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Dieta cetogénica contra el cáncer (I). Resumen y prejuicios derribados 
Serie dedicada a la Dieta cetogénica contra el cáncer. Suscríbete para recibir información de nuevos artículos 
Para aquellos que (generalmente con razón) leen este tipo de titulares con escepticismo, vaya por delante que en el momento 
en que escribo estas líneas -marzo del 2013- ya se están emprendiendo ensayos clínicos para probar la eficacia de la 
dieta cetogénica contra el cáncer, en centros como el Albert Einstein de Nueva York y ya se ha completado una primera 
fase en el hospital de Würtzburg, en Alemania. 
Además, numerosos oncólogos y bioquímicos, que saben que el cáncer es una enfermedad metabólica, han presentado 
estudios que demuestran los beneficios de la dieta cetogénica contra el cáncer, si bien no pertenecen a la corriente 
mayoritaria oficial, empecinada en que el cáncer procede de miles de mutaciones genéticas diferentes, lo que conllevará a 
crear miles de fármacos al respecto, tan poco efectivos y tóxicos como son los actuales. 
En este post resumiré los aspectos principales de la dieta cetogénica y explicaré el camino de descubrimiento que me 
permitió derribar mis iniciales prejuicios contra ella. 
¿En qué consiste la dieta cetogénica? 
La dieta cetogénica consiste en limitar el consumo de carbohidratos hasta niveles muy bajos y aumentar el de las 
grasas, manteniendo niveles adecuados de proteínas. 
Los alimentos de alto índice glucémico y alto contenido en carbohidratos (pan, pastas, arroz, patatas, azúcar, todo tipo de 
galletas y productos refinados, incluso legumbres) se sustituyen por verduras, setas y alguna fruta. 
Se persigue con ello que el cuerpo deje de emplear la glucosa como principal fuente de energía y metabolice la grasa. 
La glucosa procede de los hidratos de carbono consumidos y de una parte de las proteínas consumidas en exceso. Los 
cuerpos cetónicos proceden de las grasas. 
Durante el metabolismo de los ácidos grasos se producen cuerpos cetónicos que el organismo utiliza como ‘combustible’ en 
un estado metabólico llamado cetosis. 
La cetosis es el estado típico del hambre y el ayuno, donde el cuerpo usa sus reservas de grasa para sobrevivir. Es, en 
realidad, el estado normal del hombre, al que ha estado sometido durante los dos millones de años de evolución previos al 
descubrimiento de la agricultura, aquél para el cual nuestros genes se han adaptado y, por tanto, el más natural. 
La dieta cetogénica imita los efectos bioquímicos del ayuno pero sin necesidad de pasar hambre. 
En siguientes artículos hablaré de los alimentos más adecuados y de las proporciones adecuadas de cada macronutriente si 
queremos aplicar la dieta cetogénica contra el cáncer. 
Resumen de efectos beneficiosos de la dieta cetogénica contra el cáncer 
La base de la dieta cetogénica contra el cáncer es conseguir niveles muy bajos de glucosa en el organismo. 
El cuerpo puede funcionar de manera saludable usando en gran parte los cuerpos cetónicos y los ácidos grasos como 
combustible, y la presencia de éstos permite que los niveles de glucosa puedan estar incluso por debajo de lo que se 
consideraría hipoglucemia en dietas normales, sin perjuicio alguno para el cuerpo sano. 
Las células tumorales necesitan metabolizar grandes cantidades de glucosa para vivir, y no pueden funcionar con 
cuerpos cetónicos ni ácidos grasos (de hecho estos son tóxicos para ellas), en virtud del efecto Warburg, que expliqué en 
otro artículo. Es decir, la dieta cetogénica tiene como objetivo privar de su alimento a las células tumorales y que se vean 
imposibilitadas para crecer a gran velocidad. 
En siguientes artículos explicaré más a fondo todos los beneficios de la dieta cetogénica contra el cáncer, pero también contra 
otras enfermedades crónicas y también para mantener niveles sanguíneos saludables en cualquier persona sana. 
Mi camino de descubrimiento de la dieta cetogénica contra el cáncer. Los prejuicios derribados. 
La primera vez que escuché referencias a la dieta cetogénica contra el cáncer fue en 2008. Encontré el reporte del caso de dos 
niños, enfermos de glioma cerebral maligno, cuya dolencia progresaba pese a haber sido tratados con todas las medidas
disponibles en el arsenal convencional, y que por ello estaban desahuciados y se esperaba un desenlace trágico en un breve 
plazo. 
Se decidió entonces aplicarles una dieta cetogénica y contuvieron la enfermedad durante mucho más tiempo del 
previsto. Uno de ellos aún seguía vivo varios años después. 
Tomé esa noticia con todas las precauciones que merece un universo muestral tan pequeño, pero guardé la referencia porque, 
aun siendo dos únicos casos, todos los oncólogos saben a qué se enfrentan cuando se habla de un glioma maligno y también 
saben lo poco que las caras y tóxicas medidas oficiales pueden hacer contra esta enfermedad. 
Unos pocos casos que viven mucho más de lo esperado ya constituyen una singularidad que debería invitar, al menos, 
a reflexionar acerca de las posibles causas. Este tipo de observaciones son las que permiten construir hipótesis que la 
ciencia se encarga de poner a prueba y ya se sabe que las hipótesis no matan a nadie. Son los prejuicios y la ausencia de 
hipótesis los que lo hacen. 
La dieta cetogénica pasó a formar parte de las posibles medidas que aplicar en la enfermedad de mi mujer, aunque sólo en 
caso de llegar a un punto en que no hubiera más remedio porque, por entonces, aún creía que este tipo de dietas serían muy 
peligrosas de ser aplicadas durante largos períodos de tiempo, tal y como nos avisaban los medios de comunicación y 
numerosas webs. 
A fin de cuentas, la dieta cetogénica se basa en conceptos que contradicen de raíz la actual pirámide “ideal” de los alimentos 
y por entonces yo aún confiaba en que un comité de expertos se comportase como tal y asumiera su trabajo con vistas a 
asegurar únicamente el bien común, sin agendas económicas ocultas. 
La dieta cetogénica contra la epilepsia 
Poco tiempo después accedí a un informe que hablaba acerca de la dieta cetogénica en el tratamiento de las epilepsias 
infantiles refractarias a los fármacos y que se venían aplicando, oficialmente y con éxito, desde hacía décadas. 
El informe concluía que la dieta era bien tolerada y que, sobre todo en adolescentes que ya habían pasado la etapa de 
crecimiento, podía ser aplicada durante largos períodos de tiempo sin ningún problema, como revelaban los análisis 
sanguíneos de los pacientes, que se mantenían en un estado de salud excelente. 
Por primera vez, un método natural y no tóxico, una dieta, una “simple” dieta cetogénica, era reconocida por el 
estamento médico como un arma que podía superar al arsenal farmacológico a la hora de manejar una dolencia. 
La dieta cetogénica controlaba las crisis, además, de manera muy efectiva: en la mayoría de los casos, las crisis epilépticas 
disminuían extraordinariamente en frecuencia y magnitud al aplicar la dieta cetogénica, cuando no desaparecían por 
completo. 
La dieta cetogénica parecía contradecir el paradigma nutricional oficial y además parecía ser útil contra dos 
enfermedades crónicas tan “diferentes”. 
El hecho me sorprendió, pero no demasiado, porque ya por entonces comenzaba a apoyar la teoría de que todas las 
enfermedades crónicas están relacionadas y que lo que actúa contra una lo hace contra todas, que es tanto como decir que 
existe una manera ideal de tratar la mayoría de enfermedades crónicas al situarnos en una especie de “zona bioquímica de 
salud”, donde los procesos principales que rigen la enfermedad (consumo de energía, hormonas, inflamación, sistema 
inmune), están equilibrados. 
Por supuesto no estoy tan loco como para no saber que esta idea es una mera hipótesis pero, eso sí, una hipótesis plausible 
que merecería la pena someter a prueba debido a las abundantes evidencias preliminares que la sustentan. 
A partir de un determinado momento comencé a encontrar periódicamente cada vez más referencias de casos de enfermos 
de cáncer que se habían beneficiado en mayor o menor medida de una dieta cetogénica, incluso había casos que habían 
alcanzado una remisión completa por largos períodos de tiempo, a pesar del avanzado estado de su enfermedad. 
Los esquimales y la dieta cetogénica 
La epidemiología de ciertas poblaciones con modos de vida ancestrales también llamaba poderosamente la atención. En 
concreto era destacable el caso de los inuit.
Su dieta se basaba, a veces en más de un 80%, en el consumo de grasas de origen animal. El resto eran proteínas y sólo 
consumían un 2% de hidratos de carbono durante el verano, cuando podían acceder a algunas bayas, algas y raíces. 
La dieta cetogénica de la población esquimal era extrema pero mantenían bajas tasas de obesidad, estaban libres de 
diabetes o enfermedades cardiovasculares y tenían bajísimas tasas de cáncer. 
Evitaban la deficiencia de vitamina C comiendo algo de carne cruda, y en su dieta abundaban las fuentes de vitamina D y de 
ácidos grasos omega 3. 
El libro Cancer: disease of civilization?, escrito en 1960 por el explorador islandés Vilhjalmur Stefansson, que convivió 
durante años (desde 1908 hasta 1912) con la población esquimal, ponía el dedo en la llaga, con datos empíricos, en el 
hecho de que el cáncer era una enfermedad metabólica y aseguraba que la dieta más adecuada se basaba en una baja 
cantidad de hidratos de carbono no refinados. 
Cuanto más continuaba yo investigando, encontraba más casos que se habían beneficiado de una dieta cetogénica y, lo que 
era más importante, su mecanismo de acción era perfectamente coherente con lo que la ciencia básica descubría acerca del 
metabolismo tumoral. 
Había todo un mundo por descubrir y multitud de prejuicios que desterrar: la ciencia era clara y contradecía al marketing 
y a los periodistas voceros del poder corporativo. 
En siguientes artículos continuaré explicando el mecanismo de acción de la dieta cetogénica contra el cáncer, las pruebas 
científicas que certifican sus beneficios y el porqué de la manipulación a que nos vemos sometidos por los medios de 
comunicación de masas para inducir un rechazo generalizado, basado en cuestiones económicas, de la dieta cetogénica y sus 
efectos terapéuticos. 
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Publicado en abr 8, 2013 in Alimentación contra el cáncer, Contra el cáncer | 13 comentarios 
Dieta cetogénica contra el cáncer (II). Los combustibles del cuerpo sano y los dos estados metabólicos. 
Serie dedicada a la Dieta cetogénica contra el cáncer. Suscríbete para recibir información de nuevos artículos 
La oncología oficial (espoleada por la Industria Farmacéutica) se empecina en encontrar cientos de fármacos que cubran 
todas las posibles combinaciones de genes mutados que (dicen) están involucrados en las 200 enfermedades que (dicen) es el 
cáncer, mediante ataques frontales, caros y muy tóxicos. 
Por contra, otros bioquímicos y oncólogos que defienden un paradigma diferente del cáncer, entendido como 
enfermedad metabólica, proponen atacar al enemigo de otra manera, menos directa pero más universal; menos tóxica y, 
desde mi punto de vista, mucho más inteligente: haciéndole pasar hambre mediante una dieta cetogénica y otras medidas que 
comentaremos en otros artículos. 
Es decir, se intenta convertir el cuerpo, que el cáncer pretende conquistar, en un terreno inhóspito para él. 
Comprender las particularidades metabólicas de nuestro enemigo, aquellas que lo diferencian de las del cuerpo sano, nos 
permitirá usar con mayor efectividad dicho conocimiento contra él y entenderemos porqué es una buena medida terapéutica 
adoptar una dieta cetogénica contra el cáncer. 
En este artículo explicaremos los dos estados metabólicos del cuerpo sano y en el siguiente los compararemos con el 
estado metabólico propicio para el cáncer. 
Los combustibles metabólicos de las células sanas. Un breve resumen. 
Las células del organismo pueden usar varios tipos de combustibles metabólicos, bien directamente, bien tras un proceso 
previo, o bien como resultado de un ‘reciclaje’ de productos de desecho: glucosa, aminoácidos, ácidos grasos libres, 
triglicéridos, cuerpos cetónicos, alcohol, lactato, glicerol… pero los dos principales combustibles metabólicos son la 
glucosa y los ácidos grasos.
La glucosa se puede obtener directamente de los hidratos de carbono ingeridos, cuya parte no consistente en fibra se 
transforma casi al 100% en glucosa; también puede proceder, durante períodos de ayuno o durante un ejercicio físico intenso, 
de los depósitos corporales de glucógeno almacenados en músculos e hígado. 
Indirectamente, la glucosa puede sintetizarse mediante un proceso llamado gluconeogénesis (que tiene lugar 
mayoritariamente en el hígado), por la degradación, entre otras moléculas, de aminoácidos glucogénicos y ácidos grasos. 
Algo más de la mitad de las proteínas sobrantes de la dieta pueden llegar a transformarse en glucosa mediante ese proceso, 
mientras que sólo puede realizar esa transformación un 10% de los ácidos grasos, la parte correspondiente al glicerol. 
Los ácidos grasos pueden también ser usados directamente como combustible por las células sanas, más tarde veremos en 
cuáles y en qué condiciones. 
Una parte de esos ácidos grasos pueden ser convertidos por el hígado en cuerpos cetónicos, que se utilizarán preferentemente 
para nutrir al cerebro cuando se alcanza el estado de cetosis, tras el período de adaptación inicial de una dieta cetogénica. 
Profundizaremos más tarde en estos conceptos. 
Los dos estados metabólicos 
Como hemos dicho, pese a que el organismo puede emplear una amplia variedad de combustibles, son sólo dos los 
principales. Cada uno representa un determinado estado metabólico y uno de ellos se alcanzará tras aplicar una dieta 
cetogénica. 
Estado 1. Glucosa: el metabolismo ‘de emergencia’ convertido en habitual 
La glucosa es un combustible “de emergencia”. Cuando ingerimos hidratos de carbono, las enzimas digestivas transforman 
los diferentes azúcares en glucosa. 
Cuando el nivel de glucosa en sangre se eleva, el páncreas segrega cantidades proporcionales de insulina con el fin de 
distribuirla: una parte se emplea para proporcionar energía inmediata a las células, otra se transforma en glucógeno para 
rellenar los pequeños depósitos de músculos e hígado y el sobrante se almacena en el tejido adiposo, bien directamente o bien 
previo paso por el hígado, que producirá triglicéridos (de ahí que el nivel de triglicéridos dependa sobre todo de los hidratos 
de carbono ingeridos, no de las grasas). 
Cuando hay glucosa suficiente, es el combustible preferido por el organismo. Éste interpreta que se encuentra ante 
una situación de abundancia excepcional y pone en marcha una serie de procesos destinados a almacenar la energía 
que “cree” que necesitará más adelante, cuando vengan épocas duras. Los niveles de insulina se elevan, se almacena grasa 
a partir de la glucosa sobrante y, a la vez, la insulina también impide que dicha grasa se use como energía. 
Nuestros genes han sido labrados en épocas donde estos picos de glucosa eran excepcionales, y sólo ocurrían, como 
mucho, unas pocas semanas al año. Por ello, el cuerpo “dice”: atención, esta abundancia no volverá a suceder en bastante 
tiempo, dejemos de usar reservas de grasa que nos serán muy valiosas el resto del año, consumamos esta energía rápida que 
nos permitirá sobrevivir un día más y aumentemos el panel adiposo para cuando vengan épocas duras. 
Los depósitos de grasa de un hombre medio podrían mantenerle con vida durante muchas semanas. Por contra, el total de 
depósitos de hidratos de carbono del cuerpo se agotaría en poco más de un día o dos. 
La insulina es anabólica y promueve la creación de hormonas eicosanoides inflamatorias, pero es un precio bajo a pagar a 
corto plazo, puesto que en otras épocas su presencia era puntual. 
El problema es que la alimentación moderna, tan alejada de una dieta cetogénica, está llena, a diario, de situaciones antes 
poco frecuentes: una pirámide alimenticia con casi un 70% de carbohidratos llenos de energía, que nos cubren de 
glucosa todos los días del año y hacen que lo que en otras épocas era excepcional ahora sea habitual. 
Y a esa excepcionalidad convertida en habitual aún no se han ‘acostumbrado’ nuestros genes y nuestra fisiología, tallada 
durante millones de años en la escasez y el alimento poco denso en energía. 
Nuestra época, especialista en crear bombas de alimento, densas en calorías y glucosa, nos hace permanecer todo el año en 
un estado de glucosa e insulina altas, con la inflamación que ello conlleva. Un estado antinatural, si por antinatural 
entendemos aquello que perjudica a nuestro organismo, por no ser a lo que está acostumbrado.
Podríamos trazar una ruta explicativa de todas las enfermedades crónicas partiendo de los altos niveles crónicos de 
glucosa e insulina y su relación con la inflamación, algo que haremos en otros artículos. En estos nos enfocaremos en su 
participación en el cáncer. 
Estado 2. Grasas: el metabolismo favorable a nuestra fisiología convertido en excepcional 
Cuando el nivel de glucosa en sangre desciende, como durante el ayuno o durante una dieta cetogénica, nuestro cuerpo 
cambia a otro estado metabólico: la insulina también disminuye y se eleva la hormona que la complementa y es su 
reverso, el glucagón, producida igualmente en el páncreas. También se segregan en mayor cantidad catecolaminas 
(epinefrina y norepinefrina), cuyo mecanismo de acción es similar al del Glucagón con respecto al metabolismo. 
Estas hormonas hacen que se liberen las reservas de glucógeno y, cuando éstas se agotan en parte, ponen en marcha el 
mecanismo de liberación de grasas. 
La insulina representa al estado metabólico de la glucosa. El glucagón representa el de las grasas y ambas hormonas 
son los extremos de un eje: cuando la insulina es alta, el glucagón es bajo y predomina el metabolismo de la glucosa. Cuando 
la insulina baja, sube el glucagón y predomina el metabolismo de las grasas. 
Siguiendo con el lenguaje simbólico, durante milenios el glucagón fue nuestro mejor representante, presente durante casi 
todo el año debido a una alimentación muy similar a la dieta cetogénica, haciendo que el organismo viviera durante los 
períodos de escasez, los más frecuentes, de las reservas de grasa acumuladas en períodos de abundancia, los más escasos, 
durante los cuales la insulina aumentaba. 
En nuestros días, el glucagón ha sido “arrinconado” por la insulina, valiosísima en períodos cortos, nefasta cuando 
sus niveles están crónicamente elevados. 
La relación se ha invertido: la hormona del corto plazo lo es ahora del largo plazo, y viceversa. Cada hormona “representa un 
estado” para el cual “no está preparada”. 
Comparación de ambos sistemas metabólicos 
Dicho de manera sencilla, el cuerpo tiene dos sistemas preferentes de uso de energía, que funcionan casi en forma de 
interruptor. Aunque siempre existe una convivencia de ambos tipos de combustibles, el organismo salta a uno u otro 
dependiendo de las condiciones externas de acceso a nutrientes. 
El ejemplo más extremo de metabolismo “basado en la glucosa” lo constituye la dieta de la civilización occidental. El más 
extremo de metabolismo “basado en la grasa” lo constituye la dieta cetogénica. 
Cuando la cantidad de glucosa sobrepasa determinado nivel, la cetosis no es posible debido a que la insulina corta la 
posibilidad de acceder a las grasas como combustible. En ese estado, casi todo el cuerpo utiliza la glucosa como principal 
fuente de energía, a excepción del corazón, que usa con preferencia ácidos grasos (aunque también puede metabolizar 
glucosa, lactato o cuerpos cetónicos). En el siguiente artículo de esta serie, dedicada a la dieta cetogénica contra el cáncer, 
reflexionaremos acerca de las implicaciones de esta particularidad. 
Cuando la glucosa e insulina descienden durante la aplicación de la dieta cetogénica contra el cáncer, el glucagón aumenta, 
vacía los depósitos de glucógeno y permite acceder a los ácidos grasos como combustible. 
Durante el tiempo de adaptación a la dieta cetogénica, el hígado produce también cuerpos cetónicos a partir de los ácidos 
grasos. 
A lo largo de las, aproximadamente, 3 semanas que dura la adaptación completa a la dieta cetogénica contra el cáncer, el 
cuerpo utiliza ácidos grasos y cuerpos cetónicos como combustible metabólico, pero cada día menos de estos últimos, que 
son reservados cada vez en mayor cantidad para su utilización por el cerebro. 
Ello es debido a que el cerebro no puede usar ácidos grasos como combustible: son moléculas grandes que no pueden 
atravesar la barrera hematoencefálica. Los cuerpos cetónicos sí la atraviesan, y conforme pasan los días el cerebro requiere 
más cuerpos cetónicos para sustituir a una glucosa cada vez más escasa, así que son reservados para que sea el cerebro quien 
los use como combustible metabólico durante la dieta cetogénica contra el cáncer. 
Al final del período de adaptación a la dieta cetogénica, casi todo el cuerpo funciona con ácidos grasos, mientras que 
el cerebro cubre entre un 60 y un 75% de sus demandas de energía con cuerpos cetónicos, y el restante 25 a 40% 
continúa necesitando de la glucosa.
Algunos otros sistemas celulares siguen usando también exclusivamente la glucosa, como los eritrocitos. 
Otros órganos, como el intestino delgado, prefieren metabolizar aminoácidos como la glutamina. 
Al final, tras el período de adaptación completa a la dieta cetogénica contra el cáncer, el cuerpo en cetosis profunda pasa a 
depender en, aproximadamente, un 95%, de los ácidos grasos y los cuerpos cetónicos para sus necesidades 
metabólicas, y la glucosa se usa para atender sólo el 5% restante. 
La relación de combustibles “preferidos” por los órganos en cada estado metabólico (dieta occidental “ideal” y dieta 
cetogénica) quedaría distribuida tal y como se refleja en el siguiente dibujo. 
[NOTA: hemos evitado representar el combustible correspondiente a los eritrocitos en la dieta cetogénica contra el cáncer, 
que sería la glucosa, porque los glóbulos rojos no pueden transformarse en células cancerígenas.] 
En el siguiente artículo hablaremos de los combustibles de la célula tumoral y los compararemos con los que 
acabamos de conocer de la célula sana. 
De esa manera comprenderemos el porqué de las ventajas de adoptar una dieta cetogénica contra el cáncer. 
- See more at: http://cancerintegral.com/dieta-cetogenica-contra-el-cancer-combustibles-del-cuerpo-sano-estados-metabolicos/# 
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Dieta cetogénica contra el cáncer (III). El origen y los combustibles del cáncer. Beneficios de las dietas low-carb, keto 
o paleo 
Serie dedicada a la Dieta cetogénica contra el cáncer. Suscríbete para recibir información de nuevos artículos 
En el anterior artículo explicamos los dos tipos fundamentales de metabolismo mediante los que el cuerpo obtiene energía, 
cada uno de los cuales se basa en diferentes combustibles metabólicos. 
Ahora veremos qué caracteriza el metabolismo tumoral, y comprenderemos porqué es tan buena idea adoptar una 
dieta cetogénica contra el cáncer. 
Las dos vías del metabolismo energético en la célula sana
Para obtener energía, las células usan principalmente dos sistemas metabólicos: la fosforilación oxidativa (respiración o 
metabolismo aerobio, en presencia de oxígeno) y la fosforilación a nivel de sustrato (glucólisis anaeróbica o 
fermentación, sin presencia de oxígeno) 
La primera es el principal metabolismo energético de la célula sana, su “preferido” en la mayoría de situaciones metabólicas, 
debido a que es el más eficiente de los dos y permite obtener hasta 15 veces más ATP de la glucosa. 
La fosforilación oxidativa se realiza en la mitocondria, que es la “central de energía” de todo proceso metabólico donde se 
vea involucrado el oxígeno. 
En la mitocondria se oxidan los principales combustibles metabólicos: glucosa, ácidos grasos o cuerpos cetónicos. 
El segundo sistema metabólico, la glucólisis anaeróbica, se utiliza en algunos órganos generalmente durante breves períodos 
de tiempo, durante los cuales una privación transitoria de oxígeno obliga a la célula a usar un proceso metabólico diferente. 
Sucede ocasionalmente, por ejemplo, en los músculos, durante un ejercicio intenso que agota las reservas de oxígeno. La 
glucólisis fermenta glucosa y produce ácido láctico, que en algunos órganos como el corazón puede usarse directamente, 
de nuevo, como combustible, pero que generalmente es un producto de desecho que se lleva al hígado para ser transformado 
de nuevo en glucosa y devolverla al torrente sanguíneo mediante el llamado ciclo de Cori. 
Pocos tipos de células usan permanentemente la glucólisis anaeróbica. Un ejemplo de esa excepción lo constituyen los 
eritrocitos o glóbulos rojos, que carecen de mitocondria y, por ello, sólo pueden metabolizar glucosa mediante fermentación, 
no mediante oxidación. 
La glucólisis es mucho menos eficiente que la respiración, pero es un proceso muy rápido, por tanto se considera un 
mecanismo excepcional para sortear una situación potencialmente peligrosa para la célula, cuando ésta no puede 
metabolizar energía por oxidación. 
La glucólisis es un proceso fermentativo que sucede en el citosol, fuera de la mitocondria. Los combustibles metabólicos 
que pueden ser fermentados son la glucosa y algunos aminoácidos como la glutamina, pero no que se pueden 
fermentar los ácidos grasos o los cuerpos cetónicos. 
La única vía del metabolismo energético en la célula tumoral 
Tal y como ya he explicado en este blog en varias ocasiones, las características metabólicas de todo cáncer se explican 
con gran facilidad en virtud del Efecto Warburg. Voy a sintetizar de nuevo el proceso que convierte a una célula normal 
en tumoral para explicar sus particularidades metabólicas. 
 Las mitocondrias de la célula sufren algún tipo de daño (estructural, en el ADN mitocondrial, o en su membrana 
lipídica), que les impide funcionar correctamente. 
 La mitocondria controla la apoptosis, o suicidio programado de la célula. Al perder su funcionalidad 
mitocondrial, la célula no puede ya suicidarse y se convierte en inmortal. 
 El metabolismo de la mitocondria es oxidativo, así que, independientemente de las cantidades de oxígeno 
disponibles, la célula pierde la capacidad de usar la fosforilación oxidativa de glucosa, ácidos grasos o cuerpos 
cetónicos para obtener ATP y tiene que recurrir a la fermentación de glucosa o de aminoácidos como la 
glutamina para obtener la energía. 
 En situaciones de hipoxia, cuando hay poco oxígeno disponible, en las células se sintetiza una molécula llamada 
HIF-1alfa (factor de crecimiento por hipoxia) que provoca una proliferación. Es una molécula típicamente 
presente en procesos de glucólisis. 
En células normales, pertenecientes, por ejemplo, a un órgano sometido a una isquemia, la HIF-1alfa sirve para 
incrementar la proliferación y reparar la zona dañada. 
En el caso del tumor, a pesar de haber oxígeno suficiente disponible no puede ser usado debido al daño 
mitocondrial, con lo cual se interpreta que realmente hay una hipoxia, se sintetizan altas cantidades de HIF-1alfa y 
se produce una situación muy peligrosa que a la postre conduce al cáncer: la proliferación descontrolada de 
una célula que, además, no puede suicidarse. 
 Al ser la glucólisis un proceso metabólico muy poco eficiente, la célula tumoral necesita consumir grandes 
cantidades de glucosa para mantener sus niveles de energía y su proliferación. Una glucosa muy abundante en 
el cuerpo de quien siga una dieta típica occidental.
 Para nutrir a las nuevas células tumorales que van surgiendo, el tumor debe crear nuevos vasos sanguíneos en un 
proceso conocido como angiogénesis. Dicho proceso necesita un estado inflamatorio para poder ser llevado a 
cabo. La insulina alta favorece el estado inflamatorio. 
Faltaría hablar el proceso de formación de metástasis, del que escribiré en próximos artículos, y que tampoco necesita 
de la intervención de miles de mutaciones genéticas para poder ser explicado con sencillez. 
Con ello, obtendríamos una visión aproximada pero elegante y universal de todos los cánceres. 
¿Qué podemos deducir de esos 6 puntos respecto al metabolismo tumoral? Pues que: 
La célula tumoral no puede oxidar combustibles metabólicos en la mitocondria, que está dañada, sólo puede fermentarlos en 
el citosol. Y sólo pueden ser fermentadas la glucosa y la glutamina, pero no los ácidos grasos ni los cuerpos cetónicos. 
A continuación muestro un resumen de los combustibles metabólicos de la célula sana y del cáncer, así como de las 
principales vías metabólicas de cada una. 
¿Qué implicaciones tienen estos conocimientos en la estrategia de un posible tratamiento? 
Unas implicaciones que habrán sorprendido a las personas inteligentes que hayan leído hasta aquí y que tal vez se hayan 
hecho unas preguntas muy simples. 
Mientras se las hacían, tal vez hayan pensado también: “no puede ser tan sencillo”. 
 Pregunta 1: ¿Y si cambiamos el metabolismo de la glucosa por el de las grasas? ¿Le negaríamos así al tumor la 
mayor parte de su combustible principal, la glucosa, y le haríamos pasar hambre? ¿Tal vez lo detendríamos o 
incluso lo mataríamos? 
 Pregunta 2: ¿Y si bloqueamos la fermentación de la glucosa y de la glutamina, o sea, la glucólisis y la 
glutaminólisis?, ¿Le impediríamos así acceder a su única manera de usar los combustibles que puede metabolizar y 
podríamos matarlo de hambre? 
La respuesta a las dos preguntas es SÍ. 
Y ésa es la razón por la cual en este blog lucho por que la gente vea que, de haberse investigado hace 50 años en la dirección 
correcta, de haberse usado toda la inversión desorbitada que se ha malgastado durante ese tiempo en la dirección correcta, el 
cáncer sería una enfermedad controlable desde hace muchos años. 
Y todo eso no lo digo yo, sino muchos bioquímicos y oncólogos de todo el mundo, a quienes los medios de comunicación 
no hacen entrevistas por no formar parte del statu quo oficial protegido por la Industria Farmacéutica. 
La pregunta 1 es la que intentamos contestar en esta serie de artículos acerca de la dieta cetogénica contra el cáncer: 
Si pasamos de un estado metabólico donde el cuerpo consume glucosa casi al 100% a otro, que se produce tras la aplicación 
de una dieta cetogénica, donde el metabolismo de la glucosa desciende a menos de un 5%, resulta lógico pensar que el tumor 
lo tendrá difícil para crecer y prosperar, porque no es capaz de metabolizar ácidos grasos ni cuerpos cetónicos.
La pregunta 2, la relativa a la inhibición de la glucólisis y la glutaminólisis, la contestaremos en artículos futuros, 
donde explicaremos métodos y sustancias relativamente fáciles de usar ahora mismo y dirigidas a ese fin, y también 
moléculas sintéticas no tóxicas, baratas y no patentables, que están actualmente siendo estudiadas por laboratorios de todo el 
mundo, aunque generalmente pequeños y con medios insuficientes para poner en marcha ensayos clínicos extensos. 
Lamentablemente, como explico en el porqué de este blog, nadie pagará jamás por llevar a cabo esos estudios clínicos de 
dichas moléculas, porque atentaría contra el paradigma actual del cáncer, que tantos beneficios está aportando a la industria 
farmacéutica y a los oncólogos-estrella afines a él. 
Y esa es la razón por a que a los millones de enfermos muertos se le añadirán muchos más a no ser que algo cambie, 
por la sencilla razón de que, de esta manera, se gana más dinero. 
Una verdad obscena y pútrida, que algún día será de conocimiento general. 
¿Puede el tumor alimentarse de grasas y cuerpos cetónicos? La controversia del “efecto Warburg inverso”. 
Es justo que hagamos mención del único estudio que dice lo contrario de los cientos publicados hasta ahora: que la 
célula tumoral sí puede metabolizar ácidos grasos, cuerpos cetónicos e incluso lactato y usar esos combustibles para crecer 
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/19923890 
El estudio proponía una nueva visión del efecto Warburg, llamado “efecto Warburg inverso”. Según él, demostraban que las 
células cancerígenas sí podían respirar correctamente, pero “provocaban” (de alguna manera) en los fibroblastos adyacentes 
un estado de impedimento mitocondrial que les hacía metabolizar glucosa de forma anaerobia y excretar lactato. Las células 
cancerígenas “pastoreaban” a dichas células adyacentes y usaban ese lactato procedentesde la glucólisis de éstas para 
nutrirse. 
También sugerían que el tumor podía nutrirse de cuerpos cetónicos y ácidos grasos 
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/20818174 
El estudio fue llevado a cabo por un grupo de trabajo de la Universidad Thomas Jefferson de Filadelfia. Su publicación 
provocó un enorme revuelo en la comunidad científica, sobre todo en aquellos que promueven un modelo del cáncer como 
enfermedad metabólica. 
Pero, una vez estudiada a fondo la metodología del estudio, se comprobó que ésta dejaba bastante que desear, e 
incluso el bioquímico Thomas Seyfried escribió una carta denunciando sus profundas inconsistencias. 
Los científicos de la universidad de había inyectado en ratones cuerpos cetónicos directamente, en vez de provocar la subida 
mediante una dieta, con lo cual provocaban un estado no natural. 
Ese y otros detalles, junto con oscuros tejemanejes de dos de los científicos del grupo investigador, que han sido denunciados 
por la Universidad, hacen que no se invaliden en absoluto los cientos de estudios, procedentes de numerosos centros de todo 
el mundo, que certifican la validez del efecto Warburg y que las células tumorales no pueden oxidar glucosa, cuerpos 
cetónicos ni ácidos grasos, sino sólo fermentar glucosa y glutamina. 
El caso paradigmático del cáncer de corazón. 
¿Alguna vez has oído que alguien padezca de cáncer de corazón? 
En realidad existen casos, pero es un tipo de tumor excepcional, y casi el 75% de los tumores cardíacos son benignos, así que 
un sarcoma maligno de corazón es extraordinariamente raro. 
Lo cierto es que las células cardíacas son casi completamente aeróbicas y tienen una muy alta cantidad de 
mitocondrias: tienen una densidad mitocondrial que ocupa casi un 40% del espacio celular. 
Aunque el corazón puede utilizar durante un breve período de tiempo la glucólisis anaerobia, ésta es apenas funcional. 
Además, el corazón es el único órgano que siempre usa como combustible principal ácidos grasos en vez de glucosa, 
tanto si se sigue una dieta típica como una dieta cetogénica. 
Eso tiene todo el sentido, porque una máquina sometida a semejante esfuerzo continuo no puede depender de un 
combustible cuyas reservas corporales son tan bajas y que puede sufrir grandes fluctuaciones. La grasa es siempre un 
combustible más fiable y que casi siempre está disponible.
Para que una célula cardíaca se transforme en maligna deben ser dañadas a la vez casi todas sus mitocondrias, algo menos 
probable que cuando la densidad mitocondrial es menor. 
Además, como ya hemos visto, los ácidos grasos no pueden ser metabolizados por las células cancerígenas. Por último, el 
corazón sólo puede usar la glucólisis anaerobia durante breves períodos de tiempo. 
Todo ello dificulta que un sarcoma cardíaco maligno pueda prosperar. 
Como contrapartida, al no poder hacer frente a una posible hipoxia, usando las herramientas proliferativas (y en este caso 
reparadoras) típicas de la glucólisis anaerobia, el corazón es más vulnerable a la isquemia. Es el precio que debe pagar por no 
poder sufrir apenas cáncer. 
El caso del corazón explica porqué es tan buena idea usar los ácidos grasos y cuerpos cetónicos como combustible 
prioritario del resto del cuerpo mediante una dieta cetogénica contra el cáncer, y también porqué el paradigma del 
cáncer como enfermedad metabólica tiene mayor sentido que el paradigma del cáncer fruto de miles de mutaciones 
genéticas. 
Otras ventajas de la dieta cetogénica contra el cáncer 
Las ventajas de la dieta cetogénica contra el cáncer no se limitan a conseguir determinados niveles de combustibles 
metabólicos en la sangre. Con ser esta medida excepcionalmente útil, la dieta aporta otras ventajas sustanciales, a saber: 
 Dieta antiinflamatoria. Los bajos niveles de insulina y los altos de glucagón que induce la dieta cetogénica contra 
el cáncer, provocan que se favorezca la síntesis de hormonas eicosanoides antiinflamatorias. Un estado 
antiinflamatorio dificulta que el tumor pueda crear nuevos vasos sanguíneos mediante el fenómeno de la 
angiogénesis. 
 Bajos niveles de IGF-1. La hormona Insulin-like Growth Factor sigue vías diferentes a las de la insulina, pero los 
niveles de ambas guardan correspondencia. Los niveles bajos de ese factor de crecimiento hacen que el tumor vea 
dificultada su “tendencia a crecer”. 
El estado de cetosis profunda no es exactamente un estado catabólico, porque durante él se impide en gran medida 
la degradación de las proteínas musculares, pero no es tampoco un estado típicamente anabólico, es decir, no se 
facilita el crecimiento de tejidos, neoplásicos o sanos. 
 Bajos niveles de hormonas tiroideas. Durante la dieta cetogénica contra el cáncer, los niveles de hormona 
Triiodotiroxina (T3) descienden. Ésta es una de las hormonas más activas del cuerpo y está implicada, entre otras 
funciones, en el control de la tasa metabólica y la síntesis de proteínas. 
Al descender el nivel de T3 se dificulta dicha síntesis proteica, lo que implica dificultar la síntesis de cualquier 
tejido. Esa es la razón por la cual una dieta cetogénica contra el cáncer, que puede inducir una cetosis profunda, es 
poco indicada para atletas que pretendan aumentar su masa muscular. 
Pero, como muchos estudios han mostrado, las hormonas tiroideas (Tiroxina y Triiodotiroxina) tienen una 
relación directa en el crecimiento de los tumores y las metástasis. Al descender los niveles de dichas hormonas 
mediante una dieta cetogénica contra el cáncer, el crecimiento del tumor se frena igualmente. 
 Potenciación del sistema inmune. Hay estudios que demuestran que el sistema inmunitario se beneficia y potencia 
con una dieta cetogénica. 
Tal vez su explicación tenga relación con los mismos eicosanoides antiinflamatorios de los que antes hablábamos. 
Un fuerte sistema inmunitario es una poderosa arma contra el cáncer, como veremos en artículos futuros. 
Las dietas low-carb, keto y paleo, y su beneficio contra el cáncer 
Desde hace un tiempo están aparecido nuevos tipos de dieta (casi nuevos estilos de vida) que están ganando cada vez más 
seguidores. 
La dieta paleo está basada en consumir lo mismo que nuestros antepasados del paleolítico, antes del descubrimiento 
de la agricultura, aquellos alimentos que forjaron nuestros genes en épocas duras y a lo que nuestra naturaleza está 
más adaptada, por constituir la etapa más larga, con diferencia, durante nuestra estancia en la tierra como especie.
En ella puede no llegarse permanentemente a un estado de cetosis, como en su variante Keto, que es parecida a la dieta 
cetogénica contra el cáncer que promulgaremos aquí, pero ambas son bajas en hidratos de carbono. 
El escepticismo que muchos pueden sentir ante lo que podría ser un nuevo ‘milagro’ nutricional tantas veces publicitado 
resulta bastante lógico a la vista de la historia reciente pero, al revisar la ciencia en que se basan estas dietas cetogénicas, 
comprobamos que se trata de buena ciencia. 
Muchos bloggers y nutricionistas honestos que indagan en los estudios publicados al efecto y que promueven estas 
dietas, pueden resultar una inestimable ayuda (de la que a veces ni siquiera son conscientes) no sólo para adelgazar, 
aumentar el rendimiento deportivo o mejorar la resistencia a la insulina o la diabetes, sino para ayudar en el tratamiento de 
otras enfermedades como el cáncer. 
Casos prácticos en siguientes artículos 
En siguientes artículos consideraremos un ejemplo de aplicación práctica de la dieta cetogénica contra el cáncer. 
Para ello usaremos los datos existentes de estudios ya elaborados y de testimonios de enfermos que aplicaron de manera 
exitosa una dieta cetogénica; también usaremos ejemplos de aplicación de la dieta cetogénica para otras dolencias o como 
método de adelgazamiento, así como todo lo que conocemos de la bioquímica de la nutrición 
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paleo/#sthash.xDXy9QWy.dpuf 
Dieta cetogénica contra el cáncer (IV). Niveles óptimos de glucosa y cuerpos cetónicos para hacer manejable el cáncer 
Serie dedicada a la Dieta cetogénica contra el cáncer. Suscríbete para recibir información de nuevos artículos 
Después de los anteriores artículos, donde establecimos las bases teóricas que justificaban la adopción de una dieta 
cetogénica contra el cáncer, vamos a comenzar a explicar su aplicación práctica. 
El objetivo fundamental, sabiendo que las células cancerígenas necesitan ingentes cantidades de glucosa y que, para 
muchos tipos de células tumorales, los cuerpos cetónicos resultan tóxicos, es disminuir al mínimo los niveles sanguíneos 
de glucosa y aumentar los de cuerpos cetónicos. 
En este artículo veremos cuáles son dichos niveles. 
La estrategia de la dieta cetogénica contra el cáncer persigue esas dos condiciones. Mediante las siguientes recomendaciones 
explicaremos cómo aproximarnos a los niveles deseados aunque, para afinar del todo el resultado, serán las mediciones 
sanguíneas individuales y el método de prueba y error las que permitirán a cada enfermo alcanzar el objetivo. 
¿Cuáles son los niveles sanguíneos mínimos de glucosa e insulina que podemos alcanzar? 
El cuerpo siempre necesitará un determinada cantidad mínima de glucosa para nutrir aquellos órganos que, bien en 
parte, bien totalmente, la utilizan como combustible metabólico. 
Como decíamos en artículos anteriores, los hematíes sólo pueden fermentar glucosa, que constituye su único combustible 
metabólico, y el cerebro puede obtener aproximadamente un 75% de sus necesidades metabólicas de los cuerpos cetónicos, 
pero el restante 25% debe cubrirlo con glucosa (los principales destinos de la glucosa en el sistema nervioso central son el 
cerebelo, la médula espinal y el bulbo raquídeo). Los testículos, la médula renal, las células musculares tipo II y las células 
de la córnea y el cristalino también dependen por completo de ese combustible. 
Los niveles sanguíneos de azúcar pueden descender hasta los 55-65 mg/dl sin que el cuerpo se resienta debido a la 
hipoglucemia, a condición de que el nivel de cuerpos cetónicos sea lo suficientemente elevado como para servir de fuente 
de energía alternativa al cerebro. 
Los límites de lo que constituye hipoglucemia son difusos y, en muchas ocasiones, no dependen de una cifra sino de los 
síntomas subjetivos que experimente cada individuo. Además, por regla general, las tablas que regulan los límites sanguíneos 
que determinan dónde comienza una hipoglucemia no tiene en cuenta un estado de cetosis, que suele ser poco habitual en la 
civilización occidental.
En cetosis, los ácidos grasos y cetonas sustituyen en gran parte a la glucosa y evitan que esos niveles tan bajos puedan ser 
perjudiciales. 
Alcanzar dichos niveles, y aún más mantenerlos, es bastante difícil, y requiere una monitorización larga y constantes 
modificaciones de las cantidades totales y del porcentaje de macronutrientes de la dieta, y lo normal es no alcanzar nunca 
niveles tan bajos, sino que ronden los 63-72 mg/dl. 
La insulina, por su parte, cae desde unos niveles ‘normales’ de 40-50 microU/ml, hasta unos 7-10 microU/ml. Ese dato 
es casi aún más importante que el nivel de glucosa, por cuanto la insulina será la que haga efectivo el transporte de la 
glucosa a las células y la que impulsa los efectos inflamatorios y proliferativos. 
El organismo tiene mecanismos para regular los niveles de azúcar en sangre de manera que, incluso aunque la ingestión de 
hidratos de carbono sea mínima, se asegure la glucosa necesaria para el correcto funcionamiento de todos los órganos. 
¿Cómo se asegura el organismo la glucosa que necesita? 
Al inicio de la dieta cetogénica un adulto necesita, aproximadamente, unos 160 gramos de glucosa al día, de los cuales 120 
gramos se destinan al cerebro. 
Tras la adopción de una dieta cetogénica contra el cáncer hay que distinguir dos fases: 
Etapa inicial: 
Durante esta etapa el cuerpo establece los cambios metabólicos necesarios (explicados en artículos anteriores) para adaptarse 
a la dieta cetogénica contra el cáncer. Su duración es variable, dependiendo de lo estricto de la aplicación de la dieta 
cetogénica. 
En ayuno total, dura entre 1 y 3 días, pero puede extenderse más tiempo cuando se ingieren alimentos, un número de días que 
dependerá de las cantidades de nutrientes y sus proporciones. 
En esa primera etapa el cerebro “se resiste” a dejar de depender de la glucosa, el resto de órganos aún no se han 
adaptado a depender sobre todo de los ácidos grasos como combustible metabólico, y los cuerpos cetónicos no llegan al 
cerebro en cantidades suficientes como para servir de base metabólica. 
Inicialmente el cuerpo utiliza las reservas de glucógeno almacenadas en hígado y músculos pero, cuando éstas se preagotan, 
debe obtener la glucosa por medios alternativos. 
Es por esa razón por la cual esta primera etapa se caracteriza por una rápida pérdida de cierta cantidad de masa 
muscular: el organismo no encuentra manera de reponer la glucosa que le falta y degrada la proteína muscular para 
transformar gran parte de ella en glucosa, en el hígado, mediante el proceso de la gluconeogénesis. 
Ese proceso dura pocos días, porque el cuerpo no se puede permitir perder una materia tan valiosa. 
Por ello, y sólo en caso de que desee minimizar la pérdida de masa muscular, el paciente deberá incrementar temporalmente 
su ingesta de proteínas (más tarde calcularemos las cantidades) hasta que se alcance la siguiente etapa. 
Al degradarse las proteínas se produce nitrógeno, que se almacena en el torrente sanguíneo y, al ser un producto tóxico, se 
incrementa durante esta etapa su excreción por la orina. 
Etapa final: 
Pasadas unas semanas (un mínimo de 3), el cuerpo ya funciona casi totalmente gracias a los ácidos grasos y el cerebro utiliza 
sobremanera cuerpos cetónicos como combustible. 
Las cantidades de glucosa que necesita el organismo se obtienen sobre todo por gluconeogénesis del lactato (procedente 
de la glucólisis en músculos y glóbulos rojos, unos 40g) y el glicerol (procedente de separar en ácidos grasos y glicerol los 
triglicéridos de las grasas ingeridas o acumuladas). También se metabolizan algunos aminoácidos libres, sobre todo 
glutamina, en el riñón. 
Una vez alcanzada la última etapa, en la cual se consolida la cetosis, las necesidades corporales de glucosa se limitan a 
unos 75 gramos al día, de promedio, en un individuo adulto.
El cerebro, en esta etapa, ha pasado a requerir tan sólo unos 40 gramos de glucosa. Los 35 gramos restantes se 
destinan al metabolismo del resto de células dependientes del azúcar. 
En esa etapa se produce un fenómeno inverso al de la etapa anterior: una degradación mucho menor de las proteínas 
musculares, para impedir que se use como fuente de energía un recurso extraordinariamente valioso. 
Hace cientos de miles de años, cuando la privación y el ayuno eran frecuentes, los hombres debían evitar perder aquello que 
les permitiría desplazarse, perseguir y cazar a sus presas. Esa adaptación fisiológica permanece y, por ello, una vez bien 
establecida la cetosis, la pérdida de masa muscular se minimiza, así como la excreción de nitrógeno por la orina. 
Teniendo en cuenta el dato numérico de glucosa antes consignado, así como la forma como se metaboliza cada 
macronutriente, que explicaremos más adelante, podremos establecer las cantidades necesarias de cada macronutriente para 
minimizar el nivel sanguíneo de glucosa y aumentar el de cetonas. 
Algo que haremos en próximos artículos de esta serie, dedicada a la dieta cetogénica contra el cáncer. 
¿Cuáles son los niveles máximos de cuerpos cetónicos? 
Los niveles de cuerpos cetónicos en sangre dependerán de la profundidad de la cetosis alcanzada. Un mayor nivel de cuerpos 
cetónicos se relaciona con una mayor capacidad de hacer descender sin problemas los niveles de glucosa. 
Aunque está muy difundida la idea de que un alto nivel de cetonas es peligroso, lo cierto es que suele deberse a la 
confusión entre cetosis y cetoacidosis. 
La cetoacidosis diabética es un fenómeno que acontece cuando las cetonas sobrepasan determinados niveles y, a la vez, la 
cantidad de glucosa se dispara. Ese fenómeno sólo puede producirse cuando se sufre diabetes, y puede conllevar un 
desequilibrio ácido de la sangre muy peligroso, con valores de ph que pueden bajar de 7,30. 
La sangre tiene unos rangos de variación máximo y mínimo del ph muy estrecho, por encima o por debajo de los cuales se 
compromete seriamente la vida. 
Mientras que durante la cetosis fisiológica, producida por una dieta cetogénica contra el cáncer, la concentración de glucosa 
alcanza unos 63-72 mg/dl y el de cetonas unos 4-9 nmol/día, durante la cetoacidosis diabética se alcanzan niveles que pueden 
superar los 300 mg/dl de glucosa y más de 20 nmol/día de cuerpos cetónicos. La diferencia entre ambos estados es evidente. 
Lo cierto es que se han relacionado los niveles de cuerpos cetónicos en el cerebro con fenómenos neuroprotectores y 
preventivos de enfermedades neurodegenerativas. 
Igualmente, se ha demostrado que los cuerpos cetónicos son tóxicos para muchas líneas celulares cancerígenas, como 
las del neuroblastoma, por lo cual el efecto beneficioso de la dieta cetogénica contra el cáncer no se limita a producir bajos 
niveles de glucosa, sino altos de cetonas. 
Los cuerpos cetónicos se revelan, por tanto, como excelentes aliados de nuestro cerebro, y eso explica que la dieta cetogénica 
sea recomendada sobremanera para enfermos de tumores cerebrales y también para pacientes de Alzheimer o Parkinson. 
Haciendo“manejable” el cáncer 
EL bioquímico Thomas Seyfried ha confeccionado un gráfico (publicado en su libro “Cancer as a metabolic disease”) que 
muestra la evolución en el tiempo de los niveles de glucosa y cuerpos cetónicos conforme avanzamos más profundamente en 
al cetosis impuesta por la dieta cetogénica contra el cáncer.
Niveles de glucosa y cuerpos cetónicos en dieta cetogénica contra el cáncer 
La zona que se dibuja a partir del momento en que ambas líneas se cortan e invierten la tendencia (la de glucosa que baja y la 
de cetonas que sube, aproximadamente dos semanas después del inicio de la dieta cetogénica), es la que permite hacer 
‘manejable’ el cáncer, por cuanto su sutrato metabólico está bajo mínimos y existen una serie de condiciones añadidas que 
dificultan su crecimiento, tal y como explicaba en el anterior artículo de la serie. 
Thomas Seyfried hace referencia concreta a los tumores cerebrales, por ser el cerebro el único órgano donde, una vez 
instalada la cetosis, los niveles de cetonas son considerables. 
En el siguiente artículo de la serie veremos cómo calcular las necesidades calóricas individuales que debe cubrir la dieta 
cetogénica contra el cáncer. Hasta ahora hemos visto el porqué de la dieta cetogénica; en los siguientes artículos iremos 
aproximándonos al cómo 
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Dieta cetogénica contra el cáncer (V). El debate entre calorías y proporción de macronutrientes para tratar la 
enfermedad y para adelgazar con salud. 
Una vez que somos conscientes del objetivo que debemos alcanzar -niveles óptimos de glucosa y cuerpos cetónicos en 
sangre-, como comenté en el artículo anterior de esta serie dedicada a la dieta cetogénica contra el cáncer, entramos en el 
terreno del cálculo de las calorías adecuadas para conseguir dicho objetivo, pero también para adelgazar de manera 
saludable y mejorar los niveles de colesterol y triglicéridos. 
Para ello, es necesario explicar antes ciertos conceptos que pueden aclarar las ideas a muchas personas, bombardeadas por 
informaciones contradictorias por medios de comunicación supuestamente serios y por todo tipo de comités de “expertos en 
nutrición”, empeñados en convertir cosas sencillas en extraordinariamente complejas. 
Eso obliga a los ciudadanos a depender de ellos y a hacerles caso cuando aconsejan determinadas medidas nutricionales. Por 
eso un sector corporativo interesado en que ciertas prácticas de alimentación se extiendan, por ser económicamente más 
rentables para ellos pese a ser perjudiciales para la población, no tiene más que ‘convencer’ a ‘expertos’ afines a sus 
directrices, situados en las cúpulas de esos comités. 
Esa medida les permite influir, de manera extraordinariamente efectiva, en las costumbres de millones de personas y 
profesionales de la nutrición, que estarán convencidos de poner en práctica medidas basadas en ciencia, cuando en realidad 
no hacen sino adoptar soluciones que suponen un enorme beneficio económico para un determinado grupo de presión 
corporativo, en este caso del sector de la alimentación. 
Esos conocimientos nos permitirán calcular posteriormente las necesidades calóricas óptimas y la manera más adecuada de 
distribuirlas entre cada tipo de macronutriente para maximizar nuestra salud y la mejora de nuestro aspecto físico.
Al aplicar la dieta, ¿Es necesaria una restricción calórica? 
Cuando se le pide a alguien que siga la dieta cetogénica sin controlar las calorías ingeridas, cumpliendo únicamente la norma 
de no consumir en absoluto ciertos hidratos de carbono y moderar el consumo de los restantes, restringe de forma natural 
las calorías a un rango que varía, generalmente, entre 1400 y 2100. 
Es decir, cuando comen “todo lo que quieren”, suelen comer “menos de lo que creen”. 
Ello es debido, entre otras razones, al aumento de la secreción de la hormona colecistoquinina en el intestino delgado, 
estimulada por grasas y proteínas, que provoca un retardo en el vaciamiento del estómago. También se ha planteado la 
hipótesis de que un nivel elevado de cuerpos cetónicos en sangre inhiban el apetito. 
Otra de las causas es que los niveles de insulina descienden considerablemente durante la dieta cetogénica, que imita los 
efectos bioquímicos del ayuno. La insulina es la hormona que almacena el exceso de glucosa en forma de triglicéridos y que, 
a su vez, impide acceder a la grasa como combustible. 
Por esa razón, cuando se ingiere una copiosa comida llena de carbohidratos la insulina hace descender dramáticamente el 
pico de glucosa que estos generan, impide que el cuerpo se nutra de las grasas acumuladas y, debido al nivel repentinamente 
bajo de glucosa, envía la señal al cerebro de que se necesita más alimento, es decir, sentimos hambre poco después. 
Ésa es también la razón por la cual engorda tanto una comida alta en carbohidratos refinados: son condensados de 
calorías que elevan dramáticamente glucosa e insulina e impiden que el cuerpo use como combustible aquél más adecuado: 
los kilos de panículo adiposo que todos, incluso los delgados, tienen a su disposición. No sólo la dieta típica occidental 
engorda por el hecho de que sea más sencillo ingerir más calorías y glucosa de una sentada, sino porque la insulina elevada 
induce antes la sensación de hambre y la necesidad de seguir comiendo. 
Las características propias de la dieta cetogénica hacen que se adapte de manera natural a las necesidades calóricas 
del organismo. Teniendo en cuenta que este tipo de dietas se basan, sobremanera, en la limitación global de los hidratos de 
carbono y la eliminación de ciertos carbohidratos refinados (creados por el hombre hace relativamente poco tiempo si lo 
comparamos con toda la historia evolutiva del ser humano), llegamos a la conclusión de que se adaptan con eficacia a nuestra 
fisiología. 
Para consumir en una sola comida unos 100 gramos de glucosa y aumentar dramáticamente los niveles de insulina en sangre, 
basta con un bocadillo de tamaño medio. Por el contrario, para consumir 100 gramos de glucosa mediante la ingestión de 
verduras, algas o setas, deberíamos comer varios kilos al día de esos alimentos y además su entrada en el torrente sanguíneo 
sería más lenta y progresiva. Las frutas se sitúan en un punto intermedio, de ahí la conveniencia de moderar su consumo (son 
la golosina de la naturaleza). 
Aunque algunos científicos aseguran que lo realmente importante es la cantidad de calorías consumida, sin importar 
su distribución, otros defienden que el impacto hormonal de un porcentaje u otro de macronutrientes, aun 
conservando la misma cantidad de calorías, es sustancialmente diferente. 
Ambos tienen razón. Veamos porqué. 
Importancia de la correcta distribución de macronutrientes 
Si comparamos dos dietas planificadas para que ambas aporten las mismas calorías, una dieta cetogénica, baja en 
hidratos de carbono, con una dieta alta en carbohidratos y baja en grasas, vemos que tienen un diferente impacto hormonal 
y, por tanto, en la enfermedad. 
Mientras la dieta alta en carbohidratos provoca una subida más acentuada del ratio insulina/glucagón, con las 
consecuencias que eso tiene, favorables al crecimiento del tumor, la dieta cetogénica hace que dicho ratio disminuya y se 
dificulte el crecimiento tumoral, tal y como explico en un artículo anterior de esta serie. 
Lo más importante es que, debido a ese elevado ratio insulina/glucagón, la sensación de hambre de alguien alimentado con 
una dieta alta en carbohidratos aparecerá antes que con la dieta baja en hidratos de carbono y deberá añadir a la pelea contra 
la enfermedad la lucha contra la tentación de ingerir más calorías de las debidas. 
Para conseguir efectos parecidos con la dieta alta en carbohidratos que los que pueden obtenerse con la dieta cetogénica (que 
no iguales, y sólo en términos de pérdida de peso), deberá pasar hambre. 
Importancia de las calorías totales ingeridas
Thomas Seyfried, bioquímico de la Universidad de Yale y de la Boston College y uno de los principales impulsores del 
paradigma del cáncer entendido como enfermedad metabólica, apuesta también por la restricción calórica añadida a la dieta 
cetogénica. 
Para demostrar su afirmación presenta pruebas de eficacia en ratones de la dieta cetogénica contra el cáncer con y sin 
restricción calórica. 
Los resultados demuestran que no sólo influye la proporción de macronutrientes, sino que la reducción tumoral es mayor 
con mayores restricciones de calorías diarias consumidas. De hecho, Seyfried llega a asegurar que el cáncer es una de las 
enfermedades más sencillas de prevenir, y que bastaría con “comer poco y ayunar periódicamente” para evitar su 
aparición. 
No obstante, resulta difícil realizar una comparación entre el metabolismo de un roedor y el humano, que es unas siete veces 
más lento. 
Los estudios realizados con anterioridad acerca del impacto de la restricción calórica en el envejecimiento y la prolongación 
de la vida demostraron que, si bien resulta ser claramente beneficiosa en términos cualitativos, los resultados cuantitativos 
obtenidos en un roedor no podían extrapolarse a un humano. 
Adicionalmente, se han reportado casos de pacientes que lograron grandes mejoras mediante la aplicación de una dieta 
cetogénica sin restricción calórica, aunque debemos recordar que este tipo de dietas ya implican una reducción calórica 
sustancial sin necesidad de pasar hambre. 
Un ejemplo de la importancia de ambas variables: obesos metabólicamente delgados y delgados metabólicamente 
obesos 
Uno de los mitos más sólidamente difundidos es que todos los obesos tienen peor salud que los delgados, y que la delgadez 
es, siempre, síntoma de buena salud. 
En la mayoría de los casos es así, pero seguramente muchos habrán conocido a personas delgadas que padecen o han 
padecido un cáncer u otro tipo de enfermedad crónica, e incluso algunas personas con sobrepeso que alcanzan edades 
avanzadas sin evidentes problemas de salud. 
Aproximadamente un 30% de las personas con sobrepeso son “obesos metabólicamente sanos” y no presentan un perfil 
alterado de colesterol y triglicéridos. 
De manera similar, aproximadamente un 25% de la población considerada delgada presentan un peso aparentemente 
adecuado pero una distribución visceral de la grasa y unos perfiles lipídicos que les hacen ser considerados “delgados 
metabólicamente obesos”. 
Vamos a intentar explicar cómo pueden ser posibles ambos casos y veremos cómo tanto la distribución relativa de 
macronutrientes como la cantidad total de calorías influyen en nuestro estado de salud y en nuestro peso. 
Adelgazar tiene tan sólo un secreto: ingerir menos calorías de las consumidas. No es posible adelgazar si esa máxima no 
se cumple. Ahora bien, queda por determinar cómo distribuir los macronutrientes, no sólo para perder peso, sino para 
optimizar a la vez nuestro estado de salud. 
Veamos 4 casos, basados en las combinaciones de los siguientes supuestos: calorías por encima y por debajo del consumo 
diario, y dietas altas (como la típica ocidental) y bajas (como la cetogénica) en hidratos de carbono. 
Supongamos un hombre que necesita 2000 calorías diarias para mantener su peso y que éste no se aleja mucho de su peso 
ideal. Supongamos también que conocemos su ingesta ideal diaria de proteínas, por ejemplo de unos 80 gramos, que se 
mantiene a lo largo de las 4 dietas, y que sólo se modifican las cantidades de grasas e hidratos de carbono. 
Dos de los casos son suficientemente conocidos: 
 Una dieta con más de 2000 calorías, basada en alto consumo de HC produce a la larga lo que ya conocemos: 
obesidad y enfermedad. Es la dieta occidental típica 
 Una dieta con menos de 2000 calorías y bajo consumo de HC produce como resultado pérdida de grasa, peso 
adecuado y salud. Es la dieta cetogénica que preconizamos en esta serie o, en general, low-carb.
Voy a establecer hipótesis plausibles para explicar los otros dos casos, antes comentados, y que parecen desafiar el sentido 
común: delgados metabólicamente obesos y obesos metabólicamente delgados. Repito, sólo son hipótesis. 
Supuesto 1: restricción calórica (1800 calorías) con alto consumo de HC, muchos de los cuales serán los típicos en dietas de 
adelgazamiento recomendadas por nutricionistas “oficiales”: pan y arroz integral, cereales integrales, zumos de frutas, 
legumbres… y NADA de deporte. 
Resultado a corto plazo: para adelgazar hay que pasar algo de hambre. El alto contenido de carbohidratos, muchos de ellos 
de alto índice glucémico, provoca picos de glucosa e insulina. Esa insulina provoca el almacenamiento de grasas, impide su 
uso como combustible e induce hambre. Mientras la insulina no desciende, el cuerpo sigue necesitando glucosa y no puede 
acceder a las grasas. Por eso, degrada proteína muscular. Si el usuario soporta el hambre hasta la siguiente comida, el nivel 
de insulina desciende y puede acceder a las grasas y adelgazar. Como ese acceso a las grasas es cíclica y no constante, el 
cuerpo no entra en cetosis y sigue necesitando glucosa como principal fuente de energía, no ha ‘saltado’ al estado metabólico 
de consumo de grasa, que describo en un artículo anterior de la serie. 
Resultado a medio plazo: pérdida de algo de grasa y bastante de masa muscular. Bajada de la tasa metabólica, de manera que 
aun consumiendo la misma cantidad de calorías, el usuario ya no adelgaza más pero, al haber perdido peso en forma de masa 
magra, presenta un aspecto triste y lánguido. La masa muscular se recupera difícilmente a no ser que se practique un deporte 
de fuerza, pero la masa grasa se recupera enseguida, en cuanto se supere la ingesta de calorías porque el usuario pierda, por 
ejemplo, la fuerza de voluntad de resistir el hambre. 
Por eso durante décadas los nutricionistas oficiales, convencidos de que el grano era saludable, culpaban a los pacientes 
de falta de voluntad a la hora de adelgazar, e instalaron la creencia de que sólo pasando hambre se podía perder peso. 
Resultado a largo plazo: los picos no muy altos pero constantes de insulina pueden hacer que el cuerpo desarrolle una 
resistencia a esta hormona. 
De esa manera el páncreas cada vez segregará más, la inflamación se hará cada vez más crónica y los triglicéridos 
aumentarán por el consumo de HC. El usuario puede adelgazar pero, a la larga, puede acumular grasa en zonas viscerales 
peligrosas y su perfil de lípidos en sangre puede ser el típico de un obeso. Es evidente que no es un caso tan nefasto como 
cuando el consumo calórico se dispara, pero puede resultar, a la larga, también malo. 
Es decir, peso adecuado pero tendencia a la enfermedad: delgado metabólicamente obeso. 
Supuesto 2: ingesta calórica superior a su ideal, pero bajo consumo de HC y muy alto de grasa. 
Resultado a largo plazo: como hemos visto en otros artículos de esta serie, sólo se pierde un poco de masa muscular al inicio 
de la dieta cetogénica, pero luego se invierte el proceso y ésta se mantiene de manera muy eficaz. 
Los niveles de insulina se elevan dramáticamente con la ingestión de HC refinados o de algo índice glucémico, un poco con 
la ingestión de proteínas y casi nada con la de grasas. Por tanto, no existe peligro de que se produzca una resistencia a la 
insulina. 
Una vez establecida la cetosis en una dieta cetogénica, la mayoría de las calorías provienen de la quema de grasas. Si la 
ingesta supera la cantidad que el cuerpo necesita, se almacena igualmente en el panículo adiposo, pero con muy poca 
intervención de la insulina, que sí interviene activamente para metabolizar los carbohidratos. 
Por tanto, en esta situación, una persona engordará y, si se mantiene en el tiempo, puede llegar a alcanzar niveles de 
obesidad, pero su salud no se verá comprometida de manera tan seria, como en el caso anterior, debido a niveles 
crónicamente elevados de insulina. Con respecto al cáncer, la Universidad Johns Hopkins de Baltimore es clara: un 
incremento del consumo de grasas no incrementa la incidencia de cáncer, como sí sucede, dramáticamente, con el 
consumo de hidratos de carbono. En un punto intermedio se situaría el consumo de proteínas. 
En este caso, debido a lo difícil de ingerir una desorbitada cantidad de grasa, será raro encontrar casos de obesos extremos o 
mórbidos, como sí puede suceder si el exceso calórico procede de carbohidratos. 
Es decir, podemos encontrarnos con personas con sobrepeso u obesidad, pero niveles sanguíneos saludables: obesos 
metabólicamente sanos 
¿Cómo determinar si una dieta no sólo me permite adelgazar, sino que es también buena para mi salud? Perfil 
lipídico saludable.
En primer lugar habría que preguntarse qué entienden todavía la mayoría de los médicos por perfil lipídico saludable, porque 
las últimas investigaciones apuntan a que los considerados habitualmente malos de la película no lo son tanto, mientras otros 
niveles sanguíneos sí son significativos. 
Durante años se ha estado hablando del riesgo que supone un nivel alto de colesterol, de manera general y sin ninguna clase 
de matiz, sin distinguir lo que aportan los llamados colesterol malo y bueno a esa media ponderada ni si existen otros factores 
que deban tenerse en cuenta. 
Pero se ha demostrado que existen dos tipos de colesterol malo: el ‘malo-malo’ y el ‘malo-bueno’. Parece un chiste, pero 
no lo es. Una prevalencia del colesterol malo-malo sí implica problemas, pero una prevalencia de colesterol malo-bueno no. 
Lo malo es que una prueba corriente no puede determinar qué tipo de colesterol malo prevalece, pero se ha descubierto una 
manera sencilla de deducirlo, a partir del cociente de otros dos valores sanguíneos. 
Si dividimos el valor de triglicéridos por el de colesterol bueno, determinaremos un número que nos indicará cuál es nuestro 
estado de salud. Cuanto más cercano al 1 sea ese cociente, prevalecerá el colesterol malo-bueno. Cuanto mayor de 2 sea ese 
cociente, mayor prevalencia tendrá el colesterol malo-malo y mayores problemas podremos tener. 
Se ha demostrado que un valor alto de ese cociente triglicéridos/colesterol bueno es directamente proporcional a una mayor 
probabilidad de muerte por cualquier causa. 
Repito: por cualquier causa. Esto es: cáncer, enfermedades coronarias, diabetes y, en general, cualquier otra enfermedad 
crónica. Uno de los ejemplos más claros de que todo está relacionado y de cómo un simple análisis determina nuestra 
probabilidad de padecer una enfermedad, no importa cuál sea ésta. 
Quien haya leído algo este blog sabe que estoy convencido (y como yo, muchos otros), que la salud no se limita a un 
conjunto de síntomas reunidos bajo la etiqueta de un nombre de enfermedad crónica; que una enfermedad crónica no 
suele ser un ente aislado y unidimensional, sin relación con las demás, cuya procedencia desconocida es específica de 
cada una y sin relación con el resto, sino muchas manifestaciones específicas de unos pocos problemas, cuyas combinaciones 
lineales llamamos enfermedad, pero que pueden ser resueltos mediante terapias mucho más sencillas y mejor alineadas con lo 
que somos, fisiológica y bioquímicamente. 
Creo firmemente que muchas enfermedades crónicas (si no todas) son sólo distintas caras de la misma moneda y responden a 
causas comunes. Atenuar o curar una, atenúa o cura casi todas las demás. Mantenerse en una zona de salud implica librarse 
de la enfermedad crónica, entendida como cualquier desequilibrio o salida de esa zona ideal. 
La dieta cetogénica se caracteriza por elevar, en algunas ocasiones, los niveles totales de colesterol en sangre y ésa es una de 
las razones por las cuales se la demonizó con tanto énfasis durante décadas. 
Pero los últimos hallazgos han determinado también que lo que ocurre es que se eleva el colesterol bueno pero disminuyen 
los triglicéridos (hasta hace poco meros comparsas sin valor, aunque por fin se ha demostrado que pueden ser los auténticos 
villanos de la función), de manera que, tal y como acabamos de explicar, el ratio que determina la probabilidad de padecer 
cualquier endermedad crónica, disminuye considerablemente, al determinar ese ratio que el colesterol “malo” presente en la 
sangre es realmente inofensivo. 
Con estos datos podríamos proponer una serie de generalizaciones que, como todas, son peligrosas si se toman al pie de la 
letra, como axiomas o dogmas de fe, pero beneficiosas como punto de partida para continuar reflexionando e indagando. 
 Un nivel sanguíneo determinado simplemente por el ratio triglicéridos/colesterol bueno es una buena señal 
predictiva de enfermedad (aunque el ratio AA/EPA es aún mejor). 
 Esa predicción abarca casi cualquier enfermedad crónica, desde cáncer, diabetes, hipertensión, enfermedad 
cardiovascular, enfermedad autoinmune, enfermedad inflamatoria o enfermedad neurodegenerativa. 
 Los alimentos que producen una mayor descompensación en el ratio son aquellos que elevan los triglicéridos e 
inducen un escenario con glucosa e insulina elevadas y proinflamatorias 
 Esos alimentos son carbohidratos refinados, de alto índice glucémico, basados en grano introducido por el hombre 
en etapas relativamente tardías de la evolución, para los cuales nuestros genes aún no se han “acostumbrado” al 
largo plazo, aunque sí al corto, como demuestra la existencia de enzimas salivares específicas para metabolizarlos. 
Y ahí está la clave por la cual una comida no tiene porqué sentarnos mal a corto plazo, pero sus efectos deletéreos pueden 
resultar acumulativos con el paso de los años y producirnos algún tipo de desorden bioquímico que se exprese de una u otra 
manera. 
No estoy diciendo que la dieta cetogénica sea dicha solución, pero sí uno de los posibles pasos en el camino de obtenerla.
Tampoco digo que esa prueba sea totalmente determinante, pero sí un aviso que hay que escuchar cuando sobrepasa 
determinados niveles. 
Hay una prueba que se ha descubierto aún más importante, sobre todo en lo que respecta al cáncer, pero también a cualquier 
otra dolencia donde esté implicada la inflamación crónica (esto es, en casi todas), y es el ratio AA/EPA, que explico en el 
artículo dedicado a los omega 3 y los eicosanoides. Aconsejo consultarlo. 
Lo que nos dice la epidemiología para ayudarnos con la cantidad óptima de calorías 
La epidemiología puede ayudarnos a realizar un estudio comparativo sencillo. No tiene validez científica, más allá de la 
simple curiosidad, porque existen demasiados factores implicados como para establecer una relación causa-efecto pero, como 
siempre digo, la observación y el establecimiento de hipótesis no le hacen daño a nadie, a condición de que uno sea 
consciente de que una hipótesis necesita ser puesta a prueba y que, mientras tanto, sólo será un armazón teórico. 
Veamos la distribución de ingestión media de calorías por habitante y país: 
En el siguiente enlace hay una lista con países y consumo calórico medio entre 2005 y 2007, con Estados Unidos a la cabeza. 
En éste, una distribución gráfica entre 2001 y 2003: 
Existe un brecha clara y sustancial entre el consumo de calorías por habitante entre los países ricos, los países en vías de 
desarrollo y los países subdesarrollados. 
Ahora mostremos el ratio de prevalencia de cáncer por zona geográfica, que coincide con la distribución económica (a mayor 
desarrollo, mayor incidencia): 
Si observamos la primera tabla, los valores de 1400-2100 calorías que un paciente ingeriría al seguir la dieta aun sin 
aplicar ninguna restricción calórica, están muy por debajo de la media de casi todos los países. 
Sólo en unos pocos se consume de media el valor superior (2100) y ninguno (de entre aquellos donde se han llevado a cabo 
mediciones) una media de calorías tan bajo como el valor inferior (1400). 
De la comparativa de los dos mapas (calorías e incidencia de cáncer) podemos ver que existen grandes similitudes y que 
parece haber, salvo excepciones, correlaciones interesantes. 
Adicionalmente, del estudio histórico de algunos pueblos y culturas ancestrales, que se caracterizaban por estar casi por 
completo libres de las enfermedades crónicas que a nosotros nos aquejan como una plaga, deducimos que su alimentación se 
basaba en alimentos muy poco densos en calorías y en que solían pasar por periódicos episodios de ayunos impuestos por la 
estacionalidad climática. 
El ayuno como poderosa fuerza terapéutica se conoce desde hace milenios y también la subalimentación como manera de 
no sobrecargar el organismo: los japoneses tienen la costumbre ancestral de comer hasta estar llenos en un 80%. La culturas 
tradicionales india y china restringen aún más esa cantidad. 
Su sabiduría, basada en la observación, la prueba y el error, se ve reflejada, como en casi todos los países, en infinidad de 
proverbios que abundan en la idea de que comer poco es la base de la buena salud y que el ayuno es un arma curativa. 
El problema es que comer poco es más sencillo cuando la gastronomía del país y el momento temporal y cultural colaboran 
con ello. Pero jamás ha sido tan difícil ingerir comida con baja densidad calórica como en nuestra sociedad occidental. 
Nunca antes hemos sido asaltados por un bombardeo tan constante de productos que invitan a explotar literalmente de 
glucosa y energía. Nunca el mundo ha sido un festín de exceso tan alejado de nuestra genética, forjada a base de privación y 
férreo control natural. 
Las enfermedades que acaban apareciendo, indefectiblemente, tras décadas de constante sobreesfuerzo metabólico, 
no son sino una consecuencia lógica de esa contradicción constante entre lo que necesitamos consumir y lo que 
realmente consumimos. 
La dieta cetogénica, como ya hemos visto, se caracteriza por imitar las condiciones bioquímicas que impone el ayuno y por 
limitar naturalmente las calorías consumidas sin necesidad de que debamos pasar hambre. 
Diferentes comidas, diferentes enfermedades. Los ricos también lloran.
Si observamos esta otra interesante tabla comprobamos que, en los países ricos, donde el consumo calórico per cápita es 
mayor, es también donde se produce el menor porcentaje relativo del gasto en comida, que se destina principalmente en la 
compra y consumo de productos refinados y tratados, poco saludables, baratos y con gran densidad de calorías vacías 
empaquetadas en poco volumen. 
Ni que decir tiene que ésos son los países donde la incidencia de cáncer es mayor, mientras que dicha incidencia es mucho 
menor en países pobres, que se ven obligados a consumir gran parte de sus ingresos en comida ‘real’, casi la misma que 
cualquiera de nuestros antepasados reconocería como comida. 
http://www.huffingtonpost.com/2012/01/10/first-world-countries-obesity_n_1197433.html 
De todo esto concluímos que lo auténticamente significativo es no consumir ciertos carbohidratos refinados. 
Tal vez el secreto sea únicamente ése: al desprendernos de los carbohidratos refinados y comida procesada y tratada, y 
dejarnos libertad para consumir el resto, nos adaptamos naturalmente a una dieta más adecuada a nuestra fisiología y 
necesidades, con todo lo que ello implica en términos de pérdida de peso de grasa y salud. 
Una salud que abarca desde la regulación de los niveles sanguíneos de triglicéridos y colesterol, hasta una mayor sensibilidad 
a la insulina, la mejora de la condición diabética, la prevención y el tratamiento del cáncer y, tal y como apuntan numerosos 
estudios, la mejora de enfermedades inflamatorias, auto¡nmunes y neurodegenerativas. 
Por tanto, la dieta cetogénica no sólo tiene valor al producir determinados niveles sanguíneos de glucosa y cuerpos cetónicos, 
sino porque, de manera natural, impone una restricción calórica muy beneficiosa que suele ir acompañada de ausencia de 
hambre. 
No tenemos datos suficientes como para estar seguros de si la mejor opción es imponer a la dieta una restricción calórica 
añadida, pero resulta claro que, cuando hablamos de comida, “menos es mejor”, al menos hasta cierto punto y dentro de unos 
rangos razonables. 
Si podemos añadir cierta restricción calórica a la dieta cetogénica (siempre que la condición física del enfermo lo permita, 
claro está), más allá de la que ella misma imponga naturalmente, mayores beneficios obtendremos. 
La pérdida de grasa hará que nuestro metabolismo basal disminuya y nuestras necesidades calóricas también, de manera que 
alcanzaremos un equilibrio entre consumo calórico e ingesta de calorías que nos conducirá a un peso ideal, libre del exceso 
de grasa, que no sólo será más saludable sino más estético. 
Se puede estar en cetosis y no perder peso ni masa de grasa, pero la mejor forma de asegurarnos de que estamos haciendo las 
cosas bien (aparte de mediante las mediciones sanguíneas de glucosa y cetonas) es que perdamos cierta cantidad de grasa 
corporal. 
Generalmente irá acompañada también de una pérdida de peso, pero a veces (aunque es difícil que eso suceda si se sigue una 
dieta cetogénica estricta) puede producirse un incremento de la masa muscular que puede inducir a engaño, por aumentar el 
peso total. 
Para asegurarnos, es mejor añadir a la medición del peso corporal la medida de la variación de masa grasa a lo largo del 
tiempo. 
En el siguiente artículo calcularemos de manera práctica la cantidad óptima de calorías que necesitamos consumir, si 
necesitamos imponer una restricción calórica y cuál debe ser ésta. 
Estudiaremos también el caso particular de la dieta cetogénica aplicada a enfermos en estados avanzados que presenten 
caquexia y porqué es también adecuada para ellos. 
- See more at: http://cancerintegral.com/dieta-cetogenica-contra-el-cancer-calorias-para-tratar-la-enfermedad-adelgazar-con-salud/# 
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Dieta cetogénica contra el cáncer VI: fundamentos y dudas resueltas 
Vamos a explicar un método práctico para calcular las necesidades de macronutrientes de cada persona que desee seguir una 
dieta cetogénica, primer paso para la elaboración de menús específicos. 
Este es un post muy largo. Había decidido escribir en una sola entrada tanto la justificación y las bases de la dieta como los 
ejemplos de aplicación práctica, pero entonces el post sería kilométrico, así que he decidido partirlo en dos. 
En este artículo explicaré los fundamentos prácticos de la dieta basados en todas las pruebas presentadas en los artículos 
anteriores de esta serie, así como los alimentos aconsejados y desaconsejados de cada grupo. 
También daré las respuestas a algunas dudas bastante frecuentes que asaltan a quienes se plantean comenzar a seguir la 
dieta cetogénica. 
En el siguiente artículo, que publicaré en cuestión de días, lo prometo , propondré por fin un ejemplo paso a paso 
para calcular los macronutrientes y planificar una dieta individualizada. 
Recordando los objetivos perseguidos 
Tal y como hemos explicado en el resto de artículos de esta serie, nuestro objetivo es disminuir al mínimo la glucosa 
circulante e incrementar los cuerpos cetónicos, señal inequívoca de que el cuerpo habrá cambiado a otro estado metabólico 
donde en vez de ser la glucosa el principal medio de obtención de energía, pasan a ser los ácidos grasos y los cuerpos 
cetónicos los combustibles primordiales. De esa manera, el tumor se ve obligado a pasar hambre. 
Otras dietas cetogénicas estándar 
Las dietas cetogénicas estándar empleadas hasta ahora para otras enfermedades como, por ejemplo, la epilepsia refractaria, 
adolecen de una ausencia de individualización. 
Se basan en rangos de calorías y en ratios genéricos de macronutrientes (dietas para 1200, 1400 o 1800 calorías, ratios de 
grasas/proteínas +carbohidratos de 4/1 o de 3/1), que pueden ser muy válidos para algunos enfermos pero no para otros. 
Si bien esas dietas tienen la ventaja de su rapidez de aplicación y han demostrado ser efectivas, creo que dejan escapar la 
oportunidad de hacer un ajuste aún más preciso, que dependerá de las características físicas individuales de cada enfermo. 
Principios de la dieta propuesta 
Hemos demostrado también que es tan importante el consumo total de calorías como la distribución porcentual de los 
macronutrientes, y que el ayuno es un poderoso potenciador del sistema inmune, que induce un estado de shock en el 
tumor. 
Emplearemos estos y otros ingredientes ya explicados en otros artículos para confeccionar una dieta que cumple con las 
siguientes normas: 
 Provee al organismo el mínimo preciso de ciertos macronutrientes indispensables (usando alimentos con 
propiedades adicionales que ayuden a luchar contra el tumor) y en una combinación que imita lo más posible los 
efectos del ayuno y la cetosis que éste conlleva. 
 Supone la ingestión de un mínimo de calorías, una restricción calórica que maximiza el nivel de cuerpos cetónicos 
y el shock al tumor. 
 A pesar de que puede ser inevitable en las primeras etapas de la dieta, el hambre se reduce significativamente, 
hasta desaparecer, en etapas posteriores. 
NOTA: debo dejar claro que el propósito de esta dieta es terapéutico, y su fin es luchar contra una enfermedad como el 
cáncer, razón por la cual no es conveniente que se use con fines puramente estéticos: en ese caso bastaría con seguir la 
simple norma de disminuir o eliminar ciertos carbohidratos de la dieta y quienes lo hagan adelgazarán disfrutando a la vez 
de la comida sin estar atados a una tabla de cálculo.
Pero los enfermos de cáncer son otro cantar: la dieta es una terapia que pretende luchar contra el tumor induciendo un 
cambio metabólico profundo, razón por la cual es necesario medir con exactitud tanto la dosis de la ‘terapia’ como sus 
efectos, tal y como se haría con cualquier medicamento. 
Necesidades mínimas del organismo que hay que cubrir 
Necesidades mínimas de glucosa 
Hemos dicho en otros artículos que, una vez alcanzado el estado de cetosis, el organismo tiene aún unas necesidades 
mínimas de glucosa que sirven para nutrir aquellas células que carecen de mitocondria, como es el caso de los glóbulos 
rojos o de algunas células del sistema nervioso central. 
El cuerpo se las arreglará para alcanzar esas necesidades mínimas de glucosa tanto si ingerimos hidratos de carbono como si 
no, porque esas células sin mitocondria podrían morir y son vitales. 
Mediante la gluconeogénesis, el hígado degradará parte de las proteínas ingeridas o procedentes de los músculos y también 
el glicerol que procede del metabolismo de los triglicéridos. Así, aunque no se ingiera ningún carbohidrato, el cuerpo 
mantendrá un nivel mínimo de glucosa indispensable para la vida. 
La primera regla que debemos atender es: ya que el organismo necesita una pequeña cantidad de glucosa en cetosis, 
asegurémonos de que se la proporcionamos nosotros mediante la ingesta de ciertos carbohidratos que, adicionalmente, 
posean propiedades beneficiosas para el organismo. 
Necesidades mínimas de proteínas 
Recordemos que el ayuno es un beneficioso mecanismo que mejora la eficiencia de la insulina, incrementa la actividad 
inmune y supone un duro shock para el tumor, obligado como está a pasar hambre, al negársele sus mecanismos metabólicos 
basados exclusivamente en glucosa y glutamina. 
La grasa acumulada por un hombre medio pueden aprovisionarle de energía durante semanas o meses, y se conocen casos de 
obesos mórbidos que permanecieron un año sin ingerir alimentos, nutriéndose tan sólo de sus reservas de grasa, una vez 
pulsado el interruptor que cambia el metabolismo desde uno basado en la glucosa a uno basado en los ácidos grasos y los 
cuerpos cetónicos. 
Pero el problema del ayuno (o de una dieta que imite sus efectos) lo representa el gasto de proteínas: el cuerpo se ‘desgasta’ y 
necesita un aporte mínimo diario de ‘ladrillos’ con los cuales reponer esas estructuras (músculos, piel, huesos, vísceras, 
sistema inmune), que se van desgastando por el uso. 
Así, el límite del ayuno no lo impone el hambre, sino la pérdida intolerable de masa estructural que conduce a una 
situación insostenible. 
Por otra parte, el cuerpo tiene muy poca capacidad de almacenar los aminoácidos ‘sobrantes’, que no se necesitan para 
reconstruir más tejidos, de manera que casi todo lo que no se usa se transforma en glucosa. 
La segunda regla que debemos atender es: hay que proporcionar al cuerpo la cantidad indispensable de proteínas para que 
reponga los sistemas desgastados y evitar una pérdida de funciones vitales, pero no tanta como para que el exceso se 
transforme en glucosa. 
En este punto es donde radica realmente la clave y la dificultad en la elaboración de la dieta: en el cálculo preciso de las 
proteínas que hay que consumir. 
Hidratos de carbono 
Como ya hemos explicado anteriormente, los hidratos de carbono son los principales suministradores de glucosa. 
Nuestra gastronomía diaria se basa, cada vez más desde hace unas décadas, en los hidratos de carbono de alto índice 
glucémico procedentes del grano. Nuestra economía depende de que se consuma, constantemente, la cantidad de grano 
suficiente como para asegurar el beneficio de quienes se dedican a cultivar, recoger, refinar, trasformar, envasar y distribuir
las gigantescas cosechas de las que depende buena parte de la economía global (y con la que los especuladores de turno 
obtienen cuantiosas ganancias). 
Si observamos la base de la pirámide alimenticia actual ‘ideal’, veremos que las ‘autoridades’ nutricionales aconsejan que 
nuestra alimentación consista, hasta casi un 70%, en cereales: trigo, arroz, soja, maíz. Y no es casualidad que estos cultivos, 
mucho más rentables económicamente, mucho más sencillos de cultivar y trasladar que cualquier otro alimento, constituyan 
la base, también, de la economía alimenticia. 
El proceso no es: ‘resulta beneficioso, por lo tanto cultivémoslo’, sino: ‘digamos que es beneficioso aquello que más nos 
interesa económicamente cultivar’. En ese hecho puede radicar la devastadora epidemia de obesidad, diabetes, hipertensión, 
enfermedades degenerativas, enfermedades autoinmunes y otras como el cáncer que asolan la civilización occidental. 
A diferencia de las necesidades calóricas y de proteínas, con rangos de variación individual muy grandes, la cantidad 
requerida mínima de glucosa presenta una media con menor grado de dispersión individual. Es decir, no depende tanto de la 
corpulencia, sexo o actividad física de la persona y es bastante más constante. 
No obstante, hay que recalcar que las cantidades consignadas aquí reflejarán datos medios que pueden presentar ciertas 
desviaciones individuales. La única manera de ajustar con exactitud las cantidades de macronutrientes finales será mediante 
mediciones sanguíneas y constantes ajustes que el paciente deberá llevar a cabo a lo largo de algunas semanas. 
A continuación, unos párrafos con la justificación de las cantidades mínimas de glucosa que necesita el organismo, en 
cursiva por si prefieres saltarte esta teoría un poco ardua. 
Al aplicar la dieta occidental, llena de glucosa, el cuerpo tiene a su disposición toda la que necesita (unos 160 gramos, de 
los cuales 120 van al cerebro) y es ella su principal sustrato metabólico.Por el contrario, durante la dieta cetogénica, la 
ingestión total de glucosa suele ser menor que la mínima necesaria una vez alcanzada la cetosis (unos 75 gramos, de los 
cuales unos 40 gramos van al cerebro) y el organismo utiliza en parte la gluconeogénesis para asegurarla, mediante el 
reciclaje de productos metabólicos de desecho. 
Los principales sustratos metabólicos con los que el hígado y riñones sintetizan glucosa mediante la gluconeogénesis son 
(por orden de preferencia) el lactato, el piruvato, el glicerol y los aminoácidos libres. 
El lactato y el piruvato son productos de desecho procedentes, sobre todo, de la glucólisis de músculos y eritrocitos. En 
realidad, la gluconeogénesis es una especie de reverso de la glucólisis y comparte con ella varios pasos reversibles, aunque 
tres de ellos no lo son, y explican el porqué la gluconeogénesis necesita de cierto aporte de energía, mientras que la 
glucólisis la produce. 
Por tanto, la cantidad de glucosa procedente de la gluconeogénesis del lactato y el piruvato siempre será menor que la 
cantidad de glucosa que inicia el proceso inverso de glucólisis para obtener esa cantidad de lactato y piruvato. 
Pueden obtenerse, aproximadamente, unos 35-40 gramos al día de glucosa mediante la gluconeogénesis de lactato y 
piruvato. Como ésa es, aproximadamente, la cantidad de glucosa que necesitan aquellos tejidos que sólo metabolizan 
glucosa a excepción del cerebro, podemos centrarnos, a efectos de simplificación del cálculo, en las necesidades de glucosa 
del cerebro en cetosis (unos 40 gramos al día) y olvidarnos del lactato y el piruvato. 
El glicerol se obtiene tras la hidrólisis de los triglicéridos, bien los almacenados en el tejido adiposo, bien los suministrados 
por la dieta. Los triglicéridos se catabolizan en un 90% en ácidos grasos y en un 10% en glicerol, que se traslada al hígado 
para convertirlo en nueva glucosa, y la cantidad total de glicerol dependerá de la tasa metabólica. 
Una vez bien establecida la cetosis de una dieta cetogénica, donde el metabolismo principal corre a cargo de las grasas, 
sabemos que éste supone aproximadamente un máximo del 93% de todo el consumo metabólico. 
Eso quiere decir que, para un hombre con unas necesidades calóricas diarias medias de 2800 calorías, unas 2600 
procederán de las grasas en cetosis. Por tanto, metaboliza el día aproximadamente unos 260 gramos de grasa (bien de la 
ingerida, bien de la corporal o de ambas). Como un 10% de esa cantidad produce glicerol y éste se transforma casi al 100% 
en glucosa, obtendríamos como metabolito secundario de la oxidación de los lípidos unos 26 gramos diarios de glucosa. 
Nos quedarían 14 gramos hasta alcanzar los 40 mínimos necesarios (redondeemos a 15). 
La tercera vía de la gluconeogénesis la constituyen los aminoácidos libres. El cuerpo tiene muy poca capacidad para 
albergar un pool de almacenamiento de aminoácidos, así que éstos, o bien son utilizados casi inmediatamente o se 
metabolizan de nuevo en forma de glucosa. Dichos aminoácidos pueden provenir bien de las proteínas de la dieta o bien de 
la degradación de las proteínas musculares.
Ambos casos son desaconsejables. El primero porque el metabolismo de las proteínas produce desechos que presentan 
cierta toxicidad y el segundo porque la conservación de la masa muscular es muy importante. 
Por ello la cantidad ideal de carbohidratos a consumir para asegurar que proveemos al cuerpo de esa pequeña porción de 
glucosa que necesita y que no se vea obligado a degradar músculo para obtenerla, serían los que asegurasen unos 15 gramos 
adicionales al día de glucosa. 
Consideremos, debido a las diferencias normales que una dieta puede albergar (esto no es matemática pura, hablamos de 
cálculos medios), que necesitaremos proveernos de entre 10 y 20 gramos de glucosa mediante carbohidratos 
beneficiosos. 
¿Qué carbohidratos es aconsejable consumir? 
Entre 10 y 20 gramos de glucosa puede parecer muy poco alimento, y realmente lo sería si usásemos ciertos carbohidratos 
refinados basados en azúcar, almidones y harinas (da igual que sean integrales o no). 
Con entre 15 y 40 gramos de pan, arroz, azúcar o pasta sobrepasaríamos fácilmente y de una sentada ese nivel. No sólo eso, 
sino que al ser alimentos de alto índice glucémico, su consumo provocaría que la glucosa entrase rápidamente en el torrente 
sanguíneo, induciendo un incremento proporcional de los niveles de insulina, y ya hemos visto qué consecuencias tiene eso 
para el cuerpo y el tumor. 
Sin embargo, para asegurarnos esa cantidad de glucosa habría que consumir una cantidad estimable de verduras, 
setas o algas (los carbohidratos aconsejados). 
Algunas, como las coles, la lechuga, el apio, la espinaca o la berenjena aportan un máximo de 5g de carbohidrato y, por tanto, 
de glucosa, por cada 100 gramos de alimento. Pesad 100 gramos de espinaca y veréis que resulta un plato muy estimable. 
Hemos dicho que aunque no comiéramos hidratos de carbono en absoluto el cuerpo se las arreglaría para obtener la parte 
mínima de glucosa que necesita mediante la degradación de proteína y algo de grasa y que, por tanto, es mejor asegurarnos 
de que le proveemos esa pequeña porción nosotros. 
¿Por qué? 
Por una parte, porque las proteínas son valiosísimos macronutrientes cuyo principal cometido es reponer las estructuras 
celulares y no servir como fuentes de energía. Por otra, porque al ingerir determinados carbohidratos permitidos, 
ingerimos también beneficiosas vitaminas, minerales y fitoquímicos que están demostrando un poderoso efecto 
antitumoral. Puede parecer que escribir acerca de esta dieta me convierte en un anti-hidratos, pero lo cierto es que sólo me 
convierte en anti-grano. 
Además, aconsejo encarecidamente que las verduras que se consuman procedan de cultivos ecológicos. 
¿Por qué? 
Pues porque una de las propiedades más beneficiosas del consumo de verduras, los fitoquímicos con efectos 
‘quimioterápicos’, presentan concentraciones mayores, hasta en varios órdenes de magnitud, en alimentos orgánicos (si 
habéis visitdo alguna tienda que venda esos productos veréis que no tienen ese aspecto simétrico, lustroso y rotundamente 
artificial de las frutas y verduras que acostumbramos a comprar en supermercados convencionales). 
Los suelos en que se cultivan los productos ecológicos son ricos en nutrientes, y eso implica que las plantas que crezcan en 
ellos también serán mucho más ricas en vitaminas, minerales y oligoelementos si los comparamos con el mismo peso de 
alimento no orgánico. 
Además, no se utilizan pesticidas para la protección de los cultivos orgánicos. De por sí este hecho ya es muy importante 
pero, además, hay que considerar que los fitoquímicos de las plantas no son sino intentos de éstas por segregar sus propios 
‘pesticidas’ internos que ahuyenten a los parásitos y que una planta a la que se le aplican pesticidas externos no ‘necesita’ 
segregar los suyos propios y, como resultado, una planta cultivada por medios convencionales tiene una cantidad mucho 
menor de fitoquímicos que una cultivada por medios ecológicos. 
De esa manera, al consumir una cantidad equivalente de verduras orgánicas, obtenemos la misma cantidad de glucosa, 
pero niveles muchísimo mayores de elementos que nos proporcionarán una ayuda adicional en la pelea contra el 
cáncer. No se trata de cantidad, como siempre, sino de calidad y racionalidad a la hora de saber qué y cómo consumir.
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Dieta cetogénica contra el cáncer

  • 1. Dieta cetogénica contra el cáncer (I). Resumen y prejuicios derribados Serie dedicada a la Dieta cetogénica contra el cáncer. Suscríbete para recibir información de nuevos artículos Para aquellos que (generalmente con razón) leen este tipo de titulares con escepticismo, vaya por delante que en el momento en que escribo estas líneas -marzo del 2013- ya se están emprendiendo ensayos clínicos para probar la eficacia de la dieta cetogénica contra el cáncer, en centros como el Albert Einstein de Nueva York y ya se ha completado una primera fase en el hospital de Würtzburg, en Alemania. Además, numerosos oncólogos y bioquímicos, que saben que el cáncer es una enfermedad metabólica, han presentado estudios que demuestran los beneficios de la dieta cetogénica contra el cáncer, si bien no pertenecen a la corriente mayoritaria oficial, empecinada en que el cáncer procede de miles de mutaciones genéticas diferentes, lo que conllevará a crear miles de fármacos al respecto, tan poco efectivos y tóxicos como son los actuales. En este post resumiré los aspectos principales de la dieta cetogénica y explicaré el camino de descubrimiento que me permitió derribar mis iniciales prejuicios contra ella. ¿En qué consiste la dieta cetogénica? La dieta cetogénica consiste en limitar el consumo de carbohidratos hasta niveles muy bajos y aumentar el de las grasas, manteniendo niveles adecuados de proteínas. Los alimentos de alto índice glucémico y alto contenido en carbohidratos (pan, pastas, arroz, patatas, azúcar, todo tipo de galletas y productos refinados, incluso legumbres) se sustituyen por verduras, setas y alguna fruta. Se persigue con ello que el cuerpo deje de emplear la glucosa como principal fuente de energía y metabolice la grasa. La glucosa procede de los hidratos de carbono consumidos y de una parte de las proteínas consumidas en exceso. Los cuerpos cetónicos proceden de las grasas. Durante el metabolismo de los ácidos grasos se producen cuerpos cetónicos que el organismo utiliza como ‘combustible’ en un estado metabólico llamado cetosis. La cetosis es el estado típico del hambre y el ayuno, donde el cuerpo usa sus reservas de grasa para sobrevivir. Es, en realidad, el estado normal del hombre, al que ha estado sometido durante los dos millones de años de evolución previos al descubrimiento de la agricultura, aquél para el cual nuestros genes se han adaptado y, por tanto, el más natural. La dieta cetogénica imita los efectos bioquímicos del ayuno pero sin necesidad de pasar hambre. En siguientes artículos hablaré de los alimentos más adecuados y de las proporciones adecuadas de cada macronutriente si queremos aplicar la dieta cetogénica contra el cáncer. Resumen de efectos beneficiosos de la dieta cetogénica contra el cáncer La base de la dieta cetogénica contra el cáncer es conseguir niveles muy bajos de glucosa en el organismo. El cuerpo puede funcionar de manera saludable usando en gran parte los cuerpos cetónicos y los ácidos grasos como combustible, y la presencia de éstos permite que los niveles de glucosa puedan estar incluso por debajo de lo que se consideraría hipoglucemia en dietas normales, sin perjuicio alguno para el cuerpo sano. Las células tumorales necesitan metabolizar grandes cantidades de glucosa para vivir, y no pueden funcionar con cuerpos cetónicos ni ácidos grasos (de hecho estos son tóxicos para ellas), en virtud del efecto Warburg, que expliqué en otro artículo. Es decir, la dieta cetogénica tiene como objetivo privar de su alimento a las células tumorales y que se vean imposibilitadas para crecer a gran velocidad. En siguientes artículos explicaré más a fondo todos los beneficios de la dieta cetogénica contra el cáncer, pero también contra otras enfermedades crónicas y también para mantener niveles sanguíneos saludables en cualquier persona sana. Mi camino de descubrimiento de la dieta cetogénica contra el cáncer. Los prejuicios derribados. La primera vez que escuché referencias a la dieta cetogénica contra el cáncer fue en 2008. Encontré el reporte del caso de dos niños, enfermos de glioma cerebral maligno, cuya dolencia progresaba pese a haber sido tratados con todas las medidas
  • 2. disponibles en el arsenal convencional, y que por ello estaban desahuciados y se esperaba un desenlace trágico en un breve plazo. Se decidió entonces aplicarles una dieta cetogénica y contuvieron la enfermedad durante mucho más tiempo del previsto. Uno de ellos aún seguía vivo varios años después. Tomé esa noticia con todas las precauciones que merece un universo muestral tan pequeño, pero guardé la referencia porque, aun siendo dos únicos casos, todos los oncólogos saben a qué se enfrentan cuando se habla de un glioma maligno y también saben lo poco que las caras y tóxicas medidas oficiales pueden hacer contra esta enfermedad. Unos pocos casos que viven mucho más de lo esperado ya constituyen una singularidad que debería invitar, al menos, a reflexionar acerca de las posibles causas. Este tipo de observaciones son las que permiten construir hipótesis que la ciencia se encarga de poner a prueba y ya se sabe que las hipótesis no matan a nadie. Son los prejuicios y la ausencia de hipótesis los que lo hacen. La dieta cetogénica pasó a formar parte de las posibles medidas que aplicar en la enfermedad de mi mujer, aunque sólo en caso de llegar a un punto en que no hubiera más remedio porque, por entonces, aún creía que este tipo de dietas serían muy peligrosas de ser aplicadas durante largos períodos de tiempo, tal y como nos avisaban los medios de comunicación y numerosas webs. A fin de cuentas, la dieta cetogénica se basa en conceptos que contradicen de raíz la actual pirámide “ideal” de los alimentos y por entonces yo aún confiaba en que un comité de expertos se comportase como tal y asumiera su trabajo con vistas a asegurar únicamente el bien común, sin agendas económicas ocultas. La dieta cetogénica contra la epilepsia Poco tiempo después accedí a un informe que hablaba acerca de la dieta cetogénica en el tratamiento de las epilepsias infantiles refractarias a los fármacos y que se venían aplicando, oficialmente y con éxito, desde hacía décadas. El informe concluía que la dieta era bien tolerada y que, sobre todo en adolescentes que ya habían pasado la etapa de crecimiento, podía ser aplicada durante largos períodos de tiempo sin ningún problema, como revelaban los análisis sanguíneos de los pacientes, que se mantenían en un estado de salud excelente. Por primera vez, un método natural y no tóxico, una dieta, una “simple” dieta cetogénica, era reconocida por el estamento médico como un arma que podía superar al arsenal farmacológico a la hora de manejar una dolencia. La dieta cetogénica controlaba las crisis, además, de manera muy efectiva: en la mayoría de los casos, las crisis epilépticas disminuían extraordinariamente en frecuencia y magnitud al aplicar la dieta cetogénica, cuando no desaparecían por completo. La dieta cetogénica parecía contradecir el paradigma nutricional oficial y además parecía ser útil contra dos enfermedades crónicas tan “diferentes”. El hecho me sorprendió, pero no demasiado, porque ya por entonces comenzaba a apoyar la teoría de que todas las enfermedades crónicas están relacionadas y que lo que actúa contra una lo hace contra todas, que es tanto como decir que existe una manera ideal de tratar la mayoría de enfermedades crónicas al situarnos en una especie de “zona bioquímica de salud”, donde los procesos principales que rigen la enfermedad (consumo de energía, hormonas, inflamación, sistema inmune), están equilibrados. Por supuesto no estoy tan loco como para no saber que esta idea es una mera hipótesis pero, eso sí, una hipótesis plausible que merecería la pena someter a prueba debido a las abundantes evidencias preliminares que la sustentan. A partir de un determinado momento comencé a encontrar periódicamente cada vez más referencias de casos de enfermos de cáncer que se habían beneficiado en mayor o menor medida de una dieta cetogénica, incluso había casos que habían alcanzado una remisión completa por largos períodos de tiempo, a pesar del avanzado estado de su enfermedad. Los esquimales y la dieta cetogénica La epidemiología de ciertas poblaciones con modos de vida ancestrales también llamaba poderosamente la atención. En concreto era destacable el caso de los inuit.
  • 3. Su dieta se basaba, a veces en más de un 80%, en el consumo de grasas de origen animal. El resto eran proteínas y sólo consumían un 2% de hidratos de carbono durante el verano, cuando podían acceder a algunas bayas, algas y raíces. La dieta cetogénica de la población esquimal era extrema pero mantenían bajas tasas de obesidad, estaban libres de diabetes o enfermedades cardiovasculares y tenían bajísimas tasas de cáncer. Evitaban la deficiencia de vitamina C comiendo algo de carne cruda, y en su dieta abundaban las fuentes de vitamina D y de ácidos grasos omega 3. El libro Cancer: disease of civilization?, escrito en 1960 por el explorador islandés Vilhjalmur Stefansson, que convivió durante años (desde 1908 hasta 1912) con la población esquimal, ponía el dedo en la llaga, con datos empíricos, en el hecho de que el cáncer era una enfermedad metabólica y aseguraba que la dieta más adecuada se basaba en una baja cantidad de hidratos de carbono no refinados. Cuanto más continuaba yo investigando, encontraba más casos que se habían beneficiado de una dieta cetogénica y, lo que era más importante, su mecanismo de acción era perfectamente coherente con lo que la ciencia básica descubría acerca del metabolismo tumoral. Había todo un mundo por descubrir y multitud de prejuicios que desterrar: la ciencia era clara y contradecía al marketing y a los periodistas voceros del poder corporativo. En siguientes artículos continuaré explicando el mecanismo de acción de la dieta cetogénica contra el cáncer, las pruebas científicas que certifican sus beneficios y el porqué de la manipulación a que nos vemos sometidos por los medios de comunicación de masas para inducir un rechazo generalizado, basado en cuestiones económicas, de la dieta cetogénica y sus efectos terapéuticos. - See more at: http://cancerintegral.com/dieta-cetogenica-contra-el-cancer-prejuicios/#sthash.pYIZTcZa.dpuf Publicado en abr 8, 2013 in Alimentación contra el cáncer, Contra el cáncer | 13 comentarios Dieta cetogénica contra el cáncer (II). Los combustibles del cuerpo sano y los dos estados metabólicos. Serie dedicada a la Dieta cetogénica contra el cáncer. Suscríbete para recibir información de nuevos artículos La oncología oficial (espoleada por la Industria Farmacéutica) se empecina en encontrar cientos de fármacos que cubran todas las posibles combinaciones de genes mutados que (dicen) están involucrados en las 200 enfermedades que (dicen) es el cáncer, mediante ataques frontales, caros y muy tóxicos. Por contra, otros bioquímicos y oncólogos que defienden un paradigma diferente del cáncer, entendido como enfermedad metabólica, proponen atacar al enemigo de otra manera, menos directa pero más universal; menos tóxica y, desde mi punto de vista, mucho más inteligente: haciéndole pasar hambre mediante una dieta cetogénica y otras medidas que comentaremos en otros artículos. Es decir, se intenta convertir el cuerpo, que el cáncer pretende conquistar, en un terreno inhóspito para él. Comprender las particularidades metabólicas de nuestro enemigo, aquellas que lo diferencian de las del cuerpo sano, nos permitirá usar con mayor efectividad dicho conocimiento contra él y entenderemos porqué es una buena medida terapéutica adoptar una dieta cetogénica contra el cáncer. En este artículo explicaremos los dos estados metabólicos del cuerpo sano y en el siguiente los compararemos con el estado metabólico propicio para el cáncer. Los combustibles metabólicos de las células sanas. Un breve resumen. Las células del organismo pueden usar varios tipos de combustibles metabólicos, bien directamente, bien tras un proceso previo, o bien como resultado de un ‘reciclaje’ de productos de desecho: glucosa, aminoácidos, ácidos grasos libres, triglicéridos, cuerpos cetónicos, alcohol, lactato, glicerol… pero los dos principales combustibles metabólicos son la glucosa y los ácidos grasos.
  • 4. La glucosa se puede obtener directamente de los hidratos de carbono ingeridos, cuya parte no consistente en fibra se transforma casi al 100% en glucosa; también puede proceder, durante períodos de ayuno o durante un ejercicio físico intenso, de los depósitos corporales de glucógeno almacenados en músculos e hígado. Indirectamente, la glucosa puede sintetizarse mediante un proceso llamado gluconeogénesis (que tiene lugar mayoritariamente en el hígado), por la degradación, entre otras moléculas, de aminoácidos glucogénicos y ácidos grasos. Algo más de la mitad de las proteínas sobrantes de la dieta pueden llegar a transformarse en glucosa mediante ese proceso, mientras que sólo puede realizar esa transformación un 10% de los ácidos grasos, la parte correspondiente al glicerol. Los ácidos grasos pueden también ser usados directamente como combustible por las células sanas, más tarde veremos en cuáles y en qué condiciones. Una parte de esos ácidos grasos pueden ser convertidos por el hígado en cuerpos cetónicos, que se utilizarán preferentemente para nutrir al cerebro cuando se alcanza el estado de cetosis, tras el período de adaptación inicial de una dieta cetogénica. Profundizaremos más tarde en estos conceptos. Los dos estados metabólicos Como hemos dicho, pese a que el organismo puede emplear una amplia variedad de combustibles, son sólo dos los principales. Cada uno representa un determinado estado metabólico y uno de ellos se alcanzará tras aplicar una dieta cetogénica. Estado 1. Glucosa: el metabolismo ‘de emergencia’ convertido en habitual La glucosa es un combustible “de emergencia”. Cuando ingerimos hidratos de carbono, las enzimas digestivas transforman los diferentes azúcares en glucosa. Cuando el nivel de glucosa en sangre se eleva, el páncreas segrega cantidades proporcionales de insulina con el fin de distribuirla: una parte se emplea para proporcionar energía inmediata a las células, otra se transforma en glucógeno para rellenar los pequeños depósitos de músculos e hígado y el sobrante se almacena en el tejido adiposo, bien directamente o bien previo paso por el hígado, que producirá triglicéridos (de ahí que el nivel de triglicéridos dependa sobre todo de los hidratos de carbono ingeridos, no de las grasas). Cuando hay glucosa suficiente, es el combustible preferido por el organismo. Éste interpreta que se encuentra ante una situación de abundancia excepcional y pone en marcha una serie de procesos destinados a almacenar la energía que “cree” que necesitará más adelante, cuando vengan épocas duras. Los niveles de insulina se elevan, se almacena grasa a partir de la glucosa sobrante y, a la vez, la insulina también impide que dicha grasa se use como energía. Nuestros genes han sido labrados en épocas donde estos picos de glucosa eran excepcionales, y sólo ocurrían, como mucho, unas pocas semanas al año. Por ello, el cuerpo “dice”: atención, esta abundancia no volverá a suceder en bastante tiempo, dejemos de usar reservas de grasa que nos serán muy valiosas el resto del año, consumamos esta energía rápida que nos permitirá sobrevivir un día más y aumentemos el panel adiposo para cuando vengan épocas duras. Los depósitos de grasa de un hombre medio podrían mantenerle con vida durante muchas semanas. Por contra, el total de depósitos de hidratos de carbono del cuerpo se agotaría en poco más de un día o dos. La insulina es anabólica y promueve la creación de hormonas eicosanoides inflamatorias, pero es un precio bajo a pagar a corto plazo, puesto que en otras épocas su presencia era puntual. El problema es que la alimentación moderna, tan alejada de una dieta cetogénica, está llena, a diario, de situaciones antes poco frecuentes: una pirámide alimenticia con casi un 70% de carbohidratos llenos de energía, que nos cubren de glucosa todos los días del año y hacen que lo que en otras épocas era excepcional ahora sea habitual. Y a esa excepcionalidad convertida en habitual aún no se han ‘acostumbrado’ nuestros genes y nuestra fisiología, tallada durante millones de años en la escasez y el alimento poco denso en energía. Nuestra época, especialista en crear bombas de alimento, densas en calorías y glucosa, nos hace permanecer todo el año en un estado de glucosa e insulina altas, con la inflamación que ello conlleva. Un estado antinatural, si por antinatural entendemos aquello que perjudica a nuestro organismo, por no ser a lo que está acostumbrado.
  • 5. Podríamos trazar una ruta explicativa de todas las enfermedades crónicas partiendo de los altos niveles crónicos de glucosa e insulina y su relación con la inflamación, algo que haremos en otros artículos. En estos nos enfocaremos en su participación en el cáncer. Estado 2. Grasas: el metabolismo favorable a nuestra fisiología convertido en excepcional Cuando el nivel de glucosa en sangre desciende, como durante el ayuno o durante una dieta cetogénica, nuestro cuerpo cambia a otro estado metabólico: la insulina también disminuye y se eleva la hormona que la complementa y es su reverso, el glucagón, producida igualmente en el páncreas. También se segregan en mayor cantidad catecolaminas (epinefrina y norepinefrina), cuyo mecanismo de acción es similar al del Glucagón con respecto al metabolismo. Estas hormonas hacen que se liberen las reservas de glucógeno y, cuando éstas se agotan en parte, ponen en marcha el mecanismo de liberación de grasas. La insulina representa al estado metabólico de la glucosa. El glucagón representa el de las grasas y ambas hormonas son los extremos de un eje: cuando la insulina es alta, el glucagón es bajo y predomina el metabolismo de la glucosa. Cuando la insulina baja, sube el glucagón y predomina el metabolismo de las grasas. Siguiendo con el lenguaje simbólico, durante milenios el glucagón fue nuestro mejor representante, presente durante casi todo el año debido a una alimentación muy similar a la dieta cetogénica, haciendo que el organismo viviera durante los períodos de escasez, los más frecuentes, de las reservas de grasa acumuladas en períodos de abundancia, los más escasos, durante los cuales la insulina aumentaba. En nuestros días, el glucagón ha sido “arrinconado” por la insulina, valiosísima en períodos cortos, nefasta cuando sus niveles están crónicamente elevados. La relación se ha invertido: la hormona del corto plazo lo es ahora del largo plazo, y viceversa. Cada hormona “representa un estado” para el cual “no está preparada”. Comparación de ambos sistemas metabólicos Dicho de manera sencilla, el cuerpo tiene dos sistemas preferentes de uso de energía, que funcionan casi en forma de interruptor. Aunque siempre existe una convivencia de ambos tipos de combustibles, el organismo salta a uno u otro dependiendo de las condiciones externas de acceso a nutrientes. El ejemplo más extremo de metabolismo “basado en la glucosa” lo constituye la dieta de la civilización occidental. El más extremo de metabolismo “basado en la grasa” lo constituye la dieta cetogénica. Cuando la cantidad de glucosa sobrepasa determinado nivel, la cetosis no es posible debido a que la insulina corta la posibilidad de acceder a las grasas como combustible. En ese estado, casi todo el cuerpo utiliza la glucosa como principal fuente de energía, a excepción del corazón, que usa con preferencia ácidos grasos (aunque también puede metabolizar glucosa, lactato o cuerpos cetónicos). En el siguiente artículo de esta serie, dedicada a la dieta cetogénica contra el cáncer, reflexionaremos acerca de las implicaciones de esta particularidad. Cuando la glucosa e insulina descienden durante la aplicación de la dieta cetogénica contra el cáncer, el glucagón aumenta, vacía los depósitos de glucógeno y permite acceder a los ácidos grasos como combustible. Durante el tiempo de adaptación a la dieta cetogénica, el hígado produce también cuerpos cetónicos a partir de los ácidos grasos. A lo largo de las, aproximadamente, 3 semanas que dura la adaptación completa a la dieta cetogénica contra el cáncer, el cuerpo utiliza ácidos grasos y cuerpos cetónicos como combustible metabólico, pero cada día menos de estos últimos, que son reservados cada vez en mayor cantidad para su utilización por el cerebro. Ello es debido a que el cerebro no puede usar ácidos grasos como combustible: son moléculas grandes que no pueden atravesar la barrera hematoencefálica. Los cuerpos cetónicos sí la atraviesan, y conforme pasan los días el cerebro requiere más cuerpos cetónicos para sustituir a una glucosa cada vez más escasa, así que son reservados para que sea el cerebro quien los use como combustible metabólico durante la dieta cetogénica contra el cáncer. Al final del período de adaptación a la dieta cetogénica, casi todo el cuerpo funciona con ácidos grasos, mientras que el cerebro cubre entre un 60 y un 75% de sus demandas de energía con cuerpos cetónicos, y el restante 25 a 40% continúa necesitando de la glucosa.
  • 6. Algunos otros sistemas celulares siguen usando también exclusivamente la glucosa, como los eritrocitos. Otros órganos, como el intestino delgado, prefieren metabolizar aminoácidos como la glutamina. Al final, tras el período de adaptación completa a la dieta cetogénica contra el cáncer, el cuerpo en cetosis profunda pasa a depender en, aproximadamente, un 95%, de los ácidos grasos y los cuerpos cetónicos para sus necesidades metabólicas, y la glucosa se usa para atender sólo el 5% restante. La relación de combustibles “preferidos” por los órganos en cada estado metabólico (dieta occidental “ideal” y dieta cetogénica) quedaría distribuida tal y como se refleja en el siguiente dibujo. [NOTA: hemos evitado representar el combustible correspondiente a los eritrocitos en la dieta cetogénica contra el cáncer, que sería la glucosa, porque los glóbulos rojos no pueden transformarse en células cancerígenas.] En el siguiente artículo hablaremos de los combustibles de la célula tumoral y los compararemos con los que acabamos de conocer de la célula sana. De esa manera comprenderemos el porqué de las ventajas de adoptar una dieta cetogénica contra el cáncer. - See more at: http://cancerintegral.com/dieta-cetogenica-contra-el-cancer-combustibles-del-cuerpo-sano-estados-metabolicos/# sthash.DNrOvgt3.dpuf Dieta cetogénica contra el cáncer (III). El origen y los combustibles del cáncer. Beneficios de las dietas low-carb, keto o paleo Serie dedicada a la Dieta cetogénica contra el cáncer. Suscríbete para recibir información de nuevos artículos En el anterior artículo explicamos los dos tipos fundamentales de metabolismo mediante los que el cuerpo obtiene energía, cada uno de los cuales se basa en diferentes combustibles metabólicos. Ahora veremos qué caracteriza el metabolismo tumoral, y comprenderemos porqué es tan buena idea adoptar una dieta cetogénica contra el cáncer. Las dos vías del metabolismo energético en la célula sana
  • 7. Para obtener energía, las células usan principalmente dos sistemas metabólicos: la fosforilación oxidativa (respiración o metabolismo aerobio, en presencia de oxígeno) y la fosforilación a nivel de sustrato (glucólisis anaeróbica o fermentación, sin presencia de oxígeno) La primera es el principal metabolismo energético de la célula sana, su “preferido” en la mayoría de situaciones metabólicas, debido a que es el más eficiente de los dos y permite obtener hasta 15 veces más ATP de la glucosa. La fosforilación oxidativa se realiza en la mitocondria, que es la “central de energía” de todo proceso metabólico donde se vea involucrado el oxígeno. En la mitocondria se oxidan los principales combustibles metabólicos: glucosa, ácidos grasos o cuerpos cetónicos. El segundo sistema metabólico, la glucólisis anaeróbica, se utiliza en algunos órganos generalmente durante breves períodos de tiempo, durante los cuales una privación transitoria de oxígeno obliga a la célula a usar un proceso metabólico diferente. Sucede ocasionalmente, por ejemplo, en los músculos, durante un ejercicio intenso que agota las reservas de oxígeno. La glucólisis fermenta glucosa y produce ácido láctico, que en algunos órganos como el corazón puede usarse directamente, de nuevo, como combustible, pero que generalmente es un producto de desecho que se lleva al hígado para ser transformado de nuevo en glucosa y devolverla al torrente sanguíneo mediante el llamado ciclo de Cori. Pocos tipos de células usan permanentemente la glucólisis anaeróbica. Un ejemplo de esa excepción lo constituyen los eritrocitos o glóbulos rojos, que carecen de mitocondria y, por ello, sólo pueden metabolizar glucosa mediante fermentación, no mediante oxidación. La glucólisis es mucho menos eficiente que la respiración, pero es un proceso muy rápido, por tanto se considera un mecanismo excepcional para sortear una situación potencialmente peligrosa para la célula, cuando ésta no puede metabolizar energía por oxidación. La glucólisis es un proceso fermentativo que sucede en el citosol, fuera de la mitocondria. Los combustibles metabólicos que pueden ser fermentados son la glucosa y algunos aminoácidos como la glutamina, pero no que se pueden fermentar los ácidos grasos o los cuerpos cetónicos. La única vía del metabolismo energético en la célula tumoral Tal y como ya he explicado en este blog en varias ocasiones, las características metabólicas de todo cáncer se explican con gran facilidad en virtud del Efecto Warburg. Voy a sintetizar de nuevo el proceso que convierte a una célula normal en tumoral para explicar sus particularidades metabólicas.  Las mitocondrias de la célula sufren algún tipo de daño (estructural, en el ADN mitocondrial, o en su membrana lipídica), que les impide funcionar correctamente.  La mitocondria controla la apoptosis, o suicidio programado de la célula. Al perder su funcionalidad mitocondrial, la célula no puede ya suicidarse y se convierte en inmortal.  El metabolismo de la mitocondria es oxidativo, así que, independientemente de las cantidades de oxígeno disponibles, la célula pierde la capacidad de usar la fosforilación oxidativa de glucosa, ácidos grasos o cuerpos cetónicos para obtener ATP y tiene que recurrir a la fermentación de glucosa o de aminoácidos como la glutamina para obtener la energía.  En situaciones de hipoxia, cuando hay poco oxígeno disponible, en las células se sintetiza una molécula llamada HIF-1alfa (factor de crecimiento por hipoxia) que provoca una proliferación. Es una molécula típicamente presente en procesos de glucólisis. En células normales, pertenecientes, por ejemplo, a un órgano sometido a una isquemia, la HIF-1alfa sirve para incrementar la proliferación y reparar la zona dañada. En el caso del tumor, a pesar de haber oxígeno suficiente disponible no puede ser usado debido al daño mitocondrial, con lo cual se interpreta que realmente hay una hipoxia, se sintetizan altas cantidades de HIF-1alfa y se produce una situación muy peligrosa que a la postre conduce al cáncer: la proliferación descontrolada de una célula que, además, no puede suicidarse.  Al ser la glucólisis un proceso metabólico muy poco eficiente, la célula tumoral necesita consumir grandes cantidades de glucosa para mantener sus niveles de energía y su proliferación. Una glucosa muy abundante en el cuerpo de quien siga una dieta típica occidental.
  • 8.  Para nutrir a las nuevas células tumorales que van surgiendo, el tumor debe crear nuevos vasos sanguíneos en un proceso conocido como angiogénesis. Dicho proceso necesita un estado inflamatorio para poder ser llevado a cabo. La insulina alta favorece el estado inflamatorio. Faltaría hablar el proceso de formación de metástasis, del que escribiré en próximos artículos, y que tampoco necesita de la intervención de miles de mutaciones genéticas para poder ser explicado con sencillez. Con ello, obtendríamos una visión aproximada pero elegante y universal de todos los cánceres. ¿Qué podemos deducir de esos 6 puntos respecto al metabolismo tumoral? Pues que: La célula tumoral no puede oxidar combustibles metabólicos en la mitocondria, que está dañada, sólo puede fermentarlos en el citosol. Y sólo pueden ser fermentadas la glucosa y la glutamina, pero no los ácidos grasos ni los cuerpos cetónicos. A continuación muestro un resumen de los combustibles metabólicos de la célula sana y del cáncer, así como de las principales vías metabólicas de cada una. ¿Qué implicaciones tienen estos conocimientos en la estrategia de un posible tratamiento? Unas implicaciones que habrán sorprendido a las personas inteligentes que hayan leído hasta aquí y que tal vez se hayan hecho unas preguntas muy simples. Mientras se las hacían, tal vez hayan pensado también: “no puede ser tan sencillo”.  Pregunta 1: ¿Y si cambiamos el metabolismo de la glucosa por el de las grasas? ¿Le negaríamos así al tumor la mayor parte de su combustible principal, la glucosa, y le haríamos pasar hambre? ¿Tal vez lo detendríamos o incluso lo mataríamos?  Pregunta 2: ¿Y si bloqueamos la fermentación de la glucosa y de la glutamina, o sea, la glucólisis y la glutaminólisis?, ¿Le impediríamos así acceder a su única manera de usar los combustibles que puede metabolizar y podríamos matarlo de hambre? La respuesta a las dos preguntas es SÍ. Y ésa es la razón por la cual en este blog lucho por que la gente vea que, de haberse investigado hace 50 años en la dirección correcta, de haberse usado toda la inversión desorbitada que se ha malgastado durante ese tiempo en la dirección correcta, el cáncer sería una enfermedad controlable desde hace muchos años. Y todo eso no lo digo yo, sino muchos bioquímicos y oncólogos de todo el mundo, a quienes los medios de comunicación no hacen entrevistas por no formar parte del statu quo oficial protegido por la Industria Farmacéutica. La pregunta 1 es la que intentamos contestar en esta serie de artículos acerca de la dieta cetogénica contra el cáncer: Si pasamos de un estado metabólico donde el cuerpo consume glucosa casi al 100% a otro, que se produce tras la aplicación de una dieta cetogénica, donde el metabolismo de la glucosa desciende a menos de un 5%, resulta lógico pensar que el tumor lo tendrá difícil para crecer y prosperar, porque no es capaz de metabolizar ácidos grasos ni cuerpos cetónicos.
  • 9. La pregunta 2, la relativa a la inhibición de la glucólisis y la glutaminólisis, la contestaremos en artículos futuros, donde explicaremos métodos y sustancias relativamente fáciles de usar ahora mismo y dirigidas a ese fin, y también moléculas sintéticas no tóxicas, baratas y no patentables, que están actualmente siendo estudiadas por laboratorios de todo el mundo, aunque generalmente pequeños y con medios insuficientes para poner en marcha ensayos clínicos extensos. Lamentablemente, como explico en el porqué de este blog, nadie pagará jamás por llevar a cabo esos estudios clínicos de dichas moléculas, porque atentaría contra el paradigma actual del cáncer, que tantos beneficios está aportando a la industria farmacéutica y a los oncólogos-estrella afines a él. Y esa es la razón por a que a los millones de enfermos muertos se le añadirán muchos más a no ser que algo cambie, por la sencilla razón de que, de esta manera, se gana más dinero. Una verdad obscena y pútrida, que algún día será de conocimiento general. ¿Puede el tumor alimentarse de grasas y cuerpos cetónicos? La controversia del “efecto Warburg inverso”. Es justo que hagamos mención del único estudio que dice lo contrario de los cientos publicados hasta ahora: que la célula tumoral sí puede metabolizar ácidos grasos, cuerpos cetónicos e incluso lactato y usar esos combustibles para crecer http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/19923890 El estudio proponía una nueva visión del efecto Warburg, llamado “efecto Warburg inverso”. Según él, demostraban que las células cancerígenas sí podían respirar correctamente, pero “provocaban” (de alguna manera) en los fibroblastos adyacentes un estado de impedimento mitocondrial que les hacía metabolizar glucosa de forma anaerobia y excretar lactato. Las células cancerígenas “pastoreaban” a dichas células adyacentes y usaban ese lactato procedentesde la glucólisis de éstas para nutrirse. También sugerían que el tumor podía nutrirse de cuerpos cetónicos y ácidos grasos http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/20818174 El estudio fue llevado a cabo por un grupo de trabajo de la Universidad Thomas Jefferson de Filadelfia. Su publicación provocó un enorme revuelo en la comunidad científica, sobre todo en aquellos que promueven un modelo del cáncer como enfermedad metabólica. Pero, una vez estudiada a fondo la metodología del estudio, se comprobó que ésta dejaba bastante que desear, e incluso el bioquímico Thomas Seyfried escribió una carta denunciando sus profundas inconsistencias. Los científicos de la universidad de había inyectado en ratones cuerpos cetónicos directamente, en vez de provocar la subida mediante una dieta, con lo cual provocaban un estado no natural. Ese y otros detalles, junto con oscuros tejemanejes de dos de los científicos del grupo investigador, que han sido denunciados por la Universidad, hacen que no se invaliden en absoluto los cientos de estudios, procedentes de numerosos centros de todo el mundo, que certifican la validez del efecto Warburg y que las células tumorales no pueden oxidar glucosa, cuerpos cetónicos ni ácidos grasos, sino sólo fermentar glucosa y glutamina. El caso paradigmático del cáncer de corazón. ¿Alguna vez has oído que alguien padezca de cáncer de corazón? En realidad existen casos, pero es un tipo de tumor excepcional, y casi el 75% de los tumores cardíacos son benignos, así que un sarcoma maligno de corazón es extraordinariamente raro. Lo cierto es que las células cardíacas son casi completamente aeróbicas y tienen una muy alta cantidad de mitocondrias: tienen una densidad mitocondrial que ocupa casi un 40% del espacio celular. Aunque el corazón puede utilizar durante un breve período de tiempo la glucólisis anaerobia, ésta es apenas funcional. Además, el corazón es el único órgano que siempre usa como combustible principal ácidos grasos en vez de glucosa, tanto si se sigue una dieta típica como una dieta cetogénica. Eso tiene todo el sentido, porque una máquina sometida a semejante esfuerzo continuo no puede depender de un combustible cuyas reservas corporales son tan bajas y que puede sufrir grandes fluctuaciones. La grasa es siempre un combustible más fiable y que casi siempre está disponible.
  • 10. Para que una célula cardíaca se transforme en maligna deben ser dañadas a la vez casi todas sus mitocondrias, algo menos probable que cuando la densidad mitocondrial es menor. Además, como ya hemos visto, los ácidos grasos no pueden ser metabolizados por las células cancerígenas. Por último, el corazón sólo puede usar la glucólisis anaerobia durante breves períodos de tiempo. Todo ello dificulta que un sarcoma cardíaco maligno pueda prosperar. Como contrapartida, al no poder hacer frente a una posible hipoxia, usando las herramientas proliferativas (y en este caso reparadoras) típicas de la glucólisis anaerobia, el corazón es más vulnerable a la isquemia. Es el precio que debe pagar por no poder sufrir apenas cáncer. El caso del corazón explica porqué es tan buena idea usar los ácidos grasos y cuerpos cetónicos como combustible prioritario del resto del cuerpo mediante una dieta cetogénica contra el cáncer, y también porqué el paradigma del cáncer como enfermedad metabólica tiene mayor sentido que el paradigma del cáncer fruto de miles de mutaciones genéticas. Otras ventajas de la dieta cetogénica contra el cáncer Las ventajas de la dieta cetogénica contra el cáncer no se limitan a conseguir determinados niveles de combustibles metabólicos en la sangre. Con ser esta medida excepcionalmente útil, la dieta aporta otras ventajas sustanciales, a saber:  Dieta antiinflamatoria. Los bajos niveles de insulina y los altos de glucagón que induce la dieta cetogénica contra el cáncer, provocan que se favorezca la síntesis de hormonas eicosanoides antiinflamatorias. Un estado antiinflamatorio dificulta que el tumor pueda crear nuevos vasos sanguíneos mediante el fenómeno de la angiogénesis.  Bajos niveles de IGF-1. La hormona Insulin-like Growth Factor sigue vías diferentes a las de la insulina, pero los niveles de ambas guardan correspondencia. Los niveles bajos de ese factor de crecimiento hacen que el tumor vea dificultada su “tendencia a crecer”. El estado de cetosis profunda no es exactamente un estado catabólico, porque durante él se impide en gran medida la degradación de las proteínas musculares, pero no es tampoco un estado típicamente anabólico, es decir, no se facilita el crecimiento de tejidos, neoplásicos o sanos.  Bajos niveles de hormonas tiroideas. Durante la dieta cetogénica contra el cáncer, los niveles de hormona Triiodotiroxina (T3) descienden. Ésta es una de las hormonas más activas del cuerpo y está implicada, entre otras funciones, en el control de la tasa metabólica y la síntesis de proteínas. Al descender el nivel de T3 se dificulta dicha síntesis proteica, lo que implica dificultar la síntesis de cualquier tejido. Esa es la razón por la cual una dieta cetogénica contra el cáncer, que puede inducir una cetosis profunda, es poco indicada para atletas que pretendan aumentar su masa muscular. Pero, como muchos estudios han mostrado, las hormonas tiroideas (Tiroxina y Triiodotiroxina) tienen una relación directa en el crecimiento de los tumores y las metástasis. Al descender los niveles de dichas hormonas mediante una dieta cetogénica contra el cáncer, el crecimiento del tumor se frena igualmente.  Potenciación del sistema inmune. Hay estudios que demuestran que el sistema inmunitario se beneficia y potencia con una dieta cetogénica. Tal vez su explicación tenga relación con los mismos eicosanoides antiinflamatorios de los que antes hablábamos. Un fuerte sistema inmunitario es una poderosa arma contra el cáncer, como veremos en artículos futuros. Las dietas low-carb, keto y paleo, y su beneficio contra el cáncer Desde hace un tiempo están aparecido nuevos tipos de dieta (casi nuevos estilos de vida) que están ganando cada vez más seguidores. La dieta paleo está basada en consumir lo mismo que nuestros antepasados del paleolítico, antes del descubrimiento de la agricultura, aquellos alimentos que forjaron nuestros genes en épocas duras y a lo que nuestra naturaleza está más adaptada, por constituir la etapa más larga, con diferencia, durante nuestra estancia en la tierra como especie.
  • 11. En ella puede no llegarse permanentemente a un estado de cetosis, como en su variante Keto, que es parecida a la dieta cetogénica contra el cáncer que promulgaremos aquí, pero ambas son bajas en hidratos de carbono. El escepticismo que muchos pueden sentir ante lo que podría ser un nuevo ‘milagro’ nutricional tantas veces publicitado resulta bastante lógico a la vista de la historia reciente pero, al revisar la ciencia en que se basan estas dietas cetogénicas, comprobamos que se trata de buena ciencia. Muchos bloggers y nutricionistas honestos que indagan en los estudios publicados al efecto y que promueven estas dietas, pueden resultar una inestimable ayuda (de la que a veces ni siquiera son conscientes) no sólo para adelgazar, aumentar el rendimiento deportivo o mejorar la resistencia a la insulina o la diabetes, sino para ayudar en el tratamiento de otras enfermedades como el cáncer. Casos prácticos en siguientes artículos En siguientes artículos consideraremos un ejemplo de aplicación práctica de la dieta cetogénica contra el cáncer. Para ello usaremos los datos existentes de estudios ya elaborados y de testimonios de enfermos que aplicaron de manera exitosa una dieta cetogénica; también usaremos ejemplos de aplicación de la dieta cetogénica para otras dolencias o como método de adelgazamiento, así como todo lo que conocemos de la bioquímica de la nutrición - See more at: http://cancerintegral.com/dieta-cetogenica-contra-el-cancer-el-origen-y-los-combustibles-del-cancer-low-carb-keto- paleo/#sthash.xDXy9QWy.dpuf Dieta cetogénica contra el cáncer (IV). Niveles óptimos de glucosa y cuerpos cetónicos para hacer manejable el cáncer Serie dedicada a la Dieta cetogénica contra el cáncer. Suscríbete para recibir información de nuevos artículos Después de los anteriores artículos, donde establecimos las bases teóricas que justificaban la adopción de una dieta cetogénica contra el cáncer, vamos a comenzar a explicar su aplicación práctica. El objetivo fundamental, sabiendo que las células cancerígenas necesitan ingentes cantidades de glucosa y que, para muchos tipos de células tumorales, los cuerpos cetónicos resultan tóxicos, es disminuir al mínimo los niveles sanguíneos de glucosa y aumentar los de cuerpos cetónicos. En este artículo veremos cuáles son dichos niveles. La estrategia de la dieta cetogénica contra el cáncer persigue esas dos condiciones. Mediante las siguientes recomendaciones explicaremos cómo aproximarnos a los niveles deseados aunque, para afinar del todo el resultado, serán las mediciones sanguíneas individuales y el método de prueba y error las que permitirán a cada enfermo alcanzar el objetivo. ¿Cuáles son los niveles sanguíneos mínimos de glucosa e insulina que podemos alcanzar? El cuerpo siempre necesitará un determinada cantidad mínima de glucosa para nutrir aquellos órganos que, bien en parte, bien totalmente, la utilizan como combustible metabólico. Como decíamos en artículos anteriores, los hematíes sólo pueden fermentar glucosa, que constituye su único combustible metabólico, y el cerebro puede obtener aproximadamente un 75% de sus necesidades metabólicas de los cuerpos cetónicos, pero el restante 25% debe cubrirlo con glucosa (los principales destinos de la glucosa en el sistema nervioso central son el cerebelo, la médula espinal y el bulbo raquídeo). Los testículos, la médula renal, las células musculares tipo II y las células de la córnea y el cristalino también dependen por completo de ese combustible. Los niveles sanguíneos de azúcar pueden descender hasta los 55-65 mg/dl sin que el cuerpo se resienta debido a la hipoglucemia, a condición de que el nivel de cuerpos cetónicos sea lo suficientemente elevado como para servir de fuente de energía alternativa al cerebro. Los límites de lo que constituye hipoglucemia son difusos y, en muchas ocasiones, no dependen de una cifra sino de los síntomas subjetivos que experimente cada individuo. Además, por regla general, las tablas que regulan los límites sanguíneos que determinan dónde comienza una hipoglucemia no tiene en cuenta un estado de cetosis, que suele ser poco habitual en la civilización occidental.
  • 12. En cetosis, los ácidos grasos y cetonas sustituyen en gran parte a la glucosa y evitan que esos niveles tan bajos puedan ser perjudiciales. Alcanzar dichos niveles, y aún más mantenerlos, es bastante difícil, y requiere una monitorización larga y constantes modificaciones de las cantidades totales y del porcentaje de macronutrientes de la dieta, y lo normal es no alcanzar nunca niveles tan bajos, sino que ronden los 63-72 mg/dl. La insulina, por su parte, cae desde unos niveles ‘normales’ de 40-50 microU/ml, hasta unos 7-10 microU/ml. Ese dato es casi aún más importante que el nivel de glucosa, por cuanto la insulina será la que haga efectivo el transporte de la glucosa a las células y la que impulsa los efectos inflamatorios y proliferativos. El organismo tiene mecanismos para regular los niveles de azúcar en sangre de manera que, incluso aunque la ingestión de hidratos de carbono sea mínima, se asegure la glucosa necesaria para el correcto funcionamiento de todos los órganos. ¿Cómo se asegura el organismo la glucosa que necesita? Al inicio de la dieta cetogénica un adulto necesita, aproximadamente, unos 160 gramos de glucosa al día, de los cuales 120 gramos se destinan al cerebro. Tras la adopción de una dieta cetogénica contra el cáncer hay que distinguir dos fases: Etapa inicial: Durante esta etapa el cuerpo establece los cambios metabólicos necesarios (explicados en artículos anteriores) para adaptarse a la dieta cetogénica contra el cáncer. Su duración es variable, dependiendo de lo estricto de la aplicación de la dieta cetogénica. En ayuno total, dura entre 1 y 3 días, pero puede extenderse más tiempo cuando se ingieren alimentos, un número de días que dependerá de las cantidades de nutrientes y sus proporciones. En esa primera etapa el cerebro “se resiste” a dejar de depender de la glucosa, el resto de órganos aún no se han adaptado a depender sobre todo de los ácidos grasos como combustible metabólico, y los cuerpos cetónicos no llegan al cerebro en cantidades suficientes como para servir de base metabólica. Inicialmente el cuerpo utiliza las reservas de glucógeno almacenadas en hígado y músculos pero, cuando éstas se preagotan, debe obtener la glucosa por medios alternativos. Es por esa razón por la cual esta primera etapa se caracteriza por una rápida pérdida de cierta cantidad de masa muscular: el organismo no encuentra manera de reponer la glucosa que le falta y degrada la proteína muscular para transformar gran parte de ella en glucosa, en el hígado, mediante el proceso de la gluconeogénesis. Ese proceso dura pocos días, porque el cuerpo no se puede permitir perder una materia tan valiosa. Por ello, y sólo en caso de que desee minimizar la pérdida de masa muscular, el paciente deberá incrementar temporalmente su ingesta de proteínas (más tarde calcularemos las cantidades) hasta que se alcance la siguiente etapa. Al degradarse las proteínas se produce nitrógeno, que se almacena en el torrente sanguíneo y, al ser un producto tóxico, se incrementa durante esta etapa su excreción por la orina. Etapa final: Pasadas unas semanas (un mínimo de 3), el cuerpo ya funciona casi totalmente gracias a los ácidos grasos y el cerebro utiliza sobremanera cuerpos cetónicos como combustible. Las cantidades de glucosa que necesita el organismo se obtienen sobre todo por gluconeogénesis del lactato (procedente de la glucólisis en músculos y glóbulos rojos, unos 40g) y el glicerol (procedente de separar en ácidos grasos y glicerol los triglicéridos de las grasas ingeridas o acumuladas). También se metabolizan algunos aminoácidos libres, sobre todo glutamina, en el riñón. Una vez alcanzada la última etapa, en la cual se consolida la cetosis, las necesidades corporales de glucosa se limitan a unos 75 gramos al día, de promedio, en un individuo adulto.
  • 13. El cerebro, en esta etapa, ha pasado a requerir tan sólo unos 40 gramos de glucosa. Los 35 gramos restantes se destinan al metabolismo del resto de células dependientes del azúcar. En esa etapa se produce un fenómeno inverso al de la etapa anterior: una degradación mucho menor de las proteínas musculares, para impedir que se use como fuente de energía un recurso extraordinariamente valioso. Hace cientos de miles de años, cuando la privación y el ayuno eran frecuentes, los hombres debían evitar perder aquello que les permitiría desplazarse, perseguir y cazar a sus presas. Esa adaptación fisiológica permanece y, por ello, una vez bien establecida la cetosis, la pérdida de masa muscular se minimiza, así como la excreción de nitrógeno por la orina. Teniendo en cuenta el dato numérico de glucosa antes consignado, así como la forma como se metaboliza cada macronutriente, que explicaremos más adelante, podremos establecer las cantidades necesarias de cada macronutriente para minimizar el nivel sanguíneo de glucosa y aumentar el de cetonas. Algo que haremos en próximos artículos de esta serie, dedicada a la dieta cetogénica contra el cáncer. ¿Cuáles son los niveles máximos de cuerpos cetónicos? Los niveles de cuerpos cetónicos en sangre dependerán de la profundidad de la cetosis alcanzada. Un mayor nivel de cuerpos cetónicos se relaciona con una mayor capacidad de hacer descender sin problemas los niveles de glucosa. Aunque está muy difundida la idea de que un alto nivel de cetonas es peligroso, lo cierto es que suele deberse a la confusión entre cetosis y cetoacidosis. La cetoacidosis diabética es un fenómeno que acontece cuando las cetonas sobrepasan determinados niveles y, a la vez, la cantidad de glucosa se dispara. Ese fenómeno sólo puede producirse cuando se sufre diabetes, y puede conllevar un desequilibrio ácido de la sangre muy peligroso, con valores de ph que pueden bajar de 7,30. La sangre tiene unos rangos de variación máximo y mínimo del ph muy estrecho, por encima o por debajo de los cuales se compromete seriamente la vida. Mientras que durante la cetosis fisiológica, producida por una dieta cetogénica contra el cáncer, la concentración de glucosa alcanza unos 63-72 mg/dl y el de cetonas unos 4-9 nmol/día, durante la cetoacidosis diabética se alcanzan niveles que pueden superar los 300 mg/dl de glucosa y más de 20 nmol/día de cuerpos cetónicos. La diferencia entre ambos estados es evidente. Lo cierto es que se han relacionado los niveles de cuerpos cetónicos en el cerebro con fenómenos neuroprotectores y preventivos de enfermedades neurodegenerativas. Igualmente, se ha demostrado que los cuerpos cetónicos son tóxicos para muchas líneas celulares cancerígenas, como las del neuroblastoma, por lo cual el efecto beneficioso de la dieta cetogénica contra el cáncer no se limita a producir bajos niveles de glucosa, sino altos de cetonas. Los cuerpos cetónicos se revelan, por tanto, como excelentes aliados de nuestro cerebro, y eso explica que la dieta cetogénica sea recomendada sobremanera para enfermos de tumores cerebrales y también para pacientes de Alzheimer o Parkinson. Haciendo“manejable” el cáncer EL bioquímico Thomas Seyfried ha confeccionado un gráfico (publicado en su libro “Cancer as a metabolic disease”) que muestra la evolución en el tiempo de los niveles de glucosa y cuerpos cetónicos conforme avanzamos más profundamente en al cetosis impuesta por la dieta cetogénica contra el cáncer.
  • 14. Niveles de glucosa y cuerpos cetónicos en dieta cetogénica contra el cáncer La zona que se dibuja a partir del momento en que ambas líneas se cortan e invierten la tendencia (la de glucosa que baja y la de cetonas que sube, aproximadamente dos semanas después del inicio de la dieta cetogénica), es la que permite hacer ‘manejable’ el cáncer, por cuanto su sutrato metabólico está bajo mínimos y existen una serie de condiciones añadidas que dificultan su crecimiento, tal y como explicaba en el anterior artículo de la serie. Thomas Seyfried hace referencia concreta a los tumores cerebrales, por ser el cerebro el único órgano donde, una vez instalada la cetosis, los niveles de cetonas son considerables. En el siguiente artículo de la serie veremos cómo calcular las necesidades calóricas individuales que debe cubrir la dieta cetogénica contra el cáncer. Hasta ahora hemos visto el porqué de la dieta cetogénica; en los siguientes artículos iremos aproximándonos al cómo - See more at: http://cancerintegral.com/dieta-cetogenica-contra-el-cancer-niveles-optimos-de-glucosa-y-cuerpos-cetonicos-para- hacer-manejable-el-cancer/#sthash.eTXXo36U.dpuf Dieta cetogénica contra el cáncer (V). El debate entre calorías y proporción de macronutrientes para tratar la enfermedad y para adelgazar con salud. Una vez que somos conscientes del objetivo que debemos alcanzar -niveles óptimos de glucosa y cuerpos cetónicos en sangre-, como comenté en el artículo anterior de esta serie dedicada a la dieta cetogénica contra el cáncer, entramos en el terreno del cálculo de las calorías adecuadas para conseguir dicho objetivo, pero también para adelgazar de manera saludable y mejorar los niveles de colesterol y triglicéridos. Para ello, es necesario explicar antes ciertos conceptos que pueden aclarar las ideas a muchas personas, bombardeadas por informaciones contradictorias por medios de comunicación supuestamente serios y por todo tipo de comités de “expertos en nutrición”, empeñados en convertir cosas sencillas en extraordinariamente complejas. Eso obliga a los ciudadanos a depender de ellos y a hacerles caso cuando aconsejan determinadas medidas nutricionales. Por eso un sector corporativo interesado en que ciertas prácticas de alimentación se extiendan, por ser económicamente más rentables para ellos pese a ser perjudiciales para la población, no tiene más que ‘convencer’ a ‘expertos’ afines a sus directrices, situados en las cúpulas de esos comités. Esa medida les permite influir, de manera extraordinariamente efectiva, en las costumbres de millones de personas y profesionales de la nutrición, que estarán convencidos de poner en práctica medidas basadas en ciencia, cuando en realidad no hacen sino adoptar soluciones que suponen un enorme beneficio económico para un determinado grupo de presión corporativo, en este caso del sector de la alimentación. Esos conocimientos nos permitirán calcular posteriormente las necesidades calóricas óptimas y la manera más adecuada de distribuirlas entre cada tipo de macronutriente para maximizar nuestra salud y la mejora de nuestro aspecto físico.
  • 15. Al aplicar la dieta, ¿Es necesaria una restricción calórica? Cuando se le pide a alguien que siga la dieta cetogénica sin controlar las calorías ingeridas, cumpliendo únicamente la norma de no consumir en absoluto ciertos hidratos de carbono y moderar el consumo de los restantes, restringe de forma natural las calorías a un rango que varía, generalmente, entre 1400 y 2100. Es decir, cuando comen “todo lo que quieren”, suelen comer “menos de lo que creen”. Ello es debido, entre otras razones, al aumento de la secreción de la hormona colecistoquinina en el intestino delgado, estimulada por grasas y proteínas, que provoca un retardo en el vaciamiento del estómago. También se ha planteado la hipótesis de que un nivel elevado de cuerpos cetónicos en sangre inhiban el apetito. Otra de las causas es que los niveles de insulina descienden considerablemente durante la dieta cetogénica, que imita los efectos bioquímicos del ayuno. La insulina es la hormona que almacena el exceso de glucosa en forma de triglicéridos y que, a su vez, impide acceder a la grasa como combustible. Por esa razón, cuando se ingiere una copiosa comida llena de carbohidratos la insulina hace descender dramáticamente el pico de glucosa que estos generan, impide que el cuerpo se nutra de las grasas acumuladas y, debido al nivel repentinamente bajo de glucosa, envía la señal al cerebro de que se necesita más alimento, es decir, sentimos hambre poco después. Ésa es también la razón por la cual engorda tanto una comida alta en carbohidratos refinados: son condensados de calorías que elevan dramáticamente glucosa e insulina e impiden que el cuerpo use como combustible aquél más adecuado: los kilos de panículo adiposo que todos, incluso los delgados, tienen a su disposición. No sólo la dieta típica occidental engorda por el hecho de que sea más sencillo ingerir más calorías y glucosa de una sentada, sino porque la insulina elevada induce antes la sensación de hambre y la necesidad de seguir comiendo. Las características propias de la dieta cetogénica hacen que se adapte de manera natural a las necesidades calóricas del organismo. Teniendo en cuenta que este tipo de dietas se basan, sobremanera, en la limitación global de los hidratos de carbono y la eliminación de ciertos carbohidratos refinados (creados por el hombre hace relativamente poco tiempo si lo comparamos con toda la historia evolutiva del ser humano), llegamos a la conclusión de que se adaptan con eficacia a nuestra fisiología. Para consumir en una sola comida unos 100 gramos de glucosa y aumentar dramáticamente los niveles de insulina en sangre, basta con un bocadillo de tamaño medio. Por el contrario, para consumir 100 gramos de glucosa mediante la ingestión de verduras, algas o setas, deberíamos comer varios kilos al día de esos alimentos y además su entrada en el torrente sanguíneo sería más lenta y progresiva. Las frutas se sitúan en un punto intermedio, de ahí la conveniencia de moderar su consumo (son la golosina de la naturaleza). Aunque algunos científicos aseguran que lo realmente importante es la cantidad de calorías consumida, sin importar su distribución, otros defienden que el impacto hormonal de un porcentaje u otro de macronutrientes, aun conservando la misma cantidad de calorías, es sustancialmente diferente. Ambos tienen razón. Veamos porqué. Importancia de la correcta distribución de macronutrientes Si comparamos dos dietas planificadas para que ambas aporten las mismas calorías, una dieta cetogénica, baja en hidratos de carbono, con una dieta alta en carbohidratos y baja en grasas, vemos que tienen un diferente impacto hormonal y, por tanto, en la enfermedad. Mientras la dieta alta en carbohidratos provoca una subida más acentuada del ratio insulina/glucagón, con las consecuencias que eso tiene, favorables al crecimiento del tumor, la dieta cetogénica hace que dicho ratio disminuya y se dificulte el crecimiento tumoral, tal y como explico en un artículo anterior de esta serie. Lo más importante es que, debido a ese elevado ratio insulina/glucagón, la sensación de hambre de alguien alimentado con una dieta alta en carbohidratos aparecerá antes que con la dieta baja en hidratos de carbono y deberá añadir a la pelea contra la enfermedad la lucha contra la tentación de ingerir más calorías de las debidas. Para conseguir efectos parecidos con la dieta alta en carbohidratos que los que pueden obtenerse con la dieta cetogénica (que no iguales, y sólo en términos de pérdida de peso), deberá pasar hambre. Importancia de las calorías totales ingeridas
  • 16. Thomas Seyfried, bioquímico de la Universidad de Yale y de la Boston College y uno de los principales impulsores del paradigma del cáncer entendido como enfermedad metabólica, apuesta también por la restricción calórica añadida a la dieta cetogénica. Para demostrar su afirmación presenta pruebas de eficacia en ratones de la dieta cetogénica contra el cáncer con y sin restricción calórica. Los resultados demuestran que no sólo influye la proporción de macronutrientes, sino que la reducción tumoral es mayor con mayores restricciones de calorías diarias consumidas. De hecho, Seyfried llega a asegurar que el cáncer es una de las enfermedades más sencillas de prevenir, y que bastaría con “comer poco y ayunar periódicamente” para evitar su aparición. No obstante, resulta difícil realizar una comparación entre el metabolismo de un roedor y el humano, que es unas siete veces más lento. Los estudios realizados con anterioridad acerca del impacto de la restricción calórica en el envejecimiento y la prolongación de la vida demostraron que, si bien resulta ser claramente beneficiosa en términos cualitativos, los resultados cuantitativos obtenidos en un roedor no podían extrapolarse a un humano. Adicionalmente, se han reportado casos de pacientes que lograron grandes mejoras mediante la aplicación de una dieta cetogénica sin restricción calórica, aunque debemos recordar que este tipo de dietas ya implican una reducción calórica sustancial sin necesidad de pasar hambre. Un ejemplo de la importancia de ambas variables: obesos metabólicamente delgados y delgados metabólicamente obesos Uno de los mitos más sólidamente difundidos es que todos los obesos tienen peor salud que los delgados, y que la delgadez es, siempre, síntoma de buena salud. En la mayoría de los casos es así, pero seguramente muchos habrán conocido a personas delgadas que padecen o han padecido un cáncer u otro tipo de enfermedad crónica, e incluso algunas personas con sobrepeso que alcanzan edades avanzadas sin evidentes problemas de salud. Aproximadamente un 30% de las personas con sobrepeso son “obesos metabólicamente sanos” y no presentan un perfil alterado de colesterol y triglicéridos. De manera similar, aproximadamente un 25% de la población considerada delgada presentan un peso aparentemente adecuado pero una distribución visceral de la grasa y unos perfiles lipídicos que les hacen ser considerados “delgados metabólicamente obesos”. Vamos a intentar explicar cómo pueden ser posibles ambos casos y veremos cómo tanto la distribución relativa de macronutrientes como la cantidad total de calorías influyen en nuestro estado de salud y en nuestro peso. Adelgazar tiene tan sólo un secreto: ingerir menos calorías de las consumidas. No es posible adelgazar si esa máxima no se cumple. Ahora bien, queda por determinar cómo distribuir los macronutrientes, no sólo para perder peso, sino para optimizar a la vez nuestro estado de salud. Veamos 4 casos, basados en las combinaciones de los siguientes supuestos: calorías por encima y por debajo del consumo diario, y dietas altas (como la típica ocidental) y bajas (como la cetogénica) en hidratos de carbono. Supongamos un hombre que necesita 2000 calorías diarias para mantener su peso y que éste no se aleja mucho de su peso ideal. Supongamos también que conocemos su ingesta ideal diaria de proteínas, por ejemplo de unos 80 gramos, que se mantiene a lo largo de las 4 dietas, y que sólo se modifican las cantidades de grasas e hidratos de carbono. Dos de los casos son suficientemente conocidos:  Una dieta con más de 2000 calorías, basada en alto consumo de HC produce a la larga lo que ya conocemos: obesidad y enfermedad. Es la dieta occidental típica  Una dieta con menos de 2000 calorías y bajo consumo de HC produce como resultado pérdida de grasa, peso adecuado y salud. Es la dieta cetogénica que preconizamos en esta serie o, en general, low-carb.
  • 17. Voy a establecer hipótesis plausibles para explicar los otros dos casos, antes comentados, y que parecen desafiar el sentido común: delgados metabólicamente obesos y obesos metabólicamente delgados. Repito, sólo son hipótesis. Supuesto 1: restricción calórica (1800 calorías) con alto consumo de HC, muchos de los cuales serán los típicos en dietas de adelgazamiento recomendadas por nutricionistas “oficiales”: pan y arroz integral, cereales integrales, zumos de frutas, legumbres… y NADA de deporte. Resultado a corto plazo: para adelgazar hay que pasar algo de hambre. El alto contenido de carbohidratos, muchos de ellos de alto índice glucémico, provoca picos de glucosa e insulina. Esa insulina provoca el almacenamiento de grasas, impide su uso como combustible e induce hambre. Mientras la insulina no desciende, el cuerpo sigue necesitando glucosa y no puede acceder a las grasas. Por eso, degrada proteína muscular. Si el usuario soporta el hambre hasta la siguiente comida, el nivel de insulina desciende y puede acceder a las grasas y adelgazar. Como ese acceso a las grasas es cíclica y no constante, el cuerpo no entra en cetosis y sigue necesitando glucosa como principal fuente de energía, no ha ‘saltado’ al estado metabólico de consumo de grasa, que describo en un artículo anterior de la serie. Resultado a medio plazo: pérdida de algo de grasa y bastante de masa muscular. Bajada de la tasa metabólica, de manera que aun consumiendo la misma cantidad de calorías, el usuario ya no adelgaza más pero, al haber perdido peso en forma de masa magra, presenta un aspecto triste y lánguido. La masa muscular se recupera difícilmente a no ser que se practique un deporte de fuerza, pero la masa grasa se recupera enseguida, en cuanto se supere la ingesta de calorías porque el usuario pierda, por ejemplo, la fuerza de voluntad de resistir el hambre. Por eso durante décadas los nutricionistas oficiales, convencidos de que el grano era saludable, culpaban a los pacientes de falta de voluntad a la hora de adelgazar, e instalaron la creencia de que sólo pasando hambre se podía perder peso. Resultado a largo plazo: los picos no muy altos pero constantes de insulina pueden hacer que el cuerpo desarrolle una resistencia a esta hormona. De esa manera el páncreas cada vez segregará más, la inflamación se hará cada vez más crónica y los triglicéridos aumentarán por el consumo de HC. El usuario puede adelgazar pero, a la larga, puede acumular grasa en zonas viscerales peligrosas y su perfil de lípidos en sangre puede ser el típico de un obeso. Es evidente que no es un caso tan nefasto como cuando el consumo calórico se dispara, pero puede resultar, a la larga, también malo. Es decir, peso adecuado pero tendencia a la enfermedad: delgado metabólicamente obeso. Supuesto 2: ingesta calórica superior a su ideal, pero bajo consumo de HC y muy alto de grasa. Resultado a largo plazo: como hemos visto en otros artículos de esta serie, sólo se pierde un poco de masa muscular al inicio de la dieta cetogénica, pero luego se invierte el proceso y ésta se mantiene de manera muy eficaz. Los niveles de insulina se elevan dramáticamente con la ingestión de HC refinados o de algo índice glucémico, un poco con la ingestión de proteínas y casi nada con la de grasas. Por tanto, no existe peligro de que se produzca una resistencia a la insulina. Una vez establecida la cetosis en una dieta cetogénica, la mayoría de las calorías provienen de la quema de grasas. Si la ingesta supera la cantidad que el cuerpo necesita, se almacena igualmente en el panículo adiposo, pero con muy poca intervención de la insulina, que sí interviene activamente para metabolizar los carbohidratos. Por tanto, en esta situación, una persona engordará y, si se mantiene en el tiempo, puede llegar a alcanzar niveles de obesidad, pero su salud no se verá comprometida de manera tan seria, como en el caso anterior, debido a niveles crónicamente elevados de insulina. Con respecto al cáncer, la Universidad Johns Hopkins de Baltimore es clara: un incremento del consumo de grasas no incrementa la incidencia de cáncer, como sí sucede, dramáticamente, con el consumo de hidratos de carbono. En un punto intermedio se situaría el consumo de proteínas. En este caso, debido a lo difícil de ingerir una desorbitada cantidad de grasa, será raro encontrar casos de obesos extremos o mórbidos, como sí puede suceder si el exceso calórico procede de carbohidratos. Es decir, podemos encontrarnos con personas con sobrepeso u obesidad, pero niveles sanguíneos saludables: obesos metabólicamente sanos ¿Cómo determinar si una dieta no sólo me permite adelgazar, sino que es también buena para mi salud? Perfil lipídico saludable.
  • 18. En primer lugar habría que preguntarse qué entienden todavía la mayoría de los médicos por perfil lipídico saludable, porque las últimas investigaciones apuntan a que los considerados habitualmente malos de la película no lo son tanto, mientras otros niveles sanguíneos sí son significativos. Durante años se ha estado hablando del riesgo que supone un nivel alto de colesterol, de manera general y sin ninguna clase de matiz, sin distinguir lo que aportan los llamados colesterol malo y bueno a esa media ponderada ni si existen otros factores que deban tenerse en cuenta. Pero se ha demostrado que existen dos tipos de colesterol malo: el ‘malo-malo’ y el ‘malo-bueno’. Parece un chiste, pero no lo es. Una prevalencia del colesterol malo-malo sí implica problemas, pero una prevalencia de colesterol malo-bueno no. Lo malo es que una prueba corriente no puede determinar qué tipo de colesterol malo prevalece, pero se ha descubierto una manera sencilla de deducirlo, a partir del cociente de otros dos valores sanguíneos. Si dividimos el valor de triglicéridos por el de colesterol bueno, determinaremos un número que nos indicará cuál es nuestro estado de salud. Cuanto más cercano al 1 sea ese cociente, prevalecerá el colesterol malo-bueno. Cuanto mayor de 2 sea ese cociente, mayor prevalencia tendrá el colesterol malo-malo y mayores problemas podremos tener. Se ha demostrado que un valor alto de ese cociente triglicéridos/colesterol bueno es directamente proporcional a una mayor probabilidad de muerte por cualquier causa. Repito: por cualquier causa. Esto es: cáncer, enfermedades coronarias, diabetes y, en general, cualquier otra enfermedad crónica. Uno de los ejemplos más claros de que todo está relacionado y de cómo un simple análisis determina nuestra probabilidad de padecer una enfermedad, no importa cuál sea ésta. Quien haya leído algo este blog sabe que estoy convencido (y como yo, muchos otros), que la salud no se limita a un conjunto de síntomas reunidos bajo la etiqueta de un nombre de enfermedad crónica; que una enfermedad crónica no suele ser un ente aislado y unidimensional, sin relación con las demás, cuya procedencia desconocida es específica de cada una y sin relación con el resto, sino muchas manifestaciones específicas de unos pocos problemas, cuyas combinaciones lineales llamamos enfermedad, pero que pueden ser resueltos mediante terapias mucho más sencillas y mejor alineadas con lo que somos, fisiológica y bioquímicamente. Creo firmemente que muchas enfermedades crónicas (si no todas) son sólo distintas caras de la misma moneda y responden a causas comunes. Atenuar o curar una, atenúa o cura casi todas las demás. Mantenerse en una zona de salud implica librarse de la enfermedad crónica, entendida como cualquier desequilibrio o salida de esa zona ideal. La dieta cetogénica se caracteriza por elevar, en algunas ocasiones, los niveles totales de colesterol en sangre y ésa es una de las razones por las cuales se la demonizó con tanto énfasis durante décadas. Pero los últimos hallazgos han determinado también que lo que ocurre es que se eleva el colesterol bueno pero disminuyen los triglicéridos (hasta hace poco meros comparsas sin valor, aunque por fin se ha demostrado que pueden ser los auténticos villanos de la función), de manera que, tal y como acabamos de explicar, el ratio que determina la probabilidad de padecer cualquier endermedad crónica, disminuye considerablemente, al determinar ese ratio que el colesterol “malo” presente en la sangre es realmente inofensivo. Con estos datos podríamos proponer una serie de generalizaciones que, como todas, son peligrosas si se toman al pie de la letra, como axiomas o dogmas de fe, pero beneficiosas como punto de partida para continuar reflexionando e indagando.  Un nivel sanguíneo determinado simplemente por el ratio triglicéridos/colesterol bueno es una buena señal predictiva de enfermedad (aunque el ratio AA/EPA es aún mejor).  Esa predicción abarca casi cualquier enfermedad crónica, desde cáncer, diabetes, hipertensión, enfermedad cardiovascular, enfermedad autoinmune, enfermedad inflamatoria o enfermedad neurodegenerativa.  Los alimentos que producen una mayor descompensación en el ratio son aquellos que elevan los triglicéridos e inducen un escenario con glucosa e insulina elevadas y proinflamatorias  Esos alimentos son carbohidratos refinados, de alto índice glucémico, basados en grano introducido por el hombre en etapas relativamente tardías de la evolución, para los cuales nuestros genes aún no se han “acostumbrado” al largo plazo, aunque sí al corto, como demuestra la existencia de enzimas salivares específicas para metabolizarlos. Y ahí está la clave por la cual una comida no tiene porqué sentarnos mal a corto plazo, pero sus efectos deletéreos pueden resultar acumulativos con el paso de los años y producirnos algún tipo de desorden bioquímico que se exprese de una u otra manera. No estoy diciendo que la dieta cetogénica sea dicha solución, pero sí uno de los posibles pasos en el camino de obtenerla.
  • 19. Tampoco digo que esa prueba sea totalmente determinante, pero sí un aviso que hay que escuchar cuando sobrepasa determinados niveles. Hay una prueba que se ha descubierto aún más importante, sobre todo en lo que respecta al cáncer, pero también a cualquier otra dolencia donde esté implicada la inflamación crónica (esto es, en casi todas), y es el ratio AA/EPA, que explico en el artículo dedicado a los omega 3 y los eicosanoides. Aconsejo consultarlo. Lo que nos dice la epidemiología para ayudarnos con la cantidad óptima de calorías La epidemiología puede ayudarnos a realizar un estudio comparativo sencillo. No tiene validez científica, más allá de la simple curiosidad, porque existen demasiados factores implicados como para establecer una relación causa-efecto pero, como siempre digo, la observación y el establecimiento de hipótesis no le hacen daño a nadie, a condición de que uno sea consciente de que una hipótesis necesita ser puesta a prueba y que, mientras tanto, sólo será un armazón teórico. Veamos la distribución de ingestión media de calorías por habitante y país: En el siguiente enlace hay una lista con países y consumo calórico medio entre 2005 y 2007, con Estados Unidos a la cabeza. En éste, una distribución gráfica entre 2001 y 2003: Existe un brecha clara y sustancial entre el consumo de calorías por habitante entre los países ricos, los países en vías de desarrollo y los países subdesarrollados. Ahora mostremos el ratio de prevalencia de cáncer por zona geográfica, que coincide con la distribución económica (a mayor desarrollo, mayor incidencia): Si observamos la primera tabla, los valores de 1400-2100 calorías que un paciente ingeriría al seguir la dieta aun sin aplicar ninguna restricción calórica, están muy por debajo de la media de casi todos los países. Sólo en unos pocos se consume de media el valor superior (2100) y ninguno (de entre aquellos donde se han llevado a cabo mediciones) una media de calorías tan bajo como el valor inferior (1400). De la comparativa de los dos mapas (calorías e incidencia de cáncer) podemos ver que existen grandes similitudes y que parece haber, salvo excepciones, correlaciones interesantes. Adicionalmente, del estudio histórico de algunos pueblos y culturas ancestrales, que se caracterizaban por estar casi por completo libres de las enfermedades crónicas que a nosotros nos aquejan como una plaga, deducimos que su alimentación se basaba en alimentos muy poco densos en calorías y en que solían pasar por periódicos episodios de ayunos impuestos por la estacionalidad climática. El ayuno como poderosa fuerza terapéutica se conoce desde hace milenios y también la subalimentación como manera de no sobrecargar el organismo: los japoneses tienen la costumbre ancestral de comer hasta estar llenos en un 80%. La culturas tradicionales india y china restringen aún más esa cantidad. Su sabiduría, basada en la observación, la prueba y el error, se ve reflejada, como en casi todos los países, en infinidad de proverbios que abundan en la idea de que comer poco es la base de la buena salud y que el ayuno es un arma curativa. El problema es que comer poco es más sencillo cuando la gastronomía del país y el momento temporal y cultural colaboran con ello. Pero jamás ha sido tan difícil ingerir comida con baja densidad calórica como en nuestra sociedad occidental. Nunca antes hemos sido asaltados por un bombardeo tan constante de productos que invitan a explotar literalmente de glucosa y energía. Nunca el mundo ha sido un festín de exceso tan alejado de nuestra genética, forjada a base de privación y férreo control natural. Las enfermedades que acaban apareciendo, indefectiblemente, tras décadas de constante sobreesfuerzo metabólico, no son sino una consecuencia lógica de esa contradicción constante entre lo que necesitamos consumir y lo que realmente consumimos. La dieta cetogénica, como ya hemos visto, se caracteriza por imitar las condiciones bioquímicas que impone el ayuno y por limitar naturalmente las calorías consumidas sin necesidad de que debamos pasar hambre. Diferentes comidas, diferentes enfermedades. Los ricos también lloran.
  • 20. Si observamos esta otra interesante tabla comprobamos que, en los países ricos, donde el consumo calórico per cápita es mayor, es también donde se produce el menor porcentaje relativo del gasto en comida, que se destina principalmente en la compra y consumo de productos refinados y tratados, poco saludables, baratos y con gran densidad de calorías vacías empaquetadas en poco volumen. Ni que decir tiene que ésos son los países donde la incidencia de cáncer es mayor, mientras que dicha incidencia es mucho menor en países pobres, que se ven obligados a consumir gran parte de sus ingresos en comida ‘real’, casi la misma que cualquiera de nuestros antepasados reconocería como comida. http://www.huffingtonpost.com/2012/01/10/first-world-countries-obesity_n_1197433.html De todo esto concluímos que lo auténticamente significativo es no consumir ciertos carbohidratos refinados. Tal vez el secreto sea únicamente ése: al desprendernos de los carbohidratos refinados y comida procesada y tratada, y dejarnos libertad para consumir el resto, nos adaptamos naturalmente a una dieta más adecuada a nuestra fisiología y necesidades, con todo lo que ello implica en términos de pérdida de peso de grasa y salud. Una salud que abarca desde la regulación de los niveles sanguíneos de triglicéridos y colesterol, hasta una mayor sensibilidad a la insulina, la mejora de la condición diabética, la prevención y el tratamiento del cáncer y, tal y como apuntan numerosos estudios, la mejora de enfermedades inflamatorias, auto¡nmunes y neurodegenerativas. Por tanto, la dieta cetogénica no sólo tiene valor al producir determinados niveles sanguíneos de glucosa y cuerpos cetónicos, sino porque, de manera natural, impone una restricción calórica muy beneficiosa que suele ir acompañada de ausencia de hambre. No tenemos datos suficientes como para estar seguros de si la mejor opción es imponer a la dieta una restricción calórica añadida, pero resulta claro que, cuando hablamos de comida, “menos es mejor”, al menos hasta cierto punto y dentro de unos rangos razonables. Si podemos añadir cierta restricción calórica a la dieta cetogénica (siempre que la condición física del enfermo lo permita, claro está), más allá de la que ella misma imponga naturalmente, mayores beneficios obtendremos. La pérdida de grasa hará que nuestro metabolismo basal disminuya y nuestras necesidades calóricas también, de manera que alcanzaremos un equilibrio entre consumo calórico e ingesta de calorías que nos conducirá a un peso ideal, libre del exceso de grasa, que no sólo será más saludable sino más estético. Se puede estar en cetosis y no perder peso ni masa de grasa, pero la mejor forma de asegurarnos de que estamos haciendo las cosas bien (aparte de mediante las mediciones sanguíneas de glucosa y cetonas) es que perdamos cierta cantidad de grasa corporal. Generalmente irá acompañada también de una pérdida de peso, pero a veces (aunque es difícil que eso suceda si se sigue una dieta cetogénica estricta) puede producirse un incremento de la masa muscular que puede inducir a engaño, por aumentar el peso total. Para asegurarnos, es mejor añadir a la medición del peso corporal la medida de la variación de masa grasa a lo largo del tiempo. En el siguiente artículo calcularemos de manera práctica la cantidad óptima de calorías que necesitamos consumir, si necesitamos imponer una restricción calórica y cuál debe ser ésta. Estudiaremos también el caso particular de la dieta cetogénica aplicada a enfermos en estados avanzados que presenten caquexia y porqué es también adecuada para ellos. - See more at: http://cancerintegral.com/dieta-cetogenica-contra-el-cancer-calorias-para-tratar-la-enfermedad-adelgazar-con-salud/# sthash.5Ogdx4CA.dpuf
  • 21. Dieta cetogénica contra el cáncer VI: fundamentos y dudas resueltas Vamos a explicar un método práctico para calcular las necesidades de macronutrientes de cada persona que desee seguir una dieta cetogénica, primer paso para la elaboración de menús específicos. Este es un post muy largo. Había decidido escribir en una sola entrada tanto la justificación y las bases de la dieta como los ejemplos de aplicación práctica, pero entonces el post sería kilométrico, así que he decidido partirlo en dos. En este artículo explicaré los fundamentos prácticos de la dieta basados en todas las pruebas presentadas en los artículos anteriores de esta serie, así como los alimentos aconsejados y desaconsejados de cada grupo. También daré las respuestas a algunas dudas bastante frecuentes que asaltan a quienes se plantean comenzar a seguir la dieta cetogénica. En el siguiente artículo, que publicaré en cuestión de días, lo prometo , propondré por fin un ejemplo paso a paso para calcular los macronutrientes y planificar una dieta individualizada. Recordando los objetivos perseguidos Tal y como hemos explicado en el resto de artículos de esta serie, nuestro objetivo es disminuir al mínimo la glucosa circulante e incrementar los cuerpos cetónicos, señal inequívoca de que el cuerpo habrá cambiado a otro estado metabólico donde en vez de ser la glucosa el principal medio de obtención de energía, pasan a ser los ácidos grasos y los cuerpos cetónicos los combustibles primordiales. De esa manera, el tumor se ve obligado a pasar hambre. Otras dietas cetogénicas estándar Las dietas cetogénicas estándar empleadas hasta ahora para otras enfermedades como, por ejemplo, la epilepsia refractaria, adolecen de una ausencia de individualización. Se basan en rangos de calorías y en ratios genéricos de macronutrientes (dietas para 1200, 1400 o 1800 calorías, ratios de grasas/proteínas +carbohidratos de 4/1 o de 3/1), que pueden ser muy válidos para algunos enfermos pero no para otros. Si bien esas dietas tienen la ventaja de su rapidez de aplicación y han demostrado ser efectivas, creo que dejan escapar la oportunidad de hacer un ajuste aún más preciso, que dependerá de las características físicas individuales de cada enfermo. Principios de la dieta propuesta Hemos demostrado también que es tan importante el consumo total de calorías como la distribución porcentual de los macronutrientes, y que el ayuno es un poderoso potenciador del sistema inmune, que induce un estado de shock en el tumor. Emplearemos estos y otros ingredientes ya explicados en otros artículos para confeccionar una dieta que cumple con las siguientes normas:  Provee al organismo el mínimo preciso de ciertos macronutrientes indispensables (usando alimentos con propiedades adicionales que ayuden a luchar contra el tumor) y en una combinación que imita lo más posible los efectos del ayuno y la cetosis que éste conlleva.  Supone la ingestión de un mínimo de calorías, una restricción calórica que maximiza el nivel de cuerpos cetónicos y el shock al tumor.  A pesar de que puede ser inevitable en las primeras etapas de la dieta, el hambre se reduce significativamente, hasta desaparecer, en etapas posteriores. NOTA: debo dejar claro que el propósito de esta dieta es terapéutico, y su fin es luchar contra una enfermedad como el cáncer, razón por la cual no es conveniente que se use con fines puramente estéticos: en ese caso bastaría con seguir la simple norma de disminuir o eliminar ciertos carbohidratos de la dieta y quienes lo hagan adelgazarán disfrutando a la vez de la comida sin estar atados a una tabla de cálculo.
  • 22. Pero los enfermos de cáncer son otro cantar: la dieta es una terapia que pretende luchar contra el tumor induciendo un cambio metabólico profundo, razón por la cual es necesario medir con exactitud tanto la dosis de la ‘terapia’ como sus efectos, tal y como se haría con cualquier medicamento. Necesidades mínimas del organismo que hay que cubrir Necesidades mínimas de glucosa Hemos dicho en otros artículos que, una vez alcanzado el estado de cetosis, el organismo tiene aún unas necesidades mínimas de glucosa que sirven para nutrir aquellas células que carecen de mitocondria, como es el caso de los glóbulos rojos o de algunas células del sistema nervioso central. El cuerpo se las arreglará para alcanzar esas necesidades mínimas de glucosa tanto si ingerimos hidratos de carbono como si no, porque esas células sin mitocondria podrían morir y son vitales. Mediante la gluconeogénesis, el hígado degradará parte de las proteínas ingeridas o procedentes de los músculos y también el glicerol que procede del metabolismo de los triglicéridos. Así, aunque no se ingiera ningún carbohidrato, el cuerpo mantendrá un nivel mínimo de glucosa indispensable para la vida. La primera regla que debemos atender es: ya que el organismo necesita una pequeña cantidad de glucosa en cetosis, asegurémonos de que se la proporcionamos nosotros mediante la ingesta de ciertos carbohidratos que, adicionalmente, posean propiedades beneficiosas para el organismo. Necesidades mínimas de proteínas Recordemos que el ayuno es un beneficioso mecanismo que mejora la eficiencia de la insulina, incrementa la actividad inmune y supone un duro shock para el tumor, obligado como está a pasar hambre, al negársele sus mecanismos metabólicos basados exclusivamente en glucosa y glutamina. La grasa acumulada por un hombre medio pueden aprovisionarle de energía durante semanas o meses, y se conocen casos de obesos mórbidos que permanecieron un año sin ingerir alimentos, nutriéndose tan sólo de sus reservas de grasa, una vez pulsado el interruptor que cambia el metabolismo desde uno basado en la glucosa a uno basado en los ácidos grasos y los cuerpos cetónicos. Pero el problema del ayuno (o de una dieta que imite sus efectos) lo representa el gasto de proteínas: el cuerpo se ‘desgasta’ y necesita un aporte mínimo diario de ‘ladrillos’ con los cuales reponer esas estructuras (músculos, piel, huesos, vísceras, sistema inmune), que se van desgastando por el uso. Así, el límite del ayuno no lo impone el hambre, sino la pérdida intolerable de masa estructural que conduce a una situación insostenible. Por otra parte, el cuerpo tiene muy poca capacidad de almacenar los aminoácidos ‘sobrantes’, que no se necesitan para reconstruir más tejidos, de manera que casi todo lo que no se usa se transforma en glucosa. La segunda regla que debemos atender es: hay que proporcionar al cuerpo la cantidad indispensable de proteínas para que reponga los sistemas desgastados y evitar una pérdida de funciones vitales, pero no tanta como para que el exceso se transforme en glucosa. En este punto es donde radica realmente la clave y la dificultad en la elaboración de la dieta: en el cálculo preciso de las proteínas que hay que consumir. Hidratos de carbono Como ya hemos explicado anteriormente, los hidratos de carbono son los principales suministradores de glucosa. Nuestra gastronomía diaria se basa, cada vez más desde hace unas décadas, en los hidratos de carbono de alto índice glucémico procedentes del grano. Nuestra economía depende de que se consuma, constantemente, la cantidad de grano suficiente como para asegurar el beneficio de quienes se dedican a cultivar, recoger, refinar, trasformar, envasar y distribuir
  • 23. las gigantescas cosechas de las que depende buena parte de la economía global (y con la que los especuladores de turno obtienen cuantiosas ganancias). Si observamos la base de la pirámide alimenticia actual ‘ideal’, veremos que las ‘autoridades’ nutricionales aconsejan que nuestra alimentación consista, hasta casi un 70%, en cereales: trigo, arroz, soja, maíz. Y no es casualidad que estos cultivos, mucho más rentables económicamente, mucho más sencillos de cultivar y trasladar que cualquier otro alimento, constituyan la base, también, de la economía alimenticia. El proceso no es: ‘resulta beneficioso, por lo tanto cultivémoslo’, sino: ‘digamos que es beneficioso aquello que más nos interesa económicamente cultivar’. En ese hecho puede radicar la devastadora epidemia de obesidad, diabetes, hipertensión, enfermedades degenerativas, enfermedades autoinmunes y otras como el cáncer que asolan la civilización occidental. A diferencia de las necesidades calóricas y de proteínas, con rangos de variación individual muy grandes, la cantidad requerida mínima de glucosa presenta una media con menor grado de dispersión individual. Es decir, no depende tanto de la corpulencia, sexo o actividad física de la persona y es bastante más constante. No obstante, hay que recalcar que las cantidades consignadas aquí reflejarán datos medios que pueden presentar ciertas desviaciones individuales. La única manera de ajustar con exactitud las cantidades de macronutrientes finales será mediante mediciones sanguíneas y constantes ajustes que el paciente deberá llevar a cabo a lo largo de algunas semanas. A continuación, unos párrafos con la justificación de las cantidades mínimas de glucosa que necesita el organismo, en cursiva por si prefieres saltarte esta teoría un poco ardua. Al aplicar la dieta occidental, llena de glucosa, el cuerpo tiene a su disposición toda la que necesita (unos 160 gramos, de los cuales 120 van al cerebro) y es ella su principal sustrato metabólico.Por el contrario, durante la dieta cetogénica, la ingestión total de glucosa suele ser menor que la mínima necesaria una vez alcanzada la cetosis (unos 75 gramos, de los cuales unos 40 gramos van al cerebro) y el organismo utiliza en parte la gluconeogénesis para asegurarla, mediante el reciclaje de productos metabólicos de desecho. Los principales sustratos metabólicos con los que el hígado y riñones sintetizan glucosa mediante la gluconeogénesis son (por orden de preferencia) el lactato, el piruvato, el glicerol y los aminoácidos libres. El lactato y el piruvato son productos de desecho procedentes, sobre todo, de la glucólisis de músculos y eritrocitos. En realidad, la gluconeogénesis es una especie de reverso de la glucólisis y comparte con ella varios pasos reversibles, aunque tres de ellos no lo son, y explican el porqué la gluconeogénesis necesita de cierto aporte de energía, mientras que la glucólisis la produce. Por tanto, la cantidad de glucosa procedente de la gluconeogénesis del lactato y el piruvato siempre será menor que la cantidad de glucosa que inicia el proceso inverso de glucólisis para obtener esa cantidad de lactato y piruvato. Pueden obtenerse, aproximadamente, unos 35-40 gramos al día de glucosa mediante la gluconeogénesis de lactato y piruvato. Como ésa es, aproximadamente, la cantidad de glucosa que necesitan aquellos tejidos que sólo metabolizan glucosa a excepción del cerebro, podemos centrarnos, a efectos de simplificación del cálculo, en las necesidades de glucosa del cerebro en cetosis (unos 40 gramos al día) y olvidarnos del lactato y el piruvato. El glicerol se obtiene tras la hidrólisis de los triglicéridos, bien los almacenados en el tejido adiposo, bien los suministrados por la dieta. Los triglicéridos se catabolizan en un 90% en ácidos grasos y en un 10% en glicerol, que se traslada al hígado para convertirlo en nueva glucosa, y la cantidad total de glicerol dependerá de la tasa metabólica. Una vez bien establecida la cetosis de una dieta cetogénica, donde el metabolismo principal corre a cargo de las grasas, sabemos que éste supone aproximadamente un máximo del 93% de todo el consumo metabólico. Eso quiere decir que, para un hombre con unas necesidades calóricas diarias medias de 2800 calorías, unas 2600 procederán de las grasas en cetosis. Por tanto, metaboliza el día aproximadamente unos 260 gramos de grasa (bien de la ingerida, bien de la corporal o de ambas). Como un 10% de esa cantidad produce glicerol y éste se transforma casi al 100% en glucosa, obtendríamos como metabolito secundario de la oxidación de los lípidos unos 26 gramos diarios de glucosa. Nos quedarían 14 gramos hasta alcanzar los 40 mínimos necesarios (redondeemos a 15). La tercera vía de la gluconeogénesis la constituyen los aminoácidos libres. El cuerpo tiene muy poca capacidad para albergar un pool de almacenamiento de aminoácidos, así que éstos, o bien son utilizados casi inmediatamente o se metabolizan de nuevo en forma de glucosa. Dichos aminoácidos pueden provenir bien de las proteínas de la dieta o bien de la degradación de las proteínas musculares.
  • 24. Ambos casos son desaconsejables. El primero porque el metabolismo de las proteínas produce desechos que presentan cierta toxicidad y el segundo porque la conservación de la masa muscular es muy importante. Por ello la cantidad ideal de carbohidratos a consumir para asegurar que proveemos al cuerpo de esa pequeña porción de glucosa que necesita y que no se vea obligado a degradar músculo para obtenerla, serían los que asegurasen unos 15 gramos adicionales al día de glucosa. Consideremos, debido a las diferencias normales que una dieta puede albergar (esto no es matemática pura, hablamos de cálculos medios), que necesitaremos proveernos de entre 10 y 20 gramos de glucosa mediante carbohidratos beneficiosos. ¿Qué carbohidratos es aconsejable consumir? Entre 10 y 20 gramos de glucosa puede parecer muy poco alimento, y realmente lo sería si usásemos ciertos carbohidratos refinados basados en azúcar, almidones y harinas (da igual que sean integrales o no). Con entre 15 y 40 gramos de pan, arroz, azúcar o pasta sobrepasaríamos fácilmente y de una sentada ese nivel. No sólo eso, sino que al ser alimentos de alto índice glucémico, su consumo provocaría que la glucosa entrase rápidamente en el torrente sanguíneo, induciendo un incremento proporcional de los niveles de insulina, y ya hemos visto qué consecuencias tiene eso para el cuerpo y el tumor. Sin embargo, para asegurarnos esa cantidad de glucosa habría que consumir una cantidad estimable de verduras, setas o algas (los carbohidratos aconsejados). Algunas, como las coles, la lechuga, el apio, la espinaca o la berenjena aportan un máximo de 5g de carbohidrato y, por tanto, de glucosa, por cada 100 gramos de alimento. Pesad 100 gramos de espinaca y veréis que resulta un plato muy estimable. Hemos dicho que aunque no comiéramos hidratos de carbono en absoluto el cuerpo se las arreglaría para obtener la parte mínima de glucosa que necesita mediante la degradación de proteína y algo de grasa y que, por tanto, es mejor asegurarnos de que le proveemos esa pequeña porción nosotros. ¿Por qué? Por una parte, porque las proteínas son valiosísimos macronutrientes cuyo principal cometido es reponer las estructuras celulares y no servir como fuentes de energía. Por otra, porque al ingerir determinados carbohidratos permitidos, ingerimos también beneficiosas vitaminas, minerales y fitoquímicos que están demostrando un poderoso efecto antitumoral. Puede parecer que escribir acerca de esta dieta me convierte en un anti-hidratos, pero lo cierto es que sólo me convierte en anti-grano. Además, aconsejo encarecidamente que las verduras que se consuman procedan de cultivos ecológicos. ¿Por qué? Pues porque una de las propiedades más beneficiosas del consumo de verduras, los fitoquímicos con efectos ‘quimioterápicos’, presentan concentraciones mayores, hasta en varios órdenes de magnitud, en alimentos orgánicos (si habéis visitdo alguna tienda que venda esos productos veréis que no tienen ese aspecto simétrico, lustroso y rotundamente artificial de las frutas y verduras que acostumbramos a comprar en supermercados convencionales). Los suelos en que se cultivan los productos ecológicos son ricos en nutrientes, y eso implica que las plantas que crezcan en ellos también serán mucho más ricas en vitaminas, minerales y oligoelementos si los comparamos con el mismo peso de alimento no orgánico. Además, no se utilizan pesticidas para la protección de los cultivos orgánicos. De por sí este hecho ya es muy importante pero, además, hay que considerar que los fitoquímicos de las plantas no son sino intentos de éstas por segregar sus propios ‘pesticidas’ internos que ahuyenten a los parásitos y que una planta a la que se le aplican pesticidas externos no ‘necesita’ segregar los suyos propios y, como resultado, una planta cultivada por medios convencionales tiene una cantidad mucho menor de fitoquímicos que una cultivada por medios ecológicos. De esa manera, al consumir una cantidad equivalente de verduras orgánicas, obtenemos la misma cantidad de glucosa, pero niveles muchísimo mayores de elementos que nos proporcionarán una ayuda adicional en la pelea contra el cáncer. No se trata de cantidad, como siempre, sino de calidad y racionalidad a la hora de saber qué y cómo consumir.