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LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



                      LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS
                                            Por:

                              Mónica Marcela Jaramillo R.

                         PROFESORA, Escuela de Filosofía, UIS
                                     «Toda autoridad es hondamente degradante. Degrada a los
                                     que la ejercen y degrada a aquellos sobre quienes es ejercida
                                     (…). Pero cuando se la emplea con cierta dulzura, agregándole
                                     primas y recompensas, es terriblemente desmoralizadora. En
                                     este caso, las gentes no se dan cuenta de la opresión atroz
                                     ejercida sobre ellas, y llegan al final de sus vidas en una
                                     especie de bienestar grosero, como animales domésticos, sin
                                     comprender que piensan con ideas ajenas, que viven
                                     conforme a un ideal concebido por otros y que, en definitiva,
                                     llevan por decirlo así, ropas de ocasión y que no son nunca, ni
                                     un solo instante, ellas mismas. “El que quiere ser libre –dice
                                     un profundo pensador – no debe someterse a la
                                     uniformidad”. Y la autoridad, alentando esa sumisión, da
                                     origen a una especie de tribu de presuntuosos bárbaros,
                                     contentos de sí mismos» (Wilde, 1891: 1296-7).

                                     «Cuanto más iguales se hacen las condiciones, tanto más
                                     débiles son los hombres individualmente, con tanta más
                                     facilidad se dejan arrastrar por la corriente de la multitud y
                                     más trabajo les cuesta mantenerse solos en una opinión que
                                     ella abandona […]. ¿Qué puede esperarse de un hombre que
                                     ha pasado veinte años de su vida en hacer cabezas de
                                     alfileres? ¿A qué podrá en lo sucesivo aplicar esa poderosa
                                     inteligencia humana, que tantas veces ha conmovido al
                                     mundo, sino a buscar el mejor medio de hacer cabezas de
                                     alfileres?» (De Tocqueville: 1835, 479, 514).

Con la decisión del Presidente Juan Manuel Santos, tomada el pasado sábado 12 de
noviembre y oficializada al martes siguiente por el Congreso de la República, de retirar
el Proyecto de la ley radicado bajo el N° 112/2011: «Por la cual se organiza el Sistema
de Educación Superior y se regula la prestación del servicio público de la educación
superior» colombiana, se da verdaderamente inicio al debate Académico que debió
haber orientado las discusiones desde un comienzo y que, hasta ahora, se ha centrado
casi exclusivamente en el eufemístico falso dilema de saber si, y en qué medida, se
trataba o no de hacer de las universidades públicas instituciones con ánimo de lucro. El
presente estudio se propone hacer un examen más estructural, y por tanto “inter-
problemático” (Johan Galtung) de la universidad pública, vivida desde adentro, a fin de
contribuir al desarrollo de una propuesta de reforma democrática de la universidad
pública en la que los fines del Estado y los fines de la universidad, que le dan su razón
de ser y permiten la realización de una de las funciones sociales prioritarias del Estado,
puedan armonizarse en pro del objetivo común de contribuir a la institución
democrática de una Colombia socialmente más igualitaria e inclusiva. Para lo cual
trataré de centrar mis reflexiones en el análisis del siguiente interrogante: ¿Cómo es la
universidad que realmente tenemos y que ha generado su crisis actual? O bien,
partiendo de la premisa de que en asuntos de mala política “nadie es inocente, todos
somos culpables” en mayor o menor grado: ¿Quiénes son los más directos
responsables de la erosión del sentido de Academia y a qué apuntan, por consiguiente,

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LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



sus fáusticos ensayos de transmudación de la universidad “público”-empresarial ya
existente a cadena de supermercado; de los valores universales de la ética filosófica a
“virtudes globales de la democracia de los súbditos”, así como de los valores cívico-
culturales universalizables a contravalores cínico-contractuales globalizables? Y, por
tanto: ¿en qué medida la violencia en la universidad pública es violencia autogenerada
y que se agudiza en espiral?

    1. De la transformación de la Universidad Pública colombiana de “organización”-
       “público”-empresarial a Supermercado educativo de los organismos
       corporativos financieros supranacionales

Cualquier ciudadano mínimamente informado; o que para enterarse de las noticias
cotidianas apele a otras fuentes que las de los medios de desinformación del “sistema
oficial de comunicación colombiano”, sabe que el sistema neoliberal sin regulación ni
recetas macroeconómicas del capitalismo financiero, basado en un fundamentalista y
hegemónico modelo único, cuyos catastróficos efectos en la sociedad y la economía
mundiales nadie ignora, está a punto de conducirnos a la debacle (así los incautos
creyentes en el sofisma distractor de la “prosperidad económica nacional”, del que los
principales promotores fueron Adam Smith y Harry Truman1, piensen todavía que
Colombia está auto-inmunizada contra la crisis). Pero debería saber, además y sobre
todo, que esa ideología de la deshumanización, la precarización e injusticia sociales, el
egoísmo posesivo-libertario y el cinismo de indiferencia está a punto de precipitarnos,
y de manera inexorable, en el abismo de la degradación ética del individuo, la sociedad
y las instituciones sociales y políticas. Con lo que no sólo se pone en jaque el inmediato
presente del mundo y el de las generaciones futuras, sino la pervivencia misma de lo
que nos hace humanos y nos permite vivir todavía en un mundo relativamente
civilizado.

Y esa es razón necesaria y suficiente para impugnar el supuesto angelismo y la doble
moral de los oportunistas e individualistas cínicos que pretendiendo poder tapar el
nubarrón con un dedo, se atrevieron a defender las supuestas bondades del
suicidógeno y coyuntural Proyecto de ley de Reforma a la ley 30 “, cuando no a
proponer modificaciones parciales de la misma, en función de sus propios intereses
individuales o intersectoriales. Pues, dígase lo que se diga, para nadie es un secreto
que la susodicha ley de reforma no era otra cosa que la consumación del proyecto
neoliberal de transformación de la universidad pública colombiana de empresa

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  Para entender el real propósito de la fórmula de Harry Truman, enunciada en su discurso de posesión a la
presidencia de EE.UU el 20 de enero de 1945: “Producir más, con el énfasis y el apoyo en el desarrollo tecno-
científico, es la clave para la paz y la prosperidad”, habría que recordar que Truman no fue sólo quien ordenó, a
escasos seis meses de su accesión a la presidencia, el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki,
sino también el continuador de la política del Fair Deal que impuso el control internacional de precios y las
restricciones a la libertad de expresión en Estados Unidos. Pero fue, además, el promotor del Plan Marshall (1947),
programa de ayuda para la reconstrucción de los países europeos, impulsado por su vicepresidente George C.
Marshall, y con el que se pretendía implantar una política antisoviética, basada en el libre comercio, para ejercer el
control económico y político internacional (lo que motivó la creación de la OTAN en 1949). Una política que
contribuyó, ciertamente, al crecimiento económico de los países europeos, devastados por la Segunda Guerra
Mundial, pero que también le dio origen a la guerra fría. Y que, para el caso de de América Latina, y a fin de
fortalecer la dependencia política y económica frente a Estados Unidos (que Marshall había definido apelando a la
equívoca fórmula de “América para los americanos”), incluyó, entre otras muchas iniciativas, la del plan de apoyo a
la creación de universidades industriales en la región.

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universitaria o universidad “público”-empresarial a centro comercial del sistema global
de la educación mercancía como cultura de supermercado y del “recycling de los
valores” (Sándor Márai), principio de la erradicación de toda formación humanista y en
los valores ético-políticos de la cultura cívica y la educación ciudadana, en beneficio de
los intereses económicos del capitalismo financiero supranacional y de sus sistemas
corporativos (es decir, del Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial y el
Fondo Monetario Internacional, cuyo modo de organización corporativa o sistémico
estamental jerárquica, siguiendo el modo de división social de las corporaciones
gremiales medievales en las que se inspiró asimismo el culto francmasónico, obedece,
como se verá luego, a una “estratégica” política de dominación totalitaria-global que
mantiene su hegemónico poder mediante el ejercicio de la “violencia simbólica”
(Pierre Bourdieu) y el uso de todos los medios posibles de propaganda, y se extiende,
por consiguiente, a todas las esferas no económicas de la vida individual y
sociocultural).

Aunque no es menos cierto, tampoco, que ese proceso de degradación de la
universidad pública colombiana o de su paulatina transmudación en empresa
“docente”-jornalera al servicio del aparato productivo del sistema neoliberal, es decir,
en empresa corporativa o gerencialmente dirigida con criterios de burocrática,
autocrática y antidemocrática mentalidad de “líder”-capataz (así los rudos negreros del
sistema neoesclavista corporativo hayan preferido tomar proteicas y variadas figuras
espectrales o de envelados y virtuales ectoplasmas), no habría sido posible sin la
debruzada aquiescencia de quienes hoy día se asoman a la ventana para pregonar que
empiezan a escasear los bienes en el granero, tras haber dejado entrar por la puerta
trasera a los merodeadores, para ser más exactos, desde 1981, y haberles otorgado, de
manera progresiva, derechos de intervención, señorío, control y remodelación del
feudo, del que ahora sólo se precisaría el permiso estatal de demolición, con miras a la
ejecución definitiva del fáustico plan de de refundación, designado por los Mandarines
el BID como la Tercera Reforma estratégica de la Universidad pública latinoamericana.
Un plan del que los colombianos sólo hemos sabido ver las lesivas implicaciones en el
ámbito de la financiación de la universidad y de su carácter privatizador, pasando por
alto el hecho de que de nuestro rechazo o adhesión a un proyecto de ley de reforma
como el que había sido radicado en el Congreso el pasado mes de octubre, o que en el
mismo espíritu de la letra podría ser presentado en el inmediato futuro, depende la
elección del tipo de sociedad a la que realmente le estamos apostando y, por
consiguiente, que es el debate ético-pedagógico el que, en primer término, debería
ponerse en la base de los análisis.

Ni que decir tiene que esa erosión progresiva del valor y sentido de la Academia, de la
que los ciudadanos universitarios, sobre todo los profesores, hemos sufrido en carne
propia, y por etapas sucesivas, las nefastas repercusiones, ha contribuido también, y
en no poca medida, a la exacerbación de la espiral de violencia estudiantil que los
órganos de dirección universitaria en mal de gobernabilidad democrático consensual,
suelen, por el contrario, imputar a la falta de “mayor autoridad” sobre “los grupos
subalternos”. Se daría, en efecto, un gran paso en la búsqueda de soluciones
tendientes a prevenir el uso de la violencia en el campus universitario, terreno minado
para la implosión de la democracia y del futuro de la paz en Colombia, si se empezara
por reconocer el hecho que lo que, en gran medida, le da impulso es, precisamente, el

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nuevo modelo gerencial-empresarial de “conducción” o de dominio impersonal
normalizado (violencia simbólica) que hoy caracteriza a las administraciones
universitarias. Y esto no sólo, como bien hace notar Pierre Bourdieu en su obra de
1977 La reproducción, escrita en coautoría con el sociólogo y filósofo político Jean-
Claude Passeron, por cuanto “la violencia simbólica en el ámbito educativo legitima la
violencia real al perpetuar la jerarquización de los grupos y las clases sociales”, sino
también porque con ello se pone de manifiesto la obsolescencia de las estructuras de
dominación bajo las cuales se ha reproducido hasta entonces el orden sociocultural
vigente (“currículo oculto”) y su incompatibilidad con el contexto social real en el que
dichas estructuras tienen aplicación. De tal modo que ese dominio impersonal
normalizado, o “estratégicamente ordenado”, del modelo gerencial de organización
jerárquico-estamental acaba, finalmente, por convertirse, como recurso de la
impotencia, en el abono del autoritarismo social, la intransigencia y la estigmatización
de la democracia, convertida en mera democracia de representatividad formal o de
facto (en “ciudadanía corporativa”); o, en el caso de las situaciones de coyuntura en un
simple operador ideológico sin sustancia ni contenido; y, desde ahí, en caldo de cultivo
de la desconfianza política, las polarizaciones intergrupales, la suspicacia mutua, el
resentimiento o el aislamiento sociales que conducen, a la postre, a la
“ingobernabilidad” de las instituciones, por efectos de la conculcación de la
democracia social de la que la insubordinación de los subordinados o la insumisión de
los sumisos es el más previsible, si no el más lógico resultado. Así, como escribe al
respecto el teórico de la paz Adam Curle, para quien la violencia universitaria no es
menos un fenómeno institucionalmente autogenerado y de carácter inter-
problemático: Si quieres reconciliar el amo y el esclavo, lo primero que tienes que hacer
es abolir la esclavitud. O, en otras palabras: si quieres que las instituciones sociales se
renueven, lo primero que tienes que hacer es abolir las injusticias, mediante el
progresivo desmontaje de sus estructuras arcaizantes y del aparato sistémico de
dominación que las autorreproduce y autoperpetúa). Porque, como escribe, asimismo,
Roland Hitzler:
       (…) es casi imposible pasar por alto el hecho de que los hombres, que se han escapado del
       recinto de hierro del totalitario Leviatán y que han sido asimismo excarcelados de las
       jaulas de oro del Estado social liberal, proceden, cada vez más, a construir ellos mismos su
       existencia relativamente sin conducción y (sensiblemente) por debajo de cualquier tipo de
       necesidad teórico ideológica de sistematización, a partir de todo tipo de ofertas y de sus
       propias ocurrencias (grotescas, confusas, sinceras, maliciosas y malvadas), en un sentido
       enteramente radical. Es imposible también pasar por alto que ese bricolaje individualizado
       de sentido pide la palabra por doquier allí donde, hasta ahora, parecía dominar el orden
       de forma suficiente e incontestable, es decir, allí donde las cosas seguían su curso habitual,
                    2
       institucional .


2
 Como afirma Zygmunt Bauman, anteponiendo al Discurso de Josué el Discurso del Génesis que, a juicio del teórico
anti-neoliberal Nigel Thrift, es el discurso predominante de los ingenieros sociales del “nuevo” sistema de la
universidad empresarial (y como ya lo decía también, en estrecha afinidad con Bauman, Jacques Derrida para quien
Universidad es el espacio de lo impredecible en donde todo puede devenir acontecimiento; o bien, el espacio
emancipatorio de las planificaciones no planificadas, para la realización de la utopía creadora): «El Orden significa
monotonía, regularidad, repetición y predecibilidad; llamamos “ordenado” a un entorno sólo cuando se considera
que algunos acontecimientos tienen más posibilidad de ocurrir que sus contrarios, y cuando otros acontecimientos
no tienen casi posibilidad de producirse o son directamente descartados. Esto implica que alguien, desde alguna
parte (un Ser supremo impersonal o personal), debe manipular las posibilidades y cargar los dados, ocupándose de
que los acontecimientos no se produzcan azarosamente.

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       Esto quiere decir que la preponderancia (hipostasiada) de los intereses burocráticos del
       Estado decrece cada vez más frente a las preferencias obstinadas de los puntos de vista de
       los mundos de la vida de los ciudadanos emancipados: impacientes (y, en ocasiones,
       rebeldes), introduciéndose arteramente en la vida pública, escépticos y ávidos de
       información a la vez, conscientes de su valor hasta la arrogancia, porfiados y exigentes,
       instalan éstos, sus asuntos, en la agenda de lo que se puede negociar políticamente y lo
       que se puede imponer. Y en ello, se hacen lugar no sólo ideales de autodeterminación
       izquierdistas emancipatorios, sino también chauvinismos nacionales casi olvidados,
       resentimientos etnocéntricos y miedos a la existencia y al consumo orientados hacia lo
       extranjero –actualmente cada vez más irrecusables-. Como consecuencia de ello, surge un
       caos (agitado) de variadas ideologías, antagónicas de diversas maneras, y de
       combinaciones ideológicas, mixturas y mezclas que ostensiblemente se rebelan como
       semilleros de la militancia en relación con la disposición creciente a la violencia
       interpersonal (Hitzler, 1997: 167-68).

Y, si tal es la situación actual de la universidad pública en Colombia; o, más bien, de la
universidad “público”-empresarial en la que ya ha sido convertida, ¿qué podría
esperarse, acaso, en lo sucesivo, una vez operada su mutación definitiva de
universidad empresa a cadena del supermercado educativo global? Y la respuesta es
obvia: la oficialización y legitimación del poder de control de las universidades por
parte de los organismos corporativos financieros, de la que la aprobación de un
proyecto de ley de reforma de la universidad pública semejante al que acaba de ser
retirado por el gobierno, no sería más que el acto de protocolización; y con el que se
pondría, por tanto, la primera piedra del lucrativo centro comercial del consumo
educativo estandarizado, del que los estudiantes serían los “clientes” o los “usuarios” y
los “docentes-asalariados”, la expresión es de Adam Smith, fungirían en lo sucesivo,
por disposición de los intrusos, como eficientes despachadores del conocimiento
mercancía, facturado en serie bajo el exclusivista rótulo de Made in USA. De ahí que,
como afirma con acierto José Saramago en su obra póstuma El último cuaderno, a
propósito de la nueva mentalidad de la sociedad de consumidores, impuesta de

El mundo ordenado del discurso de Josué es un mundo estrechamente controlado. En ese mundo todo tiene un
propósito, aun cuando no esté claro (momentáneamente para algunos, pero para siempre en el caso de la mayoría)
cuál es. En ese mundo no hay espacio para cosas inútiles o sin propósito. Para ser reconocido, debe servir a la
conservación y perpetuación del todo ordenado. Sólo ese orden, exclusivamente, no requiere legitimación, porque
tiene, por así decirlo, “su propio propósito” Simplemente es, y no puede desaparecer: eso es todo lo que sabemos y
necesitamos saber de él. Tal vez existe, porque allí es donde Dios ejerció su acto de Creación Divina, o porque
criaturas humanas, pero semejantes a Dios, lo implantaron y lo mantuvieron allí mediante su constante tarea de
planificación, construcción, y control. En nuestros tiempos modernos, en los que Dios se ha tomado una larga
licencia, la tarea de planificar y hacer cumplir el orden ha recaído sobre los seres humanos.
Como lo descubrió Marx, las ideas de las clases dominantes tienden a ser las ideas dominantes (proposición que,
con nuestra nueva comprensión del lenguaje y de su funcionamiento, podemos considerar un pleonasmo). Durante
por lo menos doscientos años, los gerentes de las empresas capitalistas dominaron el mundo –es decir, separaron lo
plausible de lo implausible, lo racional de lo irracional, lo sensato de lo insensato y determinaron y circunscribieron
el rango de alternativas que debían limitar la trayectoria de la vida humana –. Así, esa visión del mundo, en
conjunto con el propio mundo, modelado y remodelado a su imagen y semejanza, alimentaba y daba sustancia al
discurso dominante.
Hasta hace poco, el discurso de Josué era dominante; ahora prevalece cada vez más el discurso del Génesis. Pero
contrariamente a lo que propone Thrift, el encuentro, dentro del mismo discurso, de la empresa y la academia, de
los hacedores del mundo y de sus intérpretes, no es ninguna novedad, no es una cualidad única del nuevo (soft, lo
llama Thrift) capitalismo hambriento de conocimientos. Desde hace un par de siglos, la academia no ha tenido otro
mundo para atrapar en sus redes conceptuales, ni para reflexionar, describir o interpretar, que el mundo
sedimentado por la visión y la práctica capitalistas. A lo largo de todo ese período, la empresa y la academia
sostuvieron una reunión constante, aun cuando –a causa de la imposibilidad de sostener una conversación – dieran
la impresión de mantenerse a distancia. Y la sala de reunión siempre fue –como ahora – elegida y equipada por el
socio comercial» (Bauman, 2000: 60-62).

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LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



manera abusiva por la lógica global del consumo de las fuerzas del mercado neoliberal:
« (…) El centro comercial no es sólo la nueva iglesia, la nueva catedral, es también la
nueva universidad. El centro comercial ocupa un espacio importante en la formación
de la mentalidad humana. Se ha acabado la plaza, el jardín o la calle como espacio
público de intercambio. El centro comercial es el único espacio seguro y que crea la
nueva mentalidad. Una nueva mentalidad temerosa de ser excluida, temerosa de la
expulsión del paraíso del consumo y por extensión de la catedral de las compras. ¿Y
ahora que tenemos? La crisis. ¿Será que vamos a volver a la plaza o la universidad? ¿A
la filosofía?» (Saramago, 2009: 52-53).

La resolución de esa pregunta ya no depende decididamente del gobierno sino de
nuestra capacidad de oponer a las fuerzas exangües de las finanzas, las fuerzas
roborativas de la democracia, es decir, de nuestra capacidad de poner en uso y en
ejercicio nuestra libertad de autonomía individual y universitaria, como libertad
político-positiva de resistencia, para impedir la aniquilación definitiva de la universidad
pública colombiana exigiendo la expulsión definitiva de los intrusos. Depende, por
consiguiente, de nuestra capacidad democrática de resistencia contra la violación de
los derechos fundamentales y la canallesca conversión de la democracia en
individualismo democrático, la ciudadanía en “liderazgo” o en “ciudadanía corporativa
global”, la universidad pública en “institución de inversión colectiva” (IIC), la calidad
académica en “capacidad de proporcionar regularmente productos que satisfagan los
requisitos del cliente” o las demandas del mercado; la responsabilidad social
universitaria en “gestión de impactos”, “ética organizacional” o “trama global
inteligente y consciente de ciudadanos [corporativos] e instituciones atentos y
responsables de la responsabilidad de la misma trama, que es nuestro mundo, nuestra
casa común, la única casa que tenemos” (para traer a colación las cantinflescas
definiciones del ideólogo del BID François Vallaeys y de las que sólo se precisaría
sustituir el nombre de “casa” por el de “universidad latinoamericana” para
desentrañar el sentido del real propósito a la que verdaderamente se apunta con esa
política de “ética organizacional”, ruinmente embozada bajo el sugestivo título de
«Programa de Apoyo a Iniciativas de Responsabilidad Social Universitaria (RSU), y, así,
contra la conversión de la autonomía universitaria en autogestión administrativa, la de
los estudiantes en “autocontrol” y la autonomía pedagógico-cognitiva de los
profesores universitarios en ¡“auto-eco-organización”!!, o en “autonomía contractual”.
Depende de nuestro rechazo a las políticas administrativas de minusvaloración del
estatuto del profesor y a la pretensión de reducirnos a la condición de “docentes-
asalariados”, empleados de aula o de oficina, fabricantes de profesionales en serie con
“cabezas de alfiler” o mentalidad de esclavos del consumo y animados exclusivamente
por la ambición de riqueza, cuando no por la aspiración de convertirse, a su vez, en
futuros esbirros de los negreros del desarrollo económico sin equidad. Depende de
nuestro enfático repudio a la implantación en las universidades de modelos estándar
de control o de dominación abstracta e impersonal de acatamiento de la norma,
financiados por el gobierno estadounidense, a través de la aplicación de ignominiosos
y antidemocráticos métodos sociobiologistas y conductistas de impregnación en los
valores corporativos bivalentes y asimétricos del capitalismo financiero (o en los
“valores del hábito empresarial” de Gary Becker que se inspiraron a su vez en el
economicismo de la Escuela austriaca) y de sus procesos operativos de sociopático


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LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



“autoliderazgo”, que propugnan por la automatización de los individuos y la
deshumanización del quehacer académico. Depende de la capacidad de la universidad
pública “colombiana” de reformarse a sí misma, erradicando de una vez por todas su
modelo fundacional de organización jerárquico-estamental o “normativo-sistémico”,
inspirado asimismo en el corporativismo medieval, como sistema de “apropiación
hegemónica de poderes señoriales y de oportunidades adquisitivas” y, de ese modo,
en la asunción de los cargos administrativos como “cargos honoríficos” o en cuanto
expresiones del supuesto “honor estamental” (Max Weber). Pero, depende, sobre
todo, de nuestro poder democrático de resistencia contra la masificación de la
enseñanza; la conculcación del derecho a la libertad de investigación (consagrada
como derecho fundamental en el Artículo 27 de la Constitución Política), la conversión
del espíritu de creatividad en emprendimiento empresarial o en “herramienta para la
competitividad”, y el saber crítico en conocimiento por destrezas; o, para decirlo en
una palabra, depende, de modo categórico, de nuestro rechazo absoluto a la
implantación definitiva en Colombia del modelo angloamericano de la universidad de
la excelencia cuantitativa basada en el “rendimiento-concurrencia” o en “el principio
de utilidad marginal costo-beneficio”, la optimización del rendimiento-desempeño y la
cultura del reporte, con base en “indicadores de marketing”, que la reforma de la
precitada ley consagraba en el título III como loable e inspirador modelo prototípico o
“ejemplo de estrategia nacional”.

Para todo lo cual se hizo, desde el principio, total abstracción de la realidad social
colombiana, como anotaba hace unos meses el politólogo español Francisco Colom,
con quien sostuve hace algunos meses un productivo intercambio de ideas (a
propósito del proyecto inicial gubernamental de la ley 30, cuyas posturas se habrían de
radicalizar todavía más en el proyecto de ley N° 112/2011 C.): «El problema
fundamental reside en que, al operar esa trasplantación, no se han tenido para nada
en cuenta ni el contexto social de violencia en el que viven los colombianos desde hace
más de sesenta años, ni las demandas de la población; ni en virtud de todo ello, la
situación histórico-cultural, geopolítica y socioeconómica específicas de Colombia.
Pero, no se ha tomado en cuenta, sobre todo, que las universidades estadounidenses,
cuyo modelo educativo es proverbialmente a-histórico y despolitizado, nacen y se
mueven en un contexto absolutamente distinto. Frente a las implicaciones de la nueva
propuesta gubernamental de ley de reforma del sector educativo universitario, que
pone en vilo el principio de autonomía sin el cual la universidad no podría realizar su
propósito social de ayudar a construir un renovado proyecto de país, el reto para los
académicos colombianos es el de la reapropiación crítica del papel que históricamente
ha jugado la universidad pública, o al menos es eso lo que la sociedad espera de ella,
en la configuración del tejido urbano y cívico de una sociedad plenamente
democrática». Porque, ¿acaso estaríamos en condiciones de hacerlo, desde los
postulados mercantilistas de la nueva universidad del “excelente rendimiento-
desempeño” que van diametralmente en contravía, si es que todavía hay que
precisarlo, de la formación integral de los estudiantes y de la educación democrática o
para la paz, de la que depende, en no poca medida, el futuro de Colombia y la
estabilidad y salvaguarda de sus instituciones democráticas?

Porque, el modelo prototípico de la universidad angloamericana en cuanto centro
comercial del mercado educativo, “ejemplo de estrategia nacional” para el gobierno

                                          7
LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



colombiano, no es otro que la Norma ISO 9001 en función de la cual la universidad
estadounidense mide la “excelencia de calidad” de sus productos manufacturados en
serie y cadena de montaje. Y que, según la Norma Técnica “Colombiana” NTC-ISO-
9001, «especifica los requisitos para un sistema de gestión de la calidad que pueden
utilizarse para su aplicación interna por las organizaciones, para certificación o con
fines contractuales. Se centra en la eficacia del sistema de gestión de la calidad para
satisfacer los requisitos del cliente […]. Todos los requisitos de esta Norma
internacional son genéricos y se pretende que sean aplicables a todas las
organizaciones sin importar su tipo, tamaño y producto suministrado» (Proyecto de
Norma Técnica Colombiana NTC-ISO 9001 (Cuarta actualización) DE 038/06). Una
norma de “estándar de calidad” que se inspira a su vez en la Norma ISO 1401: 2004:
«Sistemas de Dirección Ambiental y Especificaciones», que apunta, sobre todo, “a la
mejora continua y el cumplimiento regulador”. Norma que por cierto fue directamente
adaptada del “Modelo Estándar de Excelencia EFQM, «presentado a principios de 1992
como el marco de referencia para evaluar los criterios del Premio de Calidad Europeo
(…), marco no-perceptivo basado en nueve criterios. Cinco de estos son “Proactivos” y
cuatro son “de resultados”». Y en donde se define, por tanto, la “excelencia” en
términos de: «Resultados excelentes en lo que concierne al funcionamiento, los
clientes, la gente y la sociedad, [los cuales] pueden ser alcanzados logrando el
liderazgo en cuanto a políticas y estrategias implementadas a través de los grupos de
gente, recursos, y procesos»); con base en las siguientes “estrategias paramétricas”:
“Orientación de resultados”; “excelencia en el logro de resultados que satisfagan a los
stakeholders [o a las “partes interesadas]; “focalización en el Cliente”; “la excelencia es
crear valor sustentable para el Cliente”; “liderazgo y constancia”; “la excelencia es un
liderazgo visionario e inspirador, ajustado a los propósitos de la organización”;
“Dirección por procesos y hechos”; “la excelencia es manejada por un juego de
sistemas interdependientes e interrelacionados, procesos y hechos”; el desarrollo y
participación de la gente”; “la excelencia es maximizar la contribución de los
empleados a través de su desarrollo y participación”; “el aprendizaje continuo y la
mejora”; “la excelencia desafía el statu quo y utiliza el estudio para crear mejora e
innovación”; “desarrollo de partenariados”; “la excelencia desarrolla y mantiene
sociedades que agregan valor”; “la Responsabilidad Corporativa Social”; “la excelencia
excede el marco regulador en el que la organización funciona y se esfuerza por
entender y responder a las expectativas de los stakeholders” (Vallaeys, 2004: sin
paginación).

Tales son, en suma, las razones por las cuales la universidad angloamericana, basada
en los enfoques de Adam Smith y en el modelo maoísta de universidad como feudo del
Estado, es asimismo la versión antitética del modelo anglosajón de universidad,
cimentado en el enfoque rousseauniano de la educación como formación integral para
la vida, o en la autonomía. Rousseau quien, a propósito de la educación de Emilio
afirma, en consecuencia: El oficio que quiero enseñarle es el vivir, porque […], para
formar al ciudadano hay que formar primero al individuo […]. De modo que luego de
haberse considerado por sus relaciones físicas con los demás seres, y por sus relaciones
morales con los demás hombres [y de haber adquirido “una sólida formación en la
profesión que él mismo ha elegido”], le falta considerarse por sus relaciones civiles con
sus conciudadanos (Rousseau, 1762: 71, 68, 624). Y en muchas de cuyas concepciones


                                            8
LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



pedagógicas se inspira la universidad humboldtiana, que, con la creación de la
Universidad de Berlín en 1810, consagró históricamente el principio de autonomía
universitaria)3. De ahí que, como afirmara Wilhelm von Humboldt en su ensayo de
1810 «Sobre la organización interna y externa de los establecimientos científicos
superiores en Berlín» (y que recuerda la bella máxima de Oscar Wilde, a propósito de
la formación estética, según la cual: «el Estado busca lo que es útil y el humanista lo
que es bello»):
       En lo tocante al aspecto externo de las relaciones con el Estado y con sus actividades, éste
       sólo deberá velar por asegurar la riqueza (fuerza y variedad) de energías espirituales,
       logradas a través de la selección de los hombres que allí se agrupen y de la libertad de sus
       trabajos. Pero la libertad no se halla amenazada solamente por el Estado, sino también
       por los propios científicos, los cuales, al ponerse en marcha, adoptan un cierto espíritu y
       propenden a ahogar de buen grado el surgir del otro (…). El Estado no debe considerar a
       sus universidades ni como centros de segunda enseñanza ni como escuelas especiales, ni
       servirse de sus academias como diputaciones técnicas o científicas. En general (…), no debe
       exigirles nada que se refiera directamente a él, sino abrigar el íntimo convencimiento de
       que en la medida en que cumplen con el fin último que a ellas corresponde cumplen
       también con los fines propios de él, y, además, desde un punto de vista mucho más alto,
       desde un punto de vista que permite una concentración mucho mayor y la movilización de
       fuerzas y resortes que el Estado no puede poner en movimiento» (Von Humboldt, 1810:
       49).

La visión de la universidad como feudo del Estado, a la que conduce, según Humboldt
la vulneración de su autonomía externa, nos lleva al examen de los pragmáticos y
utilitarios enfoques que ideológicamente le dieron origen; es decir, los de la educación
con ánimo de lucro o como herramienta de la productividad de Adam Smith, el
“Padre” del “liberalismo” económico, y, más cerca de nosotros, el de las “estrategias
de educación para la productividad, no fundada en la acumulación de capital sino en el
salto adelante del desarrollo productivo tecno-científico” de Mao Tsé-Tung., enemigos
uno y otro, por razones que saltan a la vista, del pensamiento crítico y, así, de los
filósofos u “hombres de especulación” (y que no dejan de recordar el celebérrimo
lema de Hitler, citado entre muchos otros autores por Primo Levi, Hannah Arendt y
Herbert Marcuse, de que: «para el logro del cambio cultural, no necesitamos hombres
de pensamiento sino cuerpos sanos y robustos, buenos y entrenados músculos y no
3
  El gran teórico de la autonomía universitaria es el filósofo Friedrich W. J. Schelling , en su ensayo de 1803,
«Lecciones sobre el método de los estudios académicos» y quien la concibe en función de dos principios indivisibles
e inalienables; a saber, de un lado, la autonomía interna de la universidad (mediante la cual se define tanto la
autogestión interna de sus orientaciones, principios y directrices, como, en el plano de de la autonomía interna de
sus Facultades, Departamentos y establecimientos científicos superiores, la relación entre la investigación y la
enseñanza, a través de la autodirección por parte de las instancias respectivas de sus programas académicos y
métodos de estudio, así como del ejercicio autónomo de la libertad de investigación y cátedra; y, así, del
reconocimiento de la autonomía pedagógico-cognitiva del profesor); y, del otro, la autonomía externa que define,
por su parte, la relación de independencia e interacción entre la universidad y la sociedad y, sobre todo, la relación
de independencia y mutua cooperación entre la universidad y el Estado, el cual está en la obligación de sufragar sus
gastos de mantenimiento, en beneficio de la realización de su fin social común (Schelling, 1803: passim.).
Concepción que habría de consagrar el origen histórico de la autonomía universitaria desde la creación, en 1810, de
la Universidad de Berlín por Wilhelm Von Humboldt, la cual se fundó de manera programática en su principio. Y
cuyo Plan fue elaborado, a petición de Humboldt, por Friedrich Schleiermacher en sus bellísimos Pensamientos de
circunstancia sobre las Universidades de concepción alemana (1808). Ambos filósofos insisten, por consiguiente, en
que la universidad pública no podría alcanzar esos fines sin el reconocimiento del derecho a la “libertad académica”
o del principio de autonomía pedagógico-cognitiva de sus profesores y sin la existencia de una clara política de
regulación de las relaciones entre la universidad y el Estado en aras de la preservación de la autonomía externa de
la universidad, sin la cual a ésta no le sería dable, en modo alguno, realizar sus fines sociales (Piché: 2006: 14-43).

                                                          9
LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



menos vigorosos cerebros prácticos»). Smith para quien, en consecuencia con lo dicho,
«raras veces son igual clase de gentes [la excepción es, desde luego, su amigo David
Hume] las que inventan artefactos y mejoras en ellos, y las que se inquieren por la
razón de las cosas: esta última actividad se practica más comúnmente por gentes
perezosas e indolentes que son entusiastas de la soledad, aborrecen los oficios y
adoran la especulación; en cambio nadie triunfa con más frecuencia en las primeras
tareas que la gente activa, solícita y laboriosa, como son las que empuñan la esteva del
arado, efectúan experimentos y dan toda su atención a lo que tienen entre ceja y
ceja». Y para quien, además: «Los sistemas especulativos han sido adoptados en las
diferentes épocas de la historia de la humanidad por razones demasiado frívolas, para
que sirvan de orientación al hombre adornado de sentido común, en materias que
encierren el más pequeño interés pecuniario» (Smith, 1776: 13, NA; 678). Y Mao, para
quien, en palabras de su presidente de la Academia de Ciencias, Kuo Mo-Jo, durante la
época de la Revolución Cultural maoísta: «los profesores-obreros, que saben también
manejar la escoba, deben convertirse en meros facilitadores del aprendizaje en
destrezas útiles [o, del “aprendizaje por competencias básicas” como dicen hoy día los
aprendices de brujo o los replicadores de la “pedagogía” neoliberal del desarrollo, con
la que la “pedagogía” maoísta del “salto adelante de la Revolución Cultural” guarda
inquietantes y estrechas similaridades], (…), [con el objeto] de abordar los problemas
esenciales para resolverlos en los plazos más breves y el menor costo posible» (…); es
decir, deben «aprender a pensar con las manos, en lugar de hacerlo con la cabeza»
(…). Y para quien: «Las masas comienzan a comprender que su futuro depende de la
investigación: ponen más esperanza en las nuevas técnicas industriales y agrícolas que
en la acumulación de capitales, o en la ayuda del Estado o en el auxilio de otras
provincias (…). La ciencia es un asunto demasiado serio para ser confiado a los
científicos; la enseñanza, para ser confiada a los profesores; la Medicina, para ser
confiada a los médicos; el arte, para ser confiado a los artistas –son los grupos de
propaganda del pensamiento maotsétung quienes lo han renovado (…). Nuestra
experiencia en Occidente nos muestra que los científicos son parecidos a los patos
silvestres; si se pretendiera domesticarlos y cortarles las alas, no podrían volar siquiera
y perderían hasta el sentido de orientación (…). Hoy cada fábrica, cada comuna
popular, se toma a pecho sostener las investigaciones que ayudarán a resolver sus
problemas concretos. Si ocurre que se superponen trabajos emprendidos por varias
provincias, el desorden es sólo aparente. De hecho, se instaura una competición entre
los equipos rivales. ¡Que gane el mejor! (Peyrefitte, 1975: 199-204).

Mientras que en el plano “táctico-pedagógico”, el modelo angloamericano-maoísta de
universidad, se apoya en la “herramienta estratégica central” preconizada por Smith y
Mao, como se verá al final del último acápite de este estudio, de reducir los currículos
universitarios a mero “plan básico de estudios” o al conocimiento “pertinente” o
desechable (es decir, centrado en los programas en ciencia y tecnología avanzada o de
“alto nivel”), del que las expresiones de conocimiento no rentable en sentido
monetario o utilitario (que en la descripción de los objetivos del mencionado proyecto
de ley habían sido definidos, por cierto, como desechos de conocimiento bajo el
eufemismo de “los demás bienes y valores de la cultura”, pero que los
autodenominados “pedagogos de la educación para el desarrollo” designan, en
realidad, bajo el término de “extra-currículo” o de “componente adyacente de la malla


                                            10
LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



curricular”), fungen de cosmético aditamento. Pero, la similaridad existente entre los
dos modelos doctrinarios catequísticos de universidad, el maoísta y el neoliberal, no
sólo es palmaria en lo que concierne a su visión de la filosofía y a la necesidad de abolir
su enseñanza en todos los niveles de formación (Mao hizo quemar todos los libros de
filosofía, incluyendo las obras de Confucio y de Marx y, al año siguiente de la
Revolución Cultural, los de arte, poesía y literatura no oficiales); lo es, y lo es sobre
todo, en su deliberado propósito de anulación, despersonalización y automatización de
los individuos, mediante la devaluación, minusvaloración, precarización, robotización y
deshumanización de las actividades académico-productivas en tanto que productoras
de saber crítico (o en cuanto “producción simbólica” o biopolítica de bienes sociales) y
de las funciones realizadas por el personal administrativo de la universidad, a la que
apuntan los modelos estándar de control estratégico diseñados por los sistemas
corporativos financieros para las instituciones gubernamentales de los países
emergentes y de los que las universidades colombianas sufrimos ya en carne propia los
efectos, como se verá en el segundo acápite de este ensayo. Modelos estándar de
control estratégico para la optimización del trabajo productivo y la “asimilación” de los
contravalores de la ideología neoliberal, que en nada se diferencian, en efecto, de los
procedimientos persuasorios de “lavado de cerebro” y “reeducación-remodelación y
estandarización de los espíritus” (tácticas pedagógicas de impregnación) que, además,
del uso, más expeditivo y disuasorio del terror (los profesores no afectos al régimen
eran confinados en campos de reeducación designados bajo el eufemismo de
“Escuelas del 7 de mayo”), fueron puestos en funcionamiento por el aparato
educativo-productivo y de censura del sistema totalitario maoísta. Y aunque a primera
vista tal semejanza pareciera serlo menos en lo que atañe a las deidades que con ellos
se veneran (el Dios el Partido y el Dios mi Oro) y, por tanto, a sus reales fines políticos,
estos no son tampoco, a la postre, diametralmente opuestos, ni menos obvios (así el
uno se base en el comunismo como ideología y no como ideario y el otro en el
capitalismo como “liberalismo” económico, o en cuanto neoliberalismo o capitalismo
financiero, haciendo caso omiso de los principios democrático-libertarios del
liberalismo político). Pero no lo serían tampoco, a fin de cuentas, sus aparatos de
dominación social y de división y organización del trabajo que confluyen ambos, así sea
por vías ideológicas en apariencia distintas, en dos formas de colectivismo; el
colectivismo tradicional comunista, en el primer caso; y, en el segundo, el colectivismo
no menos envilecedor de los modelos funcionales sistémicos de los organismos
corporativos, que definen a la sociedad como un ente a la vez objetivo y abstracto, es
decir, como colectivo de particulares y sociedad de masas; y que, siguiendo a Smith,
hacen del “interés privado” “el motor fundamental de la vida económica y del
crecimiento productivo”; y del egoísmo, como individualismo posesivo, “el verdadero
incentivo de la vida”.

Como ya había ocurrido poco más de cien años atrás con Thomas Hobbes, quien se
inspiró en ella para postular su idea del “estado natural” o de “guerra de todos contra
todos” que aparece en su Leviatán, así también el principio de los principios de la
ideología de Smith se funda en la máxima del egoísmo posesivo como motor del
desarrollo económico, enunciada por Jean de Bourgogne, más conocido como
Mandeville, en La fábula de las abejas (Vicios Privados = Beneficios Públicos), obra de
la que aquel extrajo sus preceptos básicos. Una máxima que se funda en el falaz


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LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



concepto de “naturaleza humana” o de “naturaleza del hombre”, por oposición al
concepto ético-político de condición humana, acuñado por Rousseau, para quien la
naturaleza en el hombre no es más que “el conjunto de disposiciones primitivas del ser
humano que no han sido alteradas por nuestras opiniones bajo la presión del hábito”
(1762: 68, 71); y que, en términos contemporáneos (Husserl, Sartre, Arendt y
Malraux), podría enunciarse como sigue: el hombre participa de la naturaleza, en la
medida en que tiene un cuerpo orgánico, pero no es naturaleza ni es un cuerpo, por
cuanto está siempre en capacidad de obrar sobre la naturaleza; y, así, a diferencia de
los animales que no tienen saber del pasado, conciencia del presente, ni sentido del
futuro (Aristóteles/Schopenhauer) o que “no tienen historia” (Husserl), es un individuo
que se sabe a sí mismo y que, por eso mismo está siempre en capacidad de modificar
sus propias circunstancias, haciéndose y dignificándose en lo humano. Mientras que el
presupuesto de la noción de naturaleza humana (siguiendo en ello a Mandeville,
Hobbes, Smith, Lamarck, Darwin y Gobineau, los seis grandes precursores del
sociobioligismo), podría condensarse en la máxima determinista de que: “el atributo
de naturaleza propio del hombre, lo que “prefija la naturaleza humana” en su más
sustancial esencia, es su inclinación hacia el egoísmo que, a causa de la ferocidad
innata de su amor propio, lo lleva a cifrar todos sus fines en la satisfacción del interés y
de la comodidad personales” (máxima que les da asimismo su más ferino sustento a
las tesis seudocientífico-antropofágicas de los sociobiologistas contemporáneos e
ideólogos conductistas, que hoy en día se apoyan, sobre todo, en la supuesta
infalibilidad de las neurociencias, y hacen del individuo, a la exclusión de sí mismos, un
hombre universalmente abestiado, dominado por sus instintos y pasiones naturales (lo
que convertiría la capacidad de pensamiento, entendimiento, juicio y discernimiento;
la conciencia individual y de autonomía de las personas en vanas quimeras) y, así, un
ser biológico o privado de voluntad, y por tanto incapaz de pensar, juzgar y decidir por
sí mismo; o bien, incapaz de autodirección. Pero que se inspiran, sobre todo, en el
celebérrimo principio hobbesiano del Estado represor o de la necesidad de
disciplinamiento de los hombres por parte de los mediadores del Soberano (todos los
hombres son igualmente perversos según Hobbes y actúan, por eso mismo en función
de los mismos móviles, como si en cada uno de nosotros viviera un Macbeth; es decir,
un sicópata incapaz de diferenciar lo equitativo de lo injusto, lo bueno de lo malo, lo
falso de lo verdadero, lo bello de lo monstruoso, el egoísmo del altruismo o la
indiferencia de la conmiseración), formulada al inicio del capítulo XVII de la segunda
parte del Leviatán:
      (…) [es] el deseo de abandonar esa miserable condición de guerra que, tal como hemos
      manifestado, es consecuencia necesaria de las pasiones naturales de los hombres, cuando
      no existe poder visible que los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo, a la
      realización de sus pactos y a la observancia de las leyes de naturaleza (…). Las leyes de
      naturaleza (tales como las de justicia, equidad, modestia, piedad y, en suma, la de haz a
      otros lo que quieras que otros hagan para ti) son, por sí mismas, cuando no existe el
      temor a un determinado poder que motive su observancia, contrarias a nuestras pasiones
      naturales, las cuales nos inducen a la parcialidad, el orgullo, a la venganza y cosas
      semejantes. Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza
      para proteger al hombre en modo alguno (Hobbes, 1651: 117).

De modo que, para el sociobiologista, el ser humano es, en definitiva, un ser biológico,
cuya “conducta” depende exclusivamente del buen o del mal funcionamiento de una


                                                 12
LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



hormona o de la ausencia o de la presencia de una molécula o de una enzima en el
organismo, condicionantes de sus procesos metabólicos y fisiológicos (“si la
sociobiología es la ética del futuro, las neurociencias son el futuro de la filosofía y ésta
tendrá que reconvertirse, entonces, en neurofilosofía”, afirmaba con particular
desenfado una científica experimental estadounidense, en una reciente emisión de
televisión sobre los nuevos avances científicos, siguiendo en ello a los ideólogos de la
tecnocracia y del neuromarketing, o a los cultores del “conocimiento pertinente”,
quienes, parafraseando el postulado kantiano y schellingiano de que “la universidad es
filosófica o ya no tiene el derecho de llamarse universidad”, afirman que la “filosofía”
será “filosofía de la técnica” o de la “inteligencia” artificial, sin lo cual ésta acabará por
desaparecer de la faz de la tierra).

Ideocrática apología del cinismo, que a lo único que realmente ha podido abrirle
camino es a la “implantación” de una sociedad formicaria de zombis, autómatas e
iletrados políticos bien amaestrados en los “valores” del capital, es decir, a una
sociedad regentada por tecnócratas filisteos o “líderes” sociopáticos y rayana en el
cretinismo. O bien: al colectivismo de la sociedad inafectiva, alienada, insolidaria,
descomprometida y desvergonzada del “hombre masa” (Hannah Arendt) o del
“hombre de la máquina” (Herbert Marcuse) del consumo estandarizado; y, por eso
mismo también, del sujeto desciudadanizado, incívico, indiferente, indolente, política y
moralmente atrofiado (consumidor de su propia vida y negrero esclavista de la del
prójimo, como ya lo advertía Jean-Jacques Rousseau en Emilio o la educación;
comoquiera que, como dice, asimismo Sartre en El ser y la nada, Quinta parte: cap. II,
el conocimiento como consumo-posesivo o antropofagia ideológica, es sobre todo un
acto de autofagia autodestructiva, “Complejo de Acteón”; y para quien, en
consecuencia: «Consumir es destruir y devorar: es destruir asimilándose» (Sartre,
1943: 639, 655). Y que, como sociedad colectivista del consumo suicidógeno, la
profanía de los valores que a lo largo de la historia le han permitido al hombre hacerse
en lo humano y la inercia social generalizada, en nada se distinguiría, a la postre, de la
envilecida “sociedad de los trogloditas”, magistralmente descrita por Montesquieu en
la carta XI de sus Cartas persas, «que se asemejaban más a bárbaros que a hombres;
no eran tan contrahechos ni velludos como los osos; no silbaban; tenían dos ojos; pero
eran tan depredadores y feroces que no había entre ellos ningún principio de equidad
ni de justicia (…); en la que todos los particulares convinieron en que ya no
obedecerían más a ningún principio; que cada uno velaría sólo por sus intereses sin
consultar los de los demás. Unánime revolución que complacía a todos los particulares.
Decían: “¿Para qué he de matarme trabajando por gente que no me interesa? Sólo
pensaré en mí; viviré feliz. ¿Qué me importa que los otros lo sean? Me procuraré la
satisfacción de todas mis necesidades; y, mientras pueda satisfacerlas, me será
indiferente que los demás trogloditas sean desdichados» (Montesquieu, 1721: 37).

Así las cosas, parece haber quedado ya suficientemente claro que el acuciante motivo
que me ha llevado a realizar este estudio, obedece a una preocupación de alcance
mucho mayor, aunque sin minimizar para nada su importancia, que la que debe
suscitar el problema de la desfinanciación de la universidad pública, el único que ha
podido despertar la tibia y ambivalente reacción de la gran mayoría de los rectores, o
de su conversión en universidad “con ánimo de lucro”. Parte, en efecto, de la
constatación de un hecho de consecuencias impredecibles y de gravísimas

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LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



repercusiones no sólo en lo que atañe a la pervivencia de la universidad pública
colombiana en lo que históricamente la define como tal sino, además y sobre todo, al
futuro de la democracia y a la posibilidad de consecución de la paz en el país; y, así,
parte de la tesis central de que el Proyecto de ley de Reforma a la ley 30 no era ni fue
una iniciativa del gobierno colombiano y que éste se hizo exclusivamente bajo el
dictado de los ideólogos del Banco Interamericano de Desarrollo, con el objeto de darle
definitiva concreción a las “Estrategias técnicas para el rediseño de las Instituciones de
Educación Superior de América Latina, cuyos principales lineamientos
(subrepticiamente definidos, como dije más arriba, bajo el engañoso y persuasorio
título de Responsabilidad Social Universitaria (RSU) y designados de manera más
explícita en los manuales instructivos del BID como «Herramientas de gestión de la
Responsabilidad social universitaria» para la “organización del sistema de educación
superior latinoamericano”; o, más bien: para la realización de la “Tercera Reforma
estratégica de la Universidad pública latinoamericana”), habían sido recogidos punto
por punto, y casi coma por coma, en el precitado proyecto de ley radicado ante el
Congreso, y que fue retirado por el gobierno.

Mi lapidaria aseveración se apoya en una pormenorizada lectura de algunos
documentos internos de la División de la Filosofía y de la Ética de la UNESCO, sin los
cuales no me habría sido posible hacer una reconstrucción cronológica más completa
de la historia de la injerencia del BID en la universidad latinoamericana, y a los que me
fue dable tener acceso en mi calidad de representante de Colombia de la Red
Internacional de Mujeres Filósofas de la UNESCO. Precisión necesaria, si se tiene en
cuenta que hubo un largo tiempo, durante los dos periodos intermitentes de la
Dirección de Federico Mayor Zaragoza (el Director General del Organismo es nombrado
por cinco años), en que la UNESCO, que Mayor tuvo la pretensión de convertir en
“sistema de las Naciones Unidas” y con la intención de arrogarse el derecho de ponerla
casi enteramente al servicio de los intereses del Banco Interamericano de Desarrollo
(época que algunos filósofos franceses designan como la de “la UNESCO burocrático-
cosmética”), no es la UNESCO tal como la conocemos y, como es en la actualidad, es
decir, acorde con los principios, propósitos, valores e ideales filosóficos que motivaron
e inspiraron su creación (cabe agregar que la pretensión de Mayor sólo pudo ser
refrenada a tiempo, como se verá más adelante, gracias a la enérgica resistencia crítica
de la Sección por las Ciencias Sociales y Humanas de la UNESCO, la División de la
Filosofía y de la Ética, y el Programa en “Seguridad humana, Democracia y Filosofía”
(dirigido por Moufida Goucha). Una precisión sin la cual no podría entenderse,
tampoco, por qué todas las iniciativas, planes, proyectos y reformas neoliberales
atinentes a la educación, y el precitado proyecto de ley no podía ser la excepción a la
regla, apelen sistemáticamente al nombre de la UNESCO, para darles visos de
legitimidad. Pero esa aseveración se apoya, sobre todo, en una pormenorizada lectura
de alrededor de mil páginas de documentos internos del BID (leídos estoicamente de
punta a cabo, y que aquí sólo puedo exponer de manera sucinta), los cuales están
exclusivamente dirigidos a los ampulosamente denominados “líderes locales del
desarrollo sostenible”; a quienes se les recomienda “no darlos a conocer, bajo ningún
motivo, a la luz pública, para evitar que se hagan de los mismos erradas o
malintencionadas interpretaciones” (ya diré, en breve, de qué manera esos
documentos llegaron a mis manos). Lastimosos misólogos o indigentes del


                                           14
LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



pensamiento, enemigos del razonamiento y cultores del discurso suicidógeno-
misantrópico, para decirlo en la terminología del Fedón platónico, y quienes incapaces
de desenmarañar ellos mismos el incoherente acervo de seudoconceptos y seudoideas
del que están hechos sus canallescos, vesánicos y no menos cantinflescos galimatías,
convierten de manera recurrente en “zona gris” lo que jamás le sería dable justificar
por la vía argumentativa).

   2 Historia de la injerencia del BID en la Universidad latinoamericana, a través
     de su fallida pretensión de convertir a la UNESCO en “sistema [neoliberal] de
     las Naciones Unidas”

Aparte del hecho de que los manuales de adoctrinamiento y “lavado de cerebros” del
BID, a los que he hecho más arriba referencia, parecen haber sido escritos a la
intención de iletrados políticos, oportunistas incautos o cínicos advertidos, filisteos,
tecnócratas o débiles mentales, como podrá verse luego a la luz de los ejemplos de los
que se hará la transcripción, tales documentos, sobre todo en lo que concierne a las
«Herramientas RSU», tienen real carácter de “guías del usuario para el aprendizaje de
la barbarie”, para parafrasear el título de una conferencia de Eric Hobsbawm (en
donde se hace, por lo demás, de modo transversal, un ferviente llamado a la vigilancia
ética y epistemológica de los colombianos ante la preocupante situación de
descomposición social y descompromiso ciudadano que se vive en el país desde la
década de los 70’s, época de la incoación de la radicalización de los movimientos de
extremas en América Latina):
     La barbarie no es algo como el patinaje sobre el hielo, una técnica que hay que aprender;
     al menos no lo es a no ser que quieran ustedes convertirse en torturadores o en alguna
     otra clase de actividades inhumanas. Es más bien una consecuencia de la vida en
     determinado contexto social e histórico, algo que forma parte del oficio, como dice Arthur
     Miller en La muerte de un viajante. La palabra “avispado” expresa mejor lo que quiero
     decir porque indica la adaptación real de las personas a una sociedad sin las reglas de la
     civilización. Al comprender esa palabra nos hemos todos adaptado a vivir en una sociedad
     que es incivilizada si se compara con las pautas de nuestros abuelos o padres, incluso –si se
     es tan viejo como yo – de nuestra juventud. Nos hemos acostumbrado a ella. No quiero
     decir que los ejemplos de barbarie hayan dejado de horrorizarnos. Al contrario, sentir
     horror de forma periódica por alguna atrocidad poco corriente forma parte de la
     experiencia. Contribuye a disimular hasta qué punto nos hemos habituado a la normalidad
     de lo que nuestros padres –sin duda los míos- hubieran considerado que era vivir en
     condiciones inhumanas. Tengo la esperanza de que mi guía del usuario ayude a
     comprender cómo se ha llegado a esta situación […]. Porque lo peor del asunto es que nos
     hemos acostumbrado a lo inhumano. Hemos aprendido a tolerar lo intolerable.

     La guerra total y la guerra fría nos han lavado el cerebro y nos han hecho aceptar la
     barbarie. Peor aún: han hecho que la barbarie pareciese no tener importancia, comparada
     con cosas más importantes como el ganar dinero (Hobsbawm, 1994: 253, 264).

De modo que lo que, en realidad, se pone de manifiesto con la recomendación de los
ideólogos del BID de no dar a conocer a la luz pública sus truculentos “instructivos
holísticos” es, desde luego, el ostensible temor de que puedan caer en manos de los
investigadores humanistas en ciencias sociales, politólogos y pedagogos críticos; y, en
particular, de los filósofos políticos y especialistas en el campo de la ética-filosófica
(con lo que se explica también a qué obedece, en parte, el bramido del lóbrego asesor
en marketing político, J.J. Rendón, cuando dice que: eso de la ética es para los

                                                  15
LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



filósofos, con la que no sólo se valida la inmoralidad rastrera del “todo vale” de los
nuevos “gerentes de la ética”, sino que se pone además en evidencia hasta qué punto
la deserción de las ideas ha llevado a los politicastros a hacer ‘campaña de adhesión’
tan sólo con las trapacerías y con los puños. Un bramido que pareciera extrañamente
coincidir con la táctica de propaganda usada por los ideólogos bolcheviques y los nazis;
y que, según Hannah Arendt, consistía en “desconocer públicamente las normas
morales ordinarias, jactándose de no regirse por ninguna, no sólo a fin de perfilar sus
delitos futuros” sino, además, porque estaban firmemente convencidos, y la
experiencia lo ha demostrado, que «la propaganda de hechos canallescos y el
desprecio general por las normas morales es independiente del simple interés propio,
supuestamente el más poderoso factor psicológico en política. No es nada nuevo la
atracción que para la mentalidad del populacho supone el mal y el delito. Ha sido
siempre cierto que el populacho acogerá satisfecho “los hechos de violencia con la
siguiente afirmación admirativa; serán malos, pero son muy hábiles” [cita de los
“Protocolos de los Sabios de Sión”]» (Arendt, 1951: 387). Pero que no pone menos en
evidencia el hecho, como dice también Arendt en su artículo «Sobre la mentira en
política» al que se hará referencia luego, de que tras la “campaña sicológica de guerra
contra el pensamiento crítico”, se esconde el propósito de sustraerse, por adelantado,
a toda posibilidad de debate (o, como yo añadiría, para desprestigiar, de ese modo, la
fuerza del adversario ante los apostadores, y así no tener que verse obligado a librar
lucha).

Con todo lo cual se confirma, en suma, el temor no menos ostensible de los ideólogos
del BID y de sus epígonos, de enfrentarse a las armas de la palabra; su incapacidad de
sostener la mirada crítica de quienes disponiendo de los recursos teóricos, discursivos
y argumentativos necesarios, que en este caso no se precisa poner del todo en vigor
para proceder al desmantelamiento de la patraña, son, en todo caso, quienes están en
mejores condiciones de hacer un enfático llamado a la vigilancia ético-ciudadana. De
ahí, por tanto, la ausencia de referencias, datos bibliográficos y paginación en la
mayoría de los dossiers; la frecuente anonimia de los autores; los títulos engañosos
mediante los que se les designa –la carátula del dossier correspondiente a las
“Estrategias técnicas de rediseño de las Instituciones de Educación Superior
latinoamericana” y de la implantación de su “Tercera Reforma estratégica del Sistema
de Educación Superior de América Latina” (cuyos reales lineamientos se definen en las
“herramientas RSU”, en donde se sugiere sustituir el nombre de Universidad por
“Institución de Enseñanza Superior” (IES) y el de profesor por el de “docente”), tiene,
por ejemplo, el singular título de Antecedentes y Contexto –; la elisión del significado
de los acrónimos en las siglas utilizadas o de los datos cronológicos y, en este último
caso, de su deliberada alteración, la extrapolación de los enfoques de los filósofos y
pensadores a los que les era inevitable apelar para darles apariencia de textos
académicos, ya veremos de qué modo interpretan a Aristóteles, así como el uso
inmoderado de absurdos latinajos, por no hablar de la indigencia de estilo, los
frecuentes errores gramaticales y la deplorable pobreza de lenguaje.

A lo que habría que agregar, además y sobre todo, la constante subrepción de los
lenguajes de la democracia y de la ética para modificar con fines demagógico-
“estratégicos” su significado o expresar todo lo contrario de lo que en realidad quieren
decir, mediante el empleo recurrente de tropos de lenguaje: como en las metonimias

                                          16
LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



autonomía individual por “autocontrol”; “autonomía social por “autonomía
contractual”, “autonomía universitaria” por “autogestión administrativa” y ciudadanía
social por “ciudadanía corporativa”; de las sinécdoques corporativismo por “gobierno
corporativo (corporate governance)”, “gobernanza democrática”, “aplicación de los
Códigos de Buen Gobierno” o “prácticas sistémicas de buen gobierno” y
neoliberalismo por “política neoliberal de Reagan”; o del oxímoron “Ethos oculto” en
sustitución del concepto de currículo-oculto de Bourdieu (mediante el cual las
estructuras jerárquicas de dominación-reproducción no explícitas del aparato
educativo estatal, “currículo oculto”, se convierten en “intenciones ocultas de los
profesores” o en «pedagogía invisible estrechamente relacionada con la ejecución de
rutinas en la institución, rutinas intersubjetivas que legitiman, de manera sutil y no tan
sutil, prejuicios, valores poco defendibles, discriminaciones solapadas etc. [De modo
que] es gracias a este concepto de Ethos oculto que podemos reconocer el papel
educativo que juega la administración central de la Universidad, muchas veces sin
querer ni saberlo. [Lo] que justifica que la gestión socialmente responsable de la
administración universitaria forme parte de la educación en valores que se brinda a los
estudiantes» (Vallaeys: 2006, 2); afirmación que, a primera vista, pareciera desdecirse
con la que hace en la mayoría de sus “instructivos”, en donde señala que “la RSU no se
define en términos de promoción de valores sino de Gestión de impactos”; pero que es
contradictoria sólo en apariencia, puesto que a lo que con ello, en realidad, se apunta
es a inducir en sus incautos lectores la idea de que sólo los “valores corporativos del
hábito empresarial” pueden ser “enseñados” y “pro-movidos”; esto último con base en
“campañas publicitarias con fines de marketing institucional”, definidas en la misma
conferencia que se acaba de citar y que pueden versar, por ejemplo, sobre temas de
“desarrollo”, “futuro del planeta”, “universidad de ambiente agradable”, “entornos
sanos” o “asuntos de salud ocupacional”). De ahí también el empleo constante de
figuras retóricas como la antífrasis, la hipérbole y los símbolos de agigantamiento (del
que el caso más emblemático es la denominación del sociólogo y seudofilósofo Edgar
Morin, el gran inventor de los términos “conocimiento pertinente” y “sistema del
desarrollo sostenible complejo” que Luis Carrizo, coordinador general de la Iniciativa
Interamericana de Capital Social, Ética y Desarrollo del BID, llega inclusive hasta la
desfachatez de designar como “el Copérnico del Nuevo Milenio” y de cuyos
demenciales latinajos, verborreas y logomaquias está hecho el sistema ideológico de
propaganda del BID y su estrategia justificativa seudocientífica); y, finalmente, la
apelación, sistemática, a todas y cada una de las falacias en la argumentación.

Aun cuando en algunos escritos de los documentos examinados se diga que el principal
propósito del BID es el de “contribuir a la aminoración de la pobreza en América
Latina” o al “crecimiento económico con equidad” (lo que es ya una contradicción en
los términos)4, mediante el “apoyo solidario5 a la educación y a los proyectos
4
  Como escribe a ese propósito Eric Hobsbawm, en la obra ya mencionada Sobre la historia: «Durante la mayor
parte de la historia, el mecanismo básico que ha hecho posible el crecimiento económico ha sido la apropiación por
parte de las minorías, de uno u otro tipo de excedente social generado por la capacidad productiva del ser humano
con el objeto de invertirlo en nuevas mejoras, a pesar de que no siempre ha sido éste el destino que se le ha
acabado dando. El crecimiento ha sido posible gracias a la desigualdad.
[…] Ya no es posible dar por válido el supuesto tradicional de que, incluso destruyendo algunos puestos de trabajo,
el crecimiento económico genera aún más en otros sitios. En algunos aspectos esta desigualdad interna es similar a
la conocida y creciente diferencia que existe entre la minoría de países desarrollados o en vías de desarrollo y el
mundo pobre y atrasado. En ambos casos la disparidad va en aumento y, a juzgar por las apariencias, todavía se

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LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



universitarios de innovación y desarrollo tecno-científico”; o, como dice también F.
Vallaeys “la solidaria prestación de asesorías técnicas especializadas”, las más de las

hará mayor en el futuro. En ambos casos, y por muy impresionante que resulte, es obvio que, en lo que a la
disminución de las desigualdades internas se refiere, el crecimiento económico alcanzado a través de una economía
de mercado no ha resultado ser un mecanismo que haya logrado automáticamente resultados positivos [como las
“locomotoras de la Prosperidad”], si bien es cierto que, por lo general, ha conseguido que el sector industrial se
desarrollase en todo el mundo y tal vez en su interior se produjera un proceso de redistribución de la riqueza y el
poder como, por ejemplo, el que ha tenido lugar entre los Estados Unidos y Japón.
Ahora bien, dejando a un lado la moralidad, la ética y la justicia social, esta situación crea, o agrava, una serie de
problemas económicos y políticos muy serios. Puesto que las desigualdades inherentes a estos acontecimientos
históricos son disparidades tanto de poder como de bienestar social, se las puede pasar por alto a corto plazo. De
hecho, esto es precisamente lo que están deseando hacer hoy día la mayoría de las clases y los países poderosos. La
gente pobre y los países más débiles, desorganizados y deficientes desde un punto de vista técnico: en realidad lo
son más que en el pasado. Dentro de las fronteras de nuestros países, podemos dejar que sufran en los guetos o
que pasen a engrosar las filas de los marginados insatisfechos. Podemos proteger las vidas y los hogares de los ricos
colocando a su alrededor muros electrificados defendidos por fuerzas de seguridad privadas y públicas»
(Hobsbawm: 2002, 48-49).

El análisis del historiador inglés pone ante nuestros ojos la terrible crisis humanitaria global por la que estamos
atravesando. El caso más dramático es, desde luego, el que hoy se vive en Somalia (sin olvidar a Haití), país
declarado en meses recientes por la ONU en situación de hambruna para más de 12.000.000 de personas y en
donde, según J.M. Calatayud, enviado especial a Mogadiscio del diario El País de España: “160.000 de sus
ciudadanos se han refugiado en Kenia y un millón y medio de personas han sido desplazadas al interior del país,
según el Alto Comisionado de la ONU, a causa de la violencia política y de la sequía (no ha llovido una sola vez
durante los dos últimos años). Somalia en donde los niños mueren en las calles ante la mirada impotente de sus
mayores y que es considerado, además, el país más corrupto del mundo” (Calatayud: 2011, 2.3). Pero que es,
también el país más desigualitario del planeta, del que Colombia se halla, según cifras recientes del PNUD, en el
deshonroso tercer lugar (siguiendo los datos porcentuales consignados en el informe del último número de la
Revista Semana, «Colombia en cifras» de Camilo Herrera Mora, Presidente del Raddar-Consumer Knowledge Group,
publicado en el último número de la Revista Semana, “la pobreza nacional alcanza el 45, 5 % de la población” [no se
dice, por cierto, cuántos colombianos viven en condiciones de indigencia o de precariedad extrema], y en la
evaluación porcentual por “estratos sociales”, la mal llamada “clase baja”, términos indignantes que sólo tienen uso
en Colombia pero que, en éste último caso también permite subsumir de manera operativa la indigencia en la
pobreza, comprende “el 58, 34%”: mientras que las clases opulentas “a las que en el país les damos el nombre de
“clase alta”, constituyen un “3,29” del total de la población. Pero Somalia es, además, y sobre todo, el país con
mayor número de población desplazada en el mundo, del que, según Acnur, “el país ocupa el puesto número 3
dentro de los países de las Naciones Unidas”; “3.687. 035 es el número de personas desplazadas reconocidas por
Acción Social”, es decir, reconocidas en las cifras oficiales (Herrera: 2011, 144, 166).

5
  No podría dejar de poner aquí de relieve la especial trapacería con que uno de los “líderes locales del desarrollo”,
el “profesor” de la Universidad Bolivariana Antonio Elizalde Hevia, define de manera ideológica operativa, en una de
las conferencias que me fueron suministradas en los textos anexos de los “instructivos holísticos” del BID, el
concepto de “solidaridad”, vocablo de origen latino que procede del término jurídico in solidum como
responsabilidad legal de imputación, que en sentido etimológico significa “común a muchas personas de modo que
cada una responde por el todo”; y que lo hace, justamente, con el objeto de darle carácter sistémico-funcional u
organicista a la definición (como si el funcionalismo clásico no hubiera surgido seiscientos años después de la Edad
Media y como si el término “comunidad de destino”, acuñado por Otto Bauer quien es, con Joseph Schumpeter,
uno de los principales teóricos del neocorporativismo, con su política reformista del partido social-demócrata
austriaco y su visión de la solidaridad como “intersolidaridad entre pares”, para quien: “No es la identidad de
destino, sino únicamente la idea de sufrir la comunidad de destino, la que crea la nación (…), [a través de] la
interacción constante entre los compañeros de destino, [lo que] la distingue de todas las demás comunidades de
carácter”). Así, pues, en palabras de Antonio Elizalde: «Etimológicamente, la palabra solidaridad tiene su raíz en el
latín, si bien su procedencia no es directamente de la lengua latina, sino a través del francés [sic.], que parece ser el
primer idioma en utilizarla. La raíz latina está en la familia de las palabras de solidas, con el significado de “sólido”,
“compacto”, “entero”. En esta raíz etimológica de la palabra encontramos “dos universos significativos”: el de la
construcción (algo construido sólidamente). Del primero quedará la lógica orgánica en el concepto de solidaridad: la
unidad de un todo en el que las partes están sólidamente trabadas. Del segundo quedará la exigencia de compartir
el destino entre las personas implicadas» (Elizhalde , A. «Conceptualización del Sector Solidario», Conferencia
preparada para el I Congreso Nacional de Investigación para el Sector Solidario organizado por la Pontificia
Universidad Javeriana y el DanSocial y realizada en Bogotá los días 4 y 5 de noviembre de 2004. Y, sobre la cita de
Otto Bauer, véase: Colom, F., 1998:90).

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LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



veces los autores de los documentos, incluyendo al mismo Vallaeys, se expresan sin
rodeos, y en un lenguaje más descarnado, lo que hace todavía más explícitas las reales
intenciones de las “estratégicas” maquinaciones manipulaciones e ideológicas
neurolobotomías de su para nada desregulado “sistema macroeconómico, integrado
por microsistémicas” estrategias de dominación. Las cuales se construyen, como se lee
en el artículo ya mencionado de Hannah Arendt «Sobre la mentira en política», en
donde la filósofa alemana hace un pormenorizado análisis de los documentos
desclasificados del Pentágono, revelados por el New York Times, y de los métodos
empleados por los servicios oficiales y sus “especialistas en la solución de problemas”
para manipular a la opinión pública estadounidense durante la guerra de Vietnam, con
base en un sutil juego de contra-verdades y contra-mentiras, el uso de clisés y, en
ocasiones, la apelación a provocadoras baladronadas y deliberados ultrajes, que les
permitían medir el grado de despersonalización y de inercia moral al que podían llegar
los ”hombres de la masa”, en nuestro caso los futuros “líderes” locales del desarrollo,
o el nivel de aceptación-adhesión a lo que una persona con cierto grado de autonomía,
consideraría intolerable o inadmisible (Arendt, 1971: 7-51).

Siguiendo esa línea, no es de extrañar que todos los tecnócratas del BID se refieran, sin
excepción, a la universidad pública latinoamericana en términos denigrantes y
difamatorios, atacando de manera virulenta el derecho a la autonomía, ante la
evidencia de que es ese, precisamente, el inexpugnable bastión de resistencia al que el
Organismo tiene todavía que enfrentarse, y no sólo desde el punto de vista económico
sino, además y sobre todo cívico-moral, para llevar a ejecución la fase última de su
“política sistémica” de intromisión en la universidad pública colombiana, es decir, su
política de transformación “del conjunto de la IES” en supermercado educativo del
gobierno estadounidense y de las fuerzas globales del mercado o de las corporaciones
económicas del sistema financiero neoliberal. Una autonomía universitaria
descentrada (que no ha de ser considerada, por tanto, ni en cuanto
“autodeterminación” o en sentido endogámico-soberanista, ni como autonomía
formal, de facto o de mero derecho de membresía) de cuya preservación y puesta en
ejercicio, a través del desarrollo de la cultura estético-humanista y ciudadana, la
formación en la autonomía individual y la institución de una auténtica ciudadanía
universitaria, depende, por consiguiente, el que podamos ponerle un muro de
contención a la pendiente de la barbarie por la que progresivamente nos hemos ido
deslizando (¡Así haya quien diga, y precisamente a consecuencia del déficit de
autonomía moral de juicio y de pensamiento de la sociedad colombiana, que 29.992
muertes violentas en 2010 no representan nada, puesto que no se las encarna en seres
humanos de carne y hueso, si se compara la cifra con la de la época de las Cruzadas!
Como se pregunta con acierto Rousseau en el Discurso sobre las ciencias y las artes, a
propósito de la Europa dieciochesca, que «había vuelto a caer en la barbarie de las
primeras edades», algo muy semejante a lo que está en trance de suceder en nuestra
Era Numérica, donde el ser humano se ha vuelto un residuo, un ser supernumerario o
una mera cifra en las estadísticas: […] Y ¿qué vendrá a ser la virtud, si será preciso
enriquecerse a toda costa? Los antiguos políticos hablaban sin cesar de las costumbres
y de la virtud; los nuestros no hablan más que de comercio y de dinero. El uno os dirá
que un hombre vale en un lugar la misma cantidad que otro; siguiendo este cálculo,
encontrará países en donde un hombre no valga nada, y otros, en donde valga menos


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LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



que nada. Avalúan a los hombres como se avalúa un rebaño de ganado» (Rousseau,
1750: 80, 88). Lo que no es de extrañar en un país en el que, como así sucede en el
nuestro, se le pone precio incluso hasta a un cadáver; en donde la realidad de lo
infame no se mide, por tanto, por el horror del crimen perpetrado sino por el número
de muertos o de víctimas sobrevivientes, contribuyendo con ello a la desmemoria
colectiva en aliada de la impunidad y de la mentira). Porque esa malhadada afirmación
indica, como ya lo mostraba también Arendt, que la pérdida de autonomía moral y la
destrucción de la autonomía individual (principio de base de la formación humanista y
por tanto del real valor y sentido de la preservación de la autonomía universitaria), son
las principales aliadas de la barbarie.

De ahí que los auto-declarados y enconados enemigos de la autonomía universitaria,
para quienes la enseñanza de la ética debe ser transferida a los empresarios,
administradores y líderes tecnócratas, tilden siempre a la universidad pública
latinoamericana de “universidad tradicional” o en la que sólo se enseñan los valores
obsolescentes pre-modernos de “la moral centrada en el simple fuero del sujeto”. Pero
es sobre todo desde el punto de vista institucional que se la designa como universidad
tradicional, es decir, “retardataria”, “anacrónica”, “tercermundista”, “autonómico-
monopólica”, “anárquica” y “desigualitaria” o “elitista” (o, más bien: sin suficiente
cobertura, noción que sistemáticamente amalgaman con “redistribución o inclusión
sociales”; como si, de un lado, y siguiendo en ello las dos versiones de la igualdad en
Aristóteles, masificación rebañega y educación pública con equidad, o educación
conmutativa, basada en la igualdad aritmética del “a mayor o menor dinero mayor o
menor calidad de instrucción” y educación distributiva (justicia social), cimentada en el
principio de igualdad geométrica o proporcional del “a todos y cada uno el derecho a
la educación y a la óptima calidad en la formación académica, así como al pago de los
costos educativos según las capacidades económicas de cada quien y el derecho de
elegir la universidad en la que desean ingresar en la medida de sus posibilidades”; y
como si, del otro, desarrollo tecno-científico y desarrollo socio-humano, fueran
términos equiparables). Concepto de redistribución o inclusión social, del que los
dirigentes, funcionarios, ideólogos, esbirros y “líderes locales del BID” ignoran, desde
luego, cuál es el verdadero, sentido, valor y significado ético-político.

Ahora bien, en razón de que no me es dable, en tan corto espacio, hacer un detallado
cotejo de algunos parágrafos del proyecto de ley que había sido radicado en el
Congreso de la República con los parágrafos correspondientes de los documentos del
BID (sobre todo por lo que se refiere a los Objetivos del Proyecto” y a la “Exposición de
motivos” que coincidían casi letra por letra con los lineamientos del Organismo
corporativo financiero e inclusive, en algunos pasajes, con el modo de redacción y el
uso de las mismas falacias en la argumentación que utilizan sus tecnócratas
ideólogos)6, he optado, finalmente, por transcribir una extensa cita del ideólogo del
6
  Para no citar más que un ejemplo, los datos suministrados en el §III de los objetivos del Proyecto de ley de
reforma del gobierno:«Tendencias de la Educación Superior en el Mundo: Transformar la educación para
transformar el mundo» fueron extraídos del Documento de José Joaquín Brunner, ideólogo del BID y “profesor”-
investigador de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile: «Nuevas demandas y sus consecuencias para la educación
superior en América Latina”, preparado para el Proyecto CINDA del BID, del que no me fue posible encontrar el
significado del acrónimo, en colaboración con ISEALC/UNESCO, del que extraigo esta elocuente cita del § 2.11, a
propósito del que deberá ser “el nuevo modo de producción de las IES”: «El conocimiento es producido
generalmente en contextos de aplicación: hay por tanto un importante grado de utilitarismo y de sensibilidad a

                                                      20
LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



BID Claudio Rama, que muestra hasta qué punto los dóciles funcionarios del MEN
habían hecho aplicadamente la tarea, y en qué grado el no te dejes engañar de la
propaganda oficial no era más que la expresión de la “pérdida de la función de lo real”
a la que tales funcionarios han sido arrastrados por sus propias autosugestiones y que
hace que los reales embaucadores hayan sido otros (“los cazadores-cazados” del mito
de Acteón) que los denunciados subrepticiamente por el ideológico sofisma; a quienes,
siguiendo las “políticas sistémicas” consignadas en los “instructivos” del titiritero, se
tilda públicamente de “difamadores del gobierno”; cuando no de “nostálgicos
rezagados”; “enemigos de la técnica, la sana competencia, la internacionalización, la
apertura económica y el anhelo de Prosperidad para todos”. Pero que recuerda,
además, el principio que los ideólogos bidistas pro-mueven en sus manuales: No
explicar nada del significado metafórico del juego a los participantes antes de jugar. Lo
que hace, por lo demás, menos sorprendente el empecinamiento del gobierno en decir
que el proyecto de ley “no [tenía] carácter privatizador” (¡preguntémosle, si no, a la
Señora Ministra de Educación, la Ingeniera Industrial María Fernanda Campo Saavedra,
qué entiende ella por “calidad de la educación”!). Desvergonzado eufemismo que
parecería ser casi una nimiedad, en comparación con el real alcance y propósito al que
apuntaba, en realidad, el proyecto de ley de reforma del gobierno, que de ser
aprobado por el Congreso de la República le habría hecho ni menos la entrega
definitiva y formal traspaso de la universidad colombiana al Banco Interamericano de
Desarrollo, apostándole en el juego a la independencia de la universidad pública en
relación con el Estado y su derecho de auto-gobierno, pero sobre todo poniendo en
juego la soberanía misma del Estado colombiano frente al gobierno estadounidense,
en desacato del mandato constitucional que obliga a los representantes del Estado a
defender la independencia nacional. Porque, como se lee en el texto de Rama, en
donde se postulan de modo explícito las “estrategias” justificativas para “implantar” la
“Tercera Reforma estratégica de la Universidad Pública latinoamericana”, auspiciada y
abusivamente impuesta por el BID:
       Durante el correr del siglo, los cambios demográficos, la masificación de la educación
       media, la urbanización y la creciente importancia económica del conocimiento y de las
       destrezas, técnicas y profesiones y el incremento de la competencia en los mercados
       laborales cada vez más exigentes, contribuyeron en su conjunto a que la educación
       superior dejara de ser -en la mayoría de los países de la región – una institución educativa
       accesible sólo a una élite, convirtiéndose así en un factor vital para los planes de
       desarrollo nacionales y de movilización social (…). Las universidades públicas se
       desarrollaron como estados dentro de los Estados nacionales a partir del desarrollo de la
       normativa de la autonomía, que en algunos casos llegó a colocar la autonomía
       universitaria al mismo nivel de rango de los derechos fundamentales [¡y sí que lo es!!!].
       Bajo ese paradigma la Universidad monopólica pública era la vanguardia intelectual de la
       sociedad, eje del proceso de incorporación del conocimiento y del sistema de educación
       terciaria.

       Hacia los 60 y 70 el modelo universitario nacido de la reforma de Córdoba, sufrió cambios
       radicales. Más allá de la crisis económica y social del modelo de inserción de la región en la

demandas; La producción de conocimiento tiene aquí un carácter transdisciplinario [ya tendré la ocasión de
mostrar la sinonimia-ignominia que hacen los tecnócratas bidistas entre “transdisciplinariedad” y “conocimiento
pertinente” o tecno-científico]: trabajo regido por problemas o por un asunto, el conocimiento producido no es
asimilable a una disciplina, en vez de la publicación científica como método único y reconocido para dar a conocer
resultados hay transferencia de la experiencia adquirida y del conocimiento tácito obtenido a nuevos problemas o
asuntos, a través de redes altamente dinámicas (…)» (Brunner, 2000: 3-4; 15). Los términos en negrilla son míos.

                                                       21
LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS



economía mundial, muchas causas se pueden anotar que han coadyuvado al agotamiento
del modelo tradicional de educación en América Latina. La expansión de la matrícula no
estuvo acompañada por el crecimiento del financiamiento y hacia finales de los sesenta, el
sector público en varios países comenzó a manifestar una incapacidad creciente de
mantener las tasas de crecimiento financieras. El no suministro del financiamiento público
en educación superior en la misma proporción en la que crecía la demanda de educación
por los nuevos bachilleres, fue tal vez uno de los ejes del cambio de las políticas públicas,
situación que se vio retroalimentada por el radicalismo vanguardista de las
Universidades Públicas en los sesenta y la crisis del modelo de industrialización que le dio
viabilidad al modelo universitario de la I Reforma.

La incapacidad de las Universidades de ajustarse en forma dinámica y ágil a las nuevas
realidades y pretender ser expresión de una nueva demanda de carácter político-
ideológica muchas veces asociada a la “Universidad revolucionaria” o a la “universidad
del tercer mundo”, confrontó a esas instituciones con partes importantes de la sociedad y
del Estado y redujo su legitimación a la hora de las discusiones presupuestales.

El crecimiento desordenado de la matrícula condujo a un deterioro de la calidad de la
educación al no crecer los presupuestos y al carecer de mecanismos y procedimientos de
aseguramiento de la calidad al interior de las Universidades o de todo el sistema (…). El
peso desmesurado de la matrícula en profesiones tradicionales y la baja presencia en las
áreas tecnológicas, contribuyó a una mayor distancia en términos de pertinencia, entre
las Universidades y un aparato productivo que buscaba diversificarse en el marco de la
crisis de los modelos primario exportadores (…). La cantidad y la calidad de los egresados
comenzó a tener una menor pertinencia con la demanda del mercado cuyos perfiles
estaban cambiando, lo cual comenzó a expresarse en el desempleo de profesionales y el
inicio de emigraciones de técnicos y profesionales universitarios.

Finalmente la presión creciente de los docentes y empleados redujo sustancialmente los
gastos de inversión y de funcionamiento de las Universidades, generándose un
incremento de los gastos corrientes y restringiendo el propio desarrollo académico de las
Universidades que se tornaron cada vez más centros de exclusiva docencia [esta es una de
las muy contadas ocasiones en que se utiliza la palabra academia, lo que se hace en
términos exclusivamente ideológico-operativos, para dar a entender que “la crisis
académica” es responsabilidad exclusiva de las reivindicaciones salariales de los
profesores; en efecto, como se ha podido constatar a lo largo de la lectura de los
manuales, en todos ellos academia se sustituye por “docencia”; académico por “docente”,
actividad académica por “desempeño docente” y desarrollo académico por “desarrollo
profesional educativo”].

(…) El modelo tradicional universitario latinoamericano del siglo XX sufrió en los ochenta
y los noventa, un vigoroso proceso de transformación dado el incremento de las
instituciones privadas, la diferenciación institucional, el aumento de la matrícula y la
reducción relativa del peso de la educación superior pública. América Latina y el Caribe
han ido pasando lentamente de los antiguos cuasi o absolutos monopolios, hacia un
sistema binario complejo con dominancia de la ES privada (…). La diferenciación sin
embargo no remite sólo a lo público o lo privado. Las Universidades públicas también se
han diferenciado con nuevas características (…). En Chile por la división de las existentes y
la creación de nuevas públicas en el conurbano de Buenos Aires para detener el
crecimiento de la UBA y en Venezuela con el desarrollo de las Universidades
Experimentales desde los 70 para controlar el nivel de autonomía absoluta de las
tradicionales Universidades Públicas y contribuir a la especialización y regionalización de
las IES.

[…] El co-gobierno y la autonomía han derivado en una modalidad de funcionamiento
que restringe la formulación de políticas sistémicas para el conjunto de las IES, al
supeditarlas a consensos difíciles dada la diversidad de misiones de las instituciones. Hay


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La indignación de los insurgentes contra la reforma universitaria

  • 1. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS Por: Mónica Marcela Jaramillo R. PROFESORA, Escuela de Filosofía, UIS «Toda autoridad es hondamente degradante. Degrada a los que la ejercen y degrada a aquellos sobre quienes es ejercida (…). Pero cuando se la emplea con cierta dulzura, agregándole primas y recompensas, es terriblemente desmoralizadora. En este caso, las gentes no se dan cuenta de la opresión atroz ejercida sobre ellas, y llegan al final de sus vidas en una especie de bienestar grosero, como animales domésticos, sin comprender que piensan con ideas ajenas, que viven conforme a un ideal concebido por otros y que, en definitiva, llevan por decirlo así, ropas de ocasión y que no son nunca, ni un solo instante, ellas mismas. “El que quiere ser libre –dice un profundo pensador – no debe someterse a la uniformidad”. Y la autoridad, alentando esa sumisión, da origen a una especie de tribu de presuntuosos bárbaros, contentos de sí mismos» (Wilde, 1891: 1296-7). «Cuanto más iguales se hacen las condiciones, tanto más débiles son los hombres individualmente, con tanta más facilidad se dejan arrastrar por la corriente de la multitud y más trabajo les cuesta mantenerse solos en una opinión que ella abandona […]. ¿Qué puede esperarse de un hombre que ha pasado veinte años de su vida en hacer cabezas de alfileres? ¿A qué podrá en lo sucesivo aplicar esa poderosa inteligencia humana, que tantas veces ha conmovido al mundo, sino a buscar el mejor medio de hacer cabezas de alfileres?» (De Tocqueville: 1835, 479, 514). Con la decisión del Presidente Juan Manuel Santos, tomada el pasado sábado 12 de noviembre y oficializada al martes siguiente por el Congreso de la República, de retirar el Proyecto de la ley radicado bajo el N° 112/2011: «Por la cual se organiza el Sistema de Educación Superior y se regula la prestación del servicio público de la educación superior» colombiana, se da verdaderamente inicio al debate Académico que debió haber orientado las discusiones desde un comienzo y que, hasta ahora, se ha centrado casi exclusivamente en el eufemístico falso dilema de saber si, y en qué medida, se trataba o no de hacer de las universidades públicas instituciones con ánimo de lucro. El presente estudio se propone hacer un examen más estructural, y por tanto “inter- problemático” (Johan Galtung) de la universidad pública, vivida desde adentro, a fin de contribuir al desarrollo de una propuesta de reforma democrática de la universidad pública en la que los fines del Estado y los fines de la universidad, que le dan su razón de ser y permiten la realización de una de las funciones sociales prioritarias del Estado, puedan armonizarse en pro del objetivo común de contribuir a la institución democrática de una Colombia socialmente más igualitaria e inclusiva. Para lo cual trataré de centrar mis reflexiones en el análisis del siguiente interrogante: ¿Cómo es la universidad que realmente tenemos y que ha generado su crisis actual? O bien, partiendo de la premisa de que en asuntos de mala política “nadie es inocente, todos somos culpables” en mayor o menor grado: ¿Quiénes son los más directos responsables de la erosión del sentido de Academia y a qué apuntan, por consiguiente, 1
  • 2. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS sus fáusticos ensayos de transmudación de la universidad “público”-empresarial ya existente a cadena de supermercado; de los valores universales de la ética filosófica a “virtudes globales de la democracia de los súbditos”, así como de los valores cívico- culturales universalizables a contravalores cínico-contractuales globalizables? Y, por tanto: ¿en qué medida la violencia en la universidad pública es violencia autogenerada y que se agudiza en espiral? 1. De la transformación de la Universidad Pública colombiana de “organización”- “público”-empresarial a Supermercado educativo de los organismos corporativos financieros supranacionales Cualquier ciudadano mínimamente informado; o que para enterarse de las noticias cotidianas apele a otras fuentes que las de los medios de desinformación del “sistema oficial de comunicación colombiano”, sabe que el sistema neoliberal sin regulación ni recetas macroeconómicas del capitalismo financiero, basado en un fundamentalista y hegemónico modelo único, cuyos catastróficos efectos en la sociedad y la economía mundiales nadie ignora, está a punto de conducirnos a la debacle (así los incautos creyentes en el sofisma distractor de la “prosperidad económica nacional”, del que los principales promotores fueron Adam Smith y Harry Truman1, piensen todavía que Colombia está auto-inmunizada contra la crisis). Pero debería saber, además y sobre todo, que esa ideología de la deshumanización, la precarización e injusticia sociales, el egoísmo posesivo-libertario y el cinismo de indiferencia está a punto de precipitarnos, y de manera inexorable, en el abismo de la degradación ética del individuo, la sociedad y las instituciones sociales y políticas. Con lo que no sólo se pone en jaque el inmediato presente del mundo y el de las generaciones futuras, sino la pervivencia misma de lo que nos hace humanos y nos permite vivir todavía en un mundo relativamente civilizado. Y esa es razón necesaria y suficiente para impugnar el supuesto angelismo y la doble moral de los oportunistas e individualistas cínicos que pretendiendo poder tapar el nubarrón con un dedo, se atrevieron a defender las supuestas bondades del suicidógeno y coyuntural Proyecto de ley de Reforma a la ley 30 “, cuando no a proponer modificaciones parciales de la misma, en función de sus propios intereses individuales o intersectoriales. Pues, dígase lo que se diga, para nadie es un secreto que la susodicha ley de reforma no era otra cosa que la consumación del proyecto neoliberal de transformación de la universidad pública colombiana de empresa 1 Para entender el real propósito de la fórmula de Harry Truman, enunciada en su discurso de posesión a la presidencia de EE.UU el 20 de enero de 1945: “Producir más, con el énfasis y el apoyo en el desarrollo tecno- científico, es la clave para la paz y la prosperidad”, habría que recordar que Truman no fue sólo quien ordenó, a escasos seis meses de su accesión a la presidencia, el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, sino también el continuador de la política del Fair Deal que impuso el control internacional de precios y las restricciones a la libertad de expresión en Estados Unidos. Pero fue, además, el promotor del Plan Marshall (1947), programa de ayuda para la reconstrucción de los países europeos, impulsado por su vicepresidente George C. Marshall, y con el que se pretendía implantar una política antisoviética, basada en el libre comercio, para ejercer el control económico y político internacional (lo que motivó la creación de la OTAN en 1949). Una política que contribuyó, ciertamente, al crecimiento económico de los países europeos, devastados por la Segunda Guerra Mundial, pero que también le dio origen a la guerra fría. Y que, para el caso de de América Latina, y a fin de fortalecer la dependencia política y económica frente a Estados Unidos (que Marshall había definido apelando a la equívoca fórmula de “América para los americanos”), incluyó, entre otras muchas iniciativas, la del plan de apoyo a la creación de universidades industriales en la región. 2
  • 3. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS universitaria o universidad “público”-empresarial a centro comercial del sistema global de la educación mercancía como cultura de supermercado y del “recycling de los valores” (Sándor Márai), principio de la erradicación de toda formación humanista y en los valores ético-políticos de la cultura cívica y la educación ciudadana, en beneficio de los intereses económicos del capitalismo financiero supranacional y de sus sistemas corporativos (es decir, del Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, cuyo modo de organización corporativa o sistémico estamental jerárquica, siguiendo el modo de división social de las corporaciones gremiales medievales en las que se inspiró asimismo el culto francmasónico, obedece, como se verá luego, a una “estratégica” política de dominación totalitaria-global que mantiene su hegemónico poder mediante el ejercicio de la “violencia simbólica” (Pierre Bourdieu) y el uso de todos los medios posibles de propaganda, y se extiende, por consiguiente, a todas las esferas no económicas de la vida individual y sociocultural). Aunque no es menos cierto, tampoco, que ese proceso de degradación de la universidad pública colombiana o de su paulatina transmudación en empresa “docente”-jornalera al servicio del aparato productivo del sistema neoliberal, es decir, en empresa corporativa o gerencialmente dirigida con criterios de burocrática, autocrática y antidemocrática mentalidad de “líder”-capataz (así los rudos negreros del sistema neoesclavista corporativo hayan preferido tomar proteicas y variadas figuras espectrales o de envelados y virtuales ectoplasmas), no habría sido posible sin la debruzada aquiescencia de quienes hoy día se asoman a la ventana para pregonar que empiezan a escasear los bienes en el granero, tras haber dejado entrar por la puerta trasera a los merodeadores, para ser más exactos, desde 1981, y haberles otorgado, de manera progresiva, derechos de intervención, señorío, control y remodelación del feudo, del que ahora sólo se precisaría el permiso estatal de demolición, con miras a la ejecución definitiva del fáustico plan de de refundación, designado por los Mandarines el BID como la Tercera Reforma estratégica de la Universidad pública latinoamericana. Un plan del que los colombianos sólo hemos sabido ver las lesivas implicaciones en el ámbito de la financiación de la universidad y de su carácter privatizador, pasando por alto el hecho de que de nuestro rechazo o adhesión a un proyecto de ley de reforma como el que había sido radicado en el Congreso el pasado mes de octubre, o que en el mismo espíritu de la letra podría ser presentado en el inmediato futuro, depende la elección del tipo de sociedad a la que realmente le estamos apostando y, por consiguiente, que es el debate ético-pedagógico el que, en primer término, debería ponerse en la base de los análisis. Ni que decir tiene que esa erosión progresiva del valor y sentido de la Academia, de la que los ciudadanos universitarios, sobre todo los profesores, hemos sufrido en carne propia, y por etapas sucesivas, las nefastas repercusiones, ha contribuido también, y en no poca medida, a la exacerbación de la espiral de violencia estudiantil que los órganos de dirección universitaria en mal de gobernabilidad democrático consensual, suelen, por el contrario, imputar a la falta de “mayor autoridad” sobre “los grupos subalternos”. Se daría, en efecto, un gran paso en la búsqueda de soluciones tendientes a prevenir el uso de la violencia en el campus universitario, terreno minado para la implosión de la democracia y del futuro de la paz en Colombia, si se empezara por reconocer el hecho que lo que, en gran medida, le da impulso es, precisamente, el 3
  • 4. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS nuevo modelo gerencial-empresarial de “conducción” o de dominio impersonal normalizado (violencia simbólica) que hoy caracteriza a las administraciones universitarias. Y esto no sólo, como bien hace notar Pierre Bourdieu en su obra de 1977 La reproducción, escrita en coautoría con el sociólogo y filósofo político Jean- Claude Passeron, por cuanto “la violencia simbólica en el ámbito educativo legitima la violencia real al perpetuar la jerarquización de los grupos y las clases sociales”, sino también porque con ello se pone de manifiesto la obsolescencia de las estructuras de dominación bajo las cuales se ha reproducido hasta entonces el orden sociocultural vigente (“currículo oculto”) y su incompatibilidad con el contexto social real en el que dichas estructuras tienen aplicación. De tal modo que ese dominio impersonal normalizado, o “estratégicamente ordenado”, del modelo gerencial de organización jerárquico-estamental acaba, finalmente, por convertirse, como recurso de la impotencia, en el abono del autoritarismo social, la intransigencia y la estigmatización de la democracia, convertida en mera democracia de representatividad formal o de facto (en “ciudadanía corporativa”); o, en el caso de las situaciones de coyuntura en un simple operador ideológico sin sustancia ni contenido; y, desde ahí, en caldo de cultivo de la desconfianza política, las polarizaciones intergrupales, la suspicacia mutua, el resentimiento o el aislamiento sociales que conducen, a la postre, a la “ingobernabilidad” de las instituciones, por efectos de la conculcación de la democracia social de la que la insubordinación de los subordinados o la insumisión de los sumisos es el más previsible, si no el más lógico resultado. Así, como escribe al respecto el teórico de la paz Adam Curle, para quien la violencia universitaria no es menos un fenómeno institucionalmente autogenerado y de carácter inter- problemático: Si quieres reconciliar el amo y el esclavo, lo primero que tienes que hacer es abolir la esclavitud. O, en otras palabras: si quieres que las instituciones sociales se renueven, lo primero que tienes que hacer es abolir las injusticias, mediante el progresivo desmontaje de sus estructuras arcaizantes y del aparato sistémico de dominación que las autorreproduce y autoperpetúa). Porque, como escribe, asimismo, Roland Hitzler: (…) es casi imposible pasar por alto el hecho de que los hombres, que se han escapado del recinto de hierro del totalitario Leviatán y que han sido asimismo excarcelados de las jaulas de oro del Estado social liberal, proceden, cada vez más, a construir ellos mismos su existencia relativamente sin conducción y (sensiblemente) por debajo de cualquier tipo de necesidad teórico ideológica de sistematización, a partir de todo tipo de ofertas y de sus propias ocurrencias (grotescas, confusas, sinceras, maliciosas y malvadas), en un sentido enteramente radical. Es imposible también pasar por alto que ese bricolaje individualizado de sentido pide la palabra por doquier allí donde, hasta ahora, parecía dominar el orden de forma suficiente e incontestable, es decir, allí donde las cosas seguían su curso habitual, 2 institucional . 2 Como afirma Zygmunt Bauman, anteponiendo al Discurso de Josué el Discurso del Génesis que, a juicio del teórico anti-neoliberal Nigel Thrift, es el discurso predominante de los ingenieros sociales del “nuevo” sistema de la universidad empresarial (y como ya lo decía también, en estrecha afinidad con Bauman, Jacques Derrida para quien Universidad es el espacio de lo impredecible en donde todo puede devenir acontecimiento; o bien, el espacio emancipatorio de las planificaciones no planificadas, para la realización de la utopía creadora): «El Orden significa monotonía, regularidad, repetición y predecibilidad; llamamos “ordenado” a un entorno sólo cuando se considera que algunos acontecimientos tienen más posibilidad de ocurrir que sus contrarios, y cuando otros acontecimientos no tienen casi posibilidad de producirse o son directamente descartados. Esto implica que alguien, desde alguna parte (un Ser supremo impersonal o personal), debe manipular las posibilidades y cargar los dados, ocupándose de que los acontecimientos no se produzcan azarosamente. 4
  • 5. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS Esto quiere decir que la preponderancia (hipostasiada) de los intereses burocráticos del Estado decrece cada vez más frente a las preferencias obstinadas de los puntos de vista de los mundos de la vida de los ciudadanos emancipados: impacientes (y, en ocasiones, rebeldes), introduciéndose arteramente en la vida pública, escépticos y ávidos de información a la vez, conscientes de su valor hasta la arrogancia, porfiados y exigentes, instalan éstos, sus asuntos, en la agenda de lo que se puede negociar políticamente y lo que se puede imponer. Y en ello, se hacen lugar no sólo ideales de autodeterminación izquierdistas emancipatorios, sino también chauvinismos nacionales casi olvidados, resentimientos etnocéntricos y miedos a la existencia y al consumo orientados hacia lo extranjero –actualmente cada vez más irrecusables-. Como consecuencia de ello, surge un caos (agitado) de variadas ideologías, antagónicas de diversas maneras, y de combinaciones ideológicas, mixturas y mezclas que ostensiblemente se rebelan como semilleros de la militancia en relación con la disposición creciente a la violencia interpersonal (Hitzler, 1997: 167-68). Y, si tal es la situación actual de la universidad pública en Colombia; o, más bien, de la universidad “público”-empresarial en la que ya ha sido convertida, ¿qué podría esperarse, acaso, en lo sucesivo, una vez operada su mutación definitiva de universidad empresa a cadena del supermercado educativo global? Y la respuesta es obvia: la oficialización y legitimación del poder de control de las universidades por parte de los organismos corporativos financieros, de la que la aprobación de un proyecto de ley de reforma de la universidad pública semejante al que acaba de ser retirado por el gobierno, no sería más que el acto de protocolización; y con el que se pondría, por tanto, la primera piedra del lucrativo centro comercial del consumo educativo estandarizado, del que los estudiantes serían los “clientes” o los “usuarios” y los “docentes-asalariados”, la expresión es de Adam Smith, fungirían en lo sucesivo, por disposición de los intrusos, como eficientes despachadores del conocimiento mercancía, facturado en serie bajo el exclusivista rótulo de Made in USA. De ahí que, como afirma con acierto José Saramago en su obra póstuma El último cuaderno, a propósito de la nueva mentalidad de la sociedad de consumidores, impuesta de El mundo ordenado del discurso de Josué es un mundo estrechamente controlado. En ese mundo todo tiene un propósito, aun cuando no esté claro (momentáneamente para algunos, pero para siempre en el caso de la mayoría) cuál es. En ese mundo no hay espacio para cosas inútiles o sin propósito. Para ser reconocido, debe servir a la conservación y perpetuación del todo ordenado. Sólo ese orden, exclusivamente, no requiere legitimación, porque tiene, por así decirlo, “su propio propósito” Simplemente es, y no puede desaparecer: eso es todo lo que sabemos y necesitamos saber de él. Tal vez existe, porque allí es donde Dios ejerció su acto de Creación Divina, o porque criaturas humanas, pero semejantes a Dios, lo implantaron y lo mantuvieron allí mediante su constante tarea de planificación, construcción, y control. En nuestros tiempos modernos, en los que Dios se ha tomado una larga licencia, la tarea de planificar y hacer cumplir el orden ha recaído sobre los seres humanos. Como lo descubrió Marx, las ideas de las clases dominantes tienden a ser las ideas dominantes (proposición que, con nuestra nueva comprensión del lenguaje y de su funcionamiento, podemos considerar un pleonasmo). Durante por lo menos doscientos años, los gerentes de las empresas capitalistas dominaron el mundo –es decir, separaron lo plausible de lo implausible, lo racional de lo irracional, lo sensato de lo insensato y determinaron y circunscribieron el rango de alternativas que debían limitar la trayectoria de la vida humana –. Así, esa visión del mundo, en conjunto con el propio mundo, modelado y remodelado a su imagen y semejanza, alimentaba y daba sustancia al discurso dominante. Hasta hace poco, el discurso de Josué era dominante; ahora prevalece cada vez más el discurso del Génesis. Pero contrariamente a lo que propone Thrift, el encuentro, dentro del mismo discurso, de la empresa y la academia, de los hacedores del mundo y de sus intérpretes, no es ninguna novedad, no es una cualidad única del nuevo (soft, lo llama Thrift) capitalismo hambriento de conocimientos. Desde hace un par de siglos, la academia no ha tenido otro mundo para atrapar en sus redes conceptuales, ni para reflexionar, describir o interpretar, que el mundo sedimentado por la visión y la práctica capitalistas. A lo largo de todo ese período, la empresa y la academia sostuvieron una reunión constante, aun cuando –a causa de la imposibilidad de sostener una conversación – dieran la impresión de mantenerse a distancia. Y la sala de reunión siempre fue –como ahora – elegida y equipada por el socio comercial» (Bauman, 2000: 60-62). 5
  • 6. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS manera abusiva por la lógica global del consumo de las fuerzas del mercado neoliberal: « (…) El centro comercial no es sólo la nueva iglesia, la nueva catedral, es también la nueva universidad. El centro comercial ocupa un espacio importante en la formación de la mentalidad humana. Se ha acabado la plaza, el jardín o la calle como espacio público de intercambio. El centro comercial es el único espacio seguro y que crea la nueva mentalidad. Una nueva mentalidad temerosa de ser excluida, temerosa de la expulsión del paraíso del consumo y por extensión de la catedral de las compras. ¿Y ahora que tenemos? La crisis. ¿Será que vamos a volver a la plaza o la universidad? ¿A la filosofía?» (Saramago, 2009: 52-53). La resolución de esa pregunta ya no depende decididamente del gobierno sino de nuestra capacidad de oponer a las fuerzas exangües de las finanzas, las fuerzas roborativas de la democracia, es decir, de nuestra capacidad de poner en uso y en ejercicio nuestra libertad de autonomía individual y universitaria, como libertad político-positiva de resistencia, para impedir la aniquilación definitiva de la universidad pública colombiana exigiendo la expulsión definitiva de los intrusos. Depende, por consiguiente, de nuestra capacidad democrática de resistencia contra la violación de los derechos fundamentales y la canallesca conversión de la democracia en individualismo democrático, la ciudadanía en “liderazgo” o en “ciudadanía corporativa global”, la universidad pública en “institución de inversión colectiva” (IIC), la calidad académica en “capacidad de proporcionar regularmente productos que satisfagan los requisitos del cliente” o las demandas del mercado; la responsabilidad social universitaria en “gestión de impactos”, “ética organizacional” o “trama global inteligente y consciente de ciudadanos [corporativos] e instituciones atentos y responsables de la responsabilidad de la misma trama, que es nuestro mundo, nuestra casa común, la única casa que tenemos” (para traer a colación las cantinflescas definiciones del ideólogo del BID François Vallaeys y de las que sólo se precisaría sustituir el nombre de “casa” por el de “universidad latinoamericana” para desentrañar el sentido del real propósito a la que verdaderamente se apunta con esa política de “ética organizacional”, ruinmente embozada bajo el sugestivo título de «Programa de Apoyo a Iniciativas de Responsabilidad Social Universitaria (RSU), y, así, contra la conversión de la autonomía universitaria en autogestión administrativa, la de los estudiantes en “autocontrol” y la autonomía pedagógico-cognitiva de los profesores universitarios en ¡“auto-eco-organización”!!, o en “autonomía contractual”. Depende de nuestro rechazo a las políticas administrativas de minusvaloración del estatuto del profesor y a la pretensión de reducirnos a la condición de “docentes- asalariados”, empleados de aula o de oficina, fabricantes de profesionales en serie con “cabezas de alfiler” o mentalidad de esclavos del consumo y animados exclusivamente por la ambición de riqueza, cuando no por la aspiración de convertirse, a su vez, en futuros esbirros de los negreros del desarrollo económico sin equidad. Depende de nuestro enfático repudio a la implantación en las universidades de modelos estándar de control o de dominación abstracta e impersonal de acatamiento de la norma, financiados por el gobierno estadounidense, a través de la aplicación de ignominiosos y antidemocráticos métodos sociobiologistas y conductistas de impregnación en los valores corporativos bivalentes y asimétricos del capitalismo financiero (o en los “valores del hábito empresarial” de Gary Becker que se inspiraron a su vez en el economicismo de la Escuela austriaca) y de sus procesos operativos de sociopático 6
  • 7. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS “autoliderazgo”, que propugnan por la automatización de los individuos y la deshumanización del quehacer académico. Depende de la capacidad de la universidad pública “colombiana” de reformarse a sí misma, erradicando de una vez por todas su modelo fundacional de organización jerárquico-estamental o “normativo-sistémico”, inspirado asimismo en el corporativismo medieval, como sistema de “apropiación hegemónica de poderes señoriales y de oportunidades adquisitivas” y, de ese modo, en la asunción de los cargos administrativos como “cargos honoríficos” o en cuanto expresiones del supuesto “honor estamental” (Max Weber). Pero, depende, sobre todo, de nuestro poder democrático de resistencia contra la masificación de la enseñanza; la conculcación del derecho a la libertad de investigación (consagrada como derecho fundamental en el Artículo 27 de la Constitución Política), la conversión del espíritu de creatividad en emprendimiento empresarial o en “herramienta para la competitividad”, y el saber crítico en conocimiento por destrezas; o, para decirlo en una palabra, depende, de modo categórico, de nuestro rechazo absoluto a la implantación definitiva en Colombia del modelo angloamericano de la universidad de la excelencia cuantitativa basada en el “rendimiento-concurrencia” o en “el principio de utilidad marginal costo-beneficio”, la optimización del rendimiento-desempeño y la cultura del reporte, con base en “indicadores de marketing”, que la reforma de la precitada ley consagraba en el título III como loable e inspirador modelo prototípico o “ejemplo de estrategia nacional”. Para todo lo cual se hizo, desde el principio, total abstracción de la realidad social colombiana, como anotaba hace unos meses el politólogo español Francisco Colom, con quien sostuve hace algunos meses un productivo intercambio de ideas (a propósito del proyecto inicial gubernamental de la ley 30, cuyas posturas se habrían de radicalizar todavía más en el proyecto de ley N° 112/2011 C.): «El problema fundamental reside en que, al operar esa trasplantación, no se han tenido para nada en cuenta ni el contexto social de violencia en el que viven los colombianos desde hace más de sesenta años, ni las demandas de la población; ni en virtud de todo ello, la situación histórico-cultural, geopolítica y socioeconómica específicas de Colombia. Pero, no se ha tomado en cuenta, sobre todo, que las universidades estadounidenses, cuyo modelo educativo es proverbialmente a-histórico y despolitizado, nacen y se mueven en un contexto absolutamente distinto. Frente a las implicaciones de la nueva propuesta gubernamental de ley de reforma del sector educativo universitario, que pone en vilo el principio de autonomía sin el cual la universidad no podría realizar su propósito social de ayudar a construir un renovado proyecto de país, el reto para los académicos colombianos es el de la reapropiación crítica del papel que históricamente ha jugado la universidad pública, o al menos es eso lo que la sociedad espera de ella, en la configuración del tejido urbano y cívico de una sociedad plenamente democrática». Porque, ¿acaso estaríamos en condiciones de hacerlo, desde los postulados mercantilistas de la nueva universidad del “excelente rendimiento- desempeño” que van diametralmente en contravía, si es que todavía hay que precisarlo, de la formación integral de los estudiantes y de la educación democrática o para la paz, de la que depende, en no poca medida, el futuro de Colombia y la estabilidad y salvaguarda de sus instituciones democráticas? Porque, el modelo prototípico de la universidad angloamericana en cuanto centro comercial del mercado educativo, “ejemplo de estrategia nacional” para el gobierno 7
  • 8. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS colombiano, no es otro que la Norma ISO 9001 en función de la cual la universidad estadounidense mide la “excelencia de calidad” de sus productos manufacturados en serie y cadena de montaje. Y que, según la Norma Técnica “Colombiana” NTC-ISO- 9001, «especifica los requisitos para un sistema de gestión de la calidad que pueden utilizarse para su aplicación interna por las organizaciones, para certificación o con fines contractuales. Se centra en la eficacia del sistema de gestión de la calidad para satisfacer los requisitos del cliente […]. Todos los requisitos de esta Norma internacional son genéricos y se pretende que sean aplicables a todas las organizaciones sin importar su tipo, tamaño y producto suministrado» (Proyecto de Norma Técnica Colombiana NTC-ISO 9001 (Cuarta actualización) DE 038/06). Una norma de “estándar de calidad” que se inspira a su vez en la Norma ISO 1401: 2004: «Sistemas de Dirección Ambiental y Especificaciones», que apunta, sobre todo, “a la mejora continua y el cumplimiento regulador”. Norma que por cierto fue directamente adaptada del “Modelo Estándar de Excelencia EFQM, «presentado a principios de 1992 como el marco de referencia para evaluar los criterios del Premio de Calidad Europeo (…), marco no-perceptivo basado en nueve criterios. Cinco de estos son “Proactivos” y cuatro son “de resultados”». Y en donde se define, por tanto, la “excelencia” en términos de: «Resultados excelentes en lo que concierne al funcionamiento, los clientes, la gente y la sociedad, [los cuales] pueden ser alcanzados logrando el liderazgo en cuanto a políticas y estrategias implementadas a través de los grupos de gente, recursos, y procesos»); con base en las siguientes “estrategias paramétricas”: “Orientación de resultados”; “excelencia en el logro de resultados que satisfagan a los stakeholders [o a las “partes interesadas]; “focalización en el Cliente”; “la excelencia es crear valor sustentable para el Cliente”; “liderazgo y constancia”; “la excelencia es un liderazgo visionario e inspirador, ajustado a los propósitos de la organización”; “Dirección por procesos y hechos”; “la excelencia es manejada por un juego de sistemas interdependientes e interrelacionados, procesos y hechos”; el desarrollo y participación de la gente”; “la excelencia es maximizar la contribución de los empleados a través de su desarrollo y participación”; “el aprendizaje continuo y la mejora”; “la excelencia desafía el statu quo y utiliza el estudio para crear mejora e innovación”; “desarrollo de partenariados”; “la excelencia desarrolla y mantiene sociedades que agregan valor”; “la Responsabilidad Corporativa Social”; “la excelencia excede el marco regulador en el que la organización funciona y se esfuerza por entender y responder a las expectativas de los stakeholders” (Vallaeys, 2004: sin paginación). Tales son, en suma, las razones por las cuales la universidad angloamericana, basada en los enfoques de Adam Smith y en el modelo maoísta de universidad como feudo del Estado, es asimismo la versión antitética del modelo anglosajón de universidad, cimentado en el enfoque rousseauniano de la educación como formación integral para la vida, o en la autonomía. Rousseau quien, a propósito de la educación de Emilio afirma, en consecuencia: El oficio que quiero enseñarle es el vivir, porque […], para formar al ciudadano hay que formar primero al individuo […]. De modo que luego de haberse considerado por sus relaciones físicas con los demás seres, y por sus relaciones morales con los demás hombres [y de haber adquirido “una sólida formación en la profesión que él mismo ha elegido”], le falta considerarse por sus relaciones civiles con sus conciudadanos (Rousseau, 1762: 71, 68, 624). Y en muchas de cuyas concepciones 8
  • 9. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS pedagógicas se inspira la universidad humboldtiana, que, con la creación de la Universidad de Berlín en 1810, consagró históricamente el principio de autonomía universitaria)3. De ahí que, como afirmara Wilhelm von Humboldt en su ensayo de 1810 «Sobre la organización interna y externa de los establecimientos científicos superiores en Berlín» (y que recuerda la bella máxima de Oscar Wilde, a propósito de la formación estética, según la cual: «el Estado busca lo que es útil y el humanista lo que es bello»): En lo tocante al aspecto externo de las relaciones con el Estado y con sus actividades, éste sólo deberá velar por asegurar la riqueza (fuerza y variedad) de energías espirituales, logradas a través de la selección de los hombres que allí se agrupen y de la libertad de sus trabajos. Pero la libertad no se halla amenazada solamente por el Estado, sino también por los propios científicos, los cuales, al ponerse en marcha, adoptan un cierto espíritu y propenden a ahogar de buen grado el surgir del otro (…). El Estado no debe considerar a sus universidades ni como centros de segunda enseñanza ni como escuelas especiales, ni servirse de sus academias como diputaciones técnicas o científicas. En general (…), no debe exigirles nada que se refiera directamente a él, sino abrigar el íntimo convencimiento de que en la medida en que cumplen con el fin último que a ellas corresponde cumplen también con los fines propios de él, y, además, desde un punto de vista mucho más alto, desde un punto de vista que permite una concentración mucho mayor y la movilización de fuerzas y resortes que el Estado no puede poner en movimiento» (Von Humboldt, 1810: 49). La visión de la universidad como feudo del Estado, a la que conduce, según Humboldt la vulneración de su autonomía externa, nos lleva al examen de los pragmáticos y utilitarios enfoques que ideológicamente le dieron origen; es decir, los de la educación con ánimo de lucro o como herramienta de la productividad de Adam Smith, el “Padre” del “liberalismo” económico, y, más cerca de nosotros, el de las “estrategias de educación para la productividad, no fundada en la acumulación de capital sino en el salto adelante del desarrollo productivo tecno-científico” de Mao Tsé-Tung., enemigos uno y otro, por razones que saltan a la vista, del pensamiento crítico y, así, de los filósofos u “hombres de especulación” (y que no dejan de recordar el celebérrimo lema de Hitler, citado entre muchos otros autores por Primo Levi, Hannah Arendt y Herbert Marcuse, de que: «para el logro del cambio cultural, no necesitamos hombres de pensamiento sino cuerpos sanos y robustos, buenos y entrenados músculos y no 3 El gran teórico de la autonomía universitaria es el filósofo Friedrich W. J. Schelling , en su ensayo de 1803, «Lecciones sobre el método de los estudios académicos» y quien la concibe en función de dos principios indivisibles e inalienables; a saber, de un lado, la autonomía interna de la universidad (mediante la cual se define tanto la autogestión interna de sus orientaciones, principios y directrices, como, en el plano de de la autonomía interna de sus Facultades, Departamentos y establecimientos científicos superiores, la relación entre la investigación y la enseñanza, a través de la autodirección por parte de las instancias respectivas de sus programas académicos y métodos de estudio, así como del ejercicio autónomo de la libertad de investigación y cátedra; y, así, del reconocimiento de la autonomía pedagógico-cognitiva del profesor); y, del otro, la autonomía externa que define, por su parte, la relación de independencia e interacción entre la universidad y la sociedad y, sobre todo, la relación de independencia y mutua cooperación entre la universidad y el Estado, el cual está en la obligación de sufragar sus gastos de mantenimiento, en beneficio de la realización de su fin social común (Schelling, 1803: passim.). Concepción que habría de consagrar el origen histórico de la autonomía universitaria desde la creación, en 1810, de la Universidad de Berlín por Wilhelm Von Humboldt, la cual se fundó de manera programática en su principio. Y cuyo Plan fue elaborado, a petición de Humboldt, por Friedrich Schleiermacher en sus bellísimos Pensamientos de circunstancia sobre las Universidades de concepción alemana (1808). Ambos filósofos insisten, por consiguiente, en que la universidad pública no podría alcanzar esos fines sin el reconocimiento del derecho a la “libertad académica” o del principio de autonomía pedagógico-cognitiva de sus profesores y sin la existencia de una clara política de regulación de las relaciones entre la universidad y el Estado en aras de la preservación de la autonomía externa de la universidad, sin la cual a ésta no le sería dable, en modo alguno, realizar sus fines sociales (Piché: 2006: 14-43). 9
  • 10. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS menos vigorosos cerebros prácticos»). Smith para quien, en consecuencia con lo dicho, «raras veces son igual clase de gentes [la excepción es, desde luego, su amigo David Hume] las que inventan artefactos y mejoras en ellos, y las que se inquieren por la razón de las cosas: esta última actividad se practica más comúnmente por gentes perezosas e indolentes que son entusiastas de la soledad, aborrecen los oficios y adoran la especulación; en cambio nadie triunfa con más frecuencia en las primeras tareas que la gente activa, solícita y laboriosa, como son las que empuñan la esteva del arado, efectúan experimentos y dan toda su atención a lo que tienen entre ceja y ceja». Y para quien, además: «Los sistemas especulativos han sido adoptados en las diferentes épocas de la historia de la humanidad por razones demasiado frívolas, para que sirvan de orientación al hombre adornado de sentido común, en materias que encierren el más pequeño interés pecuniario» (Smith, 1776: 13, NA; 678). Y Mao, para quien, en palabras de su presidente de la Academia de Ciencias, Kuo Mo-Jo, durante la época de la Revolución Cultural maoísta: «los profesores-obreros, que saben también manejar la escoba, deben convertirse en meros facilitadores del aprendizaje en destrezas útiles [o, del “aprendizaje por competencias básicas” como dicen hoy día los aprendices de brujo o los replicadores de la “pedagogía” neoliberal del desarrollo, con la que la “pedagogía” maoísta del “salto adelante de la Revolución Cultural” guarda inquietantes y estrechas similaridades], (…), [con el objeto] de abordar los problemas esenciales para resolverlos en los plazos más breves y el menor costo posible» (…); es decir, deben «aprender a pensar con las manos, en lugar de hacerlo con la cabeza» (…). Y para quien: «Las masas comienzan a comprender que su futuro depende de la investigación: ponen más esperanza en las nuevas técnicas industriales y agrícolas que en la acumulación de capitales, o en la ayuda del Estado o en el auxilio de otras provincias (…). La ciencia es un asunto demasiado serio para ser confiado a los científicos; la enseñanza, para ser confiada a los profesores; la Medicina, para ser confiada a los médicos; el arte, para ser confiado a los artistas –son los grupos de propaganda del pensamiento maotsétung quienes lo han renovado (…). Nuestra experiencia en Occidente nos muestra que los científicos son parecidos a los patos silvestres; si se pretendiera domesticarlos y cortarles las alas, no podrían volar siquiera y perderían hasta el sentido de orientación (…). Hoy cada fábrica, cada comuna popular, se toma a pecho sostener las investigaciones que ayudarán a resolver sus problemas concretos. Si ocurre que se superponen trabajos emprendidos por varias provincias, el desorden es sólo aparente. De hecho, se instaura una competición entre los equipos rivales. ¡Que gane el mejor! (Peyrefitte, 1975: 199-204). Mientras que en el plano “táctico-pedagógico”, el modelo angloamericano-maoísta de universidad, se apoya en la “herramienta estratégica central” preconizada por Smith y Mao, como se verá al final del último acápite de este estudio, de reducir los currículos universitarios a mero “plan básico de estudios” o al conocimiento “pertinente” o desechable (es decir, centrado en los programas en ciencia y tecnología avanzada o de “alto nivel”), del que las expresiones de conocimiento no rentable en sentido monetario o utilitario (que en la descripción de los objetivos del mencionado proyecto de ley habían sido definidos, por cierto, como desechos de conocimiento bajo el eufemismo de “los demás bienes y valores de la cultura”, pero que los autodenominados “pedagogos de la educación para el desarrollo” designan, en realidad, bajo el término de “extra-currículo” o de “componente adyacente de la malla 10
  • 11. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS curricular”), fungen de cosmético aditamento. Pero, la similaridad existente entre los dos modelos doctrinarios catequísticos de universidad, el maoísta y el neoliberal, no sólo es palmaria en lo que concierne a su visión de la filosofía y a la necesidad de abolir su enseñanza en todos los niveles de formación (Mao hizo quemar todos los libros de filosofía, incluyendo las obras de Confucio y de Marx y, al año siguiente de la Revolución Cultural, los de arte, poesía y literatura no oficiales); lo es, y lo es sobre todo, en su deliberado propósito de anulación, despersonalización y automatización de los individuos, mediante la devaluación, minusvaloración, precarización, robotización y deshumanización de las actividades académico-productivas en tanto que productoras de saber crítico (o en cuanto “producción simbólica” o biopolítica de bienes sociales) y de las funciones realizadas por el personal administrativo de la universidad, a la que apuntan los modelos estándar de control estratégico diseñados por los sistemas corporativos financieros para las instituciones gubernamentales de los países emergentes y de los que las universidades colombianas sufrimos ya en carne propia los efectos, como se verá en el segundo acápite de este ensayo. Modelos estándar de control estratégico para la optimización del trabajo productivo y la “asimilación” de los contravalores de la ideología neoliberal, que en nada se diferencian, en efecto, de los procedimientos persuasorios de “lavado de cerebro” y “reeducación-remodelación y estandarización de los espíritus” (tácticas pedagógicas de impregnación) que, además, del uso, más expeditivo y disuasorio del terror (los profesores no afectos al régimen eran confinados en campos de reeducación designados bajo el eufemismo de “Escuelas del 7 de mayo”), fueron puestos en funcionamiento por el aparato educativo-productivo y de censura del sistema totalitario maoísta. Y aunque a primera vista tal semejanza pareciera serlo menos en lo que atañe a las deidades que con ellos se veneran (el Dios el Partido y el Dios mi Oro) y, por tanto, a sus reales fines políticos, estos no son tampoco, a la postre, diametralmente opuestos, ni menos obvios (así el uno se base en el comunismo como ideología y no como ideario y el otro en el capitalismo como “liberalismo” económico, o en cuanto neoliberalismo o capitalismo financiero, haciendo caso omiso de los principios democrático-libertarios del liberalismo político). Pero no lo serían tampoco, a fin de cuentas, sus aparatos de dominación social y de división y organización del trabajo que confluyen ambos, así sea por vías ideológicas en apariencia distintas, en dos formas de colectivismo; el colectivismo tradicional comunista, en el primer caso; y, en el segundo, el colectivismo no menos envilecedor de los modelos funcionales sistémicos de los organismos corporativos, que definen a la sociedad como un ente a la vez objetivo y abstracto, es decir, como colectivo de particulares y sociedad de masas; y que, siguiendo a Smith, hacen del “interés privado” “el motor fundamental de la vida económica y del crecimiento productivo”; y del egoísmo, como individualismo posesivo, “el verdadero incentivo de la vida”. Como ya había ocurrido poco más de cien años atrás con Thomas Hobbes, quien se inspiró en ella para postular su idea del “estado natural” o de “guerra de todos contra todos” que aparece en su Leviatán, así también el principio de los principios de la ideología de Smith se funda en la máxima del egoísmo posesivo como motor del desarrollo económico, enunciada por Jean de Bourgogne, más conocido como Mandeville, en La fábula de las abejas (Vicios Privados = Beneficios Públicos), obra de la que aquel extrajo sus preceptos básicos. Una máxima que se funda en el falaz 11
  • 12. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS concepto de “naturaleza humana” o de “naturaleza del hombre”, por oposición al concepto ético-político de condición humana, acuñado por Rousseau, para quien la naturaleza en el hombre no es más que “el conjunto de disposiciones primitivas del ser humano que no han sido alteradas por nuestras opiniones bajo la presión del hábito” (1762: 68, 71); y que, en términos contemporáneos (Husserl, Sartre, Arendt y Malraux), podría enunciarse como sigue: el hombre participa de la naturaleza, en la medida en que tiene un cuerpo orgánico, pero no es naturaleza ni es un cuerpo, por cuanto está siempre en capacidad de obrar sobre la naturaleza; y, así, a diferencia de los animales que no tienen saber del pasado, conciencia del presente, ni sentido del futuro (Aristóteles/Schopenhauer) o que “no tienen historia” (Husserl), es un individuo que se sabe a sí mismo y que, por eso mismo está siempre en capacidad de modificar sus propias circunstancias, haciéndose y dignificándose en lo humano. Mientras que el presupuesto de la noción de naturaleza humana (siguiendo en ello a Mandeville, Hobbes, Smith, Lamarck, Darwin y Gobineau, los seis grandes precursores del sociobioligismo), podría condensarse en la máxima determinista de que: “el atributo de naturaleza propio del hombre, lo que “prefija la naturaleza humana” en su más sustancial esencia, es su inclinación hacia el egoísmo que, a causa de la ferocidad innata de su amor propio, lo lleva a cifrar todos sus fines en la satisfacción del interés y de la comodidad personales” (máxima que les da asimismo su más ferino sustento a las tesis seudocientífico-antropofágicas de los sociobiologistas contemporáneos e ideólogos conductistas, que hoy en día se apoyan, sobre todo, en la supuesta infalibilidad de las neurociencias, y hacen del individuo, a la exclusión de sí mismos, un hombre universalmente abestiado, dominado por sus instintos y pasiones naturales (lo que convertiría la capacidad de pensamiento, entendimiento, juicio y discernimiento; la conciencia individual y de autonomía de las personas en vanas quimeras) y, así, un ser biológico o privado de voluntad, y por tanto incapaz de pensar, juzgar y decidir por sí mismo; o bien, incapaz de autodirección. Pero que se inspiran, sobre todo, en el celebérrimo principio hobbesiano del Estado represor o de la necesidad de disciplinamiento de los hombres por parte de los mediadores del Soberano (todos los hombres son igualmente perversos según Hobbes y actúan, por eso mismo en función de los mismos móviles, como si en cada uno de nosotros viviera un Macbeth; es decir, un sicópata incapaz de diferenciar lo equitativo de lo injusto, lo bueno de lo malo, lo falso de lo verdadero, lo bello de lo monstruoso, el egoísmo del altruismo o la indiferencia de la conmiseración), formulada al inicio del capítulo XVII de la segunda parte del Leviatán: (…) [es] el deseo de abandonar esa miserable condición de guerra que, tal como hemos manifestado, es consecuencia necesaria de las pasiones naturales de los hombres, cuando no existe poder visible que los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo, a la realización de sus pactos y a la observancia de las leyes de naturaleza (…). Las leyes de naturaleza (tales como las de justicia, equidad, modestia, piedad y, en suma, la de haz a otros lo que quieras que otros hagan para ti) son, por sí mismas, cuando no existe el temor a un determinado poder que motive su observancia, contrarias a nuestras pasiones naturales, las cuales nos inducen a la parcialidad, el orgullo, a la venganza y cosas semejantes. Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre en modo alguno (Hobbes, 1651: 117). De modo que, para el sociobiologista, el ser humano es, en definitiva, un ser biológico, cuya “conducta” depende exclusivamente del buen o del mal funcionamiento de una 12
  • 13. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS hormona o de la ausencia o de la presencia de una molécula o de una enzima en el organismo, condicionantes de sus procesos metabólicos y fisiológicos (“si la sociobiología es la ética del futuro, las neurociencias son el futuro de la filosofía y ésta tendrá que reconvertirse, entonces, en neurofilosofía”, afirmaba con particular desenfado una científica experimental estadounidense, en una reciente emisión de televisión sobre los nuevos avances científicos, siguiendo en ello a los ideólogos de la tecnocracia y del neuromarketing, o a los cultores del “conocimiento pertinente”, quienes, parafraseando el postulado kantiano y schellingiano de que “la universidad es filosófica o ya no tiene el derecho de llamarse universidad”, afirman que la “filosofía” será “filosofía de la técnica” o de la “inteligencia” artificial, sin lo cual ésta acabará por desaparecer de la faz de la tierra). Ideocrática apología del cinismo, que a lo único que realmente ha podido abrirle camino es a la “implantación” de una sociedad formicaria de zombis, autómatas e iletrados políticos bien amaestrados en los “valores” del capital, es decir, a una sociedad regentada por tecnócratas filisteos o “líderes” sociopáticos y rayana en el cretinismo. O bien: al colectivismo de la sociedad inafectiva, alienada, insolidaria, descomprometida y desvergonzada del “hombre masa” (Hannah Arendt) o del “hombre de la máquina” (Herbert Marcuse) del consumo estandarizado; y, por eso mismo también, del sujeto desciudadanizado, incívico, indiferente, indolente, política y moralmente atrofiado (consumidor de su propia vida y negrero esclavista de la del prójimo, como ya lo advertía Jean-Jacques Rousseau en Emilio o la educación; comoquiera que, como dice, asimismo Sartre en El ser y la nada, Quinta parte: cap. II, el conocimiento como consumo-posesivo o antropofagia ideológica, es sobre todo un acto de autofagia autodestructiva, “Complejo de Acteón”; y para quien, en consecuencia: «Consumir es destruir y devorar: es destruir asimilándose» (Sartre, 1943: 639, 655). Y que, como sociedad colectivista del consumo suicidógeno, la profanía de los valores que a lo largo de la historia le han permitido al hombre hacerse en lo humano y la inercia social generalizada, en nada se distinguiría, a la postre, de la envilecida “sociedad de los trogloditas”, magistralmente descrita por Montesquieu en la carta XI de sus Cartas persas, «que se asemejaban más a bárbaros que a hombres; no eran tan contrahechos ni velludos como los osos; no silbaban; tenían dos ojos; pero eran tan depredadores y feroces que no había entre ellos ningún principio de equidad ni de justicia (…); en la que todos los particulares convinieron en que ya no obedecerían más a ningún principio; que cada uno velaría sólo por sus intereses sin consultar los de los demás. Unánime revolución que complacía a todos los particulares. Decían: “¿Para qué he de matarme trabajando por gente que no me interesa? Sólo pensaré en mí; viviré feliz. ¿Qué me importa que los otros lo sean? Me procuraré la satisfacción de todas mis necesidades; y, mientras pueda satisfacerlas, me será indiferente que los demás trogloditas sean desdichados» (Montesquieu, 1721: 37). Así las cosas, parece haber quedado ya suficientemente claro que el acuciante motivo que me ha llevado a realizar este estudio, obedece a una preocupación de alcance mucho mayor, aunque sin minimizar para nada su importancia, que la que debe suscitar el problema de la desfinanciación de la universidad pública, el único que ha podido despertar la tibia y ambivalente reacción de la gran mayoría de los rectores, o de su conversión en universidad “con ánimo de lucro”. Parte, en efecto, de la constatación de un hecho de consecuencias impredecibles y de gravísimas 13
  • 14. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS repercusiones no sólo en lo que atañe a la pervivencia de la universidad pública colombiana en lo que históricamente la define como tal sino, además y sobre todo, al futuro de la democracia y a la posibilidad de consecución de la paz en el país; y, así, parte de la tesis central de que el Proyecto de ley de Reforma a la ley 30 no era ni fue una iniciativa del gobierno colombiano y que éste se hizo exclusivamente bajo el dictado de los ideólogos del Banco Interamericano de Desarrollo, con el objeto de darle definitiva concreción a las “Estrategias técnicas para el rediseño de las Instituciones de Educación Superior de América Latina, cuyos principales lineamientos (subrepticiamente definidos, como dije más arriba, bajo el engañoso y persuasorio título de Responsabilidad Social Universitaria (RSU) y designados de manera más explícita en los manuales instructivos del BID como «Herramientas de gestión de la Responsabilidad social universitaria» para la “organización del sistema de educación superior latinoamericano”; o, más bien: para la realización de la “Tercera Reforma estratégica de la Universidad pública latinoamericana”), habían sido recogidos punto por punto, y casi coma por coma, en el precitado proyecto de ley radicado ante el Congreso, y que fue retirado por el gobierno. Mi lapidaria aseveración se apoya en una pormenorizada lectura de algunos documentos internos de la División de la Filosofía y de la Ética de la UNESCO, sin los cuales no me habría sido posible hacer una reconstrucción cronológica más completa de la historia de la injerencia del BID en la universidad latinoamericana, y a los que me fue dable tener acceso en mi calidad de representante de Colombia de la Red Internacional de Mujeres Filósofas de la UNESCO. Precisión necesaria, si se tiene en cuenta que hubo un largo tiempo, durante los dos periodos intermitentes de la Dirección de Federico Mayor Zaragoza (el Director General del Organismo es nombrado por cinco años), en que la UNESCO, que Mayor tuvo la pretensión de convertir en “sistema de las Naciones Unidas” y con la intención de arrogarse el derecho de ponerla casi enteramente al servicio de los intereses del Banco Interamericano de Desarrollo (época que algunos filósofos franceses designan como la de “la UNESCO burocrático- cosmética”), no es la UNESCO tal como la conocemos y, como es en la actualidad, es decir, acorde con los principios, propósitos, valores e ideales filosóficos que motivaron e inspiraron su creación (cabe agregar que la pretensión de Mayor sólo pudo ser refrenada a tiempo, como se verá más adelante, gracias a la enérgica resistencia crítica de la Sección por las Ciencias Sociales y Humanas de la UNESCO, la División de la Filosofía y de la Ética, y el Programa en “Seguridad humana, Democracia y Filosofía” (dirigido por Moufida Goucha). Una precisión sin la cual no podría entenderse, tampoco, por qué todas las iniciativas, planes, proyectos y reformas neoliberales atinentes a la educación, y el precitado proyecto de ley no podía ser la excepción a la regla, apelen sistemáticamente al nombre de la UNESCO, para darles visos de legitimidad. Pero esa aseveración se apoya, sobre todo, en una pormenorizada lectura de alrededor de mil páginas de documentos internos del BID (leídos estoicamente de punta a cabo, y que aquí sólo puedo exponer de manera sucinta), los cuales están exclusivamente dirigidos a los ampulosamente denominados “líderes locales del desarrollo sostenible”; a quienes se les recomienda “no darlos a conocer, bajo ningún motivo, a la luz pública, para evitar que se hagan de los mismos erradas o malintencionadas interpretaciones” (ya diré, en breve, de qué manera esos documentos llegaron a mis manos). Lastimosos misólogos o indigentes del 14
  • 15. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS pensamiento, enemigos del razonamiento y cultores del discurso suicidógeno- misantrópico, para decirlo en la terminología del Fedón platónico, y quienes incapaces de desenmarañar ellos mismos el incoherente acervo de seudoconceptos y seudoideas del que están hechos sus canallescos, vesánicos y no menos cantinflescos galimatías, convierten de manera recurrente en “zona gris” lo que jamás le sería dable justificar por la vía argumentativa). 2 Historia de la injerencia del BID en la Universidad latinoamericana, a través de su fallida pretensión de convertir a la UNESCO en “sistema [neoliberal] de las Naciones Unidas” Aparte del hecho de que los manuales de adoctrinamiento y “lavado de cerebros” del BID, a los que he hecho más arriba referencia, parecen haber sido escritos a la intención de iletrados políticos, oportunistas incautos o cínicos advertidos, filisteos, tecnócratas o débiles mentales, como podrá verse luego a la luz de los ejemplos de los que se hará la transcripción, tales documentos, sobre todo en lo que concierne a las «Herramientas RSU», tienen real carácter de “guías del usuario para el aprendizaje de la barbarie”, para parafrasear el título de una conferencia de Eric Hobsbawm (en donde se hace, por lo demás, de modo transversal, un ferviente llamado a la vigilancia ética y epistemológica de los colombianos ante la preocupante situación de descomposición social y descompromiso ciudadano que se vive en el país desde la década de los 70’s, época de la incoación de la radicalización de los movimientos de extremas en América Latina): La barbarie no es algo como el patinaje sobre el hielo, una técnica que hay que aprender; al menos no lo es a no ser que quieran ustedes convertirse en torturadores o en alguna otra clase de actividades inhumanas. Es más bien una consecuencia de la vida en determinado contexto social e histórico, algo que forma parte del oficio, como dice Arthur Miller en La muerte de un viajante. La palabra “avispado” expresa mejor lo que quiero decir porque indica la adaptación real de las personas a una sociedad sin las reglas de la civilización. Al comprender esa palabra nos hemos todos adaptado a vivir en una sociedad que es incivilizada si se compara con las pautas de nuestros abuelos o padres, incluso –si se es tan viejo como yo – de nuestra juventud. Nos hemos acostumbrado a ella. No quiero decir que los ejemplos de barbarie hayan dejado de horrorizarnos. Al contrario, sentir horror de forma periódica por alguna atrocidad poco corriente forma parte de la experiencia. Contribuye a disimular hasta qué punto nos hemos habituado a la normalidad de lo que nuestros padres –sin duda los míos- hubieran considerado que era vivir en condiciones inhumanas. Tengo la esperanza de que mi guía del usuario ayude a comprender cómo se ha llegado a esta situación […]. Porque lo peor del asunto es que nos hemos acostumbrado a lo inhumano. Hemos aprendido a tolerar lo intolerable. La guerra total y la guerra fría nos han lavado el cerebro y nos han hecho aceptar la barbarie. Peor aún: han hecho que la barbarie pareciese no tener importancia, comparada con cosas más importantes como el ganar dinero (Hobsbawm, 1994: 253, 264). De modo que lo que, en realidad, se pone de manifiesto con la recomendación de los ideólogos del BID de no dar a conocer a la luz pública sus truculentos “instructivos holísticos” es, desde luego, el ostensible temor de que puedan caer en manos de los investigadores humanistas en ciencias sociales, politólogos y pedagogos críticos; y, en particular, de los filósofos políticos y especialistas en el campo de la ética-filosófica (con lo que se explica también a qué obedece, en parte, el bramido del lóbrego asesor en marketing político, J.J. Rendón, cuando dice que: eso de la ética es para los 15
  • 16. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS filósofos, con la que no sólo se valida la inmoralidad rastrera del “todo vale” de los nuevos “gerentes de la ética”, sino que se pone además en evidencia hasta qué punto la deserción de las ideas ha llevado a los politicastros a hacer ‘campaña de adhesión’ tan sólo con las trapacerías y con los puños. Un bramido que pareciera extrañamente coincidir con la táctica de propaganda usada por los ideólogos bolcheviques y los nazis; y que, según Hannah Arendt, consistía en “desconocer públicamente las normas morales ordinarias, jactándose de no regirse por ninguna, no sólo a fin de perfilar sus delitos futuros” sino, además, porque estaban firmemente convencidos, y la experiencia lo ha demostrado, que «la propaganda de hechos canallescos y el desprecio general por las normas morales es independiente del simple interés propio, supuestamente el más poderoso factor psicológico en política. No es nada nuevo la atracción que para la mentalidad del populacho supone el mal y el delito. Ha sido siempre cierto que el populacho acogerá satisfecho “los hechos de violencia con la siguiente afirmación admirativa; serán malos, pero son muy hábiles” [cita de los “Protocolos de los Sabios de Sión”]» (Arendt, 1951: 387). Pero que no pone menos en evidencia el hecho, como dice también Arendt en su artículo «Sobre la mentira en política» al que se hará referencia luego, de que tras la “campaña sicológica de guerra contra el pensamiento crítico”, se esconde el propósito de sustraerse, por adelantado, a toda posibilidad de debate (o, como yo añadiría, para desprestigiar, de ese modo, la fuerza del adversario ante los apostadores, y así no tener que verse obligado a librar lucha). Con todo lo cual se confirma, en suma, el temor no menos ostensible de los ideólogos del BID y de sus epígonos, de enfrentarse a las armas de la palabra; su incapacidad de sostener la mirada crítica de quienes disponiendo de los recursos teóricos, discursivos y argumentativos necesarios, que en este caso no se precisa poner del todo en vigor para proceder al desmantelamiento de la patraña, son, en todo caso, quienes están en mejores condiciones de hacer un enfático llamado a la vigilancia ético-ciudadana. De ahí, por tanto, la ausencia de referencias, datos bibliográficos y paginación en la mayoría de los dossiers; la frecuente anonimia de los autores; los títulos engañosos mediante los que se les designa –la carátula del dossier correspondiente a las “Estrategias técnicas de rediseño de las Instituciones de Educación Superior latinoamericana” y de la implantación de su “Tercera Reforma estratégica del Sistema de Educación Superior de América Latina” (cuyos reales lineamientos se definen en las “herramientas RSU”, en donde se sugiere sustituir el nombre de Universidad por “Institución de Enseñanza Superior” (IES) y el de profesor por el de “docente”), tiene, por ejemplo, el singular título de Antecedentes y Contexto –; la elisión del significado de los acrónimos en las siglas utilizadas o de los datos cronológicos y, en este último caso, de su deliberada alteración, la extrapolación de los enfoques de los filósofos y pensadores a los que les era inevitable apelar para darles apariencia de textos académicos, ya veremos de qué modo interpretan a Aristóteles, así como el uso inmoderado de absurdos latinajos, por no hablar de la indigencia de estilo, los frecuentes errores gramaticales y la deplorable pobreza de lenguaje. A lo que habría que agregar, además y sobre todo, la constante subrepción de los lenguajes de la democracia y de la ética para modificar con fines demagógico- “estratégicos” su significado o expresar todo lo contrario de lo que en realidad quieren decir, mediante el empleo recurrente de tropos de lenguaje: como en las metonimias 16
  • 17. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS autonomía individual por “autocontrol”; “autonomía social por “autonomía contractual”, “autonomía universitaria” por “autogestión administrativa” y ciudadanía social por “ciudadanía corporativa”; de las sinécdoques corporativismo por “gobierno corporativo (corporate governance)”, “gobernanza democrática”, “aplicación de los Códigos de Buen Gobierno” o “prácticas sistémicas de buen gobierno” y neoliberalismo por “política neoliberal de Reagan”; o del oxímoron “Ethos oculto” en sustitución del concepto de currículo-oculto de Bourdieu (mediante el cual las estructuras jerárquicas de dominación-reproducción no explícitas del aparato educativo estatal, “currículo oculto”, se convierten en “intenciones ocultas de los profesores” o en «pedagogía invisible estrechamente relacionada con la ejecución de rutinas en la institución, rutinas intersubjetivas que legitiman, de manera sutil y no tan sutil, prejuicios, valores poco defendibles, discriminaciones solapadas etc. [De modo que] es gracias a este concepto de Ethos oculto que podemos reconocer el papel educativo que juega la administración central de la Universidad, muchas veces sin querer ni saberlo. [Lo] que justifica que la gestión socialmente responsable de la administración universitaria forme parte de la educación en valores que se brinda a los estudiantes» (Vallaeys: 2006, 2); afirmación que, a primera vista, pareciera desdecirse con la que hace en la mayoría de sus “instructivos”, en donde señala que “la RSU no se define en términos de promoción de valores sino de Gestión de impactos”; pero que es contradictoria sólo en apariencia, puesto que a lo que con ello, en realidad, se apunta es a inducir en sus incautos lectores la idea de que sólo los “valores corporativos del hábito empresarial” pueden ser “enseñados” y “pro-movidos”; esto último con base en “campañas publicitarias con fines de marketing institucional”, definidas en la misma conferencia que se acaba de citar y que pueden versar, por ejemplo, sobre temas de “desarrollo”, “futuro del planeta”, “universidad de ambiente agradable”, “entornos sanos” o “asuntos de salud ocupacional”). De ahí también el empleo constante de figuras retóricas como la antífrasis, la hipérbole y los símbolos de agigantamiento (del que el caso más emblemático es la denominación del sociólogo y seudofilósofo Edgar Morin, el gran inventor de los términos “conocimiento pertinente” y “sistema del desarrollo sostenible complejo” que Luis Carrizo, coordinador general de la Iniciativa Interamericana de Capital Social, Ética y Desarrollo del BID, llega inclusive hasta la desfachatez de designar como “el Copérnico del Nuevo Milenio” y de cuyos demenciales latinajos, verborreas y logomaquias está hecho el sistema ideológico de propaganda del BID y su estrategia justificativa seudocientífica); y, finalmente, la apelación, sistemática, a todas y cada una de las falacias en la argumentación. Aun cuando en algunos escritos de los documentos examinados se diga que el principal propósito del BID es el de “contribuir a la aminoración de la pobreza en América Latina” o al “crecimiento económico con equidad” (lo que es ya una contradicción en los términos)4, mediante el “apoyo solidario5 a la educación y a los proyectos 4 Como escribe a ese propósito Eric Hobsbawm, en la obra ya mencionada Sobre la historia: «Durante la mayor parte de la historia, el mecanismo básico que ha hecho posible el crecimiento económico ha sido la apropiación por parte de las minorías, de uno u otro tipo de excedente social generado por la capacidad productiva del ser humano con el objeto de invertirlo en nuevas mejoras, a pesar de que no siempre ha sido éste el destino que se le ha acabado dando. El crecimiento ha sido posible gracias a la desigualdad. […] Ya no es posible dar por válido el supuesto tradicional de que, incluso destruyendo algunos puestos de trabajo, el crecimiento económico genera aún más en otros sitios. En algunos aspectos esta desigualdad interna es similar a la conocida y creciente diferencia que existe entre la minoría de países desarrollados o en vías de desarrollo y el mundo pobre y atrasado. En ambos casos la disparidad va en aumento y, a juzgar por las apariencias, todavía se 17
  • 18. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS universitarios de innovación y desarrollo tecno-científico”; o, como dice también F. Vallaeys “la solidaria prestación de asesorías técnicas especializadas”, las más de las hará mayor en el futuro. En ambos casos, y por muy impresionante que resulte, es obvio que, en lo que a la disminución de las desigualdades internas se refiere, el crecimiento económico alcanzado a través de una economía de mercado no ha resultado ser un mecanismo que haya logrado automáticamente resultados positivos [como las “locomotoras de la Prosperidad”], si bien es cierto que, por lo general, ha conseguido que el sector industrial se desarrollase en todo el mundo y tal vez en su interior se produjera un proceso de redistribución de la riqueza y el poder como, por ejemplo, el que ha tenido lugar entre los Estados Unidos y Japón. Ahora bien, dejando a un lado la moralidad, la ética y la justicia social, esta situación crea, o agrava, una serie de problemas económicos y políticos muy serios. Puesto que las desigualdades inherentes a estos acontecimientos históricos son disparidades tanto de poder como de bienestar social, se las puede pasar por alto a corto plazo. De hecho, esto es precisamente lo que están deseando hacer hoy día la mayoría de las clases y los países poderosos. La gente pobre y los países más débiles, desorganizados y deficientes desde un punto de vista técnico: en realidad lo son más que en el pasado. Dentro de las fronteras de nuestros países, podemos dejar que sufran en los guetos o que pasen a engrosar las filas de los marginados insatisfechos. Podemos proteger las vidas y los hogares de los ricos colocando a su alrededor muros electrificados defendidos por fuerzas de seguridad privadas y públicas» (Hobsbawm: 2002, 48-49). El análisis del historiador inglés pone ante nuestros ojos la terrible crisis humanitaria global por la que estamos atravesando. El caso más dramático es, desde luego, el que hoy se vive en Somalia (sin olvidar a Haití), país declarado en meses recientes por la ONU en situación de hambruna para más de 12.000.000 de personas y en donde, según J.M. Calatayud, enviado especial a Mogadiscio del diario El País de España: “160.000 de sus ciudadanos se han refugiado en Kenia y un millón y medio de personas han sido desplazadas al interior del país, según el Alto Comisionado de la ONU, a causa de la violencia política y de la sequía (no ha llovido una sola vez durante los dos últimos años). Somalia en donde los niños mueren en las calles ante la mirada impotente de sus mayores y que es considerado, además, el país más corrupto del mundo” (Calatayud: 2011, 2.3). Pero que es, también el país más desigualitario del planeta, del que Colombia se halla, según cifras recientes del PNUD, en el deshonroso tercer lugar (siguiendo los datos porcentuales consignados en el informe del último número de la Revista Semana, «Colombia en cifras» de Camilo Herrera Mora, Presidente del Raddar-Consumer Knowledge Group, publicado en el último número de la Revista Semana, “la pobreza nacional alcanza el 45, 5 % de la población” [no se dice, por cierto, cuántos colombianos viven en condiciones de indigencia o de precariedad extrema], y en la evaluación porcentual por “estratos sociales”, la mal llamada “clase baja”, términos indignantes que sólo tienen uso en Colombia pero que, en éste último caso también permite subsumir de manera operativa la indigencia en la pobreza, comprende “el 58, 34%”: mientras que las clases opulentas “a las que en el país les damos el nombre de “clase alta”, constituyen un “3,29” del total de la población. Pero Somalia es, además, y sobre todo, el país con mayor número de población desplazada en el mundo, del que, según Acnur, “el país ocupa el puesto número 3 dentro de los países de las Naciones Unidas”; “3.687. 035 es el número de personas desplazadas reconocidas por Acción Social”, es decir, reconocidas en las cifras oficiales (Herrera: 2011, 144, 166). 5 No podría dejar de poner aquí de relieve la especial trapacería con que uno de los “líderes locales del desarrollo”, el “profesor” de la Universidad Bolivariana Antonio Elizalde Hevia, define de manera ideológica operativa, en una de las conferencias que me fueron suministradas en los textos anexos de los “instructivos holísticos” del BID, el concepto de “solidaridad”, vocablo de origen latino que procede del término jurídico in solidum como responsabilidad legal de imputación, que en sentido etimológico significa “común a muchas personas de modo que cada una responde por el todo”; y que lo hace, justamente, con el objeto de darle carácter sistémico-funcional u organicista a la definición (como si el funcionalismo clásico no hubiera surgido seiscientos años después de la Edad Media y como si el término “comunidad de destino”, acuñado por Otto Bauer quien es, con Joseph Schumpeter, uno de los principales teóricos del neocorporativismo, con su política reformista del partido social-demócrata austriaco y su visión de la solidaridad como “intersolidaridad entre pares”, para quien: “No es la identidad de destino, sino únicamente la idea de sufrir la comunidad de destino, la que crea la nación (…), [a través de] la interacción constante entre los compañeros de destino, [lo que] la distingue de todas las demás comunidades de carácter”). Así, pues, en palabras de Antonio Elizalde: «Etimológicamente, la palabra solidaridad tiene su raíz en el latín, si bien su procedencia no es directamente de la lengua latina, sino a través del francés [sic.], que parece ser el primer idioma en utilizarla. La raíz latina está en la familia de las palabras de solidas, con el significado de “sólido”, “compacto”, “entero”. En esta raíz etimológica de la palabra encontramos “dos universos significativos”: el de la construcción (algo construido sólidamente). Del primero quedará la lógica orgánica en el concepto de solidaridad: la unidad de un todo en el que las partes están sólidamente trabadas. Del segundo quedará la exigencia de compartir el destino entre las personas implicadas» (Elizhalde , A. «Conceptualización del Sector Solidario», Conferencia preparada para el I Congreso Nacional de Investigación para el Sector Solidario organizado por la Pontificia Universidad Javeriana y el DanSocial y realizada en Bogotá los días 4 y 5 de noviembre de 2004. Y, sobre la cita de Otto Bauer, véase: Colom, F., 1998:90). 18
  • 19. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS veces los autores de los documentos, incluyendo al mismo Vallaeys, se expresan sin rodeos, y en un lenguaje más descarnado, lo que hace todavía más explícitas las reales intenciones de las “estratégicas” maquinaciones manipulaciones e ideológicas neurolobotomías de su para nada desregulado “sistema macroeconómico, integrado por microsistémicas” estrategias de dominación. Las cuales se construyen, como se lee en el artículo ya mencionado de Hannah Arendt «Sobre la mentira en política», en donde la filósofa alemana hace un pormenorizado análisis de los documentos desclasificados del Pentágono, revelados por el New York Times, y de los métodos empleados por los servicios oficiales y sus “especialistas en la solución de problemas” para manipular a la opinión pública estadounidense durante la guerra de Vietnam, con base en un sutil juego de contra-verdades y contra-mentiras, el uso de clisés y, en ocasiones, la apelación a provocadoras baladronadas y deliberados ultrajes, que les permitían medir el grado de despersonalización y de inercia moral al que podían llegar los ”hombres de la masa”, en nuestro caso los futuros “líderes” locales del desarrollo, o el nivel de aceptación-adhesión a lo que una persona con cierto grado de autonomía, consideraría intolerable o inadmisible (Arendt, 1971: 7-51). Siguiendo esa línea, no es de extrañar que todos los tecnócratas del BID se refieran, sin excepción, a la universidad pública latinoamericana en términos denigrantes y difamatorios, atacando de manera virulenta el derecho a la autonomía, ante la evidencia de que es ese, precisamente, el inexpugnable bastión de resistencia al que el Organismo tiene todavía que enfrentarse, y no sólo desde el punto de vista económico sino, además y sobre todo cívico-moral, para llevar a ejecución la fase última de su “política sistémica” de intromisión en la universidad pública colombiana, es decir, su política de transformación “del conjunto de la IES” en supermercado educativo del gobierno estadounidense y de las fuerzas globales del mercado o de las corporaciones económicas del sistema financiero neoliberal. Una autonomía universitaria descentrada (que no ha de ser considerada, por tanto, ni en cuanto “autodeterminación” o en sentido endogámico-soberanista, ni como autonomía formal, de facto o de mero derecho de membresía) de cuya preservación y puesta en ejercicio, a través del desarrollo de la cultura estético-humanista y ciudadana, la formación en la autonomía individual y la institución de una auténtica ciudadanía universitaria, depende, por consiguiente, el que podamos ponerle un muro de contención a la pendiente de la barbarie por la que progresivamente nos hemos ido deslizando (¡Así haya quien diga, y precisamente a consecuencia del déficit de autonomía moral de juicio y de pensamiento de la sociedad colombiana, que 29.992 muertes violentas en 2010 no representan nada, puesto que no se las encarna en seres humanos de carne y hueso, si se compara la cifra con la de la época de las Cruzadas! Como se pregunta con acierto Rousseau en el Discurso sobre las ciencias y las artes, a propósito de la Europa dieciochesca, que «había vuelto a caer en la barbarie de las primeras edades», algo muy semejante a lo que está en trance de suceder en nuestra Era Numérica, donde el ser humano se ha vuelto un residuo, un ser supernumerario o una mera cifra en las estadísticas: […] Y ¿qué vendrá a ser la virtud, si será preciso enriquecerse a toda costa? Los antiguos políticos hablaban sin cesar de las costumbres y de la virtud; los nuestros no hablan más que de comercio y de dinero. El uno os dirá que un hombre vale en un lugar la misma cantidad que otro; siguiendo este cálculo, encontrará países en donde un hombre no valga nada, y otros, en donde valga menos 19
  • 20. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS que nada. Avalúan a los hombres como se avalúa un rebaño de ganado» (Rousseau, 1750: 80, 88). Lo que no es de extrañar en un país en el que, como así sucede en el nuestro, se le pone precio incluso hasta a un cadáver; en donde la realidad de lo infame no se mide, por tanto, por el horror del crimen perpetrado sino por el número de muertos o de víctimas sobrevivientes, contribuyendo con ello a la desmemoria colectiva en aliada de la impunidad y de la mentira). Porque esa malhadada afirmación indica, como ya lo mostraba también Arendt, que la pérdida de autonomía moral y la destrucción de la autonomía individual (principio de base de la formación humanista y por tanto del real valor y sentido de la preservación de la autonomía universitaria), son las principales aliadas de la barbarie. De ahí que los auto-declarados y enconados enemigos de la autonomía universitaria, para quienes la enseñanza de la ética debe ser transferida a los empresarios, administradores y líderes tecnócratas, tilden siempre a la universidad pública latinoamericana de “universidad tradicional” o en la que sólo se enseñan los valores obsolescentes pre-modernos de “la moral centrada en el simple fuero del sujeto”. Pero es sobre todo desde el punto de vista institucional que se la designa como universidad tradicional, es decir, “retardataria”, “anacrónica”, “tercermundista”, “autonómico- monopólica”, “anárquica” y “desigualitaria” o “elitista” (o, más bien: sin suficiente cobertura, noción que sistemáticamente amalgaman con “redistribución o inclusión sociales”; como si, de un lado, y siguiendo en ello las dos versiones de la igualdad en Aristóteles, masificación rebañega y educación pública con equidad, o educación conmutativa, basada en la igualdad aritmética del “a mayor o menor dinero mayor o menor calidad de instrucción” y educación distributiva (justicia social), cimentada en el principio de igualdad geométrica o proporcional del “a todos y cada uno el derecho a la educación y a la óptima calidad en la formación académica, así como al pago de los costos educativos según las capacidades económicas de cada quien y el derecho de elegir la universidad en la que desean ingresar en la medida de sus posibilidades”; y como si, del otro, desarrollo tecno-científico y desarrollo socio-humano, fueran términos equiparables). Concepto de redistribución o inclusión social, del que los dirigentes, funcionarios, ideólogos, esbirros y “líderes locales del BID” ignoran, desde luego, cuál es el verdadero, sentido, valor y significado ético-político. Ahora bien, en razón de que no me es dable, en tan corto espacio, hacer un detallado cotejo de algunos parágrafos del proyecto de ley que había sido radicado en el Congreso de la República con los parágrafos correspondientes de los documentos del BID (sobre todo por lo que se refiere a los Objetivos del Proyecto” y a la “Exposición de motivos” que coincidían casi letra por letra con los lineamientos del Organismo corporativo financiero e inclusive, en algunos pasajes, con el modo de redacción y el uso de las mismas falacias en la argumentación que utilizan sus tecnócratas ideólogos)6, he optado, finalmente, por transcribir una extensa cita del ideólogo del 6 Para no citar más que un ejemplo, los datos suministrados en el §III de los objetivos del Proyecto de ley de reforma del gobierno:«Tendencias de la Educación Superior en el Mundo: Transformar la educación para transformar el mundo» fueron extraídos del Documento de José Joaquín Brunner, ideólogo del BID y “profesor”- investigador de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile: «Nuevas demandas y sus consecuencias para la educación superior en América Latina”, preparado para el Proyecto CINDA del BID, del que no me fue posible encontrar el significado del acrónimo, en colaboración con ISEALC/UNESCO, del que extraigo esta elocuente cita del § 2.11, a propósito del que deberá ser “el nuevo modo de producción de las IES”: «El conocimiento es producido generalmente en contextos de aplicación: hay por tanto un importante grado de utilitarismo y de sensibilidad a 20
  • 21. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS BID Claudio Rama, que muestra hasta qué punto los dóciles funcionarios del MEN habían hecho aplicadamente la tarea, y en qué grado el no te dejes engañar de la propaganda oficial no era más que la expresión de la “pérdida de la función de lo real” a la que tales funcionarios han sido arrastrados por sus propias autosugestiones y que hace que los reales embaucadores hayan sido otros (“los cazadores-cazados” del mito de Acteón) que los denunciados subrepticiamente por el ideológico sofisma; a quienes, siguiendo las “políticas sistémicas” consignadas en los “instructivos” del titiritero, se tilda públicamente de “difamadores del gobierno”; cuando no de “nostálgicos rezagados”; “enemigos de la técnica, la sana competencia, la internacionalización, la apertura económica y el anhelo de Prosperidad para todos”. Pero que recuerda, además, el principio que los ideólogos bidistas pro-mueven en sus manuales: No explicar nada del significado metafórico del juego a los participantes antes de jugar. Lo que hace, por lo demás, menos sorprendente el empecinamiento del gobierno en decir que el proyecto de ley “no [tenía] carácter privatizador” (¡preguntémosle, si no, a la Señora Ministra de Educación, la Ingeniera Industrial María Fernanda Campo Saavedra, qué entiende ella por “calidad de la educación”!). Desvergonzado eufemismo que parecería ser casi una nimiedad, en comparación con el real alcance y propósito al que apuntaba, en realidad, el proyecto de ley de reforma del gobierno, que de ser aprobado por el Congreso de la República le habría hecho ni menos la entrega definitiva y formal traspaso de la universidad colombiana al Banco Interamericano de Desarrollo, apostándole en el juego a la independencia de la universidad pública en relación con el Estado y su derecho de auto-gobierno, pero sobre todo poniendo en juego la soberanía misma del Estado colombiano frente al gobierno estadounidense, en desacato del mandato constitucional que obliga a los representantes del Estado a defender la independencia nacional. Porque, como se lee en el texto de Rama, en donde se postulan de modo explícito las “estrategias” justificativas para “implantar” la “Tercera Reforma estratégica de la Universidad Pública latinoamericana”, auspiciada y abusivamente impuesta por el BID: Durante el correr del siglo, los cambios demográficos, la masificación de la educación media, la urbanización y la creciente importancia económica del conocimiento y de las destrezas, técnicas y profesiones y el incremento de la competencia en los mercados laborales cada vez más exigentes, contribuyeron en su conjunto a que la educación superior dejara de ser -en la mayoría de los países de la región – una institución educativa accesible sólo a una élite, convirtiéndose así en un factor vital para los planes de desarrollo nacionales y de movilización social (…). Las universidades públicas se desarrollaron como estados dentro de los Estados nacionales a partir del desarrollo de la normativa de la autonomía, que en algunos casos llegó a colocar la autonomía universitaria al mismo nivel de rango de los derechos fundamentales [¡y sí que lo es!!!]. Bajo ese paradigma la Universidad monopólica pública era la vanguardia intelectual de la sociedad, eje del proceso de incorporación del conocimiento y del sistema de educación terciaria. Hacia los 60 y 70 el modelo universitario nacido de la reforma de Córdoba, sufrió cambios radicales. Más allá de la crisis económica y social del modelo de inserción de la región en la demandas; La producción de conocimiento tiene aquí un carácter transdisciplinario [ya tendré la ocasión de mostrar la sinonimia-ignominia que hacen los tecnócratas bidistas entre “transdisciplinariedad” y “conocimiento pertinente” o tecno-científico]: trabajo regido por problemas o por un asunto, el conocimiento producido no es asimilable a una disciplina, en vez de la publicación científica como método único y reconocido para dar a conocer resultados hay transferencia de la experiencia adquirida y del conocimiento tácito obtenido a nuevos problemas o asuntos, a través de redes altamente dinámicas (…)» (Brunner, 2000: 3-4; 15). Los términos en negrilla son míos. 21
  • 22. LA INDIGNACIÓN DE LOS INSUMISOS economía mundial, muchas causas se pueden anotar que han coadyuvado al agotamiento del modelo tradicional de educación en América Latina. La expansión de la matrícula no estuvo acompañada por el crecimiento del financiamiento y hacia finales de los sesenta, el sector público en varios países comenzó a manifestar una incapacidad creciente de mantener las tasas de crecimiento financieras. El no suministro del financiamiento público en educación superior en la misma proporción en la que crecía la demanda de educación por los nuevos bachilleres, fue tal vez uno de los ejes del cambio de las políticas públicas, situación que se vio retroalimentada por el radicalismo vanguardista de las Universidades Públicas en los sesenta y la crisis del modelo de industrialización que le dio viabilidad al modelo universitario de la I Reforma. La incapacidad de las Universidades de ajustarse en forma dinámica y ágil a las nuevas realidades y pretender ser expresión de una nueva demanda de carácter político- ideológica muchas veces asociada a la “Universidad revolucionaria” o a la “universidad del tercer mundo”, confrontó a esas instituciones con partes importantes de la sociedad y del Estado y redujo su legitimación a la hora de las discusiones presupuestales. El crecimiento desordenado de la matrícula condujo a un deterioro de la calidad de la educación al no crecer los presupuestos y al carecer de mecanismos y procedimientos de aseguramiento de la calidad al interior de las Universidades o de todo el sistema (…). El peso desmesurado de la matrícula en profesiones tradicionales y la baja presencia en las áreas tecnológicas, contribuyó a una mayor distancia en términos de pertinencia, entre las Universidades y un aparato productivo que buscaba diversificarse en el marco de la crisis de los modelos primario exportadores (…). La cantidad y la calidad de los egresados comenzó a tener una menor pertinencia con la demanda del mercado cuyos perfiles estaban cambiando, lo cual comenzó a expresarse en el desempleo de profesionales y el inicio de emigraciones de técnicos y profesionales universitarios. Finalmente la presión creciente de los docentes y empleados redujo sustancialmente los gastos de inversión y de funcionamiento de las Universidades, generándose un incremento de los gastos corrientes y restringiendo el propio desarrollo académico de las Universidades que se tornaron cada vez más centros de exclusiva docencia [esta es una de las muy contadas ocasiones en que se utiliza la palabra academia, lo que se hace en términos exclusivamente ideológico-operativos, para dar a entender que “la crisis académica” es responsabilidad exclusiva de las reivindicaciones salariales de los profesores; en efecto, como se ha podido constatar a lo largo de la lectura de los manuales, en todos ellos academia se sustituye por “docencia”; académico por “docente”, actividad académica por “desempeño docente” y desarrollo académico por “desarrollo profesional educativo”]. (…) El modelo tradicional universitario latinoamericano del siglo XX sufrió en los ochenta y los noventa, un vigoroso proceso de transformación dado el incremento de las instituciones privadas, la diferenciación institucional, el aumento de la matrícula y la reducción relativa del peso de la educación superior pública. América Latina y el Caribe han ido pasando lentamente de los antiguos cuasi o absolutos monopolios, hacia un sistema binario complejo con dominancia de la ES privada (…). La diferenciación sin embargo no remite sólo a lo público o lo privado. Las Universidades públicas también se han diferenciado con nuevas características (…). En Chile por la división de las existentes y la creación de nuevas públicas en el conurbano de Buenos Aires para detener el crecimiento de la UBA y en Venezuela con el desarrollo de las Universidades Experimentales desde los 70 para controlar el nivel de autonomía absoluta de las tradicionales Universidades Públicas y contribuir a la especialización y regionalización de las IES. […] El co-gobierno y la autonomía han derivado en una modalidad de funcionamiento que restringe la formulación de políticas sistémicas para el conjunto de las IES, al supeditarlas a consensos difíciles dada la diversidad de misiones de las instituciones. Hay 22