2. Llegué a la plaza de Odesa, Rusia, después
de haber estado viendo como el pueblo les
ofrecía alimentos a sus marineros, a sus
familiares. Todos reunidos en la
escalinata, todo el pueblo llano.
3.
4. Yo al final de ésta, lo vi todo. Vi como la
marina del zar, mejor dicho, las máquinas del
zar bajaban las escaleras y disparaban sin
discriminación. Entre
gritos, lloros, caídas, carreras, lo más
escuchado eran sus malditos disparos.
5.
6. No pude reaccionar, no podía hacer nada, mis
manos, mis piernas, mi cuerpo, no
reaccionaba y mis ojos abiertos como platos
se llenaban de lágrimas. Miedo, exacto, esa
era lo que sentí en ese momento.
7. Después de unos minutos escuché entre los
disparos, los gritos de auxilio de una mujer.
Intenté buscarla con la mirada, demasiada
gente. La vi, demasiado tarde, ya tenía a su
pequeño en brazos y se dirigía hacia los
soldados del zar, replicándoles la muerte de
su pequeño. Su mirada era de odio, rencor...
8.
9. Reaccioné, subí las escaleras para apoyar a
la mujer, pero sin pensar que escalón a
escalón que subía menos vida me quedaba.
10. No importaba. Ella me necesitaba. De pronto
¡pum! Ella cayó con su hijo en brazos y de
nuevo otro cuerpo inmóvil, sin reacción.
11.
12. Empecé a correr como todos, pero la Guardia
Blanca montada nos esperaba al final de la
escalinata. Estábamos rodeados, íbamos a
morir. La muerte se veía, se sentía. Las
escaleras blancas terminaron siendo rojas.
13.
14. Puse a los niños en el centro de la
agrupación. ¡Ellos no tenían nada que ver en
esto! ¡Ellos eran almas blancas! ¡Demasiado
pequeños para la ¨guerra¨!
15.
16. Hubo un silencio, nada de disparos, sólo se
escuchaban nuestros suspiros y a lo lejos a
nuestra derecha, un lloro de bebé, un
carricoche bajando por las escaleras.
17.
18. Mis ojos no entendían todo lo que había
ocurrido y lo que estaba viendo en ese
mismo instante. El carricoche llegó al final
de las escaleras, pensábamos que el
bebé se había salvado, pero no fue así...