Tema 8.- PROTECCION DE LOS SISTEMAS DE INFORMACIÓN.pdf
LA PERTINENCIA RAZÓN PRIMORDIAL DE LA EXISTENCIA DE LA ACADEMIA EN EL MUNDO ENTERO.
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LA PERTINENCIA RAZÓN PRIMORDIAL DE LA
EXISTENCIA DE LA ACADEMIA EN EL MUNDO ENTERO.
Al margen de los desatinos, reduccionismos y falencias de
nuestras instituciones que se han examinado en los temas
anteriores más otros que se revisaran posteriormente, el mayor
efecto lesivo del modelo dominante de universidad ha sido el
descuido y hasta la postergación de la PERTINENCIA que según
la UNESCO y la Conferencia Mundial de la Educación Superior
(1998) es la razón primordial de la existencia de la academia
en el mundo entero.
De acuerdo con los organismos citados, la Pertinencia es “la
adecuación entre lo que la sociedad espera de la institución de
Educación Superior y lo que éstas hacen”. En sus conclusiones
generales la Conferencia destaca la importancia de “fundar las
orientaciones estratégicas de los centros en los objetivos y
necesidades de la respectiva sociedad, comprendiendo en ello
el respeto de las culturas locales, la protección del medio
ambiente y las demandas del mundo del trabajo”.
El documento relieva el papel que tiene la investigación en los
ámbitos de la ciencia, el arte y las humanidades, así como la
difusión de sus resultados, como tarea esencial de los sistemas de
la educación superior. Recomienda, asimismo, a las instituciones
reforzar su función de servicio a la sociedad, en particular aquellas
actividades relacionadas con el análisis de los problemas más
acuciantes (pobreza, intolerancia, violencia, corrupción …) que en
ella se plantean.
La Pertinencia tiene que ver con el “deber ser” de las
universidades, es decir, con una imagen deseable de las mismas.
Un “deber ser”, por cierto, ligado a los grandes objetivos,
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necesidades y carencias de la sociedad en la cual ellas están
insertas y a los retos del nuevo contexto mundial.
Sin embargo, para los especialistas no existe una sola
interpretación de la pertinencia, cuando se trata de tomar en
cuenta los contextos en los cuales se ubican las universidades.
Existen cuatro enfoques de análisis: pertinencia entendida
como la necesidad de que las universidades se sintonicen con el
mundo actual y sus dinámicas; segundo, vinculación estrecha
con el sector productivo; tercero, enfatiza la naturaleza social
de la vinculación de la universidad y su entorno; cuarto, el
denominado integral, el cual resulta de alguna forma como
síntesis de los anteriores, introduciendo al currículo como un
eje central de la pertinencia (Malangón, 2003).
A pesar de lo incontrovertible del valor de la pertinencia no
han faltado expertos, sobre todo quienes responden a la
ideología neoliberal, que han cuestionado este principio. Ellos
sustentan la tesis que debe ser el mercado (preferiblemente
global) quien debe cumplir la función de juez supremo en
materia de pertinencia. Según Guarga (2006), el sometimiento
absoluto al mercado global sería, de acuerdo a este argumento, el
acto de mayor pertinencia imaginable. El proceso de negación de
la pertinencia culmina entonces con la idea que, en rigor, las
demandas de las sociedades concretas no cuentan y el único
atributo de la educación superior a ser tenido en cuenta en el
mercado global, es el de su calidad. Calidad que debe ser juzgada
también en un ámbito por encima de todas las demandas de la
sociedad local.
Por desgracia, buen número de universidades, sobre todo las
particulares, de modo consciente o inconsciente, sintonizan con
esta última postura, es decir coinciden con las ambiciones del
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mercado por disponer de la academia que forme los
profesionales que requieren sus empresas, industrias, servicios
y los estamentos administrativos estatales que tienen la misma
visión. De ahí que no sea raro leer en sus misiones que la
institución responde a: “las grandes demandas de la “sociedad
posmoderna”, “los avances tecnológicos del futuro”, “las nuevas
realidades productivas y de empleo del siglo XXI”, “la sociedad
de información y el conocimiento”, “enfrentar competitivamente
los retos del mundo globalizado” y otros enunciados
rimbombantes y eufemísticos que eluden su mayor
responsabilidad: el compromiso con su país para superar el
subdesarrollo en todos los ámbitos.
En efecto, los acuciantes dilemas de la realidad o bien son citados
formalmente y, en algunos casos hasta prescindidos, lo cual
significa dar la espada al pueblo que, en último término, es quien
financia el funcionamiento de las instituciones universitarias. Aun
en el caso que se cite el servicio a la sociedad, se trata de un simple
lirismo, una frase común, porque las evidencias apenas si
muestran a un profesional egresado dispuesto a constituirse en
un ente al servicio pleno de comunidad y a intervenir de modo
activo en construcción de la nueva sociedad.
Pero si nuestros criterios son injustos y si realmente desean
dar cumplimiento al postulado de pertinencia, las universidades
deberían declarar de manera taxativa y abierta que su misión
es contribuir (o cualquier otro término similar) a solucionar los
acuciantes problemas, necesidades y carencias nacionales.
Como expresa Tunnermann (2006): “La educación superior debe
reforzar sus funciones de servicio a la sociedad, y más
concretamente sus actividades encaminadas a erradicar la
pobreza, la intolerancia, la violencia, el analfabetismo, el
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hambre, el deterioro del medio ambiente y las enfermedades,
principalmente mediante un planteamiento interdisciplinario y
transdisciplinario para analizar los problemas y las cuestiones
planteadas”.
De tal manera que el aporte que pueda proporcionar la
academia al progreso social, económico, ecológico y ético de un
país concreto, debería ser el primer y el último fin de cualquier
centro de educación superior. Para nosotros, el mayor indicador
de calidad de una universidad es la observación cabal de la
pertinencia, porque concentra todas las otras funciones y les
da sentido. Bueno sería que se estableciera un ranking de
calidad tomando en cuenta el grado de cumplimiento del
principio de pertinencia de los diferentes centros de educación
superior.
Obviamente, para efectivizar esta finalidad la academia debe
formar profesionales con alta capacidad científica, técnica,
ética y cultural, así como generar conocimiento que aporte al
avance nacional. En este sentido, la pertinencia es sinónimo de
Responsabilidad Social, sin la cual cualquier función
universitaria pierde significado; así, capacitar profesionales
¿para qué?; producir ciencia ¿para qué?, o en forma más
general, educación superior ¿para qué?, ¿para qué tipo de
sociedad?, ¿para qué fines trascendentes? …
Según lo analizado, el problema de las instituciones al definir
la pertinencia es, más que nada, un problema ético: o están
dispuestas a servir a su realidad o se ponen al servicio del
poder económico del mercado. Más adelante se analizará esta
crucial disyuntiva.
Ciertamente, el privilegiar la atención a nuestra realidad no
significa que los grandes problemas del mundo, del hombre de la
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naturaleza queden fuera de la responsabilidad de la academia y de
sus miembros, pues esos asuntos han ahondado nuestras
desgracias Hoy que vivimos la globalización, o mejor expresado la
mundialización, lo que atañe a nuestro contexto inmediato y
mediato son efectos de la crisis mundial, por eso tiene razón el
pensador brasileño Leonardo Boff cuando expresa: “Esta vez no
hay una arca de Noé, nos salvamos o perecemos todos”. Pero
una cosa es preocuparnos por los dilemas del país y del mundo,
y otro desvivirnos por satisfacer los protervos intereses del
mercado en manos de los amos planetarios.
En el afán de cumplir el principio de pertinencia, consideramos que
el Paradigma del Buen Vivir asumido por el gobierno ecuatoriano
como norte de su desarrollo futuro, constituye la alternativa
idónea para oponerse al nefasto paradigma neoliberal. Más
adelante se analizará esta opción.
Pero cuando a los/as docentes se les plantea la posibilidad de
construir otro mundo opuesto a la sociedad del mercado, la
mayoría se muestra indiferente y considera una quimera tal
opción: “el mundo es así y seguirá mientras exista” es la
muletilla pensada y expresada. Otros, aunque reconocen al
sistema como un régimen deplorable y causante de dolorosos
males, no identifican qué responsabilidad tienen en esta
situación y menos aún qué pueden hacer para cambiarlo.
Precisamente, este es otro grave daño irrogado a la conciencia
humana, y más lamentable en el caso de los/as académicos/as, el
haber internalizado en sus cerebros la imposibilidad de cualquier
cambio social. Como argumenta Pérez Gómez (1999): “Desde los
centros de poder político y económico se difunde la idea que
ya no hay más que una realidad, una única forma viable de
organizar la vida económica, social y política; se impone la idea
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de la ausencia de alternativas racionales y viables”. Es decir,
la imposición del “pensamiento único” que anula cualquier opción
de transformación social.
De igual forma, son numerosos los docentes convencidos que el
cambio de estructuras le corresponde a los Estados y a sus
gobernantes, más aún si éstos se definen como socialistas. En
consecuencia, son estos estamentos superiores, no los miembros
del alma mater, quienes deben enrumbar el país hacia una nueva
sociedad.
En esta situación, el problema quizás no sea que un gobierno
determinado no haya definido su horizonte de cambio, sobre todo
los regímenes progresistas, sino que la opresiva presencia del
capitalismo que, como se dijo, se cuela por todas las esferas
sociales y se incrusta en la profundidad de las mentes ciudadanas,
haciendo casi imposible cualquier utopía. Así lo confirman los
especialistas franceses Laval-Dardot (2013): “Por múltiples vías
el neoliberalismo se ha impuesto como la nueva razón del mundo
que hace que de la competencia la norma universal de los
comportamientos, sin dejar intacta ninguna esfera de la
existencia humana. Una lógica tan corrosiva erosiona hasta la
concepción de la democracia, e introduce formas novedosas de
sujeción que constituyen, para quienes las rechazan, un desafío
político e intelectual inédito”.
No nos engañemos, el poder mundial y criollo está vinculado a
los partidos políticos, a los gobiernos y a la burocracia que
dependen de la financiación de los bancos y de los grupos de
poder económico. Es una contradicción pensar que alguien que
está subvencionado por estos poderes fácticos pondría en
entredicho el statu quo creado por el sistema neoliberal.
Aunque resulta fatídico expresarlo, el cambio parece que no se
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dará con la clase política que pervive en todos los países; ni
siquiera por la clase obrera que sostenía el marxismo y mucho
menos por los individuos de clase media que sobreviven en el
tibio mundo pequeño burgués. “Los sistemas nunca podrán
transformar al hombre. Es el hombre es el que transforma
siempre al sistema”, decía Krishnamurti.
La cuestión es mucho más ilusoria con los burócratas y tecnócratas
que han invadido todas las esferas gubernamentales, porque, como
hijos del neoliberalismo, no pueden ver otra realidad que no sea
aquella donde crecieron y fueron formados; aquel mundo
meritocrático, consumista, hedonista, acrítico y enajenado. Ilich,
el teórico de la desescolarización decía: “Un diplomado
universitario consume cinco veces la renta de un desheredado, y
total para ponerse, en la mayoría de los casos, al servicio de los
ricos”.
También debe recordarse que ni los miembros de las utopías de
izquierda de los años 60 y 70 pudieron oponerse a la omnipresencia
del pensamiento único neoliberal y han sucumbido a los cantos de
sirena del capitalismo. ¿Qué puede esperarse de los sujetos
formados por este sistema, aunque sean docentes, sino una
abyecta sumisión al poder hegemónico de los amos del mundo?
Ahora bien, la pregunta lógica de los lectores será: ¿cuál es la
alternativa?; en otros términos, ¿qué sistema estamos obligados a
construir para honrar la esencia humana y salvar al planeta de la
codicia mercantilista? Si estas inobjetables preguntas no son
preocupación de los profesionales y sobre todo de los académicos,
¿significa que debemos rendirnos ante el capitalismo aniquilador?
El pensador ecuatoriano Bolívar Echeverría (2010), formuló con
mayor elocuencia las mismas inquietudes: “El progreso de la
modernidad capitalista ¿es un destino ineluctable dentro del
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cual nacimos y en el cual igualmente morimos? ¿Es imparable la
devastación de lo natural y lo humano que viene con ese
progreso y que vemos avanzar sin obstáculos?”
Para responder estas cruciales inquietudes algunos pensadores
han propuesto diversas utopías. Una de ellas es el socialismo como
una de las etapas de la evolución histórica de la humanidad. Sin
embargo, es necesario rescatar la real esencia de este modelo
político-económico, pues su ideología ha sido tan manoseada, al
punto que se ha convertido en un vocablo común, desvirtuado por
prácticas sociales y políticas que poco o nada tienen que ver con el
auténtico socialismo. La historia del último siglo da cuenta de
estas deformaciones ideológicas.
No es posible un estudio detenido del modelo socialista, pero
tratando de sintetizarla al máximo modo puede decirse que es la
sociedad donde el hombre pueda vivir dignamente, con justicia
social, libre, de acuerdo con los elementales principios
humanistas, en confraternidad con su congénere y respetuosa
con la Madre Tierra, de la cual forma parte.
¿Quimera? ¿Sueño? ¿Utopía? Puede decirse lo que se quiera,
pero este debería ser el auténtico destino de la humanidad, si
no quiere presenciar su propio exterminio. Y en esta visión, la
academia tiene papel preponderante para hacerla realidad.
En consecuencia, la civilización moldeada por el sistema
capitalista ya no tiene nada que ofrecer a la humanidad, dice
Roffinelli (2013), por el contrario, nos conduce a una
encrucijada de muerte y horror. “Creemos que –para conjurar
la barbarie– el capitalismo debe ser superado por un socialismo
que marque una diferencia cualitativa en la historia de la
humanidad. Es decir, tendrá que significar una radical
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transformación social en el ámbito cualitativo, no sólo un mero
cambio de sistema económico, sino una verdadera
transformación de los valores sociales y morales”.
En efecto, este ideal soñado por los grandes pensadores
antiguos y contemporáneos no es fantasía, ha tenido presencia
real en el pensamiento indígena desde hace mil años. Lo que
sucede es que la “civilización” occidental pretendió aniquilar
este modo de vida a través del brutal genocidio a nuestros
aborígenes, primero por la codicia española y luego por la
voracidad capitalista. NUESTROS PUEBLOS DENOMINARON
A ESTA ALTERNATIVA COMO LA SOCIEDAD DEL SUMAK
KAWSAY O BUEN VIVIR.