2. Carlos Alberto Valle Lazo dejó a su esposa Belkis a sus hijos Diego y Esteven en casa,
salió para buscar un porvenir más prometedor, fue asesinado, dejando a su familia un
vacío y un corazón roto. Joel Muñoz, uno de tantos polleros dijo haber llevado a José
Geovanny Hernández a Texas, no lo hizo, pero aun así cobró por sus servicios,
después, buscó al padre de Joel, don Luis Alfonso, quién pagó dos mil dólares para
liberarlo de un secuestro, jamás lo volvió a ver. Luis Alberto Portillo Cameros tenía 26
años, para mantener a los suyos trabajaba de soldador en una finca de bananos; su
sueldo no era suficiente, así que partió en busca del sueño americano fue asesinado y
su cuerpo regresó a casa ciento veintiún días después de su muerte. En Tamaulipas,
fueron encontrados los cuerpos de Efraín, Richard y Mayra los localizaron junto a
otros sesenta y nueve. A Mayra, que sólo tenía 25 años la esperaban, sus dos hijos. José
Salomón fue asesinado en Tapachula, Chiapas mientras viajaba al otro lado, antes fue
torturado. La abuela de Yeimi identificó el cadáver de su nieta de 15 años en televi-
sión, ella había ido a Nueva York en busca de su madre.
Todos ellos iban en busca de una vida mejor, todos eran caminantes huyendo de la
miseria y buscando el destino, todos querían un mejor futuro para sus hijos, un mejor
retiro para sus padres; querían paz, tranquilidad, sentirse vivos y no esclavos de la
pobreza, de la tristeza de querer y no poder, todos ellos eran parte de los miles de
migrantes que se juegan la vida para llegar al otro lado del Río Bravo, ninguno era
mexicano. Carlos y Joel de Honduras, Luis Alberto, Efraín, Richard y Mayra de Gua-
temala, José Salomón y Yeimi de El Salvador. No importa dónde hayan nacido,
porque todos son seres humanos que al igual que nuestros paisanos que cruzan el río
Bravo dejaron esposas, padres, hijos, hermanos, amigos, anhelos; dejaron pedazos
de amor y esperanza en cada persona que los ve pasar, que los ve partir. No importa
de dónde hayan venido porque también son nuestros hermanos, porque también
son nuestros muertos.
¿Y qué estamos haciendo nosotros para detener estos abusos? nada, porque somos lo
suficientemente ojetes para ignorar a los migrantes que recorren nuestro país. Porque
pedimos lo que no somos capaces de dar. Porque todos los días hablamos de lo que
significa ser un mojado mexicano, de jugársela al día, de vivir siendo tratado como
menos que un humano para poder mandar algo a los suyos, para poder llenar los
pozos que las carencias cavaron y al mismo tiempo, ignoramos a los que van tras del
mismo sueño, a los que viajan a una distancia más grande, a los que cruzan más fron-
teras, a los que mueren en esta tierra, nuestra tierra.
Los migrantes del sur son las víctimas que a nadie le importan. Nuestras víctimas. Si
de por sí en este país bárbaro ya nos acostumbramos a hablar de los miles de muertos
sin sentir el dolor de sus familias, si de por sí se nos hizo la piel gruesa y aceptamos las
desapariciones como una cosa normal ¿Qué más nos dan los que desaparecen, son
torturados o asesinados sin que nadie los reclame dentro de esta tierra? ¿Qué más nos
3. da ver caer a esos que ni compatriotas son? No le importan a nadie, nadie los protege,
nadie los busca, nadie les hace justicia; nadie les ayuda porque ellos no le dejan nada
a nadie en este país.
Esperar que un partido político abandere la causa de los migrantes es una ilusión
ingenua ¿Por qué habrían de desgastar sus agendas en personas que no van a votar
por ellos? ¿Por qué se habrían de preocuparse por proteger a quienes no les van a dar
nada a cambio? Entonces ¿Qué clase de suerte les espera en el país de muertos, en el
país de los hijos desaparecidos, de la impunidad en su máxima expresión y la
corrupción en la que vivimos? ¿Quién los va a defender de los narcotraficantes? ¿Del
gobierno en el que no se puede distinguir si es parte o no del crimen? ¿La sociedad
que cada día venda más sus ojos ante una realidad que hoy ya no se encuentra en sus
manos? ¿Los hijos desprendidos de una patria que ya no les pertenece? ¿Quiénes?
Desde que Felipe Calderón le declaró la guerra al narcotráfico para disfrazarse como
héroe nacional, en México no ha dejado de correr sangre, sangre de todos, de todas
partes. Esa guerra insensata abarató la muerte, la hizo parte de nuestra cotidianidad, dio
a madres noches en vela, negó a los niños la posibilidad de futuro, llenó las cárceles de
inocentes cegados por la ambición, filtró la violencia a todos los rincones del país, disparó
las balas, hizo correr la sangre por las calles vacías que hoy proclaman la ausencia del
cuerpo. Los migrantes son una víctima más de esta política de vísceras. Los migrantes
son una víctima más de éste contexto fundido, de ésta situación oscura. Y al final, con la
situación frente a nosotros, con los responsables y nuestra complicidad, no puedo más
que estar de acuerdo con José Saramago cuando decía que sabremos cada vez menos qué es un
ser humano. La muestra la damos siempre, cuando abandonamos, cuando nos volvemos
sordos y ciegos ante quienes nos necesitan, pero hay actos de humanidad que trascienden
y marcan vidas acciones heroicas que no buscan figurar en los tabloides ni aparecer en
los noticieros. Personajes que se abandonan para no abandonar a sus hermanos.
Llegar todos los días sin más herramientas que una camioneta a vigilar los operativos
policiacos, para evitar que estos extorsionen y secuestren a los migrantes, con todos
los riesgos que representa, es sin duda, uno de esos actos. Documentar todos los
abusos y acompañar a las víctimas a levantar denuncias es otro, darles de comer
cuando uno mismo a veces no probará bocado, soportar amenazas de muerte de
capos, gobernadores y policías y seguir luchando; es digno del más valiente. Que te
investiguen, te apresen y te llamen “pollero” cuando lo único que haces es procurarles
el bien a los hermanos en el camino y seguir en la lucha: es la prueba más dura del
valor y el amor humano.
Que todo esto provenga de un solo corazón habla de un ser humano excepcional y
hoy tengo el honor de hablarle a él y tenerlo en compañía. El dueño de ese espíritu,
de esa fuerza inmensa se llama Alejandro Solalinde, Janillo como lo llaman sus seres
4. queridos fundó hace cinco años el albergue Hermanos en el Camino. Un albergue
que tiene de vecino las huellas de “La Bestia”, ese tren que representa una oportuni-
dad de salir de un terreno hostil. Solalinde no sólo les da techo y alimento a quienes
tienen el coraje de perseguir un sueño, les da el amor que él mismo ha encontrado en
su fe, a quién se encuentra en la cara de todos los que llegan a su albergue. Reproduce
la solidaridad da lo que otros no dan, sufre lo que muchos migrantes padecen. Para
Alejandro Solalinde nada es más importante que el amor al prójimo. Es capaz de
cederlo todo para compartir todo lo que recibió. Es capaz de cederlo todo, porque
decidió que esa era su misión y porque sus hermanos del camino lo necesitan.
La historia difícilmente da las dimensiones debidas a estos hombres valiosos, porque
las páginas de los libros las ocupan los políticos corruptos y sus escándalos, los movi-
mientos guerrilleros y los pactos económicos. No ciudadanos con el corazón abierto
como Solalinde, no ciudadanos con las manos abiertas a los otros, no ciudadanos que
día con día tapan y siguen tapando ese pozo del abismo que las circunstancias y las
malas rachas sociales se empeñan en seguir cavando. Por eso es importante que él esté
aquí hoy, para darle el lugar que se merece. Para reconocerle por ser capaz de arries-
gar su vida para hacer lo que nadie más ha querido hacer. Por llenar el hueco que la
ineptitud y la corrupción del gobierno no han llenado, el mismo hueco que nuestra
indiferencia hace cada vez más grande. Por qué Solalinde lo ha dado todo y ¿que ha
recibido? vivir amenazado de muerte por los Zetas, vivir amenazado de muerte por
los políticos, vivir amenazado de muerte por los maras, vivir custodiado, vivir
marginalmente, vivir a respiración cortada, vivir procurando salir al día, llegar al
otro día. Aun así, él acepta todo y sigue luchando y sigue en un movimiento incesante,
sin miedo y sin ambiciones.
No se vanagloria como muchos de los intelectuales de nuestro país al recibir premio
tras premio, porque sabe que los premios no cambian territorios, sino que usa el reco-
nocimiento que ha ganado para luchar con más armas, con más aliados, para
abrirnos los ojos y mostrarnos que todos los migrantes importan. Alejandro, permíta-
me llamarlo Janillo porque aquí, en la Universidad también lo queremos. Janillo,
nosotros somos un aliado más en su lucha, una mano más de entre muchas otras,
porque es mi lucha, es nuestra lucha. Por qué los que están en el camino son nuestros
hermanos; porque los que mueren en el camino son nuestros muertos; porque el
sueño de un futuro mejor también es nuestro sueño.
Cuente de ahora en adelante con nosotros, porque nosotros contamos con usted para
seguir en esta lucha. Contamos con usted por su valor, por su bondad, por su persona.
Contamos con usted y le reconocemos porque lo da sin recibir, por sus noches largas
y sus días robados, por ser náufrago hasta en su propia tierra, por abrirse a la necesi-
dad y actuar frente ella. Le reconocemos hoy sobre todo por su inmenso corazón, un
corazón que deberíamos tener todos; un Corazón de León.