1. La edad de Oro
de AtenasVida cotidiana en la Antigua Grecia
b La polis mítica Por Carlos García Gual b Urbanismo casi perfecto b El camino hacia
la democracia b Cómo se vivía en el hogar de un mercader b Soldados y marinos
b La Acrópolis en 3D b Filósofos y artistas: la cultura de un pueblo libre
b De labios del propio Pericles b Ocio y vicio en la capital del Ática
Pericles (495-429 a.C.),
el Gran Estratega y político
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la democracia Cómo se vivía en el hogar de un mercader Soldados y marinos
La Acrópolis en 3D Filósofos y artistas: la cultura de un pueblo libre
De labios del propio Pericles Ocio y vicio en la capital del Ática
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5. SUMARIO
EDITORIAL
La edad de oro que
iluminó el futuro
FEBRERO 2015
EN ESTE NÚMERO:
Presentación: La
ciudad mítica 6
Visual: Placeres
de la Grecia clásica 10
El camino hacia
la democracia 16
Atenas, la capital
incomparable 22
El vida cotidiana
de un mercader 30
Soldados y marinos 38
Las artes,las ciencias
y su función pública 74
En palabras de
Pericles 82
Ocio y vicio
en Atenas 86
Curiosidades 28
Entrevista:
Adolfo Domínguez 44
P & R 72
Reconstrucción 3D 80
Guía de Lugares 92
Panorama 94
Próximo número 98
SECCIONES
Raquel L. Melero
Es profesora de Histo-
ria Antigua en la
UNED. Entre sus obras
figura el Diccionario
de mitología clásica.
Carlos García Gual
Catedrático de Filolo-
gía Griega de la UCM,
en la Presentación
analiza la edad dorada
de la ciudad de Atenas.
David Hernández
Profesor en la UNED,
ha recibido numero-
sas distinciones por
sus investigaciones
en Historia Antigua.
Han colaborado en este número:
PORTADA: GETTY / ILUSTRACIÓN: JOSÉ ANTONIO PEÑAS.
30Un día
en la polis.
Atravésdelavida
cotidianadeuna
familiaacomodada
delaAtenasclási-
ca,sedescriben
desdeloshábitosy
costumbresdela
épocahastala
educacióninfantil.
74La cultura de
un pueblo libre.
La sociedad atenien-
se apostó por el
desarrollo del pensa-
miento y por un
espíritu crítico; así
construyeron su
cultura y novedosas
materias de estudio.
Palma Lagunilla,
Directora
(plagunilla@gyj.es)
En Twitter: @_plagunilla
22
La grandiosidad de la colina sagrada de Atenas.
Fue bajo el mandato del Gran Estratega Pericles cuando se
erigieron los edificios más fastuosos de la Acrópolis ateniense,
convirtiendo la cima de la ciudad en un imponente lugar de culto.
47Armas
y esplendor.
Durante el siglo V
a.C., Atenas luchó
en sucesivas con-
tiendas, primero
contra los persas y
luego, contra los
espartanos. Pero
Pericles, como líder
de la polis, propició
allí el desarrollo de
la democracia.
Pericles y su
modelo de ciudad 47
Guerras Médicas .......... 48
El esplendor ateniense.. 54
La Guerra del Peloponeso60
El triunfo de Esparta.... 66
DOSSIER
Pericles y su
modelo de ciudad
GETTYRUBÉNCALVO
ASC
ALBUM
“¿Por qué un aristócrata ateniense se
ha consagrado a forjar una demo-
cracia tan completa? Porque amo la
libertad. Porque el único régimen que
la otorga es el democrático, donde el
gobierno se ejerce en favor de la mayo-
ría.” Estas palabras fueron dichas por el
propio Pericles, el político más influyen-
te de la Grecia del siglo V a.C. Su amor
por Atenas le hizo dotarla de magnífi-
cos monumentos como el Partenón,
construido en la Acrópolis por los arqui-
tectos Ictinio y Calícrates en mármol,
piedra, bronce, madera, oro y marfil;
con esculturas salidas del taller de
Fidias. A sus pies, los atenienses filo-
sofaban en el ágora y asistían al teatro
para disfrutar de las obras de Sófocles
y otros autores clásicos. Aquella fue sin
duda la edad de oro de Atenas.
Pero el Gran Estratega no se ocupó
sólo de su ciudad o de poner en pie el
imperio ateniense con la ayuda de la
formidable flota de trirremes de la polis;
también organizó un régimen democrá-
tico de participación directa en el gobier-
no de la ciudad. Atenas contaba con
más de medio millón de habitantes, de
los cuales sólo 40.000 tenían derecho
a voto: los ciudadanos libres (varones
adultos autóctonos). Y mientras estos
afortunados se dedicaban al goce, el
pensamiento y la cultura, el resto de la
población (mujeres, metecos, libertos y
esclavos) sustentaban la vida familiar y
la economía. A pesar de ello, lo cierto es
que el gobierno estaba directamente en
manos de sus ciudadanos; se trataba de
una democracia real, muy distinta a las
actuales, que son representativas. Pero
Pericles no era ajeno a la trascendencia
de sus decisiones y acciones, como
quedó patente cuando afirmó: “El res-
plandor del presente permanecerá para
siempre en la memoria de los hombres.”
MUY HISTORIA 5
6. Atenea, imbatible en la guerra.
La divinidad del panteón griego
más guerrera, desde su na-
cimiento siempre con la
armadura puesta, luchó
contra Poseidón por el
liderazgo de Atenas.
Ganó ella la disputa y
se convirtió en la dei-
dad protectora de la
mítica ciudad y de toda
la región del Ática. Atenea
ambién protegió a muchos
héroes y figuras míticas.
NGS
LA EDAD DORADA DE LA CAPITAL DEL ÁTICA
Ciudad mítica
atenasNi Alejandría ni Roma, villas mucho más grandes y ricas,
crearon una democracia tan ejemplar, con un pueblo tan innovador
y amante de la belleza como el de la Atenas clásica.
Por Carlos García Gual, escritor y filólogo
7. H
ay en la Historia europea una media docena
de ciudades emblemáticas que han tenido una
resonancia histórica singular, capitales cu-
yo esplendor ha iluminado una determinada
época en la que han sido, por un tiempo, acaso un siglo,
el epicentro de un imperio político y cultural, y han de-
jado una impronta propia e inolvidable en el destino de
nuestro mundo. Atenas es, sin duda, la más antigua de
esas ciudades. Si bien ha sido la más reducida por su te-
rritorio –la región del Ática– y la menos poderosa por sus
colonias y conquistas, su influencia en la cultura occi-
dental ha sido indiscutible. Ciertamente, no tuvo nunca
el fulgor monumental de Roma o París, ni fue cabeza de
un gran imperio como el Londres británico o el Estambul
turco. Y, en su ocaso político, la antigua Atenas sufrió
una decadencia rápida, vio perdida su esforzada autono-
mía y se quedó en poco más que un montón de ruinas es-
pectaculares durante casi dos mil años. A pesar de todo,
su legado intelectual y artístico ha determinado nuestra
tradición cultural con diversos reflejos y ecos, y cuando
hoy evocamos la cultura griega nos referimos sobre todo
a la brillante y poliédrica influencia de Atenas y sus largas
huellas en las raíces del humanismo europeo.
De sus progresos en el camino de la ilustración y la cul-
tura, de sus inventos y sus gentes inquietas, así como de
la peripecia histórica, finalmente trágica, de la ciudad de
Pericles tratan los artículos siguientes con más detalle y
más precisión. En estas primeras páginas de invitación
a esos relatos y estampas quisiera evocar ciertos rasgos
irrepetibles de la antigua Atenas, comenzando por una
vista de conjunto y dos mitos.
Una mirada inicial. Los atenienses se jactaban de ser
autóctonos, es decir, de no proceder de ningún otro lu-
gar, sino de haber poblado su ciudad desde tiempo in-
memorial. En efecto, la vieja ciudad de Atenas no sufrió
la conquista y repoblación que hacia fines del siglo XII
a.C. conocieron casi todas las otras griegas, en lo que se
suele llamar la invasión de los dorios, que arruinó los an-
tiguos reinos y palacios micénicos (Micenas, Pilos, Tirin-
to, etc.). Es incluso probable que aún quedara en el Ática
alguna población anterior a la llegada de los mismos grie-
gos; y es seguro que la amurallada acrópolis de Atenas de
época micénica no fue tomada por los invasores del siglo
XII (sean estos quienes fueran). En el recinto quedaron
siempre los templos de los dioses y los antiguos muros,
La cima sagrada.
Pericles inició la
construcción de la
Acrópolis, símbolo
del auge cultural
que se estaba vi-
viendo en la capi-
tal ática bajo su
mandato, con la
ayuda de uno de
sus más importan-
tes colaboradores,
el escultor Fidias.
GETTY
MUY HISTORIA 7
8. mientras poco a poco la población fue exten-
diéndose en torno a la rocosa y sagrada colina.
Tan sólo mucho después, el ejército persa de
Jerjes, en el 480 a.C., la asaltó y destruyó sus
santuarios.
La Acrópolis es, por lo tanto, el núcleo más
antiguo y el reducto más venerable de Atenas;
la ciudad se extiende rodeándola. Todavía el
esquema del sagrado centro de la polis perdura
muy claro: a un lado de la cima sagrada queda
la extensión del ágora (con sus famosos monu-
mentos cívicos reducidos a mínimas ruinas); al
otro, de manera muy significativa, el teatro, el
antiguo y gran espacio semicircular consagrado al dios
del entusiasmo y la máscara, Dioniso, un dios democrá-
tico. Una y otro, el ágora (con la vecina colina de la Pn-
yx, lugar de las asambleas) y el teatro (donde acude el
pueblo en las fiestas para ver dramatizados los antiguos
mitos) recuerdan lo que fue esencial para la democracia
ateniense y la educación ciudadana. Sí, ahí vibraba el co-
razón del demos, escuchando a los grandes oradores y a
los actores que encarnaban a los héroes trágicos.
Un par de mitos sobre dioses y orígenes. En la Acró-
polis, en el comienzo de los tiempos, discutieron por el
patronazgo de Atenas el dios Poseidón, señor de los ma-
res, y la bien armada Atenea, hija predilecta de Zeus, la
más inteligente de las diosas. Cada uno de ellos ofreció
un espléndido don a la joven ciudad: el dios marino hizo
brotar, allá en la colina, una fuente de agua (o el caballo,
según una variante del relato); la diosa de ojos glaucos
hizo nacer el olivo original. Los primeros atenienses pre-
firieron, por votación, el regalo de Atenea. Desde enton-
ces, estos perdurables y sufridos árboles cubrieron las
tierras del Ática. Allí, en la Acrópolis se mostraba el olivo
inicial (nacido junto al templo de Erecteo), árbol que ta-
laron los persas y que de nuevo rebrotó tras la retirada
y derrota de las tropas de Jerjes. Atenea quedó como la
patrona de la ciudad (que lleva su nombre). Diosa virgen
(parthenos), su templo fue el mayor de la ciudadela, en
cuyo centro se alzaba la gran estatua consagrada a ella
sobre una alta columna. En sus monedas, las dracmas,
brilla emblemática la lechuza de la diosa.
También figura Atenea en otro famoso mito de la au-
toctonía: el de Erictonio, sin otra madre que la Tierra,
prolífica receptora del semen de Hefesto. En un arrebato
erótico el dios intentó abrazar a Atenea, que lo rechazó
rápida, y el semen eyaculado por el dios cayó
en tierra. De él nació Erictonio, “el muy terres-
tre”, humano y serpentino. Atenea lo recogió y
lo entregó a las hijas del rey de Atenas Cécrope,
que era también terrígena y medio serpiente.
De modo que Erictonio fue luego el segundo rey
de Atenas, gracias a que la virginal diosa le hizo
de padre tomándolo en sus brazos. Dedicado al
dios Hefesto, un templo clásico se alza al bor-
de del ágora. Lo comparte con el gran héroe de
Atenas, Teseo, vencedor de monstruos, monar-
ca hospitalario y progresista.
Del esplendor de Atenas. La grandeza histórica de
Atenas no proviene del mito, sino que está ligada a sus
propios desarrollos políticos. La ciudad no participó
como otras en la colonización (siglos VIII y VII) de las
orillas mediterráneas, aunque sí fue, siglos antes, pun-
to de partida para muchos colonos de la Jonia y las islas
del Egeo. No en vano se la nombra como “la más antigua
tierra de Jonia”. Fue a partir de las reformas sociales del
sabio Solón, del tirano Pisístrato y del demócrata Clís-
tenes, a finales del siglo VI, cuando adquirió un notorio
protagonismo en el mundo griego. Su audacia y su poder
quedaron revalidados por las victorias en las dos guerras
médicas, en 490 y 480. A partir de ellas, Atenas realizó
una política hegemónica y se puso al frente de la Liga Ma-
rítima, y tomó nuevo impulso económico y bélico con su
puerto del Pireo y su gran flota y grandes construcciones
públicas como los propileos y el Partenón, ya en época de
Pericles. Tanto los filósofos presocráticos como los gran-
des poetas líricos anteriores al siglo V procedían de otras
ciudades, en su mayoría de costas de Asia Menor y las is-
las, pero los sofistas (ninguno de ellos ateniense) visita-
ron todos Atenas como la metrópolis cultural de Grecia.
Es Pericles, según cuenta Tucídides, quien traza la ima-
gen clara e idealizada de la ciudad en su magnífica Ora-
ción fúnebre del 428 a.C. Atenas sale derrotada al final de
la Guerra del Peloponeso, pero sus logros culturales –en
el teatro y la filosofía, en su invención de la democracia,
en sus ideas humanistas, etc.– dibujan las perspectivas de
las que parten los caminos del helenismo. Aunque Atenas
participara apenas en las gestas imperiales de Alejandro y
sus sucesores, es la educación y cultura ateniense la que
sirve como paideia del amplio escenario helenístico. A la
muerte de Sócrates, la filosofía prosigue y renueva su afan
crítico, a su sombra, con sus discípulos. e
Odeón de He-
rodes Ático. Si-
tuado en la zona
sur de la Acrópo-
lis, los atenienses
disfrutaban en él
de animadas ve-
ladas musicales.
PERSONAJE
Solón de Atenas
(hacia 638 a.C. -
558 a.C.).
Fue un legisla-
dor y reformista
ateniense.
Formó parte del
grupo de los
siete sabios de
Grecia.
AGE
Píndaro
(518 a.C. - 438 a.C.)
9. PUBLIRREPORTAJE
L
a gama Nuevo 308 recibe
ahora dos nuevas versiones
dinámicas propuestas en dos
carrocerías: berlina y SW.
Tanto si se trata del GT 180 como del
GT 205 encontramos importantes
y positivos cambios estéticos inte-
riores y exteriores, con un diseño
deportivo muy cuidado pero man-
teniendo la sobriedad en ambos mo-
delos. Esta gama 308 GT aumenta las
prestaciones respecto a la gama 308,
tal como nos señala Philippe Houy,
jefe de producto del Nuevo Peugeot
308: “El 308 GT multiplica los pun-
tos fuertes de la gama 308 adoptan-
do, no obstante, elementos de di-
seño que le diferencian. Este coche
está dirigido a clientes exigentes
aficionados al automóvil y que bus-
quen exclusividad y dinamismo”.
También estamos ante una síntesis
excelente, pues ambas versiones
se presentan con unas mejoras que
convierten a la gama del Nuevo Peu-
geot 308 en coches impresionantes
para su uso en el día a día.
El elevado nivel de prestaciones
exige una frenada a la altura, fácil de
dosificar y con una excelente resis-
tencia térmica, además de un consu-
mo de gran eficiencia, lo que redun-
da en emisiones récord.
El 308 GT hará vibrar a los autén-
ticos aficionados del automóvil. El
Nuevo Peugeot GT ofrece exclusi-
vidad sin ningún tipo de ataduras.
Además de ser un coche de conquis-
ta, que atrae miradas, el 308 GT pre-
senta una gran pureza aerodinámica
y de diseño. Este equipamiento mul-
tiplica las vivencias de los amantes
del automovilismo, actuando sobre
parámetros como una sonoridad del
motor amplificada y más deportiva. e
Desde su lanzamiento, el Nuevo Peugeot 308
y el Nuevo Peugeot 308 SW han demostrado sus
excelentes resultados, gracias a su dinamismo,
deportividad y personalidad.
GRAN CALIDAD Y DISEÑO EN LA RENOVADA GAMA 308
Versión deportiva
del Peugeot 308 GT
Una experiencia de
conducción aumenta-
da. Al volante de estas
versiones, los conduc-
tores apreciarán un
estilo elegante, tanto
en la línea deportiva
del exterior del coche
como en su cuidado
diseño interior.
10. Nos adentramos en la vida
privada, el ocio y las cos-
tumbres de los griegos,
para comprobar de primera
mano (siempre a través de
los objetos) que en el fon-
do, y a pesar de los siglos
que han pasado, tenemos
mucho más que ver con
ellos de lo que pensamos.
CORBIS
1
Deporte, sexo y belleza
Placeres
Por Iria Pena Presas, historiadora.
11. ADICTOS AL
GIMNASIO
Los incondicionales
del deporte de hoy en
día tienen mucho en
común con los anti-
guos griegos, ya que
comparten (a pesar
de los siglos que los
separan) la búsqueda
del cuerpo perfecto,
en la que se cuidan
minuciosamente la
musculatura, los ab-
dominales y el aspec-
to físico. Este empeño
se ve perfectamente
reflejado en la esta-
tua del discóbolo (1),
con un cuerpo per-
fectamente torneado,
que representa a un
deportista en el mo-
mento antes de rea-
lizar el lanzamiento
de disco. La actual
moda del running,
que llena las calles
y los parques de las
ciudades, ya la prac-
ticaban los atletas
griegos, tan aficio-
nados como eran a
echar una carrera
(2). Pero el deporte
en Grecia fue mucho
más alla del atletis-
mo, como muestra
la partida de hockey
sobre hierba que jue-
gan estos jóvenes (3).
A menudo, la práctica
gimnástica era reali-
zada con escasez de
ropa, y en líneas ge-
nerales estaba reser-
vada sólo a varones.
2
3
ALBUM
ALBUM
de la Grecia clásica
MUY HISTORIA 11
12. AMANTES EN
EL OLIMPO
Una de las mayores
preocupaciones de
las sociedades anti-
guas se centraba en
la continuidad de la
estirpe. Así, no es de
extrañar que muchos
de sus dioses estu-
viesen consagrados a
la fertilidad, como es
el caso de Príapo (1),
que aparece repre-
sentado siempre con
un gran falo erecto.
Las relaciones sexua-
les también debieron
ocupar buena parte
de los pensamientos
de los griegos, ya que
aparecen escenifica-
das en innumerables
piezas de cerámica.
El cortejo (2), las
diferentes posturas
sexuales (3,4), los
preliminares (5) o
las relaciones homo-
sexuales (6) quedan
patentes en numero-
sas obras, siendo una
fuente fundamental
para conocer las
costumbres de esta
sociedad. Entre los
objetos más bonitos
de esta colección des-
taca El beso (7), una
escultura realizada en
terracota y encontra-
da en la isla de Delos.
2
3
4
1
ALBUM
CORBIS
AGE
PRISMA
12 MUY HISTORIA
15. LA BELLEZA
COMO DOGMA
La hermosura cons-
tituyó uno de los pi-
lares fundamentales
de la cultura griega;
no sólo el arte o la ar-
quitectura debían ser
proporcionados, sino
también los cuerpos.
Por ello, las mujeres
ponían muchísimo
empeño en lucir
siempre a la per-
fección. Las griegas
solían llevar el pelo
recogido (1), pero
además optaban por
mostrar un rostro
siempre blanco, algo
que llegó a ser una
obsesión. Para ello
utilizaban toda una
serie de potingues,
desde yeso al cono-
cidísimo albayalde
(carbonato básico de
plomo), que espolvo-
reaban sobre su cara
para conseguir un
cutis lo más pálido
posible, y que solían
guardar en bonitas
cajas de cerámica
(3). Junto al peplo
que solían vestir, los
brazaletes para las
extremidades su-
periores (2) y otras
joyas podían com-
pletar el atuendo.
Después de tanto
esfuerzo, un espe-
jo (4) servía como
colofón final para
confirmar su belleza.
3
4
ALBUM
AISA
MUY HISTORIA 15
16. Por Bernardo Souvirón, escritor y profesor de lenguas clásicas
LA TRANSICIÓN POLÍTICA EN ATENAS
En el tránsito de la Grecia arcaica a la clásica, los atenienses pasaron por modos
y sistemas de gobierno diversos: la aristocracia, la timocracia, la tiranía y, al fin,
el gobierno basado en el poder del pueblo, un invento netamente griego.
El camino hacia
la democracia
16 MUY HISTORIA
17. E
n la antigua Atenas se generó una
serie de procesos que resultó de-
cisiva no sólo para los propios
atenienses y sus compatriotas
griegos, sino para todos nosotros. En este
artículo nos centraremos en uno de esos
procesos, tal vez el más relevante.
En efecto, hace ya dos mil quinientos
años los atenienses se dieron a sí mismos
un sistema de gobierno que estaba funda-
mentado en el poder del pueblo. Lo llama-
ron democracia y constituía un motivo de
orgullo para la propia ciudad.
¿Cómo fue posible? ¿Cómo explicar que,
hace tanto tiempo, una ciudad griega cre-
yera que el gobierno no debía estar en ma-
nos de los aristócratas, los reyes o los tira-
nos? ¿Qué fue lo que propició que todos los
ciudadanos fueran considerados iguales y,
por tanto, depositarios de los mismos de-
rechos y deberes?
La sociedad gentilicia ateniense. La
antigua Grecia fue un laboratorio en el
que se experimentaron todos los sistemas
políticos conocidos con una sola excep-
ción: la dictadura. Pues bien, los diferen-
tes regímenes de gobierno que caracte-
rizaron la práctica política de los griegos
tuvieron una característica común: la
presencia permanente de una aristocracia
dirigente que fundamentaba su acceso al
poder en el privilegio de la sangre. Estos
aristócratas se llamaban a sí mismos eu-
pátridas, es decir, bien nacidos. En torno
a ellos se creó una estructura gentilicia,
completamente cerrada, cuyo principal
objetivo era impedir toda innovación que
pusiera en riesgo su poder, al que creían
tener derecho por razones de sangre, es
decir, por naturaleza.
A grandes rasgos, esta sociedad genti-
licia (término derivado del griego génos,
clan) estaba organizada así:
-Una primera división de la población en
cuatro phýlai o tribus emparentadas.
-Cada una de estas cuatro tribus se divi-
día a su vez en tres fratrías o hermanda-
des, también completamente cerradas, de
carácter civil y religioso, cada una con su
propia divinidad y su santuario.
La culminación del camino.
La era dorada de la democracia
en Atenas empezó en 461 a.C.,
cuando Pericles se convirtió en
líder político (cuadro de Philipp
von Foltz, 1853).
ALBUM
MUY HISTORIA 17
18. -Finalmente, cada fratría estaba
organizada en treinta géne (plural de
génos).
Un génos era esencialmente un
grupo de familias descendiente de un
antepasado común. Cada génos tenía
su propio jefe, que era a la vez sacer-
dote del culto familiar y juez civil.
Este hombre, dotado de un formida-
ble poder, vigilaba que la hermética
estructura de su clan se perpetuara,
tal como demandaban las costum-
bres ancestrales de los antepasados
fundadores, que impedían que la
propiedad traspasara los límites del
génos y propiciaban una moral indi-
vidual que perseguía el más impor-
tante de los objetivos: no poner ja-
más en riesgo los intereses del grupo
al que se pertenecía.
Dracón: la polis antes que los gé-
ne. El nacimiento de cualquier trans-
formación democrática implicaba
terminar con esta estructura genti-
licia, basada en el predominio de las
relaciones de sangre. La primera re-
forma destinada a frenar el poder de
los géne atenienses se vincula con un
legislador casi legendario cuyo nom-
bre es sinónimo de dureza y cruel-
dad: Dracón de Atenas. En efecto,
el adjetivo draconiano significa hoy
“duro, cruel, inexorable”, a pesar de
que es muy poco lo que podemos sa-
ber sobre este hombre, cuya vida es
un mar de referencias míticas.
La tradición lo sitúa en el siglo VII
a.C., época de luchas intestinas en-
tre los géne, cuyos jefes ordenaban
asesinatos casi cotidianamente, pro-
vocando así una espiral de violencia
que no parecía tener límites. Los eu-
pátridas, depositarios del poder po-
lítico, se disputaban dominio y pri-
vilegios atendiendo exclusivamente
a los intereses de su génos, el único
mundo que les era posible concebir.
En este contexto de extraordinaria
violencia, Dracón recibió el encargo
de redactar un código de leyes. No
podemos conocer las circunstancias
en que tal hecho se produjo, pe-
ro sí sabemos que Dracón compuso
un repertorio de normas de notable
severidad que, sin embargo, escon-
día un principio revolucionario. En
efecto, con la clara intención de que
la violencia dejara de ser patrimonio
de los clanes, estableció que la res-
puesta a cualquier delito debía ser de
toda la sociedad ateniense, producto
del reciente sinecismo (unión de las
distintas aldeas y poblaciones dise-
minadas por la región del Áti-
ca en una ciudad-Estado:
Atenas), y no del génos. Por primera
vez, robos, asesinatos y también la
corrupción (inherente a todo siste-
ma gentilicio) fueron considerados
delitos contra la polis, es decir, con-
tra Atenas, y no contra un génos o
una fratría. Fue una reforma decisiva
que Dracón precisó todavía más ha-
ciendo otra aportación fundamen-
tal: la distinción entre el homicidio
voluntario y el involuntario.
Nuevas clases sociales. A pesar de
las dificultades, del peligro que en-
trañaba redefinir el poder de los je-
fes de los clanes, Dracón plantó una
semilla que no tardaría en germinar.
Así, el ateniense Solón, que vivió en-
tre los siglos VII y VI a.C., recogió el
testigo de Dracón e inició un camino
de reformas dirigido a liquidar el po-
der del génos. No fue fácil. El propio
Solón escribe que hubo de revolver-
se “como un lobo en medio de
los perros”.
El primer paso fue
la instauración de la
naucraría, la prime-
ra unidad adminis-
trativa que se basa-
ba en una subdivi-
sión territorial y no
en la pertenencia a
un grupo familiar
determinado. Es
posible que las nau-
crarías existieran ya
desde época anterior;
de ser así, Solón compren-
dió que potenciarlas implica-
ba la organización de los atenienses
en virtud de un criterio social basado
en la convivencia territorial y no en
la relación gentilicia de parentesco.
No lo dudó: cada tribu fue dividida
en doce naucrarías.
Pero hizo algo mucho más revo-
lucionario: profundizó en el camino
que iniciaban las naucrarías y divi-
dió a la sociedad ateniense en clases
sociales que no tenían nada que ver
con la estructura gentilicia, sino
con un criterio económico. El sis-
tema creado por Solón fue llamado,
desde antiguo, timocracia, es decir,
gobierno basado en el honor (timé);
un tipo de gobierno que los antiguos
PERSONAJE
Dracón. Se ig-
noran las fechas
de su nacimien-
to y muerte, pero
se cree que vivió
en el siglo VII
a.C. Fue arconte
y dio el primer
paso hacia la
democracia.
Cualquier transformación democrática en
Grecia implicaba limitar los privilegios de
los géne (clanes aristocráticos dirigentes)
“Un lobo en medio de
los perros”. Así define
Solón (dcha., graba-
do) las dificultades
para aplicar sus refor-
mas ante el clima de
violencia política
(abajo, xilografía).
AGE
AISA
GETTY
18 MUY HISTORIA
19. griegos vinculaban con Esparta,
considerada el modelo típico de un
sistema timocrático. Mas la esencia
de la reforma de Solón consistió en
dar a la palabra timé un significado
que tenía muy poco que ver con el
modelo espartano, heredado de la
mentalidad heroica transmitida por
Homero y claramente vinculado a la
estructura gentilicia.
Cada cual según su aportación.
De este modo, Solón no ligó el honor
a la sangre, al génos o a la posesión
de tierras, sino que supeditó el timé
(y, por tanto, el derecho a ejercer
cargos públicos) a la producción de
la tierra, no a su posesión, dividien-
do a la sociedad ateniense en cuatro
clases sociales relacionadas con la
producción de sus tierras en me-
didas de cereal o aceite.
Por primera vez, la pala-
bra honor se desligó del códi-
go heroico establecido por los
guerreros micénicos: ahora este
concepto no residía en la pose-
sión de grandes extensiones de
terreno ni en el abolengo de la
estirpe, sino en la productivi-
dad de la tierra y, por tanto, en
la aportación que los propieta-
rios de dichas tierras propor-
cionaran al Estado.
La cuarta clase social del Es-
tado de Solón estaba integrada
por los llamados tétes, gente
que carecía de tierras y que, por tan-
to, trabajaba como asalariada en ex-
plotaciones agrícolas. Eran hombres
libres pero, con frecuencia, estaban
excluidos de las estructuras gentili-
cias, por lo que carecían de la pro-
tección del génos. Muchas veces se
veían obligados a pagar sus deudas
con su propia libertad.
El número de tétes se vio incre-
mentado a comienzos del siglo VI
a.C. por una multitud de pequeños y
medianos propietarios que, endeu-
dados por completo, tuvieron que
vivir cultivando su propia tierra en
beneficio de un acreedor. Fueron lla-
mados hectémoros, pues sólo podían
quedarse con una sexta parte de su
producción: el resto debía ser entre-
gado a los acreedores.
Muchos ni siquiera así podían sa-
tisfacer los plazos de la deuda. En-
tonces, los acreedores tenían de-
recho a convertirlos en esclavos,
venderlos y, de esta manera, con-
seguir que la deuda quedara cance-
lada. Solón se propuso poner fin a
esta situación y promulgó la seisá-
khtheia, es decir, la abolición de las
deudas y, a la vez, la liberación de
todo aquel que hubiera sido esclavi-
zado por este motivo.
Es difícil calibrar hoy lo que signi-
ficó este decreto de Solón. Es difícil,
pero podemos intentarlo si dirigimos
nuestra mirada a la Grecia moderna,
esclavizada, como antaño, por su
deuda. Es de suponer que cada lec-
tor puede imaginar la gesta de
Solón si la “contextualiza” en
el mundo de hoy, veintisiete
siglos después de que promul-
gara su seisákhtheia.
La aparición de Clístenes. Tras
la muerte de Solón, la historia
de Atenas cambió para siempre.
Sin embargo, a pesar de que sus
reformas calaron profundamen-
te entre la población vinculada
a la explotación de la tierra, los
eupátridas siguieron teniendo
un peso desmedido en el gobier-
no de una ciudad que continuó
su camino a través de la tiranía,
representada por Pisístrato y
sus dos hijos, Hipias e Hipar-
co. Cuando éste fue asesinado
y aquél tuvo que exiliarse (¡con
los persas!), Atenas se vio en una
nueva encrucijada.
De morosos a esclavos. Los peque-
ños propietarios que no pagaban sus
deudas eran esclavizados hasta que
Solón acabó con ello. Dcha., noble
griega y su esclava (lápida, s. IV a.C.).
Aristóteles define en su
Política las caracterís-
ticas esenciales de la prác-
tica democrática:
1.“Elegir todas las magis-
traturas entre todos”.
2.“Que todos manden so-
bre cada uno y cada uno,
por turno, sobre todos”.
3.“Que los cargos públi-
cos se designen por sor-
teo, todos o los que no re-
quieran experiencia y co-
nocimientos técnicos”.
4.“Que la misma persona
no ejerza dos veces el mis-
mo cargo público o sólo
en casos excepcionales”.
5.“Que la misma perso-
na ocupe pocos cargos
públicos, con excepción
de los relacionados con la
guerra”.
6.“Que todos los cargos
públicos sean de cor-
ta duración, o al menos
aquellos en los que sea
posible”.
7.“Que todos los ciuda-
danos, elegidos entre to-
dos, administren justicia. Y
que lo hagan sobre todas
las materias o sobre la ma-
yoría y, en cualquier caso,
sobre las más importantes
y primordiales: la rendición
de cuentas, la constitución
y los contratos privados”.
8.“Que la Asamblea del
pueblo tenga soberanía
sobre todas las cosas, o
sobre las más importantes.
Ningún cargo público ten-
drá soberanía sobre na-
da o, en todo caso, sobre
asuntos de escasa impor-
tancia”.
9.“Que ningún cargo pú-
blico sea vitalicio, y si algu-
no queda todavía, proce-
dente de alguna costum-
bre antigua, debe despo-
jársele de su poder y hacer
que sea sorteable en lugar
de electivo”.
Reglas de la práctica democrática, según Aristóteles
LIBRO
Política,
Aristóteles.
Espasa, 2006.
En este volumen, el
filósofo griego reu-
nió todos los escri-
tos y tratados que
dedicó a la vida en
sociedad y a la or-
ganización de la
convivencia cívica.
Aguafuerte
que retrata a
Aristóteles
(384-322
a.C.), filosó-
fo, científico
y autor de la
Política.
AISA
GETTY
MUY HISTORIA 19
20. Habían pasado cuarenta años
desde la muerte de Solón. Los eupá-
tridas, deseosos de volver a la época
anterior a este legislador, se reagru-
paron en torno a la figura de Iságo-
ras. Fue entonces cuando, oponién-
dose frontalmente a éste, apareció
Clístenes, un miembro de la familia
de los Alcmeónidas.
Clístenes prometió reformas que
liquidaban por completo el antiguo
sistema gentilicio. Su éxito se funda-
mentó en que estas reformas se apo-
yaban en los nuevos pobladores ur-
banos, nacidos del auge del comercio
y de la aparición de una emergente
población artesana que no estaba
vinculada a la tierra. Iságoras com-
prendió muy bien lo que esto suponía
y reaccionó con violencia: reclamó la
ayuda del rey espartano Cleómenes,
quien exigió la salida de Atenas de los
Alcmeónidas y de unas 700 familias
más. Clístenes se ausentó volunta-
riamente de Atenas, intentando con
ello evitar que un rey espartano en-
trara en la ciudad. No lo consiguió:
Cleómenes entró en Atenas en el año
507 a.C. Bajo su autoridad fue elimi-
nado el Consejo de los Cuatrocientos
(Boulé) creado por Solón, que fue
sustituido por otro que representaba
los intereses de Iságoras y de las fa-
milias aristocráticas.
Rebelión contra los tiranos. Fue
un intento vano. En un acto que de-
muestra hasta qué punto se había
transformado la ciudad, el pueblo
ateniense se rebeló y puso cerco a la
Acrópolis, lugar en el que se habían
refugiado Iságoras y Cleómenes.
Ambos se vieron forzados a abando-
nar Atenas y Clístenes regresó para
poner en marcha sus reformas.
No sabemos con exactitud la fe-
cha de la muerte de Clístenes, pero
sí sabemos que Pericles, el hombre
que representa el culmen de la Ate-
nas democrática, nació en el año 495
a.C., unos diez años después de que
Clístenes iniciara su reforma.
El padre de Pericles se llamaba Jan-
tipo. La madre, Agariste, era miem-
bro de los Alcmeónidas y sobrina de
Clístenes. No es difícil imaginar la
influencia que esta mujer debió de
ejercer en la trayectoria política de
Pericles que, en torno al año 461 a.C.,
se convirtió en el líder indiscutible
del partido democrático. Fue el ini-
cio de la era de esplendor de Atenas.
Los atenienses, reunidos en la
Asamblea (Ekklesía), decidían sobre
la guerra y la paz, sobre el pago de
impuestos, sobre el establecimiento
de relaciones diplomáticas, sobre la
promulgación o suspensión de las
leyes y sobre cualquier otra materia
considerada esencial para el presente
o futuro de su polis. Y, para hacerlo,
se basaban en tres principios irre-
nunciables, en los que se cimentaba
su sistema político: isegoría (igual-
dad en el uso de la palabra en públi-
co), isonomía (igualdad ante la ley) y
parresía (libertad de expresión).
Esplendor democrático. La apli-
cación radical de la isonomía hizo
que el procedimiento de designación
más común de los cargos públicos
fuera el sorteo, intentando evitar así
la generación de una clase política
perpetuada en el poder mediante un
sistema de elecciones. Aristóteles,
en su Política, lo explica muy bien
cuando escribe: “Una caracterís-
tica de la libertad es gobernar y ser
gobernado por turno. […] En las de-
mocracias, la opinión de la mayoría
es la autoridad soberana, siendo és-
El sistema ateniense tenía un
principio esencial: la isonomía,
es decir, la igualdad ante la ley
El golpista Pi-
sístrato. Aristó-
crata y pariente
de Solón, tomó
la Acrópolis con
sus soldados e
inició la etapa de
los tiranos. Go-
bernó tres ve-
ces: en 561 a.C.,
de 559 a 556 a.C.
y de 546 a 527
a.C. (su muerte).
Abajo la tiranía. En este grabado del si-
glo XIX, vemos el asesinato del tirano Hi-
parco, hijo de Pisístrato, en el año 514 a.C.
AISA
ALBUM
WEB
bit.ly/1wXEKI2
Entrada en Wikipe-
dia sobre el poeta,
legislador y estadis-
ta Solón (638 a.C.-
558 a.C.), uno de
los llamados “siete
sabios de Grecia”.
20 MUY HISTORIA
21. te un rasgo distintivo de la libertad,
que todo demócrata considera como
elemento definidor de este régimen
político”. Para los atenienses, un sis-
tema electivo de gobierno dejaría sin
efecto uno de los tres pilares de la de-
mocracia: la isonomía.
Ciertamente, la igualdad ante la
ley no sólo implicaba igualdad de de-
rechos, sino también igualdad de de-
beres, especialmente si, como afirma
Aristóteles, “nadie es ciudadano por
habitar una ciudad determinada”
sino “por participar en las tareas
de gobierno y en las judiciales”. Es-
ta concepción de la ciudadanía, tan
alejada de la práctica moderna, es lo
que realmente carga de significado el
concepto de isonomía: los ciudada-
nos tienen la obligación de participar
en los asuntos del Estado no delegan-
do su opinión en otros a través de un
mecanismo electivo, sino ejerciendo
directamente sus derechos. Esta es la
razón por la que Aristóteles afirma
que el verdadero ciudadano es aquel
que “participa del poder legislativo y
judicial del Estado”. Y añade: “Lla-
mamos Estado al conjunto de tales
ciudadanos”.
Rendir cuentas ante el pueblo so-
berano. El lector habrá reparado en
el hecho de que Aristóteles considera
a los poderes legislativo (al que lite-
ralmente llama “deliberativo”) y ju-
dicial como las partes verdaderas del
Estado, y no así al poder ejecutivo.
La razón es clara: este tercer poder,
representado por los cargos públi-
cos, debe estar sometido a los otros
dos poderes, puesto que son los ciu-
dadanos los que cargan de sentido a
la palabra Estado, y éste no existe sin
los ciudadanos.
Esa es la razón por la que todos
los cargos públicos estaban obliga-
dos a rendir cuentas ante el pueblo,
representado en el llamado Boulé o
Consejo de los Quinientos (Clístenes
amplió el número de bouleutas, de
los 400 establecidos por Solón). La
palabra griega que designa este pro-
cedimiento esencial de la democra-
cia ateniense es euthýna, un término
que significa “corregir, enmendar,
poner derecho”.
La rendición de cuentas implicaba
no sólo la justificación de los gastos
que cada magistrado había hecho de
los fondos públicos; suponía tam-
bién una defensa de su gestión, po-
lítica o judicial. Tenemos ejemplos
perfectamente documentados de
cargos públicos que pagaron con su
vida el haber defraudado al pueblo
ateniense, incluso cuando las cir-
cunstancias en que tuvieron que
desarrollar su gestión fueron consi-
deradas como un atenuante que jus-
tificaba en parte sus acciones.
De la democracia a la partitocracia
actual. Cualquiera de los lectores de
este artículo puede colegir sin difi-
cultad las implicaciones que estas
prácticas de la democracia atenien-
se tendrían, dos mil quinientos años
después, en un país como el nuestro:
difícilmente alguno de nuestros diri-
gentes pasaría el filtro de la euthýna
ante una asamblea como el Consejo
de los Quinientos de Atenas.
La razón fundamental es que
nuestra democracia carece actual-
mente de mecanismos de control.
O, mejor dicho, de mecanismos de
control por parte del pueblo sobe-
rano. Nuestros dirigentes rinden
cuentas sólo ante sus iguales, asen-
tados en la Asamblea (el Parlamen-
to) por un sistema electivo de listas
cerradas elaboradas no por los ciu-
dadanos, sino por los jefes de cada
partido: es lo que algunos han dado
en llamar partitocracia.
En efecto: quien quiera saber cómo
funcionaba el antiguo génos, que
observe el funcionamiento de los
partidos políticos. e
•Diez phýlai territoria-
les, no gentilicias. Diez ar-
contes y diez regimientos
(táxeis). También diez es-
trategos (jefes militares).
•Las diez phýlai se divi-
dían en trittyes y éstas en
démoi, concepto funda-
mental en la reforma.
•Todos los ciudadanos
fueron inscritos no según
su génos, sino según su
démos. La importancia del
démos hizo que el sistema
se llamara democracia.
•Cadadémosteníauna
asamblealocalformadapor
susciudadanosadultos.
•Cada asamblea elegía
a un demarco (jefe del dé-
mos) y magistrados que
canalizaban las disposicio-
nes del gobierno central.
•Cada démos tenía un re-
gistro civil, que otorgaba la
ciudadanía en el Estado.
El poder del démos tuvo su
reflejo institucional:
•Clístenes abolió el Con-
sejo de los 400 y creó el
Consejo de los 500: 50
ciudadanos por cada nue-
va phýle, elegidos por sor-
teo. Nadie podía ser miem-
bro del Consejo más de
dos veces en su vida.
•Se nombró a 10 estra-
tegos (uno por tribu), al
mando de un arconte pole-
marca.
•El tribunal del Areópago
conservó jurisdicción en
asuntos militares.
•Todos los asuntos polí-
ticos pasaron a depender
de la Asamblea (Ekklesía).
•Se nombró a diez apo-
dectas, encargados de los
asuntos financieros.
•Se estableció el os-
tracismo, procedimiento
por el que, a criterio de la
Asamblea, cualquier ciu-
dadano sospechoso de
pretender el poder más allá
de los procedimientos de-
mocráticos podía ser des-
terrado de la ciudad.
La reforma de Clístenes
Isegoría en la
Ekklesía. Esto es,
igualdad en el uso
de la palabra ante la
Asamblea, donde
los atenienses de-
batían y decidían.
Uno de los más
grandes oradores
fue Demóstenes
(384-322 a.C.; gra-
bado coloreado).
ALBUM
AGE
En los óstraka (conchas de
cerámica) se escribía el nom-
bre del condenado al ostracis-
mo (aquí, el de Temístocles).
LIBRO
El mundo
de Atenas,
Luciano Canfora.
Anagrama, 2014.
Este ensayo des-
mitifica la historia
de la ciudad y
muestra las contra-
dicciones del siste-
ma democrático de
la Grecia clásica.
MUY HISTORIA 21
22. ATENAS, EL EJEMPLO A SEGUIR
La ciudad
incomparable
La vida en la bulliciosa y cosmopolita capital ática tenía una gran actividad
comercial, religiosa y en la función pública. El desarrollo de la sociedad impuso
la necesidad de crear nuevas infraestructuras y así se fue conformando la polis.
Por Raquel López Melero, profesora de la UNED
Un ágora grandiosa. Maque-
ta que reproduce el aspecto
de la antigua ágora ateniense,
centro neurálgico de numero-
sas actividades en el día a día
de los vecinos de la capital.
22 MUY HISTORIA
23. L
legando a Atenas por mar, el te-
rritorio de la polis ateniense (del
Estado llamado hoi Athenaioi,
“los atenienses”) comprendía to-
da la península del Ática, un área rural con
numerosas aldeas y algunos núcleos urba-
nos monumentales, como Eleusis o Brau-
rón. Pero el centro político, religioso y
económico era la ciudad llamada Athenai,
Atenas. En la época de Pericles, el enorme
desarrollo de la flota hizo que El Pireo, un
promontorio asociado a tres puertos, se
llenara de construcciones de uso militar y
comercial. Tenía también un teatro, tem-
plos y todo un barrio residencial. La parte
del Pireo estaba totalmente rodeada por
una muralla, pero distaba unos 9 km. del
área urbana de Atenas, también amuralla-
da. Para evitar que ambas zonas quedaran
incomunicadas entre sí, si se producía un
ataque por tierra, se construyó un doble
muro recto que unía los dos recintos de-
jando una vía en medio.
El Pireo, centro comercial. Se podían ver
en esos puertos, fondeadas o en construc-
ción,nosólotrirremes–lasnavesdeguerra
veloces y de gran maniobrabilidad gracias
a sus tres filas de remeros por cada lado–,
sino un buen número de naves de carga y
de embarcaciones menores. El Pireo era
por entonces el principal centro comercial
del conjunto formado por el Mediterráneo
y el Mar Negro: allí llegaba grano y salazo-
nes de pescado; especias, perfumes y linos
o sedas; mármoles y maderas. La demanda
de todos esos productos por parte de los
atenienses era por entonces muy elevada;
a su vez, Atenas exportaba su excedente de
aceite de oliva y su magnífica producción
de cerámica pintada. Cambistas de mo-
neda y gestores de operaciones crediticias
atendían, en sus mesas, a los armadores y
comerciantes.
Todas las polis tenían una plaza donde
coincidían los ciudadanos en actos de par-
ticipación colectiva y donde se instalaba
un mercado; se denominaba ágora. La de
Atenas en época clásica era muy grande.
Estaba delimitada por mojones, que la
identificaban como un espacio público
MUSEOARQUEOLÓGICONACIONALDEATENAS
24. vedado a las construcciones par-
ticulares y también a los ciudadanos
que hubieran cometido un delito de
impiedad, maltratado a sus padres,
eludido el alistamiento o mostrado
cobardía en el campo de batalla. En
sentido longitudinal la atravesaba
una vía cuyo tramo más próximo a
la muralla servía para celebrar las
competiciones deportivas a pie y a
caballo. Junto a ella se levantaba, en-
tre otros, un altar dedicado a los doce
dioses principales (Zeus, Poseidón,
Apolo, Ares, Hermes, Hefesto, Hera,
Atenea, Artemisa, Afrodita, Deméter
y Hestia), así como el monumento a
Los Tiranicidas, considerado como
un símbolo de la democracia.
Un ágora muy especial. Estaba ro-
deada de templos y construcciones
de uso civil, entre ellas una fuente
de nueve caños que recogía las aguas
de un manantial sagrado. En verano
le daban sombra unos enormes plá-
tanos, con sus ramas entrelazadas
formando una cubierta. Allí se ins-
talaban los vendedores, y también se
podía ver a oradores dirigiéndose a
quienes tuvieran a bien escucharlos.
Sin embargo, no se podían reunir en
el ágora, pues las asambleas, de un
mínimo de 6.000 ciudadanos nece-
sarios para el quórum en el caso de
los asuntos más graves, no cabían en
ese lugar. Lo hacían por ello en la co-
lina de Pnix, que estaba muy cerca,
junto a la del Areópago. En la fiesta
anual de las Panateneas,
una solemne procesión recorría el
ágora en dirección a la Acrópolis
para cumplir con el ritual debido a
la diosa tutelar de la ciudad. Parti-
cipaban en ella los jóvenes a caballo
y las muchachas a pie, tal y como se
representa en los frisos del Partenón.
La inspiradora Acrópolis atenien-
se. La mayor parte de las polis tenían
una acrópolis, un espacio elevado,
con buenas defensas naturales, que
se podían reforzar con amuralla-
miento. Servía para refugiarse en ca-
so de peligro, con todo lo valioso que
se pudiera acarrear; y también al-
bergaba un recinto sagrado, sede de
la divinidad políada –es decir, pro-
tectora de la ciudad– cuya imagen
se encontraba en un santuario. Des-
La colina sagrada. Perspectiva occidental de la Acrópolis ateniense vista desde la
rocosa colina de Pnix. En la imagen de la izquierda, la fachada del templo de Atenea
Niké situado en un bastión de los Propíleos. Este templo conmemora la victoria de
los atenienses sobre los persas en la batalla de Salamina.
El Pireo, puerto de Atenas.
Este mapa sitúa la urbe ática con
su conexión a través de los Muros
Largos hasta El Pireo, población
portuaria y base naval de la polis.
de tiempo inmemorial, la Acrópolis
ateniense había albergado el templo
de Atenea, sustituido por el Parte-
nón tras ser destruido por los persas
junto con las demás construcciones.
Quedó entonces la colina restringida
a usos religiosos. Se construyó una
puerta monumental, los Propíleos,
que tenía al lado el pequeño templo
de Atenea Niké: la victoria sobre los
persas personificada, pero sin alas
para que no pudiera abandonar nun-
ca la ciudad.
Al atravesarla, se accedía a una gran
explanada llena de valiosas ofren-
das sobre las que se erigía la enorme
estatua de bronce de la diosa Atenea
armada como un hoplita: era la Pro-
macos, la “defensora”. Un poco más
adelante, en el interior del Partenón
se encontraba otra imagen de Atenea,
también creada por el escultor Fidias
y más impactante, si cabe, porque
estaba recubierta de placas de mar-
fil y de oro. Cubría su cabeza con un
PERSONAJE
Esquilo (525
a.C.-456 a.C.).
Importante dra-
maturgo griego,
testigo del de-
sarrollo de la
democracia. Lu-
chó en diferen-
tes batallas con-
tra el imperio
persa y de esa
experiencia re-
sultó una de sus
más famosas
tragedias, Los
persas.
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PRISMA
ALBUM
25. chaban entonces los ladrones para
robar los mantos de lana, el calzado
y cualquier pertenencia que llevara
encima el viandante ocasional.
Bien avanzada la noche regresaban
a sus casas quienes habían pasado
horas en las tabernas y en los pros-
tíbulos; y también los asistentes a los
simposios, que, tras haber consu-
mido durante horas vino mezclado
con agua, procuraban despejarse al
fresco. La cerámica ática los repre-
senta, todavía coronados de hiedra,
como parejas pederásticas, o bien
en compañía de alguna mujer de las
que solían animar tales eventos.
Las mujeres atenienses pa-
saban mucho tiempo dentro
de las casas, pero también eran
muy visibles fuera de ellas. Vi-
sitaban a sus vecinas y amigas
para compartir ratos de ocio
con ellas, y las ayudaban en dis-
tintas tareas y en eventos, como
las bodas y los funerales, que
tenían un importante ceremo-
nial doméstico. Coincidían en el
mercado, en las fuentes, en las
sepulturas y en celebraciones
religiosas exclusivas de muje-
res. Acudían al teatro y parece
que también a escuelas, gimna-
sios y baños, al menos las que
se lo podían permitir, igual que
en el caso de los varones.
Además, tenían asignadas
prestaciones diversas en los
170 días al año en los que se
practicaba algún tipo de ritual,
porque se les reconocía una es-
pecial capacidad de mediación
con las fuerzas sobrenaturales.
Por otro lado, como ellas no
iban a la guerra, estaban siem-
pre disponibles para ejercer
esas funciones tanto en el espa-
cio doméstico como fuera de él.
Los griegos eran homosociales;
es decir, que, por principio, los
varones pasaban el tiempo en-
tre ellos y las mujeres con otras
mujeres.
Vida pública y vida privada.
Existe el histórico malentendido
de que las atenienses permane-
cían recluidas en sus casas y de
que existía una auténtica fron-
tera de género entre el espacio
público y el privado. En cambio,
lo que había era una alternancia
de género en el uso de ciertos
espacios y un imperativo social
de reserva por parte de las mu-
jeres en su comunicación con
los hombres, quienes, a su vez,
debían ignorar su presencia.
Además de las prostitutas de
los burdeles, había mujeres in-
dependientes que alternaban
con hombres; pero las demás
sólo debían relacionarse con
los de su familia, tanto en la ca-
sa como fuera de ella.
Omnipresencia femenina
Las fuentes eran
un lugar habitual
de encuentro de
las mujeres, que
coincidían en las
labores cotidianas
de la ciudad.
casco ornamental, tenía el escudo a
su izquierda apoyado en el suelo, y
a su derecha, en lugar de empuñar
la lanza, sujetaba una imagen de la
Victoria: era la diosa como Partenos
(“doncella”). La otra construcción
importante de ese recinto, el Erec-
teión, estaba dedicada a un culto local
muy antiguo. Uno de los costados de
la Acrópolis sirvió para construir un
teatro con gradas de madera, que fue
sustituido más tarde por el de piedra,
cuyos restos se han conservado. Allí
se representaron las tragedias de Es-
quilo, Sófocles y Eurípides, y las co-
medias de Aristófanes y Menandro.
Cómo encontrar el lugar deseado.
Una vez dentro del área urbana amu-
rallada, la orientación general era
fácil en Atenas, porque la Acrópolis,
coronada por el Partenón, resultaba
visible desde todos los puntos, nin-
guno de los cuales distaba más de dos
kilómetros de ella. Las principales
vías conducían a una de las puertas
de la muralla o bien al ágora. Deli-
mitaban barrios (demos), que tenían
sus propios nombres; pero no así sus
calles, por lo que había que recurrir
a la descripción de los itinerarios
por referencia a lo que se iba encon-
trando por el camino. Las capillitas
en honor de los dioses y los héroes
se contaban por docenas, y ninguna
de ellas era igual a la otra; y también
los hermas (bustos del dios Hermes
Atenea Partenos. Reproducción
de la diosa guerrera que ideó
el escultor Fidias para presidir el
interior del Partenón.
sobre pilares que presentaban un
falo en erección) se encontraban
por doquier, en cruces de caminos
y a la entrada de algunas casas, con
pequeños rasgos diferenciadores.
Muchos eran también los templos,
los edificios públicos y las fuentes.
Las pequeñas tiendas y los talleres,
que se mostraban al viandante agru-
pados por especialidades, servían
igualmente como indicadores.
Mucho antes de llegar a esa “plaza
de los juegos, donde se encuentra la
mesa de jugar y donde las ocupacio-
nes habituales son los dados y las pe-
leas de gallos” (Esquines, Contra Ti-
marco, 53), se escuchaba un enorme
griterío.
Peleas de gallos, una atracción
muy especial. El gallo era símbolo
de virilidad, que debía manifestar el
soldado (todos los ciudadanos y una
parte de los metecos entre los 18 y los
60 años) luchando hasta la muerte en
lo que, para los antiguos griegos, eran
guerras endémicas. Por eso algunos de
ellos lo llevaban pintado en su
escudo y por eso era el regalo
que hacía el amante (erastés)
a su adolescente amado (ero-
menos) en las relaciones pe-
derásticas. Todos los varones
disfrutaban con las peleas de
gallos, porque de algún mo-
do sintonizaban con ellos; los
ejemplares más bravos alcan-
zaban precios astronómicos,
y sus testículos se utilizaban
como un remedio para la im-
potencia sexual. Una especie
de chaquete, que se jugaba
con dados, también atraía la
atención de muchos curiosos.
Al ponerse el sol cesaban
todas las actividades del
exterior, ya que las calles,
carentes de alumbrado, se
volvían inseguras. Aprove-
La mayor parte de
las polis tenían
una acrópolis,
un espacio elevado,
comodefensanatural
ALBUM
CORBIS
MUY HISTORIA 25
26. Pero también se solían encontrar
dos tipos de cortejos avanzando a la
luz de las antorchas y con participa-
ción de músicos: el nupcial y el fune-
rario. El primero era la conducción
de la novia por parte del novio en un
carro tirado por mulas desde la casa
paterna, donde se la habían entre-
gado formalmente, hasta su nuevo
hogar, la casa del novio; la pareja era
acompañada en ese trayecto por fa-
miliares y amigos de ambos sexos en
actitud festiva.
En la oscuridad de la noche. Un
cortejo similar, también con partici-
pación femenina pero con manifes-
taciones de duelo, conducía antes de
romper el alba a los difuntos desde su
casa, en la que había tenido lugar el
velatorio, hasta el lugar previsto para
la sepultura.
Atenas era una ciudad llena de ex-
tranjeros. Quienes estaban de paso
por la ciudad dependían de fami-
liares o amigos no sólo para alojarse
sino para cualquier relación con las
instituciones. Como no existían do-
cumentos de identificación personal,
necesitaban a algún ciudadano que
diera fe, por ejemplo, de que no eran
esclavos. De ahí la importancia que
tenía la relación de hospitalidad, un
vínculo recíproco similar al familiar
que se transmitía de padres a hijos y
que estaba protegido por el propio
Zeus. Sólo cuando iban en misión de
embajada resultaban acogidos por la
propia ciudad.
Los habitantes de condición li-
bre llegaron a formar dos colecti-
vos igualmente numerosos (entre
20.000 y 40.000 varones adultos) en
la Atenas de Pericles, cuyo desarro-
llo económico atrajo a muchos grie-
gos procedentes de otras polis. Estos
últimos eran los metecos, a quienes
se permitía ejercer las más variadas
actividades lucrativas.
No podían, sin embargo, ser pro-
pietarios de suelo ni urbano ni rús-
tico y debían pagar un impuesto
especial; también se les requerían
algunas prestaciones militares. Por
otro lado, necesitaban que un deter-
minado ciudadano ateniense fuera
su representante ante la comuni-
dad. Tal condición era hereditaria,
pudiendo obtener la ciudadanía co-
mo recompensa por méritos espe-
ciales.
Las principales ocupaciones de los
ciudadanos eran la guerra y las tareas
públicas. Este colectivo representaba
a los únicos miembros de la comuni-
dad política que desempeñaban en
ella su propio rol de género: el del
ciudadano-soldado, característico
de las polis porque no tenían ejér-
citos profesionales. Debían alistarse
todos ellos como soldados hoplitas
o como remeros de la gran flota ate-
niense que controlaba el Egeo en pie
de guerra. Ello se veía como un dere-
cho y como un deber, lo mismo que
la asistencia a la asamblea soberana,
la participación como jurados en los
tribunales de justicia o el desempeño
de magistraturas personales o co-
legiadas que, para mayor equidad y
rotación, eran anuales y se sorteaban
(a excepción del generalato, electivo
y prorrogable).
Todas esas actividades les absor-
bían mucho tiempo, pero los agricul-
tores tenían esclavos y jornaleros que
les ayudaban y las campañas milita-
res no coincidían con el grueso de las
tareas del campo. Además, tanto los
remeros como los participantes en
tareas públicas recibían un modesto
salario por día invertido.
Trabajar y hacer la guerra. La ac-
tividad política de los ciudadanos se
veía como una continuación de su
actividad militar. Por eso no debería-
mos extrañarnos de que no tuvieran
cabida en ella las mujeres, cuyo rol
de género consistía en administrar la
hacienda y en reponer con la mater-
nidad las bajas militares y generacio-
nales. A finales del llamado “Siglo de
Pericles” (V a.C.), cuando las largas
guerras van acabando con la posi-
ción dominante de Atenas y con una
buena parte de sus ciudadanos, com-
prometiendo así la pervivencia de las
familias, el poeta cómico Aristófanes
da la palabra a las mujeres para que
reprochen a los varones el no haber
hecho bien su trabajo en la adminis-
tración de la paz. En realidad, tam-
bién ellas tenían una cierta condición
de ciudadanas, porque sólo como hi-
La actividad política
de los ciudadanos
se veía como una
continuación de
su desempeño militar
Restos de las minas de plata de Laurión. Célebres por su riqueza en metales, em-
pleados para acuñar las primeras monedas o pagar la construcción de trirremes.
Ruinas del tem-
plo de Erecteión.
Al norte de la Acró-
polis ateniense se
encuentra este
templo, constituido
por tres santuarios,
dedicado cada
uno de ellos a un
dios: Zeus, Atenea
y Poseidón.
VÍDEO
bit.ly/1D9QwaE
Artehistoria nos lle-
va a hacer un reco-
rrido por la Acró-
polis de Atenas tal
como era en el
“Siglo de Pericles”.
ALBUM
GETTY
26 MUY HISTORIA
27. jas de ciudadano podían engendrar
hijos con derecho a la ciudadanía.
Podría haber llegado a 300.000,
contando mujeres y niños, el núme-
ro de los esclavos, aunque la gran
mayoría trabajaba, como ma-
no de obra sin contexto fa-
miliar, en las minas de pla-
ta de Laurión y en grandes
propiedades agrícolas.
Muchos esclavos de
muchos tipos. Los demás
eran esclavos domésticos,
a razón de uno o varios por
patrimonio familiar, o bien
propiedad del Estado, al
servicio de los magistrados.
Estos últimos, como los que
regentaban talleres, vivían en
sus propias casas con sus res-
pectivas familias. Los esclavos
podían ser vendidos, pero tam-
bién podían comprar su liber-
tad cuando se les permitía te-
ner sus propios ahorros.
Un buen número de ellos,
de ambos sexos, estaban
integrados en las familias
de sus dueños, donde recibían co-
bijo y sustento hasta el final de sus
días. Así ocurría, por ejemplo, con
las nodrizas y con los llamados pe-
dagogos, que acompañaban a los
menores fuera de casa y les enseña-
ban los rudimentos de letras y nú-
meros; seguían a su servicio cuan-
do ya eran mayores. La situación
de los esclavos era, por tanto, muy
variada. Había ciudadanos libres en
peores condiciones económicas y
sociales, y con peores expectativas,
que algunos de ellos, por mucho que
tuvieran libertad de movimientos.
La esclavitud se consideraba como
algo económicamente imprescindi-
ble, y la condición del esclavo como
una forma de mala suerte.
Laproximidaddelosdifuntos.Como
miembros de la familia y, en definitiva,
de la comunidad, los difuntos seguían
teniendo una cierta presencia en la se-
pultura: un lugar fronterizo donde se
producía la comunicación del mundo
de los vivos con el de los muertos.
Allí se depositaba el cadáver cuan-
do la familia optaba por la inhuma-
ción, o bien las cenizas en una urna,
si se llegaba a incinerar. Un monu-
mento funerario en forma de estela,
generalmente, y con una inscripción
servía para recordar al difunto, a ve-
ces con una sentida dedicatoria.
Cuando se construyeron las mu-
rallas, la zona ocupada por los alfa-
reros, en el noroeste, y llamada por
ello Cerámico, quedó dividida en dos
partes separadas por la puerta del
Dipilón. Intramuros estaban los ta-
lleres, mientras que la parte próxima
al río Erídano, que sufría inundacio-
nes, se utilizó como necrópolis, con
pequeños recintos rodeados por mu-
retes que iban recibiendo a los difun-
tos de una misma familia.
Al estar prohibidos los enterra-
mientos en el interior de las mura-
llas, sirvieron para ese fin otros espa-
cios situados a lo largo de las demás
vías de acceso. Los espacios funera-
rios estaban, por tanto, integrados
en la vida cotidiana del viandante.
Se podía ver a las mujeres, que eran
las encargadas de realizar los rituales
debidos, como muestran multitud
de escenas con las que se decoraron
los lecitos, unas jarritas utilizadas en
esas libaciones. En los monumentos
más ricos se representaba al difunto
o la difunta en relieve; pero no co-
mo un retrato sino bajo una imagen
convencional idealizada y con rasgos
favorecedores: el hoplita, el jinete, la
madre, el ciudadano maduro o la jo-
ven en edad núbil. e
El contacto con el mun-
do griego a través de
los restos arqueológicos y
de la estatuaria conser-
vada en los museos nos
ayuda a imaginarnos
el ambiente real de una
ciudad como Atenas. Se
apiñaban las viviendas
de dos plantas en calle-
juelas estrechas, lo mis-
mo que las excavadas en
los costados rocosos de
la Acrópolis; e igual ocu-
rría con las construcciones
religiosas y civiles, de to-
das las formas y tamaños.
Quedaba poco sitio para
el enorme trasiego de la
gente. No sólo en el ágora,
también en las calles más
anchas de los barrios se
instalaban mercados y se
formaban corrillos.
Policromía por doquier.
Hay que imaginárselo to-
do lleno de gente, con una
variada gama de olores
penetrantes: los de los ver-
tidos que se hacían en las
calles; los de las especias
y perfumes; los de la carne
asada, que se preparaba
fuera de las viviendas o en
altares al aire libre cuando
se trataba de sacrificios.
Y todo lleno de color. Las
mujeres se maquillaban el
rostro con blanco de plo-
mo, con rojo de cinabrio y
con carbonilla, y llevaban
telas de lana y de lino teñi-
das con colores chillones.
Así se policromaban todas
las estatuas y las figuras de
los relieves, para que pare-
cieran vivos. Y así hay que
ver las estelas funerarias o
los magníficos mármoles
del Partenón; las estatuas
de Atenea, las korai y kou-
roi –imágenes idealizadas
de chicas y chicos que se
depositaban como ofrenda
en la Acrópolis y que seña-
laban algunas sepulturas–
o las cuatro cariátides del
Erecteión. Los elementos
arquitectónicos –colum-
nas y cubiertas– también
estaban policromados, en
parte con pan de oro. Las
construcciones más mo-
destas se encalaban; y la
madera de sus entrama-
dos, puertas y pequeñas
ventanas también se cu-
brían de pintura.
Vida y color en el área urbana
Urna funeraria en relieve
que muestra una escena
de despedida con tres
mujeres.
LIBRO
Así vivieron en la
antigua Grecia:
un viaje a nuestro
pasado,
Raquel L. Melero
Anaya, 2009.
Esta obra ofrece un
panorama renova-
do de la vida coti-
diana en la antigua
Grecia.
ALBUM
PRISMA
En la colina sagrada.
La Acrópolis y sus templos
siempre constituirán la
gran atracción turística de
Atenas. Esta imagen fue
tomada en 2009.
MUY HISTORIA 27
28. COREBO
DE ÉLIDE
OLIMPIADAS INVENTOS
GLOSARIO
1 METRÓPOLIS
Término originario de la Antigua Grecia para
describir a una ciudad-Estado con colonias.
En la actualidad, se mantiene con el mismo
sentido de ciudad principal, cabeza de pro-
vincia o Estado, respecto de sus colonias.
2 DEMOCRACIA
Se forma a partir de la palabra griega demos
que significa “pueblo, gente” y de -cracia,
elemento compositivo de nuevas palabras,
de origen griego, que indica “gobierno, con-
trol, poder”.
3 ÁGAPE
Viene del heleno, donde significaba “amor”. No
siempre se entendió esta palabra como “festín
o banquete”, sino que se utilizó para designar
un rito paleocristiano, vinculado a la eucaristía,
que incluía abundante comida.
El primer ordenador
Pocas cosas les gustaban más a
los griegos que la guerra, el de-
porte y la belleza. El cultivo del cuer-
po y la competición entre ciudades
fueron los dos elementos que estu-
vieron en la base de la creación de los
primeros Juegos Olímpicos de la An-
tigüedad, celebrados en la ciudad de
Olimpia en el año 776 a.C., en honor a
Zeus. Poco o nada tiene que ver esta
primigenia competición con la que se
celebra en la actualidad, ya que sólo
participaban hombres libres griegos y
la victoria era premiada con una rama
de olivo y el respeto de sus compa-
triotas. Estas pruebas se realizaban
durante el verano, duraban sólo un
día y coincidían con la primera luna
llena después del solsticio de verano.
El primer “medallista olímpico” fue
Corebo de Élide (que no era atleta de
profesión, sino panadero), que ven-
ció a sus demás rivales en una carrera
de unos 192 metros (la medida de un
estadio). Los Juegos se irían consoli-
dando entre los siglos VII y V a.C., cre-
ciendo las ciudades que competían
en ellos. El premio de la corona vege-
tal permanecería en el tiempo, here-
dándola los juegos modernos hasta
1960, cuando aparecen las medallas.
CURIOSIDADES POR IRIA PENA PRESAS
El desarrollo de las matemáticas
y la astronomía en la Grecia an-
tigua tuvo un progreso sorprenden-
te. El descubrimiento realizado por
un grupo de pescadores a princi-
pios del s. XX de un mecanismo se-
mejante a los engranajes de un reloj
confirmó mediante investigadores
posteriores que este aparato da-
taba del 100-150 a.C. y que servía
para hacer cálculos astronómicos,
como la periodicidad de los eclip-
ses o la posición del Sol, la Luna,
Mercurio o Júpiter. Conocido como
“el mecanismo de Anticitera”, por
la isla donde se sitúa el yacimien-
to en el que fue encontrado, entre
las islas de Citera y Creta (en el mar
Egeo), aún son muchas las incóg-
nitas que pesan sobre él, ya que no
se sabe exactamente para qué se
utilizaba. Los últimos estudios rea-
lizados sobre la pieza con un soft-
ware especial están descubriendo
nuevas inscripciones, y entre las
utilidades que se le otorgan al sis-
tema está el cálculo de la fecha de
los Juegos Olímpicos de la época.
Los expertos siguen investigando
esta curiosa pieza que durante si-
glos permaneció escondida en el
mar y que podrá arrojar luz acerca
de los conocimientos matemáti-
cos y científicos que se tenían en
la época.
Los ideales de belleza de
la antigua Grecia eran es-
trictos, por lo que la fealdad
o la gordura no tenían cabida
en esta sociedad, estando
muy mal vistas. Uno de los
casos más extremos se dio
en Esparta, donde se llegó a
multar el matrimonio con una
persona poco agraciada.
Esto fue lo que le sucedió al
rey Arquídamo, sanciona-
do por haberse casado con
Lampito, una mujer que no
gustaba a los éforos (magis-
trados) por ser bajita y no
cumplir con los cánones de
mujer espartana. Nada podía
gustar menos en una comu-
nidad en la que escaseaban
los hombres que una futura
madre que no tuviese hijos
fuertes. Así, dijeron de ella
que no engendraría reyes
sino reyezuelos. La premoni-
ción parece que se cumplió,
ya que Agesilao, uno de los
hijos de la pareja, era muy
bajito y cojo, pero a pesar de
ello llegó a ser rey de Espar-
ta. Su figura fascinó a Plutar-
co, que escribió la historia de
su vida, o a Jenofonte, que le
dedicó su Agesilao.
Muchos siglos han pasado desde la creación de este primigenio ordenador,el mecanismo de An-
ticitera,del s.I a.C.,hasta la revolución informática encabezada por Bill Gates o Steve Jobs con
Microsoft y Apple respectivamente,para que volviese a aparecer una computadora semejante.
El mecanismo
de Anticitera,
expuesto en
el Museo Ar-
queológico
de Atenas.
No a los feos
Agesilao II gobernó Esparta en su etapa de hege-
monía. A pesar de las críticas que recibió por ser
cojo y bajito, venció en numerosas batallas.
Un grupo de atletas compite en una
carrera en los Juegos Olímpicos.
MULTAS GETTY
PRISMA
AHU
28 MUY HISTORIA
29. 4 TRAGEDIA
La etimología de esta palabra nos remonta al
griego antiguo, tragos, “cabra”, y aoidos “can-
tor”. Hoy el término tiene dos posibles usos:
para referirnos a un “género o estilo narrativo”
o como un “suceso que produce sufrimiento”.
5 PENTAGRAMA
Proviene de dos palabras griegas: penta,
“cinco”, y grama, “línea”. Este término com-
puesto se formó para designar el conjunto
de cinco líneas con cuatro espacios equi-
distantes donde se escribe música.
6 DERMATOLOGÍA
Es la especialidad médica que se ocupa de
las afecciones de la piel. Su origen lo en-
contramos en la palabra griega dérma,
“piel”, que se une con el sufijo -logia que
significa “estudio”.
AHU
ASC
Zapatero, a
tus zapatos
Poco le duró la fama al es-
cultor más importante de la
Historia de Grecia.Desa-
creditado en vida,su infor-
tunio dura aún hoy en día.
Muchas de las expresiones que uti-
lizamos actualmente provienen de
la Grecia clásica,como este cono-
cido dicho para frenar a los que se
entrometen en lo que no deben.
EXPRESIONES
Creador de la escultura de la
diosa Atenea en oro y marfil
o del Zeus de Olimpia, sus ma-
nos dieron forma a los dioses
griegos y embellecieron la ciu-
dad de Atenas. Mano derecha
de Pericles, vivió los años de
esplendor cultural al lado de su
gran amigo. Pero el talento tam-
bién genera envidias, y en los
últimos años de su vida cayó en
desgracia, siendo acusado por
los opositores de Pericles de
malversación de fondos, lo que
lo llevó a la cárcel, donde mu-
rió. La mala suerte del escultor
y arquitecto se volvería a repetir
muchos siglos después, cuan-
do una buena parte de su obra
salió de su amada Atenas, de-
jando de llamarse los mármoles
de Fidias para denominarse los
mármoles de Elgin. Este nuevo
nombre era el de su ladrón, Lord
Elgin, un embajador inglés que
vendió buena parte de las escul-
turas del Partenón (75 metros
de los casi 160 que tenía el friso
original) y de otros edificios de
la Acrópolis ateniense al British
Museum, donde se exponen
desde hace más de dos siglos
para desgracia de los griegos.
Uno de los pin-
tores más im-
portantes y famo-
sos de la Grecia
antigua fue Apeles
(Colofón, 352 a.C.-
Cos, 308 a.C.). Al
artista le gustaba
mostrar sus cua-
dros en público
para ver si gusta-
ban o no, y mejo-
rar aquellas cosas
que no convencie-
sen a sus conciu-
dadanos. En una
de estas exposi-
ciones en la plaza,
un zapatero que
pasaba por el lugar
criticó la forma de
las sandalias de
uno de los perso-
najes retratados en
su pintura. Apeles,
que aceptó la críti-
ca, decidió modifi-
car dicho comple-
mento en su taller,
y volvió a mostrar
su obra en la calle.
Cuando el zapa-
tero volvió a ver el
cuadro y observó
que el pintor lo ha-
bía corregido, de-
cidió criticar más
elementos del re-
trato. Apeles, para
frenar tanta sabi-
duría, le dijo: zapa-
tero, a tus zapatos.
Y desde aquel mo-
mento, todos los
que juzgan mate-
rias de las que no
son especialistas
son frenados con
este dicho de la
Grecia clásica.
Buena parte de los frisos del Par-
tenón de Fidias se encuentran
expuestos en el British Museum.
Apeles fue el pintor de Alejandro Magno.
Esta obra de Tiépolo representa al pintor
retratando a Kampaspe, concubina del rey.
Apesar de los siglos que han pasado
desde la desaparición de la civili-
zación griega, su cultura y su Historia
siguen apasionando a muchos, algo
especialmente notable en países de “re-
ciente” formación que no cuentan con
una cultura tan antigua y potente como
la que se desarrolló en el Ática. En algu-
nos casos, la atracción se ha llegado a
materializar, como es el caso de la repro-
ducción a escala real del Partenón en la
ciudad de Nashville, en Estados Unidos.
Dentro de éste, como en el de la antigua
Atenas, se encuentra una copia de la
estatua de Atenea de Fidias de 13 me-
tros, realizada por el artista Alan LeQui-
re. El desconcierto que puede causar
encontrar estos monumentos en pleno
Tennessee crece cuando conocemos el
extraño motivo de su construcción: con-
memorar los cien años de la anexión de
dicho Estado a los Estados Unidos.
AMERICANOS
La reconstrucción de la estatua de Atenea Partenos con es-
cudo y casco, en EE UU, fue recubierta en oro en el año 2002.
Espíritu ateniense
DEANDIXON
La desdicha
de Fidias
EXPOLIO
MUY HISTORIA 29
30. VIDA COTIDIANA
El banquete del
Antigua Atenas,
ciudad bulliciosa.
La vida diurna en la
polis era de gran tra-
jín, tanto por las labo-
res comerciales como
por las cotidianas,
que se desarrollaban
en el ágora y en las
calles adyacentes.
30 MUY HISTORIA
31. mercader
A través de un comercian-
te, enriquecido gracias al
ocre rojo de la isla de Cos,
nos adentramos en la vida
de una familia ateniense
acomodada, en la que el
rol de cada miembro es-
taba marcado. La mujer
diligente en el hogar, a la
espera de su marido, y en
posesión de esclavos ilus-
trados para ayudar en la
educación de sus hijos.
Por José Ángel Martos, periodista y escritor
E
l mercader Stelios lo había
pensado nada más poner
pie en tierra en el puerto de
El Pireo, y le había pareci-
do una excelente idea para celebrar
su última travesía comercial por el
Mediterráneo. Organizaría un sim-
posio, un banquete en su mansión
ateniense, dedicado no sólo al dios
Dionisos, como era tradicional, sino
muy especialmente a Apolo Triopio,
que protegía con tanta benignidad la
isla de Cos, la pequeña ínsula frente a
la costa de Asia Menor a la que debía
su ahora acrecentada fortuna.
Siempre les gastaba la misma bro-
ma a los griegos de Cos: “Tenéis dos
glorias irrepetibles en la isla: una es
vuestro médico, Hipócrates, y la otra
es el ocre rojo que hay en vuestras
tierras; cuidad al primero para que
él os cuide a vosotros y viváis más,
y mientras tanto dejadme a mí ocu-
parme del ocre”.
No todos los isleños reían con la
ocurrencia: Cos era la única isla en la
que se podía extraer el ocre rojo, te-
nía un monopolio sobre el producto.
Pero como estaba confederada con
Atenas, y era una especie de herma-
na menor para la gran metrópoli, un
territorio fácil de controlar y necesi-
tado de protectores, Atenas imponía
a sus habitantes la entrega de toda la
producción de ocre rojo a un precio
bastante barato. Además, debía em-
barcarse en una nave armada por el
propio gobierno de la ciudad ática y
controlada por sus mercaderes.
El ocre, mercancía valiosa. Y el ca-
becilla de los comerciantes en esas
misiones era Stelios, que actuaba co-
mo representante de una alianza de
varios hombres de negocios atenien-
ses, los cuales asumían conjuntamen-
te los gastos de la empresa. Stelios
salía de Cos con la nave bien cargada
del preciado pigmento, que le había
costado muy pocos tetradracmas, y lo
vendía con una gran ganancia por to-
dos los puertos de Grecia. No en vano,
el ocre era una de las tinturas más de-
mandadas, ya fuera para teñir la ropa
o para pintar las casas. De lo único
que debía preocuparse, pensaba mu-
chas veces Stelios, era de programar
el viaje para contar con los vientos a
favor; en caso contrario, ni las velas
ni los remeros serían suficientes para
oponerse a los designios contrarios
de Céfiro, el dios del viento del oeste
y un conocido enemigo de Apolo, el
protector de Cos.
ALBUM
MUY HISTORIA 31
32. personas en Éfeso, Reso había expe-
rimentado una sensación de sorpresa
e irrealidad. Nunca había visto un lu-
gar tan enorme y poblado. Se quedó
boquiabierto al contemplar a otros
niños con colores de piel que nunca
había soñado, a doncellas bellísimas
que eran vendidas en una subasta di-
ferenciada y a gigantes musculosos
capaces de matar un toro, pero que
allí, en el gran mercado de esclavos,
caminaban como corderitos. En Éfe-
so fue vendido a otro traficante que lo
embarcó hasta Atenas, en lo que para
el estómago de Reso fue una intermi-
nable travesía. Allí, el traficante se lo
ofreció a la rica familia de Stelios, por
entonces tan sólo un poco mayor que
él, quien pronto le empezó a llamar
Milcíades por razones que el tracio
tardó en entender hasta que dominó
la lengua griega.
Había trabajado para la familia de
Stelios desde entonces, y su estóma-
go se fortificó contra las mareas en
los posteriores y periódicos viajes a
la isla de Cos y a los destinos hacia los
que navegaban a continuación para
vender el ocre.
Alasórdenesdelseñor.Eltracioca-
minó hacia su dueño con paso firme,
llevando sus botas y su gorro de piel
de animal, inconfundibles atavíos de
los tracios. Recibió sus instrucciones
y se aprestó a organizar la ruta de los
sirvientes que deberían transportar
las invitaciones al gran banquete has-
ta las casas de los diversos magnates
del ocre invitados. Reso dispuso que
Casa de una familia ateniense
adinerada. Entre los habitáculos
imprescindibles en la vivienda
ateniense de una rica familia se
encontraban el gineceo (1), la co-
cina (2), el andrón (3), la antesala
del andrón (4), el almacén (5),
la habitación (6) y el patio (7). La
estructura de la cubierta era a
dos aguas y fabricada en tejas de
barro cocido. Para decorar el ho-
gar colgaban algún tapiz en la
pared y solían tener pocos mue-
bles en cada estancia, y para ca-
lentar la hacienda utilizaban car-
bón vegetal en braseros portátiles.
Patio porticado, espacio multifuncional. Los miembros de la familia convivían en
este lugar destinado a compartir momentos de ocio. Allí también se juntaban para rezar
ante un pequeño altar, dedicado a la diosa del hogar y a los familiares fallecidos.
Entre la élite ateniense eran
especialmente considerados
los escritores y los dramaturgos
Mientras montaba en su lujoso
palanquín, Stelios pensaba en que de-
bía enviar invitaciones rápidamente a
todos sus socios para el gran banque-
te apolíneo que se le había ocurrido,
que sería uno de los simposios más
divertidos que recordarían en mucho
tiempo. Para encargarse de ello, hi-
zo llamar a Reso, su esclavo tracio de
confianza, que estaba vigilando que
todas las ánforas se cargasen sin mer-
ma ni hurto tras sacarlas de la nave.
La vida de esclavo. Con su barba
rojiza, Reso parecía nacido para cus-
todiar el ocre bermellón de Stelios,
aunque el efecto hubiera sido mucho
más completo si hubiese podido lu-
cir sus largos cabellos rojos, pero los
esclavos de los atenienses estaban
obligados a llevar la cabeza comple-
tamente rasurada. Muchos tracios
eran pelirrojos, y a los niños atenien-
ses se les asustaba con las historias de
aquellos peligrosos bárbaros de largas
melenas rojas, que vendrían a llevár-
selos a sus oscuras tierras del norte si
no se dormían pronto. Reso no es que
nunca se hubiese atrevido a eso, sino
que lo había sufrido en cierta manera:
siendo niño, fue vendido por sus pro-
pios padres, un acto que por desgra-
cia era una costumbre habitual entre
los empobrecidos tracios. Un trafi-
cante lo adquirió y se lo llevó, junto
a otros muchos pequeños, hasta el
mercado de Éfeso.
Cuando llegó al Ágora Tetragonos,
la enorme plaza de más de cien metros
cuadrados que acogía las subastas de
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WEB
bit.ly/1hMOUIr
En este enlace de
la Wikipedia se en-
cuentra un extenso
artículo que explica
el ritual del simpo-
sio, una cena de
alta sociedad en la
Antigua Grecia.
32 MUY HISTORIA
33. uno de los mensajeros corriera prime-
ro hasta la mansión de Stelios, en los
alrededores de la ciudad, para avisar
del regreso del mercader a su esposa,
Eumelia, y al resto de su familia.
Una rica mansión. La casa de Ste-
lios, una enorme hacienda, estaba
abierta hacia un gran patio interior
enmarcado por columnas, visible
desde todas las habitaciones, el cual
se orientaba agradablemente hacia el
sur para recibir durante más tiempo
los rayos del Sol. El banquete tendría
lugar en una de las grandes salas del
andrón, el área de la casa reserva-
da a los hombres de la familia. En la
residencia de Stelios, el andrón era
tan magnificente que los sirvientes y
esclavos lo llamaban “la casa dentro
de la casa”. Tenía su propio patio des-
cubierto, más pequeño que el prin-
cipal, pero pocas viviendas podían
permitirse tener dos. Toda esta zona
quedaba separada del gineceo, el área
reservada a las mujeres, que se halla-
ba en el piso superior y estaba delimi-
tada por una puerta de considerable
tamaño. Otra puerta, pero en este
caso hacia el exterior, daba acceso al
andrón directamente desde
la calle. Por ella iban a entrar
los invitados de Stelios, de for-
ma que en ningún momento se
cruzarían con las mujeres de la
casa durante su estancia para el
banquete. Así se evitaban tentacio-
nes y futuros problemas.
Para que la fiesta resultase un éxito
completo era necesario invitar no só-
lo a ricos comerciantes, sino también
a algunas de las personas más popu-
lares del firmamento social atenien-
se, aquellos de cuya compañía todos
querían gozar. Entre la élite ateniense,
sensible a la literatura y el arte, eran
especialmente considerados los escri-
tores y dramaturgos. Así que un nom-
bre acudió enseguida a la mente de
Stelios, y no era otro que el de Sófocles.
Hijo de un rico fabricante de armas,
Sófocles había nacido dotado con la
más peligrosa de todas ellas: el arma
de la palabra. Su gran agudeza ver-
bal, su talento literario, que le hacía
vencer en todas las competiciones, y
su encanto y belleza personal lo con-
vertían en uno de los más admira-
Nuestro protagonista, Stelios, per-
tenecía a la clase de los émporos
(emporoi), los marinos mercantes, que
se dedicaban a lo que hoy llamaríamos
“comercio internacional”. Eran los mer-
caderes más relevantes de entre los
variopintos tratantes de productos que
abundaban en las ciudades helénicas,
protagonistas en muchos casos de las
aventuras que nos ha legado la épica
griega, ya que sus viajes eran, ya de por
sí, grandes odiseas como la de su vene-
rado Ulises.
Negocio portuario. En pocas pala-
bras, un émporos era el que compraba
una mercancía a un tercero –frecuen-
temente, a un extranjero en un mer-
cado foráneo–, la transportaba en un
barco que no era de su propiedad (los
dueños se llamaban naucleros) y la
llevaba hasta el puerto de una ciudad
griega, donde la acababa vendiendo.
Eran profesionales muy bien organi-
zados, que sabían establecer relacio-
nes personales de confianza en cada
puerto y que empleaban herramientas
jurídicas y financieras de una cierta
complejidad.
Sociedades empresariales. En el pla-
no económico, los émporos aplicaban
fórmulas como las llamadas “cuentas
en participación”, que era la modalidad
que unía a Stelios con sus socios: unos
comerciantes participaban en la acti-
vidad de otros con una aportación de
capital. Uno de ellos solía ser el gestor,
el que llevaba la actividad en su nom-
bre, como aquí era Stelios.
A pesar de todo, la actividad mercan-
til no gozaba siempre de buena fama
entre los griegos y algunos filósofos
como Aristóteles veían sus activida-
des como antinaturales, porque “es un
modo de intercambio con el que unos
hombres ganan a costa de otro”.
Los antepasados
de Onassis
Los puertos grie-
gos eran un hervi-
dero de comercian-
tes que arribaban
con preciadas mer-
cancías para ven-
derlas en los mer-
cados de la polis.
Comercialización de esclavos. Se orga-
nizaban mercados en las plazas griegas
donde se realizaba la subasta pública
de hombres y mujeres para utilizarlos
en las tareas domésticas. En los via-
jes por mar, se pedía contar con el
favor del dios Céfiro (izquierda).
CORBIS
ALBUM
PRISMA
LIBRO
El mundo trágico
de Sófocles,
Charles Segal.
Gredos, 2013.
Ofrece múltiples y
novedosas ideas
para entender me-
jor el significado
fundamental de las
tragedias griegas.
MUY HISTORIA 33
34. dos ciudadanos atenienses. Se decía
por entonces que el propio Pericles
pretendía nombrarlo estratego, y no
por que mostrara especiales méritos
militares, sino porque su condición
de ídolo popular garantizaba que la
decisión no podría sino causar una
gran adhesión en Atenas, cimentando
así el prestigio de Pericles.
Preparación para el ágape. Con to-
das las invitaciones ya cursadas, Ste-
lios se aprestó a dar las órdenes para
que se adquiriesen en el mercado los
mejores manjares que fuese posible.
Sobre todo quería que hubiese carne
en abundancia. El mercader estaba
harto de comer pescado durante todo
su largo viaje y creía llegado el mo-
mento de desquitarse. No era habi-
tual disponer de viandas animales en
las mesas atenienses, ni siquiera entre
los más ricos. Preferían reservarlas
para ocasiones como esta, así que dis-
puso que se asasen sobre un espetón
pedazos de carne de las mejores vacas
y cabras, así como también corderos.
También comprarían carne de cerdo
que, aunque mucho más abundante
y vulgar, satisfaría a los más voraces
que no tuviesen suficiente con lo de-
más y necesitasen llenar hasta rebo-
sar sus ensanchados estómagos.
Cuando Eumelia supo que su mari-
do llegaría en unas horas a la casa, en-
seguida repartió órdenes a todo el ser-
vicio y, no sin cierto nerviosismo por
el reencuentro, empezó a acicalarse.
En realidad todas las mujeres atenien-
ses de buena familia lo hacían cual-
quier día aunque no fuese a ocurrir
nada destacado. Pocas veces sucedía
algo singular en la vida de una mujer
ateniense acomodada, pues no tenían
ninguna actividad especial en la que
emplear su tiempo, ya que las esclavas
se ocupaban de todos los trabajos de la
casa, fueran pesados o ligeros.
Si todas las atenienses se acica-
laban con tanta disciplina era de-
bido sobre todo a que descuidar el
aspecto estaba muy mal visto. De
pequeña, Eumelia recordaba haber
escuchado una conversación de su
madre con otras egregias señoras
en la que se referían a la mujer de
un conocido comandante de la mi-
licia hoplita como “la tracia”, pues
se arreglaba poco su largo cabello y
no siempre iba completamente ma-
quillada. En aquella conversación la
habían comparado sin rubor con una
esclava. Y es que, como le había di-
cho después su madre cuando ella le
preguntó, “el aspecto exterior es la
principal manera en que las señoras
se diferencian de las siervas”. Desde
entonces ya nunca olvidó la impor-
tancia de arreglarse.
Aderezos de belleza. Para aquella
ocasión se iba a teñir el cabello de
forma que ocultase las primeras ca-
nas, que habían vuelto a emerger.
Llevaba días dudando si colorear-
se de negro o de rubio, pero al final
había optado por esto último. Había
una razón muy clara: como sabían
todas las mujeres (y los hombres),
los cabellos de la diosa Afrodita eran
dorados y, por tanto, escoger su co-
lor haría parecer a Eumelia mucho
más deseable.
Para lograr esta tonalidad, las ser-
vidoras de la casa habían estado mez-
clando pétalos de flores amarillas
con una solución de potasio, que ella
misma procedió a aplicar cuidado-
samente por toda su melena, con la
colaboración de dos esclavas que
estaban presentes y siempre
dispuestas a cumplir con lo
que se les ordenase.
Al acabar de enjua-
garse la cabellera, ellas
le tenían preparada una
larga toalla y le ayuda-
ron a secarla. A pesar de
la longitud de su melena,
ese día quería realzar aún
La música en la Antigua Grecia
Para los griegos, la música no era só-
lo una forma de cultura o una mera
distracción. Tenía un papel integral en
su percepción del mundo, tanto que hoy
quizás nos resulta difícil de entender. Al-
gunos expertos actuales hablan de una
auténtica obsesión por la música entre
los antiguos griegos, que les llevaba a
introducirla en todos los aspectos de su
vida, desde la ciencia al deporte. Platón
decía que el tipo de música que escu-
chamos influye sobre nuestra ética.
Dominar un instrumento era un signo
de maestría y superioridad que situa-
ba a quien lo conseguía en lo más alto
del escalafón social. El pequeño Andro-
cles, el hijo de la familia protagonista de
nuestra narración, se siente obligado a
continuar la tradición familiar de tocar la
cítara, el instrumento que por entonces
era considerado como el más noble de
todos. En cualquier caso, la música era
una materia esencial de la formación de
cualquier escolar, ya que se considera-
ba que era “educación para el alma”.
La escala heredada. Los griegos distin-
guían entre siete “modos”, de los que
ha derivado nuestro actual sistema de
escalas musicales. A cada uno le die-
ron el nombre de uno de los pue-
blos griegos. Así, nuestra actual
escala mayor recibía la deno-
minación de modo jónico, la
escala menor natural era el mo-
do eólico y otras escalas me-
nores eran muy similares a esta
última pero se diferenciaban en
algún tono.
Los cambios de estilos musi-
cales no dejaban indife-
rente. Incluso Platón, crí-
tico con la evolución mu-
sical de su época, se quejó
de “la anarquía antimusical
introducida por poetas que
tenían talento natural pero
ignoraban las leyes de la
música”.
Si todas las atenienses se acicalaban con
tanta disciplina era debido sobre todo a
quedescuidarelaspectoestabamuymalvisto
AGE
ALBUM
Adquirir co-
nocimientos
musicales
tenía un pa-
pel muy im-
portante en
la educación
infantil.
Aprendían a
tocar instru-
mentos co-
mo la cítara,
el violín, la li-
ra o el oboe.
PERSONAJE
Platón (428
a.C.-347 a.C.).
Filósofo griego,
alumno de Só-
crates y maestro
de Aristóteles.
Su influencia
en el posterior
desarrollo de
la Historia de la
Filosofía es
incalculable.
34 MUY HISTORIA
35. más su volumen, para lo que había
comprado días antes en el mercado
un atractivo postizo. Las esclavas,
que murmuraban con una mezcla
de admiración y envidia, pues ellas
estaban obligadas a llevar siempre
corto el pelo, ayudaron a Eumelia a
colocar las extensiones y sujetaron
con cintas todo el conjunto.
La siguiente fase de su embelleci-
miento era depilarse el vello y arre-
glarse las uñas. Esto último requería
un tiempo considerable, como tam-
bién el maquillaje, que debía hacerse
con sumo cuidado y con el objetivo
de conseguir un tono de piel lo más
blanco posible. El color níveo en la
piel era el ideal de belleza para to-
das. Y, aunque Eumelia procuraba
exponerse al Sol lo menos posible y
por ello cuando salía siempre llevaba
sombrilla o, en ocasiones especiales,
un gran sombrero de ala muy amplia,
necesitaba acentuar su blancura co-
mo tantas otras mujeres atenienses,
que de nacimiento tendían más bien
a un color tostado de piel. Para ello no
bastaba con el maquillaje y Eumelia,
que lo sabía, ingería siempre grandes
cantidades de comino. Otras mujeres
más mayores hervían sus semillas y
se lavaban la cara con el agua obte-
nida, para quitarse las manchas del
envejecimiento.
Recibimiento con las mejores ga-
las. Cuando comenzó a maquillar-
se, Eumelia tomó de su tocador una
pequeña cajita redondeada, con una
tapa acabada en un tirador cilíndri-
co con su extremo redondeado y más
ancho. La levantó y allí estaban sus
pastillas de albayalde (nombre con
el que conocían al carbonato de plo-
mo), redondas y blanquísimas. Las
iba a utilizar como mascarilla para el
rostro. También disponía de yeso, ti-
za y harina de habas. Les pidió a sus
esclavas que lo batieran todo en una
sola mezcla, de forma que la solu-
ción quedase lo suficientemente
blanda como para poder apli-
cársela. Cuando todo el ma-
quillaje cubría su rostro, acabó de re-
matarlo con un toque de carmín, que
le dio un aspecto apasionado.
Finalmente empezó a vestirse. Del
armario las esclavas sacaron su me-
jor túnica jónica, una prenda que en
los últimos años se había empezado a
poner de moda entre las mujeres con
más posibles. Estaba enteramente
cosida por ambos lados, al contrario
que el tradicional peplo, pieza que
había sido omnipresente en tiempos
de su abuela e incluso de su madre,
una época mucho menos sofisticada
que la actual.
La túnica de Eumelia, por el con-
trario, tenía una caída simétrica con
abundantes pliegues, todos ellos
muy finos, que daban un aspecto
realmente coqueto a su dueña. Como
el frío ya estaba cediendo, Eume-
lia renunció a llevar el manto que le
ofreció una de sus esclavas.
La educación en la infancia. Mien-
tras su madre se arreglaba, Andro-
cles, el hijo primogénito, había salido
de la residencia para acudir a la es-
cuela del gramático (maestro). Aca-
baba de cumplir siete años, la edad
en que comenzaba la educación para
los niños atenienses. Acompañaba
a Androcles un esclavo fenicio muy
instruido, Ahiram, que ejercía como
su pedagogo. La función de éste era
enseñar buenos modales al pequeño,
algo en lo que se mostraba implaca-
ble, ya que no dudaba en utilizar
su bastón llegado el caso, como
ocurrió ese día cuando empezó
a lanzar piedras contra un reba-
ño de cabras que entorpecía su
camino. Pero Ahiram también le
explicaba historias de los navegan-
tes de su patria que habían llegado
hasta los confines del Mediterráneo
y le hablaba de Troya, Babilonia y
otras grandes ciudades de los impe-
rios que habían ocupado Asia Me-
nor, despertando en él sus deseos
de aventura. Ahiram lo acompañaba
siempre que salía de casa, le llevaba
sus efectos personales y asistía tam-
bién a las lecciones del gramático.
Androcles ya leía con mucha sol-
tura. Había aprendido haciéndolo
en voz alta, como era habitual, y
ahora su profesor ya le había pasado
a la siguiente fase: los versos de Ho-
mero. En casa, y espoleado en par-
te por Ahiram, había estado me-
morizando por su cuenta algunos
pasajes del duelo entre Aquiles y
Héctor, y ese día sorprendió a su
Mirarse al espejo.
Todo un ritual gira en
torno a la mujer griega
preparándose para
sentirse y para que la
vieran bella. Esta mu-
jer mirándose al espe-
jo (izquierda) es una
representación en ce-
rámica griega. El pyxis
(abajo) era la caja
de cerámica que se
utilizaba para guardar
los cosméticos.
Mosaico historiado. En
aquellas salas donde se ce-
lebraban banquetes era ha-
bitual encontrar mosaicos
decorativos. A la izquierda,
una escena del duelo entre
Aquiles y Héctor.
La vestimenta
femenina. La mo-
da griega evolucio-
nó del peplo a
túnicas con más
detalles que les
otorgaban mayor
estilo a las mujeres
atenienses. En
cuanto a los textiles
con los que confec-
cionaban las pren-
das, conocían
vagamente que
existían la seda y el
algodón, aunque
usaban sobre todo
el lino y la lana.
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MUY HISTORIA 35
36. profesor recitándole un mo-
mento cumbre de la fenomenal
lucha a muerte a las puertas de
Troya. Se levantó y, sin necesi-
dad de acudir al papiro, habló
con la voz del divino Aquiles
dirigiéndose al belicoso Héctor:
“¡Como no es posible que haya
fieles alianzas entre los leones
y los hombres, ni que estén de
acuerdo los lobos y los corde-
ros, sino que piensan continua-
mente en causarse daño unos
a otros, tampoco puede haber
entre nosotros ni amistad ni
pactos, hasta que caiga uno de
los dos!”.
La clase quedó en silencio y
los compañeros más pequeños
de Androcles, que estaban dan-
do aún sus primeros pasos en
la lectura, prorrumpieron en
un emocionado aplauso ante la
hazaña del mayor, mientras el
pedagogo Ahiram golpeaba con
su bastón el suelo en señal de aproba-
ción. El gramático hizo callar a todos:
“Mantengamos el orden, los más ma-
yores están practicando la aritmética
con el ábaco y necesitan concentra-
ción”. Androcles, sin embargo, pudo
ver como al profesor se le escapaba
una sonrisa de satisfacción.
Música y gimnasia. Después de la
clase con el gramático, era el turno
de recibir las enseñanzas del citaris-
ta, el maestro de música, discipli-
na muy importante en la familia de
Androcles: el nombre de su madre,
Eumelia, significaba “melodía”, y su
padre, que ya sabía tocar la cítara a
su edad, había participado inclu-
so en competiciones de virtuo-
sos. Así que él también se apli-
caba a seguir la tradición.
Por último, llegaba el turno
de la gimnasia, que era im-
partida por dos musculosos
paidotribos. A Androcles le
hubiese encantado salir a la
palestra, el terreno al aire libre
cuadrado y rodeado de muros
donde tenía lugar la educación
física, pero en su escuela era cos-
tumbre que no empezasen a practi-
carla hasta los doce años. El porqué
estaba muy claro al ver las magulla-
duras con las que aparecían algunos
de sus compañeros mayores. Desnu-
dos y untados en aceite, practicaban
la lucha sin darse tregua y más de
uno se excedía en el celo aplicado al
intentar derribar a su rival. Él y otros
pequeños de su edad tocaban la cíta-
ra y el oboe mientras los mayores se
ejercitaban.
Lo que sí le había sido permitido
practicar era la equitación. Su pe-
dagogo, que estaba siempre atento a
sus evoluciones a caballo para evitar
los percances de una caída del cor-
cel, le había explicado que algunos
médicos recomendaban la equita-
ción no sólo para mejorar la muscu-
latura, sino también para preservar
el cuerpo de muchas dolencias
e incluso para el insomnio, un
mal que el propio Ahiram sufría
habitualmente.
Mientras las clases se sucedían
en la escuela, en la casa se ha-
bía producido el ansiado reen-
cuentro entre Stelios y Eume-
lia, que no estuvo exento de la
pasión habitual en estos casos,
largo tiempo reprimida. Lue-
go, Stelios le anunció que al día
siguiente se celebraría un ban-
quete en honor a Dionisos y a
Apolo Triopio, con la asistencia
de todos los socios mercaderes
que habían contribuido a finan-
ciar su última expedición a Cos.
Comienza la fiesta. Eumelia
asintió sin dejar traslucir sus
emociones, aunque ya sabía có-
mo transcurrían los simposios,
y más cuando se juntaba tanto
dinero como el que reunían to-
dos los comerciantes aliados con su
marido, de entre los más prósperos
de Atenas. Es verdad que la primera
parte se limitaba a consumir los man-
jares más consistentes. Pero luego
llegaba la segunda mitad, el banque-
te propiamente dicho, que era lo que
muchos de los colegas de Stelios espe-
raban con mayor delectación: el mo-
mento de empezar a emborracharse
lentamente, al ritmo que marcaba
el simposiarca, el jefe del banquete,
cuyo cometido era velar porque los
asistentes fuesen alcanzando la ebrie-
dad de una manera progresiva, sin
dejarse llevar por la irracionalidad.
Seguro que Sófocles, el agudo
y brillante dramaturgo, sería el
escogido en esta ocasión. Tras
Reencuentro apasionado. La esposa a la
espera de su marido es una escena reiterati-
va en la vida de la mujer ateniense, sea por
las guerras o por negocios. El ejercicio físico
(derecha) era primordial para la buena edu-
cación en las familias adineradas.
Cosméticos en la polis. Además de aceites para los
hombres, las mujeres gozaban de una gran variedad
de perfumes, mejunjes para aclarar su tez y carmín.
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PRISMA
LIBRO
La literatura grie-
ga y su tradición,
Pilar Hualde Pas-
cual y Manuel Sanz
Morales (eds.).
Akal, 2008.
Este estudio ofrece
una visión de con-
junto de la literatu-
ra griega antigua
desde una pers-
pectiva poco habi-
tual, que abre una
ventana al lector
no especializado.
36 MUY HISTORIA