EL PODER MUNDIAL Y CRIOLLO ESTÁ VINCULADO A PARTIDOS POLÍTICOS, A GOBIERNOS Y A LA BUROCRACIA QUE DEPENDEN DE LA FINANCIACIÓN DE LOS BANCOS Y DE LOS GRUPOS DE PODER ECONÓMICO.
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EL BUEN VIVIR COMO ALTERNATIVA AL
NEOLIBERALISMO
Cuando a los maestros y maestras se les plantea la posibilidad de
construir otro mundo opuesto a la sociedad del mercado, la
mayoría se muestra indiferente y considera una quimera tal
opción: “el mundo es así y seguirá mientras exista” es la muletilla
pensada y expresada. Otros, aunque reconocen al sistema como un
régimen deplorable y causante de dolorosos males, no identifican
qué responsabilidad tienen en esta situación y menos aún qué
pueden hacer para cambiarlo. Precisamente, este es otro grave
daño irrogado a la conciencia humana, y más lamentable en el
caso de los educadores, el haber internalizado en sus cerebros
la imposibilidad de cualquier cambio social. Como argumenta
Pérez Gómez (1999): “Desde los centros de poder político y
económico se difunde la idea que ya no hay más que una realidad,
una única forma viable de organizar la vida económica, social y
política; se impone la idea de la ausencia de alternativas
racionales y viables”. Es decir, la imposición del “pensamiento
único” que anula cualquier opción de transformación social.
De igual forma, son numerosos los docentes convencidos que el
cambio de estructuras le corresponde a los Estados y sus
gobernantes, más aún si éstos se definen como socialistas. En
consecuencia, son ellos, no el profesorado, quienes deben
enrumbar el país hacia una nueva sociedad.
En esta situación, el problema quizás no sea que un gobierno
determinado no haya definido su norte de cambio, sobre todo en
los regímenes progresistas, sino que la opresiva presencia del
capitalismo que, como se dijo, se cuela por todas las esferas
sociales y se incrusta en la profundidad de las mentes
ciudadanas, haciendo casi imposible cualquier utopía.
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No nos engañemos, el poder mundial y criollo está vinculado a
partidos políticos, a gobiernos y a la burocracia que dependen de
la financiación de los bancos y de los grupos de poder económico.
Es una contradicción pensar que alguien que está subvencionado
por estos poderes fácticos pondría en entredicho el status
quo creado por el sistema. Aunque resulta fatídico, el cambio
parece que no se dará con la clase política que pervive en todos los
países; tampoco por la clase obrera que sostiene el marxismo, y
mucho menos por los individuos de clase media que sobreviven en
el tibio mundo pequeño burgués.
La cuestión es mucho más ilusoria con los burócratas y tecnócratas
que han invadido todas las esferas gubernamentales, porque, como
hijos del neoliberalismo, no pueden ver otra realidad que no
sea aquella donde crecieron y fueron formados; aquel mundo
meritocrático, consumista, hedonista, acrítico y enajenado.
Ilich, el teórico de la desescolarización decía: “Un diplomado
universitario consume cinco veces la renta de un desheredado, y
total para ponerse, en la mayoría de los casos, al servicio de los
ricos”.
También debe recordarse que ni los miembros de las utopías de
izquierda pudieron oponerse a la omnipresencia del pensamiento
único neoliberal y han sucumbido a los cantos de sirena de las
mieles del capitalismo. ¿Qué puede esperarse de los sujetos
productos de este sistema, aunque sean docentes, sino una
abyecta sumisión al poder hegemónico de los amos del mundo?
Ahora bien, la pregunta lógica de los lectores será: ¿cuál es la
alternativa?; en otros términos, ¿qué sistema estamos obligados
a construir para honrar la esencia humana y salvar al planeta
de la codicia mercantilista? Si estas inobjetables preguntas no
son preocupación de los profesionales y sobre todo de los
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educadores y educadoras, ¿significa que debemos rendirnos ante
el capitalismo aniquilador? El pensador ecuatoriano Bolívar
Echeverría formuló con mayor elocuencia las mismas
inquietudes: “El progreso de la modernidad capitalista es un
destino ineluctable dentro del cual nacimos y en el cual
igualmente morimos? ¿Es imparable la devastación de lo natural
y lo humano que viene con ese progreso y que vemos avanzar
sin obstáculos?”
Para responder estas cruciales inquietudes algunos pensadores
han propuesto diversas utopías. Una de ellas es el socialismo como
una de las etapas de la evolución histórica de la humanidad. Sin
embargo, es necesario rescatar la real esencia de este modelo
político-económico, pues su ideología ha sido tan manoseada, al
punto que se ha convertido en un vocablo común, desvirtuado por
prácticas sociales y políticas que poco o nada tienen que ver
con el verdadero socialismo. La historia del último siglo da cuenta
de estas deformaciones ideológicas.
No es posible un estudio detenido del modelo socialista, pero
tratando de sintetizarla al máximo modo puede decirse que es la
sociedad donde el hombre pueda vivir dignamente, con justicia
social, libre, de acuerdo con los elementales principios humanistas,
en confraternidad con sus congéneres y respetuosa con la madre
tierra de la cual forma parte.
¿Quimera? ¿Sueño? ¿Utopía? Puede decirse lo que se quiera,
pero este debería ser el auténtico destino de la humanidad, si
no quiere presenciar su propio exterminio.
En consecuencia, la civilización moldeada por el sistema capitalista
ya no tiene nada que ofrecer a la humanidad, dice Roffinelli (2013),
por el contrario, nos conduce a una encrucijada de muerte y
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horror. “Creemos que – para conjurar la barbarie – el capitalismo
debe ser superado por un socialismo que marque una diferencia
cualitativa en la historia de la humanidad. Es decir, tendrá que
significar una verdadera transformación social en el ámbito
cualitativo, no sólo un mero cambio de sistema económico, sino
una verdadera transformación de los valores sociales y
morales”.
En efecto, el ideal soñado por los grandes pensadores antiguos
y contemporáneos no es fantasía, ha tenido presencia real en
el pensamiento indígena desde hace mil años. Lo que sucede es
que la “civilización” occidental pretendió aniquilar este modo de
vida a través del brutal genocidio a nuestros aborígenes, primero
por la codicia española y luego por la voracidad capitalista.
Nuestros pueblos denominaron a esta alternativa como la sociedad
del Sumak Kawsay o Buen Vivir. Esta referencia obliga a
dedicar algunas líneas al análisis de sus rasgos más
significativos.
La traducción del Sumak Kawsay es la siguiente
Sumak: plenitud, sublime, bueno excelente, magnífico, superior …
Kawsay: vida, ser estando.
Huanaccuni ((2010) explica: “El Sumak Kawsay es el proceso
de la vida en plenitud. La vida en equilibrio material y espiritual.
La magnificencia y lo sublime se expresa en la armonía, en el
equilibrio externo de una comunidad. Es el camino y el horizonte
de la comunidad, alcanzar al sumak kawsay, que implica primero
saber vivir y luego convivir. Saber vivir, implica estar en
armonía con uno mismo: estar bien y luego saber relacionarse
o convivir con todas las formas de existencia”.
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A diferencia del mundo occidental que propone el vivir mejor,
dentro de los dogmas del mercado, el Buen Vivir propone un modelo
de vida más justo para todos. Como explica Houtart (2013): “El
nuevo paradigma tiene que adoptar orientaciones opuestas a las de
un capitalismo que está llegando al colmo de su carácter
destructor y que, por consecuencia, es un instrumento de muerte,
tanto por el planeta como por el género humano. Proponemos el
concepto de Bien Común de la Humanidad, no como un eslogan, o
menos todavía como una concepción mesiánica, sino como un
instrumento analítico y una meta colectiva, que puede recibir
varios nombres, desde el sistema de necesidades y capacidades de
Marx, hasta el Socialismo del Siglo XXI de América Latina, o el
Sumak Kawsay de los indígenas kichwa del Ecuador. Lo importante
no es el nombre, sino el contenido”.
Este nuevo paradigma es, de modo concluyente, equitativo. En vez
de propugnar el crecimiento continuo que puede acabar con el
planeta, busca un sistema económico que esté en equilibrio con la
naturaleza. En lugar de atenerse casi exclusivamente en datos
referentes al Producto Interior Bruto u otros indicadores
económicos, el Buen Vivir se guía por conseguir y asegurar los
mínimos indispensables, lo suficiente, para que la población pueda
llevar una vida simple y modesta, pero digna y feliz (Vajean, 2009).
Quizás el rasgo que más identifica a este paradigma es el
comunitarismo, es decir, Buen Vivir no puede concebirse sin la
comunidad. En este marco el aprendizaje social y la participación
de la comunidad. En este modo de vida no hay cabida para el
individualismo, en pugna permanente con sus semejantes. La
comunidad como “ente viviente” construida por sus miembros vela
por el bienestar en todos los campos de la existencia de los
hombres mujeres, niños, jóvenes y ancianos. Aunque este atributo
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parece tener más presencia en las zonas rurales, también los
barrios las ciudades, pueden crear esta forma fraterna de vida.
La otra característica emblemática es la creación de una
economía solidaria. En el seno de la comunidad, el trabajo, la
producción es obra de todos, por consiguiente, la distribución
de sus bienes y productos deben ser de acuerdo con las
necesidades individuales y familiares. En esta realidad, la
pobreza y la riqueza no tienen sentido. En oposición a la
economía capitalista que busca la satisfacción individual y la
máxima acumulación, en detrimento de quienes menos tienen,
el Buen Vivir propugna una economía que permita la satisfacción
de las necesidades básicas de todos.
El respeto a la Madre Tierra o Pachamama es otro rasgo
emblemático que llama la atención de los pueblos del primer mundo,
los cuales comprueban como su medioambiente se destruye
paulatinamente. El Buen Vivir reivindica el equilibrio con la
naturaleza y los saberes ancestrales de los pueblos indígenas
para su conservación. De acuerdo con la cosmovisión indígena
la naturaleza es parte de la vida de las personas, no algo ajeno
o aprovechable. De ahí, que sus prácticas agrícolas y
artesanales se fundamentan en un desarrollo sostenible y
sustentable; se respeta, pues, el agua, el suelo, el aire y la
vida animal porque son complementos de la vida humana.
Frente a la democracia liberal que nos trajo la civilización
occidental, las comunidades han demostrado, desde tiempos
inmemoriales, cuál es el verdadero sentido de la democracia donde
todos son parte de la vida de la comunidad, se comprometen y
responsabilizan por su desarrollo. Solo en este ambiente puede
darse el cumplimiento de igualdad y justicia social.
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Asimismo, en el Buen Vivir de estas comunidades apenas hay
lugar para el conflicto, la lucha fratricida, la competitividad
feroz, el darwinismo social, la violencia, el amurallamiento de
ciudades y otras formas de defensa frente a la agresión
externa. En la convivencia comunitaria de nuestros pueblos es
casi inexistente que alguien esté armado o tenga intenciones
de atacar al vecino, y cuando eventualmente esto ocurre se
debe a la influencia de culturas externas que viven a diario la
agresividad.
En este tipo de mundo no hay cabida para el hurto, el
aprovechamiento de los bienes ajenos; si todo es de la
comunidad qué sentido tiene el aparecimiento de las lacras del
hurto, la usurpación, el despojo, que son las conductas comunes
del mundo “civilizado”. Resulta por demás visible en los países
desarrollados la injusticia social, la explotación del trabajo, el
acaparamiento … por lo que los ciudadanos casi se ven obligados
a incurrir en conductas inmorales para poder sobrevivir en una
sociedad que les niega los recursos básicos de subsistencia.
De igual modo, las culturas milenarias gracias a su sabiduría
ancestral consiguieron que la salud y la alimentación sana de
sus miembros sea una práctica de vida. Conquistas que fueron
eliminadas al someter a nuestras poblaciones a una infamante
pobreza, al contagio de enfermedades para las cuales no tenían
defensas y a la medicina occidental. No se puede decir que las
comunidades primitivas hayan tenido remedio para todos los males,
tampoco lo tiene la ciencia occidental, pero tenían conocimientos
para tratar dolencias con menos efectos nocivos. Si la mayoría de
los medicamentos y alimentos occidentales han sido verdaderos
tóxicos para el organismo humano solo se puede explicar cuando
se convirtieron en fuente de riquezas para los industriales
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mercantilistas. Por supuesto que estos hechos dicen muy poco de
los avances de la ciencia occidental que se presenta como logros
paradigmáticos de la civilización capitalista.
Por último, la cosmovisión del mundo indígena difiere de la del
mundo occidental, lo que explica la manera de ser y estar en
el mundo entre una y otra. El cuadro realizado por el Ministerio
de Educación de Bolivia exhibe las diferencias.
FILOSOFIA OCCIDENTAL COSMIVISIÓN ANDINA
Concepción y actitudes
antropocéntricas que controlan el
entorno ecológico y dominan la
naturaleza.
Medición y conocimiento del
cosmos como un conjunto
ordenado, estático y continuo.
Suposición de que los objetos se
encuentran siendo lo que son y
estando en el mundo.
Noción discreta de las cosas y
supuestos de divisibilidad
cognoscitiva.
La razón y la ilustración como
causas del desencantamiento del
mundo.
Preeminencia del valor dogmático
de la teología, la ciencia y a
antología.
Metafísica monista y pretensión
excluyente de la verdad universal.
Validez incuestionable de la lógica
formal y de sus principios de
identidad, tercero excluido, no
contradicción y razón suficiente.
Sentimientos de carácter
cosmocéntrico que someten al
hombre a un orden cósmico
expresado en la naturaleza y
la sociedad.
Creencia en el flujo dinámico
de la realidad: metáfora
telúrica y seminal del río.
Asunción de la
interdependencia orgánica del
mundo: visión holista e
hipótesis Gala.
Certidumbre de que las cosas
del mundo físico tienen vida y
ánimo propio.
La vida existencial e
intensamente expresada y
renovada en el misterio del
rito.
Experiencia liminal de lo
sagrado: embriaguez festiva,
lúdica, espiritualista y
animista.
Relativismo religioso:
legitimidad dispersa de toda
vivencia sagrada.
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Recurrencia del “modelo de la
visión” con el imperativo de
objetividad y neutralidad.
Representación euclidiana del
espacio, medición y cálculo del
mismo según el paradigma de la
mathesis.
Concepción sucesiva, lineal y
teleológica del tiempo, la historia y
la política.
La acción política como realización
consciente de programas de
construcción del futuro.
Filosofía, ética y modelo de
sociedad con base en el
individualismo posesivo.
Paradigma de homo faber
Lógica trivalente, tercero
incluido, desvaloración
gramatològica, obsecuencia,
conflicto, oportunismo,
tradición y contradicción.
Inteligencia emocional que
siente y restaura la
reciprocidad, el equilibrio, la
alternancia, la inversión y la
complementariedad.
Creencias en la manifestación
intensa de las deidades en
espacios de concentración de
fuerzas de lo sagrado.
Concepción del tiempo cíclico
e infinito; la historia como
inversión de dominio.
La política como servicio
rotativo alternado y como
invariable relación de
disimetría.
Valoración de a reciprocidad y
la ayuda mutua en la vida
social.
Después de establecer, de manera muy breve, las abismales
diferencias entre el mal vivir de las naciones occidentales
provocadas por un sistema enemigo del hombre y de la naturaleza
y el Buen Vivir que busca la humanización del hombre y el
manejo sustentable de los recursos naturales, puede inferirse
cuál de ellos permitirá la supervivencia de la especie humana y
la salvación del planeta en los próximos siglos. En fin, dos
mundos opuestos: uno cuyo destino parece ser el exterminio de
la raza humana y del planeta y otro que aspira a devolver la
esencia humana, racional del hombre y respetar su hogar
planetario.
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Puede objetarse que se ha pintado a la sociedad indígena como un
mundo idílico y que las evidencias no siempre prueban el
cumplimiento de los principios del Buen Vivir.
Puede ser cierto, pero no debe olvidarse que la influencia nefasta
del mismo sistema capitalista ha venido destruyendo los valores
autóctonos, al punto de considerarlos inviables en la sociedad
actual. En su lugar, gracias a la propaganda atosigante, se ha
pretendido convencerlos de la supuesta prosperidad y felicidad
del mundo “civilizado”. Es conocido el grave efecto del
aculturamiento en la destrucción de las formas de vida de nuestros
pueblos; en la pretensión civilizatoria occidental se ha destruido
un mundo plenamente humano.
De otro lado, nadie puede negar la incidencia del poder político y
religioso a lo largo de la historia que han anulado los principios del
Buen Vivir. El primero provocando divisiones y ofreciendo bienes
espurios para adscribirles al mundo burgués. El segundo para
introducir dioses y santos cristianos que no han sido sino la fiel
representación de la civilización occidental, con el aditamento
que esta fe ha contribuido al sometimiento de los pueblos
aborígenes al poder capitalista. Al final, consiguieron formar
lo que Galeano llama los “Nadies”:
“Los nadies: Los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre,
muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
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Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja
de la prensa local.
He aquí una de las tantas “obras” de la “civilización” occidental:
haber sumido a millones de seres a simples “peones” del sistema.
Otro estigma escandaloso es el citado por el mismo Galeano, quien
en su obra “Las venas abiertas de América Latina” sostiene que
antes de la Conquista la población aborigen desde México hasta la
Patagonia ascendía aproximadamente a 45 millones de habitantes.
Después de 300 años de coloniaje sobrevivían apenas 5 millones.
¡Todo un genocidio!
De lo analizado puede inferirse que las manifestaciones descritas
sobre el Buen Vivir tienen similitud con el socialismo idealizado por
grandes filósofos e intelectuales principalmente europeos, con la
diferencia que más que un corpus teórico es una vivencia de vida.
Además, el primero ha sido conceptuado como una etapa de la
evolución histórica poscapitalista, mientras el Sumak Kawsay ha
tendido presencia en nuestras comunidades indígenas muchos
siglos atrás. Ruiz (2013), utiliza la expresión ecosocialismo para
referirse al nuevo paradigma: “Lo que plantea el ecosocialismo, en
tanto discurso crítico, es la identidad sustancial entre el
desarrollo del capital y la devastación socioambiental; y, en tanto
programa político en construcción, la urgencia de transitar hacia
una nueva civilización basada en la generalización de las relaciones
(económicas, políticas, culturales) de cooperación entre los seres
humanos que, a la vez que nos permita satisfacer nuestras
necesidades materiales y espirituales, así como desarrollar
nuestras potencialidades creativas, no pongan en riesgo la
supervivencia de la propia especie y de la reproducción de los
ecosistema que le dan sustento al resto de la vida”:
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Por cierto, que no solo es obra de la comunidad andina esta nueva
forma de encarar el mundo, la filosofía del Buen Vivir también es
citada por diversos pensadores occidentales que reconocen que es
la vía para devolver al hombre su plenitud, bienestar y vivencia
solidaria con sus semejantes. Así los aportes teóricos de Morín,
Kapra, Bauman, Hourtat, Hessel, Skidelsky … y otros no vacilan en
mencionar al buen vivir desde la propia perspectiva de los países
del norte, pero que tiene mucha similitud con el sumak kawsay de
los pueblos andinos. Así el Proyecto del Bien Común Universal
propuesto por el sociólogo belga Francois Houtart (2013),
constituye una visión crítica del sistema neoliberal y una propuesta
clara de cómo el mundo debe orientar sus pasos para su salvación
y la del planeta.
De igual forma, en el mundo han existido y existen en todos los
continentes comunidades, colectivos y grupos como “new age”,
“gaia”, “mil huertos”, “ecoaldeas”, “sistemas agrícolas sostenibles”,
“proyecto comunitario de Chiapas” y otros, que han puesto a la
discusión del mundo la necesidad de devolver a los ciudadanos del
planeta su verdadera esencia humana y buscar formas de proteger
el planeta. Esta similitud no se debe a la casualidad, sino que en el
fondo del alma humana se alberga el anhelo de llevar una vida de
bienestar, tranquilidad y felicidad en armonía con sus semejantes
y con la madre tierra.
En nuestro país, son numerosas las experiencias y proyectos
de economía alternativa, solo como ejemplo se citan unos pocos:
“Chacra familiar andina” en Otavalo; “Producción y
comercialización de papas agroecológicas” de Guamote;
Asociación de Mujeres APROCUY de Cayambe; “El trueque” en
Pimampiro: “Artesanías artísticas”, Provincia de Bolívar;
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“Juventud, cultura y producción de cuyes” de Columbe y Licto;
“La chacra de Pueblo Pasto” de San Gabriel …
De tal modo, que no se trata de filosofías noveleras o ideologías
esnobistas, sino de un auténtico clamor mundial por construir un
mundo que llegue a hermanarnos con nuestros congéneres, con las
otras formas de vida y con la naturaleza. Durante milenios,
nuestros antepasados –orientales y occidentales- sintieron que el
conjunto del planeta era algo vivo: la Madre Tierra, la Pachamama.
Pero llegó el huracán capitalista y toda esa rica herencia, fue
paulatinamente destruida, al anteponer la búsqueda de riquezas
como única finalidad de la vida. Como expresa Tortosa (2012) y
otros pensadores nativos, todas las venialidades del paradigma
occidental ha llevado a sus habitantes del mundo al “mal vivir” como
producto de un mal desarrollo, o progreso a espaldas del hombre
y de la naturaleza.