Opinión _ El arte moribundo del desacuerdo - The New York Times.pdf

9/8/2021 Opinión | El arte moribundo del desacuerdo - The New York Times
https://www.nytimes.com/2017/09/24/opinion/dying-art-of-disagreement.html 1/7
Por Bret Stephens
24 de septiembre de 2017
Este es el texto de una conferencia pronunciada en la cena del Lowy Institute Media Award en Sydney, Australia, el
sábado 23 de septiembre. El premio reconoce la excelencia en el periodismo de asuntos exteriores australiano.
Permítanme comenzar agradeciendo al Lowy Institute por traerme hasta Sydney y por hacerme el honor de
recibirme aquí esta noche.
Soy consciente de la controversia que ha surgido con mi elección como orador. Respeto los deseos de la familia
Colvin y me uno a honrar la memoria de Mark Colvin como valiente corresponsal extranjero y extraordinario
escritor y locutor. Y me gustaría agradecer particularmente a Michael Fullilove por no rescindir la invitación.
Esto se ha convertido en la tendencia deprimente en los campus universitarios estadounidenses, donde la lista de
oradores no invitados y cancelaciones forzadas incluye a los ex secretarios de Estado Henry Kissinger y
Condoleezza Rice, el ex presidente de la Universidad de Harvard Larry Summers, el actor Alec Baldwin, la
activista de derechos humanos Ayaan Hirsi Ali, El co-descubridor del ADN James Watson, el primer ministro
indio Narendra Modi, el cineasta Michael Moore, el conservador columnista ganador del Premio Pulitzer George
Will y la columnista liberal ganadora del Premio Pulitzer Anna Quindlen, por nombrar solo algunos.
Tan ilustre es la lista que, pensándolo bien, empiezo a lamentar que después de todo no me hayas retirado la
invitación.
El título de mi charla de esta noche es "El arte moribundo del desacuerdo". Este es un tema que me es querido,
literalmente querido, ya que el desacuerdo es la forma en que siempre me he ganado la vida. El desacuerdo
también es querido por mí, porque es el ingrediente más vital de cualquier sociedad decente.
Decir las palabras "Estoy de acuerdo", ya sea que acepte unirse a una organización, someterse a una autoridad
política o suscribirse a una fe religiosa, puede ser la base de toda comunidad.
Pero decir, no estoy de acuerdo; Me niego; te equivocas; etiam si omnes - ego non - estas son las palabras que
definen nuestra individualidad, nos dan nuestra libertad, imponen nuestra tolerancia, amplían nuestras
perspectivas, captan nuestra atención, energizan nuestro progreso, hacen realidad nuestras democracias y dan
esperanza y coraje a las personas oprimidas En todas partes. Galileo y Darwin; Mandela, Havel y Liu Xiaobo;
Rosa Parks y Natan Sharansky: esas son las filas de quienes no están de acuerdo.
Y el problema, como yo lo veo, es que estamos fallando en la tarea.
Este es un acertijo. Al menos en lo que respecta a Estados Unidos, los estadounidenses rara vez han estado más en
desacuerdo en las últimas décadas.
No estamos de acuerdo sobre cuestiones raciales, políticas de baños, leyes de atención médica y, por supuesto,
sobre el 45º presidente. Expresamos nuestros desacuerdos en radio y televisión por cable de formas cada vez más
virulentas; protestas callejeras y universitarias cada vez más violentas; y conversaciones personales que son
Elartemoribundodeldesacuerdo
https://www.nytimes.com/2017/09/24/opinion/dying-art-of-disagreement.html

cada vez más amargas.
Esta es otra época en la que nos juzgamos moralmente según nuestra posición política.
Tampoco es solo una impresión del momento. Amplios datos de encuestas muestran que los republicanos son
mucho más de derecha que hace veinte años, los demócratas son mucho más de izquierda y es mucho más
probable que ambos lados vean al otro como una amenaza mortal para el bienestar de la nación.
La polarización es geográfica, ya que más personas viven en estados y comunidades donde es mucho más
probable que sus vecinos compartan sus políticas.
La polarización es personal: el 50 por ciento de los republicanos no querría que su hijo se casara con un
demócrata, y casi un tercio de los demócratas devuelve el sentimiento. El matrimonio interpartidario ha
reemplazado al matrimonio interracial como un tabú familiar.
Finalmente, la polarización es electrónica y digital, ya que los estadounidenses habitan cada vez más las burbujas
de filtro de noticias y redes sociales que corresponden a sus afinidades ideológicas. Ya no solo tenemos nuestras
propias opiniones. También tenemos nuestros "hechos" separados, a menudo el resultado de lo que diferentes
medios de comunicación consideran de interés periodístico. En las últimas elecciones, el 40 por ciento de los
votantes de Trump nombraron a Fox News como su principal fuente de noticias.
Muchas gracias por eso, Australia.
Suele darse el caso de que cuanto más hacemos algo, mejor lo hacemos. En cambio, somos como Casanovas al
revés: cuanto más lo hacemos, peor lo hacemos. Nuestros desacuerdos pueden rondar con frecuencia nuestras
voces, pero rara vez agudizan nuestro pensamiento, y mucho menos cambian nuestras mentes.
Nos corresponde preguntarnos por qué.
* * *
Hace treinta años, en 1987, un profesor de filosofía en la Universidad de Chicago llamado Allan Bloom, en ese
momento más conocido por sus elegantes traducciones de “Republic” de Platón y “Emile” de Rousseau, publicó
una polémica erudita sobre el estado de la educación superior en los Estados Unidos. Se llamó "El cierre de la
mente estadounidense".
El libro apareció cuando estaba en la escuela secundaria, y luché por abrirme paso a través de un texto lleno de
referencias a Platón, Weber, Heidegger y Strauss. Pero entendí la esencia, y la esencia era que sería mejor que me
inscribiera en la Universidad de Chicago y leyera los grandes libros. Eso es lo que hice.
¿Qué fue lo que uno aprendió a través de un gran plan de estudios de libros? Ciertamente, no es
"conservadurismo" en el sentido estadounidense contemporáneo del término. No nos enseñaron a convertirnos en
patriotas estadounidenses, o pietistas religiosos, ni a adorar a lo que Rudyard Kipling llamó "los dioses del
mercado". No fuimos instruidos en los males del marxismo, ni en las glorias del capitalismo, ni siquiera en la
superioridad de la civilización occidental.
Mientras lo pienso, no estoy seguro de que nos hayan enseñado nada en absoluto. Lo que hicimos fue leer libros
que plantearon serias preguntas sobre la condición humana y que nos invitaron a intentar hacer nuestras propias
preguntas serias. La educación, en este sentido, no era una "enseñanza" con una lección fija. Fue un ejercicio de
interrogatorio.
Escuchar y comprender; cuestionar y estar en desacuerdo; no tratar ninguna proposición como sagrada y
ninguna objeción como impía; estar dispuesto a albergar ideas impopulares y cultivar los hábitos de una mente
abierta: esto es lo que mis profesores de la Universidad de Chicago me animaron a hacer.

Es lo que solía llamarse educación liberal.
La Universidad de Chicago nos mostró algo más: que toda gran idea es en realidad un espectacular desacuerdo
con alguna otra gran idea.
Sócrates se pelea con Homero. Aristóteles se pelea con Platón. Locke pelea con Hobbes y Rousseau pelea con
ambos. Nietzsche se pelea con todos. Wittgenstein se pelea consigo mismo.
Estas peleas nunca son personales. Tampoco son particularmente políticos, al menos en el sentido corriente de la
política. A veces tienen lugar a lo largo de décadas, incluso siglos.
Lo más importante es que nunca se basan en un malentendido. Por el contrario, los desacuerdos surgen de una
perfecta comprensión ; por haber masticado las ideas de su oponente intelectual tan a fondo que puede escupirlas
adecuadamente.
En otras palabras, para estar bien en desacuerdo, primero debe comprender bien. Hay que leer profundamente,
escuchar con atención, observar de cerca. Necesita otorgarle respeto moral a su adversario; dale el beneficio
intelectual de la duda; tenga simpatía por sus motivos y participe con empatía en su línea de razonamiento. Y
debe tener en cuenta la posibilidad de que aún pueda estar persuadido de lo que tiene que decir.
“El cierre de la mente estadounidense” tomó su lugar en la tradición de estas disputas. Desde la década de 1960
había estado de moda en las universidades estadounidenses tratar a los llamados “varones europeos blancos
muertos” del canon occidental como agentes de opresión social y política. Allan Bloom insistió en que, por el
contrario, eran los mejores instrumentos posibles de liberación espiritual.
También insistió en que para sostener la democracia liberal se necesita gente con educación liberal. Esto, al
menos, no debería haber sido controvertido. Para que funcionen las sociedades libres, la idea de una mentalidad
abierta no puede ser simplemente un eslogan o un dogma. Debe ser un hábito personal, sobre todo cuando se trata
de mantener una mente abierta hacia aquellos con quienes no estamos de acuerdo.
* * *
Ese hábito ya no se ejercía mucho hace 30 años. Y si ha seguido las noticias de los campus estadounidenses en los
últimos años, las cosas han empeorado mucho.
Según una nueva encuesta de la Brookings Institution, una pluralidad de estudiantes universitarios en la
actualidad - un 44 por ciento - no cree que la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos proteja el
llamado "discurso de odio", cuando por supuesto lo hace. Más sorprendentemente, una estrecha mayoría de
estudiantes - 51 por ciento - piensa que es "aceptable" que un grupo de estudiantes grite a un orador con el que no
está de acuerdo. Un asombroso 20 por ciento también está de acuerdo en que es aceptable usar la violencia para
evitar que un hablante hable.
Estas actitudes se aclaran casi todas las semanas en un campus universitario u otro.
Hay oradores que son gritados por claques organizados de personas que interrumpen, tal fue la experiencia del
embajador israelí Michael Oren en la Universidad de California, Irvine. O oradores que requieren cientos de miles
de dólares en medidas de seguridad para aparecer en el campus, tal fue la experiencia del experto conservador
Ben Shapiro a principios de este mes en Berkeley. O a los oradores que tienen prohibido físicamente llegar al
auditorio: eso es lo que le sucedió a Heather MacDonald en Claremont McKenna College en abril. O maestros que
son humillados por sus estudiantes y acosados

de sus puestos por supuestamente herir los sentimientos de los
estudiantes, eso es lo que les sucedió a Erika y Nicholas Christakis de Yale.
Y hay violencia. Escuche una descripción de la profesora de Middlebury College, Allison Stanger, de lo que sucedió
cuando moderó una conversación con el erudito libertario Charles Murray en marzo:

Los manifestantes lograron cerrar la conferencia. Nos vimos obligados a mudarnos a otro sitio y transmitir
nuestra discusión a través de una transmisión en vivo, mientras los activistas que habían descubierto dónde
nos golpearon en las ventanas y encendieron las alarmas de incendio. Después, cuando el Dr. Murray y yo
salimos del edificio. . . una turba nos atacó.
La mayor parte del odio se centró en el Dr. Murray, pero cuando tomé su brazo derecho para protegerlo y
asegurarme de que estábamos juntos, la multitud se volvió hacia mí. Alguien me tiró del pelo mientras otros
me empujaban. Temí por mi vida. Una vez que nos subimos al automóvil, los manifestantes se subieron a él,
golpearon las ventanas y mecieron el vehículo cada vez que nos detuvimos para evitar lastimarlos. Todavía
llevo un collarín ortopédico y pasé una semana en una habitación oscura para recuperarme de una
conmoción cerebral causada por el latigazo cervical.
Middlebury es una de las universidades de artes liberales más prestigiosas de los Estados Unidos, con una tasa de
aceptación de solo el 16 por ciento y tasas de matrícula de casi $ 50,000 al año. ¿Cómo es que una institución de
élite se convierte en una fábrica de totalitarios jóvenes, tan llenos de sus propias certezas que podrían satisfacer
su gusto por el acoso y la violencia?
No hay una sola respuesta. Lo que está claro es que la mala educación comienza temprano. Me criaron con la idea
antigua de que los palos y las piedras podían romper mis huesos, pero las palabras nunca me harían daño. Pero
hoy en día existe la creencia de que, dado que las palabras pueden causar estrés y el estrés puede tener efectos
fisiológicos, las palabras estresantes equivalen a una forma de violencia. Ésta es la era de los sentimientos
protegidos adquiridos a costa de la infantilización permanente.
La mala educación continúa en la escuela primaria. Como indican los hallazgos de Brookings, los estadounidenses
más jóvenes parecen no comprender lo que dice nuestra Primera Enmienda, y mucho menos el tipo de discurso
que protege. Este es un testimonio del colapso de la educación cívica en los Estados Unidos, creando las
condiciones que hacen que los jóvenes sean especialmente susceptibles a la demagogia de las variedades de
izquierda o derecha.
Luego llegamos a la universidad, donde el modo dominante de política es la política de identidad, y en el que la
prueba principal de un argumento no es la calidad del pensamiento, sino la posición cultural, racial o sexual de la
persona que lo hace. Como una mujer de color Creo X . Como homosexual creo Y . Como una persona de privilegio
Me disculpo por Z . Esta es la forma barroca en la que los estadounidenses suelen hablar en estos días. Es una
forma de reemplazar el pensamiento individual, con todo el esfuerzo que requiere el pensamiento actual, con la
identificación social, con toda la actitud que requiere la actitud.
En los últimos años, las políticas de identidad se han convertido en castillos con foso de los que protegemos
nuestros sentimientos del dolor y nuestras opiniones del desafío. Es nuestro "espacio seguro". Pero se trata de un
espacio seguro de una especie única perniciosa - un espacio seguro de pensamiento, en lugar de un espacio seguro
para el pensamiento, para utilizar una línea recientemente he oído de Salman Rushdie.
Otra consecuencia de la política de identidad es que ha acortado terriblemente la distancia entre hacer una
discusión y provocar una ofensa. Cualquier argumento que pueda presentarse como insensible u ofensivo para un
grupo determinado de personas no se considera simplemente incorrecto. En cambio, se considera inmoral y, por lo
tanto, indigno de discusión o refutación.
El resultado es que los desacuerdos que necesitamos tener, y tener enérgicamente, se desterran de la plaza
pública antes de que se resuelvan. Las personas que, de otro modo, podrían unirse a una conversación para ver a
dónde podría llevarlas, eligen en cambio alejarse de ella, no sea que digan algo "incorrecto" y sean acusadas de
algún tipo de política -ismo o -fobia. Por temor a ofender, renuncian a la oportunidad de ser persuadidos.

Tome los argumentos sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, que ahora está debatiendo en Australia.
Mis propias opiniones a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo son bien conocidas, y espero que el
Sí gane por un margen convincente.
Pero si tuviera que adivinar, sospecho que los No superarán lo que estén votando actualmente. Esto se debe a que
el caso del matrimonio entre personas del mismo sexo a menudo se avanza no por la razón, sino simplemente al
calificar a cada oponente de él como un "intolerante", solo porque se adhieren a una opinión que fue compartida en
todo el espectro político solo por unos pocos. hace años que. A pocas personas les gusta mostrarse como la idea de
alguien de un intolerante, por lo que se guardan sus opiniones incluso cuando hablan con los encuestadores. Eso
es exactamente lo que sucedió el año pasado en la votación del Brexit y las elecciones presidenciales de Estados
Unidos, y mire dónde estamos ahora.
Si desea presentar un argumento ganador a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, particularmente
contra los oponentes conservadores, hágalo sobre una base conservadora: como una cuestión de libertad
individual y como una vía hacia la responsabilidad moral y la respetabilidad social. Los No tendrán dificultades
para discutir eso. Pero si los llamas idiotas y neandertales, todo lo que obtendrás a cambio es su dedo medio o su
puño cerrado.
Un último punto sobre la política de identidad: es un juego en el que pueden jugar dos. En los Estados Unidos, la
llamada "derecha alternativa" justifica su política de identidad blanca en términos que son tomados tímidamente
de la izquierda progresista. Una de las características más desalentadoras de las elecciones del año pasado fue la
medida en que la "clase trabajadora blanca" se convirtió en una identidad general para las personas cuyas
tribulaciones se suponía que teníamos que sentir lástima, pero cuyos hábitos o creencias no debíamos criticar. El
resultado fue darle a la base de Trump un pase moral que hizo poco por ganar.
* * *
Así que aquí es donde nos encontramos: el desacuerdo inteligente es el elemento vital de cualquier sociedad
próspera. Sin embargo, en los Estados Unidos estamos criando a una generación más joven a la que nunca se le ha
enseñado ni el cómo ni el por qué del desacuerdo, y que parece pensar que la libertad de expresión es un derecho
unidireccional: a saber, su derecho a no invitar, gritar o abusar de cualquier persona que no les guste, no sea que
corran el riesgo de escuchar a esa persona, o incluso permitir que alguien más escuche. Los resultados son
evidentes en el lamentable estado de nuestras universidades y en los bordes deshilachados de nuestras
democracias.
¿Podemos hacerlo mejor?
Se supone que esta es una conferencia sobre los medios, y me gustaría concluir esta charla con unas palabras
sobre el papel que los editores y especialmente los editores pueden desempeñar en formas que podrían mejorar el
estado de la discusión pública en lugar de simplemente reflejar y acelerar su disminución.
Comencé esta charla señalando que los estadounidenses rara vez han estado en desacuerdo con tanta vehemencia
sobre tantas cosas. Pensándolo bien, esta no es toda la verdad.
Sí, estamos constantemente en desacuerdo. Pero lo que hace que nuestros desacuerdos sean tan tóxicos es que
nos negamos a hacer contacto visual con nuestros oponentes, o tratamos de ver las cosas como podrían, o de
encontrar un término medio.
En cambio, luchamos entre nosotros desde la distancia segura de nuestras islas separadas de ideología e identidad
y escuchamos atentamente los ecos de nosotros mismos. Tomamos una ofensa exagerada e histriónica por todo lo
que se dice de nosotros. Desterramos líneas enteras de pensamiento e intentamos excomulgar a todo tipo de
personas, incluido su humilde orador, sin darles ni siquiera una audiencia superficial.

El prerrequisito crucial del desacuerdo inteligente - a saber: cállate; escuchen; hacer una pausa y reconsiderar; y
sólo entonces hablar - está ausente.
Quizás la razón de esto es que tenemos pocos modelos obvios para estar bien en desacuerdo, y los que tenemos,
como los debates de Intelligence Squared en Nueva York y Londres o el programa de Fareed Zakaria en CNN, se
adaptan a una franja de gustos de élite, como la música clásica. música.
Fox News y otras redes partidistas han demostrado que la ruta más rápida hacia una gran rentabilidad es servir
una dieta constante de papilla populista alta en carbohidratos y baja en proteínas. El desacuerdo razonado del tipo
que podría servir bien a la democracia no pasa la prueba del mercado. Aquellos de nosotros que de otro modo
creemos en las virtudes del capitalismo sin restricciones deberíamos tener ese hecho en mente.
No creo que la respuesta, al menos en los EE. UU., Radique en una mayor inversión en la televisión patrocinada
públicamente como la BBC. También ella sufre, de su propia forma de conformismo ideológico y pensamiento
grupal periodístico, inmunizada de la crítica por su indiferencia ante la competencia.
Tampoco creo que la respuesta esté en un regreso a lo que en Estados Unidos solía llamarse la “Doctrina de la
Equidad”, que exige el mismo tiempo para diferentes puntos de vista. En última instancia, la libertad de expresión
debe ser libre, sea justa o no.
Pero sí creo que existe la propiedad privada por el interés público y los deberes fiduciarios no solo para con los
accionistas sino también con los ciudadanos. El periodismo no es un negocio cualquiera, como el transporte por
carretera o los servicios alimentarios. Las naciones pueden tener una comida pésima y un gobierno ejemplar,
como lo demostró Gran Bretaña durante la mayor parte del siglo pasado. También pueden tener buena comida y
un gobierno pésimo, como Francia siempre ha demostrado.
Pero ningún país puede tener un buen gobierno, o una plaza pública saludable, sin un periodismo de alta calidad:
un periodismo que pueda distinguir un hecho de una creencia y nuevamente de una opinión; que entiende que el
propósito de la opinión no es apartarse de los hechos, sino utilizarlos como puente hacia una idea más amplia
llamada "verdad"; y que valora que la verdad es un destino lo suficientemente amplio que, como Manhattan, se
puede llegar por muchos puentes de diseños radicalmente diferentes. En otras palabras, un periodismo que se
fundamenta en los hechos y abunda en los desacuerdos.
Creo que todavía es posible, y tanto más necesario, que el periodismo desempeñe estas funciones, especialmente
porque las otras instituciones que estaban destinadas a hacerlo se han quedado cortas. Pero eso requiere
propietarios y editores que comprendan que su papel no debería ser impulsar una línea de partido, o ser esclavos
de los éxitos de Google y los anuncios de Facebook, o proporcionar un tipo de entretenimiento de noticias
excitante, o ayudar a un presidente o primer ministro que favorecen o quién está en problemas.
Su función es aclarar los términos del debate defendiendo los informes de noticias agresivos y objetivos, y mejorar
la calidad del debate con comentarios que abren la mente y desafían las suposiciones en lugar de simplemente
confirmarlas.
Esto es periodismo en defensa del liberalismo, no liberal en el sentido estadounidense de izquierda o australiano
de derecha, sino liberal en su creencia de que el individuo es más que una mera identidad, y que los hombres y
mujeres libres no necesitan ser protegidos. de ideas desconcertantes y argumentos impopulares. Más que nunca,
necesitan estar expuestos a ellos, para que podamos revivir las artes del desacuerdo que son la mejor base de la
vida democrática inteligente.
El honor que el Lowy Institute hace a los nominados de esta noche es un paso importante en esa dirección. Lo que
han descubierto, para que el resto de ustedes lo debatan, es la única forma en que nuestras democracias pueden
seguir siendo racionales, razonables y libres.

Corrección : 26 de septiembre de 2017
Una versión anterior de este artículo identificó erróneamente al anfitrión de Charles Murray para su discurso en
Middlebury College. Fue invitado por el American Enterprise Institute Club del campus y el departamento de
ciencias políticas, no por la profesora Allison Stanger.
Te invito a que me sigas en Facebook .
Siga la sección de opinión del New York Times en Facebook y Twitter (@NYTopinion) y suscríbase al boletín de Opinion Today .

Opinión _ El arte moribundo del desacuerdo - The New York Times.pdf

Recomendados

Recomendados

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

La actualidad más candente (12)

Similar a Opinión _ El arte moribundo del desacuerdo - The New York Times.pdf

Similar a Opinión _ El arte moribundo del desacuerdo - The New York Times.pdf (20)

Último

Último (20)

Opinión _ El arte moribundo del desacuerdo - The New York Times.pdf