El documento analiza las lecturas del día que cuestionan la calidad de nuestra fe. Jesús advierte que aquellos que creen estar salvados por sus obras y méritos podrían ser arrojados fuera de la presencia de Dios, mientras que aquellos que se consideran perdidos como los pobres y humildes serán acogidos en su gloria. Los últimos serán primeros y los primeros, últimos. Jesús nos recuerda que la fe no es cuestión de voluntarismo o perfeccionismo, sino de dejar espacio para Dios y consider
1. ÚLTIMOS QUE SERÁN PRIMEROS
21º DOMINGO TIEMPO ORDINARIO – C
Las lecturas de hoy vuelven a cuestionar la calidad de nuestra fe. En Isaías
leemos versos alentadores para el pueblo dispersado por el exilio. El profeta
anuncia un día en que Dios será proclamado en toda tierra y ese pequeño
resto de Israel volverá a reunirse. Es un Dios que recoge, rescata, llama y
anima a sus hijos. No deben rendirse.
Pablo, como Isaías, también se dirige a una comunidad que atraviesa
dificultades. Y utiliza una comparación: como un padre que ama a su hijo y lo
corrige, así Dios permite las pruebas para que su pueblo amado se forje a
fuego, crezca y madure. Los problemas no son un castigo, sino una enseñanza
que puede fortalecer a la comunidad.
Al lado de estas dos comunidades sufrientes a las que hay que animar, el
evangelio nos muestra la otra cara de la moneda: una comunidad muy
apoltronada, muy segura en sus creencias y en su práctica, que cree tener
garantizada la salvación. A estos acomodados Jesús los avisa: ¡cuidado!
Porque quizás muchos creen estar salvados y serán arrojados fuera de la
presencia de Dios. En cambio, muchos que se consideran perdidos, pecadores,
alejados, serán acogidos en su gloria. «Muchos últimos serán primeros, y
muchos primeros, últimos».
¿Qué quiere decirnos Jesús? Es un discurso severo que debería hacernos
saltar de nuestra fe, a veces tibia y poco comprometida. ¿Quiénes son los
primeros? Quizás son aquellos que piensan que la fe es cuestión de voluntad,
perfeccionismo y méritos propios. Y la fe, claro que no es ociosa. Quien ama
trabaja, sirve y actúa por el bien de los demás. Pero no es una carrera para
acumular puntos ante Dios. ¿Qué podemos ofrecerle, comparado con lo que él
nos da? El voluntarismo puede llenarse de orgullo. Del altruismo se pasa a la
vanidad, y del servicio al poder. Como hago mucho, merezco mucho. Me he
ganado la salvación. Pero a lo mejor resulta que en el cielo «no me
conocen». He llenado mi vida de mí mismo, de mis conocimientos y mis obras
—aun siendo valiosas—, y no he dejado espacio para Dios.
Los últimos ¿quiénes serán? Los humildes y los pobres de Dios. Aquellos que
pueden pasar por la puerta estrecha, porque no tienen el ego hinchado.
Aquellos cuya única riqueza no es lo que tienen ni lo que hacen, sino Aquel
que los posee y obra en ellos. Aquellos cuyo único tesoro es Dios. Como dice
san Pablo, «sólo me glorío en Jesucristo». Él es lo único que vale la pena en
mi vida… y él no es mío: soy yo quien le pertenezco. Nada importan mis
afanes y logros. Todo es por él y para él. Quizás en las puertas del cielo nos
sorprenderá ver quiénes pasan por delante de nosotros. Quizás veremos a
personas que hemos despreciado o hemos considerado menos que nosotros,
incluso alejadas de la Iglesia y de Dios. Quizás nos pasarán por delante
grandes pecadores, fracasados, desechados en el arcén de la vida… Almas de
Dios. Para él, ni una sola está perdida.