1. 08 Jueves 12 de julio de 2014
Los maestros adjuntos perciben un salario que los tiene rozando la línea de pobreza, viviendo con la necesidad de dar clases en varias instituciones e incluso tener trabajos adicionales no docentes.
En el país con las colegiaturas más caras del mundo, la mayoría de los maestros ganan sueldos de miseria. Hoy, en busca de nuevas políticas laborales en las universidades, muchos de ellos están optando por organizarse, no sin resistencia de parte de las universidades
El periódico New York Times publicó recientemente un perfil de Mary-Faith Cerasoli, mejor conocida como la “Profesora sin Hogar”. Como decenas de miles de profesores adjuntos en Estados Unidos, Cerasoli, 53, lucha por sobrevivir. Desde hace un año, duerme en casa de amigos o conocidos. O en su coche. Se baña en los gimnasios universitarios, y come gracias a la ayuda gubernamental.
La profesora de lenguas romances en Mercy College, Nueva York, captó la atención de los medios en marzo cuando protestó al frente del congreso estatal. Portando un chaleco con la frase “Homeless Prof.”, buscaba presionar
por mejores condiciones laborales para los profesores adjuntos en el estado. Después inició una huelga de hambre y lanzó una campaña en Twitter, #HungryHomelessProf, que invita a otros profesores a sumarse a su lucha.
La historia de Cerasoli refleja una triste realidad del sistema universitario estadounidense:
sueldos de miseria. Los adjuntos (adjuncts en inglés), cuya precaria situación laboral es parecida a la de los profesores por horas en
México, suman unos 900 mil a nivel nacional. Cobran por curso impartido, percibiendo en promedio $22 mil por año—rozando la línea de pobreza— según un estudio de 2014 comisionado por el Congreso federal. Además, muchos adjuntos dan clases en múltiples universidades, a veces manejando cientos de kilómetros a la semana entre trabajos. Y muy pocos tienen acceso a seguro médico, oficina u otras prestaciones, según el reporte.
Sin embargo, esta situación podría cambiarse, con la decisión de miles de adjuntos de optar por la lucha sindical. Durante los últimos dos años, los adjuncts en docenas de universidades en todo el país han votado por formar un sindicato, generalmente afiliándose con gremios y a sindicatos existentes con presencia nacional o regional.
Tal es el caso del Service Employees International Union, que reporta 2.1 millones de miembros anzó una campaña en 2012 por afiliar a los adjuncts en ciudades con una fuerte presencia universitaria. Ede universidades prestigiadas como Northeastern y
2012 por afiliar a los adjuncts en ciudades con una fuerte presencia universitaria. En Boston, por ejemplo, se han sumado en los últimos meses profesores de universidades prestigiadas como Northeastern y
Tufts, además de Lesley College. La organización también está en pláticas con la Universidad de Boston y Simmons College, entre otras.
En la capital, se han afiliado profesores de la Universidad Americana, la Universidad de George Washington y Montgomery College, en Maryland. También, hay esfuerzos por formar sindicatos en Georgetown y la Universidad del Distrito de Columbia. Otras ciudades o estados en donde los profesores adjuntos están en el proceso de sindicalización son Connecticut, Los Angeles, Maryland, Minneapolis/St. Paul, New York, Philadelphia, Pittsburgh, San Francisco, Seattle, y St. Louis.
No les faltan potenciales compañeros de lucha. En 1970, la proporción de profesores adjuntos dentro del conjunto de profesores universitarios fue apenas de 20 por ciento. Ahora, es de 50 por ciento. Y esa cifra no toma en cuenta el 25 por ciento de los profesores e instructores que trabajan medio
por ciento en 1975 a 25 por ciento hoy, según datos de The Chronicle of Higher Education.
El incremento en el número de profesores contingentes se debe a cambios más amplios en las políticas laborales en Estados Unidos, y en el mundo en general. Incluyen la precarización de los trabajos, a través del outsourcing, y la reducción en el número de contratos laborales y de prestaciones laborales.
En el caso de las universidades, esta tendencia se traduce en la dependencia cada vez mayor a los profesores adjuntos, que representan una mano de obra barata.
Dos estudios recientes dan cuenta del impacto humano de las nuevas políticas laborales en las universidades.
El primero, “A portrait of part-time faculty members” (Un retrato de los académicos de tiempo parcial), fue publicado en 2012 por la Coalition on the Academic Workforce. La organización, que agrupa a 27 asociaciones académicas del país, aplicó una encuesta en 2010 a 30 mil profesores del país. Estos son algunos de los resultados más llamativos: • El promedio de pago por curso fue $2 mil 700. Variaba entre $2,235 en instituciones de dos años (community colleges) y $3 mil 400 en universidades con programas de doctorado. •
El nivel de estudios de los profesores y la antigüedad impactaron poco en el
sueldo recibido. • Los profesores recibieron poco apoyo profesional fuera del aula, y casi no participaron en la toma de decisiones de sus instituciones. • 30.4 por ciento de los profesores cuentan con el doctorado, y 40 por ciento tienen título de maestría. • 22 por ciento tuvieron acceso a un seguro médico a través de la institución académica, aunque solo en 4.3 por ciento de los casos el costo total fue cubierto por la institución.
El reporte concluye que tales políticas “pueden tener sentido en el cálculo económico de corto plazo
Aunque la profesión de profesor universitario se considera un trabajo de clase media, muchos de ellos califican como trabajadores pobres.
usto a tiempo), fue elaborado por el Comité de Educación y la Fuerza de Trabajo, del Congreso federal. Incluye información más cualitativa—y a menudo chocante—derivada de los comentarios de más de 800 profesores adjuntos en el país.
Por ejemplo, en las palabras de un profesor: “Para sobrevivir, aparte de dar clases en unacommunity college, también soy repartidor de pizzas. ¡Siento que pierdo el respeto de mis estudiantes cuando me ven repartiendo pizzas!”
El reporté concluyó que “mientras la profesión de ´profesor universitario´ aún es considerada un trabajo de clase media… en realidad, muchos profesores contingentes serían mejor clasificados como trabajadores pobres”.
Por su parte, las universidades insisten en la necesidad de cortar costos, ante la fuerte reducción en subsidios públicos para la educación superior en las últimas dos décadas. Pero hay otros factores en juego.
La creciente competencia por atraer a estudiantes, tanto nacionales como internacionales, ha llevado a muchas instituciones a cambiar sus prioridades presupuestales. En vez de invertir en la docencia, gastan en mercadotecnia y en edificios de lujo—por
por ejemplo, nuevos gimnasios o centros estudiantiles.
También, hay un simple cálculo de oferta y demanda. Mientras hay un cada vez menor número de plazas con permanencia, el número de egresados de programas de doctorado sigue en aumento. En 2012, el número de estadounidenses con el doctorado creció 45 por ciento, un incremento de 1 millón de personas con Ph.D. El resultado es un gran superávit de doctores buscando trabajo.
En 2009, de los 1.8 millones de profesores e instructores universitarios, más de 1.3 millones ocuparon puestos sin permanencia, según datos del Departamento de Educación federal.
Estos se dividieron entre tres categorías: los adjuncts, los profesores de tiempo parcial o los estudiantes de posgrado.
Aun ante ese panorama, el proceso de sindicalización no ha sido fácil. Los organizadores han tenido que enfrentar la resistencia de las administraciones universitarias, y el miedo de los profesores a ser despedidos. En muchos casos, las universidades se niegan a proporcionar datos de sus adjuntos a los organizadores sindicales.
A su vez, la dinámica de trabajo, en donde muchos adjuncts trabajan en múltiples instituciones, dificulta aún más los procesos de toma de decisión.
También, ha habido fracasos. Una propuesta de sindicalización en Bentley College, una escuela de negocios en Boston, perdió por dos votos en octubre.
En otras instituciones con una larga tradición de sindicalización, las administraciones se han negado a respetar el contrato colectivo. Tal fue el caso de Nassau Community College, en Long Island, en donde los profesores adjuntos se fueron a huelga en septiembre para exigir aumentos salariales. Finalmente, un tribunal ordenó a los profesores a regresar a sus aulas, ya que no se permiten huelgas de empleados públicos en el estado de Nueva York.
Sin embargo, el movimiento parece estar cobrando fuerzas—y atención pública. Entre los aliados del movimiento más influyentes está el congresista George Miller, demócrata de California, quien coordinó el reporte del Congreso sobre las condiciones laborales de los adjuntos. También ha salido a favor de otro sector en busca de la representación sindical: los atletas universitarios.
“Los colegios y universidades deben ser pilares de justicia y honor en todas sus comunidades, con misiones para expandir el conocimiento y la oportunidad para todos”, escribió Miller en The Chronicle of Higher Education en junio. “Sin embargo, hemos visto que muchos colegios están explotando el trabajo barato en las aulas y en las canchas deportivas”.
El congresista exhorta a los presidentes universitarios a “hacer lo correcto” y mejorar las condiciones para estos dos grupos. “Uds. son los dueños de sus condiciones laborales. Las pueden seguir defendiendo y tratando de justificar estas prácticas nocivas, pero recomiendo que mejor las cambien”.
Los esfuerzos de activistas como Cerasoli también han levantado conciencia sobre su causa. Ella fue entrevistada en marzo en el canal público de televisión, PBS, después de su protesta en frente del congreso estatal. “Ser adjunto es un puente a la nada—dijo— Jamás recomendaría ser profesor a ninguno de mis estudiantes”.
Especial
Mary-Faith Cerasoli, académica y activista conocida como “la profesora sin hogar”.
“Para sobrevivir, aparte de ser profesopr en un comunity college, también soy repartidor de pízzas”
Artículo