El documento describe cómo la arquitectura religiosa surge de la necesidad humana de entender los misterios de la vida y la muerte. Los primeros edificios fueron tumbas y templos donde el hombre buscaba respuestas a preguntas eternas. La arquitectura utiliza símbolos como la luz, la escala y el espacio para expresar lo sagrado. A través del contacto con lo sagrado, la construcción se convirtió en Arquitectura. Los espacios y tiempos sagrados como el cuerpo, la cueva, el menhir, los solsticios
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Lo sagrado en arquitectura
1. Semana 2 · La arquitectura religiosa actual
Lo sagrado en arquitectura
Kaaba La Meca (Arabia Saudí)
2. Es posible que nuestro sentido trascendente provenga de la consciencia de la
temporalidad de la existencia y de lo inevitable de la muerte. Lo que esta
certeza ha supuesto para la vida del hombre, a través de su reflejo en el hecho
religioso, constituye uno de los temas básicos de la historia de la arquitectura.
En efecto, los restos más antiguos que se conservan de las construcciones
humanas son las tumbas y los templos. El hombre siempre ha acudido a estos
lugares para buscar las respuestas a las preguntas eternas, y para celebrar los
ritos de la vida y la muerte.
La arquitectura ha ahondado en estos sentimientos con las herramientas y los
símbolos de su disciplina: el manejo de la luz y de la penumbra, la escala de lo
ínfimo y lo grandioso, la cualificación de los ámbitos para el silencio o la
fiesta, la pureza de la estructura o la exuberancia de la ornamentación, la
direccionalidad y el centro, lo tensional y lo estático.
Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que a través del contacto con lo
sagrado, la construcción se convirtió en Arquitectura.
3. Et in Arcadia ego (Estoy en Arcadia) Nicolas Poussin, 1637/38
4. Observemos, por ejemplo, a los derviches giróvagos turcos realizar una danza
sagrada. Esta danza consiste simplemente en girar y girar sobre sí mismos
durante horas sin moverse del sitio en dónde están, hasta entrar en trance.
Mediante la repetición, el ritmo y una música adecuada se consiguen liberar de
las coordenadas espaciotemporales en las que discurre la vida cotidiana, y
entrar en una nueva dimensión. En ese estado, parecido al nirvana de los
hindúes, la realidad se ha reducido a lo esencial. El ser humano se encuentra
con los valores fundamentales, los que sostienen el mundo.
Esta palabra —fundamental— es la clave para entender el concepto de lo
sagrado y su pervivencia en nuestro mundo, más allá de las modas y de las
apariencias.
5.
6. Fundamental es lo que sostiene el mundo. Como arquitectos, sabemos lo que
en arquitectura es lo fundamental. En inglés, la cimentación se llama
foundation, porque es aquello sobre lo que se funda —se apoya— el edificio.
Lo demás es secundario, pero si falla la cimentación todo se viene abajo. De
hecho, en la Sagrada Escritura existe una parábola que habla de este tema: la
del hombre que edificó su casa sobre arena
Pero también, todos tenemos la experiencia de intentar hacer una reforma en
una casa, propia o ajena. La gente sigue teniendo la idea de que existen las
«paredes maestras». Para muchas personas, toda casa tiene unas paredes
maestras (aunque en realidad haya una estructura porticada de hormigón
armado).
Lo que se quiere decir es que uno puede cambiar muchas cosas en su casa: el
mobiliario, los pavimentos, etc. Pero si tocamos las paredes maestras, todo se
viene abajo. De alguna manera, esas paredes maestras son sagradas: no se
pueden tocar.
8. Lo mismo pasa en la sociedad. Toda sociedad tiene sus realidades sagradas,
aquellas en las que la propia sociedad se apoya. Pensemos en los pueblos
primitivos. Lo primero y fundamental para ellos —y para nosotros—, es la
vida. La vida es el fundamento de toda la sociedad, porque sobre ella se apoya
lo demás.
Por eso, lo que rodea al origen y al final de la vida es sagrado. Lo que
constituye el fluido y el sustento de la vida, también lo es. Así, el compromiso
público de un hombre y una mujer, el acto sexual, el proceso de gestación de un
nuevo ser humano y el parto son realidades sagradas; y el momento en el que
una persona muere, su funeral y su enterramiento, también lo son.
11. Es sagrada la sangre: «No derramarás sangre, ni de hombre ni de animal —le
había dicho Dios al pueblo de Israel— y el que la derrame será maldito». Y por
eso, el color rojo se suele asociar a lo sagrado: lo prohibido se marca con color
rojo —incluso en las señales de tráfico—: no se puede pasar, peligro.
También es sagrado el pan, sustento de la vida en las culturas mediterráneas, y
que hasta hace muy pocos años nuestros abuelos besaban cuando se caía al
suelo. El color dorado, de las espigas del trigo y del pan, es otro de los colores
asociados a lo sagrado.
En definitiva, la vida es sagrada porque es el fundamento de todo lo demás.
12.
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14. Pero la vida es un misterio. ¿Cómo se genera la vida? ¿Quién es el Ser
primordial que ha trasmitido el ser a los demás seres? ¿A dónde van los seres
que hemos conocido? Esto siempre ha sido un misterio y lo seguirá siendo. Lo
que es evidente es que la realidad que percibimos no agota la realidad que
existe. Eso lo sabían los primeros seres humanos y también lo sabemos
nosotros. Me explicaré.
Podemos pensar que los hombres primitivos no conocían cosas que nosotros ya
hemos explicado mediante la ciencia, y que esa ignorancia les conducía hacia
una visión mítica del mundo y, por lo tanto, hacia la religión. En parte es así.
Pero todos somos conscientes de que nuestra manera de conocer no es empírica
—conocimiento directo— en absoluto. La mayor parte de nuestros
conocimientos no se derivan de la observación directa, sino de la confianza
que nos merecen otras personas —libros, radio, televisión, amigos, familiares
—. La mayor parte de nuestros conocimientos proceden de la fe en alguien.
Una fe razonable, lógica en cierto sentido, pero con un alto grado de
incertidumbre.
15. Camellos en Turquía (foto aérea) George Steinmetz, National Geographic, 2005
16. También sabemos que nuestros sentidos a veces nos engañan: podemos ver
espejismos, podemos ser objeto de ilusiones ópticas, puede haber ruidos varios
en una comunicación oral, podemos entender cosas distintas. Y también
sabemos que hay amplios espectros sensoriales que no podemos percibir:
tenemos unos umbrales de percepción que nos permiten sobrevivir, pero sólo
vemos un reducido espectro de longitudes de onda (no vemos ni los rayos
infrarrojos ni los ultravioletas), sólo oímos un reducido espectro de ondas
acústicas, y necesitamos de un transistor para poder oír las ondas herzianas de
radio, los ultrasonidos, etc.
Lo mismo ocurre con el mundo del espíritu, del pensamiento, de las emociones.
18. Pues bien, todas las culturas han creado un conjunto de símbolos y ritos que
permite descodificar sensorialmente la realidad que no se percibe con los
sentidos, pero que es fundamental para entender el origen y el final de nuestra
vida, de nuestra sacralidad, así como se sus momentos más significativos, entre
los que se encuentran los que se refieren a la reproducción.
Las religiones están encaminadas a esto: a entender el origen y el final de la
vida, a actuar correctamente —ecológicamente, podríamos decir—, a
fundamentar nuestra vida en bases sólidas para no convertirla en algo trivial
que nos resulte insatisfactorio y absurdo, tratando de buscar el fundamento, lo
permanente, aquello que soporta la trama de la vida, entenderlo en la medida de
nuestras posibilidades y mantenerlo alejado de toda profanación, de todo
peligro.
Porque profanar es violar lo sagrado, convertirlo en trivial.
20. Hay espacios sagrados y tiempos sagrados.
El primer espacio sagrado es nuestro propio cuerpo. El cuerpo es el soporte de
la persona, de cada persona, su santuario. Sólo tienen acceso a nuestro cuerpo
aquellas personas que nosotros autorizamos; aquellos que sabemos que nos
respetan. De hecho, cualquier otro acceso se llama violación. Y dentro del
cuerpo humano, los órganos más sagrados son los que se relacionan con el
origen de la vida: el corazón y los órganos genitales, especialmente el útero
femenino.
El seno materno, de hecho, es el espacio sagrado primordial, el sancta
santorum por antonomasia. Un espacio pequeño, oscuro, caliente, lleno de un
líquido parecido al agua en el que estamos perfectamente protegidos y
alimentados. La recuperación de ese espacio perfecto será una constante en la
historia de la arquitectura, y más en concreto, de la arquitectura religiosa.
La cueva será su transcripción física, y generará lo que podríamos denominar
un espacio sagrado centrípeto: cerrado, protegido, estereotómico, con acceso
restringido sólo para los iniciados que cumplan con determinados ritos, se
purifiquen y abjuren de cualquier otra religión.
25. Pero toda vida requiere un elemento fecundado y otro fecundante. Por eso,
además del útero femenino, el falo masculino, entendido como potencialidad,
ha sido desde el comienzo un elemento sagrado. El falo activa la vida, y por
eso, todas las religiones han considerado que su manipulación indiscriminada
es una violación de ese poder, una trivialización. Y por ello, la otra forma de
arquitectura sagrada primordial es el menhir (o el totem).
Un menhir o un totem no son otra cosa que un falo cósmico, que hincándose
en la madre tierra, la fecunda. A través de ellos viene la vida, llegan las
bendiciones del cielo. El menhir mira al cielo, eleva nuestra mirada, tiene
poder. El totem se adorna, se labra, se esculpe, para que los dioses,
complaciéndose en él, derramen su fuerza sobre nuestra tierra. Aquí nace el
arte, el arte sacro.
Pero también nace otro tipo de espacio: el espacio que se genera alrededor de
este axis mundi, de este eje cósmico: el espacio centrífugo. Un espacio abierto
que no está determinado por muros, un espacio que es energía, que no es
estereotómico, y que tiene su origen en una pieza tectónica.
28. Con el paso del tiempo, este menhir irá derivando hacia el altar, de tal manera
que poco a poco el eje físico deviene en eje virtual, intencional. Encima del
altar se empezarán a ofrecer sacrificios. Lo mejor de las cosechas o de los
ganados se sacrificará —se quemará, se reducirá a cenizas— en un holocausto.
Lo mejor se reserva para los dioses; a los dioses no se les puede ofrecer nada
defectuoso, porque en caso contrario no nos darán sus bendiciones. Ese
comercio entre los hombres y los dioses es lo propio de la religión. Y alrededor
de esta relación bidireccional surgirán los ritos, ya que toda actividad que se
refiera a los dioses ha de estar minuciosamente preparada, y por lo tanto
reglada, y no podría dejarse en absoluto a la improvisación.
El culto, el rito, el arte sacro, han de ser actividades muy controladas, y las
personas que se dedican a ello se dedicarán a ello en exclusiva. Serán personas
perfectas —elegidas, purificadas, desvinculadas de todo lo cotidiano, como los
trabajos manuales, la transmisión de la vida, etc.— y mantenidas por la
comunidad: son los sacerdotes.
El sacerdote tiene una misión cósmica: unir a la comunidad con los dioses. Es
una persona sagrada. Tocar a un sacerdote —hacerle daño, físico o moral—
acarrea la maldición.
29. Monasterio de Santa María John Pawson, Novy Dvur (República Checa), 1999/2004. Rito de consagración del altar
30. Decíamos que hay espacios sagrados y tiempos sagrados.
Los primeros seres humanos observaron el movimiento del sol y de la luna,
formando días (ciclo terrestre), meses (ciclo lunar) y años (ciclo solar). Son
ciclos misteriosos. ¿A dónde se va el sol por la noche? ¿Y la luna durante el
día? ¿Por qué los días son más cortos en invierno y hace más frío? ¿Por qué
todo vuelve a florecer en primavera?
Hoy conocemos que la forma de la tierra, la estructura del sistema solar y las
órbitas de los planetas. Pero seguimos fascinándonos ante un amanecer o
ante una puesta de sol: son momentos especialmente adecuados para meditar,
para rezar o para otras cosas importantes (las ejecuciones, por ejemplo, siempre
se realizan al amanecer).
31.
32. La journée solaire de 24 heures (La jornada solar de 24 horas) Le Corbusier, 1942
33. Conocemos que durante el ciclo anual existen momentos de inflexión. En los
equinoccios de primavera y otoño, los días tienen la misma longitud que las
noches; en el solsticio de verano se dan los días más largos, y en el de invierno,
los más cortos. Y casi todas las culturas celebran esos momentos.
Por ejemplo, el equinoccio de primavera coincide con la fiesta de la siembra, y
el de otoño, con la cosecha. El solsticio de verano es la fiesta de la fecundidad,
y el de invierno, la del sol victorioso, del triunfo de la luz sobre la oscuridad.
Estos días de fiesta son días sagrados. Hay que dedicarlos completamente a los
dioses. Hay que prepararlos purificándose, ejecutar determinados ritos,
conseguir que la comunidad esté toda presente, hacer más fuertes los vínculos
sociales, etc.; es algo necesario. Por eso no se trabaja, sólo se festeja.
El cristianismo también celebra estas fechas: Pascua de Resurrección,
Témporas, San Juan Bautista y la Natividad del Señor, respectivamente. Es el
momento de la alegría, la alegría de estar todos juntos, de comprender la
estructura del mundo y de celebrar nuestra correcta inserción en esa estructura
cósmica, global.
34. El año solar con sus inflexiones (dibujo de Esteban Fernández-Cobián)
35. Otro tiempo natural es el mes. El mes coincide con el ciclo de la luna. La luna
(y en general, todos los astros, como se puede ver con los horóscopos y los
signos del zodíaco) influye en la naturaleza y en las personas. Y así como el
ciclo solar marca claramente la fecundidad de las cosechas, de la naturaleza, el
ciclo lunar marca de una manera misteriosa, el ritmo de la vida humana, y en
concreto, la fecundidad de la mujer. Pero hay pocas religiones lunares.
El cristianismo —que es la que a nosotros más nos interesa en estos momentos
— es una religión solar. Para los cristianos, Cristo se identifica con el sol,
pués Él alumbra al mundo y le da vida: es la alegría del mundo.
37. The Weather Project (El proyecto del clima)
Olafur Eliasson, The Tate Modern, 2003
38. Finalmente, la tradición judeocristiana está marcada por otra división adicional:
la semana, el ciclo regular de siete días que se establece en el libro del Génesis
cuando se narra el relato de la creación de mundo. Dios trabaja durante seis
días y el séptimo descansa. Ese día de descanso es un día sagrado.
Si el hombre quiere religarse con Dios, ha de imitarle, trabajando seis días de la
semana y respetando ese día de fiesta semanal. Los judíos lo llaman sabbah,
sábado. Pero después de que Cristo resucitase el primer día de la semana, los
cristianos trasladarán ese día sagrado al primero, denominándolo domingo, día
del Señor.
El domingo es el día del Señor, el día de la comunidad, el día de la familia, el
día de la naturaleza y el día de nuestro propio descanso (cf. la bellísima carta de
Juan Pablo II «Dies Domini», 1998).
40. Lo sagrado está inscrito a fuego en nuestra naturaleza. Tiempos y espacios
sagrados interactúan con nuestro propio cuerpo y con nuestro espíritu de
manera compleja y misteriosa.
La religión es la administración de lo sacro, y el espacio sagrado —ese que
nosotros deberemos proyectar o en el cual deberemos intervenir— es un gran
receptor, una antena, un transistor que deberá hacer sensible lo que
nosotros no podemos percibir, poniéndonos en contacto con los ciclos de la
naturaleza y dejando que a través de ese contacto —natural, sencillo, evidente
si lo sabemos ver con sencillez— entremos en comunicación vital con el todo.
41.
42. Capilla de San Nicolás de Flüe (Bruder Klaus) Peter Zumthor, Mechernich (Alemania), 2007