar tus exposiciones. Tus relaciones sociales serán verdaderas cuando tú decidas, y no
cuando se decidan en corros con complejo de camarilla, reducidos a corrillos camanduleros si lo consideráramos más fieles a la realidad.
Mantener los atributos de agregado para recurrir a la reflexión, para detenerse un instante y advertir a tus temores si quizá no es el momento para
esclarecer la tormenta. Continuar ligado a la masa para rechazar la absorción de quien te quiere para un uso. Instrumentalización de tu
asentimiento, incierto para ti, comprendido y rentabilizado para todos ellos. La tendencia de sostener, el mayor tiempo posible, la decisión final con
la que acabes compartiendo tus adentros. Si hay que concederle más jerarquía a tu interior para conseguir observar los estados de conciencia
íntimos, propios, profundos, desde luego que prefiero callar que hablar, amarrar que soltar, esconder que mostrar y parar que correr.
No se pretende la protección de una actitud cercana a la falta de voluntad, aunque escasea en atrevimientos. Ni siquiera es la defensa de
comportamientos insidiosos, indolentes o insensibles, sino la búsqueda de un espacio temporal para meditar mejor el conflicto colectivo entre
ilusiones e intenciones, entre sueños y propósitos. Es la recapacitación no solo de lo que te aporta el otro, sino de lo uno sea capaz de colocar en el
expositor. Las ganas espeluznantes por sentirse colaborador, por participar en escenarios donde tengas algo que proponer, algo que decir después
de escuchar, algo que aclarar, declarar o apostillar sin rendirse a la obediencia supina. La manera de asimilar cómo la gente interpreta las
experiencias significativas, y señalar quienes saben imponer los significados de referencia en nuestro lenguaje con el que completar el pensamiento
predominante; la lucha vulgarizada por el poder. El método de la introversión debe hacerte pensar a ti, porque yo continuo atento a mis
insurrecciones. Respetuoso con la parte objetiva sobre cómo nos relacionamos con el resto de recientes, donde los cambios de punto de vista y
opinión deberían ser más habituales, por lo menos bien analizados en su conjunto cuando nos contamos las cuatro verdades que duelen. Sobre todo,
algo más cuidadoso de lo que era con su parte subjetiva: los cambios de identidad en el sentimiento sobre uno mismo y en las relaciones sociales
enmarcadas en la parte objetiva.
Me decanto más por los deberes que por los derechos, aunque lo políticamente correcto no entiende de obligaciones, de mantener los valores ni
de revalorizar tu sí mismo. Si no tomamos conciencia de lo que somos en cada situación social desde la parte de responsabilidad que a todos nos
compete, la interactividad que se ofrece ante el mundo queda a la postre para el inteligente moderno, para el gestor de los discursos dominantes,
para el creador de infinitas estructuras y formas de poder multiplicadas ante la escasez de introvertidos.