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La edad de Oro
de AtenasVida cotidiana en la Antigua Grecia
b La polis mítica Por Carlos García Gual b Urbanismo casi perfecto b El camino hacia
la democracia b Cómo se vivía en el hogar de un mercader b Soldados y marinos
b La Acrópolis en 3D b Filósofos y artistas: la cultura de un pueblo libre
b De labios del propio Pericles b Ocio y vicio en la capital del Ática
Pericles (495-429 a.C.),
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ateniense que acumuló más
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Pericles (495-429 a.C.),
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SUMARIO
EDITORIAL
La edad de oro que
iluminó el futuro
FEBRERO 2015
EN ESTE NÚMERO:
Presentación: La
ciudad mítica 6
Visual: Placeres
de la Grecia clásica 10
El camino hacia
la democracia 16
Atenas, la capital
incomparable 22
El vida cotidiana
de un mercader 30
Soldados y marinos 38
Las artes,las ciencias
y su función pública 74
En palabras de
Pericles 82
Ocio y vicio
en Atenas 86
Curiosidades 28
Entrevista:
Adolfo Domínguez 44
P & R 72
Reconstrucción 3D 80
Guía de Lugares 92
Panorama 94
Próximo número 98
SECCIONES
Raquel L. Melero
Es profesora de Histo-
ria Antigua en la
UNED. Entre sus obras
figura el Diccionario
de mitología clásica.
Carlos García Gual
Catedrático de Filolo-
gía Griega de la UCM,
en la Presentación
analiza la edad dorada
de la ciudad de Atenas.
David Hernández
Profesor en la UNED,
ha recibido numero-
sas distinciones por
sus investigaciones
en Historia Antigua.
Han colaborado en este número:
PORTADA: GETTY / ILUSTRACIÓN: JOSÉ ANTONIO PEÑAS.
30Un día
en la polis.
Atravésdelavida
cotidianadeuna
familiaacomodada
delaAtenasclási-
ca,sedescriben
desdeloshábitosy
costumbresdela
épocahastala
educacióninfantil.
74La cultura de
un pueblo libre.
La sociedad atenien-
se apostó por el
desarrollo del pensa-
miento y por un
espíritu crítico; así
construyeron su
cultura y novedosas
materias de estudio.
Palma Lagunilla,
Directora
(plagunilla@gyj.es)
En Twitter: @_plagunilla
22
La grandiosidad de la colina sagrada de Atenas.
Fue bajo el mandato del Gran Estratega Pericles cuando se
erigieron los edificios más fastuosos de la Acrópolis ateniense,
convirtiendo la cima de la ciudad en un imponente lugar de culto.
47Armas
y esplendor.
Durante el siglo V
a.C., Atenas luchó
en sucesivas con-
tiendas, primero
contra los persas y
luego, contra los
espartanos. Pero
Pericles, como líder
de la polis, propició
allí el desarrollo de
la democracia.
Pericles y su
modelo de ciudad 47
Guerras Médicas .......... 48
El esplendor ateniense.. 54
La Guerra del Peloponeso60
El triunfo de Esparta.... 66
DOSSIER
Pericles y su
modelo de ciudad
GETTYRUBÉNCALVO
ASC
ALBUM
“¿Por qué un aristócrata ateniense se
ha consagrado a forjar una demo-
cracia tan completa? Porque amo la
libertad. Porque el único régimen que
la otorga es el democrático, donde el
gobierno se ejerce en favor de la mayo-
ría.” Estas palabras fueron dichas por el
propio Pericles, el político más influyen-
te de la Grecia del siglo V a.C. Su amor
por Atenas le hizo dotarla de magnífi-
cos monumentos como el Partenón,
construido en la Acrópolis por los arqui-
tectos Ictinio y Calícrates en mármol,
piedra, bronce, madera, oro y marfil;
con esculturas salidas del taller de
Fidias. A sus pies, los atenienses filo-
sofaban en el ágora y asistían al teatro
para disfrutar de las obras de Sófocles
y otros autores clásicos. Aquella fue sin
duda la edad de oro de Atenas.
Pero el Gran Estratega no se ocupó
sólo de su ciudad o de poner en pie el
imperio ateniense con la ayuda de la
formidable flota de trirremes de la polis;
también organizó un régimen democrá-
tico de participación directa en el gobier-
no de la ciudad. Atenas contaba con
más de medio millón de habitantes, de
los cuales sólo 40.000 tenían derecho
a voto: los ciudadanos libres (varones
adultos autóctonos). Y mientras estos
afortunados se dedicaban al goce, el
pensamiento y la cultura, el resto de la
población (mujeres, metecos, libertos y
esclavos) sustentaban la vida familiar y
la economía. A pesar de ello, lo cierto es
que el gobierno estaba directamente en
manos de sus ciudadanos; se trataba de
una democracia real, muy distinta a las
actuales, que son representativas. Pero
Pericles no era ajeno a la trascendencia
de sus decisiones y acciones, como
quedó patente cuando afirmó: “El res-
plandor del presente permanecerá para
siempre en la memoria de los hombres.”
MUY HISTORIA 5
Atenea, imbatible en la guerra.
La divinidad del panteón griego
más guerrera, desde su na-
cimiento siempre con la
armadura puesta, luchó
contra Poseidón por el
liderazgo de Atenas.
Ganó ella la disputa y
se convirtió en la dei-
dad protectora de la
mítica ciudad y de toda
la región del Ática. Atenea
ambién protegió a muchos
héroes y figuras míticas.
NGS
LA EDAD DORADA DE LA CAPITAL DEL ÁTICA
Ciudad mítica
atenasNi Alejandría ni Roma, villas mucho más grandes y ricas,
crearon una democracia tan ejemplar, con un pueblo tan innovador
y amante de la belleza como el de la Atenas clásica.
Por Carlos García Gual, escritor y filólogo
H
ay en la Historia europea una media docena
de ciudades emblemáticas que han tenido una
resonancia histórica singular, capitales cu-
yo esplendor ha iluminado una determinada
época en la que han sido, por un tiempo, acaso un siglo,
el epicentro de un imperio político y cultural, y han de-
jado una impronta propia e inolvidable en el destino de
nuestro mundo. Atenas es, sin duda, la más antigua de
esas ciudades. Si bien ha sido la más reducida por su te-
rritorio –la región del Ática– y la menos poderosa por sus
colonias y conquistas, su influencia en la cultura occi-
dental ha sido indiscutible. Ciertamente, no tuvo nunca
el fulgor monumental de Roma o París, ni fue cabeza de
un gran imperio como el Londres británico o el Estambul
turco. Y, en su ocaso político, la antigua Atenas sufrió
una decadencia rápida, vio perdida su esforzada autono-
mía y se quedó en poco más que un montón de ruinas es-
pectaculares durante casi dos mil años. A pesar de todo,
su legado intelectual y artístico ha determinado nuestra
tradición cultural con diversos reflejos y ecos, y cuando
hoy evocamos la cultura griega nos referimos sobre todo
a la brillante y poliédrica influencia de Atenas y sus largas
huellas en las raíces del humanismo europeo.
De sus progresos en el camino de la ilustración y la cul-
tura, de sus inventos y sus gentes inquietas, así como de
la peripecia histórica, finalmente trágica, de la ciudad de
Pericles tratan los artículos siguientes con más detalle y
más precisión. En estas primeras páginas de invitación
a esos relatos y estampas quisiera evocar ciertos rasgos
irrepetibles de la antigua Atenas, comenzando por una
vista de conjunto y dos mitos.
Una mirada inicial. Los atenienses se jactaban de ser
autóctonos, es decir, de no proceder de ningún otro lu-
gar, sino de haber poblado su ciudad desde tiempo in-
memorial. En efecto, la vieja ciudad de Atenas no sufrió
la conquista y repoblación que hacia fines del siglo XII
a.C. conocieron casi todas las otras griegas, en lo que se
suele llamar la invasión de los dorios, que arruinó los an-
tiguos reinos y palacios micénicos (Micenas, Pilos, Tirin-
to, etc.). Es incluso probable que aún quedara en el Ática
alguna población anterior a la llegada de los mismos grie-
gos; y es seguro que la amurallada acrópolis de Atenas de
época micénica no fue tomada por los invasores del siglo
XII (sean estos quienes fueran). En el recinto quedaron
siempre los templos de los dioses y los antiguos muros,
La cima sagrada.
Pericles inició la
construcción de la
Acrópolis, símbolo
del auge cultural
que se estaba vi-
viendo en la capi-
tal ática bajo su
mandato, con la
ayuda de uno de
sus más importan-
tes colaboradores,
el escultor Fidias.
GETTY
MUY HISTORIA 7
mientras poco a poco la población fue exten-
diéndose en torno a la rocosa y sagrada colina.
Tan sólo mucho después, el ejército persa de
Jerjes, en el 480 a.C., la asaltó y destruyó sus
santuarios.
La Acrópolis es, por lo tanto, el núcleo más
antiguo y el reducto más venerable de Atenas;
la ciudad se extiende rodeándola. Todavía el
esquema del sagrado centro de la polis perdura
muy claro: a un lado de la cima sagrada queda
la extensión del ágora (con sus famosos monu-
mentos cívicos reducidos a mínimas ruinas); al
otro, de manera muy significativa, el teatro, el
antiguo y gran espacio semicircular consagrado al dios
del entusiasmo y la máscara, Dioniso, un dios democrá-
tico. Una y otro, el ágora (con la vecina colina de la Pn-
yx, lugar de las asambleas) y el teatro (donde acude el
pueblo en las fiestas para ver dramatizados los antiguos
mitos) recuerdan lo que fue esencial para la democracia
ateniense y la educación ciudadana. Sí, ahí vibraba el co-
razón del demos, escuchando a los grandes oradores y a
los actores que encarnaban a los héroes trágicos.
Un par de mitos sobre dioses y orígenes. En la Acró-
polis, en el comienzo de los tiempos, discutieron por el
patronazgo de Atenas el dios Poseidón, señor de los ma-
res, y la bien armada Atenea, hija predilecta de Zeus, la
más inteligente de las diosas. Cada uno de ellos ofreció
un espléndido don a la joven ciudad: el dios marino hizo
brotar, allá en la colina, una fuente de agua (o el caballo,
según una variante del relato); la diosa de ojos glaucos
hizo nacer el olivo original. Los primeros atenienses pre-
firieron, por votación, el regalo de Atenea. Desde enton-
ces, estos perdurables y sufridos árboles cubrieron las
tierras del Ática. Allí, en la Acrópolis se mostraba el olivo
inicial (nacido junto al templo de Erecteo), árbol que ta-
laron los persas y que de nuevo rebrotó tras la retirada
y derrota de las tropas de Jerjes. Atenea quedó como la
patrona de la ciudad (que lleva su nombre). Diosa virgen
(parthenos), su templo fue el mayor de la ciudadela, en
cuyo centro se alzaba la gran estatua consagrada a ella
sobre una alta columna. En sus monedas, las dracmas,
brilla emblemática la lechuza de la diosa.
También figura Atenea en otro famoso mito de la au-
toctonía: el de Erictonio, sin otra madre que la Tierra,
prolífica receptora del semen de Hefesto. En un arrebato
erótico el dios intentó abrazar a Atenea, que lo rechazó
rápida, y el semen eyaculado por el dios cayó
en tierra. De él nació Erictonio, “el muy terres-
tre”, humano y serpentino. Atenea lo recogió y
lo entregó a las hijas del rey de Atenas Cécrope,
que era también terrígena y medio serpiente.
De modo que Erictonio fue luego el segundo rey
de Atenas, gracias a que la virginal diosa le hizo
de padre tomándolo en sus brazos. Dedicado al
dios Hefesto, un templo clásico se alza al bor-
de del ágora. Lo comparte con el gran héroe de
Atenas, Teseo, vencedor de monstruos, monar-
ca hospitalario y progresista.
Del esplendor de Atenas. La grandeza histórica de
Atenas no proviene del mito, sino que está ligada a sus
propios desarrollos políticos. La ciudad no participó
como otras en la colonización (siglos VIII y VII) de las
orillas mediterráneas, aunque sí fue, siglos antes, pun-
to de partida para muchos colonos de la Jonia y las islas
del Egeo. No en vano se la nombra como “la más antigua
tierra de Jonia”. Fue a partir de las reformas sociales del
sabio Solón, del tirano Pisístrato y del demócrata Clís-
tenes, a finales del siglo VI, cuando adquirió un notorio
protagonismo en el mundo griego. Su audacia y su poder
quedaron revalidados por las victorias en las dos guerras
médicas, en 490 y 480. A partir de ellas, Atenas realizó
una política hegemónica y se puso al frente de la Liga Ma-
rítima, y tomó nuevo impulso económico y bélico con su
puerto del Pireo y su gran flota y grandes construcciones
públicas como los propileos y el Partenón, ya en época de
Pericles. Tanto los filósofos presocráticos como los gran-
des poetas líricos anteriores al siglo V procedían de otras
ciudades, en su mayoría de costas de Asia Menor y las is-
las, pero los sofistas (ninguno de ellos ateniense) visita-
ron todos Atenas como la metrópolis cultural de Grecia.
Es Pericles, según cuenta Tucídides, quien traza la ima-
gen clara e idealizada de la ciudad en su magnífica Ora-
ción fúnebre del 428 a.C. Atenas sale derrotada al final de
la Guerra del Peloponeso, pero sus logros culturales –en
el teatro y la filosofía, en su invención de la democracia,
en sus ideas humanistas, etc.– dibujan las perspectivas de
las que parten los caminos del helenismo. Aunque Atenas
participara apenas en las gestas imperiales de Alejandro y
sus sucesores, es la educación y cultura ateniense la que
sirve como paideia del amplio escenario helenístico. A la
muerte de Sócrates, la filosofía prosigue y renueva su afan
crítico, a su sombra, con sus discípulos. e
Odeón de He-
rodes Ático. Si-
tuado en la zona
sur de la Acrópo-
lis, los atenienses
disfrutaban en él
de animadas ve-
ladas musicales.
PERSONAJE
Solón de Atenas
(hacia 638 a.C. -
558 a.C.).
Fue un legisla-
dor y reformista
ateniense.
Formó parte del
grupo de los
siete sabios de
Grecia.
AGE
Píndaro
(518 a.C. - 438 a.C.)
PUBLIRREPORTAJE
L
a gama Nuevo 308 recibe
ahora dos nuevas versiones
dinámicas propuestas en dos
carrocerías: berlina y SW.
Tanto si se trata del GT 180 como del
GT 205 encontramos importantes
y positivos cambios estéticos inte-
riores y exteriores, con un diseño
deportivo muy cuidado pero man-
teniendo la sobriedad en ambos mo-
delos. Esta gama 308 GT aumenta las
prestaciones respecto a la gama 308,
tal como nos señala Philippe Houy,
jefe de producto del Nuevo Peugeot
308: “El 308 GT multiplica los pun-
tos fuertes de la gama 308 adoptan-
do, no obstante, elementos de di-
seño que le diferencian. Este coche
está dirigido a clientes exigentes
aficionados al automóvil y que bus-
quen exclusividad y dinamismo”.
También estamos ante una síntesis
excelente, pues ambas versiones
se presentan con unas mejoras que
convierten a la gama del Nuevo Peu-
geot 308 en coches impresionantes
para su uso en el día a día.
El elevado nivel de prestaciones
exige una frenada a la altura, fácil de
dosificar y con una excelente resis-
tencia térmica, además de un consu-
mo de gran eficiencia, lo que redun-
da en emisiones récord.
El 308 GT hará vibrar a los autén-
ticos aficionados del automóvil. El
Nuevo Peugeot GT ofrece exclusi-
vidad sin ningún tipo de ataduras.
Además de ser un coche de conquis-
ta, que atrae miradas, el 308 GT pre-
senta una gran pureza aerodinámica
y de diseño. Este equipamiento mul-
tiplica las vivencias de los amantes
del automovilismo, actuando sobre
parámetros como una sonoridad del
motor amplificada y más deportiva. e
Desde su lanzamiento, el Nuevo Peugeot 308
y el Nuevo Peugeot 308 SW han demostrado sus
excelentes resultados, gracias a su dinamismo,
deportividad y personalidad.
GRAN CALIDAD Y DISEÑO EN LA RENOVADA GAMA 308
Versión deportiva
del Peugeot 308 GT
Una experiencia de
conducción aumenta-
da. Al volante de estas
versiones, los conduc-
tores apreciarán un
estilo elegante, tanto
en la línea deportiva
del exterior del coche
como en su cuidado
diseño interior.
Nos adentramos en la vida
privada, el ocio y las cos-
tumbres de los griegos,
para comprobar de primera
mano (siempre a través de
los objetos) que en el fon-
do, y a pesar de los siglos
que han pasado, tenemos
mucho más que ver con
ellos de lo que pensamos.
CORBIS
1
Deporte, sexo y belleza
Placeres
Por Iria Pena Presas, historiadora.
ADICTOS AL
GIMNASIO
Los incondicionales
del deporte de hoy en
día tienen mucho en
común con los anti-
guos griegos, ya que
comparten (a pesar
de los siglos que los
separan) la búsqueda
del cuerpo perfecto,
en la que se cuidan
minuciosamente la
musculatura, los ab-
dominales y el aspec-
to físico. Este empeño
se ve perfectamente
reflejado en la esta-
tua del discóbolo (1),
con un cuerpo per-
fectamente torneado,
que representa a un
deportista en el mo-
mento antes de rea-
lizar el lanzamiento
de disco. La actual
moda del running,
que llena las calles
y los parques de las
ciudades, ya la prac-
ticaban los atletas
griegos, tan aficio-
nados como eran a
echar una carrera
(2). Pero el deporte
en Grecia fue mucho
más alla del atletis-
mo, como muestra
la partida de hockey
sobre hierba que jue-
gan estos jóvenes (3).
A menudo, la práctica
gimnástica era reali-
zada con escasez de
ropa, y en líneas ge-
nerales estaba reser-
vada sólo a varones.
2
3
ALBUM
ALBUM
de la Grecia clásica
MUY HISTORIA 11
AMANTES EN
EL OLIMPO
Una de las mayores
preocupaciones de
las sociedades anti-
guas se centraba en
la continuidad de la
estirpe. Así, no es de
extrañar que muchos
de sus dioses estu-
viesen consagrados a
la fertilidad, como es
el caso de Príapo (1),
que aparece repre-
sentado siempre con
un gran falo erecto.
Las relaciones sexua-
les también debieron
ocupar buena parte
de los pensamientos
de los griegos, ya que
aparecen escenifica-
das en innumerables
piezas de cerámica.
El cortejo (2), las
diferentes posturas
sexuales (3,4), los
preliminares (5) o
las relaciones homo-
sexuales (6) quedan
patentes en numero-
sas obras, siendo una
fuente fundamental
para conocer las
costumbres de esta
sociedad. Entre los
objetos más bonitos
de esta colección des-
taca El beso (7), una
escultura realizada en
terracota y encontra-
da en la isla de Delos.
2
3
4
1
ALBUM
CORBIS
AGE
PRISMA
12 MUY HISTORIA
6
7
5
ALBUM
GETTY
ALBUM
MUY HISTORIA 13
1
2
ALBUM
PRISMA
LA BELLEZA
COMO DOGMA
La hermosura cons-
tituyó uno de los pi-
lares fundamentales
de la cultura griega;
no sólo el arte o la ar-
quitectura debían ser
proporcionados, sino
también los cuerpos.
Por ello, las mujeres
ponían muchísimo
empeño en lucir
siempre a la per-
fección. Las griegas
solían llevar el pelo
recogido (1), pero
además optaban por
mostrar un rostro
siempre blanco, algo
que llegó a ser una
obsesión. Para ello
utilizaban toda una
serie de potingues,
desde yeso al cono-
cidísimo albayalde
(carbonato básico de
plomo), que espolvo-
reaban sobre su cara
para conseguir un
cutis lo más pálido
posible, y que solían
guardar en bonitas
cajas de cerámica
(3). Junto al peplo
que solían vestir, los
brazaletes para las
extremidades su-
periores (2) y otras
joyas podían com-
pletar el atuendo.
Después de tanto
esfuerzo, un espe-
jo (4) servía como
colofón final para
confirmar su belleza.
3
4
ALBUM
AISA
MUY HISTORIA 15
Por Bernardo Souvirón, escritor y profesor de lenguas clásicas
LA TRANSICIÓN POLÍTICA EN ATENAS
En el tránsito de la Grecia arcaica a la clásica, los atenienses pasaron por modos
y sistemas de gobierno diversos: la aristocracia, la timocracia, la tiranía y, al fin,
el gobierno basado en el poder del pueblo, un invento netamente griego.
El camino hacia
la democracia
16 MUY HISTORIA
E
n la antigua Atenas se generó una
serie de procesos que resultó de-
cisiva no sólo para los propios
atenienses y sus compatriotas
griegos, sino para todos nosotros. En este
artículo nos centraremos en uno de esos
procesos, tal vez el más relevante.
En efecto, hace ya dos mil quinientos
años los atenienses se dieron a sí mismos
un sistema de gobierno que estaba funda-
mentado en el poder del pueblo. Lo llama-
ron democracia y constituía un motivo de
orgullo para la propia ciudad.
¿Cómo fue posible? ¿Cómo explicar que,
hace tanto tiempo, una ciudad griega cre-
yera que el gobierno no debía estar en ma-
nos de los aristócratas, los reyes o los tira-
nos? ¿Qué fue lo que propició que todos los
ciudadanos fueran considerados iguales y,
por tanto, depositarios de los mismos de-
rechos y deberes?
La sociedad gentilicia ateniense. La
antigua Grecia fue un laboratorio en el
que se experimentaron todos los sistemas
políticos conocidos con una sola excep-
ción: la dictadura. Pues bien, los diferen-
tes regímenes de gobierno que caracte-
rizaron la práctica política de los griegos
tuvieron una característica común: la
presencia permanente de una aristocracia
dirigente que fundamentaba su acceso al
poder en el privilegio de la sangre. Estos
aristócratas se llamaban a sí mismos eu-
pátridas, es decir, bien nacidos. En torno
a ellos se creó una estructura gentilicia,
completamente cerrada, cuyo principal
objetivo era impedir toda innovación que
pusiera en riesgo su poder, al que creían
tener derecho por razones de sangre, es
decir, por naturaleza.
A grandes rasgos, esta sociedad genti-
licia (término derivado del griego génos,
clan) estaba organizada así:
-Una primera división de la población en
cuatro phýlai o tribus emparentadas.
-Cada una de estas cuatro tribus se divi-
día a su vez en tres fratrías o hermanda-
des, también completamente cerradas, de
carácter civil y religioso, cada una con su
propia divinidad y su santuario.
La culminación del camino.
La era dorada de la democracia
en Atenas empezó en 461 a.C.,
cuando Pericles se convirtió en
líder político (cuadro de Philipp
von Foltz, 1853).
ALBUM
MUY HISTORIA 17
-Finalmente, cada fratría estaba
organizada en treinta géne (plural de
génos).
Un génos era esencialmente un
grupo de familias descendiente de un
antepasado común. Cada génos tenía
su propio jefe, que era a la vez sacer-
dote del culto familiar y juez civil.
Este hombre, dotado de un formida-
ble poder, vigilaba que la hermética
estructura de su clan se perpetuara,
tal como demandaban las costum-
bres ancestrales de los antepasados
fundadores, que impedían que la
propiedad traspasara los límites del
génos y propiciaban una moral indi-
vidual que perseguía el más impor-
tante de los objetivos: no poner ja-
más en riesgo los intereses del grupo
al que se pertenecía.
Dracón: la polis antes que los gé-
ne. El nacimiento de cualquier trans-
formación democrática implicaba
terminar con esta estructura genti-
licia, basada en el predominio de las
relaciones de sangre. La primera re-
forma destinada a frenar el poder de
los géne atenienses se vincula con un
legislador casi legendario cuyo nom-
bre es sinónimo de dureza y cruel-
dad: Dracón de Atenas. En efecto,
el adjetivo draconiano significa hoy
“duro, cruel, inexorable”, a pesar de
que es muy poco lo que podemos sa-
ber sobre este hombre, cuya vida es
un mar de referencias míticas.
La tradición lo sitúa en el siglo VII
a.C., época de luchas intestinas en-
tre los géne, cuyos jefes ordenaban
asesinatos casi cotidianamente, pro-
vocando así una espiral de violencia
que no parecía tener límites. Los eu-
pátridas, depositarios del poder po-
lítico, se disputaban dominio y pri-
vilegios atendiendo exclusivamente
a los intereses de su génos, el único
mundo que les era posible concebir.
En este contexto de extraordinaria
violencia, Dracón recibió el encargo
de redactar un código de leyes. No
podemos conocer las circunstancias
en que tal hecho se produjo, pe-
ro sí sabemos que Dracón compuso
un repertorio de normas de notable
severidad que, sin embargo, escon-
día un principio revolucionario. En
efecto, con la clara intención de que
la violencia dejara de ser patrimonio
de los clanes, estableció que la res-
puesta a cualquier delito debía ser de
toda la sociedad ateniense, producto
del reciente sinecismo (unión de las
distintas aldeas y poblaciones dise-
minadas por la región del Áti-
ca en una ciudad-Estado:
Atenas), y no del génos. Por primera
vez, robos, asesinatos y también la
corrupción (inherente a todo siste-
ma gentilicio) fueron considerados
delitos contra la polis, es decir, con-
tra Atenas, y no contra un génos o
una fratría. Fue una reforma decisiva
que Dracón precisó todavía más ha-
ciendo otra aportación fundamen-
tal: la distinción entre el homicidio
voluntario y el involuntario.
Nuevas clases sociales. A pesar de
las dificultades, del peligro que en-
trañaba redefinir el poder de los je-
fes de los clanes, Dracón plantó una
semilla que no tardaría en germinar.
Así, el ateniense Solón, que vivió en-
tre los siglos VII y VI a.C., recogió el
testigo de Dracón e inició un camino
de reformas dirigido a liquidar el po-
der del génos. No fue fácil. El propio
Solón escribe que hubo de revolver-
se “como un lobo en medio de
los perros”.
El primer paso fue
la instauración de la
naucraría, la prime-
ra unidad adminis-
trativa que se basa-
ba en una subdivi-
sión territorial y no
en la pertenencia a
un grupo familiar
determinado. Es
posible que las nau-
crarías existieran ya
desde época anterior;
de ser así, Solón compren-
dió que potenciarlas implica-
ba la organización de los atenienses
en virtud de un criterio social basado
en la convivencia territorial y no en
la relación gentilicia de parentesco.
No lo dudó: cada tribu fue dividida
en doce naucrarías.
Pero hizo algo mucho más revo-
lucionario: profundizó en el camino
que iniciaban las naucrarías y divi-
dió a la sociedad ateniense en clases
sociales que no tenían nada que ver
con la estructura gentilicia, sino
con un criterio económico. El sis-
tema creado por Solón fue llamado,
desde antiguo, timocracia, es decir,
gobierno basado en el honor (timé);
un tipo de gobierno que los antiguos
PERSONAJE
Dracón. Se ig-
noran las fechas
de su nacimien-
to y muerte, pero
se cree que vivió
en el siglo VII
a.C. Fue arconte
y dio el primer
paso hacia la
democracia.
Cualquier transformación democrática en
Grecia implicaba limitar los privilegios de
los géne (clanes aristocráticos dirigentes)
“Un lobo en medio de
los perros”. Así define
Solón (dcha., graba-
do) las dificultades
para aplicar sus refor-
mas ante el clima de
violencia política
(abajo, xilografía).
AGE
AISA
GETTY
18 MUY HISTORIA
griegos vinculaban con Esparta,
considerada el modelo típico de un
sistema timocrático. Mas la esencia
de la reforma de Solón consistió en
dar a la palabra timé un significado
que tenía muy poco que ver con el
modelo espartano, heredado de la
mentalidad heroica transmitida por
Homero y claramente vinculado a la
estructura gentilicia.
Cada cual según su aportación.
De este modo, Solón no ligó el honor
a la sangre, al génos o a la posesión
de tierras, sino que supeditó el timé
(y, por tanto, el derecho a ejercer
cargos públicos) a la producción de
la tierra, no a su posesión, dividien-
do a la sociedad ateniense en cuatro
clases sociales relacionadas con la
producción de sus tierras en me-
didas de cereal o aceite.
Por primera vez, la pala-
bra honor se desligó del códi-
go heroico establecido por los
guerreros micénicos: ahora este
concepto no residía en la pose-
sión de grandes extensiones de
terreno ni en el abolengo de la
estirpe, sino en la productivi-
dad de la tierra y, por tanto, en
la aportación que los propieta-
rios de dichas tierras propor-
cionaran al Estado.
La cuarta clase social del Es-
tado de Solón estaba integrada
por los llamados tétes, gente
que carecía de tierras y que, por tan-
to, trabajaba como asalariada en ex-
plotaciones agrícolas. Eran hombres
libres pero, con frecuencia, estaban
excluidos de las estructuras gentili-
cias, por lo que carecían de la pro-
tección del génos. Muchas veces se
veían obligados a pagar sus deudas
con su propia libertad.
El número de tétes se vio incre-
mentado a comienzos del siglo VI
a.C. por una multitud de pequeños y
medianos propietarios que, endeu-
dados por completo, tuvieron que
vivir cultivando su propia tierra en
beneficio de un acreedor. Fueron lla-
mados hectémoros, pues sólo podían
quedarse con una sexta parte de su
producción: el resto debía ser entre-
gado a los acreedores.
Muchos ni siquiera así podían sa-
tisfacer los plazos de la deuda. En-
tonces, los acreedores tenían de-
recho a convertirlos en esclavos,
venderlos y, de esta manera, con-
seguir que la deuda quedara cance-
lada. Solón se propuso poner fin a
esta situación y promulgó la seisá-
khtheia, es decir, la abolición de las
deudas y, a la vez, la liberación de
todo aquel que hubiera sido esclavi-
zado por este motivo.
Es difícil calibrar hoy lo que signi-
ficó este decreto de Solón. Es difícil,
pero podemos intentarlo si dirigimos
nuestra mirada a la Grecia moderna,
esclavizada, como antaño, por su
deuda. Es de suponer que cada lec-
tor puede imaginar la gesta de
Solón si la “contextualiza” en
el mundo de hoy, veintisiete
siglos después de que promul-
gara su seisákhtheia.
La aparición de Clístenes. Tras
la muerte de Solón, la historia
de Atenas cambió para siempre.
Sin embargo, a pesar de que sus
reformas calaron profundamen-
te entre la población vinculada
a la explotación de la tierra, los
eupátridas siguieron teniendo
un peso desmedido en el gobier-
no de una ciudad que continuó
su camino a través de la tiranía,
representada por Pisístrato y
sus dos hijos, Hipias e Hipar-
co. Cuando éste fue asesinado
y aquél tuvo que exiliarse (¡con
los persas!), Atenas se vio en una
nueva encrucijada.
De morosos a esclavos. Los peque-
ños propietarios que no pagaban sus
deudas eran esclavizados hasta que
Solón acabó con ello. Dcha., noble
griega y su esclava (lápida, s. IV a.C.).
Aristóteles define en su
Política las caracterís-
ticas esenciales de la prác-
tica democrática:
1.“Elegir todas las magis-
traturas entre todos”.
2.“Que todos manden so-
bre cada uno y cada uno,
por turno, sobre todos”.
3.“Que los cargos públi-
cos se designen por sor-
teo, todos o los que no re-
quieran experiencia y co-
nocimientos técnicos”.
4.“Que la misma persona
no ejerza dos veces el mis-
mo cargo público o sólo
en casos excepcionales”.
5.“Que la misma perso-
na ocupe pocos cargos
públicos, con excepción
de los relacionados con la
guerra”.
6.“Que todos los cargos
públicos sean de cor-
ta duración, o al menos
aquellos en los que sea
posible”.
7.“Que todos los ciuda-
danos, elegidos entre to-
dos, administren justicia. Y
que lo hagan sobre todas
las materias o sobre la ma-
yoría y, en cualquier caso,
sobre las más importantes
y primordiales: la rendición
de cuentas, la constitución
y los contratos privados”.
8.“Que la Asamblea del
pueblo tenga soberanía
sobre todas las cosas, o
sobre las más importantes.
Ningún cargo público ten-
drá soberanía sobre na-
da o, en todo caso, sobre
asuntos de escasa impor-
tancia”.
9.“Que ningún cargo pú-
blico sea vitalicio, y si algu-
no queda todavía, proce-
dente de alguna costum-
bre antigua, debe despo-
jársele de su poder y hacer
que sea sorteable en lugar
de electivo”.
Reglas de la práctica democrática, según Aristóteles
LIBRO
Política,
Aristóteles.
Espasa, 2006.
En este volumen, el
filósofo griego reu-
nió todos los escri-
tos y tratados que
dedicó a la vida en
sociedad y a la or-
ganización de la
convivencia cívica.
Aguafuerte
que retrata a
Aristóteles
(384-322
a.C.), filosó-
fo, científico
y autor de la
Política.
AISA
GETTY
MUY HISTORIA 19
Habían pasado cuarenta años
desde la muerte de Solón. Los eupá-
tridas, deseosos de volver a la época
anterior a este legislador, se reagru-
paron en torno a la figura de Iságo-
ras. Fue entonces cuando, oponién-
dose frontalmente a éste, apareció
Clístenes, un miembro de la familia
de los Alcmeónidas.
Clístenes prometió reformas que
liquidaban por completo el antiguo
sistema gentilicio. Su éxito se funda-
mentó en que estas reformas se apo-
yaban en los nuevos pobladores ur-
banos, nacidos del auge del comercio
y de la aparición de una emergente
población artesana que no estaba
vinculada a la tierra. Iságoras com-
prendió muy bien lo que esto suponía
y reaccionó con violencia: reclamó la
ayuda del rey espartano Cleómenes,
quien exigió la salida de Atenas de los
Alcmeónidas y de unas 700 familias
más. Clístenes se ausentó volunta-
riamente de Atenas, intentando con
ello evitar que un rey espartano en-
trara en la ciudad. No lo consiguió:
Cleómenes entró en Atenas en el año
507 a.C. Bajo su autoridad fue elimi-
nado el Consejo de los Cuatrocientos
(Boulé) creado por Solón, que fue
sustituido por otro que representaba
los intereses de Iságoras y de las fa-
milias aristocráticas.
Rebelión contra los tiranos. Fue
un intento vano. En un acto que de-
muestra hasta qué punto se había
transformado la ciudad, el pueblo
ateniense se rebeló y puso cerco a la
Acrópolis, lugar en el que se habían
refugiado Iságoras y Cleómenes.
Ambos se vieron forzados a abando-
nar Atenas y Clístenes regresó para
poner en marcha sus reformas.
No sabemos con exactitud la fe-
cha de la muerte de Clístenes, pero
sí sabemos que Pericles, el hombre
que representa el culmen de la Ate-
nas democrática, nació en el año 495
a.C., unos diez años después de que
Clístenes iniciara su reforma.
El padre de Pericles se llamaba Jan-
tipo. La madre, Agariste, era miem-
bro de los Alcmeónidas y sobrina de
Clístenes. No es difícil imaginar la
influencia que esta mujer debió de
ejercer en la trayectoria política de
Pericles que, en torno al año 461 a.C.,
se convirtió en el líder indiscutible
del partido democrático. Fue el ini-
cio de la era de esplendor de Atenas.
Los atenienses, reunidos en la
Asamblea (Ekklesía), decidían sobre
la guerra y la paz, sobre el pago de
impuestos, sobre el establecimiento
de relaciones diplomáticas, sobre la
promulgación o suspensión de las
leyes y sobre cualquier otra materia
considerada esencial para el presente
o futuro de su polis. Y, para hacerlo,
se basaban en tres principios irre-
nunciables, en los que se cimentaba
su sistema político: isegoría (igual-
dad en el uso de la palabra en públi-
co), isonomía (igualdad ante la ley) y
parresía (libertad de expresión).
Esplendor democrático. La apli-
cación radical de la isonomía hizo
que el procedimiento de designación
más común de los cargos públicos
fuera el sorteo, intentando evitar así
la generación de una clase política
perpetuada en el poder mediante un
sistema de elecciones. Aristóteles,
en su Política, lo explica muy bien
cuando escribe: “Una caracterís-
tica de la libertad es gobernar y ser
gobernado por turno. […] En las de-
mocracias, la opinión de la mayoría
es la autoridad soberana, siendo és-
El sistema ateniense tenía un
principio esencial: la isonomía,
es decir, la igualdad ante la ley
El golpista Pi-
sístrato. Aristó-
crata y pariente
de Solón, tomó
la Acrópolis con
sus soldados e
inició la etapa de
los tiranos. Go-
bernó tres ve-
ces: en 561 a.C.,
de 559 a 556 a.C.
y de 546 a 527
a.C. (su muerte).
Abajo la tiranía. En este grabado del si-
glo XIX, vemos el asesinato del tirano Hi-
parco, hijo de Pisístrato, en el año 514 a.C.
AISA
ALBUM
WEB
bit.ly/1wXEKI2
Entrada en Wikipe-
dia sobre el poeta,
legislador y estadis-
ta Solón (638 a.C.-
558 a.C.), uno de
los llamados “siete
sabios de Grecia”.
20 MUY HISTORIA
te un rasgo distintivo de la libertad,
que todo demócrata considera como
elemento definidor de este régimen
político”. Para los atenienses, un sis-
tema electivo de gobierno dejaría sin
efecto uno de los tres pilares de la de-
mocracia: la isonomía.
Ciertamente, la igualdad ante la
ley no sólo implicaba igualdad de de-
rechos, sino también igualdad de de-
beres, especialmente si, como afirma
Aristóteles, “nadie es ciudadano por
habitar una ciudad determinada”
sino “por participar en las tareas
de gobierno y en las judiciales”. Es-
ta concepción de la ciudadanía, tan
alejada de la práctica moderna, es lo
que realmente carga de significado el
concepto de isonomía: los ciudada-
nos tienen la obligación de participar
en los asuntos del Estado no delegan-
do su opinión en otros a través de un
mecanismo electivo, sino ejerciendo
directamente sus derechos. Esta es la
razón por la que Aristóteles afirma
que el verdadero ciudadano es aquel
que “participa del poder legislativo y
judicial del Estado”. Y añade: “Lla-
mamos Estado al conjunto de tales
ciudadanos”.
Rendir cuentas ante el pueblo so-
berano. El lector habrá reparado en
el hecho de que Aristóteles considera
a los poderes legislativo (al que lite-
ralmente llama “deliberativo”) y ju-
dicial como las partes verdaderas del
Estado, y no así al poder ejecutivo.
La razón es clara: este tercer poder,
representado por los cargos públi-
cos, debe estar sometido a los otros
dos poderes, puesto que son los ciu-
dadanos los que cargan de sentido a
la palabra Estado, y éste no existe sin
los ciudadanos.
Esa es la razón por la que todos
los cargos públicos estaban obliga-
dos a rendir cuentas ante el pueblo,
representado en el llamado Boulé o
Consejo de los Quinientos (Clístenes
amplió el número de bouleutas, de
los 400 establecidos por Solón). La
palabra griega que designa este pro-
cedimiento esencial de la democra-
cia ateniense es euthýna, un término
que significa “corregir, enmendar,
poner derecho”.
La rendición de cuentas implicaba
no sólo la justificación de los gastos
que cada magistrado había hecho de
los fondos públicos; suponía tam-
bién una defensa de su gestión, po-
lítica o judicial. Tenemos ejemplos
perfectamente documentados de
cargos públicos que pagaron con su
vida el haber defraudado al pueblo
ateniense, incluso cuando las cir-
cunstancias en que tuvieron que
desarrollar su gestión fueron consi-
deradas como un atenuante que jus-
tificaba en parte sus acciones.
De la democracia a la partitocracia
actual. Cualquiera de los lectores de
este artículo puede colegir sin difi-
cultad las implicaciones que estas
prácticas de la democracia atenien-
se tendrían, dos mil quinientos años
después, en un país como el nuestro:
difícilmente alguno de nuestros diri-
gentes pasaría el filtro de la euthýna
ante una asamblea como el Consejo
de los Quinientos de Atenas.
La razón fundamental es que
nuestra democracia carece actual-
mente de mecanismos de control.
O, mejor dicho, de mecanismos de
control por parte del pueblo sobe-
rano. Nuestros dirigentes rinden
cuentas sólo ante sus iguales, asen-
tados en la Asamblea (el Parlamen-
to) por un sistema electivo de listas
cerradas elaboradas no por los ciu-
dadanos, sino por los jefes de cada
partido: es lo que algunos han dado
en llamar partitocracia.
En efecto: quien quiera saber cómo
funcionaba el antiguo génos, que
observe el funcionamiento de los
partidos políticos. e
•Diez phýlai territoria-
les, no gentilicias. Diez ar-
contes y diez regimientos
(táxeis). También diez es-
trategos (jefes militares).
•Las diez phýlai se divi-
dían en trittyes y éstas en
démoi, concepto funda-
mental en la reforma.
•Todos los ciudadanos
fueron inscritos no según
su génos, sino según su
démos. La importancia del
démos hizo que el sistema
se llamara democracia.
•Cadadémosteníauna
asamblealocalformadapor
susciudadanosadultos.
•Cada asamblea elegía
a un demarco (jefe del dé-
mos) y magistrados que
canalizaban las disposicio-
nes del gobierno central.
•Cada démos tenía un re-
gistro civil, que otorgaba la
ciudadanía en el Estado.
El poder del démos tuvo su
reflejo institucional:
•Clístenes abolió el Con-
sejo de los 400 y creó el
Consejo de los 500: 50
ciudadanos por cada nue-
va phýle, elegidos por sor-
teo. Nadie podía ser miem-
bro del Consejo más de
dos veces en su vida.
•Se nombró a 10 estra-
tegos (uno por tribu), al
mando de un arconte pole-
marca.
•El tribunal del Areópago
conservó jurisdicción en
asuntos militares.
•Todos los asuntos polí-
ticos pasaron a depender
de la Asamblea (Ekklesía).
•Se nombró a diez apo-
dectas, encargados de los
asuntos financieros.
•Se estableció el os-
tracismo, procedimiento
por el que, a criterio de la
Asamblea, cualquier ciu-
dadano sospechoso de
pretender el poder más allá
de los procedimientos de-
mocráticos podía ser des-
terrado de la ciudad.
La reforma de Clístenes
Isegoría en la
Ekklesía. Esto es,
igualdad en el uso
de la palabra ante la
Asamblea, donde
los atenienses de-
batían y decidían.
Uno de los más
grandes oradores
fue Demóstenes
(384-322 a.C.; gra-
bado coloreado).
ALBUM
AGE
En los óstraka (conchas de
cerámica) se escribía el nom-
bre del condenado al ostracis-
mo (aquí, el de Temístocles).
LIBRO
El mundo
de Atenas,
Luciano Canfora.
Anagrama, 2014.
Este ensayo des-
mitifica la historia
de la ciudad y
muestra las contra-
dicciones del siste-
ma democrático de
la Grecia clásica.
MUY HISTORIA 21
ATENAS, EL EJEMPLO A SEGUIR
La ciudad
incomparable
La vida en la bulliciosa y cosmopolita capital ática tenía una gran actividad
comercial, religiosa y en la función pública. El desarrollo de la sociedad impuso
la necesidad de crear nuevas infraestructuras y así se fue conformando la polis.
Por Raquel López Melero, profesora de la UNED
Un ágora grandiosa. Maque-
ta que reproduce el aspecto
de la antigua ágora ateniense,
centro neurálgico de numero-
sas actividades en el día a día
de los vecinos de la capital.
22 MUY HISTORIA
L
legando a Atenas por mar, el te-
rritorio de la polis ateniense (del
Estado llamado hoi Athenaioi,
“los atenienses”) comprendía to-
da la península del Ática, un área rural con
numerosas aldeas y algunos núcleos urba-
nos monumentales, como Eleusis o Brau-
rón. Pero el centro político, religioso y
económico era la ciudad llamada Athenai,
Atenas. En la época de Pericles, el enorme
desarrollo de la flota hizo que El Pireo, un
promontorio asociado a tres puertos, se
llenara de construcciones de uso militar y
comercial. Tenía también un teatro, tem-
plos y todo un barrio residencial. La parte
del Pireo estaba totalmente rodeada por
una muralla, pero distaba unos 9 km. del
área urbana de Atenas, también amuralla-
da. Para evitar que ambas zonas quedaran
incomunicadas entre sí, si se producía un
ataque por tierra, se construyó un doble
muro recto que unía los dos recintos de-
jando una vía en medio.
El Pireo, centro comercial. Se podían ver
en esos puertos, fondeadas o en construc-
ción,nosólotrirremes–lasnavesdeguerra
veloces y de gran maniobrabilidad gracias
a sus tres filas de remeros por cada lado–,
sino un buen número de naves de carga y
de embarcaciones menores. El Pireo era
por entonces el principal centro comercial
del conjunto formado por el Mediterráneo
y el Mar Negro: allí llegaba grano y salazo-
nes de pescado; especias, perfumes y linos
o sedas; mármoles y maderas. La demanda
de todos esos productos por parte de los
atenienses era por entonces muy elevada;
a su vez, Atenas exportaba su excedente de
aceite de oliva y su magnífica producción
de cerámica pintada. Cambistas de mo-
neda y gestores de operaciones crediticias
atendían, en sus mesas, a los armadores y
comerciantes.
Todas las polis tenían una plaza donde
coincidían los ciudadanos en actos de par-
ticipación colectiva y donde se instalaba
un mercado; se denominaba ágora. La de
Atenas en época clásica era muy grande.
Estaba delimitada por mojones, que la
identificaban como un espacio público
MUSEOARQUEOLÓGICONACIONALDEATENAS
vedado a las construcciones par-
ticulares y también a los ciudadanos
que hubieran cometido un delito de
impiedad, maltratado a sus padres,
eludido el alistamiento o mostrado
cobardía en el campo de batalla. En
sentido longitudinal la atravesaba
una vía cuyo tramo más próximo a
la muralla servía para celebrar las
competiciones deportivas a pie y a
caballo. Junto a ella se levantaba, en-
tre otros, un altar dedicado a los doce
dioses principales (Zeus, Poseidón,
Apolo, Ares, Hermes, Hefesto, Hera,
Atenea, Artemisa, Afrodita, Deméter
y Hestia), así como el monumento a
Los Tiranicidas, considerado como
un símbolo de la democracia.
Un ágora muy especial. Estaba ro-
deada de templos y construcciones
de uso civil, entre ellas una fuente
de nueve caños que recogía las aguas
de un manantial sagrado. En verano
le daban sombra unos enormes plá-
tanos, con sus ramas entrelazadas
formando una cubierta. Allí se ins-
talaban los vendedores, y también se
podía ver a oradores dirigiéndose a
quienes tuvieran a bien escucharlos.
Sin embargo, no se podían reunir en
el ágora, pues las asambleas, de un
mínimo de 6.000 ciudadanos nece-
sarios para el quórum en el caso de
los asuntos más graves, no cabían en
ese lugar. Lo hacían por ello en la co-
lina de Pnix, que estaba muy cerca,
junto a la del Areópago. En la fiesta
anual de las Panateneas,
una solemne procesión recorría el
ágora en dirección a la Acrópolis
para cumplir con el ritual debido a
la diosa tutelar de la ciudad. Parti-
cipaban en ella los jóvenes a caballo
y las muchachas a pie, tal y como se
representa en los frisos del Partenón.
La inspiradora Acrópolis atenien-
se. La mayor parte de las polis tenían
una acrópolis, un espacio elevado,
con buenas defensas naturales, que
se podían reforzar con amuralla-
miento. Servía para refugiarse en ca-
so de peligro, con todo lo valioso que
se pudiera acarrear; y también al-
bergaba un recinto sagrado, sede de
la divinidad políada –es decir, pro-
tectora de la ciudad– cuya imagen
se encontraba en un santuario. Des-
La colina sagrada. Perspectiva occidental de la Acrópolis ateniense vista desde la
rocosa colina de Pnix. En la imagen de la izquierda, la fachada del templo de Atenea
Niké situado en un bastión de los Propíleos. Este templo conmemora la victoria de
los atenienses sobre los persas en la batalla de Salamina.
El Pireo, puerto de Atenas.
Este mapa sitúa la urbe ática con
su conexión a través de los Muros
Largos hasta El Pireo, población
portuaria y base naval de la polis.
de tiempo inmemorial, la Acrópolis
ateniense había albergado el templo
de Atenea, sustituido por el Parte-
nón tras ser destruido por los persas
junto con las demás construcciones.
Quedó entonces la colina restringida
a usos religiosos. Se construyó una
puerta monumental, los Propíleos,
que tenía al lado el pequeño templo
de Atenea Niké: la victoria sobre los
persas personificada, pero sin alas
para que no pudiera abandonar nun-
ca la ciudad.
Al atravesarla, se accedía a una gran
explanada llena de valiosas ofren-
das sobre las que se erigía la enorme
estatua de bronce de la diosa Atenea
armada como un hoplita: era la Pro-
macos, la “defensora”. Un poco más
adelante, en el interior del Partenón
se encontraba otra imagen de Atenea,
también creada por el escultor Fidias
y más impactante, si cabe, porque
estaba recubierta de placas de mar-
fil y de oro. Cubría su cabeza con un
PERSONAJE
Esquilo (525
a.C.-456 a.C.).
Importante dra-
maturgo griego,
testigo del de-
sarrollo de la
democracia. Lu-
chó en diferen-
tes batallas con-
tra el imperio
persa y de esa
experiencia re-
sultó una de sus
más famosas
tragedias, Los
persas.
GETTY
PRISMA
ALBUM
chaban entonces los ladrones para
robar los mantos de lana, el calzado
y cualquier pertenencia que llevara
encima el viandante ocasional.
Bien avanzada la noche regresaban
a sus casas quienes habían pasado
horas en las tabernas y en los pros-
tíbulos; y también los asistentes a los
simposios, que, tras haber consu-
mido durante horas vino mezclado
con agua, procuraban despejarse al
fresco. La cerámica ática los repre-
senta, todavía coronados de hiedra,
como parejas pederásticas, o bien
en compañía de alguna mujer de las
que solían animar tales eventos.
Las mujeres atenienses pa-
saban mucho tiempo dentro
de las casas, pero también eran
muy visibles fuera de ellas. Vi-
sitaban a sus vecinas y amigas
para compartir ratos de ocio
con ellas, y las ayudaban en dis-
tintas tareas y en eventos, como
las bodas y los funerales, que
tenían un importante ceremo-
nial doméstico. Coincidían en el
mercado, en las fuentes, en las
sepulturas y en celebraciones
religiosas exclusivas de muje-
res. Acudían al teatro y parece
que también a escuelas, gimna-
sios y baños, al menos las que
se lo podían permitir, igual que
en el caso de los varones.
Además, tenían asignadas
prestaciones diversas en los
170 días al año en los que se
practicaba algún tipo de ritual,
porque se les reconocía una es-
pecial capacidad de mediación
con las fuerzas sobrenaturales.
Por otro lado, como ellas no
iban a la guerra, estaban siem-
pre disponibles para ejercer
esas funciones tanto en el espa-
cio doméstico como fuera de él.
Los griegos eran homosociales;
es decir, que, por principio, los
varones pasaban el tiempo en-
tre ellos y las mujeres con otras
mujeres.
Vida pública y vida privada.
Existe el histórico malentendido
de que las atenienses permane-
cían recluidas en sus casas y de
que existía una auténtica fron-
tera de género entre el espacio
público y el privado. En cambio,
lo que había era una alternancia
de género en el uso de ciertos
espacios y un imperativo social
de reserva por parte de las mu-
jeres en su comunicación con
los hombres, quienes, a su vez,
debían ignorar su presencia.
Además de las prostitutas de
los burdeles, había mujeres in-
dependientes que alternaban
con hombres; pero las demás
sólo debían relacionarse con
los de su familia, tanto en la ca-
sa como fuera de ella.
Omnipresencia femenina
Las fuentes eran
un lugar habitual
de encuentro de
las mujeres, que
coincidían en las
labores cotidianas
de la ciudad.
casco ornamental, tenía el escudo a
su izquierda apoyado en el suelo, y
a su derecha, en lugar de empuñar
la lanza, sujetaba una imagen de la
Victoria: era la diosa como Partenos
(“doncella”). La otra construcción
importante de ese recinto, el Erec-
teión, estaba dedicada a un culto local
muy antiguo. Uno de los costados de
la Acrópolis sirvió para construir un
teatro con gradas de madera, que fue
sustituido más tarde por el de piedra,
cuyos restos se han conservado. Allí
se representaron las tragedias de Es-
quilo, Sófocles y Eurípides, y las co-
medias de Aristófanes y Menandro.
Cómo encontrar el lugar deseado.
Una vez dentro del área urbana amu-
rallada, la orientación general era
fácil en Atenas, porque la Acrópolis,
coronada por el Partenón, resultaba
visible desde todos los puntos, nin-
guno de los cuales distaba más de dos
kilómetros de ella. Las principales
vías conducían a una de las puertas
de la muralla o bien al ágora. Deli-
mitaban barrios (demos), que tenían
sus propios nombres; pero no así sus
calles, por lo que había que recurrir
a la descripción de los itinerarios
por referencia a lo que se iba encon-
trando por el camino. Las capillitas
en honor de los dioses y los héroes
se contaban por docenas, y ninguna
de ellas era igual a la otra; y también
los hermas (bustos del dios Hermes
Atenea Partenos. Reproducción
de la diosa guerrera que ideó
el escultor Fidias para presidir el
interior del Partenón.
sobre pilares que presentaban un
falo en erección) se encontraban
por doquier, en cruces de caminos
y a la entrada de algunas casas, con
pequeños rasgos diferenciadores.
Muchos eran también los templos,
los edificios públicos y las fuentes.
Las pequeñas tiendas y los talleres,
que se mostraban al viandante agru-
pados por especialidades, servían
igualmente como indicadores.
Mucho antes de llegar a esa “plaza
de los juegos, donde se encuentra la
mesa de jugar y donde las ocupacio-
nes habituales son los dados y las pe-
leas de gallos” (Esquines, Contra Ti-
marco, 53), se escuchaba un enorme
griterío.
Peleas de gallos, una atracción
muy especial. El gallo era símbolo
de virilidad, que debía manifestar el
soldado (todos los ciudadanos y una
parte de los metecos entre los 18 y los
60 años) luchando hasta la muerte en
lo que, para los antiguos griegos, eran
guerras endémicas. Por eso algunos de
ellos lo llevaban pintado en su
escudo y por eso era el regalo
que hacía el amante (erastés)
a su adolescente amado (ero-
menos) en las relaciones pe-
derásticas. Todos los varones
disfrutaban con las peleas de
gallos, porque de algún mo-
do sintonizaban con ellos; los
ejemplares más bravos alcan-
zaban precios astronómicos,
y sus testículos se utilizaban
como un remedio para la im-
potencia sexual. Una especie
de chaquete, que se jugaba
con dados, también atraía la
atención de muchos curiosos.
Al ponerse el sol cesaban
todas las actividades del
exterior, ya que las calles,
carentes de alumbrado, se
volvían inseguras. Aprove-
La mayor parte de
las polis tenían
una acrópolis,
un espacio elevado,
comodefensanatural
ALBUM
CORBIS
MUY HISTORIA 25
Pero también se solían encontrar
dos tipos de cortejos avanzando a la
luz de las antorchas y con participa-
ción de músicos: el nupcial y el fune-
rario. El primero era la conducción
de la novia por parte del novio en un
carro tirado por mulas desde la casa
paterna, donde se la habían entre-
gado formalmente, hasta su nuevo
hogar, la casa del novio; la pareja era
acompañada en ese trayecto por fa-
miliares y amigos de ambos sexos en
actitud festiva.
En la oscuridad de la noche. Un
cortejo similar, también con partici-
pación femenina pero con manifes-
taciones de duelo, conducía antes de
romper el alba a los difuntos desde su
casa, en la que había tenido lugar el
velatorio, hasta el lugar previsto para
la sepultura.
Atenas era una ciudad llena de ex-
tranjeros. Quienes estaban de paso
por la ciudad dependían de fami-
liares o amigos no sólo para alojarse
sino para cualquier relación con las
instituciones. Como no existían do-
cumentos de identificación personal,
necesitaban a algún ciudadano que
diera fe, por ejemplo, de que no eran
esclavos. De ahí la importancia que
tenía la relación de hospitalidad, un
vínculo recíproco similar al familiar
que se transmitía de padres a hijos y
que estaba protegido por el propio
Zeus. Sólo cuando iban en misión de
embajada resultaban acogidos por la
propia ciudad.
Los habitantes de condición li-
bre llegaron a formar dos colecti-
vos igualmente numerosos (entre
20.000 y 40.000 varones adultos) en
la Atenas de Pericles, cuyo desarro-
llo económico atrajo a muchos grie-
gos procedentes de otras polis. Estos
últimos eran los metecos, a quienes
se permitía ejercer las más variadas
actividades lucrativas.
No podían, sin embargo, ser pro-
pietarios de suelo ni urbano ni rús-
tico y debían pagar un impuesto
especial; también se les requerían
algunas prestaciones militares. Por
otro lado, necesitaban que un deter-
minado ciudadano ateniense fuera
su representante ante la comuni-
dad. Tal condición era hereditaria,
pudiendo obtener la ciudadanía co-
mo recompensa por méritos espe-
ciales.
Las principales ocupaciones de los
ciudadanos eran la guerra y las tareas
públicas. Este colectivo representaba
a los únicos miembros de la comuni-
dad política que desempeñaban en
ella su propio rol de género: el del
ciudadano-soldado, característico
de las polis porque no tenían ejér-
citos profesionales. Debían alistarse
todos ellos como soldados hoplitas
o como remeros de la gran flota ate-
niense que controlaba el Egeo en pie
de guerra. Ello se veía como un dere-
cho y como un deber, lo mismo que
la asistencia a la asamblea soberana,
la participación como jurados en los
tribunales de justicia o el desempeño
de magistraturas personales o co-
legiadas que, para mayor equidad y
rotación, eran anuales y se sorteaban
(a excepción del generalato, electivo
y prorrogable).
Todas esas actividades les absor-
bían mucho tiempo, pero los agricul-
tores tenían esclavos y jornaleros que
les ayudaban y las campañas milita-
res no coincidían con el grueso de las
tareas del campo. Además, tanto los
remeros como los participantes en
tareas públicas recibían un modesto
salario por día invertido.
Trabajar y hacer la guerra. La ac-
tividad política de los ciudadanos se
veía como una continuación de su
actividad militar. Por eso no debería-
mos extrañarnos de que no tuvieran
cabida en ella las mujeres, cuyo rol
de género consistía en administrar la
hacienda y en reponer con la mater-
nidad las bajas militares y generacio-
nales. A finales del llamado “Siglo de
Pericles” (V a.C.), cuando las largas
guerras van acabando con la posi-
ción dominante de Atenas y con una
buena parte de sus ciudadanos, com-
prometiendo así la pervivencia de las
familias, el poeta cómico Aristófanes
da la palabra a las mujeres para que
reprochen a los varones el no haber
hecho bien su trabajo en la adminis-
tración de la paz. En realidad, tam-
bién ellas tenían una cierta condición
de ciudadanas, porque sólo como hi-
La actividad política
de los ciudadanos
se veía como una
continuación de
su desempeño militar
Restos de las minas de plata de Laurión. Célebres por su riqueza en metales, em-
pleados para acuñar las primeras monedas o pagar la construcción de trirremes.
Ruinas del tem-
plo de Erecteión.
Al norte de la Acró-
polis ateniense se
encuentra este
templo, constituido
por tres santuarios,
dedicado cada
uno de ellos a un
dios: Zeus, Atenea
y Poseidón.
VÍDEO
bit.ly/1D9QwaE
Artehistoria nos lle-
va a hacer un reco-
rrido por la Acró-
polis de Atenas tal
como era en el
“Siglo de Pericles”.
ALBUM
GETTY
26 MUY HISTORIA
jas de ciudadano podían engendrar
hijos con derecho a la ciudadanía.
Podría haber llegado a 300.000,
contando mujeres y niños, el núme-
ro de los esclavos, aunque la gran
mayoría trabajaba, como ma-
no de obra sin contexto fa-
miliar, en las minas de pla-
ta de Laurión y en grandes
propiedades agrícolas.
Muchos esclavos de
muchos tipos. Los demás
eran esclavos domésticos,
a razón de uno o varios por
patrimonio familiar, o bien
propiedad del Estado, al
servicio de los magistrados.
Estos últimos, como los que
regentaban talleres, vivían en
sus propias casas con sus res-
pectivas familias. Los esclavos
podían ser vendidos, pero tam-
bién podían comprar su liber-
tad cuando se les permitía te-
ner sus propios ahorros.
Un buen número de ellos,
de ambos sexos, estaban
integrados en las familias
de sus dueños, donde recibían co-
bijo y sustento hasta el final de sus
días. Así ocurría, por ejemplo, con
las nodrizas y con los llamados pe-
dagogos, que acompañaban a los
menores fuera de casa y les enseña-
ban los rudimentos de letras y nú-
meros; seguían a su servicio cuan-
do ya eran mayores. La situación
de los esclavos era, por tanto, muy
variada. Había ciudadanos libres en
peores condiciones económicas y
sociales, y con peores expectativas,
que algunos de ellos, por mucho que
tuvieran libertad de movimientos.
La esclavitud se consideraba como
algo económicamente imprescindi-
ble, y la condición del esclavo como
una forma de mala suerte.
Laproximidaddelosdifuntos.Como
miembros de la familia y, en definitiva,
de la comunidad, los difuntos seguían
teniendo una cierta presencia en la se-
pultura: un lugar fronterizo donde se
producía la comunicación del mundo
de los vivos con el de los muertos.
Allí se depositaba el cadáver cuan-
do la familia optaba por la inhuma-
ción, o bien las cenizas en una urna,
si se llegaba a incinerar. Un monu-
mento funerario en forma de estela,
generalmente, y con una inscripción
servía para recordar al difunto, a ve-
ces con una sentida dedicatoria.
Cuando se construyeron las mu-
rallas, la zona ocupada por los alfa-
reros, en el noroeste, y llamada por
ello Cerámico, quedó dividida en dos
partes separadas por la puerta del
Dipilón. Intramuros estaban los ta-
lleres, mientras que la parte próxima
al río Erídano, que sufría inundacio-
nes, se utilizó como necrópolis, con
pequeños recintos rodeados por mu-
retes que iban recibiendo a los difun-
tos de una misma familia.
Al estar prohibidos los enterra-
mientos en el interior de las mura-
llas, sirvieron para ese fin otros espa-
cios situados a lo largo de las demás
vías de acceso. Los espacios funera-
rios estaban, por tanto, integrados
en la vida cotidiana del viandante.
Se podía ver a las mujeres, que eran
las encargadas de realizar los rituales
debidos, como muestran multitud
de escenas con las que se decoraron
los lecitos, unas jarritas utilizadas en
esas libaciones. En los monumentos
más ricos se representaba al difunto
o la difunta en relieve; pero no co-
mo un retrato sino bajo una imagen
convencional idealizada y con rasgos
favorecedores: el hoplita, el jinete, la
madre, el ciudadano maduro o la jo-
ven en edad núbil. e
El contacto con el mun-
do griego a través de
los restos arqueológicos y
de la estatuaria conser-
vada en los museos nos
ayuda a imaginarnos
el ambiente real de una
ciudad como Atenas. Se
apiñaban las viviendas
de dos plantas en calle-
juelas estrechas, lo mis-
mo que las excavadas en
los costados rocosos de
la Acrópolis; e igual ocu-
rría con las construcciones
religiosas y civiles, de to-
das las formas y tamaños.
Quedaba poco sitio para
el enorme trasiego de la
gente. No sólo en el ágora,
también en las calles más
anchas de los barrios se
instalaban mercados y se
formaban corrillos.
Policromía por doquier.
Hay que imaginárselo to-
do lleno de gente, con una
variada gama de olores
penetrantes: los de los ver-
tidos que se hacían en las
calles; los de las especias
y perfumes; los de la carne
asada, que se preparaba
fuera de las viviendas o en
altares al aire libre cuando
se trataba de sacrificios.
Y todo lleno de color. Las
mujeres se maquillaban el
rostro con blanco de plo-
mo, con rojo de cinabrio y
con carbonilla, y llevaban
telas de lana y de lino teñi-
das con colores chillones.
Así se policromaban todas
las estatuas y las figuras de
los relieves, para que pare-
cieran vivos. Y así hay que
ver las estelas funerarias o
los magníficos mármoles
del Partenón; las estatuas
de Atenea, las korai y kou-
roi –imágenes idealizadas
de chicas y chicos que se
depositaban como ofrenda
en la Acrópolis y que seña-
laban algunas sepulturas–
o las cuatro cariátides del
Erecteión. Los elementos
arquitectónicos –colum-
nas y cubiertas– también
estaban policromados, en
parte con pan de oro. Las
construcciones más mo-
destas se encalaban; y la
madera de sus entrama-
dos, puertas y pequeñas
ventanas también se cu-
brían de pintura.
Vida y color en el área urbana
Urna funeraria en relieve
que muestra una escena
de despedida con tres
mujeres.
LIBRO
Así vivieron en la
antigua Grecia:
un viaje a nuestro
pasado,
Raquel L. Melero
Anaya, 2009.
Esta obra ofrece un
panorama renova-
do de la vida coti-
diana en la antigua
Grecia.
ALBUM
PRISMA
En la colina sagrada.
La Acrópolis y sus templos
siempre constituirán la
gran atracción turística de
Atenas. Esta imagen fue
tomada en 2009.
MUY HISTORIA 27
COREBO
DE ÉLIDE
OLIMPIADAS INVENTOS
GLOSARIO
1 METRÓPOLIS
Término originario de la Antigua Grecia para
describir a una ciudad-Estado con colonias.
En la actualidad, se mantiene con el mismo
sentido de ciudad principal, cabeza de pro-
vincia o Estado, respecto de sus colonias.
2 DEMOCRACIA
Se forma a partir de la palabra griega demos
que significa “pueblo, gente” y de -cracia,
elemento compositivo de nuevas palabras,
de origen griego, que indica “gobierno, con-
trol, poder”.
3 ÁGAPE
Viene del heleno, donde significaba “amor”. No
siempre se entendió esta palabra como “festín
o banquete”, sino que se utilizó para designar
un rito paleocristiano, vinculado a la eucaristía,
que incluía abundante comida.
El primer ordenador
Pocas cosas les gustaban más a
los griegos que la guerra, el de-
porte y la belleza. El cultivo del cuer-
po y la competición entre ciudades
fueron los dos elementos que estu-
vieron en la base de la creación de los
primeros Juegos Olímpicos de la An-
tigüedad, celebrados en la ciudad de
Olimpia en el año 776 a.C., en honor a
Zeus. Poco o nada tiene que ver esta
primigenia competición con la que se
celebra en la actualidad, ya que sólo
participaban hombres libres griegos y
la victoria era premiada con una rama
de olivo y el respeto de sus compa-
triotas. Estas pruebas se realizaban
durante el verano, duraban sólo un
día y coincidían con la primera luna
llena después del solsticio de verano.
El primer “medallista olímpico” fue
Corebo de Élide (que no era atleta de
profesión, sino panadero), que ven-
ció a sus demás rivales en una carrera
de unos 192 metros (la medida de un
estadio). Los Juegos se irían consoli-
dando entre los siglos VII y V a.C., cre-
ciendo las ciudades que competían
en ellos. El premio de la corona vege-
tal permanecería en el tiempo, here-
dándola los juegos modernos hasta
1960, cuando aparecen las medallas.
CURIOSIDADES POR IRIA PENA PRESAS
El desarrollo de las matemáticas
y la astronomía en la Grecia an-
tigua tuvo un progreso sorprenden-
te. El descubrimiento realizado por
un grupo de pescadores a princi-
pios del s. XX de un mecanismo se-
mejante a los engranajes de un reloj
confirmó mediante investigadores
posteriores que este aparato da-
taba del 100-150 a.C. y que servía
para hacer cálculos astronómicos,
como la periodicidad de los eclip-
ses o la posición del Sol, la Luna,
Mercurio o Júpiter. Conocido como
“el mecanismo de Anticitera”, por
la isla donde se sitúa el yacimien-
to en el que fue encontrado, entre
las islas de Citera y Creta (en el mar
Egeo), aún son muchas las incóg-
nitas que pesan sobre él, ya que no
se sabe exactamente para qué se
utilizaba. Los últimos estudios rea-
lizados sobre la pieza con un soft-
ware especial están descubriendo
nuevas inscripciones, y entre las
utilidades que se le otorgan al sis-
tema está el cálculo de la fecha de
los Juegos Olímpicos de la época.
Los expertos siguen investigando
esta curiosa pieza que durante si-
glos permaneció escondida en el
mar y que podrá arrojar luz acerca
de los conocimientos matemáti-
cos y científicos que se tenían en
la época.
Los ideales de belleza de
la antigua Grecia eran es-
trictos, por lo que la fealdad
o la gordura no tenían cabida
en esta sociedad, estando
muy mal vistas. Uno de los
casos más extremos se dio
en Esparta, donde se llegó a
multar el matrimonio con una
persona poco agraciada.
Esto fue lo que le sucedió al
rey Arquídamo, sanciona-
do por haberse casado con
Lampito, una mujer que no
gustaba a los éforos (magis-
trados) por ser bajita y no
cumplir con los cánones de
mujer espartana. Nada podía
gustar menos en una comu-
nidad en la que escaseaban
los hombres que una futura
madre que no tuviese hijos
fuertes. Así, dijeron de ella
que no engendraría reyes
sino reyezuelos. La premoni-
ción parece que se cumplió,
ya que Agesilao, uno de los
hijos de la pareja, era muy
bajito y cojo, pero a pesar de
ello llegó a ser rey de Espar-
ta. Su figura fascinó a Plutar-
co, que escribió la historia de
su vida, o a Jenofonte, que le
dedicó su Agesilao.
Muchos siglos han pasado desde la creación de este primigenio ordenador,el mecanismo de An-
ticitera,del s.I a.C.,hasta la revolución informática encabezada por Bill Gates o Steve Jobs con
Microsoft y Apple respectivamente,para que volviese a aparecer una computadora semejante.
El mecanismo
de Anticitera,
expuesto en
el Museo Ar-
queológico
de Atenas.
No a los feos
Agesilao II gobernó Esparta en su etapa de hege-
monía. A pesar de las críticas que recibió por ser
cojo y bajito, venció en numerosas batallas.
Un grupo de atletas compite en una
carrera en los Juegos Olímpicos.
MULTAS GETTY
PRISMA
AHU
28 MUY HISTORIA
4 TRAGEDIA
La etimología de esta palabra nos remonta al
griego antiguo, tragos, “cabra”, y aoidos “can-
tor”. Hoy el término tiene dos posibles usos:
para referirnos a un “género o estilo narrativo”
o como un “suceso que produce sufrimiento”.
5 PENTAGRAMA
Proviene de dos palabras griegas: penta,
“cinco”, y grama, “línea”. Este término com-
puesto se formó para designar el conjunto
de cinco líneas con cuatro espacios equi-
distantes donde se escribe música.
6 DERMATOLOGÍA
Es la especialidad médica que se ocupa de
las afecciones de la piel. Su origen lo en-
contramos en la palabra griega dérma,
“piel”, que se une con el sufijo -logia que
significa “estudio”.
AHU
ASC
Zapatero, a
tus zapatos
Poco le duró la fama al es-
cultor más importante de la
Historia de Grecia.Desa-
creditado en vida,su infor-
tunio dura aún hoy en día.
Muchas de las expresiones que uti-
lizamos actualmente provienen de
la Grecia clásica,como este cono-
cido dicho para frenar a los que se
entrometen en lo que no deben.
EXPRESIONES
Creador de la escultura de la
diosa Atenea en oro y marfil
o del Zeus de Olimpia, sus ma-
nos dieron forma a los dioses
griegos y embellecieron la ciu-
dad de Atenas. Mano derecha
de Pericles, vivió los años de
esplendor cultural al lado de su
gran amigo. Pero el talento tam-
bién genera envidias, y en los
últimos años de su vida cayó en
desgracia, siendo acusado por
los opositores de Pericles de
malversación de fondos, lo que
lo llevó a la cárcel, donde mu-
rió. La mala suerte del escultor
y arquitecto se volvería a repetir
muchos siglos después, cuan-
do una buena parte de su obra
salió de su amada Atenas, de-
jando de llamarse los mármoles
de Fidias para denominarse los
mármoles de Elgin. Este nuevo
nombre era el de su ladrón, Lord
Elgin, un embajador inglés que
vendió buena parte de las escul-
turas del Partenón (75 metros
de los casi 160 que tenía el friso
original) y de otros edificios de
la Acrópolis ateniense al British
Museum, donde se exponen
desde hace más de dos siglos
para desgracia de los griegos.
Uno de los pin-
tores más im-
portantes y famo-
sos de la Grecia
antigua fue Apeles
(Colofón, 352 a.C.-
Cos, 308 a.C.). Al
artista le gustaba
mostrar sus cua-
dros en público
para ver si gusta-
ban o no, y mejo-
rar aquellas cosas
que no convencie-
sen a sus conciu-
dadanos. En una
de estas exposi-
ciones en la plaza,
un zapatero que
pasaba por el lugar
criticó la forma de
las sandalias de
uno de los perso-
najes retratados en
su pintura. Apeles,
que aceptó la críti-
ca, decidió modifi-
car dicho comple-
mento en su taller,
y volvió a mostrar
su obra en la calle.
Cuando el zapa-
tero volvió a ver el
cuadro y observó
que el pintor lo ha-
bía corregido, de-
cidió criticar más
elementos del re-
trato. Apeles, para
frenar tanta sabi-
duría, le dijo: zapa-
tero, a tus zapatos.
Y desde aquel mo-
mento, todos los
que juzgan mate-
rias de las que no
son especialistas
son frenados con
este dicho de la
Grecia clásica.
Buena parte de los frisos del Par-
tenón de Fidias se encuentran
expuestos en el British Museum.
Apeles fue el pintor de Alejandro Magno.
Esta obra de Tiépolo representa al pintor
retratando a Kampaspe, concubina del rey.
Apesar de los siglos que han pasado
desde la desaparición de la civili-
zación griega, su cultura y su Historia
siguen apasionando a muchos, algo
especialmente notable en países de “re-
ciente” formación que no cuentan con
una cultura tan antigua y potente como
la que se desarrolló en el Ática. En algu-
nos casos, la atracción se ha llegado a
materializar, como es el caso de la repro-
ducción a escala real del Partenón en la
ciudad de Nashville, en Estados Unidos.
Dentro de éste, como en el de la antigua
Atenas, se encuentra una copia de la
estatua de Atenea de Fidias de 13 me-
tros, realizada por el artista Alan LeQui-
re. El desconcierto que puede causar
encontrar estos monumentos en pleno
Tennessee crece cuando conocemos el
extraño motivo de su construcción: con-
memorar los cien años de la anexión de
dicho Estado a los Estados Unidos.
AMERICANOS
La reconstrucción de la estatua de Atenea Partenos con es-
cudo y casco, en EE UU, fue recubierta en oro en el año 2002.
Espíritu ateniense
DEANDIXON
La desdicha
de Fidias
EXPOLIO
MUY HISTORIA 29
VIDA COTIDIANA
El banquete del
Antigua Atenas,
ciudad bulliciosa.
La vida diurna en la
polis era de gran tra-
jín, tanto por las labo-
res comerciales como
por las cotidianas,
que se desarrollaban
en el ágora y en las
calles adyacentes.
30 MUY HISTORIA
mercader
A través de un comercian-
te, enriquecido gracias al
ocre rojo de la isla de Cos,
nos adentramos en la vida
de una familia ateniense
acomodada, en la que el
rol de cada miembro es-
taba marcado. La mujer
diligente en el hogar, a la
espera de su marido, y en
posesión de esclavos ilus-
trados para ayudar en la
educación de sus hijos.
Por José Ángel Martos, periodista y escritor
E
l mercader Stelios lo había
pensado nada más poner
pie en tierra en el puerto de
El Pireo, y le había pareci-
do una excelente idea para celebrar
su última travesía comercial por el
Mediterráneo. Organizaría un sim-
posio, un banquete en su mansión
ateniense, dedicado no sólo al dios
Dionisos, como era tradicional, sino
muy especialmente a Apolo Triopio,
que protegía con tanta benignidad la
isla de Cos, la pequeña ínsula frente a
la costa de Asia Menor a la que debía
su ahora acrecentada fortuna.
Siempre les gastaba la misma bro-
ma a los griegos de Cos: “Tenéis dos
glorias irrepetibles en la isla: una es
vuestro médico, Hipócrates, y la otra
es el ocre rojo que hay en vuestras
tierras; cuidad al primero para que
él os cuide a vosotros y viváis más,
y mientras tanto dejadme a mí ocu-
parme del ocre”.
No todos los isleños reían con la
ocurrencia: Cos era la única isla en la
que se podía extraer el ocre rojo, te-
nía un monopolio sobre el producto.
Pero como estaba confederada con
Atenas, y era una especie de herma-
na menor para la gran metrópoli, un
territorio fácil de controlar y necesi-
tado de protectores, Atenas imponía
a sus habitantes la entrega de toda la
producción de ocre rojo a un precio
bastante barato. Además, debía em-
barcarse en una nave armada por el
propio gobierno de la ciudad ática y
controlada por sus mercaderes.
El ocre, mercancía valiosa. Y el ca-
becilla de los comerciantes en esas
misiones era Stelios, que actuaba co-
mo representante de una alianza de
varios hombres de negocios atenien-
ses, los cuales asumían conjuntamen-
te los gastos de la empresa. Stelios
salía de Cos con la nave bien cargada
del preciado pigmento, que le había
costado muy pocos tetradracmas, y lo
vendía con una gran ganancia por to-
dos los puertos de Grecia. No en vano,
el ocre era una de las tinturas más de-
mandadas, ya fuera para teñir la ropa
o para pintar las casas. De lo único
que debía preocuparse, pensaba mu-
chas veces Stelios, era de programar
el viaje para contar con los vientos a
favor; en caso contrario, ni las velas
ni los remeros serían suficientes para
oponerse a los designios contrarios
de Céfiro, el dios del viento del oeste
y un conocido enemigo de Apolo, el
protector de Cos.
ALBUM
MUY HISTORIA 31
personas en Éfeso, Reso había expe-
rimentado una sensación de sorpresa
e irrealidad. Nunca había visto un lu-
gar tan enorme y poblado. Se quedó
boquiabierto al contemplar a otros
niños con colores de piel que nunca
había soñado, a doncellas bellísimas
que eran vendidas en una subasta di-
ferenciada y a gigantes musculosos
capaces de matar un toro, pero que
allí, en el gran mercado de esclavos,
caminaban como corderitos. En Éfe-
so fue vendido a otro traficante que lo
embarcó hasta Atenas, en lo que para
el estómago de Reso fue una intermi-
nable travesía. Allí, el traficante se lo
ofreció a la rica familia de Stelios, por
entonces tan sólo un poco mayor que
él, quien pronto le empezó a llamar
Milcíades por razones que el tracio
tardó en entender hasta que dominó
la lengua griega.
Había trabajado para la familia de
Stelios desde entonces, y su estóma-
go se fortificó contra las mareas en
los posteriores y periódicos viajes a
la isla de Cos y a los destinos hacia los
que navegaban a continuación para
vender el ocre.
Alasórdenesdelseñor.Eltracioca-
minó hacia su dueño con paso firme,
llevando sus botas y su gorro de piel
de animal, inconfundibles atavíos de
los tracios. Recibió sus instrucciones
y se aprestó a organizar la ruta de los
sirvientes que deberían transportar
las invitaciones al gran banquete has-
ta las casas de los diversos magnates
del ocre invitados. Reso dispuso que
Casa de una familia ateniense
adinerada. Entre los habitáculos
imprescindibles en la vivienda
ateniense de una rica familia se
encontraban el gineceo (1), la co-
cina (2), el andrón (3), la antesala
del andrón (4), el almacén (5),
la habitación (6) y el patio (7). La
estructura de la cubierta era a
dos aguas y fabricada en tejas de
barro cocido. Para decorar el ho-
gar colgaban algún tapiz en la
pared y solían tener pocos mue-
bles en cada estancia, y para ca-
lentar la hacienda utilizaban car-
bón vegetal en braseros portátiles.
Patio porticado, espacio multifuncional. Los miembros de la familia convivían en
este lugar destinado a compartir momentos de ocio. Allí también se juntaban para rezar
ante un pequeño altar, dedicado a la diosa del hogar y a los familiares fallecidos.
Entre la élite ateniense eran
especialmente considerados
los escritores y los dramaturgos
Mientras montaba en su lujoso
palanquín, Stelios pensaba en que de-
bía enviar invitaciones rápidamente a
todos sus socios para el gran banque-
te apolíneo que se le había ocurrido,
que sería uno de los simposios más
divertidos que recordarían en mucho
tiempo. Para encargarse de ello, hi-
zo llamar a Reso, su esclavo tracio de
confianza, que estaba vigilando que
todas las ánforas se cargasen sin mer-
ma ni hurto tras sacarlas de la nave.
La vida de esclavo. Con su barba
rojiza, Reso parecía nacido para cus-
todiar el ocre bermellón de Stelios,
aunque el efecto hubiera sido mucho
más completo si hubiese podido lu-
cir sus largos cabellos rojos, pero los
esclavos de los atenienses estaban
obligados a llevar la cabeza comple-
tamente rasurada. Muchos tracios
eran pelirrojos, y a los niños atenien-
ses se les asustaba con las historias de
aquellos peligrosos bárbaros de largas
melenas rojas, que vendrían a llevár-
selos a sus oscuras tierras del norte si
no se dormían pronto. Reso no es que
nunca se hubiese atrevido a eso, sino
que lo había sufrido en cierta manera:
siendo niño, fue vendido por sus pro-
pios padres, un acto que por desgra-
cia era una costumbre habitual entre
los empobrecidos tracios. Un trafi-
cante lo adquirió y se lo llevó, junto
a otros muchos pequeños, hasta el
mercado de Éfeso.
Cuando llegó al Ágora Tetragonos,
la enorme plaza de más de cien metros
cuadrados que acogía las subastas de
ALBUM
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WEB
bit.ly/1hMOUIr
En este enlace de
la Wikipedia se en-
cuentra un extenso
artículo que explica
el ritual del simpo-
sio, una cena de
alta sociedad en la
Antigua Grecia.
32 MUY HISTORIA
uno de los mensajeros corriera prime-
ro hasta la mansión de Stelios, en los
alrededores de la ciudad, para avisar
del regreso del mercader a su esposa,
Eumelia, y al resto de su familia.
Una rica mansión. La casa de Ste-
lios, una enorme hacienda, estaba
abierta hacia un gran patio interior
enmarcado por columnas, visible
desde todas las habitaciones, el cual
se orientaba agradablemente hacia el
sur para recibir durante más tiempo
los rayos del Sol. El banquete tendría
lugar en una de las grandes salas del
andrón, el área de la casa reserva-
da a los hombres de la familia. En la
residencia de Stelios, el andrón era
tan magnificente que los sirvientes y
esclavos lo llamaban “la casa dentro
de la casa”. Tenía su propio patio des-
cubierto, más pequeño que el prin-
cipal, pero pocas viviendas podían
permitirse tener dos. Toda esta zona
quedaba separada del gineceo, el área
reservada a las mujeres, que se halla-
ba en el piso superior y estaba delimi-
tada por una puerta de considerable
tamaño. Otra puerta, pero en este
caso hacia el exterior, daba acceso al
andrón directamente desde
la calle. Por ella iban a entrar
los invitados de Stelios, de for-
ma que en ningún momento se
cruzarían con las mujeres de la
casa durante su estancia para el
banquete. Así se evitaban tentacio-
nes y futuros problemas.
Para que la fiesta resultase un éxito
completo era necesario invitar no só-
lo a ricos comerciantes, sino también
a algunas de las personas más popu-
lares del firmamento social atenien-
se, aquellos de cuya compañía todos
querían gozar. Entre la élite ateniense,
sensible a la literatura y el arte, eran
especialmente considerados los escri-
tores y dramaturgos. Así que un nom-
bre acudió enseguida a la mente de
Stelios, y no era otro que el de Sófocles.
Hijo de un rico fabricante de armas,
Sófocles había nacido dotado con la
más peligrosa de todas ellas: el arma
de la palabra. Su gran agudeza ver-
bal, su talento literario, que le hacía
vencer en todas las competiciones, y
su encanto y belleza personal lo con-
vertían en uno de los más admira-
Nuestro protagonista, Stelios, per-
tenecía a la clase de los émporos
(emporoi), los marinos mercantes, que
se dedicaban a lo que hoy llamaríamos
“comercio internacional”. Eran los mer-
caderes más relevantes de entre los
variopintos tratantes de productos que
abundaban en las ciudades helénicas,
protagonistas en muchos casos de las
aventuras que nos ha legado la épica
griega, ya que sus viajes eran, ya de por
sí, grandes odiseas como la de su vene-
rado Ulises.
Negocio portuario. En pocas pala-
bras, un émporos era el que compraba
una mercancía a un tercero –frecuen-
temente, a un extranjero en un mer-
cado foráneo–, la transportaba en un
barco que no era de su propiedad (los
dueños se llamaban naucleros) y la
llevaba hasta el puerto de una ciudad
griega, donde la acababa vendiendo.
Eran profesionales muy bien organi-
zados, que sabían establecer relacio-
nes personales de confianza en cada
puerto y que empleaban herramientas
jurídicas y financieras de una cierta
complejidad.
Sociedades empresariales. En el pla-
no económico, los émporos aplicaban
fórmulas como las llamadas “cuentas
en participación”, que era la modalidad
que unía a Stelios con sus socios: unos
comerciantes participaban en la acti-
vidad de otros con una aportación de
capital. Uno de ellos solía ser el gestor,
el que llevaba la actividad en su nom-
bre, como aquí era Stelios.
A pesar de todo, la actividad mercan-
til no gozaba siempre de buena fama
entre los griegos y algunos filósofos
como Aristóteles veían sus activida-
des como antinaturales, porque “es un
modo de intercambio con el que unos
hombres ganan a costa de otro”.
Los antepasados
de Onassis
Los puertos grie-
gos eran un hervi-
dero de comercian-
tes que arribaban
con preciadas mer-
cancías para ven-
derlas en los mer-
cados de la polis.
Comercialización de esclavos. Se orga-
nizaban mercados en las plazas griegas
donde se realizaba la subasta pública
de hombres y mujeres para utilizarlos
en las tareas domésticas. En los via-
jes por mar, se pedía contar con el
favor del dios Céfiro (izquierda).
CORBIS
ALBUM
PRISMA
LIBRO
El mundo trágico
de Sófocles,
Charles Segal.
Gredos, 2013.
Ofrece múltiples y
novedosas ideas
para entender me-
jor el significado
fundamental de las
tragedias griegas.
MUY HISTORIA 33
dos ciudadanos atenienses. Se decía
por entonces que el propio Pericles
pretendía nombrarlo estratego, y no
por que mostrara especiales méritos
militares, sino porque su condición
de ídolo popular garantizaba que la
decisión no podría sino causar una
gran adhesión en Atenas, cimentando
así el prestigio de Pericles.
Preparación para el ágape. Con to-
das las invitaciones ya cursadas, Ste-
lios se aprestó a dar las órdenes para
que se adquiriesen en el mercado los
mejores manjares que fuese posible.
Sobre todo quería que hubiese carne
en abundancia. El mercader estaba
harto de comer pescado durante todo
su largo viaje y creía llegado el mo-
mento de desquitarse. No era habi-
tual disponer de viandas animales en
las mesas atenienses, ni siquiera entre
los más ricos. Preferían reservarlas
para ocasiones como esta, así que dis-
puso que se asasen sobre un espetón
pedazos de carne de las mejores vacas
y cabras, así como también corderos.
También comprarían carne de cerdo
que, aunque mucho más abundante
y vulgar, satisfaría a los más voraces
que no tuviesen suficiente con lo de-
más y necesitasen llenar hasta rebo-
sar sus ensanchados estómagos.
Cuando Eumelia supo que su mari-
do llegaría en unas horas a la casa, en-
seguida repartió órdenes a todo el ser-
vicio y, no sin cierto nerviosismo por
el reencuentro, empezó a acicalarse.
En realidad todas las mujeres atenien-
ses de buena familia lo hacían cual-
quier día aunque no fuese a ocurrir
nada destacado. Pocas veces sucedía
algo singular en la vida de una mujer
ateniense acomodada, pues no tenían
ninguna actividad especial en la que
emplear su tiempo, ya que las esclavas
se ocupaban de todos los trabajos de la
casa, fueran pesados o ligeros.
Si todas las atenienses se acica-
laban con tanta disciplina era de-
bido sobre todo a que descuidar el
aspecto estaba muy mal visto. De
pequeña, Eumelia recordaba haber
escuchado una conversación de su
madre con otras egregias señoras
en la que se referían a la mujer de
un conocido comandante de la mi-
licia hoplita como “la tracia”, pues
se arreglaba poco su largo cabello y
no siempre iba completamente ma-
quillada. En aquella conversación la
habían comparado sin rubor con una
esclava. Y es que, como le había di-
cho después su madre cuando ella le
preguntó, “el aspecto exterior es la
principal manera en que las señoras
se diferencian de las siervas”. Desde
entonces ya nunca olvidó la impor-
tancia de arreglarse.
Aderezos de belleza. Para aquella
ocasión se iba a teñir el cabello de
forma que ocultase las primeras ca-
nas, que habían vuelto a emerger.
Llevaba días dudando si colorear-
se de negro o de rubio, pero al final
había optado por esto último. Había
una razón muy clara: como sabían
todas las mujeres (y los hombres),
los cabellos de la diosa Afrodita eran
dorados y, por tanto, escoger su co-
lor haría parecer a Eumelia mucho
más deseable.
Para lograr esta tonalidad, las ser-
vidoras de la casa habían estado mez-
clando pétalos de flores amarillas
con una solución de potasio, que ella
misma procedió a aplicar cuidado-
samente por toda su melena, con la
colaboración de dos esclavas que
estaban presentes y siempre
dispuestas a cumplir con lo
que se les ordenase.
Al acabar de enjua-
garse la cabellera, ellas
le tenían preparada una
larga toalla y le ayuda-
ron a secarla. A pesar de
la longitud de su melena,
ese día quería realzar aún
La música en la Antigua Grecia
Para los griegos, la música no era só-
lo una forma de cultura o una mera
distracción. Tenía un papel integral en
su percepción del mundo, tanto que hoy
quizás nos resulta difícil de entender. Al-
gunos expertos actuales hablan de una
auténtica obsesión por la música entre
los antiguos griegos, que les llevaba a
introducirla en todos los aspectos de su
vida, desde la ciencia al deporte. Platón
decía que el tipo de música que escu-
chamos influye sobre nuestra ética.
Dominar un instrumento era un signo
de maestría y superioridad que situa-
ba a quien lo conseguía en lo más alto
del escalafón social. El pequeño Andro-
cles, el hijo de la familia protagonista de
nuestra narración, se siente obligado a
continuar la tradición familiar de tocar la
cítara, el instrumento que por entonces
era considerado como el más noble de
todos. En cualquier caso, la música era
una materia esencial de la formación de
cualquier escolar, ya que se considera-
ba que era “educación para el alma”.
La escala heredada. Los griegos distin-
guían entre siete “modos”, de los que
ha derivado nuestro actual sistema de
escalas musicales. A cada uno le die-
ron el nombre de uno de los pue-
blos griegos. Así, nuestra actual
escala mayor recibía la deno-
minación de modo jónico, la
escala menor natural era el mo-
do eólico y otras escalas me-
nores eran muy similares a esta
última pero se diferenciaban en
algún tono.
Los cambios de estilos musi-
cales no dejaban indife-
rente. Incluso Platón, crí-
tico con la evolución mu-
sical de su época, se quejó
de “la anarquía antimusical
introducida por poetas que
tenían talento natural pero
ignoraban las leyes de la
música”.
Si todas las atenienses se acicalaban con
tanta disciplina era debido sobre todo a
quedescuidarelaspectoestabamuymalvisto
AGE
ALBUM
Adquirir co-
nocimientos
musicales
tenía un pa-
pel muy im-
portante en
la educación
infantil.
Aprendían a
tocar instru-
mentos co-
mo la cítara,
el violín, la li-
ra o el oboe.
PERSONAJE
Platón (428
a.C.-347 a.C.).
Filósofo griego,
alumno de Só-
crates y maestro
de Aristóteles.
Su influencia
en el posterior
desarrollo de
la Historia de la
Filosofía es
incalculable.
34 MUY HISTORIA
más su volumen, para lo que había
comprado días antes en el mercado
un atractivo postizo. Las esclavas,
que murmuraban con una mezcla
de admiración y envidia, pues ellas
estaban obligadas a llevar siempre
corto el pelo, ayudaron a Eumelia a
colocar las extensiones y sujetaron
con cintas todo el conjunto.
La siguiente fase de su embelleci-
miento era depilarse el vello y arre-
glarse las uñas. Esto último requería
un tiempo considerable, como tam-
bién el maquillaje, que debía hacerse
con sumo cuidado y con el objetivo
de conseguir un tono de piel lo más
blanco posible. El color níveo en la
piel era el ideal de belleza para to-
das. Y, aunque Eumelia procuraba
exponerse al Sol lo menos posible y
por ello cuando salía siempre llevaba
sombrilla o, en ocasiones especiales,
un gran sombrero de ala muy amplia,
necesitaba acentuar su blancura co-
mo tantas otras mujeres atenienses,
que de nacimiento tendían más bien
a un color tostado de piel. Para ello no
bastaba con el maquillaje y Eumelia,
que lo sabía, ingería siempre grandes
cantidades de comino. Otras mujeres
más mayores hervían sus semillas y
se lavaban la cara con el agua obte-
nida, para quitarse las manchas del
envejecimiento.
Recibimiento con las mejores ga-
las. Cuando comenzó a maquillar-
se, Eumelia tomó de su tocador una
pequeña cajita redondeada, con una
tapa acabada en un tirador cilíndri-
co con su extremo redondeado y más
ancho. La levantó y allí estaban sus
pastillas de albayalde (nombre con
el que conocían al carbonato de plo-
mo), redondas y blanquísimas. Las
iba a utilizar como mascarilla para el
rostro. También disponía de yeso, ti-
za y harina de habas. Les pidió a sus
esclavas que lo batieran todo en una
sola mezcla, de forma que la solu-
ción quedase lo suficientemente
blanda como para poder apli-
cársela. Cuando todo el ma-
quillaje cubría su rostro, acabó de re-
matarlo con un toque de carmín, que
le dio un aspecto apasionado.
Finalmente empezó a vestirse. Del
armario las esclavas sacaron su me-
jor túnica jónica, una prenda que en
los últimos años se había empezado a
poner de moda entre las mujeres con
más posibles. Estaba enteramente
cosida por ambos lados, al contrario
que el tradicional peplo, pieza que
había sido omnipresente en tiempos
de su abuela e incluso de su madre,
una época mucho menos sofisticada
que la actual.
La túnica de Eumelia, por el con-
trario, tenía una caída simétrica con
abundantes pliegues, todos ellos
muy finos, que daban un aspecto
realmente coqueto a su dueña. Como
el frío ya estaba cediendo, Eume-
lia renunció a llevar el manto que le
ofreció una de sus esclavas.
La educación en la infancia. Mien-
tras su madre se arreglaba, Andro-
cles, el hijo primogénito, había salido
de la residencia para acudir a la es-
cuela del gramático (maestro). Aca-
baba de cumplir siete años, la edad
en que comenzaba la educación para
los niños atenienses. Acompañaba
a Androcles un esclavo fenicio muy
instruido, Ahiram, que ejercía como
su pedagogo. La función de éste era
enseñar buenos modales al pequeño,
algo en lo que se mostraba implaca-
ble, ya que no dudaba en utilizar
su bastón llegado el caso, como
ocurrió ese día cuando empezó
a lanzar piedras contra un reba-
ño de cabras que entorpecía su
camino. Pero Ahiram también le
explicaba historias de los navegan-
tes de su patria que habían llegado
hasta los confines del Mediterráneo
y le hablaba de Troya, Babilonia y
otras grandes ciudades de los impe-
rios que habían ocupado Asia Me-
nor, despertando en él sus deseos
de aventura. Ahiram lo acompañaba
siempre que salía de casa, le llevaba
sus efectos personales y asistía tam-
bién a las lecciones del gramático.
Androcles ya leía con mucha sol-
tura. Había aprendido haciéndolo
en voz alta, como era habitual, y
ahora su profesor ya le había pasado
a la siguiente fase: los versos de Ho-
mero. En casa, y espoleado en par-
te por Ahiram, había estado me-
morizando por su cuenta algunos
pasajes del duelo entre Aquiles y
Héctor, y ese día sorprendió a su
Mirarse al espejo.
Todo un ritual gira en
torno a la mujer griega
preparándose para
sentirse y para que la
vieran bella. Esta mu-
jer mirándose al espe-
jo (izquierda) es una
representación en ce-
rámica griega. El pyxis
(abajo) era la caja
de cerámica que se
utilizaba para guardar
los cosméticos.
Mosaico historiado. En
aquellas salas donde se ce-
lebraban banquetes era ha-
bitual encontrar mosaicos
decorativos. A la izquierda,
una escena del duelo entre
Aquiles y Héctor.
La vestimenta
femenina. La mo-
da griega evolucio-
nó del peplo a
túnicas con más
detalles que les
otorgaban mayor
estilo a las mujeres
atenienses. En
cuanto a los textiles
con los que confec-
cionaban las pren-
das, conocían
vagamente que
existían la seda y el
algodón, aunque
usaban sobre todo
el lino y la lana.
ALBUM
ALBUM
GETTY
MUY HISTORIA 35
profesor recitándole un mo-
mento cumbre de la fenomenal
lucha a muerte a las puertas de
Troya. Se levantó y, sin necesi-
dad de acudir al papiro, habló
con la voz del divino Aquiles
dirigiéndose al belicoso Héctor:
“¡Como no es posible que haya
fieles alianzas entre los leones
y los hombres, ni que estén de
acuerdo los lobos y los corde-
ros, sino que piensan continua-
mente en causarse daño unos
a otros, tampoco puede haber
entre nosotros ni amistad ni
pactos, hasta que caiga uno de
los dos!”.
La clase quedó en silencio y
los compañeros más pequeños
de Androcles, que estaban dan-
do aún sus primeros pasos en
la lectura, prorrumpieron en
un emocionado aplauso ante la
hazaña del mayor, mientras el
pedagogo Ahiram golpeaba con
su bastón el suelo en señal de aproba-
ción. El gramático hizo callar a todos:
“Mantengamos el orden, los más ma-
yores están practicando la aritmética
con el ábaco y necesitan concentra-
ción”. Androcles, sin embargo, pudo
ver como al profesor se le escapaba
una sonrisa de satisfacción.
Música y gimnasia. Después de la
clase con el gramático, era el turno
de recibir las enseñanzas del citaris-
ta, el maestro de música, discipli-
na muy importante en la familia de
Androcles: el nombre de su madre,
Eumelia, significaba “melodía”, y su
padre, que ya sabía tocar la cítara a
su edad, había participado inclu-
so en competiciones de virtuo-
sos. Así que él también se apli-
caba a seguir la tradición.
Por último, llegaba el turno
de la gimnasia, que era im-
partida por dos musculosos
paidotribos. A Androcles le
hubiese encantado salir a la
palestra, el terreno al aire libre
cuadrado y rodeado de muros
donde tenía lugar la educación
física, pero en su escuela era cos-
tumbre que no empezasen a practi-
carla hasta los doce años. El porqué
estaba muy claro al ver las magulla-
duras con las que aparecían algunos
de sus compañeros mayores. Desnu-
dos y untados en aceite, practicaban
la lucha sin darse tregua y más de
uno se excedía en el celo aplicado al
intentar derribar a su rival. Él y otros
pequeños de su edad tocaban la cíta-
ra y el oboe mientras los mayores se
ejercitaban.
Lo que sí le había sido permitido
practicar era la equitación. Su pe-
dagogo, que estaba siempre atento a
sus evoluciones a caballo para evitar
los percances de una caída del cor-
cel, le había explicado que algunos
médicos recomendaban la equita-
ción no sólo para mejorar la muscu-
latura, sino también para preservar
el cuerpo de muchas dolencias
e incluso para el insomnio, un
mal que el propio Ahiram sufría
habitualmente.
Mientras las clases se sucedían
en la escuela, en la casa se ha-
bía producido el ansiado reen-
cuentro entre Stelios y Eume-
lia, que no estuvo exento de la
pasión habitual en estos casos,
largo tiempo reprimida. Lue-
go, Stelios le anunció que al día
siguiente se celebraría un ban-
quete en honor a Dionisos y a
Apolo Triopio, con la asistencia
de todos los socios mercaderes
que habían contribuido a finan-
ciar su última expedición a Cos.
Comienza la fiesta. Eumelia
asintió sin dejar traslucir sus
emociones, aunque ya sabía có-
mo transcurrían los simposios,
y más cuando se juntaba tanto
dinero como el que reunían to-
dos los comerciantes aliados con su
marido, de entre los más prósperos
de Atenas. Es verdad que la primera
parte se limitaba a consumir los man-
jares más consistentes. Pero luego
llegaba la segunda mitad, el banque-
te propiamente dicho, que era lo que
muchos de los colegas de Stelios espe-
raban con mayor delectación: el mo-
mento de empezar a emborracharse
lentamente, al ritmo que marcaba
el simposiarca, el jefe del banquete,
cuyo cometido era velar porque los
asistentes fuesen alcanzando la ebrie-
dad de una manera progresiva, sin
dejarse llevar por la irracionalidad.
Seguro que Sófocles, el agudo
y brillante dramaturgo, sería el
escogido en esta ocasión. Tras
Reencuentro apasionado. La esposa a la
espera de su marido es una escena reiterati-
va en la vida de la mujer ateniense, sea por
las guerras o por negocios. El ejercicio físico
(derecha) era primordial para la buena edu-
cación en las familias adineradas.
Cosméticos en la polis. Además de aceites para los
hombres, las mujeres gozaban de una gran variedad
de perfumes, mejunjes para aclarar su tez y carmín.
GETTY
PRISMA
LIBRO
La literatura grie-
ga y su tradición,
Pilar Hualde Pas-
cual y Manuel Sanz
Morales (eds.).
Akal, 2008.
Este estudio ofrece
una visión de con-
junto de la literatu-
ra griega antigua
desde una pers-
pectiva poco habi-
tual, que abre una
ventana al lector
no especializado.
36 MUY HISTORIA
Atenas
Atenas
Atenas
Atenas
Atenas
Atenas
Atenas
Atenas
Atenas
Atenas
Atenas
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Atenas
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Atenas

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  • 5. SUMARIO EDITORIAL La edad de oro que iluminó el futuro FEBRERO 2015 EN ESTE NÚMERO: Presentación: La ciudad mítica 6 Visual: Placeres de la Grecia clásica 10 El camino hacia la democracia 16 Atenas, la capital incomparable 22 El vida cotidiana de un mercader 30 Soldados y marinos 38 Las artes,las ciencias y su función pública 74 En palabras de Pericles 82 Ocio y vicio en Atenas 86 Curiosidades 28 Entrevista: Adolfo Domínguez 44 P & R 72 Reconstrucción 3D 80 Guía de Lugares 92 Panorama 94 Próximo número 98 SECCIONES Raquel L. Melero Es profesora de Histo- ria Antigua en la UNED. Entre sus obras figura el Diccionario de mitología clásica. Carlos García Gual Catedrático de Filolo- gía Griega de la UCM, en la Presentación analiza la edad dorada de la ciudad de Atenas. David Hernández Profesor en la UNED, ha recibido numero- sas distinciones por sus investigaciones en Historia Antigua. Han colaborado en este número: PORTADA: GETTY / ILUSTRACIÓN: JOSÉ ANTONIO PEÑAS. 30Un día en la polis. Atravésdelavida cotidianadeuna familiaacomodada delaAtenasclási- ca,sedescriben desdeloshábitosy costumbresdela épocahastala educacióninfantil. 74La cultura de un pueblo libre. La sociedad atenien- se apostó por el desarrollo del pensa- miento y por un espíritu crítico; así construyeron su cultura y novedosas materias de estudio. Palma Lagunilla, Directora (plagunilla@gyj.es) En Twitter: @_plagunilla 22 La grandiosidad de la colina sagrada de Atenas. Fue bajo el mandato del Gran Estratega Pericles cuando se erigieron los edificios más fastuosos de la Acrópolis ateniense, convirtiendo la cima de la ciudad en un imponente lugar de culto. 47Armas y esplendor. Durante el siglo V a.C., Atenas luchó en sucesivas con- tiendas, primero contra los persas y luego, contra los espartanos. Pero Pericles, como líder de la polis, propició allí el desarrollo de la democracia. Pericles y su modelo de ciudad 47 Guerras Médicas .......... 48 El esplendor ateniense.. 54 La Guerra del Peloponeso60 El triunfo de Esparta.... 66 DOSSIER Pericles y su modelo de ciudad GETTYRUBÉNCALVO ASC ALBUM “¿Por qué un aristócrata ateniense se ha consagrado a forjar una demo- cracia tan completa? Porque amo la libertad. Porque el único régimen que la otorga es el democrático, donde el gobierno se ejerce en favor de la mayo- ría.” Estas palabras fueron dichas por el propio Pericles, el político más influyen- te de la Grecia del siglo V a.C. Su amor por Atenas le hizo dotarla de magnífi- cos monumentos como el Partenón, construido en la Acrópolis por los arqui- tectos Ictinio y Calícrates en mármol, piedra, bronce, madera, oro y marfil; con esculturas salidas del taller de Fidias. A sus pies, los atenienses filo- sofaban en el ágora y asistían al teatro para disfrutar de las obras de Sófocles y otros autores clásicos. Aquella fue sin duda la edad de oro de Atenas. Pero el Gran Estratega no se ocupó sólo de su ciudad o de poner en pie el imperio ateniense con la ayuda de la formidable flota de trirremes de la polis; también organizó un régimen democrá- tico de participación directa en el gobier- no de la ciudad. Atenas contaba con más de medio millón de habitantes, de los cuales sólo 40.000 tenían derecho a voto: los ciudadanos libres (varones adultos autóctonos). Y mientras estos afortunados se dedicaban al goce, el pensamiento y la cultura, el resto de la población (mujeres, metecos, libertos y esclavos) sustentaban la vida familiar y la economía. A pesar de ello, lo cierto es que el gobierno estaba directamente en manos de sus ciudadanos; se trataba de una democracia real, muy distinta a las actuales, que son representativas. Pero Pericles no era ajeno a la trascendencia de sus decisiones y acciones, como quedó patente cuando afirmó: “El res- plandor del presente permanecerá para siempre en la memoria de los hombres.” MUY HISTORIA 5
  • 6. Atenea, imbatible en la guerra. La divinidad del panteón griego más guerrera, desde su na- cimiento siempre con la armadura puesta, luchó contra Poseidón por el liderazgo de Atenas. Ganó ella la disputa y se convirtió en la dei- dad protectora de la mítica ciudad y de toda la región del Ática. Atenea ambién protegió a muchos héroes y figuras míticas. NGS LA EDAD DORADA DE LA CAPITAL DEL ÁTICA Ciudad mítica atenasNi Alejandría ni Roma, villas mucho más grandes y ricas, crearon una democracia tan ejemplar, con un pueblo tan innovador y amante de la belleza como el de la Atenas clásica. Por Carlos García Gual, escritor y filólogo
  • 7. H ay en la Historia europea una media docena de ciudades emblemáticas que han tenido una resonancia histórica singular, capitales cu- yo esplendor ha iluminado una determinada época en la que han sido, por un tiempo, acaso un siglo, el epicentro de un imperio político y cultural, y han de- jado una impronta propia e inolvidable en el destino de nuestro mundo. Atenas es, sin duda, la más antigua de esas ciudades. Si bien ha sido la más reducida por su te- rritorio –la región del Ática– y la menos poderosa por sus colonias y conquistas, su influencia en la cultura occi- dental ha sido indiscutible. Ciertamente, no tuvo nunca el fulgor monumental de Roma o París, ni fue cabeza de un gran imperio como el Londres británico o el Estambul turco. Y, en su ocaso político, la antigua Atenas sufrió una decadencia rápida, vio perdida su esforzada autono- mía y se quedó en poco más que un montón de ruinas es- pectaculares durante casi dos mil años. A pesar de todo, su legado intelectual y artístico ha determinado nuestra tradición cultural con diversos reflejos y ecos, y cuando hoy evocamos la cultura griega nos referimos sobre todo a la brillante y poliédrica influencia de Atenas y sus largas huellas en las raíces del humanismo europeo. De sus progresos en el camino de la ilustración y la cul- tura, de sus inventos y sus gentes inquietas, así como de la peripecia histórica, finalmente trágica, de la ciudad de Pericles tratan los artículos siguientes con más detalle y más precisión. En estas primeras páginas de invitación a esos relatos y estampas quisiera evocar ciertos rasgos irrepetibles de la antigua Atenas, comenzando por una vista de conjunto y dos mitos. Una mirada inicial. Los atenienses se jactaban de ser autóctonos, es decir, de no proceder de ningún otro lu- gar, sino de haber poblado su ciudad desde tiempo in- memorial. En efecto, la vieja ciudad de Atenas no sufrió la conquista y repoblación que hacia fines del siglo XII a.C. conocieron casi todas las otras griegas, en lo que se suele llamar la invasión de los dorios, que arruinó los an- tiguos reinos y palacios micénicos (Micenas, Pilos, Tirin- to, etc.). Es incluso probable que aún quedara en el Ática alguna población anterior a la llegada de los mismos grie- gos; y es seguro que la amurallada acrópolis de Atenas de época micénica no fue tomada por los invasores del siglo XII (sean estos quienes fueran). En el recinto quedaron siempre los templos de los dioses y los antiguos muros, La cima sagrada. Pericles inició la construcción de la Acrópolis, símbolo del auge cultural que se estaba vi- viendo en la capi- tal ática bajo su mandato, con la ayuda de uno de sus más importan- tes colaboradores, el escultor Fidias. GETTY MUY HISTORIA 7
  • 8. mientras poco a poco la población fue exten- diéndose en torno a la rocosa y sagrada colina. Tan sólo mucho después, el ejército persa de Jerjes, en el 480 a.C., la asaltó y destruyó sus santuarios. La Acrópolis es, por lo tanto, el núcleo más antiguo y el reducto más venerable de Atenas; la ciudad se extiende rodeándola. Todavía el esquema del sagrado centro de la polis perdura muy claro: a un lado de la cima sagrada queda la extensión del ágora (con sus famosos monu- mentos cívicos reducidos a mínimas ruinas); al otro, de manera muy significativa, el teatro, el antiguo y gran espacio semicircular consagrado al dios del entusiasmo y la máscara, Dioniso, un dios democrá- tico. Una y otro, el ágora (con la vecina colina de la Pn- yx, lugar de las asambleas) y el teatro (donde acude el pueblo en las fiestas para ver dramatizados los antiguos mitos) recuerdan lo que fue esencial para la democracia ateniense y la educación ciudadana. Sí, ahí vibraba el co- razón del demos, escuchando a los grandes oradores y a los actores que encarnaban a los héroes trágicos. Un par de mitos sobre dioses y orígenes. En la Acró- polis, en el comienzo de los tiempos, discutieron por el patronazgo de Atenas el dios Poseidón, señor de los ma- res, y la bien armada Atenea, hija predilecta de Zeus, la más inteligente de las diosas. Cada uno de ellos ofreció un espléndido don a la joven ciudad: el dios marino hizo brotar, allá en la colina, una fuente de agua (o el caballo, según una variante del relato); la diosa de ojos glaucos hizo nacer el olivo original. Los primeros atenienses pre- firieron, por votación, el regalo de Atenea. Desde enton- ces, estos perdurables y sufridos árboles cubrieron las tierras del Ática. Allí, en la Acrópolis se mostraba el olivo inicial (nacido junto al templo de Erecteo), árbol que ta- laron los persas y que de nuevo rebrotó tras la retirada y derrota de las tropas de Jerjes. Atenea quedó como la patrona de la ciudad (que lleva su nombre). Diosa virgen (parthenos), su templo fue el mayor de la ciudadela, en cuyo centro se alzaba la gran estatua consagrada a ella sobre una alta columna. En sus monedas, las dracmas, brilla emblemática la lechuza de la diosa. También figura Atenea en otro famoso mito de la au- toctonía: el de Erictonio, sin otra madre que la Tierra, prolífica receptora del semen de Hefesto. En un arrebato erótico el dios intentó abrazar a Atenea, que lo rechazó rápida, y el semen eyaculado por el dios cayó en tierra. De él nació Erictonio, “el muy terres- tre”, humano y serpentino. Atenea lo recogió y lo entregó a las hijas del rey de Atenas Cécrope, que era también terrígena y medio serpiente. De modo que Erictonio fue luego el segundo rey de Atenas, gracias a que la virginal diosa le hizo de padre tomándolo en sus brazos. Dedicado al dios Hefesto, un templo clásico se alza al bor- de del ágora. Lo comparte con el gran héroe de Atenas, Teseo, vencedor de monstruos, monar- ca hospitalario y progresista. Del esplendor de Atenas. La grandeza histórica de Atenas no proviene del mito, sino que está ligada a sus propios desarrollos políticos. La ciudad no participó como otras en la colonización (siglos VIII y VII) de las orillas mediterráneas, aunque sí fue, siglos antes, pun- to de partida para muchos colonos de la Jonia y las islas del Egeo. No en vano se la nombra como “la más antigua tierra de Jonia”. Fue a partir de las reformas sociales del sabio Solón, del tirano Pisístrato y del demócrata Clís- tenes, a finales del siglo VI, cuando adquirió un notorio protagonismo en el mundo griego. Su audacia y su poder quedaron revalidados por las victorias en las dos guerras médicas, en 490 y 480. A partir de ellas, Atenas realizó una política hegemónica y se puso al frente de la Liga Ma- rítima, y tomó nuevo impulso económico y bélico con su puerto del Pireo y su gran flota y grandes construcciones públicas como los propileos y el Partenón, ya en época de Pericles. Tanto los filósofos presocráticos como los gran- des poetas líricos anteriores al siglo V procedían de otras ciudades, en su mayoría de costas de Asia Menor y las is- las, pero los sofistas (ninguno de ellos ateniense) visita- ron todos Atenas como la metrópolis cultural de Grecia. Es Pericles, según cuenta Tucídides, quien traza la ima- gen clara e idealizada de la ciudad en su magnífica Ora- ción fúnebre del 428 a.C. Atenas sale derrotada al final de la Guerra del Peloponeso, pero sus logros culturales –en el teatro y la filosofía, en su invención de la democracia, en sus ideas humanistas, etc.– dibujan las perspectivas de las que parten los caminos del helenismo. Aunque Atenas participara apenas en las gestas imperiales de Alejandro y sus sucesores, es la educación y cultura ateniense la que sirve como paideia del amplio escenario helenístico. A la muerte de Sócrates, la filosofía prosigue y renueva su afan crítico, a su sombra, con sus discípulos. e Odeón de He- rodes Ático. Si- tuado en la zona sur de la Acrópo- lis, los atenienses disfrutaban en él de animadas ve- ladas musicales. PERSONAJE Solón de Atenas (hacia 638 a.C. - 558 a.C.). Fue un legisla- dor y reformista ateniense. Formó parte del grupo de los siete sabios de Grecia. AGE Píndaro (518 a.C. - 438 a.C.)
  • 9. PUBLIRREPORTAJE L a gama Nuevo 308 recibe ahora dos nuevas versiones dinámicas propuestas en dos carrocerías: berlina y SW. Tanto si se trata del GT 180 como del GT 205 encontramos importantes y positivos cambios estéticos inte- riores y exteriores, con un diseño deportivo muy cuidado pero man- teniendo la sobriedad en ambos mo- delos. Esta gama 308 GT aumenta las prestaciones respecto a la gama 308, tal como nos señala Philippe Houy, jefe de producto del Nuevo Peugeot 308: “El 308 GT multiplica los pun- tos fuertes de la gama 308 adoptan- do, no obstante, elementos de di- seño que le diferencian. Este coche está dirigido a clientes exigentes aficionados al automóvil y que bus- quen exclusividad y dinamismo”. También estamos ante una síntesis excelente, pues ambas versiones se presentan con unas mejoras que convierten a la gama del Nuevo Peu- geot 308 en coches impresionantes para su uso en el día a día. El elevado nivel de prestaciones exige una frenada a la altura, fácil de dosificar y con una excelente resis- tencia térmica, además de un consu- mo de gran eficiencia, lo que redun- da en emisiones récord. El 308 GT hará vibrar a los autén- ticos aficionados del automóvil. El Nuevo Peugeot GT ofrece exclusi- vidad sin ningún tipo de ataduras. Además de ser un coche de conquis- ta, que atrae miradas, el 308 GT pre- senta una gran pureza aerodinámica y de diseño. Este equipamiento mul- tiplica las vivencias de los amantes del automovilismo, actuando sobre parámetros como una sonoridad del motor amplificada y más deportiva. e Desde su lanzamiento, el Nuevo Peugeot 308 y el Nuevo Peugeot 308 SW han demostrado sus excelentes resultados, gracias a su dinamismo, deportividad y personalidad. GRAN CALIDAD Y DISEÑO EN LA RENOVADA GAMA 308 Versión deportiva del Peugeot 308 GT Una experiencia de conducción aumenta- da. Al volante de estas versiones, los conduc- tores apreciarán un estilo elegante, tanto en la línea deportiva del exterior del coche como en su cuidado diseño interior.
  • 10. Nos adentramos en la vida privada, el ocio y las cos- tumbres de los griegos, para comprobar de primera mano (siempre a través de los objetos) que en el fon- do, y a pesar de los siglos que han pasado, tenemos mucho más que ver con ellos de lo que pensamos. CORBIS 1 Deporte, sexo y belleza Placeres Por Iria Pena Presas, historiadora.
  • 11. ADICTOS AL GIMNASIO Los incondicionales del deporte de hoy en día tienen mucho en común con los anti- guos griegos, ya que comparten (a pesar de los siglos que los separan) la búsqueda del cuerpo perfecto, en la que se cuidan minuciosamente la musculatura, los ab- dominales y el aspec- to físico. Este empeño se ve perfectamente reflejado en la esta- tua del discóbolo (1), con un cuerpo per- fectamente torneado, que representa a un deportista en el mo- mento antes de rea- lizar el lanzamiento de disco. La actual moda del running, que llena las calles y los parques de las ciudades, ya la prac- ticaban los atletas griegos, tan aficio- nados como eran a echar una carrera (2). Pero el deporte en Grecia fue mucho más alla del atletis- mo, como muestra la partida de hockey sobre hierba que jue- gan estos jóvenes (3). A menudo, la práctica gimnástica era reali- zada con escasez de ropa, y en líneas ge- nerales estaba reser- vada sólo a varones. 2 3 ALBUM ALBUM de la Grecia clásica MUY HISTORIA 11
  • 12. AMANTES EN EL OLIMPO Una de las mayores preocupaciones de las sociedades anti- guas se centraba en la continuidad de la estirpe. Así, no es de extrañar que muchos de sus dioses estu- viesen consagrados a la fertilidad, como es el caso de Príapo (1), que aparece repre- sentado siempre con un gran falo erecto. Las relaciones sexua- les también debieron ocupar buena parte de los pensamientos de los griegos, ya que aparecen escenifica- das en innumerables piezas de cerámica. El cortejo (2), las diferentes posturas sexuales (3,4), los preliminares (5) o las relaciones homo- sexuales (6) quedan patentes en numero- sas obras, siendo una fuente fundamental para conocer las costumbres de esta sociedad. Entre los objetos más bonitos de esta colección des- taca El beso (7), una escultura realizada en terracota y encontra- da en la isla de Delos. 2 3 4 1 ALBUM CORBIS AGE PRISMA 12 MUY HISTORIA
  • 15. LA BELLEZA COMO DOGMA La hermosura cons- tituyó uno de los pi- lares fundamentales de la cultura griega; no sólo el arte o la ar- quitectura debían ser proporcionados, sino también los cuerpos. Por ello, las mujeres ponían muchísimo empeño en lucir siempre a la per- fección. Las griegas solían llevar el pelo recogido (1), pero además optaban por mostrar un rostro siempre blanco, algo que llegó a ser una obsesión. Para ello utilizaban toda una serie de potingues, desde yeso al cono- cidísimo albayalde (carbonato básico de plomo), que espolvo- reaban sobre su cara para conseguir un cutis lo más pálido posible, y que solían guardar en bonitas cajas de cerámica (3). Junto al peplo que solían vestir, los brazaletes para las extremidades su- periores (2) y otras joyas podían com- pletar el atuendo. Después de tanto esfuerzo, un espe- jo (4) servía como colofón final para confirmar su belleza. 3 4 ALBUM AISA MUY HISTORIA 15
  • 16. Por Bernardo Souvirón, escritor y profesor de lenguas clásicas LA TRANSICIÓN POLÍTICA EN ATENAS En el tránsito de la Grecia arcaica a la clásica, los atenienses pasaron por modos y sistemas de gobierno diversos: la aristocracia, la timocracia, la tiranía y, al fin, el gobierno basado en el poder del pueblo, un invento netamente griego. El camino hacia la democracia 16 MUY HISTORIA
  • 17. E n la antigua Atenas se generó una serie de procesos que resultó de- cisiva no sólo para los propios atenienses y sus compatriotas griegos, sino para todos nosotros. En este artículo nos centraremos en uno de esos procesos, tal vez el más relevante. En efecto, hace ya dos mil quinientos años los atenienses se dieron a sí mismos un sistema de gobierno que estaba funda- mentado en el poder del pueblo. Lo llama- ron democracia y constituía un motivo de orgullo para la propia ciudad. ¿Cómo fue posible? ¿Cómo explicar que, hace tanto tiempo, una ciudad griega cre- yera que el gobierno no debía estar en ma- nos de los aristócratas, los reyes o los tira- nos? ¿Qué fue lo que propició que todos los ciudadanos fueran considerados iguales y, por tanto, depositarios de los mismos de- rechos y deberes? La sociedad gentilicia ateniense. La antigua Grecia fue un laboratorio en el que se experimentaron todos los sistemas políticos conocidos con una sola excep- ción: la dictadura. Pues bien, los diferen- tes regímenes de gobierno que caracte- rizaron la práctica política de los griegos tuvieron una característica común: la presencia permanente de una aristocracia dirigente que fundamentaba su acceso al poder en el privilegio de la sangre. Estos aristócratas se llamaban a sí mismos eu- pátridas, es decir, bien nacidos. En torno a ellos se creó una estructura gentilicia, completamente cerrada, cuyo principal objetivo era impedir toda innovación que pusiera en riesgo su poder, al que creían tener derecho por razones de sangre, es decir, por naturaleza. A grandes rasgos, esta sociedad genti- licia (término derivado del griego génos, clan) estaba organizada así: -Una primera división de la población en cuatro phýlai o tribus emparentadas. -Cada una de estas cuatro tribus se divi- día a su vez en tres fratrías o hermanda- des, también completamente cerradas, de carácter civil y religioso, cada una con su propia divinidad y su santuario. La culminación del camino. La era dorada de la democracia en Atenas empezó en 461 a.C., cuando Pericles se convirtió en líder político (cuadro de Philipp von Foltz, 1853). ALBUM MUY HISTORIA 17
  • 18. -Finalmente, cada fratría estaba organizada en treinta géne (plural de génos). Un génos era esencialmente un grupo de familias descendiente de un antepasado común. Cada génos tenía su propio jefe, que era a la vez sacer- dote del culto familiar y juez civil. Este hombre, dotado de un formida- ble poder, vigilaba que la hermética estructura de su clan se perpetuara, tal como demandaban las costum- bres ancestrales de los antepasados fundadores, que impedían que la propiedad traspasara los límites del génos y propiciaban una moral indi- vidual que perseguía el más impor- tante de los objetivos: no poner ja- más en riesgo los intereses del grupo al que se pertenecía. Dracón: la polis antes que los gé- ne. El nacimiento de cualquier trans- formación democrática implicaba terminar con esta estructura genti- licia, basada en el predominio de las relaciones de sangre. La primera re- forma destinada a frenar el poder de los géne atenienses se vincula con un legislador casi legendario cuyo nom- bre es sinónimo de dureza y cruel- dad: Dracón de Atenas. En efecto, el adjetivo draconiano significa hoy “duro, cruel, inexorable”, a pesar de que es muy poco lo que podemos sa- ber sobre este hombre, cuya vida es un mar de referencias míticas. La tradición lo sitúa en el siglo VII a.C., época de luchas intestinas en- tre los géne, cuyos jefes ordenaban asesinatos casi cotidianamente, pro- vocando así una espiral de violencia que no parecía tener límites. Los eu- pátridas, depositarios del poder po- lítico, se disputaban dominio y pri- vilegios atendiendo exclusivamente a los intereses de su génos, el único mundo que les era posible concebir. En este contexto de extraordinaria violencia, Dracón recibió el encargo de redactar un código de leyes. No podemos conocer las circunstancias en que tal hecho se produjo, pe- ro sí sabemos que Dracón compuso un repertorio de normas de notable severidad que, sin embargo, escon- día un principio revolucionario. En efecto, con la clara intención de que la violencia dejara de ser patrimonio de los clanes, estableció que la res- puesta a cualquier delito debía ser de toda la sociedad ateniense, producto del reciente sinecismo (unión de las distintas aldeas y poblaciones dise- minadas por la región del Áti- ca en una ciudad-Estado: Atenas), y no del génos. Por primera vez, robos, asesinatos y también la corrupción (inherente a todo siste- ma gentilicio) fueron considerados delitos contra la polis, es decir, con- tra Atenas, y no contra un génos o una fratría. Fue una reforma decisiva que Dracón precisó todavía más ha- ciendo otra aportación fundamen- tal: la distinción entre el homicidio voluntario y el involuntario. Nuevas clases sociales. A pesar de las dificultades, del peligro que en- trañaba redefinir el poder de los je- fes de los clanes, Dracón plantó una semilla que no tardaría en germinar. Así, el ateniense Solón, que vivió en- tre los siglos VII y VI a.C., recogió el testigo de Dracón e inició un camino de reformas dirigido a liquidar el po- der del génos. No fue fácil. El propio Solón escribe que hubo de revolver- se “como un lobo en medio de los perros”. El primer paso fue la instauración de la naucraría, la prime- ra unidad adminis- trativa que se basa- ba en una subdivi- sión territorial y no en la pertenencia a un grupo familiar determinado. Es posible que las nau- crarías existieran ya desde época anterior; de ser así, Solón compren- dió que potenciarlas implica- ba la organización de los atenienses en virtud de un criterio social basado en la convivencia territorial y no en la relación gentilicia de parentesco. No lo dudó: cada tribu fue dividida en doce naucrarías. Pero hizo algo mucho más revo- lucionario: profundizó en el camino que iniciaban las naucrarías y divi- dió a la sociedad ateniense en clases sociales que no tenían nada que ver con la estructura gentilicia, sino con un criterio económico. El sis- tema creado por Solón fue llamado, desde antiguo, timocracia, es decir, gobierno basado en el honor (timé); un tipo de gobierno que los antiguos PERSONAJE Dracón. Se ig- noran las fechas de su nacimien- to y muerte, pero se cree que vivió en el siglo VII a.C. Fue arconte y dio el primer paso hacia la democracia. Cualquier transformación democrática en Grecia implicaba limitar los privilegios de los géne (clanes aristocráticos dirigentes) “Un lobo en medio de los perros”. Así define Solón (dcha., graba- do) las dificultades para aplicar sus refor- mas ante el clima de violencia política (abajo, xilografía). AGE AISA GETTY 18 MUY HISTORIA
  • 19. griegos vinculaban con Esparta, considerada el modelo típico de un sistema timocrático. Mas la esencia de la reforma de Solón consistió en dar a la palabra timé un significado que tenía muy poco que ver con el modelo espartano, heredado de la mentalidad heroica transmitida por Homero y claramente vinculado a la estructura gentilicia. Cada cual según su aportación. De este modo, Solón no ligó el honor a la sangre, al génos o a la posesión de tierras, sino que supeditó el timé (y, por tanto, el derecho a ejercer cargos públicos) a la producción de la tierra, no a su posesión, dividien- do a la sociedad ateniense en cuatro clases sociales relacionadas con la producción de sus tierras en me- didas de cereal o aceite. Por primera vez, la pala- bra honor se desligó del códi- go heroico establecido por los guerreros micénicos: ahora este concepto no residía en la pose- sión de grandes extensiones de terreno ni en el abolengo de la estirpe, sino en la productivi- dad de la tierra y, por tanto, en la aportación que los propieta- rios de dichas tierras propor- cionaran al Estado. La cuarta clase social del Es- tado de Solón estaba integrada por los llamados tétes, gente que carecía de tierras y que, por tan- to, trabajaba como asalariada en ex- plotaciones agrícolas. Eran hombres libres pero, con frecuencia, estaban excluidos de las estructuras gentili- cias, por lo que carecían de la pro- tección del génos. Muchas veces se veían obligados a pagar sus deudas con su propia libertad. El número de tétes se vio incre- mentado a comienzos del siglo VI a.C. por una multitud de pequeños y medianos propietarios que, endeu- dados por completo, tuvieron que vivir cultivando su propia tierra en beneficio de un acreedor. Fueron lla- mados hectémoros, pues sólo podían quedarse con una sexta parte de su producción: el resto debía ser entre- gado a los acreedores. Muchos ni siquiera así podían sa- tisfacer los plazos de la deuda. En- tonces, los acreedores tenían de- recho a convertirlos en esclavos, venderlos y, de esta manera, con- seguir que la deuda quedara cance- lada. Solón se propuso poner fin a esta situación y promulgó la seisá- khtheia, es decir, la abolición de las deudas y, a la vez, la liberación de todo aquel que hubiera sido esclavi- zado por este motivo. Es difícil calibrar hoy lo que signi- ficó este decreto de Solón. Es difícil, pero podemos intentarlo si dirigimos nuestra mirada a la Grecia moderna, esclavizada, como antaño, por su deuda. Es de suponer que cada lec- tor puede imaginar la gesta de Solón si la “contextualiza” en el mundo de hoy, veintisiete siglos después de que promul- gara su seisákhtheia. La aparición de Clístenes. Tras la muerte de Solón, la historia de Atenas cambió para siempre. Sin embargo, a pesar de que sus reformas calaron profundamen- te entre la población vinculada a la explotación de la tierra, los eupátridas siguieron teniendo un peso desmedido en el gobier- no de una ciudad que continuó su camino a través de la tiranía, representada por Pisístrato y sus dos hijos, Hipias e Hipar- co. Cuando éste fue asesinado y aquél tuvo que exiliarse (¡con los persas!), Atenas se vio en una nueva encrucijada. De morosos a esclavos. Los peque- ños propietarios que no pagaban sus deudas eran esclavizados hasta que Solón acabó con ello. Dcha., noble griega y su esclava (lápida, s. IV a.C.). Aristóteles define en su Política las caracterís- ticas esenciales de la prác- tica democrática: 1.“Elegir todas las magis- traturas entre todos”. 2.“Que todos manden so- bre cada uno y cada uno, por turno, sobre todos”. 3.“Que los cargos públi- cos se designen por sor- teo, todos o los que no re- quieran experiencia y co- nocimientos técnicos”. 4.“Que la misma persona no ejerza dos veces el mis- mo cargo público o sólo en casos excepcionales”. 5.“Que la misma perso- na ocupe pocos cargos públicos, con excepción de los relacionados con la guerra”. 6.“Que todos los cargos públicos sean de cor- ta duración, o al menos aquellos en los que sea posible”. 7.“Que todos los ciuda- danos, elegidos entre to- dos, administren justicia. Y que lo hagan sobre todas las materias o sobre la ma- yoría y, en cualquier caso, sobre las más importantes y primordiales: la rendición de cuentas, la constitución y los contratos privados”. 8.“Que la Asamblea del pueblo tenga soberanía sobre todas las cosas, o sobre las más importantes. Ningún cargo público ten- drá soberanía sobre na- da o, en todo caso, sobre asuntos de escasa impor- tancia”. 9.“Que ningún cargo pú- blico sea vitalicio, y si algu- no queda todavía, proce- dente de alguna costum- bre antigua, debe despo- jársele de su poder y hacer que sea sorteable en lugar de electivo”. Reglas de la práctica democrática, según Aristóteles LIBRO Política, Aristóteles. Espasa, 2006. En este volumen, el filósofo griego reu- nió todos los escri- tos y tratados que dedicó a la vida en sociedad y a la or- ganización de la convivencia cívica. Aguafuerte que retrata a Aristóteles (384-322 a.C.), filosó- fo, científico y autor de la Política. AISA GETTY MUY HISTORIA 19
  • 20. Habían pasado cuarenta años desde la muerte de Solón. Los eupá- tridas, deseosos de volver a la época anterior a este legislador, se reagru- paron en torno a la figura de Iságo- ras. Fue entonces cuando, oponién- dose frontalmente a éste, apareció Clístenes, un miembro de la familia de los Alcmeónidas. Clístenes prometió reformas que liquidaban por completo el antiguo sistema gentilicio. Su éxito se funda- mentó en que estas reformas se apo- yaban en los nuevos pobladores ur- banos, nacidos del auge del comercio y de la aparición de una emergente población artesana que no estaba vinculada a la tierra. Iságoras com- prendió muy bien lo que esto suponía y reaccionó con violencia: reclamó la ayuda del rey espartano Cleómenes, quien exigió la salida de Atenas de los Alcmeónidas y de unas 700 familias más. Clístenes se ausentó volunta- riamente de Atenas, intentando con ello evitar que un rey espartano en- trara en la ciudad. No lo consiguió: Cleómenes entró en Atenas en el año 507 a.C. Bajo su autoridad fue elimi- nado el Consejo de los Cuatrocientos (Boulé) creado por Solón, que fue sustituido por otro que representaba los intereses de Iságoras y de las fa- milias aristocráticas. Rebelión contra los tiranos. Fue un intento vano. En un acto que de- muestra hasta qué punto se había transformado la ciudad, el pueblo ateniense se rebeló y puso cerco a la Acrópolis, lugar en el que se habían refugiado Iságoras y Cleómenes. Ambos se vieron forzados a abando- nar Atenas y Clístenes regresó para poner en marcha sus reformas. No sabemos con exactitud la fe- cha de la muerte de Clístenes, pero sí sabemos que Pericles, el hombre que representa el culmen de la Ate- nas democrática, nació en el año 495 a.C., unos diez años después de que Clístenes iniciara su reforma. El padre de Pericles se llamaba Jan- tipo. La madre, Agariste, era miem- bro de los Alcmeónidas y sobrina de Clístenes. No es difícil imaginar la influencia que esta mujer debió de ejercer en la trayectoria política de Pericles que, en torno al año 461 a.C., se convirtió en el líder indiscutible del partido democrático. Fue el ini- cio de la era de esplendor de Atenas. Los atenienses, reunidos en la Asamblea (Ekklesía), decidían sobre la guerra y la paz, sobre el pago de impuestos, sobre el establecimiento de relaciones diplomáticas, sobre la promulgación o suspensión de las leyes y sobre cualquier otra materia considerada esencial para el presente o futuro de su polis. Y, para hacerlo, se basaban en tres principios irre- nunciables, en los que se cimentaba su sistema político: isegoría (igual- dad en el uso de la palabra en públi- co), isonomía (igualdad ante la ley) y parresía (libertad de expresión). Esplendor democrático. La apli- cación radical de la isonomía hizo que el procedimiento de designación más común de los cargos públicos fuera el sorteo, intentando evitar así la generación de una clase política perpetuada en el poder mediante un sistema de elecciones. Aristóteles, en su Política, lo explica muy bien cuando escribe: “Una caracterís- tica de la libertad es gobernar y ser gobernado por turno. […] En las de- mocracias, la opinión de la mayoría es la autoridad soberana, siendo és- El sistema ateniense tenía un principio esencial: la isonomía, es decir, la igualdad ante la ley El golpista Pi- sístrato. Aristó- crata y pariente de Solón, tomó la Acrópolis con sus soldados e inició la etapa de los tiranos. Go- bernó tres ve- ces: en 561 a.C., de 559 a 556 a.C. y de 546 a 527 a.C. (su muerte). Abajo la tiranía. En este grabado del si- glo XIX, vemos el asesinato del tirano Hi- parco, hijo de Pisístrato, en el año 514 a.C. AISA ALBUM WEB bit.ly/1wXEKI2 Entrada en Wikipe- dia sobre el poeta, legislador y estadis- ta Solón (638 a.C.- 558 a.C.), uno de los llamados “siete sabios de Grecia”. 20 MUY HISTORIA
  • 21. te un rasgo distintivo de la libertad, que todo demócrata considera como elemento definidor de este régimen político”. Para los atenienses, un sis- tema electivo de gobierno dejaría sin efecto uno de los tres pilares de la de- mocracia: la isonomía. Ciertamente, la igualdad ante la ley no sólo implicaba igualdad de de- rechos, sino también igualdad de de- beres, especialmente si, como afirma Aristóteles, “nadie es ciudadano por habitar una ciudad determinada” sino “por participar en las tareas de gobierno y en las judiciales”. Es- ta concepción de la ciudadanía, tan alejada de la práctica moderna, es lo que realmente carga de significado el concepto de isonomía: los ciudada- nos tienen la obligación de participar en los asuntos del Estado no delegan- do su opinión en otros a través de un mecanismo electivo, sino ejerciendo directamente sus derechos. Esta es la razón por la que Aristóteles afirma que el verdadero ciudadano es aquel que “participa del poder legislativo y judicial del Estado”. Y añade: “Lla- mamos Estado al conjunto de tales ciudadanos”. Rendir cuentas ante el pueblo so- berano. El lector habrá reparado en el hecho de que Aristóteles considera a los poderes legislativo (al que lite- ralmente llama “deliberativo”) y ju- dicial como las partes verdaderas del Estado, y no así al poder ejecutivo. La razón es clara: este tercer poder, representado por los cargos públi- cos, debe estar sometido a los otros dos poderes, puesto que son los ciu- dadanos los que cargan de sentido a la palabra Estado, y éste no existe sin los ciudadanos. Esa es la razón por la que todos los cargos públicos estaban obliga- dos a rendir cuentas ante el pueblo, representado en el llamado Boulé o Consejo de los Quinientos (Clístenes amplió el número de bouleutas, de los 400 establecidos por Solón). La palabra griega que designa este pro- cedimiento esencial de la democra- cia ateniense es euthýna, un término que significa “corregir, enmendar, poner derecho”. La rendición de cuentas implicaba no sólo la justificación de los gastos que cada magistrado había hecho de los fondos públicos; suponía tam- bién una defensa de su gestión, po- lítica o judicial. Tenemos ejemplos perfectamente documentados de cargos públicos que pagaron con su vida el haber defraudado al pueblo ateniense, incluso cuando las cir- cunstancias en que tuvieron que desarrollar su gestión fueron consi- deradas como un atenuante que jus- tificaba en parte sus acciones. De la democracia a la partitocracia actual. Cualquiera de los lectores de este artículo puede colegir sin difi- cultad las implicaciones que estas prácticas de la democracia atenien- se tendrían, dos mil quinientos años después, en un país como el nuestro: difícilmente alguno de nuestros diri- gentes pasaría el filtro de la euthýna ante una asamblea como el Consejo de los Quinientos de Atenas. La razón fundamental es que nuestra democracia carece actual- mente de mecanismos de control. O, mejor dicho, de mecanismos de control por parte del pueblo sobe- rano. Nuestros dirigentes rinden cuentas sólo ante sus iguales, asen- tados en la Asamblea (el Parlamen- to) por un sistema electivo de listas cerradas elaboradas no por los ciu- dadanos, sino por los jefes de cada partido: es lo que algunos han dado en llamar partitocracia. En efecto: quien quiera saber cómo funcionaba el antiguo génos, que observe el funcionamiento de los partidos políticos. e •Diez phýlai territoria- les, no gentilicias. Diez ar- contes y diez regimientos (táxeis). También diez es- trategos (jefes militares). •Las diez phýlai se divi- dían en trittyes y éstas en démoi, concepto funda- mental en la reforma. •Todos los ciudadanos fueron inscritos no según su génos, sino según su démos. La importancia del démos hizo que el sistema se llamara democracia. •Cadadémosteníauna asamblealocalformadapor susciudadanosadultos. •Cada asamblea elegía a un demarco (jefe del dé- mos) y magistrados que canalizaban las disposicio- nes del gobierno central. •Cada démos tenía un re- gistro civil, que otorgaba la ciudadanía en el Estado. El poder del démos tuvo su reflejo institucional: •Clístenes abolió el Con- sejo de los 400 y creó el Consejo de los 500: 50 ciudadanos por cada nue- va phýle, elegidos por sor- teo. Nadie podía ser miem- bro del Consejo más de dos veces en su vida. •Se nombró a 10 estra- tegos (uno por tribu), al mando de un arconte pole- marca. •El tribunal del Areópago conservó jurisdicción en asuntos militares. •Todos los asuntos polí- ticos pasaron a depender de la Asamblea (Ekklesía). •Se nombró a diez apo- dectas, encargados de los asuntos financieros. •Se estableció el os- tracismo, procedimiento por el que, a criterio de la Asamblea, cualquier ciu- dadano sospechoso de pretender el poder más allá de los procedimientos de- mocráticos podía ser des- terrado de la ciudad. La reforma de Clístenes Isegoría en la Ekklesía. Esto es, igualdad en el uso de la palabra ante la Asamblea, donde los atenienses de- batían y decidían. Uno de los más grandes oradores fue Demóstenes (384-322 a.C.; gra- bado coloreado). ALBUM AGE En los óstraka (conchas de cerámica) se escribía el nom- bre del condenado al ostracis- mo (aquí, el de Temístocles). LIBRO El mundo de Atenas, Luciano Canfora. Anagrama, 2014. Este ensayo des- mitifica la historia de la ciudad y muestra las contra- dicciones del siste- ma democrático de la Grecia clásica. MUY HISTORIA 21
  • 22. ATENAS, EL EJEMPLO A SEGUIR La ciudad incomparable La vida en la bulliciosa y cosmopolita capital ática tenía una gran actividad comercial, religiosa y en la función pública. El desarrollo de la sociedad impuso la necesidad de crear nuevas infraestructuras y así se fue conformando la polis. Por Raquel López Melero, profesora de la UNED Un ágora grandiosa. Maque- ta que reproduce el aspecto de la antigua ágora ateniense, centro neurálgico de numero- sas actividades en el día a día de los vecinos de la capital. 22 MUY HISTORIA
  • 23. L legando a Atenas por mar, el te- rritorio de la polis ateniense (del Estado llamado hoi Athenaioi, “los atenienses”) comprendía to- da la península del Ática, un área rural con numerosas aldeas y algunos núcleos urba- nos monumentales, como Eleusis o Brau- rón. Pero el centro político, religioso y económico era la ciudad llamada Athenai, Atenas. En la época de Pericles, el enorme desarrollo de la flota hizo que El Pireo, un promontorio asociado a tres puertos, se llenara de construcciones de uso militar y comercial. Tenía también un teatro, tem- plos y todo un barrio residencial. La parte del Pireo estaba totalmente rodeada por una muralla, pero distaba unos 9 km. del área urbana de Atenas, también amuralla- da. Para evitar que ambas zonas quedaran incomunicadas entre sí, si se producía un ataque por tierra, se construyó un doble muro recto que unía los dos recintos de- jando una vía en medio. El Pireo, centro comercial. Se podían ver en esos puertos, fondeadas o en construc- ción,nosólotrirremes–lasnavesdeguerra veloces y de gran maniobrabilidad gracias a sus tres filas de remeros por cada lado–, sino un buen número de naves de carga y de embarcaciones menores. El Pireo era por entonces el principal centro comercial del conjunto formado por el Mediterráneo y el Mar Negro: allí llegaba grano y salazo- nes de pescado; especias, perfumes y linos o sedas; mármoles y maderas. La demanda de todos esos productos por parte de los atenienses era por entonces muy elevada; a su vez, Atenas exportaba su excedente de aceite de oliva y su magnífica producción de cerámica pintada. Cambistas de mo- neda y gestores de operaciones crediticias atendían, en sus mesas, a los armadores y comerciantes. Todas las polis tenían una plaza donde coincidían los ciudadanos en actos de par- ticipación colectiva y donde se instalaba un mercado; se denominaba ágora. La de Atenas en época clásica era muy grande. Estaba delimitada por mojones, que la identificaban como un espacio público MUSEOARQUEOLÓGICONACIONALDEATENAS
  • 24. vedado a las construcciones par- ticulares y también a los ciudadanos que hubieran cometido un delito de impiedad, maltratado a sus padres, eludido el alistamiento o mostrado cobardía en el campo de batalla. En sentido longitudinal la atravesaba una vía cuyo tramo más próximo a la muralla servía para celebrar las competiciones deportivas a pie y a caballo. Junto a ella se levantaba, en- tre otros, un altar dedicado a los doce dioses principales (Zeus, Poseidón, Apolo, Ares, Hermes, Hefesto, Hera, Atenea, Artemisa, Afrodita, Deméter y Hestia), así como el monumento a Los Tiranicidas, considerado como un símbolo de la democracia. Un ágora muy especial. Estaba ro- deada de templos y construcciones de uso civil, entre ellas una fuente de nueve caños que recogía las aguas de un manantial sagrado. En verano le daban sombra unos enormes plá- tanos, con sus ramas entrelazadas formando una cubierta. Allí se ins- talaban los vendedores, y también se podía ver a oradores dirigiéndose a quienes tuvieran a bien escucharlos. Sin embargo, no se podían reunir en el ágora, pues las asambleas, de un mínimo de 6.000 ciudadanos nece- sarios para el quórum en el caso de los asuntos más graves, no cabían en ese lugar. Lo hacían por ello en la co- lina de Pnix, que estaba muy cerca, junto a la del Areópago. En la fiesta anual de las Panateneas, una solemne procesión recorría el ágora en dirección a la Acrópolis para cumplir con el ritual debido a la diosa tutelar de la ciudad. Parti- cipaban en ella los jóvenes a caballo y las muchachas a pie, tal y como se representa en los frisos del Partenón. La inspiradora Acrópolis atenien- se. La mayor parte de las polis tenían una acrópolis, un espacio elevado, con buenas defensas naturales, que se podían reforzar con amuralla- miento. Servía para refugiarse en ca- so de peligro, con todo lo valioso que se pudiera acarrear; y también al- bergaba un recinto sagrado, sede de la divinidad políada –es decir, pro- tectora de la ciudad– cuya imagen se encontraba en un santuario. Des- La colina sagrada. Perspectiva occidental de la Acrópolis ateniense vista desde la rocosa colina de Pnix. En la imagen de la izquierda, la fachada del templo de Atenea Niké situado en un bastión de los Propíleos. Este templo conmemora la victoria de los atenienses sobre los persas en la batalla de Salamina. El Pireo, puerto de Atenas. Este mapa sitúa la urbe ática con su conexión a través de los Muros Largos hasta El Pireo, población portuaria y base naval de la polis. de tiempo inmemorial, la Acrópolis ateniense había albergado el templo de Atenea, sustituido por el Parte- nón tras ser destruido por los persas junto con las demás construcciones. Quedó entonces la colina restringida a usos religiosos. Se construyó una puerta monumental, los Propíleos, que tenía al lado el pequeño templo de Atenea Niké: la victoria sobre los persas personificada, pero sin alas para que no pudiera abandonar nun- ca la ciudad. Al atravesarla, se accedía a una gran explanada llena de valiosas ofren- das sobre las que se erigía la enorme estatua de bronce de la diosa Atenea armada como un hoplita: era la Pro- macos, la “defensora”. Un poco más adelante, en el interior del Partenón se encontraba otra imagen de Atenea, también creada por el escultor Fidias y más impactante, si cabe, porque estaba recubierta de placas de mar- fil y de oro. Cubría su cabeza con un PERSONAJE Esquilo (525 a.C.-456 a.C.). Importante dra- maturgo griego, testigo del de- sarrollo de la democracia. Lu- chó en diferen- tes batallas con- tra el imperio persa y de esa experiencia re- sultó una de sus más famosas tragedias, Los persas. GETTY PRISMA ALBUM
  • 25. chaban entonces los ladrones para robar los mantos de lana, el calzado y cualquier pertenencia que llevara encima el viandante ocasional. Bien avanzada la noche regresaban a sus casas quienes habían pasado horas en las tabernas y en los pros- tíbulos; y también los asistentes a los simposios, que, tras haber consu- mido durante horas vino mezclado con agua, procuraban despejarse al fresco. La cerámica ática los repre- senta, todavía coronados de hiedra, como parejas pederásticas, o bien en compañía de alguna mujer de las que solían animar tales eventos. Las mujeres atenienses pa- saban mucho tiempo dentro de las casas, pero también eran muy visibles fuera de ellas. Vi- sitaban a sus vecinas y amigas para compartir ratos de ocio con ellas, y las ayudaban en dis- tintas tareas y en eventos, como las bodas y los funerales, que tenían un importante ceremo- nial doméstico. Coincidían en el mercado, en las fuentes, en las sepulturas y en celebraciones religiosas exclusivas de muje- res. Acudían al teatro y parece que también a escuelas, gimna- sios y baños, al menos las que se lo podían permitir, igual que en el caso de los varones. Además, tenían asignadas prestaciones diversas en los 170 días al año en los que se practicaba algún tipo de ritual, porque se les reconocía una es- pecial capacidad de mediación con las fuerzas sobrenaturales. Por otro lado, como ellas no iban a la guerra, estaban siem- pre disponibles para ejercer esas funciones tanto en el espa- cio doméstico como fuera de él. Los griegos eran homosociales; es decir, que, por principio, los varones pasaban el tiempo en- tre ellos y las mujeres con otras mujeres. Vida pública y vida privada. Existe el histórico malentendido de que las atenienses permane- cían recluidas en sus casas y de que existía una auténtica fron- tera de género entre el espacio público y el privado. En cambio, lo que había era una alternancia de género en el uso de ciertos espacios y un imperativo social de reserva por parte de las mu- jeres en su comunicación con los hombres, quienes, a su vez, debían ignorar su presencia. Además de las prostitutas de los burdeles, había mujeres in- dependientes que alternaban con hombres; pero las demás sólo debían relacionarse con los de su familia, tanto en la ca- sa como fuera de ella. Omnipresencia femenina Las fuentes eran un lugar habitual de encuentro de las mujeres, que coincidían en las labores cotidianas de la ciudad. casco ornamental, tenía el escudo a su izquierda apoyado en el suelo, y a su derecha, en lugar de empuñar la lanza, sujetaba una imagen de la Victoria: era la diosa como Partenos (“doncella”). La otra construcción importante de ese recinto, el Erec- teión, estaba dedicada a un culto local muy antiguo. Uno de los costados de la Acrópolis sirvió para construir un teatro con gradas de madera, que fue sustituido más tarde por el de piedra, cuyos restos se han conservado. Allí se representaron las tragedias de Es- quilo, Sófocles y Eurípides, y las co- medias de Aristófanes y Menandro. Cómo encontrar el lugar deseado. Una vez dentro del área urbana amu- rallada, la orientación general era fácil en Atenas, porque la Acrópolis, coronada por el Partenón, resultaba visible desde todos los puntos, nin- guno de los cuales distaba más de dos kilómetros de ella. Las principales vías conducían a una de las puertas de la muralla o bien al ágora. Deli- mitaban barrios (demos), que tenían sus propios nombres; pero no así sus calles, por lo que había que recurrir a la descripción de los itinerarios por referencia a lo que se iba encon- trando por el camino. Las capillitas en honor de los dioses y los héroes se contaban por docenas, y ninguna de ellas era igual a la otra; y también los hermas (bustos del dios Hermes Atenea Partenos. Reproducción de la diosa guerrera que ideó el escultor Fidias para presidir el interior del Partenón. sobre pilares que presentaban un falo en erección) se encontraban por doquier, en cruces de caminos y a la entrada de algunas casas, con pequeños rasgos diferenciadores. Muchos eran también los templos, los edificios públicos y las fuentes. Las pequeñas tiendas y los talleres, que se mostraban al viandante agru- pados por especialidades, servían igualmente como indicadores. Mucho antes de llegar a esa “plaza de los juegos, donde se encuentra la mesa de jugar y donde las ocupacio- nes habituales son los dados y las pe- leas de gallos” (Esquines, Contra Ti- marco, 53), se escuchaba un enorme griterío. Peleas de gallos, una atracción muy especial. El gallo era símbolo de virilidad, que debía manifestar el soldado (todos los ciudadanos y una parte de los metecos entre los 18 y los 60 años) luchando hasta la muerte en lo que, para los antiguos griegos, eran guerras endémicas. Por eso algunos de ellos lo llevaban pintado en su escudo y por eso era el regalo que hacía el amante (erastés) a su adolescente amado (ero- menos) en las relaciones pe- derásticas. Todos los varones disfrutaban con las peleas de gallos, porque de algún mo- do sintonizaban con ellos; los ejemplares más bravos alcan- zaban precios astronómicos, y sus testículos se utilizaban como un remedio para la im- potencia sexual. Una especie de chaquete, que se jugaba con dados, también atraía la atención de muchos curiosos. Al ponerse el sol cesaban todas las actividades del exterior, ya que las calles, carentes de alumbrado, se volvían inseguras. Aprove- La mayor parte de las polis tenían una acrópolis, un espacio elevado, comodefensanatural ALBUM CORBIS MUY HISTORIA 25
  • 26. Pero también se solían encontrar dos tipos de cortejos avanzando a la luz de las antorchas y con participa- ción de músicos: el nupcial y el fune- rario. El primero era la conducción de la novia por parte del novio en un carro tirado por mulas desde la casa paterna, donde se la habían entre- gado formalmente, hasta su nuevo hogar, la casa del novio; la pareja era acompañada en ese trayecto por fa- miliares y amigos de ambos sexos en actitud festiva. En la oscuridad de la noche. Un cortejo similar, también con partici- pación femenina pero con manifes- taciones de duelo, conducía antes de romper el alba a los difuntos desde su casa, en la que había tenido lugar el velatorio, hasta el lugar previsto para la sepultura. Atenas era una ciudad llena de ex- tranjeros. Quienes estaban de paso por la ciudad dependían de fami- liares o amigos no sólo para alojarse sino para cualquier relación con las instituciones. Como no existían do- cumentos de identificación personal, necesitaban a algún ciudadano que diera fe, por ejemplo, de que no eran esclavos. De ahí la importancia que tenía la relación de hospitalidad, un vínculo recíproco similar al familiar que se transmitía de padres a hijos y que estaba protegido por el propio Zeus. Sólo cuando iban en misión de embajada resultaban acogidos por la propia ciudad. Los habitantes de condición li- bre llegaron a formar dos colecti- vos igualmente numerosos (entre 20.000 y 40.000 varones adultos) en la Atenas de Pericles, cuyo desarro- llo económico atrajo a muchos grie- gos procedentes de otras polis. Estos últimos eran los metecos, a quienes se permitía ejercer las más variadas actividades lucrativas. No podían, sin embargo, ser pro- pietarios de suelo ni urbano ni rús- tico y debían pagar un impuesto especial; también se les requerían algunas prestaciones militares. Por otro lado, necesitaban que un deter- minado ciudadano ateniense fuera su representante ante la comuni- dad. Tal condición era hereditaria, pudiendo obtener la ciudadanía co- mo recompensa por méritos espe- ciales. Las principales ocupaciones de los ciudadanos eran la guerra y las tareas públicas. Este colectivo representaba a los únicos miembros de la comuni- dad política que desempeñaban en ella su propio rol de género: el del ciudadano-soldado, característico de las polis porque no tenían ejér- citos profesionales. Debían alistarse todos ellos como soldados hoplitas o como remeros de la gran flota ate- niense que controlaba el Egeo en pie de guerra. Ello se veía como un dere- cho y como un deber, lo mismo que la asistencia a la asamblea soberana, la participación como jurados en los tribunales de justicia o el desempeño de magistraturas personales o co- legiadas que, para mayor equidad y rotación, eran anuales y se sorteaban (a excepción del generalato, electivo y prorrogable). Todas esas actividades les absor- bían mucho tiempo, pero los agricul- tores tenían esclavos y jornaleros que les ayudaban y las campañas milita- res no coincidían con el grueso de las tareas del campo. Además, tanto los remeros como los participantes en tareas públicas recibían un modesto salario por día invertido. Trabajar y hacer la guerra. La ac- tividad política de los ciudadanos se veía como una continuación de su actividad militar. Por eso no debería- mos extrañarnos de que no tuvieran cabida en ella las mujeres, cuyo rol de género consistía en administrar la hacienda y en reponer con la mater- nidad las bajas militares y generacio- nales. A finales del llamado “Siglo de Pericles” (V a.C.), cuando las largas guerras van acabando con la posi- ción dominante de Atenas y con una buena parte de sus ciudadanos, com- prometiendo así la pervivencia de las familias, el poeta cómico Aristófanes da la palabra a las mujeres para que reprochen a los varones el no haber hecho bien su trabajo en la adminis- tración de la paz. En realidad, tam- bién ellas tenían una cierta condición de ciudadanas, porque sólo como hi- La actividad política de los ciudadanos se veía como una continuación de su desempeño militar Restos de las minas de plata de Laurión. Célebres por su riqueza en metales, em- pleados para acuñar las primeras monedas o pagar la construcción de trirremes. Ruinas del tem- plo de Erecteión. Al norte de la Acró- polis ateniense se encuentra este templo, constituido por tres santuarios, dedicado cada uno de ellos a un dios: Zeus, Atenea y Poseidón. VÍDEO bit.ly/1D9QwaE Artehistoria nos lle- va a hacer un reco- rrido por la Acró- polis de Atenas tal como era en el “Siglo de Pericles”. ALBUM GETTY 26 MUY HISTORIA
  • 27. jas de ciudadano podían engendrar hijos con derecho a la ciudadanía. Podría haber llegado a 300.000, contando mujeres y niños, el núme- ro de los esclavos, aunque la gran mayoría trabajaba, como ma- no de obra sin contexto fa- miliar, en las minas de pla- ta de Laurión y en grandes propiedades agrícolas. Muchos esclavos de muchos tipos. Los demás eran esclavos domésticos, a razón de uno o varios por patrimonio familiar, o bien propiedad del Estado, al servicio de los magistrados. Estos últimos, como los que regentaban talleres, vivían en sus propias casas con sus res- pectivas familias. Los esclavos podían ser vendidos, pero tam- bién podían comprar su liber- tad cuando se les permitía te- ner sus propios ahorros. Un buen número de ellos, de ambos sexos, estaban integrados en las familias de sus dueños, donde recibían co- bijo y sustento hasta el final de sus días. Así ocurría, por ejemplo, con las nodrizas y con los llamados pe- dagogos, que acompañaban a los menores fuera de casa y les enseña- ban los rudimentos de letras y nú- meros; seguían a su servicio cuan- do ya eran mayores. La situación de los esclavos era, por tanto, muy variada. Había ciudadanos libres en peores condiciones económicas y sociales, y con peores expectativas, que algunos de ellos, por mucho que tuvieran libertad de movimientos. La esclavitud se consideraba como algo económicamente imprescindi- ble, y la condición del esclavo como una forma de mala suerte. Laproximidaddelosdifuntos.Como miembros de la familia y, en definitiva, de la comunidad, los difuntos seguían teniendo una cierta presencia en la se- pultura: un lugar fronterizo donde se producía la comunicación del mundo de los vivos con el de los muertos. Allí se depositaba el cadáver cuan- do la familia optaba por la inhuma- ción, o bien las cenizas en una urna, si se llegaba a incinerar. Un monu- mento funerario en forma de estela, generalmente, y con una inscripción servía para recordar al difunto, a ve- ces con una sentida dedicatoria. Cuando se construyeron las mu- rallas, la zona ocupada por los alfa- reros, en el noroeste, y llamada por ello Cerámico, quedó dividida en dos partes separadas por la puerta del Dipilón. Intramuros estaban los ta- lleres, mientras que la parte próxima al río Erídano, que sufría inundacio- nes, se utilizó como necrópolis, con pequeños recintos rodeados por mu- retes que iban recibiendo a los difun- tos de una misma familia. Al estar prohibidos los enterra- mientos en el interior de las mura- llas, sirvieron para ese fin otros espa- cios situados a lo largo de las demás vías de acceso. Los espacios funera- rios estaban, por tanto, integrados en la vida cotidiana del viandante. Se podía ver a las mujeres, que eran las encargadas de realizar los rituales debidos, como muestran multitud de escenas con las que se decoraron los lecitos, unas jarritas utilizadas en esas libaciones. En los monumentos más ricos se representaba al difunto o la difunta en relieve; pero no co- mo un retrato sino bajo una imagen convencional idealizada y con rasgos favorecedores: el hoplita, el jinete, la madre, el ciudadano maduro o la jo- ven en edad núbil. e El contacto con el mun- do griego a través de los restos arqueológicos y de la estatuaria conser- vada en los museos nos ayuda a imaginarnos el ambiente real de una ciudad como Atenas. Se apiñaban las viviendas de dos plantas en calle- juelas estrechas, lo mis- mo que las excavadas en los costados rocosos de la Acrópolis; e igual ocu- rría con las construcciones religiosas y civiles, de to- das las formas y tamaños. Quedaba poco sitio para el enorme trasiego de la gente. No sólo en el ágora, también en las calles más anchas de los barrios se instalaban mercados y se formaban corrillos. Policromía por doquier. Hay que imaginárselo to- do lleno de gente, con una variada gama de olores penetrantes: los de los ver- tidos que se hacían en las calles; los de las especias y perfumes; los de la carne asada, que se preparaba fuera de las viviendas o en altares al aire libre cuando se trataba de sacrificios. Y todo lleno de color. Las mujeres se maquillaban el rostro con blanco de plo- mo, con rojo de cinabrio y con carbonilla, y llevaban telas de lana y de lino teñi- das con colores chillones. Así se policromaban todas las estatuas y las figuras de los relieves, para que pare- cieran vivos. Y así hay que ver las estelas funerarias o los magníficos mármoles del Partenón; las estatuas de Atenea, las korai y kou- roi –imágenes idealizadas de chicas y chicos que se depositaban como ofrenda en la Acrópolis y que seña- laban algunas sepulturas– o las cuatro cariátides del Erecteión. Los elementos arquitectónicos –colum- nas y cubiertas– también estaban policromados, en parte con pan de oro. Las construcciones más mo- destas se encalaban; y la madera de sus entrama- dos, puertas y pequeñas ventanas también se cu- brían de pintura. Vida y color en el área urbana Urna funeraria en relieve que muestra una escena de despedida con tres mujeres. LIBRO Así vivieron en la antigua Grecia: un viaje a nuestro pasado, Raquel L. Melero Anaya, 2009. Esta obra ofrece un panorama renova- do de la vida coti- diana en la antigua Grecia. ALBUM PRISMA En la colina sagrada. La Acrópolis y sus templos siempre constituirán la gran atracción turística de Atenas. Esta imagen fue tomada en 2009. 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  • 28. COREBO DE ÉLIDE OLIMPIADAS INVENTOS GLOSARIO 1 METRÓPOLIS Término originario de la Antigua Grecia para describir a una ciudad-Estado con colonias. En la actualidad, se mantiene con el mismo sentido de ciudad principal, cabeza de pro- vincia o Estado, respecto de sus colonias. 2 DEMOCRACIA Se forma a partir de la palabra griega demos que significa “pueblo, gente” y de -cracia, elemento compositivo de nuevas palabras, de origen griego, que indica “gobierno, con- trol, poder”. 3 ÁGAPE Viene del heleno, donde significaba “amor”. No siempre se entendió esta palabra como “festín o banquete”, sino que se utilizó para designar un rito paleocristiano, vinculado a la eucaristía, que incluía abundante comida. El primer ordenador Pocas cosas les gustaban más a los griegos que la guerra, el de- porte y la belleza. El cultivo del cuer- po y la competición entre ciudades fueron los dos elementos que estu- vieron en la base de la creación de los primeros Juegos Olímpicos de la An- tigüedad, celebrados en la ciudad de Olimpia en el año 776 a.C., en honor a Zeus. Poco o nada tiene que ver esta primigenia competición con la que se celebra en la actualidad, ya que sólo participaban hombres libres griegos y la victoria era premiada con una rama de olivo y el respeto de sus compa- triotas. Estas pruebas se realizaban durante el verano, duraban sólo un día y coincidían con la primera luna llena después del solsticio de verano. El primer “medallista olímpico” fue Corebo de Élide (que no era atleta de profesión, sino panadero), que ven- ció a sus demás rivales en una carrera de unos 192 metros (la medida de un estadio). Los Juegos se irían consoli- dando entre los siglos VII y V a.C., cre- ciendo las ciudades que competían en ellos. El premio de la corona vege- tal permanecería en el tiempo, here- dándola los juegos modernos hasta 1960, cuando aparecen las medallas. CURIOSIDADES POR IRIA PENA PRESAS El desarrollo de las matemáticas y la astronomía en la Grecia an- tigua tuvo un progreso sorprenden- te. El descubrimiento realizado por un grupo de pescadores a princi- pios del s. XX de un mecanismo se- mejante a los engranajes de un reloj confirmó mediante investigadores posteriores que este aparato da- taba del 100-150 a.C. y que servía para hacer cálculos astronómicos, como la periodicidad de los eclip- ses o la posición del Sol, la Luna, Mercurio o Júpiter. Conocido como “el mecanismo de Anticitera”, por la isla donde se sitúa el yacimien- to en el que fue encontrado, entre las islas de Citera y Creta (en el mar Egeo), aún son muchas las incóg- nitas que pesan sobre él, ya que no se sabe exactamente para qué se utilizaba. Los últimos estudios rea- lizados sobre la pieza con un soft- ware especial están descubriendo nuevas inscripciones, y entre las utilidades que se le otorgan al sis- tema está el cálculo de la fecha de los Juegos Olímpicos de la época. Los expertos siguen investigando esta curiosa pieza que durante si- glos permaneció escondida en el mar y que podrá arrojar luz acerca de los conocimientos matemáti- cos y científicos que se tenían en la época. Los ideales de belleza de la antigua Grecia eran es- trictos, por lo que la fealdad o la gordura no tenían cabida en esta sociedad, estando muy mal vistas. Uno de los casos más extremos se dio en Esparta, donde se llegó a multar el matrimonio con una persona poco agraciada. Esto fue lo que le sucedió al rey Arquídamo, sanciona- do por haberse casado con Lampito, una mujer que no gustaba a los éforos (magis- trados) por ser bajita y no cumplir con los cánones de mujer espartana. Nada podía gustar menos en una comu- nidad en la que escaseaban los hombres que una futura madre que no tuviese hijos fuertes. Así, dijeron de ella que no engendraría reyes sino reyezuelos. La premoni- ción parece que se cumplió, ya que Agesilao, uno de los hijos de la pareja, era muy bajito y cojo, pero a pesar de ello llegó a ser rey de Espar- ta. Su figura fascinó a Plutar- co, que escribió la historia de su vida, o a Jenofonte, que le dedicó su Agesilao. Muchos siglos han pasado desde la creación de este primigenio ordenador,el mecanismo de An- ticitera,del s.I a.C.,hasta la revolución informática encabezada por Bill Gates o Steve Jobs con Microsoft y Apple respectivamente,para que volviese a aparecer una computadora semejante. El mecanismo de Anticitera, expuesto en el Museo Ar- queológico de Atenas. No a los feos Agesilao II gobernó Esparta en su etapa de hege- monía. A pesar de las críticas que recibió por ser cojo y bajito, venció en numerosas batallas. Un grupo de atletas compite en una carrera en los Juegos Olímpicos. MULTAS GETTY PRISMA AHU 28 MUY HISTORIA
  • 29. 4 TRAGEDIA La etimología de esta palabra nos remonta al griego antiguo, tragos, “cabra”, y aoidos “can- tor”. Hoy el término tiene dos posibles usos: para referirnos a un “género o estilo narrativo” o como un “suceso que produce sufrimiento”. 5 PENTAGRAMA Proviene de dos palabras griegas: penta, “cinco”, y grama, “línea”. Este término com- puesto se formó para designar el conjunto de cinco líneas con cuatro espacios equi- distantes donde se escribe música. 6 DERMATOLOGÍA Es la especialidad médica que se ocupa de las afecciones de la piel. Su origen lo en- contramos en la palabra griega dérma, “piel”, que se une con el sufijo -logia que significa “estudio”. AHU ASC Zapatero, a tus zapatos Poco le duró la fama al es- cultor más importante de la Historia de Grecia.Desa- creditado en vida,su infor- tunio dura aún hoy en día. Muchas de las expresiones que uti- lizamos actualmente provienen de la Grecia clásica,como este cono- cido dicho para frenar a los que se entrometen en lo que no deben. EXPRESIONES Creador de la escultura de la diosa Atenea en oro y marfil o del Zeus de Olimpia, sus ma- nos dieron forma a los dioses griegos y embellecieron la ciu- dad de Atenas. Mano derecha de Pericles, vivió los años de esplendor cultural al lado de su gran amigo. Pero el talento tam- bién genera envidias, y en los últimos años de su vida cayó en desgracia, siendo acusado por los opositores de Pericles de malversación de fondos, lo que lo llevó a la cárcel, donde mu- rió. La mala suerte del escultor y arquitecto se volvería a repetir muchos siglos después, cuan- do una buena parte de su obra salió de su amada Atenas, de- jando de llamarse los mármoles de Fidias para denominarse los mármoles de Elgin. Este nuevo nombre era el de su ladrón, Lord Elgin, un embajador inglés que vendió buena parte de las escul- turas del Partenón (75 metros de los casi 160 que tenía el friso original) y de otros edificios de la Acrópolis ateniense al British Museum, donde se exponen desde hace más de dos siglos para desgracia de los griegos. Uno de los pin- tores más im- portantes y famo- sos de la Grecia antigua fue Apeles (Colofón, 352 a.C.- Cos, 308 a.C.). Al artista le gustaba mostrar sus cua- dros en público para ver si gusta- ban o no, y mejo- rar aquellas cosas que no convencie- sen a sus conciu- dadanos. En una de estas exposi- ciones en la plaza, un zapatero que pasaba por el lugar criticó la forma de las sandalias de uno de los perso- najes retratados en su pintura. Apeles, que aceptó la críti- ca, decidió modifi- car dicho comple- mento en su taller, y volvió a mostrar su obra en la calle. Cuando el zapa- tero volvió a ver el cuadro y observó que el pintor lo ha- bía corregido, de- cidió criticar más elementos del re- trato. Apeles, para frenar tanta sabi- duría, le dijo: zapa- tero, a tus zapatos. Y desde aquel mo- mento, todos los que juzgan mate- rias de las que no son especialistas son frenados con este dicho de la Grecia clásica. Buena parte de los frisos del Par- tenón de Fidias se encuentran expuestos en el British Museum. Apeles fue el pintor de Alejandro Magno. Esta obra de Tiépolo representa al pintor retratando a Kampaspe, concubina del rey. Apesar de los siglos que han pasado desde la desaparición de la civili- zación griega, su cultura y su Historia siguen apasionando a muchos, algo especialmente notable en países de “re- ciente” formación que no cuentan con una cultura tan antigua y potente como la que se desarrolló en el Ática. En algu- nos casos, la atracción se ha llegado a materializar, como es el caso de la repro- ducción a escala real del Partenón en la ciudad de Nashville, en Estados Unidos. Dentro de éste, como en el de la antigua Atenas, se encuentra una copia de la estatua de Atenea de Fidias de 13 me- tros, realizada por el artista Alan LeQui- re. El desconcierto que puede causar encontrar estos monumentos en pleno Tennessee crece cuando conocemos el extraño motivo de su construcción: con- memorar los cien años de la anexión de dicho Estado a los Estados Unidos. AMERICANOS La reconstrucción de la estatua de Atenea Partenos con es- cudo y casco, en EE UU, fue recubierta en oro en el año 2002. Espíritu ateniense DEANDIXON La desdicha de Fidias EXPOLIO MUY HISTORIA 29
  • 30. VIDA COTIDIANA El banquete del Antigua Atenas, ciudad bulliciosa. La vida diurna en la polis era de gran tra- jín, tanto por las labo- res comerciales como por las cotidianas, que se desarrollaban en el ágora y en las calles adyacentes. 30 MUY HISTORIA
  • 31. mercader A través de un comercian- te, enriquecido gracias al ocre rojo de la isla de Cos, nos adentramos en la vida de una familia ateniense acomodada, en la que el rol de cada miembro es- taba marcado. La mujer diligente en el hogar, a la espera de su marido, y en posesión de esclavos ilus- trados para ayudar en la educación de sus hijos. Por José Ángel Martos, periodista y escritor E l mercader Stelios lo había pensado nada más poner pie en tierra en el puerto de El Pireo, y le había pareci- do una excelente idea para celebrar su última travesía comercial por el Mediterráneo. Organizaría un sim- posio, un banquete en su mansión ateniense, dedicado no sólo al dios Dionisos, como era tradicional, sino muy especialmente a Apolo Triopio, que protegía con tanta benignidad la isla de Cos, la pequeña ínsula frente a la costa de Asia Menor a la que debía su ahora acrecentada fortuna. Siempre les gastaba la misma bro- ma a los griegos de Cos: “Tenéis dos glorias irrepetibles en la isla: una es vuestro médico, Hipócrates, y la otra es el ocre rojo que hay en vuestras tierras; cuidad al primero para que él os cuide a vosotros y viváis más, y mientras tanto dejadme a mí ocu- parme del ocre”. No todos los isleños reían con la ocurrencia: Cos era la única isla en la que se podía extraer el ocre rojo, te- nía un monopolio sobre el producto. Pero como estaba confederada con Atenas, y era una especie de herma- na menor para la gran metrópoli, un territorio fácil de controlar y necesi- tado de protectores, Atenas imponía a sus habitantes la entrega de toda la producción de ocre rojo a un precio bastante barato. Además, debía em- barcarse en una nave armada por el propio gobierno de la ciudad ática y controlada por sus mercaderes. El ocre, mercancía valiosa. Y el ca- becilla de los comerciantes en esas misiones era Stelios, que actuaba co- mo representante de una alianza de varios hombres de negocios atenien- ses, los cuales asumían conjuntamen- te los gastos de la empresa. Stelios salía de Cos con la nave bien cargada del preciado pigmento, que le había costado muy pocos tetradracmas, y lo vendía con una gran ganancia por to- dos los puertos de Grecia. No en vano, el ocre era una de las tinturas más de- mandadas, ya fuera para teñir la ropa o para pintar las casas. De lo único que debía preocuparse, pensaba mu- chas veces Stelios, era de programar el viaje para contar con los vientos a favor; en caso contrario, ni las velas ni los remeros serían suficientes para oponerse a los designios contrarios de Céfiro, el dios del viento del oeste y un conocido enemigo de Apolo, el protector de Cos. ALBUM MUY HISTORIA 31
  • 32. personas en Éfeso, Reso había expe- rimentado una sensación de sorpresa e irrealidad. Nunca había visto un lu- gar tan enorme y poblado. Se quedó boquiabierto al contemplar a otros niños con colores de piel que nunca había soñado, a doncellas bellísimas que eran vendidas en una subasta di- ferenciada y a gigantes musculosos capaces de matar un toro, pero que allí, en el gran mercado de esclavos, caminaban como corderitos. En Éfe- so fue vendido a otro traficante que lo embarcó hasta Atenas, en lo que para el estómago de Reso fue una intermi- nable travesía. Allí, el traficante se lo ofreció a la rica familia de Stelios, por entonces tan sólo un poco mayor que él, quien pronto le empezó a llamar Milcíades por razones que el tracio tardó en entender hasta que dominó la lengua griega. Había trabajado para la familia de Stelios desde entonces, y su estóma- go se fortificó contra las mareas en los posteriores y periódicos viajes a la isla de Cos y a los destinos hacia los que navegaban a continuación para vender el ocre. Alasórdenesdelseñor.Eltracioca- minó hacia su dueño con paso firme, llevando sus botas y su gorro de piel de animal, inconfundibles atavíos de los tracios. Recibió sus instrucciones y se aprestó a organizar la ruta de los sirvientes que deberían transportar las invitaciones al gran banquete has- ta las casas de los diversos magnates del ocre invitados. Reso dispuso que Casa de una familia ateniense adinerada. Entre los habitáculos imprescindibles en la vivienda ateniense de una rica familia se encontraban el gineceo (1), la co- cina (2), el andrón (3), la antesala del andrón (4), el almacén (5), la habitación (6) y el patio (7). La estructura de la cubierta era a dos aguas y fabricada en tejas de barro cocido. Para decorar el ho- gar colgaban algún tapiz en la pared y solían tener pocos mue- bles en cada estancia, y para ca- lentar la hacienda utilizaban car- bón vegetal en braseros portátiles. Patio porticado, espacio multifuncional. Los miembros de la familia convivían en este lugar destinado a compartir momentos de ocio. Allí también se juntaban para rezar ante un pequeño altar, dedicado a la diosa del hogar y a los familiares fallecidos. Entre la élite ateniense eran especialmente considerados los escritores y los dramaturgos Mientras montaba en su lujoso palanquín, Stelios pensaba en que de- bía enviar invitaciones rápidamente a todos sus socios para el gran banque- te apolíneo que se le había ocurrido, que sería uno de los simposios más divertidos que recordarían en mucho tiempo. Para encargarse de ello, hi- zo llamar a Reso, su esclavo tracio de confianza, que estaba vigilando que todas las ánforas se cargasen sin mer- ma ni hurto tras sacarlas de la nave. La vida de esclavo. Con su barba rojiza, Reso parecía nacido para cus- todiar el ocre bermellón de Stelios, aunque el efecto hubiera sido mucho más completo si hubiese podido lu- cir sus largos cabellos rojos, pero los esclavos de los atenienses estaban obligados a llevar la cabeza comple- tamente rasurada. Muchos tracios eran pelirrojos, y a los niños atenien- ses se les asustaba con las historias de aquellos peligrosos bárbaros de largas melenas rojas, que vendrían a llevár- selos a sus oscuras tierras del norte si no se dormían pronto. Reso no es que nunca se hubiese atrevido a eso, sino que lo había sufrido en cierta manera: siendo niño, fue vendido por sus pro- pios padres, un acto que por desgra- cia era una costumbre habitual entre los empobrecidos tracios. Un trafi- cante lo adquirió y se lo llevó, junto a otros muchos pequeños, hasta el mercado de Éfeso. Cuando llegó al Ágora Tetragonos, la enorme plaza de más de cien metros cuadrados que acogía las subastas de ALBUM GETTY 5 2 1 6 4 7 3 WEB bit.ly/1hMOUIr En este enlace de la Wikipedia se en- cuentra un extenso artículo que explica el ritual del simpo- sio, una cena de alta sociedad en la Antigua Grecia. 32 MUY HISTORIA
  • 33. uno de los mensajeros corriera prime- ro hasta la mansión de Stelios, en los alrededores de la ciudad, para avisar del regreso del mercader a su esposa, Eumelia, y al resto de su familia. Una rica mansión. La casa de Ste- lios, una enorme hacienda, estaba abierta hacia un gran patio interior enmarcado por columnas, visible desde todas las habitaciones, el cual se orientaba agradablemente hacia el sur para recibir durante más tiempo los rayos del Sol. El banquete tendría lugar en una de las grandes salas del andrón, el área de la casa reserva- da a los hombres de la familia. En la residencia de Stelios, el andrón era tan magnificente que los sirvientes y esclavos lo llamaban “la casa dentro de la casa”. Tenía su propio patio des- cubierto, más pequeño que el prin- cipal, pero pocas viviendas podían permitirse tener dos. Toda esta zona quedaba separada del gineceo, el área reservada a las mujeres, que se halla- ba en el piso superior y estaba delimi- tada por una puerta de considerable tamaño. Otra puerta, pero en este caso hacia el exterior, daba acceso al andrón directamente desde la calle. Por ella iban a entrar los invitados de Stelios, de for- ma que en ningún momento se cruzarían con las mujeres de la casa durante su estancia para el banquete. Así se evitaban tentacio- nes y futuros problemas. Para que la fiesta resultase un éxito completo era necesario invitar no só- lo a ricos comerciantes, sino también a algunas de las personas más popu- lares del firmamento social atenien- se, aquellos de cuya compañía todos querían gozar. Entre la élite ateniense, sensible a la literatura y el arte, eran especialmente considerados los escri- tores y dramaturgos. Así que un nom- bre acudió enseguida a la mente de Stelios, y no era otro que el de Sófocles. Hijo de un rico fabricante de armas, Sófocles había nacido dotado con la más peligrosa de todas ellas: el arma de la palabra. Su gran agudeza ver- bal, su talento literario, que le hacía vencer en todas las competiciones, y su encanto y belleza personal lo con- vertían en uno de los más admira- Nuestro protagonista, Stelios, per- tenecía a la clase de los émporos (emporoi), los marinos mercantes, que se dedicaban a lo que hoy llamaríamos “comercio internacional”. Eran los mer- caderes más relevantes de entre los variopintos tratantes de productos que abundaban en las ciudades helénicas, protagonistas en muchos casos de las aventuras que nos ha legado la épica griega, ya que sus viajes eran, ya de por sí, grandes odiseas como la de su vene- rado Ulises. Negocio portuario. En pocas pala- bras, un émporos era el que compraba una mercancía a un tercero –frecuen- temente, a un extranjero en un mer- cado foráneo–, la transportaba en un barco que no era de su propiedad (los dueños se llamaban naucleros) y la llevaba hasta el puerto de una ciudad griega, donde la acababa vendiendo. Eran profesionales muy bien organi- zados, que sabían establecer relacio- nes personales de confianza en cada puerto y que empleaban herramientas jurídicas y financieras de una cierta complejidad. Sociedades empresariales. En el pla- no económico, los émporos aplicaban fórmulas como las llamadas “cuentas en participación”, que era la modalidad que unía a Stelios con sus socios: unos comerciantes participaban en la acti- vidad de otros con una aportación de capital. Uno de ellos solía ser el gestor, el que llevaba la actividad en su nom- bre, como aquí era Stelios. A pesar de todo, la actividad mercan- til no gozaba siempre de buena fama entre los griegos y algunos filósofos como Aristóteles veían sus activida- des como antinaturales, porque “es un modo de intercambio con el que unos hombres ganan a costa de otro”. Los antepasados de Onassis Los puertos grie- gos eran un hervi- dero de comercian- tes que arribaban con preciadas mer- cancías para ven- derlas en los mer- cados de la polis. Comercialización de esclavos. Se orga- nizaban mercados en las plazas griegas donde se realizaba la subasta pública de hombres y mujeres para utilizarlos en las tareas domésticas. En los via- jes por mar, se pedía contar con el favor del dios Céfiro (izquierda). CORBIS ALBUM PRISMA LIBRO El mundo trágico de Sófocles, Charles Segal. Gredos, 2013. Ofrece múltiples y novedosas ideas para entender me- jor el significado fundamental de las tragedias griegas. MUY HISTORIA 33
  • 34. dos ciudadanos atenienses. Se decía por entonces que el propio Pericles pretendía nombrarlo estratego, y no por que mostrara especiales méritos militares, sino porque su condición de ídolo popular garantizaba que la decisión no podría sino causar una gran adhesión en Atenas, cimentando así el prestigio de Pericles. Preparación para el ágape. Con to- das las invitaciones ya cursadas, Ste- lios se aprestó a dar las órdenes para que se adquiriesen en el mercado los mejores manjares que fuese posible. Sobre todo quería que hubiese carne en abundancia. El mercader estaba harto de comer pescado durante todo su largo viaje y creía llegado el mo- mento de desquitarse. No era habi- tual disponer de viandas animales en las mesas atenienses, ni siquiera entre los más ricos. Preferían reservarlas para ocasiones como esta, así que dis- puso que se asasen sobre un espetón pedazos de carne de las mejores vacas y cabras, así como también corderos. También comprarían carne de cerdo que, aunque mucho más abundante y vulgar, satisfaría a los más voraces que no tuviesen suficiente con lo de- más y necesitasen llenar hasta rebo- sar sus ensanchados estómagos. Cuando Eumelia supo que su mari- do llegaría en unas horas a la casa, en- seguida repartió órdenes a todo el ser- vicio y, no sin cierto nerviosismo por el reencuentro, empezó a acicalarse. En realidad todas las mujeres atenien- ses de buena familia lo hacían cual- quier día aunque no fuese a ocurrir nada destacado. Pocas veces sucedía algo singular en la vida de una mujer ateniense acomodada, pues no tenían ninguna actividad especial en la que emplear su tiempo, ya que las esclavas se ocupaban de todos los trabajos de la casa, fueran pesados o ligeros. Si todas las atenienses se acica- laban con tanta disciplina era de- bido sobre todo a que descuidar el aspecto estaba muy mal visto. De pequeña, Eumelia recordaba haber escuchado una conversación de su madre con otras egregias señoras en la que se referían a la mujer de un conocido comandante de la mi- licia hoplita como “la tracia”, pues se arreglaba poco su largo cabello y no siempre iba completamente ma- quillada. En aquella conversación la habían comparado sin rubor con una esclava. Y es que, como le había di- cho después su madre cuando ella le preguntó, “el aspecto exterior es la principal manera en que las señoras se diferencian de las siervas”. Desde entonces ya nunca olvidó la impor- tancia de arreglarse. Aderezos de belleza. Para aquella ocasión se iba a teñir el cabello de forma que ocultase las primeras ca- nas, que habían vuelto a emerger. Llevaba días dudando si colorear- se de negro o de rubio, pero al final había optado por esto último. Había una razón muy clara: como sabían todas las mujeres (y los hombres), los cabellos de la diosa Afrodita eran dorados y, por tanto, escoger su co- lor haría parecer a Eumelia mucho más deseable. Para lograr esta tonalidad, las ser- vidoras de la casa habían estado mez- clando pétalos de flores amarillas con una solución de potasio, que ella misma procedió a aplicar cuidado- samente por toda su melena, con la colaboración de dos esclavas que estaban presentes y siempre dispuestas a cumplir con lo que se les ordenase. Al acabar de enjua- garse la cabellera, ellas le tenían preparada una larga toalla y le ayuda- ron a secarla. A pesar de la longitud de su melena, ese día quería realzar aún La música en la Antigua Grecia Para los griegos, la música no era só- lo una forma de cultura o una mera distracción. Tenía un papel integral en su percepción del mundo, tanto que hoy quizás nos resulta difícil de entender. Al- gunos expertos actuales hablan de una auténtica obsesión por la música entre los antiguos griegos, que les llevaba a introducirla en todos los aspectos de su vida, desde la ciencia al deporte. Platón decía que el tipo de música que escu- chamos influye sobre nuestra ética. Dominar un instrumento era un signo de maestría y superioridad que situa- ba a quien lo conseguía en lo más alto del escalafón social. El pequeño Andro- cles, el hijo de la familia protagonista de nuestra narración, se siente obligado a continuar la tradición familiar de tocar la cítara, el instrumento que por entonces era considerado como el más noble de todos. En cualquier caso, la música era una materia esencial de la formación de cualquier escolar, ya que se considera- ba que era “educación para el alma”. La escala heredada. Los griegos distin- guían entre siete “modos”, de los que ha derivado nuestro actual sistema de escalas musicales. A cada uno le die- ron el nombre de uno de los pue- blos griegos. Así, nuestra actual escala mayor recibía la deno- minación de modo jónico, la escala menor natural era el mo- do eólico y otras escalas me- nores eran muy similares a esta última pero se diferenciaban en algún tono. Los cambios de estilos musi- cales no dejaban indife- rente. Incluso Platón, crí- tico con la evolución mu- sical de su época, se quejó de “la anarquía antimusical introducida por poetas que tenían talento natural pero ignoraban las leyes de la música”. Si todas las atenienses se acicalaban con tanta disciplina era debido sobre todo a quedescuidarelaspectoestabamuymalvisto AGE ALBUM Adquirir co- nocimientos musicales tenía un pa- pel muy im- portante en la educación infantil. Aprendían a tocar instru- mentos co- mo la cítara, el violín, la li- ra o el oboe. PERSONAJE Platón (428 a.C.-347 a.C.). Filósofo griego, alumno de Só- crates y maestro de Aristóteles. Su influencia en el posterior desarrollo de la Historia de la Filosofía es incalculable. 34 MUY HISTORIA
  • 35. más su volumen, para lo que había comprado días antes en el mercado un atractivo postizo. Las esclavas, que murmuraban con una mezcla de admiración y envidia, pues ellas estaban obligadas a llevar siempre corto el pelo, ayudaron a Eumelia a colocar las extensiones y sujetaron con cintas todo el conjunto. La siguiente fase de su embelleci- miento era depilarse el vello y arre- glarse las uñas. Esto último requería un tiempo considerable, como tam- bién el maquillaje, que debía hacerse con sumo cuidado y con el objetivo de conseguir un tono de piel lo más blanco posible. El color níveo en la piel era el ideal de belleza para to- das. Y, aunque Eumelia procuraba exponerse al Sol lo menos posible y por ello cuando salía siempre llevaba sombrilla o, en ocasiones especiales, un gran sombrero de ala muy amplia, necesitaba acentuar su blancura co- mo tantas otras mujeres atenienses, que de nacimiento tendían más bien a un color tostado de piel. Para ello no bastaba con el maquillaje y Eumelia, que lo sabía, ingería siempre grandes cantidades de comino. Otras mujeres más mayores hervían sus semillas y se lavaban la cara con el agua obte- nida, para quitarse las manchas del envejecimiento. Recibimiento con las mejores ga- las. Cuando comenzó a maquillar- se, Eumelia tomó de su tocador una pequeña cajita redondeada, con una tapa acabada en un tirador cilíndri- co con su extremo redondeado y más ancho. La levantó y allí estaban sus pastillas de albayalde (nombre con el que conocían al carbonato de plo- mo), redondas y blanquísimas. Las iba a utilizar como mascarilla para el rostro. También disponía de yeso, ti- za y harina de habas. Les pidió a sus esclavas que lo batieran todo en una sola mezcla, de forma que la solu- ción quedase lo suficientemente blanda como para poder apli- cársela. Cuando todo el ma- quillaje cubría su rostro, acabó de re- matarlo con un toque de carmín, que le dio un aspecto apasionado. Finalmente empezó a vestirse. Del armario las esclavas sacaron su me- jor túnica jónica, una prenda que en los últimos años se había empezado a poner de moda entre las mujeres con más posibles. Estaba enteramente cosida por ambos lados, al contrario que el tradicional peplo, pieza que había sido omnipresente en tiempos de su abuela e incluso de su madre, una época mucho menos sofisticada que la actual. La túnica de Eumelia, por el con- trario, tenía una caída simétrica con abundantes pliegues, todos ellos muy finos, que daban un aspecto realmente coqueto a su dueña. Como el frío ya estaba cediendo, Eume- lia renunció a llevar el manto que le ofreció una de sus esclavas. La educación en la infancia. Mien- tras su madre se arreglaba, Andro- cles, el hijo primogénito, había salido de la residencia para acudir a la es- cuela del gramático (maestro). Aca- baba de cumplir siete años, la edad en que comenzaba la educación para los niños atenienses. Acompañaba a Androcles un esclavo fenicio muy instruido, Ahiram, que ejercía como su pedagogo. La función de éste era enseñar buenos modales al pequeño, algo en lo que se mostraba implaca- ble, ya que no dudaba en utilizar su bastón llegado el caso, como ocurrió ese día cuando empezó a lanzar piedras contra un reba- ño de cabras que entorpecía su camino. Pero Ahiram también le explicaba historias de los navegan- tes de su patria que habían llegado hasta los confines del Mediterráneo y le hablaba de Troya, Babilonia y otras grandes ciudades de los impe- rios que habían ocupado Asia Me- nor, despertando en él sus deseos de aventura. Ahiram lo acompañaba siempre que salía de casa, le llevaba sus efectos personales y asistía tam- bién a las lecciones del gramático. Androcles ya leía con mucha sol- tura. Había aprendido haciéndolo en voz alta, como era habitual, y ahora su profesor ya le había pasado a la siguiente fase: los versos de Ho- mero. En casa, y espoleado en par- te por Ahiram, había estado me- morizando por su cuenta algunos pasajes del duelo entre Aquiles y Héctor, y ese día sorprendió a su Mirarse al espejo. Todo un ritual gira en torno a la mujer griega preparándose para sentirse y para que la vieran bella. Esta mu- jer mirándose al espe- jo (izquierda) es una representación en ce- rámica griega. El pyxis (abajo) era la caja de cerámica que se utilizaba para guardar los cosméticos. Mosaico historiado. En aquellas salas donde se ce- lebraban banquetes era ha- bitual encontrar mosaicos decorativos. A la izquierda, una escena del duelo entre Aquiles y Héctor. La vestimenta femenina. La mo- da griega evolucio- nó del peplo a túnicas con más detalles que les otorgaban mayor estilo a las mujeres atenienses. En cuanto a los textiles con los que confec- cionaban las pren- das, conocían vagamente que existían la seda y el algodón, aunque usaban sobre todo el lino y la lana. ALBUM ALBUM GETTY MUY HISTORIA 35
  • 36. profesor recitándole un mo- mento cumbre de la fenomenal lucha a muerte a las puertas de Troya. Se levantó y, sin necesi- dad de acudir al papiro, habló con la voz del divino Aquiles dirigiéndose al belicoso Héctor: “¡Como no es posible que haya fieles alianzas entre los leones y los hombres, ni que estén de acuerdo los lobos y los corde- ros, sino que piensan continua- mente en causarse daño unos a otros, tampoco puede haber entre nosotros ni amistad ni pactos, hasta que caiga uno de los dos!”. La clase quedó en silencio y los compañeros más pequeños de Androcles, que estaban dan- do aún sus primeros pasos en la lectura, prorrumpieron en un emocionado aplauso ante la hazaña del mayor, mientras el pedagogo Ahiram golpeaba con su bastón el suelo en señal de aproba- ción. El gramático hizo callar a todos: “Mantengamos el orden, los más ma- yores están practicando la aritmética con el ábaco y necesitan concentra- ción”. Androcles, sin embargo, pudo ver como al profesor se le escapaba una sonrisa de satisfacción. Música y gimnasia. Después de la clase con el gramático, era el turno de recibir las enseñanzas del citaris- ta, el maestro de música, discipli- na muy importante en la familia de Androcles: el nombre de su madre, Eumelia, significaba “melodía”, y su padre, que ya sabía tocar la cítara a su edad, había participado inclu- so en competiciones de virtuo- sos. Así que él también se apli- caba a seguir la tradición. Por último, llegaba el turno de la gimnasia, que era im- partida por dos musculosos paidotribos. A Androcles le hubiese encantado salir a la palestra, el terreno al aire libre cuadrado y rodeado de muros donde tenía lugar la educación física, pero en su escuela era cos- tumbre que no empezasen a practi- carla hasta los doce años. El porqué estaba muy claro al ver las magulla- duras con las que aparecían algunos de sus compañeros mayores. Desnu- dos y untados en aceite, practicaban la lucha sin darse tregua y más de uno se excedía en el celo aplicado al intentar derribar a su rival. Él y otros pequeños de su edad tocaban la cíta- ra y el oboe mientras los mayores se ejercitaban. Lo que sí le había sido permitido practicar era la equitación. Su pe- dagogo, que estaba siempre atento a sus evoluciones a caballo para evitar los percances de una caída del cor- cel, le había explicado que algunos médicos recomendaban la equita- ción no sólo para mejorar la muscu- latura, sino también para preservar el cuerpo de muchas dolencias e incluso para el insomnio, un mal que el propio Ahiram sufría habitualmente. Mientras las clases se sucedían en la escuela, en la casa se ha- bía producido el ansiado reen- cuentro entre Stelios y Eume- lia, que no estuvo exento de la pasión habitual en estos casos, largo tiempo reprimida. Lue- go, Stelios le anunció que al día siguiente se celebraría un ban- quete en honor a Dionisos y a Apolo Triopio, con la asistencia de todos los socios mercaderes que habían contribuido a finan- ciar su última expedición a Cos. Comienza la fiesta. Eumelia asintió sin dejar traslucir sus emociones, aunque ya sabía có- mo transcurrían los simposios, y más cuando se juntaba tanto dinero como el que reunían to- dos los comerciantes aliados con su marido, de entre los más prósperos de Atenas. Es verdad que la primera parte se limitaba a consumir los man- jares más consistentes. Pero luego llegaba la segunda mitad, el banque- te propiamente dicho, que era lo que muchos de los colegas de Stelios espe- raban con mayor delectación: el mo- mento de empezar a emborracharse lentamente, al ritmo que marcaba el simposiarca, el jefe del banquete, cuyo cometido era velar porque los asistentes fuesen alcanzando la ebrie- dad de una manera progresiva, sin dejarse llevar por la irracionalidad. Seguro que Sófocles, el agudo y brillante dramaturgo, sería el escogido en esta ocasión. Tras Reencuentro apasionado. La esposa a la espera de su marido es una escena reiterati- va en la vida de la mujer ateniense, sea por las guerras o por negocios. El ejercicio físico (derecha) era primordial para la buena edu- cación en las familias adineradas. Cosméticos en la polis. Además de aceites para los hombres, las mujeres gozaban de una gran variedad de perfumes, mejunjes para aclarar su tez y carmín. GETTY PRISMA LIBRO La literatura grie- ga y su tradición, Pilar Hualde Pas- cual y Manuel Sanz Morales (eds.). Akal, 2008. Este estudio ofrece una visión de con- junto de la literatu- ra griega antigua desde una pers- pectiva poco habi- tual, que abre una ventana al lector no especializado. 36 MUY HISTORIA