Esta Plaza en La Habana se llenó de dolientes recordando a los muchos muertos en la lucha contra la explotación y la dominación. La gente se reunió para honrar a los combatientes y reivindicar el enfrentamiento contra las fuerzas burguesas y el Estado. Denunciaron a los que ahora piden olvidar la matanza y promueven la paz a través de la sumisión. Prometieron continuar la lucha hasta lograr la liberación total y el derrocamiento del poder de la burguesía y la dominación extranjera.
Plaza Campo Alto, símbolo de lucha por la memoria y la justicia social
1. Ódiame por favor yo te lo pido
La Plaza Campo Alto, en sus paredes, embadurnada. Las consignas de antier para ayer. Por los
muertos, los muchos muertos. Memoria en contra del olvido. Por los que vivieron ayer. Y, hoy, no
están. Los que se fueron. Como en hechizo. Como en el quehacer de la magia infame.
Desparecidos. Volátiles. Pasos perdidos. Casas arrasadas. Con todas y todos adentro.
Plaza, ayer, llena de dolientes y combatientes. Obreros, obreras. Nunca colaboradores, ni
colaboradoras, como quieren hoy. Los filo burgueses. Y, para más dolor, los acicalados filo
sindicalistas. Políticos de la regresión. Los emparentados con la urdimbre y el tejido de la “otra
vía”. La de la juntura de intereses. Como ramplona aquiescencia. Como maromeros que recaban
sobre el ilusionismo perverso. Cofrades en la impudicia. De todos con todos. Como hermandad. Por
una paz cifrada. Soportada en la algarabía de los nuevos tiempos y las nuevas verdades. Aquí y
allá. Voceros de la ignominia. Como insania. Llamando al olvido de la matanza. No volver a
mencionar que nunca habrá paz con la explotación y la dominación y con la voz de los imperios.
Plaza que escuchó las arengas. Más no las quejas. Porque los combatientes y las combatientes no
son quejosas. Mucho menos quejosas. Son y somos reivindicadores y reivindicadoras del
enfrentamiento. De no al embeleco de “las manos cruzadas”, atadas al discurso melifluo de los
profesionales en hacer correr, a vuelo, la palabra enternecida, como pudrición. A los artesanos
graduados de falsos chamanes. En el villorio. Y en la Isla de la Revolución. Hoy vinculada al
panfleto de los deshacedores de la ideología y la política del combate sin inflexiones bandidescas,
lapidadores de la revolución; sin ambages. Sin recibo de dádivas. Ni otorgadoras de la
interpretación minusválida de las opciones. De vida. Del arrasamiento del Frente Burgués. Y de su
Estado. Y de sus pedigüeños ocultadores. De aquellos intermediarios de mierda.
Plaza de la Libertad. Ayer. Con banderas extendidas. Con ejercicios de la palabra demoledora. De
esos castillos que anidan lo pútrido, hoy. De palabras que traducen la necesidad de la violencia.
Escrita en todas las dimensiones universales. Para que no quede duda. De que no necesitamos de
ningún palaciego emisario. Ni de comodines que, como los que están hoy en la amada Habana que
recibió a los héroes de la Sierra Maestra han sido errantes mensajeros de la confusión. De aquellos
que convirtieron las luchas campesinas. De los traveseros de la década del cuarenta y del cincuenta
y del sesenta; en trepidar de fusiles al servicio de lumpen burguesía. De aquellos que se les olvidó
hasta el discurso de los estalinistas. Matadores de la revolución socialista.
Plaza, ayer, atiborrada de manos juntas. Esas sí de barricadas sólidas. De expresiones en contra de
la convergencia anodina y mentirosa. Caminantes venidos desde todos los lugares. Por todos los
caminos. Sin concesiones. Anhelantes cuerpos. Esperanzas inacabadas. Libérrimas absolutas. Sin
punto medio. Sin equilibrios entre el mal y el bien. Sintiendo que somos mal antes que bien, en ese
entendido perverso de la moralidad y de la ética de los de la riqueza habida merced a la asfixia de
nosotros y nosotras. Los obreros y obreras. Más no colaboradores ni colaboradoras. De los
campesinos y campesinas dispuestos a todo, con la mira puesta e el derrumbe pleno y absoluto del
poder filo terrateniente y de la burguesía agraria. De todos y todas aquellos y aquellas que
llegaron, de frente. En contra de la burguesía financiera lacerante.
2. Esta Plaza, hoy, amaneció con cuerpo sobre cuerpos. Muertos y muertas con ojos abiertos. No de
espanto ni clamando piedad lastimera. Más bien, convocando a la resurrección del combate
verdadero, abierto y sin tregua. Escupiendo a los gendarmes. Violentando a los violentadores. No a
los mensajes de paz embadurnada de entelequias. Como laberintos. Como crucigramas. Resueltos
por los que todo lo han tenido. Con la ayuda de los usurpadores. De los arrepentidos de corto vuelo
y peor teoría. Pobre Habana avergonzada, insultada, ensuciada con las palabras de aquellos que
pasarán a la historia como iconos de la traición a la Revolución.
Esta Plaza de Campo Alto vio, ayer, a las manos y los brazos y los cerebros; a los ojos. Y escuchó el
grito de guerra en contra de los beneficiarios, los manejadores y los aurigas del exterminio
controlado de lo más preciado de la humanidad. La capacidad de asombro y de ternura y del saber
verdadero que sabe interpretar lo que están haciendo. Descifradores de las intenciones de los
imperios. De los neo-sionistas. De la intenciones del negro en el poder que traicionó a su raza. De
los habilitadores del “nuevo Israel” usufructuando su tenencia nuclear guiado por perversos y
supuestos defensores del Pueblo Judío. Que todavía reclama justicia en contra de los verdaderos
agentes del holocausto. Pueblo Palestino inerme. África ensangrentada. Como en la época de los
mercenarios y colonizadores ingleses, italianos, alemanes, holandeses y los acuñadores de todas las
violencias juntas, mezquinas. Capitalistas. Putin heredero del Estalinismo. Y la cúpula del desvío y
transformación del Ejército Rojo Chino y su nervio orientador, en neo capitalistas en voracidad
geométrica. Atragantándose con las riquezas de nuestra América Latina. Aupadores de las maquilas
más degradadas.
En fin: Plaza de Campo Alto. Sinónimo de Libertad. Veras, algún día, el resurgir de la Liberación y el
exterminio de sus lapidadores.