03. bases para la formación y espiritualidad de los ap sa
1. “Espiritualidad”, en términos cristianos, significa una vida según el Espíritu. La espiritualidad cristiana equivale
a la “configuración con Cristo”, para lo cual, necesitamos pasar por un proceso para llegar a:
• Pensar como Cristo (Fe).
• Sentir como El o valorar las cosas como El (Esperanza).
• Amar como El (Caridad).
Se trata, pues, de adoptar unas “actitudes interiores”(EN74) que deben animarnos como servidores del Señor.
La espiritualidad, abarca TODA LA VIDA DEL APOSTOL, tanto los momentos de oración, como los de acción. No
es pues, ni solo interiorización, ni solo acción, sino una y otra como vida según el Espíritu... El apostolado no es
una simple técnica, sino una acción instrumental bajo la acción del Espíritu Santo (EN 75).
Dentro de las “actitudes interiores”, menciona Pablo VI algunas concretas, como:
Fidelidad generosa a la propia vocación (laical, sacerdotal, vida consagrada), en su dimensión
evangelizadora: “Exhortamos a todos aquellos que, gracias a los carismas del Espíritu y al mandato de la
Iglesia, son verdaderos evangelizadores, a ser dignos de esta vocación, a ejercerla sin reticencias debidas a la
duda o al temor, a no descuidar las condiciones que harán esta evangelización no solo posible, sino también
activa y fructuosa”(EN74).
Nos corresponde también mantener una “actitud vigilante”. “Tácitamente o a grandes gritos, pero siempre
con fuerza, se nos pregunta: ¿Creen verdaderamente en lo que anuncian? ¿Viven lo que creen? ¿Predican
verdaderamente lo que viven? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición
esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar con rodeos, podemos decir que en cierta
medida nos hacemos responsables del Evangelio que proclamamos ” (EN76).
“Los apóstoles forman parte siempre de un grupo o comunidad, y la comunión o caridad fraterna del grupo
apostólico, es signo eficaz de evangelización, un “hecho evangelizador”(Puebla 663).
Los seglares o laicos, “cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan en su misión salvífica, a la
vez como testigos y como instrumentos vivos”(AG41), dentro de las estructuras humanas, “a modo de
fermento”(LG31;cfr EN70).
A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los
asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y a cada una de las actividades y profesiones, así
como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida.
Allí están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que,
igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo descubran a
Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad. A ellos, muy en
especial, corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente
vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y
sean para la gloria del Creador y del Redentor. Y no solamente se habla de los laicos, sino también de los que
2. recibieron el orden sagrado, aunque algunas veces pueden tratar asuntos seculares, incluso ejerciendo una
profesión secular, están ordenados principal y directamente al sagrado ministerio, por razón de su vocación
particular, en tanto que los religiosos, por su estado, dan un preclaro y eximio testimonio de que el mundo no
puede ser transfigurado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas .
Y ¿cómo vamos a fortalecernos o a tener la pauta para saber cómo podemos crecer o no espiritualmente?
Veamos lo que nos dice el Documento de Aparecida:
“Todas las comunidades y grupos eclesiales darán fruto en la medida en que la Eucaristía sea el centro de su
vida y la Palabra de Dios sea faro de su camino y su actuación en la única Iglesia de Cristo”(DA180).
La Palabra de Dios no miente, y lo que dice Jesús, es totalmente cierto: “Yo estoy con ustedes todos los días,
hasta el fin de este mundo (Mt28,20)”
Como servidores, pertenecientes a una Pastoral, debemos ejercer el “celo misionero”, entendiéndose como la
caridad o amor del Espíritu, que Dios ha infundido en el corazón del llamado (Rom 5,5). Es un amor al cual le
urge evangelizar sin fronteras (2Co 5,14). Es amor que transforma todo sufrimiento y toda dificultad en una
nueva posibilidad de servicio y de evangelización. Es el amor paterno y materno de engendrar espiritualmente
a Cristo Jesús a través del apostolado (EN79).
Pero no malentendamos el llamado “celo misionero” o “apostólico”, pensando en que hay que avanzar todos
al unísono y comprender todos de la misma manera lo enseñado. Debemos tomar este llamado, como el de
fraternalmente cuidar y educar a nuestros hermanos, para que de ellos nazca y crezca el mismo deseo de
servir que nosotros hemos experimentado al encontrar al Señor.
Un signo de amor será el deseo de ofrecer la verdad y conducir a la unidad. Un signo de amor será igualmente
dedicarse sin reservas y sin mirar atrás al anuncio de Jesucris to. Añadamos ahora otros signos de este amor.
El primero es el respeto a la situación religiosa y espiritual de la persona que se evangeliza. Respeto a su ritmo
que no se puede forzar demasiado. Respeto a su conciencia y a sus convicciones, que no hay que atropellar.
Respeto a que no porque ayer visitó y empezó a asistir hoy a las reuniones de Pastoral, ya debe saber todo lo
que tiene que hacer. Cada quien tiene su tiempo y necesita su espacio.
Otra señal de este amor es el cuidado de no herir a los demás, sobre todo si son débiles en su fe (1 Cor. 8, 9-
13; Rom. 14, 15), con afirmaciones que pueden ser claras para los iniciados, pero que pueden ser causa de
perturbación o escándalo en los fieles, provocando una herida en sus almas.
El mayor obstáculo para la evangelización es la falta de unión entre los cristianos y especialmente entre los
apóstoles (EN77).
La fraternidad cristiana y apostólica, es condición indispensable para el anuncio del evangelio (Jn 13,55;
17,23).
En diferentes ocasiones lo he dicho, porque estoy convencida de esto: No necesitamos que vengan hermanos
de otras religiones, de otros credos a separarnos o a “llevarse” a alguno de los “nuestros”, pues nosotros
mismos hacemos esa labor, al afirmar que tal o cual persona no puede estar aquí porque pertenece a otra
Pastoral, al decir que “nuestro” grupo, trabaja más, etc.
Por la oración, la comunidad vive la fe como encuentro con Dios, apertura a su Palabra y fidelidad a sus
designios salvíficos universales. Por la caridad, la comunidad se hace signo del mandamiento del amor y
portadora del evangelio para los pobres, especialmente para los que todavía no creen en Cristo.
Es hermoso hablar de Dios y convencer, pero a veces tenemos tan ensayado lo que decimos, que no lo
sentimos, solo lo repetimos. De nada nos sirve hablar de una espiritualidad si no la vivimos, o si la hemos
perdido.
3. San Agustín, buscó a Dios en las criaturas, y ellas le dieron algunas referencias muy valiosas(Confesiones
IX,10,25; X 6,9); pero por fin lo encontró en sí mismo: “El está donde se gusta la verdad, en lo más íntimo del
corazón” (IV,12,18).
“Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por
fuera te buscaba. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo…”(X,27,38)
“Tú estabas dentro de mí, más interior a mí que lo íntimo mío” (interior intimo meo et superior summo meo)
(III,6,11).
“Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar
discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de
gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra
prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido,
amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias”(DA14).
Para finalizar, solo quisiera agregar una cita bíblica:
“Yo conozco tus obras y tus trabajos y sé que sufres pacientemente. No puedes tolerar a los malos, sometiste
a prueba a los que se llaman a sí mismos apóstoles y los hallaste mentirosos. Tampoco te falta la constancia;
has padecido por mi Nombre sin desanimarte. Sin embargo, tengo en contra tuya el que has perdido tu amor
del principio. Mira, acuérdate de dónde has caído, y arrepiéntete, volviendo a hacer lo que antes sabías hacer.
En caso contrario, iré a ti y removeré tu candelero de donde fue colocado; eso, si no te arrepientes”. (Ap 2,2-5)
Dra. Yesenia Marisol Cano Fernández
Representante de Provincia Eclesiástica de Monterrey, PSa
dra_mcano@hotmail.com