1. La Pluma del Viento: Memorias el Libro Abandonado 08-12-2009
Nuestra Memoria Un Libro Abandonado
Por Agustín Zúñiga Gamarra
Nuestra memoria nos pertenece de manera muy personal. Acumula alegrías pero también
tristezas. Viene a nuestro auxilio con más claridad cuando nos encontramos solos, o distantes de
alguien o del lugar que amamos. Ella se convierte en fuente de sabiduría. Sin embargo, como no
frecuentamos la soledad, el silencio, sea porque no tenemos esa oportunidad, o porque
trabajamos 10 horas, vemos TV 2 horas, comemos 2 horas, conversamos 2 horas, leemos 1 hora y
dormimos 7 horas; no nos damos esos momentos de confrontación con nuestra memoria y con
ello perdemos mucho de su valía. El libro de nuestra vida, de la vida para generalizar, está allí. Eso
lo entendieron hace mucho tiempo, y lo practican como cuestión natural, cultural, los orientales,
los hindúes bajo la denominan de MEDITACION.
Así, el libro de nuestras experiencias
de vida de 80 o 50 o 20 años radica
en nuestra memoria, de la misma
manera que cada fin de año las
organizaciones presentan sus
Memorias Anuales, conteniendo la
información relevante de la gestión
que finaliza. Lo que observamos, en
la gran mayoría, es que nuestra
memoria particular, la usamos poco o
casi nada. Algunos por su profesión la
explotan mucho más, es el caso de
los escritores. Generalmente ellos
construyen sus mejores libros
hurgando en su memoria. Es el caso
de Los jefes de Vargas Llosa, Los Ríos Profundos de José María Arguedas, Los Heraldos Negros de
César Vallejo etc. Obras maravillosas que admiramos y muchas veces nos identificamos.
Pero nuestra memoria no solo se nutre de lo vivido hace 50 años o más, también se integran las
vivencias de hace pocos años, del presente año, del mes, del día a día. Por eso cuando abrimos el
libro de nuestra memoria, los acontecimientos del día de ayer se mezclan con los ocurridos en la
infancia, adolescencia o adultos. Y, con eso, construimos historias integradas que por su
consistencia y coherencia son enseñanzas que se han validado en esos periodos 15 o 30 o 50
años. Y precisamente por eso son enseñanzas que merecen compartirlas.
Allí aparece la esencia de la naturaleza humana que es nuestra vida, las regularidades que
observamos muestran sus aspectos inmutables. Y, que a pesar del tiempo, y las transformaciones
ocurridas, prevalecen y valen todo el tiempo: antes, hoy y después. Estas regularidades, son casi
“leyes universales” que se manifiestan en cualquier lugar y tiempo. Observadas en el laboratorio
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de nuestra vida y validadas en 40 o 50 años o más de experiencia. Ahí radica lo valioso de
compartir nuestras memorias. Compartamos, regularidades, caminos, trillas, por donde el ser
humano, que aún no transitó debería hacerlo, a fin de alcanzar mejor futuro, moral e integral. Este
camino es el mismo que siguieron las grandes obras, desde los griegos, hasta los judíos. La biblia es
un libro de esta categoría.
A pesar de esa valía, ¿cuánto de nuestra memoria sabemos?, ¿cuánto de ella la usamos? La
respuesta es contundente, poco o casi nada. Simplemente porque no tenemos la cultura de la
reflexión, de la meditación, de buscar el silencio, aprovechar la soledad; propiciar espacios de
encuentro con nuestra memoria y luego transmitirlas, contarlas, escribirlas y compartirlas. Esta es
una tarea que debe incorporarse en la educación. La reflexión y la comunicación.
Desde pequeños deberíamos aprender a comunicar nuestras experiencias de vida. Buscando
entrelazar el presente con el pasado y mirar qué es lo que se repite. Qué es lo que se mantiene. Y
cuando hallemos algo, compartámoslo. Eso es valioso. Pero para compartir, necesitamos
promover escritores, cronistas, espacios para escuchar y conocer las apreciaciones de
generaciones pasadas. En fin, espacios para dialogar sobre experiencias del presente y el pasado.
No dejemos que se nos vayan ancianos sin haber compartido sus enseñanzas, busquémoslos,
oigámoslos y reflexionemos. Ese es el camino a la sabiduría, es la demostración de respeto a
nuestra cultura. Es hacer realidad el mensaje que “lo local es universal”. Es la vigencia y
trascendencia de una “ley universal”, su independencia de la localidad y del tiempo. Es decir vale
para el ser humano que vive en Chiquián como para el japonés, francés o alemán. Y si también
valió para nuestros abuelos, vale para nosotros y seguramente valdrán para las futuras
descendencias. Esto es lo que le da fortaleza y vigencia a las leyes de la física donde la conocemos
como las simetrías espacial y temporal. Que también pueden aplicarse en ciencias relacionadas
con el ser humano, como lo hemos mostrado ahora.
Esta reflexión surgió de mi visita a la fecha final del campeonato de futbol del CUHPB (Centro
Unión Hijos de la Provincia de Bolognesi), donde se coronó campeón el Club Sport Cahuide de mi
ciudad natal Chiquián, y pude reconocer el similar comportamiento de las personas, cuando hace
30 años, vestía , también, la misma casaquilla en campeonatos similares. Por eso mientras miraba
y conversaba con amigos de siempre, traté de responder a las preguntas: ¿Qué es lo que se repite
hoy de lo que fue hace 30 años?, ¿Qué buscamos las personas viniendo a estos eventos?, ¿Qué
piensan los padres de sus hijos que vienen aquí?, ¿Qué motiva a las personas mayores continuar
dirigiendo sus equipos?, ¿Qué les espera a los jóvenes que gustan de libar hasta el obscurecer?,
¿El dinero que se recauda a dónde va?. Las conclusiones a las que llegué, seguramente volverán a
valer cuando de aquí a 30 años, retorne a mirar nuevos campeonatos. Y como algo inmutable,
también, volverá a brillar la casaca roja y negra del Cahuide luciendo su cartel de campeón.
La Pluma del Viento
Lima, 12 de diciembre de 2009
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