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MÁSTER
PROFESIONAL
EN ALTO
RENDIMIENTO

DEPORTES DE EQUIPO
PREVENCIÓN Y READAPTACIÓN A LA
COMPETICIÓN DEPORTIVA

Dani Romero. Profesor de l’Escola Universitaria de Fisioteràpia Blanquerna
(Universitat Ramon Llull).
1.

LA PREVENCIÓN EN EL DEPORTE ..................................................... 1
1.1.

Incidencia lesional ......................................................................... 1
1.1.1.

El coste económico. Cuestion de números...y de salud. 1

1.1.2.

Los números continúan cantando: muchas lesiones y
semanas de ausencia de la competición. ¿Dónde se
localizan habitualmente?................................................

1.1.3

3

Localización habitual: la rodilla y el tobillo y las
lesiones musculares de la extremidad inferior ................ 4

1.1.4

Otro tipo de deportes. También la extremidad inferior
continua siendo la más afectada por lesiones.................. 10

1.2.

Características de las lesiones. ...................................................... 11
1.2.1.

Periodo de aparición de la lesión durante la temporada .. 11

1.2.2.

Lesión contacto-no contacto ........................................... 14

1.2.3.

Gravedad lesional / recidivas.......................................... 16

1.2.4.

Posición en el campo ...................................................... 19

1.2.5.

Momento de aparición de la lesión ................................. 20

1.2.6.

Circunstancias

del

juego.

Acciones

ofensivas

–

defensivas ....................................................................... 22
1.3.

Factores de riesgo asociados a la lesión en el deporte .................... 23
1.3.1.

Introducción ................................................................... 23

1.3.2.

Mecanismo lesional ........................................................ 25
1.3.2.1.

Las lesiones por contacto: el tackle como
acción más lesiva .......................................... 25

1.3.2.2.

Las lesiones sin contacto. Mayor campo de
prevención. Los mecanismos de salida
abierta y salida cerrada. ................................ 27

1.3.2.3.

No tan sólo hay lesiones en la extremidad
inferior.......................................................... 33

1.3.3.

Existencia de lesiones previas ........................................ 33

1.3.4.

Alteración propioceptiva ................................................ 34

1.3.5.

Retardo electromecánico ................................................ 36

1.3.6.

Falta de fuerza ................................................................ 37
1.3.7.

Capacidad

de

aceleración

(capacidad

de

fuerza

explosiva) ....................................................................... 40
1.3.8.
1.3.9.

Características de la musculatura.................................... 41

1.3.10.

Técnica de los gestos deportivos .................................... 42

1.3.11.

Flexibilidad .................................................................... 42

1.3.12.

La fatiga muscular .......................................................... 44

1.3.13.

Calzado .......................................................................... 47

1.3.14.

Edad ............................................................................... 48

1.3.15.

Sexo ............................................................................... 49

1.3.16.

Categoría federativa de los deportistas ........................... 50

1.3.17.

Extremidad dominante – no dominante .......................... 52

1.3.18.
1.4.

Aumento de la laxitud ligamentosa asociada al ejercicio 40

Etnia del deportista ......................................................... 52

Intervención asociada a la prevención de las lesiones deportivas ... 53
1.4.1.

Introducción ................................................................... 53
1.4.1.1.

Hacia la evidencia de la prevención:
planificaciones basadas en los análisis de la
incidencia lesional y los factores de riesgo
asociados a la lesión deportiva ..................... 53

1.4.2.

Diferentes planes de prevención ..................................... 60
1.4.2.1.

Importancia del trabajo en el periodo
vacacional y en la pretemporada ................... 60

1.4.2.2

Adecuación

del

entrenamiento

y

los

programas de prevención a la demanda real
tanto biomecánica como metabólica del
deporte. Importancia del entrenamiento de
la fuerza ........................................................
1.4.2.3

Los

programas

de

prevención

61

con

parámetros múltiples .................................... 64
1.4.3.

Prevención específica de la rodilla ................................. 66
1.4.3.1.

El trabajo isquiotibial como estabilizador de
la rodilla ....................................................... 66

1.4.3.2.

El trabajo del control neuromuscular ............ 68
1.4.4.

Prevención específica del tobillo .................................... 72
1.4.4.1.

El peligro de las recidivas en el tobillo ......... 72

1.4.4.2.

La

necesidad

de

orientar

de

forma

específica las cargas en el tratamiento y
prevención de lesiones .................................. 74
1.4.4.3.
1.4.5

Aplicación de contenciones externas ............ 75

Prevención y propiocepción ........................................... 79
1.4.5.1.

Principios neuromusculares en los ejercicios
de propiocepción .......................................... 82

1.4.5.2.

La introducción de perturbaciones ................ 83

1.4.5.3.

Los

trabajos

de

entrenamiento

propioceptivo mediante circuito ................... 85
1.4.5.4.

La adquisición de patrones neuromusculares
en sustitución de los patrones lesivos ........... 90

1.4.5.5.

Las cargas funcionales en los estímulos
propioceptivos .............................................. 93

1.4.6.

Los

ejercicios

pliométricos

como

ayuda

en

la

adquisición de patrones neuromusculares no lesivos.. .... 95
1.4.7.

La sobrecarga excéntrica ................................................ 97

1.4.8.

Calzado y prevención ..................................................... 100

1.4.9.

Utilización de espinilleras .............................................. 102

2.

LA PREDICCIÓN DE LESIONES EN EL DEPORTE ............................ 104

3.

LA READAPTACIÓN A LA COMPETICIÓN DEPORTIVA .............. 111
3.1.

Definición y planteamiento del proceso de Readaptación a la
competición.................................................................................... 111

3.2

Antecedentes existentes cercanos a la idea de Readaptación. ......... 112

3.3.

Realidad actual de la readaptación del deportista. .......................... 115

3.4.

Estudios relacionados con la aplicación de la readaptación a la
competición deportiva. Algunos ejemplos de tratamiento de
lesiones. ......................................................................................... 116
3.4.1.

Las lesiones musculares y tendinosas. La introducción
del trabajo excéntrico ..................................................... 116
3.4.2.

Las lesiones articulares. Propuestas de tratamiento con
implicaciones en la fase de readaptación a la
competición .................................................................... 122

3.4.3.

La planificación de la readaptación ha de nutrirse del
conocimiento basado en los estudios funcionales de las
demandas reales del deportista ..................................... 129
Introducción.

El presente documento trata de forma específica sobre

la prevención en el

deporte y la readaptación a la competición, y está adaptado al Master Profesional de
Alto Rendimiento Deportivo en Deportes de Equipo, organizado por CEDE en
colaboración con la Fundació FC Barcelona y la empresa Byomedic.
El documento se estructura en los dos grandes puntos citados, y tiene como
objetivo fundamental desarrollar de forma crítica y avanzada la bibliografía actual
existente sobre cada uno de los temas. En primer lugar se encuentra el bloque sobre
Prevención en el deporte. Este tema es el que cuenta con un mayor desarrollo debido
a que ha sido tratado por la literatura científica de una forma mucho más amplia que la
Readaptación al deporte. Los estudios de prevención citados han sido extraídos, en la
inmensa mayoría, de trabajos realizados en deportes de equipo, y si se ha focalizado
algo más en algún deporte ha sido debido a que existía más bibliografía sobre el
mismo. Es interesante tener en cuenta que numerosos temas de prevención han sido
instaurados desde el empirismo y el mimetismo, y no se han corroborado desde una
óptica más racional, más científica. Es pues interesante estar abiertos a leer
comentarios que nos puedan provocar cierta disonancia cognitiva, aunque no sea
objetivo de estos apuntes.
Además, dentro de este bloque de prevención realizamos un apartado sobre
trabajos relacionados con la predicción de lesiones. El tema de predicción se refiere a
la identificación de factores de riesgo predictivos de lesiones concretas, hecho que
permite identificar los deportistas más expuestos a éstas. Este campo de estudio
debería preceder los trabajos de prevención.
En segundo lugar, se ha trabajado la Readaptación al Deporte. Este bloque se
centra en un tema, la readaptación a la competición deportiva, que, a diferencia de la
prevención, ha tenido y tiene un tratamiento prácticamente nulo en la bibliografía
científica. Si realizamos búsquedas de información podemos darnos cuenta de que no
existe prácticamente ningún trabajo que trate de la planificación del deportista
lesionado a la competición, es decir, que trate sobre la fase en que la estructura
lesionada está biológicamente curada pero el sujeto no puede desarrollar de forma
normal su práctica deportiva. A pesar de esto, se realiza un análisis sobre el origen
más cercano de la readaptación, y se tratan los estudios que enfocan la recuperación
del deportista desde una óptica más funcional que la puramente tradicional de la
fisioterapia.
1.- LA PREVENCIÓN EN EL DEPORTE

Los estudios realizados sobre deportistas que participan en deportes de equipo
son muy numerosos. En muchos de ellos se focaliza el tema de la prevención de
lesiones en el deporte, pero raramente se intenta ver el efecto que una intervención
puede tener directamente en la prevención de lesiones, es decir, si una actuación
realmente disminuye o no las lesiones dentro de un contexto deportivo. Para poder
iniciar un planteamiento serio sobre este tipo de trabajos, lo primero que hemos de
conocer es el tipo de lesiones que se producen y la incidencia de éstas en los
llamados deportes de equipo.

1.1.- Incidencia lesional

1.1.1.- El coste económico. Cuestión de números...y de salud.

El tema de la prevención de lesiones adquiere una importancia relevante si nos
referimos especialmente a aquellos deportes donde existen inversiones e intereses
económicos de gran magnitud. Tradicionalmente, uno de los máximos exponentes de
dichos deportes es el fútbol, y tal y como explica Woods et al (2002), las lesiones
provocan una pérdida económica muy importante. En las dos temporadas que
estudiaron estimaron una pérdida por lesiones de 74.7 millones de libras en la liga
profesional inglesa.
Rahnama et al (2002) también comentan la incidencia de lesiones en fútbol,
concretamente de 17-24 lesiones por cada 1000 horas de juego, y alude a los grandes
costes económicos que esto representa en Gran Bretaña cada año. Con relación a
esto, Drawer y Fuller (2002) explican que, teniendo en cuenta el número de jugadores
de un club, las proporciones de lesión, y el valor monetario correspondiente a cada
grado de severidad lesional, es posible llegar a un cálculo relativamente simple de los
costes asociados con la lesión, hecho que permitiría realizar una evaluación de cada
situación en concreto y una optimización de la distribución de las inversiones.
Está claro que este último punto nos informa de la necesidad de estudiar cómo
realmente se puede llegar a prevenir una lesión, analizando las estrategias óptimas y
los profesionales más cualificados para tales tareas. Parece ser que éste sería un
buen inicio para intentar disminuir el número de lesionados en un club deportivo,
hecho especialmente relevante desde el punto de vista económico si hablamos de
deporte profesional. Todo esto se complica, de forma curiosa, si leemos el trabajo de
Waddington et al (2001) sobre la forma en que habitualmente son contratados los
médicos y fisioterapeutas de los clubes del fútbol profesional inglés. En este trabajo,
los autores realizan entrevistas a 12 médicos y 10 fisioterapeutas, y recibieron 58 de
los 90 cuestionarios que enviaron a médicos del fútbol. Además también se realizan
entrevistas a 27 jugadores y exjugadores sobre sus experiencias sobre lesiones y
tratamientos de rehabilitación, y se reservaba de forma permanente el anonimato.
Sin extendernos sobre este trabajo de Waddington et al (2001) , es interesante
comentar los siguientes puntos:
-

La mayoría de médicos no tenían dedicación completa en el club al
que pertenecían, lo que quiere decir que se tenían que dedicar a otros
trabajos para conseguir un salario razonable

-

Los salarios son más modestos de lo que se podría pensar en
principio;

-

Muchos médicos realizaron su fichaje mediante contactos personales:
el médico anterior era su jefe a nivel laboral (cuando desarrollaban
medicina general), o bien era un familiar, o bien obtenía el puesto de
trabajo gracias a un contacto personal relacionado con el club

En base a estos datos, parece ser que, al menos en cuanto a la forma de
contratación, no está realmente garantizada la competencia profesional de médicos y
fisioterapeutas de clubes profesionales de la liga inglesa.
Por otra parte, en el mismo trabajo se habla de la contratación de los
fisioterapeutas, y vuelve a darse el caso que la mayoría de ellos realizaban el contrato
laboral con el club gracias a contactos personales. Es curioso el hecho de que muchos
de ellos son exjugadores.
Además de esta repercusión en el mundo profesional, Inklaar (1994) nos
explica que la práctica del fútbol también es un problema de costes sanitarios en la
seguridad social de un país donde dicho deporte es el más practicado por la población.
El estudio está realizado sobre población holandesa, e incide en la necesidad de
identificar los futbolistas en subgrupos según el riesgo de sufrir lesiones y así
desarrollar una estrategia de prevención adecuada para reducir gastos. Según este
autor, la literatura sobre epidemiología de lesiones en el fútbol ha mostrado datos
conflictivos en cuanto a incidencia, severidad y etiología, dándose diferentes
resultados que podrían parcialmente explicarse por las diferentes definiciones de
lesión y los diferentes diseños metodológicos utilizados.
Según datos del National Collegiate Athletic Association (NCAA), se estima que
en un año se producen más de 10000 lesiones de rodilla en atletas femeninas en
población de secundaria y bachillerato. De estas lesiones, aproximadamente unas
2200 son rupturas del LCA. El coste del tratamiento asciende, incluyendo el
tratamiento quirúrgico y la rehabilitación de las lesiones de LCA, a unos 17000$ por
paciente, lo que eleva la cifra a más de 37 millones de dólares anuales. Hemos de
pensar que estos datos de costes se refieren a la lesión y tratamiento, pero no recogen
el coste que representa la pérdida de sesiones de entrenamiento y competición ni
tampoco el efecto psicológico que podría derivarse.

Tabla 1.- Lesiones de gravedad encontradas por Hewett et al (1999).

Esta ausencia ante una lesión podría elevarse también a millones de euros si
hablamos de deportistas profesionales en según qué deportes. El trabajo de Hewett et
al (1999), con una muestra de 1263 jóvenes deportistas mujeres de diferentes
deportes (fútbol, baloncesto y voleibol) registró 14 lesiones serias durante un año
(tabla 1).
Evidentemente, no sólo es importante el tema económico. Existe realmente un
problema de salud si tenemos en cuenta lo que nos explica Drawer y Fuller (2002) al
comentar que el 47% de los futbolistas en el Reino Unido han de retirarse por una
lesión crónica o aguda. Además, este riesgo de lesión es mayor si pensamos que los
futbolistas no son correctamente informados de cómo realizar una buena prevención
debido a que los clubes normalmente no ofrecen estos servicios o no los ofrecen de la
mejor manera posible.

1.1.2.- Los números continúan

cantando: muchas lesiones y semanas de

ausencia de la competición. Dónde se localizan habitualmente?

Sobre la incidencia lesional y el tipo de alteración sufrida, Drawer y Fuller
(2002) explican que entre los 138 futbolistas que estudiaron, registraron 744 lesiones
que les impidieron entrenar o competir, con un promedio de ausencia de 14.7 días,
mayor en las lesiones con recidiva (18.2 días, conformando el 22.3% del total de
lesiones) en comparación a las nuevas lesiones (13.7 días). Esto se traducía en una
ausencia de 39.6 días de ausencia por jugador y año, hecho que supone el 13% de la
temporada.
Junge et al (2004) desarrollan un sistema para captar la incidencia,
circunstancias y características de las lesiones de fútbol. Para ello aplican dicho
método en diferentes torneos internacionales de la FIFA y de los JJOO. Recogieron
901 lesiones, lo que equivale a una incidencia de 2.7 lesiones por partido o 88.7
lesiones por cada 1000 horas de juego. De estas lesiones, resulta que las que
provocaron ausencia del entrenamiento o la competición suponían una incidencia de
35 por cada 1000 horas de juego, lo que aproximadamente corresponde a 1 lesión por
partido. La zona predominantemente lesionada fue el tobillo (17%) y el muslo (16%),
pero las lesiones de la cabeza y el cuello (16%), la pierna (15%) y la rodilla (12%)
también fueron frecuentes. Las de extremidad superior (6%) y el tronco (8%) fueron
menos frecuentes.
Respecto a la variedad de diseños metodológicos utilizados, también Andersen
et al (2003) explican que este hecho dificulta la posibilidad de comparar datos. Estos
autores hablan de una incidencia lesional en futbolistas que se encuentra en un rango
de entre 10 y 35 por cada 1000 horas de juego. De entre los diferentes estudios,
podemos ver que la mayoría de lesiones se encuentran en la extremidad inferior. El
75% de las lesiones de los jugadores profesionales son distensiones, esguinces y
contusiones. La extremidad inferior presenta el 60-85% del total de lesiones en ambos
sexos, siendo la articulación más dañada la rodilla y después el tobillo (Rahnama et al,
2002). Olmsted et al (2004) estudian la aplicación de tobilleras y vendajes en la
prevención de lesiones de tobillo, y en su introducción destacan que se ha observado
que la lesión más común en fútbol es el esguince de tobillo, constituyendo en fútbol
americano un 10-15% de las lesiones, y destacando la gran incidencia en baloncesto y
en hockey hierba.

1.1.3.- Localización habitual: la rodilla y el tobillo y las lesiones musculares de
la extremidad inferior.

En algunos studios es la articulación del tobillo la que resulta más lesionada
(Waddington y Adams, 2003, con jugadores de baloncesto), en otros lo es la rodilla,
sobre todo el LCA, la zona más vulnerable. Esto lo podemos ver en la introducción de
White et al (2003) al hablar de jugadoras de fútbol y baloncesto y también en el
artículo de Gleeson et al (1998). Woods et al (2003) estudian las lesiones en el tobillo
(de gran incidencia en el fútbol), el periodo de tiempo perdido que provocan, su
mecanismo lesional y la utilización de soportes externos para así poder desarrollar un
plan de prevención y rehabilitación. Entre los autores que citan, destaca el trabajo de
et al (1985), quienes observaron que el 75% de las lesiones de tobillo eran esguinces
ligamentosos, normalmente del complejo lateral.

Tabla 2.- Incidencia de lesiones de tobillo en diferentes deportes (Stacoff et al, 1996).

Este trabajo de Woods et al (2003), que utiliza la misma metodología que el
realizado por los mismos autores anteriormente (Woods et al, 2002), recoge los
cuestionarios obtenidos por los fisioterapeutas y médicos de clubes profesionales
ingleses. En el mismo se explica que el 11% de las lesiones estaban localizadas en el
tobillo, lo que proporciona un valor inferior a otros trabajos. Tal y como ya hemos
comentado y según han escrito otros autores (Andersen et al, 2003; Inklaar, 1994), es
posible que esto sea debido a la metodología utilizada, donde no incluían lesiones que
necesitaban menos de 48 horas para volver a la actividad. Vieron que la mayoría de
alteraciones se producían en el complejo externo (77%). Otros datos interesantes que
los mismos autores exponen es que el 83% de las lesiones de tobillo tenían una
recuperación de menos de un mes, lo que sugiere que la mayoría de esguinces no
eran severos, siendo así más importante la incidencia que la gravedad. Con relación a
esto, la tabla 2 (Stacoff et al, 1996) muestra la incidencia de lesiones de tobillo en
diferentes deportes.
Peterson et al (2000) realizan un estudio prospectivo de la incidencia de
lesiones y molestias en futbolistas de diferente edad y categoría. La muestra es de 264
individuos, y quedan clasificados en cuatro niveles según la categoría de los equipos
donde jugaban. Recogen 558 lesiones durante el año que esta muestra fue seguida, lo
que resulta en 2.1 lesiones por jugador y año (tabal3). La mayoría se produjeron en la
rodilla y el tobillo, siendo la rodilla la que mayor lesiones de gravedad sufrió, seguida
de la extremidad superior, el tobillo, la columna lumbar y el muslo. La gran parte de las
lesiones lumbares, de la ingle y de la pierna fueron debidas a sobrecarga, lo que
quiere decir que la mayoría de las producidas en la columna lumbar y la ingle se
dieron sin contacto.

Tabla 3.- Gravedad lesional encontrada por Petersen et al (2000).

Es interesante destacar el trabajo de Woods et al (2002) debido a que nos
informa de la incidencia lesional en el fútbol comparando la pretemporada con el
periodo competitivo. Estos autores encontraron que las lesiones más frecuentes de la
pretemporada son las distensiones musculares (19%), las fracturas (15%),
distensiones ligamentosas (13%) y los desgarros meniscales (10%). En relación con la
gravedad, las lesiones moderadas más frecuentes fueron las distensiones (52%),
esguinces (25%) y tendinitis (8%) (tabla 4). En ambos periodos estudiados, la mayoría
se localizaban en la extremidad inferior (69%), y existían más lesiones de la pierna en
pretemporada (tabla 5).

Tabla 4.- Lesiones encontradas en el trabajo de
Woods et al (2002).
En este mismo estudio y respecto a las lesiones musculares, existía una
diferencia a destacar, y es el hecho de que las producidas en el cuadriceps ocurrían
más en pretemporada (la que se producía en mayor número de ocasiones era la del
recto anterior, representando el 29% de las lesiones musculares, mientras al aductor
mayor le correspondía el 12% y al bíceps femoral el 11%). Por otra parte, en la
temporada el músculo con más porcentaje de lesión era el bíceps femoral (21%),
seguido del aductor mayor (15%) y del recto femoral (14%).

Tabla 5.- Lesiones encontradas en la extremidad
inferior en el trabajo de Woods et al (2002).

Östenberg y Roos (2000) pudieron ver que el tipo de lesión más frecuente en
jugadoras de fútbol fue la distensión muscular (32%), seguida del esguince
ligamentoso (18%) y la contusión (17%), siendo la rodilla la zona más afectada. Junge
et al (2004) recogieron 171 lesiones en el Mundial de Fútbol de 2002, lo que equivale a
una incidencia de 2.7 lesiones por partido o 81 lesiones por cada mil horas de juego.
Las partes del cuerpo que más lesiones sufrieron fue el muslo y la pierna. También
fueron frecuentes las lesiones en la cabeza, rodilla y tobillo. La mitad de las lesiones
fueron debidas a contusiones, mientras los distensiones eran el 15% y los esguinces el
14%. Diez lesiones fueron diagnosticadas como rupturas musculares, cinco como
tendinosis, cuatro como contusión, tres como fractura, y también hubo una ruptura
ligamentosa y una lesión meniscal.
Si continuamos analizando el trabajo de Woods et al (2002), la pretemporada
muestra que el tobillo fue la articulación más lesionada (59%), sobre todo el complejo
lateral (74% en comparación al 21% del complejo interno). Por otra parte, la rodilla
sufrió más lesiones durante la temporada competitiva (30%), sobre todo en el LLI (77%
de dichas lesiones), mientras al LLE le correspondió un 15% y al LCA un 8%. De todas
maneras, los valores de ambas articulaciones entre pretemporada y periodo
competitivo no difieren en exceso. Por otra parte, la lesión tendinosa que más se
produjo fue la del tendón aquileo, produciéndose el 32% de dichas lesiones durante la
pretemporada (en este periodo hubo 3.5 lesiones por semana, mientras durante el
periodo competitivo existió un promedio de una lesión por semana).
De todos estos datos de Woods et al (2002) puede extraerse la gran cantidad
de lesiones ocurridas en un periodo de tiempo tan corto como es la pretemporada. En
este trabajo dichas lesiones han constituido una quinta parte del total de la temporada,
y hemos de tener en cuenta la menor cantidad de partidos, ninguno de ellos de
carácter competitivo (al menos es lo habitual). Por este motivo los autores deciden
seguir el estudio epidemiológico de Hawkins et al (2001) y realizan un análisis
detallado de las lesiones de pretemporada y los factores extrínsecos asociados a ellas.
El trabajo de Hägglund et al (2003) realiza un estudio curioso al comparar las
lesiones ocurridas en la temporada 1982 y 2001 en el fútbol profesional sueco, es
decir, reproducen en el año 2001 un estudio realizado en el 1982. Recogieron
información de la fecha de lesión, si se producía en competición o en entrenamiento,
tipo de lesión, localización, si era una nueva lesión o una recidiva, si la lesión se
producía por juego sucio y si era una lesión traumática o se producía por sobrecarga.
Söderman et al (2001), con una muestra de futbolistas suecas, realizan un
estudio para detectar los posibles factores de riesgo de lesión. Esto lo desarrollan
durante una temporada, y obtuvieron 61 lesiones traumáticas en 50 jugadoras y 19
lesiones por sobrecarga repartidas en 17 futbolistas. La lesión de tobillo fue la que más
se producía, y la incidencia total fue de 5.49 lesiones por cada 1000 horas de juego.
La incidencia en lesiones traumáticas por cada 1000 horas fue de 4.2 respecto a las
lesiones traumáticas y de 1.3 en cuanto a las producidas por sobrecarga.
Francisco et al (2000) proporcionan algunos datos de diferentes estudios en la
introducción de su trabajo, y comentan que las fracturas en el fútbol representan entre
el 2 y el 11% de las lesiones, de las cuales entre el 30 y el 33% son de la extremidad
inferior. A pesar de que constituyen un porcentaje menor que otras lesiones,
representan hechos de gravedad importante y provocan periodos prolongados de
inactividad en los jugadores que las sufren. El trabajo de Boden y Garrett (1999)
muestra que las fracturas de la pierna requieren entre 17 y 19 semanas para poder
volver a correr y entre 23 y 32 para volver a jugar.
Morgan y Oberlander (2001) vieron en futbolistas que el 77% de las lesiones se
producían en la extremidad inferior, con el 21% centrándose en la rodilla y el 18% en
el tobillo. Teniendo en cuenta distensiones musculares como una categoría única, el
53% de estas lesiones se produjo en los músculos aductores, el 42% en los
isquiotibiales y el 5% en el cuadriceps. Concretamente en las lesiones articulares de la
rodilla, vieron que se produjeron tres veces más de esguinces aislados de LLI en
comparación a lesiones meniscales. La rodilla no fue la zona más lesionada, pero sí
fue la que provocó mayor tiempo apartado de la competición, albergando además la
mayor parte de casos quirúrgicos.
Otra estructura lesionada con cierta asiduidad son los meniscos de la rodilla.
Anderson (2002) explica que el 75% de las lesiones meniscales se localizan en el
menisco interno. En el 5% de los pacientes la afectació es bilateral.
El trabajo de Askling et al (2003) resalta la gran incidencia lesional de la
musculatura isquiotibial en futbolistas. Para ello citan a Ekstrand y Gillquist (1983),
quienes encontraron que el 80% de las lesiones musculares en futbolistas se producen
en la extremidad inferior, y el 47% de estas tienen lugar en los isquiotibiales.
Apoyando esta tendencia, el trabajo de Morgan y Oberlander (2001) muestra que el
10% de los futbolistas de la Mayor League Soccer sufren una lesión de isquiotibiales
durante una temporada.
Woods et al (2004) explican, en la introducción de su trabajo, que la literatura
muestra que las lesiones de isquiotibiales son una de las más comunes en los
deportes que involucran saltos y esprints. Estos autores citan el trabajo de Hawkins et
al (2001), quienes explican que el 12% de las lesiones encontradas durante dos
temporadas en futbolistas corresponde a los isquiotibiales, siendo éstas las lesiones
más prevalentes. Los factores de riesgo que habitualmente se asocian a tal tipo de
lesiones engloban un calentamiento insuficiente, poca flexibilidad, desequilibrio
muscular, debilidad muscular, tensión nerviosa, fatiga, contracción disinérgica de la
musculatura y existencia de una lesión previa. La evidencia que sostiene estas
especulaciones es mínima y pobre.
Igualmente ocurre en relación con el tratamiento de la lesión de isquiotibiales,
pues no existe ningún consenso en cuanto a su rehabilitación, hecho que hace que el
tratamiento esté más basado en la experiencia y en la anécdota que en la evidencia
científica. En cuanto a su recidiva, la cual ya hemos comentado como bastante alta,
parece ser que habitualmente se relaciona a una rehabilitación inapropiada y a una
vuelta demasiado prematura a la competición. En el trabajo de Woods et al (2004) los
autores intentan proporcionar información de la incidencia y otros parámetros de las
lesiones isquiotibiales en futbolistas de la Premier League y la Football League
inglesas (91 clubes) durante las temporadas 1997-98 y 1998-99. Se recogieron un
total de 796 lesiones de isquiotibiales, siendo el grupo muscular que más lesiones
sufrió. Encuentran un promedio de cinco lesiones por equipo y temporada.

1.1.4.- Otro tipo de deportes. También la extremidad inferior continua siendo la
más afectada por lesiones.

Las lesiones musculares en los aductores de cadera tienen una gran incidencia
lesional en deportes como el hockey sobre hielo (Nicholas y Tyler, 2002). Estos
autores exponen datos de trabajos donde se habla de que las distensiones de
aductores comprenden el 10% del total de lesiones vistas en jugadores profesionales
suecos, mientras también en este tipo de deportistas pero en este caso en Finlandia
suponen hasta el 43% de las lesiones (Molsa et al, 1997, en Nicholas y Tyler, 2002).
Bahr y Reeser (2003), con jugadores de voleibol playa, registraron las lesiones
ocurridas en diferentes torneos. Realizan un estudio retrospectivo y un estudio
prospectivo. Sus resultados muestran un total de 54 lesiones agudas en el estudio
retrospectivo, mientras existieron 25 lesiones en el estudio prospectivo. La figura 1
muestra la distribución por regiones corporales de las lesiones registradas. La zona
mas afectada fue la rodilla (30%), da del tobillo (17%) y de los dedos (17%). Esta
distribución fue similar en el estudio prospectivo y retrospectivo. La mayoría de
lesiones eran de escasa importancia en cuanto a gravedad. Por otra parte, es
interesante resaltar que las lesiones por sobrecarga se localizan sobre todo en la
columna lumbar, rodilla y hombro.

Figura 1.- Distribución de las lesiones agudas
ocurridas durante la competición y los
entrenamientos encontradas por Bahr y Reeser
(2003).
De este estudio de Bahr y Reeser (2003) puede extraerse, tal y como dicen los
autores, que el porcentaje de lesiones en el voleibol playa es bajo en comparación a
otros deportes, aunque es comparable al voleibol convencional.

1.2.- Características de las lesiones

Es importante determinar las características de las lesiones ocurridas en el
deporte. Este apartado nos servirá para entender mejor el punto sobre factores de
riesgo. Además, nos ayuda a entender la aparición de lesiones desde una perspectiva
amplia, hecho que nos permite afrontar la programación de un plan de prevención
desde un mayor conocimiento del entorno lesional. Esta perspectiva, conjuntamente
con el conocimiento de los factores de riesgo, nos va a ayudar incluso en el diseño de
ejercicios a realizar con la intención de disminuir el número de lesiones deportivas. A
continuación, vamos a tratar las características del entorno de la lesión.

1.2.1.- Periodo de aparición de la lesión durante la temporada.

El trabajo de Woods et al (2002) permite pensar en algunas causas que se
relacionan con la gran cantidad de lesiones encontradas en el periodo previo al
competitivo y en los primeros partidos de competición. Entre ellas se habla de un
terreno de juego excesivamente duro (es normal que dichos autores se refieran a ello,
pues el cambio entre verano e invierno en Inglaterra es importante y puede afectar a la
superficie de juego), una intensidad de entrenamiento elevada, un cambio brusco en la
intensidad del mismo entre el periodo vacacional y la pretemporada, y un periodo de
tiempo preparatorio (pretemporada) excesivamente corto.
Morgan y Oberlander (2001), en su estudio con futbolistas, dividieron la
temporada en cinco fases: el 13% de las lesiones se dio durante la pretemporada
(marzo-abril), el 24% durante la primera parte de la misma (abril-junio), el 25% en la
parte media de la temporada (junio-julio), el 29% durante la última parte de la misma
(agosto-septiembre) y el 9% durante la postemporada. Aunque sin encontrar grandes
variaciones, el último periodo de la temporada fue el que registró mayor cantidad de
lesiones. Es posible que existiera una mayor intensidad de juego (equipos luchando
por los play-off), y también que existiera una fatiga acumulada después de casi toda
una temporada.
En relación, al menos de forma indirecta, con la fatiga muscular en futbolistas,
Ekstrand et al (2004) realizaron un estudio retrospectivo de las lesiones ocurridas
durante la temporada que concluía inmediatamente antes del Mundial de Fútbol del
año 2002 celebrado en Japón y Korea. Para ello estudiaban los futbolistas de diversos
equipos europeos de primera línea, y analizaron las lesiones que se producían de
forma prospectiva durante dicha copa del mundo. Mediante este estudio pudieron ver
cómo los jugadores de estos equipos participaban en demasiados partidos de
competición durante un año. Es interesante que los autores introduzcan el hecho de
que dicho exceso de partidos pueda producir un burn out y una falta de motivación, lo
que puede llevar a una falta de concentración y así a una mayor exposición a sufrir
lesiones.
En este trabajo de Ekstrand et al (2004) explican que cada cuatro años se
disputa un mundial, y el tiempo de recuperación entre el final de la liga de cada país y
la competición internacional comentada es mínimo, lo que provocó un bajo rendimiento
de jugadores que participaron en la Champions League. Así, vieron que el 29% de los
jugadores del estudio sufrieron lesiones durante dicha competición, y que el 32% tuvo
un rendimiento inferior al habitual.
Respecto al momento de la temporada en que tienden a aparecer la lesiones,
Woods et al (2002) han comentado que la mayoría de las producidas en la pierna se
producen en pretemporada, e hipotetizan que esto puede deberse a la gran carga
aeróbica que los jugadores de fútbol sufren durante dicho periodo, tanto en intensidad
como en duración, pues una de las actividades más desarrolladas en esta parte de la
temporada es la carrera. Tal y como dicen estos autores, es posible que el gran
desequilibrio existente en este periodo entre la carga física y la adaptación del tejido
conectivo después del periodo vacacional se añada al gran volumen de entrenamiento
del inicio de temporada (en ocasiones el doble del periodo competitivo). Las cargas
aeróbicas en días consecutivos provocan depleciones no recuperables de glucógeno,
por ejemplo en los gastrocnemios, hecho necesario para la absorción del choque y la
propulsión del cuerpo, lo que puede repercutir negativamente en el tendón aquileo.
Asociado a esta última explicación, durante la pretemporada se registran mayor
número de lesiones por sobrecarga, y esto parece estar relacionado directamente no
sólo con lo comentado en relación a los grandes volúmenes introducidos y a la poca
adaptación del tejido conectivo, sino también con el aumento brusco de intensidad del
entrenamiento.
Östenberg y Roos (2000), sobre lesiones en la rodilla en una población de
jugadoras de fútbol, encontraron que la mayoría de lesiones eran agudas (el 78%),
mientras el resto fue debido a lesiones por sobrecarga, es decir, lesiones que no
pueden ser asociadas a un mecanismo puntual y que tienen un inicio gradual de la
sintomatología.
El hecho de que la mayoría de lesiones durante la pretemporada se producen
sin contacto apoya aún más la idea de que son el volumen y la intensidad del
entrenamiento los responsables de éstas. Parece ser que es necesaria una buena
recuperación de las cargas, una nutrición adecuada y una buena rehidratación para
reducir estas lesiones sin contacto (Woods et al, 2003).
Respecto al terreno de juego, Woods et al (2002) tratan las condiciones del
mismo en relación con las lesiones ocurridas. Es importante destacar que en la
pretemporada el 70% de las lesiones se producía en terreno seco, mientras que en la
temporada se producía el 51% de lesiones. En condiciones de mojado existió mayor
número de lesiones en el periodo competitivo en comparación a la pretemporada (pero
es necesario tener en cuenta que durante la temporada los terrenos de juego en
Inglaterra están frecuentemente húmedos).
En cuanto a la mayor o menor incidencia de lesiones al comparar las que
padecen jugadores locales y visitantes, Ranhama et al (2002) no encuentran
diferencias.
Síntesis sobre las consideraciones más destacables:
-

Existe un gran número de lesiones en pretemporada: es muy importante
realizar una buena planificación de la actividad durante el periodo
vacacional. Si bien durante este tiempo no se persigue la consecución de
adaptaciones ligadas al aumento del rendimiento deportivo, sí es
importante facilitar la recuperación de la temporada anterior y eliminar
cualquier tipo de secuelas existentes a nivel físico. Esto situará al deportista
en la mejor posición para soportar las cargas de pretemporada

-

Las cargas de pretemporada se han de planificar de una forma muy
precisa, creando una progresión que busque las adaptaciones necesarias
pero que permita la asimilación del deportista sin crear un estrés
potencialmente lesivo

-

Para conseguir el punto anterior, es imprescindible realizar planificaciones
individualizadas de los deportistas

-

Hay que tener en cuenta el tipo de finalización de temporada de un club o
deportista: los periodos vacacionales más prolongados (equipos o
deportistas que finalizan precozmente por eliminación de torneos u otros
motivos) necesitan de una recuperación de las cargas y de una actividad
que no les provoque una pérdida exagerada de forma, mientras los clubes
con una agenda más prolongada en la temporada necesita de
planificaciones que sobre todo permitan la recuperación completa del
deportista.

1.2.2.- Lesión contacto-no contacto

Es muy importante describir el mecanismo de lesión producido. Así, Gleeson et
al (1998) nos comentan que la mayoría de lesiones del LCA se producen sin contacto.
Woods et al (2002) nos explican que en pretemporada existen menor número de
contusiones musculares y que había más lesiones tendinosas asociadas a una
sobrecarga.

Tabla 6.- Mecanismos de lesión producidos
durante la pretemporada y durante el periodo
competitivo (Woods et al, 2002).
Así pues, en este último trabajo encontraron mayor porcentaje de lesiones sin
contacto en comparación a las de contacto en pretemporada (68% vs 29%), mientras
durante la temporada las lesiones por contacto eran predominantes (29% en
pretemporada en comparación al 40% durante la temporada). La tabla 6 muestra los
mecanismos de lesión encontrados en el trabajo de Woods et al (2002).
Rahnama et al (2002) explican que la mitad de las lesiones se dan por contacto
jugador-jugador, y concretamente citan como predominantes las acciones de tanto
realizar como recibir un tackle y las colisiones. Andersen et al (2003) cifran las
acciones de tackle en el 70% de las que llevan a lesión, y pudieron apreciar que en 19
de los 21 incidentes ofensivos que resultaron en esta acción, el jugador que lo recibió
no estaba alerta del defensor que lo produjo, y dicho mecanismo podía venir tanto
desde una dirección frontal como posterior o lateral. Por otra parte, las lesiones sin
contacto se producen normalmente en acciones como la carrera, cambios de
dirección, giros y saltos, además de acciones específicas del fútbol como el chute y las
acciones con la cabeza (Rahnama et al, 2002; Woods et al, 2003, refiriéndose a las
lesiones de tobillo).
Junge et al (2004) relatan que en el fútbol de élite a nivel internaciona más de
una cuarta parte de las lesiones se producían sin contacto, y que el 73% restante eran
por contacto. De estas últimas, la mitad eran debidas a la existencia de juego sucio.
Pero de las lesiones que recogieron directamente Junge et al (2004) en
futbolistas, el 14% se produjeron sin contacto, y el restante 86% se produjo por
contacto. En el 57% de las lesiones por contacto, se declaró que la lesión se produjo
por juego sucio. Según esto, es posible calcular que aproximadamente la mitad de las
lesiones durante los torneos registrados eran causadas por juego sucio. Heidt et al
(2000) recogieron mayor número de lesiones por contacto con otro jugador (un 37% en
futbolistas mujeres).
Peterson et al (2000) encontraron que la mitad de las lesiones registradas
durante un año en futbolistas se dieron durante entrenamientos. Casi la mitad de las
lesiones se produjeron por contacto con otro jugador y la mitad de estos casos
estuvieron asociados a juego sucio.
El trabajo de Hewett et al (1999) registró que nueve de las 14 lesiones
importantes de rodilla que pudieron apreciar en jóvenes deportistas fueron producidas
sin contacto.
Las lesiones isquiotibiales recogidas en el trabajo de Woods et al (2004) en
futbolistas se producen en su gran mayoría sin contacto (91%), mientras un porcentaje
mucho menor se producía por contacto (7%). El 57% del total de estas lesiones se
produjo durante una carrera (figura 2).

Figura 2.- Mecanismo de las lesiones isquiotibiales sin
contacto.
Parece ser que existe una tendencia a la existencia de lesiones en su mayoría
por contacto. Esto es así de forma aún más evidente si el estudio está centrado en el
análisis de competiciones deportivas.
El mecanismo de lesión será tratado con más detenimiento cuando
desarrollemos el punto sobre factores de riesgo de lesión.
Síntesis sobre las consideraciones más destacables:
-

Existe un gran número de lesiones en pretemporada: es muy
importante realizar una buena planificación de la actividad durante el
periodo vacacional. Si bien durante este tiempo no se persigue la
consecución de adaptaciones en relación con la mejora del
rendimiento deportivo, sí es importante facilitar la recuperación de la
temporada anterior y eliminar cualquier tipo de secuelas existentes a
nivel físico. Esto situará al deportista en la mejor posición para
soportar las cargas de pretemporada

-

Las

lesiones sin contacto conforman la mayoría de lesiones en

pretemporada, al contrario que en el periodo competitivo, donde existe
mayor número de lesiones por contacto; esto es importante debido a
que podemos establecer planes de prevención más específicos de
uno u otro periodo
-

Las lesiones musculares acostumbran a darse sin contacto, hecho que nos
ha de hacer pensar en el tipo de prevención a realizar, centrado sobre todo
en el trabajo de los factores de riesgo intrínsecos, tal y como veremos más
adelante

-

La mayoría de lesiones durante el periodo competitivo se producen por
contacto

-

La acción de tackle produce la mayoría de lesiones por contacto; hemos de
desarrollar ejercicios que vayan enfocados de forma específica a tratar este
problema dentro de los planes de prevención que desarrollemos.

1.2.3.- Gravedad lesional / recidivas

En cuanto a la gravedad de las lesiones, es habitual clasificarlas, de forma
genérica y sin entrar en ninguna patología en concreto, en tres o cuatro niveles.
Ekstrand y Gillquist (1983) hablaron de lesiones menores (ausencia del entrenamiento
/ competición durante 7 días o menos), moderadas (ausencia del entrenamiento /
competición entre 7 días y un mes) e importantes (ausencia del entrenamiento /
competición durante más de un mes). Peterson et al (2000) también utilizan esta
clasificación. El estudio de Rahnama et al (2002) sobre futbolistas explica que el 65%
de las lesiones tienen un carácter leve, el 25% moderado, y el 10% tienen una
gravedad seria. Con jugadoras de fútbol, Östenberg y Roos (2000) encontraron que el
31% de las lesiones eran leves (menores), el 51% moderadas y el 18% eran
importantes.
También con mujeres futbolistas Söderman et al (2001) encuentran que el 49%
de las lesiones eran consideradas como moderadas, el 34% eran menores y el 18%
eran clasificadas como importantes.
El trabajo de Woods et al (2002) muestra que el 40% de las lesiones de
pretemporada eran poco importantes, mientras durante el periodo competitivo el
porcentaje de lesiones de igual gravedad fue del 31%. Estas lesiones de
pretemporada provocaban que el futbolista estuviera ausente de su actividad un
promedio de 22.3 días. Así pues, las lesiones de pretemporada eran más leves, pero
es importante tener en cuenta que las lesiones graves son precedidas frecuentemente
de lesiones de menor gravedad del mismo tipo y zona anatómica. Este hecho ya ha
sido citado como un factor de riesgo, pues la rehabilitación inadecuada y la curación
incompleta ha sido relacionada con la existencia de recidivas en el fútbol. De entre las
lesiones con mayor recidiva destacan las ligamentosas de

tobillo y las roturas

miofribilares del muslo. Con relación a este factor, Drawer y Fuller (2002) también nos
explican que las recidivas acostumbran a tener mayor severidad que las lesiones
originales, pues el periodo de ausencia es de un 33% mayor.
Junge et al (2004) encontraron en futbolistas profesionales que más de la mitad
de las lesiones tenían un pronóstico de inactividad de alrededor de una semana, el
11% una ausencia de 8 a 28 días, y encontraron también que tres lesiones tendrían
una recuperación de más de un mes.
Morgan y Oberlander (2001) encuentran en futbolistas que las lesiones
ocurridas durante el entrenamiento tuvieron una proporción de 2.9 por cada 1000
horas de juego, mientras que en los partidos las lesiones ascendieron a 35.3 por cada
1000 horas de competición. Relacionando la gravedad con el entrenamiento, el 65%
de las lesiones fueron leves, el 23% moderadas y el 12% importantes. Por otra parte,
las lesiones en competición se repartieron como sigue: el 57% fueron leves, el 28%
moderadas y el 15% importantes.
Hägglund et al (2003) hacen una clasificación más amplia de la gravedad, pues
su división habla de cuatro categorías según el tiempo de ausencia: leve (de 1 a 3
días), menor (de 4 a 7 días), moderada (entre 8 y 28 días) e importante (más de 28
días). En su trabajo comparan las lesiones ocurridas en el fútbol profesional sueco
entre las temporada 1982 y 2001. Encuentran que en 1982, del total de lesiones
ocurridas (236), el 42% se produjo en el entrenamiento y el 58 % en competición. En el
2001, el 59% se produjo en entrenamientos y el 41% en partidos. La mayoría de las
lesiones (67 y 60% en 1982 y 2001 respectivamente) fueron de categoría leve o
menor, y el 9% de las lesiones provocó una ausencia de más de un mes. El promedio
de ausencia de días por lesión fue de 11.6 y 13.8 en 1982 y 2001 respectivamente. No
existen diferencias en cuanto a la incidencia lesional entre estos dos periodos de
tiempo estudiados, así como tampoco hubo diferencias al hablar de la gravedad
lesional. De esta manera, los autores afirman que el principal hallazgo que
encontraron fue que no hubo diferencias en el riesgo de lesión existente entre 1982 y
2001. El único motivo por el que los futbolistas del 2001 tuvieron mayor número de
lesiones en los entrenamientos es debido a que tuvieron un gran aumento de estos, es
decir, pasaron de 142 sesiones en 1982 a 238 en 2001, lo que supone un aumento del
68%.
Heidt et al (2000) encontraron mayor número de lesiones en futbolistas mujeres
durante los entrenamientos (52%) que durante la competición (44%).
Woods et al (2004), sobre lesiones isquiotibiales en fútbol, explican que
produjeron un promedio de 18 días y 3 partidos perdidos por lesión. Otro cálculo que
hacen es que cada club perdía futbolistas durante 15 partidos y durante 90 días
durante una temporada por este tipo de problemas. También sobre lesiones
isquiotibiales en el fútbol, Askling et al (2003) registraron 13 lesiones en 30 futbolistas
suecos profesionales durante una temporada. Ocho de ellas fueron calificadas de
lesiones leves, cuatro como moderadas y una como severa.
El estudio de Peterson et al (2000) en futbolistas de diferentes edades y de
diferente categoría recoge que, de las 558 lesiones registradas en un año,
aproximadamente la mitad de ellas fueron leves, un tercio fueron moderadas y el 15%
fueron severas. La incidencia por gravedad y jugador fue de 1.1 en cuanto a lesiones
leves, 0.7 de moderadas y 0.3 de severas. No hubo diferencias en la severidad de la
lesión entre las lesiones por contacto y sin contacto.
Morgan y Oberlander (2001) realizan un estudio donde examinan las lesiones
ocurridas en jugadores de fútbol de equipos americanos (liga de las 10 franquicias).
Encuentran durante la temporada estudiada 256 lesiones, y las clasifican según su
gravedad en menores (60%), moderadas (26%) e importantes (14%).
Junge et al (2004) obtuvieron que el 61% de las lesiones que encontraron en
futbolistas no provocaron ausencia del entrenamiento ni de la competición. Una tercera
parte de las lesiones provocó la ausencia durante no más de una semana, mientras el
6% de las lesiones necesitó de mayor ausencia. De las nueve lesiones más severas
(ausencia de más de 30 días), seis se localizaron en la rodilla (3 rupturas
ligamentosas, una fractura, un esguince y una contusión), hubo dos fracturas de tobillo
y una fractura del pie.
Fuller et al (2004b) explican que, de los 8572 tackles obtenidos en diversas
competiciones oficiales de fútbol profesional, los equipos médicos realizaron 200
intervenciones después del partido. De éstas, 130 contuvieron información de la
severidad de la lesión (en el 54% de los casos no se provocó ausencia, el 30% fue
catalogado como lesiones leves, el 12% menores, el 4% moderadas y el 1%
importantes).
Síntesis sobre las consideraciones más destacables:
-

La clasificación de las lesiones acostumbra a dividir las mismas en leves,
moderadas e importantes, según el tiempo de inactividad que provoquen

-

Las lesiones de pretemporada revisten menor gravedad que las del periodo
competitivo

-

El número de lesiones durante los entrenamientos ha aumentado respecto
hace unas décadas, muy probablemente por el aumento de horas de esta
práctica

-

La mayoría de lesiones en las diferentes prácticas deportivas son leves, lo
que nos hace pensar que podrían evitarse mediante planes de prevención
bien diseñados

-

Las recidivas revisten peor gravedad que las primeras lesiones, hecho que
alerta de la necesidad de cumplir totalmente la rehabilitación de las lesiones
existentes.

1.2.4.- Posición en el campo

También existe algún trabajo que estudia la relación de la incidencia de
lesiones con el rol que desarrolla un jugador de fútbol en el terreno de juego. A pesar
de que algunos estudios no encuentran ningún tipo de relación (Woods et al, 2002),
Hawkins y Fuller (1996) sí encontraron que los defensores tenían mayor riesgo de
lesión. Por otra parte, Andersen et al (2003) vieron que los centrocampistas son los
que sufren más lesiones.
El estudio de Morgan y Oberlander (2001) en jugadores de fútbol mostró que
los centrocampistas sufrían el 37.6% de las lesiones, mientras los defensas tenían el
29.6% y los atacantes y porteros el 20.5%. El análisis de resultados que practicaron no
mostró diferencias estadísticamente desproporcionadas que revelaran una cantidad de
lesiones mucho mayor según la posición en el campo.
Respecto a los porteros, Woods et al (2004) han podido ver que son los que
menos lesiones de isquiotibiales sufrieron, hecho bastante evidente.
Fuller et al (2004b) no encontraron diferencias en cuanto a la posición del
jugador dentro del campo en relación con la aparición de lesiones en futbolistas que se
encuentran involucrados en acciones de tackle.
En lo que se refiere a la existencia de mayor número de lesiones entre
jugadores de fútbol locales o visitantes, Rahnama et al (2002) no encuentran
diferencias.
Síntesis sobre las consideraciones más destacables:
-

Parece ser que no existen grandes diferencias en cuanto a incidencia
lesional según la posición que se desarrolle en el juego

-

A pesar de esto, hemos de pensar en la planificación específica de
prevención adaptada a cada deportista, pues los diferentes roles
desarrollados en el juego pueden provocar diferentes mecanismos lesivos.

1.2.5.- Momento de aparición de la lesión

El momento en que tienden a producirse las lesiones ha tenido cierta
importancia en los estudios de investigación en el deporte. Así, Rahnama et al (2002)
explican que es en el último cuarto de hora de cada parte donde se sitúan los periodos
con mayor índice lesional de carácter moderado, siendo mayor dicho riesgo durante la
segunda parte en comparación a la primera. Esto parece estar ligado a la existencia
de fatiga muscular, producida probablemente por una depleción de glucógeno y
deshidratación. Resulta curioso leer en este mismo trabajo que los primeros 15
minutos de la segunda parte también encarnan un elevado riesgo de lesión, y la
explicación que proporcionan es que posiblemente los jugadores no hayan calentado
apropiadamente para reanudar el partido. Además, explican que las lesiones leves se
producen en el primer cuarto de hora del inicio del partido, probablemente porque el
estado fresco del deportista le lleve a emplearse con una intensidad importante para
intimidar al contrario desde un inicio. Estos datos difieren levemente de los de Hawkins
et al (2001), quienes comentan que la mayoría de lesiones se producen en los últimos
15 minutos de la primera parte y en la última media hora de partido.
Östenberg y Roos (2000) vieron, en jugadoras de fútbol, que el 60% de las
lesiones tenían lugar durante partidos de competición, mientras el resto se producía en
el entrenamiento. Encontraron que el 60% de las lesiones se dieron después de 60
minutos de entrenamiento o competición, y vieron además que las lesiones moderadas
e importantes tuvieron lugar más tarde que las lesiones menores ya fuera durante el
entrenamiento o durante un partido. Es posible que esto se debiera a la falta de
concentración o por la existencia de fatiga muscular debida una disminución del
glucógeno muscular y a un agotamiento aeróbico, tal y como explicó Bangsbo (1994,
en Östenberg y Roos, 2000). A pesar de esto, parece que la resistencia aeróbica no
es un factor de riesgo de lesión, aunque, por otra parte, esto puede deberse a que el
test de resistencia aeróbica utilizado tenga sus limitaciones y esté influenciado de
forma importante por la motivación del deportista.
Junge et al (2004) encontraron en futbolistas que el menor número de lesiones
se produjo en los primeros 15 minutos de cada tiempo, y existía un aumento de la
incidencia de lesiones a medida que avanzaba el partido hacia el final de cada parte,
hecho que parece reflejar el aumento de intensidad del partido y /o la existencia de
agotamiento físico y psíquico. Esto se cumplía tanto para las lesiones por contacto
como para las producidas sin contacto, pero respecto a las lesiones por juego sucio se
vio que aumentaban de los primeros quince minutos de partido a los quince minutos
siguientes, para posteriormente quedarse estables durante el resto del partido.
Las lesiones de futbolistas registradas por Junge et al (2004) revelaron que la
mayoría de ellas (55%) se produjeron durante la segunda mitad del partido (en la
primera parte se produjo el 44%). Doce lesiones (1.7%) se produjeron después del
minuto 90 de partido. Estos datos no revelan diferencias entre las dos mitades de que
consta un partido en cuanto a la incidencia lesional. No hubo relación entre el
momento de lesión durante el partido y la severidad de la afectación. El problema que
presenta este estudio y otros con metodología parecida es que no había una recogida
de datos realizada directamente por los investigadores, y además se hacía una
estimación del tiempo de ausencia que tendrían los deportistas lesionados, pues no se
realizaba un seguimiento después de los torneos.
Las lesiones de tobillo y pie en fútbol recogidas por Giza et al (2003) no
mostraron diferencias significativas sobre el momento del partido en que se producían
(36 en el primer tiempo y 40 en el segundo).
A raíz de los datos obtenidos, parece ser que no existe una relación realmente
determinante entre la incidencia lesional y un periodo reducido de tiempo en un partido
de fútbol.
Askling et al (2003), en su estudio sobre lesiones de isquiotibiales, encuentran
que el 46% de las encontradas durante la temporada en una población de 30
futbolistas se produjeron durante competición y el 54% de ellas durante
entrenamientos.
Woods et al (2004) explican que aproximadamente el 32% de las lesiones
isquiotibiales que registraron en futbolistas se produjeron durante entrenamientos, y
cerca de las dos terceras partes (67%) tuvieron lugar durante partidos. Cerca del 47%
de las lesiones ocurridas se produjeron durante el último tercio tanto de la primera
como de la segunda parte. Los autores explican este hecho por la posible aparición de
fatiga.
Síntesis sobre las consideraciones más destacables:
-

A pesar de que no existe un periodo muy reducido donde se pueda afirmar
que ocurren la mayoría de lesiones en un partido, parece ser que es hacia
el final del mismo cuando más se producen, y diferentes autores lo
relacionan con la aparición de fatiga

-

Existe mayor número de lesiones en competición que en entrenamiento,
aunque en este último ámbito también existe una proporción importante de
las ocurridas.

1.2.6.- Circunstancias del juego. Acciones ofensivas – defensivas

Andersen et al (2003) han estudiado en futbolistas la incidencia de lesiones con
relación a si existía una acción ofensiva o defensiva. De las lesiones recogidas, 28 se
produjeron en ataque y 24 en defensa. Las incidencias en defensa se dieron sobre
todo en la zona de defensa o en la primera zona de medios, mientras los incidentes
ofensivos se recogían en la zona de ataque o en la más avanzada de medios. Esto
quiere decir que justamente en la parte central del campo es donde se producen
menos lesiones. Y en cuanto a la zona del campo donde más probabilidad de lesiones
leves tienden a producirse es en el área de gol, mientras las acciones potencialmente
de grado moderado y elevado se producían en las zonas adyacentes al área.
Curiosamente se ha visto mayor número de lesiones por la zona derecha de ataque
(Rahnama et al, 2002).
De la incidencias en ataque, en la mayoría de casos no había peligro inminente
de gol, y las lesiones estuvieron precedidas normalmente de un pase corto en
comparación a las que eran precedidas de un pase largo. Destaca el hecho de que la
intensidad de juego era alta en 21 de los 28 incidentes ofensivos. Por otra parte y
analizando el mismo estudio de Andersen et al (2003), la mayoría de los incidentes
defensivos se produjo durante ataques prolongados del oponente. Casi la totalidad de
estos se dieron en el momento de recuperar la pelota o dentro de los cinco segundos
siguientes a dicha recuperación o en la disputa de la misma. De los 24 incidentes
producidos en defensa, 16 no tenían peligro de gol, y en 17 de ellos la última acción
del oponente fue un pase corto, y nada más tres de los incidentes experimentó
previamente un pase largo. Este último dato es curioso porque expone valores
parecidos en las lesiones ofensivas, lo que muestra que el mayor riesgo de lesión
estaba relacionado con la existencia de juego corto. Es posible que esto provoque un
juego de mayor contacto, más relacionado con la existencia de una presión de juego
mayor. Este hecho parece tener mayor incidencia lesional que la que podría darse por
el mayor riesgo de pérdida – recuperación de la pelota que se produce tras un pase
largo.
Los resultados de este trabajo sugieren que la mayoría de incidentes resulta de
la lucha por la pelota en la zona de medios adyacentes al ataque, donde la intención
es ganar la posesión de la pelota cuando el oponente está en ataque y existe un
balance defensivo negativo.
Síntesis sobre las consideraciones más destacables:
-

Existe mayor número de lesiones en los jugadores que se encuentran
realizando tareas atacantes

-

El mayor porcentaje de lesiones se producen en las zonas más cercanas a
las porterías. Es destacable el hecho de que la acción anterior a la mayoría
de lesiones fuera un pase corto; este hecho es importante tenerlo en cuenta
cuando se diseñen tareas con la intención de realizar un plan de
prevención.

1.3.- Factores de riesgo asociados a la lesión en el deporte.

1.3.1.- Introducción.

En este apartado vamos a tratar los factores de riesgo asociados a las lesiones
deportivas que han sido identificados por los diferentes trabajos realizados sobre el
tema. Existen estudios que tratan de forma simultanea diferentes factores de riesgo al
hablar de prevención.
De entro ellos, Woods et al (2002) asocian la lesiones del tendón aquileo en
futbolistas durante la pretemporada a una superficie dura, una vuelta al entrenamiento
después del periodo vacacional, un calzado pobre y un aumento de la intensidad del
entrenamiento. Otros parámetros estudiados como factor de riesgo son los tipos de
acción durante el juego, el periodo del partido, zonas del campo donde se producen
las lesiones y el rol de los deportistas lesionados, ya sea de local o visitante, aunque
en estos apuntes que desarrollamos algunos de estos puntos han sido interpretados
como parámetros que definen el entorno lesional y no como factores de riesgo.
Rahnama et al (2002) estudian dichos factores en futbolistas de la Premier League
durante la temporada 1999-2000.
Watson (2002) comenta la falta de flexibilidad, el desequilibrio de fuerza entre los
flexores y extensores de rodilla, los defectos posturales, la existencia de lesiones
previas, la falta de fuerza de la musculatura estabilizadora de la rodilla y la velocidad
de desplazamiento, este último factor asociado a la fuerza explosiva del deportista. En
este apartado vamos a desarrollar algunos de estos factores de riesgo y otros
comentados por diversos autores, unos con más detenimiento que otros debido a la
importancia que parece tener cada uno y según podamos incidir en mayor o menor
grado para evitar la aparición de lesiones.
Ya hemos dicho que los diferentes trabajos identifican varios factores de riesgo.
En algunos casos es difícil diferenciarlos para poderlos mostrar de una manera
didáctica. Por ejemplo, Östenberg y Roos (2000) identifican tres factores de riesgo en
una población de jugadoras de fútbol: ser mayor de 25 años, una puntuación de 4 o
más en el test modificado de Beighton (Beighton et al, 1973, en Östenberg y Roos,
2000), lo que significaba una articulación laxa, y el realizar más de 25 saltos en el test
“square-hop” (saltos realizados en diferentes direcciones). Este último punto podría
verse como contradictorio en un principio, pero resulta que los jugadores de mayor
categoría eran los que obtenían más puntuación y tenían mayor edad, punto este
último asociado ya a factor de riesgo según lo encontrado en este estudio.
La revisión realizada por Thacker et al (1999) sobre la prevención de esguinces
de tobillo en el deporte explica que los factores biológicos como la laxitud articular no
han podido ser calificados como factores de riesgo, y la inestabilidad postural y la
inclinación del talón (varo-valgo) ofrecen dudas sobre si pueden ser definidos como
tales, mientras sí que se ha establecido como un claro factor de riesgo la existencia de
esguinces previos.
Dvorak et al (2000) dividen los factores de riesgo en intrínsecos y extrínsecos, tal
y como hacen otros autores. Los intrínsecos se refieren a características biológicas o
psicológicas de la persona, como son la laxitud ligamentosa, rigidez muscular (falta de
extensibilidad), inestabilidad funcional, lesiones previas y rehabilitación inadecuada.
Los extrínsecos incluyen el volumen de entrenamientos y competiciones realizadas,
factores climáticos, superficie de juego, condiciones del terreno de juego (húmedo,
mojado, seco), equipamiento (espinilleras, vendajes, calzado), las reglas de juego y
también la existencia de juego sucio. Murphy et al (2003) realizan una división muy
parecida, y los matices no son tan importantes si tenemos claro qué los factores
intrínsecos son inherentes al deportista y pueden mejorarse mediante el trabajo de
éste, mientras los extrínsecos son externos al atleta y no necesitan de su intervención.
La revisión de Thacker et al (2003) sobre prevención de lesiones de rodilla en el
deporte muestra una gran variedad de factores extrínsecos e intrínsecos:
-

Factores extrínsecos: relacionados con el deporte, equipamiento,
superficie de juego, calzado, supervisión de actividades incluyendo
competición y entrenamiento y condiciones climáticas;

-

Factores intrínsecos: edad, inexperiencia, tamaño corporal, postura
estática,

laxitud

articular,

alineamiento

segmentario

(incluyendo

hiperpronación), fatiga muscular, propiocepción pobre, género, aumento
del ángulo Q en mujeres deportistas, dimensiones de la ranura
intercondilea, nivel de estrógenos, ovulación, proporción de fuerza
muscular cuadriceps-isquiotibiales, tamaño del ligamento (referido al
LCA), predisposición genética y factores psicológicos.
En este apartado vamos a desarrollar tanto los factores de riesgo intrínsecos
como los extrínsecos, aunque van a ser los primeros los que merezcan especial
atención en el apartado de intervención mediante planes de prevención. En realidad,
es el trabajo de los factores intrínsecos el que va a disminuir la incidencia y gravedad
de lesiones en el deporte actual. Además, en este tema vamos a desarrollar en primer
lugar el mecanismo de lesión, pues a pesar de que no es citado directamente como
factor de riesgo, aquí sí se considera que las acciones propias de cada deporte
conforman un punto importante en el origen de las lesiones.

1.3.2.- Mecanismo lesional.

Es necesario tener conocimiento de los tipos de lesión que habitualmente se
producen en los diferentes deportes, así como de la biomecánica lesional.

1.3.2.1.- Las lesiones por contacto: el tackle como acción más lesiva.

Habitualmente el mecanismo lesional se divide en acciones por contacto y
acciones sin contacto, tal y como hemos explicado anteriormente. Woods et al (2003)
han visto en futbolistas una cierta predominancia de las lesiones por contacto (59%),
de la que destaca la acción de tackle, respecto a las producidas sin contacto, donde
predominan la recepción de un salto, los giros, los cambios de dirección y la carrera. El
estudio de Östenberg y Roos (2000) muestra datos muy parecidos, pues explica que el
55% de las lesiones traumáticas se producían por contacto con otro jugador, mientras
vieron que el 45% se producían sin contacto (lesiones de rodilla en jugadoras de
fútbol).
En este sentido, Anderson et al (2003) explican que la etiología de la lesión
acostumbra a ser multifactorial, sumando factores internos como las propias
características del jugador, externos como los factores ambientales y el equipamiento,
y el mecanismo lesivo. Este último aspecto ha sido estudiado desde la vertiente
biomecánica del gesto, analizando su cinemática y cinética, a lo que se suma la
actividad electromiográfica en algunos trabajos. Además del mecanismo de lesión
desde el punto de vista biomecánico, destaca el hecho de que estos autores comenten
la necesidad de realizar un análisis de las interacciones complejas de juego que llevan
a una posible lesión, y con esta intención se ha desarrollado la FIA (Análisis de los
Incidentes en Fútbol), un método de trabajo basado en el análisis de video que permite
describir los incidentes lesivos utilizando 19 variables.
Con relación a esto, Rahnama et al (2002) también insisten en la necesidad de
analizar las acciones potencialmente lesivas para posibilitar mejores programas de
prevención y rehabilitación. Estos autores se basan en los valores del PAIRI
(incidencia del Riesgo de Lesiones en Acciones de Juego) y los diferentes niveles de
potencialidad de lesión para decir que la acción de juego por contacto con mayor
riesgo es que el futbolista reciba un tackle (Woods et al, 2002, también lo han
registrado así), y destacan también las acciones de recibir una carga y realizar un
tackle. Es posible que el hecho de realizar una carga tenga menor peligro que recibirla
debido a que quien la realiza tiene la acción preparada. Conociendo estos hechos,
Rahnama et al (2002) insisten en la necesidad de que los entrenadores tengan estos
conocimientos en cuenta en los entrenamientos, al igual que los jugadores sean
conscientes para realizar las maniobras necesarias y poder protegerse.
Fuller et al (2004a) explican la importancia que merece el estudio de cómo se
produce en fútbol la lesión por contacto jugador-jugador en la llamada acción de
tackle. Estos autores lo definen como la acción que ocurre durante el curso normal de
un partido e involucra un contacto físico entre dos o más jugadores mientras luchan
por la posesión de la pelota. Para esto graban en video las acciones de tackle
ocurridas en 123 de los 128 partidos jugados en diferentes torneos de la FIFA y de los
JJOO. Cerca del 50% de las lesiones tratadas después de un partido vienen dadas por
esta causa, aunque de ellas el 30% son debidas a juego sucio. Es interesante la
orientación que estos autores dan al tema al decir que uno de los aspectos a estudiar
sería el proceso cognitivo que en este caso el futbolista realiza para ejecutar estas
acciones, pues la resultante en una lesión puede ser debida a la mala decisión
tomada, lo que representa un error. Esto lo hacían extrayendo la siguiente información:
dirección del tackle (si el jugador que lo realiza se aproxima por delante, detrás o
lateralmente), forma (el jugador contacta con los dos pies en el suelo, resbalando
incluyendo un salto horizontal, salto vertical) y acción durante el tackle (utilización de
uno o dos pies en su ejecución, utilización de un brazo o la mano, contacto con la
parte superior del cuerpo, o la existencia de un golpe entre cabezas).
Askling et al (2003) encontraron que las lesiones isquiotibiales registradas en
futbolistas se produjeron en su mayor parte durante acciones de esprint, y la lesión de
mayor gravedad (de las 13 que registraron) se produjo en una acción de tackle. El
69% de estas lesiones se produjeron de forma aguda (traumática), mientras el resto se
produjo por sobrecarga.
Drawer y Fuller (2002) recogen cuatro categorías de mecanismo de lesión
(realizar un tackle, correr, recibir un tackle y el chute). Los incidentes por contacto
(como realizar o sufrir un tackle) suponen el 38.9% del total de los días de ausencia, y
las actividades propias del fútbol, como el chute y la carrera fueron responsables del
46.5% de los días perdidos. El contacto jugador-jugador fue el responsable del 93.8%
de las contusiones, del 59.4% de los esguinces y del 55% de las fracturas. Los
jugadores que realizaron los tackles sufrieron todas las lesiones con fractura causadas
por el mecanismo de contacto jugador-jugador. Este contacto jugador-jugador también
fue el responsable

de las lesiones de tobillo (61.9%) y de rodilla (56.8%), y las

actividades específicas del fútbol fueron las causas mayores de las rupturas
miofibrilares (72.1%) y de las lesiones de ingle (46.8%), muslo (71.3%) y de la pierna
(43.6%).

1.3.2.2.- Las lesiones sin contacto. Mayor campo de prevención. Los
mecanismos de salida abierta y de salida cerrada.

Hemos de tener en cuenta que, a pesar de las recomendaciones anteriores, es
difícil evitar las acciones que pueden producirse por contacto. Por otra parte, las
lesiones sin contacto tienen una connotación diferente, pues están ligadas a aspectos
que posiblemente puedan ser más influenciados por el entrenamiento y la planificación
de una prevención.
Woods et al (2002) explican, refiriéndose al periodo de pretemporada del
futbolista, que la lesión muscular que más se produce es la ruptura miofibrilar (37%),
entre las que destaca la del recto femoral. Parece ser que esto pueda estar ligado a la
involucración de dicho músculo en acciones como la carrera y los lanzamientos.
Merecen especial atención las lesiones articulares, pues frecuentemente
provocan largos periodos de inactividad. Besier et al (2001a) destacan el riesgo
potencial de la lesión ligamentosa de rodilla en los cambios de dirección, pues tales
acciones provocan una combinación de cargas de flexión, varo – valgo y rotaciones en
dicha articulación. Según este trabajo, las cargas de flexión combinadas con
momentos de valgo y rotación interna son las que más estresan el LCA,
particularmente en el momento que la rodilla está cercana a la extensión completa al
realizar el apoyo. Además, parece ser que el gran momento valguizante durante la
salida abierta provoca mayor estrés en el LLI, al igual que la rotación externa, mientras
las cargas combinadas que incluyan un varo producen una mayor tensión en el LLE.
La salida abierta se refiere al cambio de dirección con pivotaje y salida en dirección
opuesta a la pierna de apoyo, y la salida cerrada se refiere al cambio de dirección con
pivotaje y salida en dirección de la pierna de apoyo.
White et al (2003), en un estudio sobre la lesión del LCA en deportistas
femeninas, explican que los mecanismos más habituales son la recepción del pie y el
cambio de dirección (29% de los casos), la recepción sobre la rodilla en extensión
(28%) y la parada en la recepción con la rodilla en hiperextensión (26%). Rozzi et al
(1999) también explican que las lesiones del LCA en baloncesto y fútbol se producen
en la mayoría de casos sin contacto, y que el mecanismo es sobre todo mediante
desaceleraciones o recepciones en un salto.
La lesión del LCA es la que reviste mayor gravedad en la rodilla. Besier et al
(2001b) explican que las acciones con cambios bruscos de dirección combinados con
aceleraciones o desaceleraciones importantes del cuerpo son las que más estresan
este ligamento. Así, a las cargas ya comentadas que se producen en el LCA, hay que
añadir el aumento de estrés que provoca la anteriorización tibial en las acciones
citadas, sobre todo en situaciones que se producen con la rodilla entre la extensión
completa y los 20º de flexión. Se ha visto que el LCA es más propenso a sufrir
lesiones con la rodilla cerca de 30º de flexión bajo cargas de flexión y valgo.
Con relación a esta posición articular, la figura 3 (Solomonow et al, 2001)
muestra la carga aislada cuadricipital en diferentes ángulos de flexión de rodilla y,
aunque evidentemente en una situación normal tendríamos que contar con la actividad
isquiotibial para hablar de este parámetro, es interesante ver que la mayor tensión se
sitúa alrededor de los grados comentados por Besier et al (2001b).
En el trabajo de Besier et al (2001a) podemos leer que los isquiotibiales tienen
un gran potencial de reducir la anteriorización tibial cuando la rodilla es flexionada
desde la extensión completa, aligerando así la carga del LCA. Pero el aumento de
flexión desde la extensión completa disminuye la capacidad de los músculos de la
rodilla para soportar el valgo, aumentando así las cargas a soportar por el LCA y otros
ligamentos.
Figura 3.- Desplazamiento anterior tibial
según la carga aislada en el cuadriceps
a diferentes grados de flexión de rodilla
(Solomonow et al, 2001).

En Besier et al (2001b), sobre las cargas que sufre la rodilla en diferentes
acciones motrices (carrera recta, salida abierta de 30º y de 60º y salida cerrada de
30º), se destaca el hecho de que entre dichas tareas no había diferencias destacables
en los momentos de flexión, pero sí existían diferencias importantes en las cargas de
varo – valgo y rotacionales. El momento de flexión de rodilla ha de ser contrarrestado
por una acción cuadricipital que acabará provocando una anteriorización tibial que
será más importante cerca de la posición de extensión. Es posible que la suma de las
cargas de varo – valgo y de rotación conjuntamente con esta traslación anterior de la
tibia sea la causa del aumento del riesgo de lesión del ligamento. Hemos de pensar
que ante cualquier deficiencia de la musculatura implicada estas cargas pueden llevar
a una lesión, aunque el riesgo dependa también de otros factores, de entre los cuales
estos autores destacan la magnitud y frecuencia de las cargas, la combinación de
éstas, cómo las mismas son repartidas entre la musculatura y otros tejidos blandos
que rodean la articulación, la capacidad de resistencia ligamentosa y la geometría
articular.
La mayor tensión en el LCA se produce durante la salida abierta en el contacto y
el despegue, donde la rodilla experimenta una combinación de traslación tibial anterior,
rotación interna y valgo de rodilla, con esta articulación en una flexión de entre 30 y
40º. En este trabajo también destaca la tensión que sufre el LLI de los individuos que
producían una carga en valgo y rotación interna en el contacto y el despegue de esta
misma acción. Este ligamento soporta casi el 80% de la carga de valgo de rodilla
cuando ésta se encuentra en una flexión de entre 25 y 30º, y además soporta la
mayoría de carga de rotación interna entre los 0 y 45º de flexión. Por otra parte, los
individuos que registraban un varo en los cambios de dirección provocaban un riesgo
potencial de lesión en el LLE, sobre todo cuando la rodilla estaba cercana a la
extensión.
Cerulli et al (2001) explican que la lesión del LCA se produce normalmente con la
rodilla entre 0 y 30º de flexión, sobre todo en situaciones sin contacto y durante la
carrera y el salto. En la carrera, los movimientos asociados con la lesión incluyen el
cambio de dirección, la desaceleración rápida, la parada espontánea y los
movimientos de rotación. En cuanto al salto, los movimientos de mayor peligro son la
recepción en varo y rotación interna y el estrés en valgo y rotación externa.
Variando de articulación, Woods et al (2003) han mostrado que el ligamento
tibioperoneo anterior y posterior son los que recogen menor número de lesiones de
tobillo en futbolistas. En esta publicación se explica que la tendencia natural del tobillo
es que éste vaya más hacia la inversión que hacia la eversión. En el 73% de este tipo
de lesiones queda afectado el LPAA, posiblemente porque tiene menor capacidad de
carga, aunque hemos de pensar que biomecánicamente es el que queda más
sometido a la flexión plantar y al cajón anterior del astrágalo. En cambio, el ligamento
PC no llega a sufrir esta combinación de tensiones. Respecto a la lesión del complejo
interno, la incidencia lesional se encuentra alrededor del 14%. Es posible que estas
últimas lesiones estén asociadas a la realización de tackles con la cara interna del pie
(interior de la bota).
Stacoff et al (1996) explican que ante una carga en inversión los peroneos son
los eversores más importantes, pero el tiempo de reacción de estos está entre 60 y
90ms, demasiado largo para prevenir una distensión de tobillo, pues durante los
cambios laterales de dirección la inversión tiene lugar en los 30-50ms después del
contacto. También comentan que hay dos tipos de deslizamiento que se deberían
tener en cuenta: el primero es entre la suela y el suelo (bastante estudiado), y el
segundo (muy poco estudiado) es entre la planta del pie y la suela, el cual debería ser
el menor posible. Con relación a esto, es necesario tener en cuenta los gestos de cada
deporte, pues cada uno de ellos puede tener mayor o menor riesgo de provocar una
lesión de tobillo. El baloncesto es la actividad con mayor riesgo de este tipo de
lesiones, seguidas del balonmano, voleibol, fútbol y tenis.
Con relación a esto último, la tabla 7 (Meeuwisse et al, 2003) muestra también
cómo el esguince de tobillo es la lesión de mayor incidencia en una población de
jugadores universitarios de baloncesto.

Tabla 7.- Mayor número de lesiones en el tobillo en
jugadores universitarios de baloncesto (Meeuwisse et
al, 2003).

Woods et al (2004) explican que las lesiones de isquiotibiales en la carrera se
producen al final de la fase de oscilación, cuando estos músculos trabajan para
desacelerar la extremidad mientras también controlan la extensión de la rodilla (esta
musculatura ha de cambiar de un funcionamiento excéntrico, a una acción concéntrica,
sobre todo al convertirse en extensores de cadera). Este cambio tan rápido de
excéntrico a concéntrico

es el momento en que el músculo se convierte en más

vulnerable.
Tol et al (2002) realizan un estudio sobre la relación del chute y el síndrome del
pinzamiento anterior de tobillo en quince futbolistas amateurs. Para ello hacían realizar
chutes a una portería a 11 metros de distancia. Marcaron diferentes zonas del pie para
poder ver dónde se producían los contactos con el balón. Además realizaron un
control cinemático de la acción. Esto lo hacen porque son conocedores de la
formación de osteofitos talotibiales en la parte anterior del tobillo en futbolistas con
dolor crónico. Se ha llegado a llamar a esta afectación el tobillo del futbolista o tobillo
del atleta, pero posteriormente ha adoptado el nombre de síndrome del pinzamiento
anterior de tobillo.
La causa de la formación de estos osteofitos no está totalmente establecida. Una
de las posibles explicaciones asume que durante el chute se produce una tracción
máxima repetitiva en la cápsula articular. En otra hipótesis se explica que la formación
de osteofitos se relaciona con un daño directo en el borde del cartílago anterior del
tobillo en combinación con un microtrauma recurrente, causado por el impacto directo
del balón en la región anterior del tobillo. La zona de contacto con el balón puede
verse en la tabla 8 (Tol et al, 2002).

Tabla 8.- Zona de contacto en el pie ante el
impacto del balón durante el chute (Tol et al,
2002).

La máxima flexión plantar en el chute excedió la máxima flexión plantar activa
recogida antes del inició de las acciones de chute (esto sucedió en el 39% de los
casos). Los autores realizan una autocrítica al haber medido la flexión plantar con
métodos diferentes. De todas maneras, si se considera el aumento de flexión plantar
como real, el estudio muestra un aumento de la tensión producida en la parte anterior
capsular, lo que apoya la hipótesis de la formación de osteofitos como consecuencia
de la tracción. Pero existen datos morfológicos que no apoyan esta hipótesis, pues la
cirugía ha mostrado que la localización exacta de los osteofitos documentados no
muestra la misma ubicación que la inserción capsular en la tibia.
Giza et al (2003) estudian los mecanismos de las lesiones del pie y del tobillo en
futbolistas. Sostienen que diferentes estudios hablan de la gran cantidad de
osteoartritis vistas tanto en jugadores en activo como en retirados. El contacto jugador
con jugador parece ser un factor que contribuye de forma importante en una
proporción del 44 al 74% de las lesiones en el fútbol, y el estudio de Ekstrand y
Gillquist (1983) mostraron que la mayoría de lesiones se producía en la extremidad
dominante debido a que era la que más se involucraba en acciones de inversión
durante el salto y el chute. Por otra parte, la mayoría de esguinces de tobillo se
producen en la carrera, los cambios de dirección y la acción de tackle. Estos autores
destacan los factores intrínsecos siguientes: lesiones ligamentosas previas, tipo y
tamaño del pie, inestabilidad de tobillo, laxitud articular, fuerza muscular disminuida y
alineamientos anatómicos incorrectos. También comentan la inadecuada rehabilitación
o el tiempo insuficiente de la misma.
Giza et al (2003) realizan este estudio durante diferentes torneos internacionales
de élite (torneos olímpicos y de la FIFA). En estos torneos se desarrollaron 180
partidos, y los médicos proporcionaron información de 85 lesiones de tobillo y 29 de
pie. En 76 de estos casos existió una acción de tackle como mecanismo de lesión. El
52% de estas lesiones con tackle produjo contusiones, el 26% esguinces y el 5%
fracturas.

1.3.2.3.- No tan sólo hay lesiones en la extremidad inferior...

Cambiando de deportes, Witvrouw et al (2000) explican que los problemas de
hombro son habituales en el atleta que realiza movimientos por encima de la cabeza.
Parece ser que estos atletas pueden tener lesiones y disfunciones debido al estrés
mecánico repetitivo de acciones a elevada velocidad del hombro, las cuales
frecuentemente se realizan hasta los extremos de la movilidad articular. Existe
información sobre la parálisis del nervio supraescapular en atletas, lesionado sobre
todo a nivel del surco supraescapular, la cual lleva a una hipoatrofia de los músculos
supraespinoso e infraespinoso. Los jugadores de voleibol son de los deportistas que
más experimentan esta lesión. Algunos trabajos han hablado de la similitud mecánica
de algunos movimientos específicos del voleibol, tales como el saque y el remate, con
otros deportes en que se utiliza la extremidad superior por encima de la cabeza. Pero
estos autores no están de acuerdo, pues destacan que el servicio no intenta conseguir
normalmente la máxima velocidad sino que intenta mantener una trayectoria flotante,
lo que provoca que los músculos posteriores del hombro tengan una acción de frenada
considerable en el movimiento hacia delante de la extremidad. La acción excéntrica
resultante puede provocar un mayor estrés en el nervio que las acciones donde no se
requieren tanta precisión y control del gesto.

1.3.3.- Existencia de lesiones previas.

Uno de los factores de riesgo más importantes en la prevención de lesiones es la
existencia de lesiones previas. Estos deportistas tienen más posibilidades de sufrir
nuevas lesiones. Inklaar (1994) explica que la literatura habla de la existencia de
lesiones recurrentes del mismo tipo y localización y la existencia de lesiones crónicas
se producen en mayor medida según el deportista se va haciendo mayor.
Muy relacionado con esto existe el dato de que muchos jugadores intentan volver
demasiado rápido a la competición después de haber sufrido una lesión, pero esto
puede llevar a un empeoramiento de la misma y a un mayor periodo de recuperación.
Inklaar (1994) comenta datos sobre un estudio realizado en clubes alemanes sobre la
prevalencia de lesiones. En el inicio de la competición, sobre el 45% de los jugadores
sufrían las consecuencias de lesiones recientes (19.3%), de lesiones crónicas o de
viejas lesiones.
Watson (2002), en un estudio con jugadores de fútbol y de fútbol galés, apoya la
idea de que la lesión previa es un buen parámetro para predecir futuras lesiones. No
se conoce si las recidivas fueron debidas a un tratamiento insuficiente a nivel
rehabilitador o bien fueron dadas por las características inherentes del deportista.
Woods et al (2004) obtuvieron un porcentaje de reincidencias de lesiones
isquiotibiales del 12% en futbolistas, pero no tuvieron diferencias significativas en
cuanto a la gravedad de las lesiones nuevas y de las recidivas.

1.3.4.- Alteración propioceptiva.

La sensibilidad propioceptiva ha sido uno de los campos que más se ha
trabajado tanto en la recuperación como en la prevención de lesiones. Barlett y Warren
(2002) explican que la posición articular se encuentra influenciada por diferentes
modalidades de receptores (entre ellos visuales y cutáneos), pero que son los
mecanorreceptores los más importantes, localizados a nivel muscular, tendinoso,
ligamentoso y capsular.
Centrándose en el LCA, estos autores comentan que la ruptura del mismo
provoca un empobrecimiento de la información de la posición articular, dejando la
rodilla a expensas de sufrir más fácilmente una lesión, hecho que se suma,
evidentemente, a la inestabilidad mecánica existente. Así, parece ser que en animales,
tal y como explican los autores citados, se ha podido ver que el estiramiento del LCA
provoca un feedback neural que se traduce en la contracción de la musculatura
isquiotibial, hecho que limita la anteriorización tibial, y ante la ausencia de dicha
aferencia, la rodilla quedará expuesta a una mayor traslación tibial anterior.
Esta capacidad propioceptiva de diferenciación de la posición articular puede
verse también influida negativamente por la aparición de fatiga. En Barlett y Warren
(2002) podemos leer que esto se debe principalmente a una pérdida de la eficacia de
los mecanorreceptores musculares. El ejercicio produce un aumento temporal de la
laxitud anteroposterior de la rodilla, y también ha sido recogido que las longitudes de
los ligamentos cruzados varía con la flexión y rotación de la rodilla, factores que
facilitan que esta articulación sea más vulnerable durante y después del ejercicio que
en reposo.
A pesar de esta idea, Barlett y Warren (2002) explican que es posible la
existencia de un mecanismo compensatorio para los ligamentos que tienen aumentada
su laxitud por el ejercicio en niveles normales de actividad (no fatigante al menos a
nivel extenuante). De hecho, es posible que exista un aumento de la sensibilidad de
los mecanorreceptores en respuesta a un ejercicio que podríamos denominar “sano” o
dentro de unos ciertos límites fisiológicos. Esto podría mejorar los mecanismos reflejos
de protección neuromuscular, con lo cual mejoraría la propiocepción de la rodilla.
Woods et al (2003) explican que hay datos que muestran una alteración
propioceptiva después de sufrir una lesión. Así se ha demostrado con la
monitorización de los cambios de fuerza y control sensoriomotriz en movimientos de
eversión del tobillo después de una lesión aguda en inversión. Encontraron que doce
semanas después de dicha lesión existía un error de precisión en la posición articular
en comparación al tobillo sano, y se necesitaron seis semanas para normalizar la
fuerza de eversión. Estos hechos refuerzan la idea de la necesidad de continuar el
trabajo de fuerza y propiocepción después de que el jugador haya vuelto a la
competición. Con relación a esto, Hewett et al (2002) explican que existen estudios
contradictorios respecto al tiempo necesario para que se restablezca de forma correcta
la sensibilidad propioceptiva en una rodilla después de la reconstrucción del LCA.
Datos de estos autores muestran cómo seis meses después de dicha intervención se
mantienen déficits propiocetivos, y por este motivo los autores muestran la necesidad
de tener precaución durante el proceso de rehabilitación.
Rozzi et al (1999), en un test propioceptivo para detectar la posición articular
comparando hombres y mujeres, no encontraron diferencias entre sexos cuando
movilizaban la rodilla hacia la flexión, pero sí encontraban esta diferencia cuando la
rodilla iba hacia la extensión. Este test pertenecía a una batería de pruebas donde se
intentaba ver si en determinados factores de riesgo asociados a lesión del LCA
existían diferencias entre hombres y mujeres. El test lo iniciaban con 15º de flexión de
rodilla. A medida que la rodilla se dirigía hacia la extensión, el LCA sufría mayor
tensión, lo que puede ser motivo de la diferencia cinestésica entre sexos. Es posible
que la mayor laxitud existente en las mujeres provocara que el ligamento tuviera
menos tensión y por tanto menos sensibilidad ante grados avanzados de extensión.
Otros datos argumentan este mismo hecho en la extremidad superior, es decir, la
falta de sensibilidad articular debido a la menor puesta en tensión en sujetos con
mayor laxitud articular. Además, es interesante comentar que los deportistas que
participaban de especialidades donde se requería mayor utilización de la extremidad
dominante, ésta era más laxa, y exhibían mayor pobreza kinestésica en posiciones
extremas de rotación externa en comparación con el hombro no dominante. En dicha
posición, los ligamentos de la extremidad dominante estaban más distendidos y por
tanto proporcionaban menos información para poder detectar la movilidad articular.
1.3.5.- Retraso electromecánico.

El estudio de Gleeson et al (1998) recogió la variación del retraso
electromecánico (EMD) entre antes y después de los diferentes tipos de ejercicio con
los que trabajaron. Los autores comentan que tuvieron un valor promedio preejercicio
de EMD en el bíceps femoral de 100ms (el similar al observado en otros trabajos). El
aumento que obtuvieron de más del 19% sugiere que dicho parámetro estuvo
influenciado de forma importante por las cargas repetitivas asociadas a la competición
y entrenamiento del fútbol. Los autores explican que existen artículos confrontados en
la literatura respecto la influencia de la fatiga en el EMD. Unos trabajos sugieren que
este factor queda afectado en movimientos voluntarios de los extensores de rodilla,
mientras otros sugieren lo opuesto.
Esta alteración del EMD puede haber sido debido, según reflexiones de Gleeson
et al (1998) a una interacción compleja de varios factores neuromusculares y
biomecánicos. La velocidad de acortamiento del tejido elástico en serie puede ser la
causa principal del EMD de un músculo. Es posible que cualquier aumento en la
compliancia de la unión miotendinosa provocada por los ejercicios realizados tendiera
a aumentar el EMD. La temperatura muscular puede ser un moderador importante en
este proceso, y se supone que los ejercicios desarrollados en este estudio imitando el
esfuerzo propio de la competición en el fútbol aumentan la temperatura del músculo.
Este cambio está asociado a un aumento de la propagación neural y a un aumento de
compliancia del tejido conectivo. Ya que el tiempo para acortar el componente elástico
en serie de la musculatura excede substancialmente el tiempo necesario para formar
los puentes cruzados en acciones concéntricas, la influencia del aumento de
compliancia durante los ejercicios realizados en este trabajo puede haber llevado al
aumento de EMD.
Los autores (Gleeson et al, 1998) explican que el ejercicio mixto y el ejercicio de
carrera que implicaba cambios de dirección involucran la participación de diferentes
tipos de fibra muscular, y la fatiga puede alterar las diferentes UM reclutadas. Es
importante señalar que el protocolo utilizado aquí para calcular el EMD no discrimina
entre la utilización de uno u otro tipo de UM. En este trabajo los autores explican que,
si se tuviera en cuenta el principio del tamaño de Hennemann (1965) para explicar el
patrón de reclutamiento de UM en una tarea, las UM que intervendrían en primer lugar
serían las lentas, ya que las UM más resistentes a la fatiga son reclutadas en primer
lugar. Pero tal y como se comenta, el orden de reclutamiento puede ser alterado bajo
algunas condiciones, pues las UM rápidas son reclutadas desde su inicio en acciones
balísticas, por ejemplo, y no está claro cómo se organiza un patrón de reclutamiento
bajo condiciones de fatiga (Enoka, 1995). Es posible continuar reflexionando sobre el
motivo que llevó al aumento de EMD, pero lo que está claro es que este parámetro
tuvo una alteración por una carga de ejercicio que asemejaba el esfuerzo provocado
en el fútbol, ya sea en un entrenamiento o en un partido. De los tipos de ejercicio que
testaron, el trabajo continuo con cambios de dirección provocó la mayor alteración de
EMD, posiblemente porque la mayor velocidad mantenida asociada a los mayores
momentos provocados por los cambios de dirección provocaran un mayor estrés
neuromuscular y musculoesquelético.
Con relación a este trabajo de Glesson et al (1998), es interesante comentar el
estudio de White et al (2003), quienes estudian las diferencias entre hombres y
mujeres deportistas para entender los motivos de la incidencia lesional entre sexos.
Para ello recogen la actividad electromiográfica en isquiotibiales y cuadriceps durante
ejercicios de flexión y extensión de rodilla. Los autores vieron una diferencia en los
valores de frecuencia EMG. Así, la MPF (promedio de los valores de frecuencia EMG,
parámetro relacionado con el tipo de unidades motoras reclutadas en una acción) de
los isquiotibiales tendió a ser menor en las mujeres, lo cual indica que
proporcionalmente tenían menor cantidad de fibras rápidas involucradas en el ejercicio
realizado.
Es posible que la activación de fibras rápidas en mujeres sea posterior a la
activación de este mismo tipo de fibras en hombres, o sea, que tengan un retraso en la
activación, hecho que haría que las mujeres necesitaran más tiempo para desarrollar
una activación pico isquiotibial en comparación a los hombres en el test isocinético.
Esto provoca que las mujeres sean más lentas en la estabilización de la rodilla durante
una hiperextensión rápida, lo que lleva a que el LCA soporte mayor tensión para
estabilizar la rodilla en esta posición y condiciones. Además, en este trabajo las
mujeres presentaban una mayor coactivación de cuadriceps, lo que llevaba a un
mayor deslizamiento anterior tibial y por tanto a un mayor peligro de lesión del LCA,
sobre todo entre los 0 y 30º de flexión. Se sabe también que la mayor coactivación
alrededor de la rodilla se produce en los extremos articulares de flexo-extensión,
parece ser con la intención de prevenir la rodilla de un exceso respecto a sus límites
fisiológicos de movimiento

1.3.6.- Falta de fuerza.

Tal y como explica Gleeson et al (1998), la movilidad normal depende de la
interacción de los estabilizadores articulares estáticos o pasivos, como son la
geometría ósea, las estructuras ligamentosas y los meniscos, y de los estabilizadores
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  • 2. PREVENCIÓN Y READAPTACIÓN A LA COMPETICIÓN DEPORTIVA Dani Romero. Profesor de l’Escola Universitaria de Fisioteràpia Blanquerna (Universitat Ramon Llull).
  • 3. 1. LA PREVENCIÓN EN EL DEPORTE ..................................................... 1 1.1. Incidencia lesional ......................................................................... 1 1.1.1. El coste económico. Cuestion de números...y de salud. 1 1.1.2. Los números continúan cantando: muchas lesiones y semanas de ausencia de la competición. ¿Dónde se localizan habitualmente?................................................ 1.1.3 3 Localización habitual: la rodilla y el tobillo y las lesiones musculares de la extremidad inferior ................ 4 1.1.4 Otro tipo de deportes. También la extremidad inferior continua siendo la más afectada por lesiones.................. 10 1.2. Características de las lesiones. ...................................................... 11 1.2.1. Periodo de aparición de la lesión durante la temporada .. 11 1.2.2. Lesión contacto-no contacto ........................................... 14 1.2.3. Gravedad lesional / recidivas.......................................... 16 1.2.4. Posición en el campo ...................................................... 19 1.2.5. Momento de aparición de la lesión ................................. 20 1.2.6. Circunstancias del juego. Acciones ofensivas – defensivas ....................................................................... 22 1.3. Factores de riesgo asociados a la lesión en el deporte .................... 23 1.3.1. Introducción ................................................................... 23 1.3.2. Mecanismo lesional ........................................................ 25 1.3.2.1. Las lesiones por contacto: el tackle como acción más lesiva .......................................... 25 1.3.2.2. Las lesiones sin contacto. Mayor campo de prevención. Los mecanismos de salida abierta y salida cerrada. ................................ 27 1.3.2.3. No tan sólo hay lesiones en la extremidad inferior.......................................................... 33 1.3.3. Existencia de lesiones previas ........................................ 33 1.3.4. Alteración propioceptiva ................................................ 34 1.3.5. Retardo electromecánico ................................................ 36 1.3.6. Falta de fuerza ................................................................ 37
  • 4. 1.3.7. Capacidad de aceleración (capacidad de fuerza explosiva) ....................................................................... 40 1.3.8. 1.3.9. Características de la musculatura.................................... 41 1.3.10. Técnica de los gestos deportivos .................................... 42 1.3.11. Flexibilidad .................................................................... 42 1.3.12. La fatiga muscular .......................................................... 44 1.3.13. Calzado .......................................................................... 47 1.3.14. Edad ............................................................................... 48 1.3.15. Sexo ............................................................................... 49 1.3.16. Categoría federativa de los deportistas ........................... 50 1.3.17. Extremidad dominante – no dominante .......................... 52 1.3.18. 1.4. Aumento de la laxitud ligamentosa asociada al ejercicio 40 Etnia del deportista ......................................................... 52 Intervención asociada a la prevención de las lesiones deportivas ... 53 1.4.1. Introducción ................................................................... 53 1.4.1.1. Hacia la evidencia de la prevención: planificaciones basadas en los análisis de la incidencia lesional y los factores de riesgo asociados a la lesión deportiva ..................... 53 1.4.2. Diferentes planes de prevención ..................................... 60 1.4.2.1. Importancia del trabajo en el periodo vacacional y en la pretemporada ................... 60 1.4.2.2 Adecuación del entrenamiento y los programas de prevención a la demanda real tanto biomecánica como metabólica del deporte. Importancia del entrenamiento de la fuerza ........................................................ 1.4.2.3 Los programas de prevención 61 con parámetros múltiples .................................... 64 1.4.3. Prevención específica de la rodilla ................................. 66 1.4.3.1. El trabajo isquiotibial como estabilizador de la rodilla ....................................................... 66 1.4.3.2. El trabajo del control neuromuscular ............ 68
  • 5. 1.4.4. Prevención específica del tobillo .................................... 72 1.4.4.1. El peligro de las recidivas en el tobillo ......... 72 1.4.4.2. La necesidad de orientar de forma específica las cargas en el tratamiento y prevención de lesiones .................................. 74 1.4.4.3. 1.4.5 Aplicación de contenciones externas ............ 75 Prevención y propiocepción ........................................... 79 1.4.5.1. Principios neuromusculares en los ejercicios de propiocepción .......................................... 82 1.4.5.2. La introducción de perturbaciones ................ 83 1.4.5.3. Los trabajos de entrenamiento propioceptivo mediante circuito ................... 85 1.4.5.4. La adquisición de patrones neuromusculares en sustitución de los patrones lesivos ........... 90 1.4.5.5. Las cargas funcionales en los estímulos propioceptivos .............................................. 93 1.4.6. Los ejercicios pliométricos como ayuda en la adquisición de patrones neuromusculares no lesivos.. .... 95 1.4.7. La sobrecarga excéntrica ................................................ 97 1.4.8. Calzado y prevención ..................................................... 100 1.4.9. Utilización de espinilleras .............................................. 102 2. LA PREDICCIÓN DE LESIONES EN EL DEPORTE ............................ 104 3. LA READAPTACIÓN A LA COMPETICIÓN DEPORTIVA .............. 111 3.1. Definición y planteamiento del proceso de Readaptación a la competición.................................................................................... 111 3.2 Antecedentes existentes cercanos a la idea de Readaptación. ......... 112 3.3. Realidad actual de la readaptación del deportista. .......................... 115 3.4. Estudios relacionados con la aplicación de la readaptación a la competición deportiva. Algunos ejemplos de tratamiento de lesiones. ......................................................................................... 116 3.4.1. Las lesiones musculares y tendinosas. La introducción del trabajo excéntrico ..................................................... 116
  • 6. 3.4.2. Las lesiones articulares. Propuestas de tratamiento con implicaciones en la fase de readaptación a la competición .................................................................... 122 3.4.3. La planificación de la readaptación ha de nutrirse del conocimiento basado en los estudios funcionales de las demandas reales del deportista ..................................... 129
  • 7. Introducción. El presente documento trata de forma específica sobre la prevención en el deporte y la readaptación a la competición, y está adaptado al Master Profesional de Alto Rendimiento Deportivo en Deportes de Equipo, organizado por CEDE en colaboración con la Fundació FC Barcelona y la empresa Byomedic. El documento se estructura en los dos grandes puntos citados, y tiene como objetivo fundamental desarrollar de forma crítica y avanzada la bibliografía actual existente sobre cada uno de los temas. En primer lugar se encuentra el bloque sobre Prevención en el deporte. Este tema es el que cuenta con un mayor desarrollo debido a que ha sido tratado por la literatura científica de una forma mucho más amplia que la Readaptación al deporte. Los estudios de prevención citados han sido extraídos, en la inmensa mayoría, de trabajos realizados en deportes de equipo, y si se ha focalizado algo más en algún deporte ha sido debido a que existía más bibliografía sobre el mismo. Es interesante tener en cuenta que numerosos temas de prevención han sido instaurados desde el empirismo y el mimetismo, y no se han corroborado desde una óptica más racional, más científica. Es pues interesante estar abiertos a leer comentarios que nos puedan provocar cierta disonancia cognitiva, aunque no sea objetivo de estos apuntes. Además, dentro de este bloque de prevención realizamos un apartado sobre trabajos relacionados con la predicción de lesiones. El tema de predicción se refiere a la identificación de factores de riesgo predictivos de lesiones concretas, hecho que permite identificar los deportistas más expuestos a éstas. Este campo de estudio debería preceder los trabajos de prevención. En segundo lugar, se ha trabajado la Readaptación al Deporte. Este bloque se centra en un tema, la readaptación a la competición deportiva, que, a diferencia de la prevención, ha tenido y tiene un tratamiento prácticamente nulo en la bibliografía científica. Si realizamos búsquedas de información podemos darnos cuenta de que no existe prácticamente ningún trabajo que trate de la planificación del deportista lesionado a la competición, es decir, que trate sobre la fase en que la estructura lesionada está biológicamente curada pero el sujeto no puede desarrollar de forma normal su práctica deportiva. A pesar de esto, se realiza un análisis sobre el origen más cercano de la readaptación, y se tratan los estudios que enfocan la recuperación del deportista desde una óptica más funcional que la puramente tradicional de la fisioterapia.
  • 8. 1.- LA PREVENCIÓN EN EL DEPORTE Los estudios realizados sobre deportistas que participan en deportes de equipo son muy numerosos. En muchos de ellos se focaliza el tema de la prevención de lesiones en el deporte, pero raramente se intenta ver el efecto que una intervención puede tener directamente en la prevención de lesiones, es decir, si una actuación realmente disminuye o no las lesiones dentro de un contexto deportivo. Para poder iniciar un planteamiento serio sobre este tipo de trabajos, lo primero que hemos de conocer es el tipo de lesiones que se producen y la incidencia de éstas en los llamados deportes de equipo. 1.1.- Incidencia lesional 1.1.1.- El coste económico. Cuestión de números...y de salud. El tema de la prevención de lesiones adquiere una importancia relevante si nos referimos especialmente a aquellos deportes donde existen inversiones e intereses económicos de gran magnitud. Tradicionalmente, uno de los máximos exponentes de dichos deportes es el fútbol, y tal y como explica Woods et al (2002), las lesiones provocan una pérdida económica muy importante. En las dos temporadas que estudiaron estimaron una pérdida por lesiones de 74.7 millones de libras en la liga profesional inglesa. Rahnama et al (2002) también comentan la incidencia de lesiones en fútbol, concretamente de 17-24 lesiones por cada 1000 horas de juego, y alude a los grandes costes económicos que esto representa en Gran Bretaña cada año. Con relación a esto, Drawer y Fuller (2002) explican que, teniendo en cuenta el número de jugadores de un club, las proporciones de lesión, y el valor monetario correspondiente a cada grado de severidad lesional, es posible llegar a un cálculo relativamente simple de los costes asociados con la lesión, hecho que permitiría realizar una evaluación de cada situación en concreto y una optimización de la distribución de las inversiones. Está claro que este último punto nos informa de la necesidad de estudiar cómo realmente se puede llegar a prevenir una lesión, analizando las estrategias óptimas y los profesionales más cualificados para tales tareas. Parece ser que éste sería un buen inicio para intentar disminuir el número de lesionados en un club deportivo, hecho especialmente relevante desde el punto de vista económico si hablamos de deporte profesional. Todo esto se complica, de forma curiosa, si leemos el trabajo de Waddington et al (2001) sobre la forma en que habitualmente son contratados los
  • 9. médicos y fisioterapeutas de los clubes del fútbol profesional inglés. En este trabajo, los autores realizan entrevistas a 12 médicos y 10 fisioterapeutas, y recibieron 58 de los 90 cuestionarios que enviaron a médicos del fútbol. Además también se realizan entrevistas a 27 jugadores y exjugadores sobre sus experiencias sobre lesiones y tratamientos de rehabilitación, y se reservaba de forma permanente el anonimato. Sin extendernos sobre este trabajo de Waddington et al (2001) , es interesante comentar los siguientes puntos: - La mayoría de médicos no tenían dedicación completa en el club al que pertenecían, lo que quiere decir que se tenían que dedicar a otros trabajos para conseguir un salario razonable - Los salarios son más modestos de lo que se podría pensar en principio; - Muchos médicos realizaron su fichaje mediante contactos personales: el médico anterior era su jefe a nivel laboral (cuando desarrollaban medicina general), o bien era un familiar, o bien obtenía el puesto de trabajo gracias a un contacto personal relacionado con el club En base a estos datos, parece ser que, al menos en cuanto a la forma de contratación, no está realmente garantizada la competencia profesional de médicos y fisioterapeutas de clubes profesionales de la liga inglesa. Por otra parte, en el mismo trabajo se habla de la contratación de los fisioterapeutas, y vuelve a darse el caso que la mayoría de ellos realizaban el contrato laboral con el club gracias a contactos personales. Es curioso el hecho de que muchos de ellos son exjugadores. Además de esta repercusión en el mundo profesional, Inklaar (1994) nos explica que la práctica del fútbol también es un problema de costes sanitarios en la seguridad social de un país donde dicho deporte es el más practicado por la población. El estudio está realizado sobre población holandesa, e incide en la necesidad de identificar los futbolistas en subgrupos según el riesgo de sufrir lesiones y así desarrollar una estrategia de prevención adecuada para reducir gastos. Según este autor, la literatura sobre epidemiología de lesiones en el fútbol ha mostrado datos conflictivos en cuanto a incidencia, severidad y etiología, dándose diferentes resultados que podrían parcialmente explicarse por las diferentes definiciones de lesión y los diferentes diseños metodológicos utilizados. Según datos del National Collegiate Athletic Association (NCAA), se estima que en un año se producen más de 10000 lesiones de rodilla en atletas femeninas en población de secundaria y bachillerato. De estas lesiones, aproximadamente unas 2200 son rupturas del LCA. El coste del tratamiento asciende, incluyendo el
  • 10. tratamiento quirúrgico y la rehabilitación de las lesiones de LCA, a unos 17000$ por paciente, lo que eleva la cifra a más de 37 millones de dólares anuales. Hemos de pensar que estos datos de costes se refieren a la lesión y tratamiento, pero no recogen el coste que representa la pérdida de sesiones de entrenamiento y competición ni tampoco el efecto psicológico que podría derivarse. Tabla 1.- Lesiones de gravedad encontradas por Hewett et al (1999). Esta ausencia ante una lesión podría elevarse también a millones de euros si hablamos de deportistas profesionales en según qué deportes. El trabajo de Hewett et al (1999), con una muestra de 1263 jóvenes deportistas mujeres de diferentes deportes (fútbol, baloncesto y voleibol) registró 14 lesiones serias durante un año (tabla 1). Evidentemente, no sólo es importante el tema económico. Existe realmente un problema de salud si tenemos en cuenta lo que nos explica Drawer y Fuller (2002) al comentar que el 47% de los futbolistas en el Reino Unido han de retirarse por una lesión crónica o aguda. Además, este riesgo de lesión es mayor si pensamos que los futbolistas no son correctamente informados de cómo realizar una buena prevención debido a que los clubes normalmente no ofrecen estos servicios o no los ofrecen de la mejor manera posible. 1.1.2.- Los números continúan cantando: muchas lesiones y semanas de ausencia de la competición. Dónde se localizan habitualmente? Sobre la incidencia lesional y el tipo de alteración sufrida, Drawer y Fuller (2002) explican que entre los 138 futbolistas que estudiaron, registraron 744 lesiones que les impidieron entrenar o competir, con un promedio de ausencia de 14.7 días,
  • 11. mayor en las lesiones con recidiva (18.2 días, conformando el 22.3% del total de lesiones) en comparación a las nuevas lesiones (13.7 días). Esto se traducía en una ausencia de 39.6 días de ausencia por jugador y año, hecho que supone el 13% de la temporada. Junge et al (2004) desarrollan un sistema para captar la incidencia, circunstancias y características de las lesiones de fútbol. Para ello aplican dicho método en diferentes torneos internacionales de la FIFA y de los JJOO. Recogieron 901 lesiones, lo que equivale a una incidencia de 2.7 lesiones por partido o 88.7 lesiones por cada 1000 horas de juego. De estas lesiones, resulta que las que provocaron ausencia del entrenamiento o la competición suponían una incidencia de 35 por cada 1000 horas de juego, lo que aproximadamente corresponde a 1 lesión por partido. La zona predominantemente lesionada fue el tobillo (17%) y el muslo (16%), pero las lesiones de la cabeza y el cuello (16%), la pierna (15%) y la rodilla (12%) también fueron frecuentes. Las de extremidad superior (6%) y el tronco (8%) fueron menos frecuentes. Respecto a la variedad de diseños metodológicos utilizados, también Andersen et al (2003) explican que este hecho dificulta la posibilidad de comparar datos. Estos autores hablan de una incidencia lesional en futbolistas que se encuentra en un rango de entre 10 y 35 por cada 1000 horas de juego. De entre los diferentes estudios, podemos ver que la mayoría de lesiones se encuentran en la extremidad inferior. El 75% de las lesiones de los jugadores profesionales son distensiones, esguinces y contusiones. La extremidad inferior presenta el 60-85% del total de lesiones en ambos sexos, siendo la articulación más dañada la rodilla y después el tobillo (Rahnama et al, 2002). Olmsted et al (2004) estudian la aplicación de tobilleras y vendajes en la prevención de lesiones de tobillo, y en su introducción destacan que se ha observado que la lesión más común en fútbol es el esguince de tobillo, constituyendo en fútbol americano un 10-15% de las lesiones, y destacando la gran incidencia en baloncesto y en hockey hierba. 1.1.3.- Localización habitual: la rodilla y el tobillo y las lesiones musculares de la extremidad inferior. En algunos studios es la articulación del tobillo la que resulta más lesionada (Waddington y Adams, 2003, con jugadores de baloncesto), en otros lo es la rodilla, sobre todo el LCA, la zona más vulnerable. Esto lo podemos ver en la introducción de White et al (2003) al hablar de jugadoras de fútbol y baloncesto y también en el artículo de Gleeson et al (1998). Woods et al (2003) estudian las lesiones en el tobillo
  • 12. (de gran incidencia en el fútbol), el periodo de tiempo perdido que provocan, su mecanismo lesional y la utilización de soportes externos para así poder desarrollar un plan de prevención y rehabilitación. Entre los autores que citan, destaca el trabajo de et al (1985), quienes observaron que el 75% de las lesiones de tobillo eran esguinces ligamentosos, normalmente del complejo lateral. Tabla 2.- Incidencia de lesiones de tobillo en diferentes deportes (Stacoff et al, 1996). Este trabajo de Woods et al (2003), que utiliza la misma metodología que el realizado por los mismos autores anteriormente (Woods et al, 2002), recoge los cuestionarios obtenidos por los fisioterapeutas y médicos de clubes profesionales ingleses. En el mismo se explica que el 11% de las lesiones estaban localizadas en el tobillo, lo que proporciona un valor inferior a otros trabajos. Tal y como ya hemos comentado y según han escrito otros autores (Andersen et al, 2003; Inklaar, 1994), es posible que esto sea debido a la metodología utilizada, donde no incluían lesiones que necesitaban menos de 48 horas para volver a la actividad. Vieron que la mayoría de alteraciones se producían en el complejo externo (77%). Otros datos interesantes que los mismos autores exponen es que el 83% de las lesiones de tobillo tenían una recuperación de menos de un mes, lo que sugiere que la mayoría de esguinces no eran severos, siendo así más importante la incidencia que la gravedad. Con relación a esto, la tabla 2 (Stacoff et al, 1996) muestra la incidencia de lesiones de tobillo en diferentes deportes. Peterson et al (2000) realizan un estudio prospectivo de la incidencia de lesiones y molestias en futbolistas de diferente edad y categoría. La muestra es de 264 individuos, y quedan clasificados en cuatro niveles según la categoría de los equipos donde jugaban. Recogen 558 lesiones durante el año que esta muestra fue seguida, lo que resulta en 2.1 lesiones por jugador y año (tabal3). La mayoría se produjeron en la rodilla y el tobillo, siendo la rodilla la que mayor lesiones de gravedad sufrió, seguida
  • 13. de la extremidad superior, el tobillo, la columna lumbar y el muslo. La gran parte de las lesiones lumbares, de la ingle y de la pierna fueron debidas a sobrecarga, lo que quiere decir que la mayoría de las producidas en la columna lumbar y la ingle se dieron sin contacto. Tabla 3.- Gravedad lesional encontrada por Petersen et al (2000). Es interesante destacar el trabajo de Woods et al (2002) debido a que nos informa de la incidencia lesional en el fútbol comparando la pretemporada con el periodo competitivo. Estos autores encontraron que las lesiones más frecuentes de la pretemporada son las distensiones musculares (19%), las fracturas (15%), distensiones ligamentosas (13%) y los desgarros meniscales (10%). En relación con la gravedad, las lesiones moderadas más frecuentes fueron las distensiones (52%), esguinces (25%) y tendinitis (8%) (tabla 4). En ambos periodos estudiados, la mayoría se localizaban en la extremidad inferior (69%), y existían más lesiones de la pierna en pretemporada (tabla 5). Tabla 4.- Lesiones encontradas en el trabajo de Woods et al (2002).
  • 14. En este mismo estudio y respecto a las lesiones musculares, existía una diferencia a destacar, y es el hecho de que las producidas en el cuadriceps ocurrían más en pretemporada (la que se producía en mayor número de ocasiones era la del recto anterior, representando el 29% de las lesiones musculares, mientras al aductor mayor le correspondía el 12% y al bíceps femoral el 11%). Por otra parte, en la temporada el músculo con más porcentaje de lesión era el bíceps femoral (21%), seguido del aductor mayor (15%) y del recto femoral (14%). Tabla 5.- Lesiones encontradas en la extremidad inferior en el trabajo de Woods et al (2002). Östenberg y Roos (2000) pudieron ver que el tipo de lesión más frecuente en jugadoras de fútbol fue la distensión muscular (32%), seguida del esguince ligamentoso (18%) y la contusión (17%), siendo la rodilla la zona más afectada. Junge et al (2004) recogieron 171 lesiones en el Mundial de Fútbol de 2002, lo que equivale a una incidencia de 2.7 lesiones por partido o 81 lesiones por cada mil horas de juego. Las partes del cuerpo que más lesiones sufrieron fue el muslo y la pierna. También fueron frecuentes las lesiones en la cabeza, rodilla y tobillo. La mitad de las lesiones fueron debidas a contusiones, mientras los distensiones eran el 15% y los esguinces el 14%. Diez lesiones fueron diagnosticadas como rupturas musculares, cinco como tendinosis, cuatro como contusión, tres como fractura, y también hubo una ruptura ligamentosa y una lesión meniscal. Si continuamos analizando el trabajo de Woods et al (2002), la pretemporada muestra que el tobillo fue la articulación más lesionada (59%), sobre todo el complejo lateral (74% en comparación al 21% del complejo interno). Por otra parte, la rodilla
  • 15. sufrió más lesiones durante la temporada competitiva (30%), sobre todo en el LLI (77% de dichas lesiones), mientras al LLE le correspondió un 15% y al LCA un 8%. De todas maneras, los valores de ambas articulaciones entre pretemporada y periodo competitivo no difieren en exceso. Por otra parte, la lesión tendinosa que más se produjo fue la del tendón aquileo, produciéndose el 32% de dichas lesiones durante la pretemporada (en este periodo hubo 3.5 lesiones por semana, mientras durante el periodo competitivo existió un promedio de una lesión por semana). De todos estos datos de Woods et al (2002) puede extraerse la gran cantidad de lesiones ocurridas en un periodo de tiempo tan corto como es la pretemporada. En este trabajo dichas lesiones han constituido una quinta parte del total de la temporada, y hemos de tener en cuenta la menor cantidad de partidos, ninguno de ellos de carácter competitivo (al menos es lo habitual). Por este motivo los autores deciden seguir el estudio epidemiológico de Hawkins et al (2001) y realizan un análisis detallado de las lesiones de pretemporada y los factores extrínsecos asociados a ellas. El trabajo de Hägglund et al (2003) realiza un estudio curioso al comparar las lesiones ocurridas en la temporada 1982 y 2001 en el fútbol profesional sueco, es decir, reproducen en el año 2001 un estudio realizado en el 1982. Recogieron información de la fecha de lesión, si se producía en competición o en entrenamiento, tipo de lesión, localización, si era una nueva lesión o una recidiva, si la lesión se producía por juego sucio y si era una lesión traumática o se producía por sobrecarga. Söderman et al (2001), con una muestra de futbolistas suecas, realizan un estudio para detectar los posibles factores de riesgo de lesión. Esto lo desarrollan durante una temporada, y obtuvieron 61 lesiones traumáticas en 50 jugadoras y 19 lesiones por sobrecarga repartidas en 17 futbolistas. La lesión de tobillo fue la que más se producía, y la incidencia total fue de 5.49 lesiones por cada 1000 horas de juego. La incidencia en lesiones traumáticas por cada 1000 horas fue de 4.2 respecto a las lesiones traumáticas y de 1.3 en cuanto a las producidas por sobrecarga. Francisco et al (2000) proporcionan algunos datos de diferentes estudios en la introducción de su trabajo, y comentan que las fracturas en el fútbol representan entre el 2 y el 11% de las lesiones, de las cuales entre el 30 y el 33% son de la extremidad inferior. A pesar de que constituyen un porcentaje menor que otras lesiones, representan hechos de gravedad importante y provocan periodos prolongados de inactividad en los jugadores que las sufren. El trabajo de Boden y Garrett (1999) muestra que las fracturas de la pierna requieren entre 17 y 19 semanas para poder volver a correr y entre 23 y 32 para volver a jugar. Morgan y Oberlander (2001) vieron en futbolistas que el 77% de las lesiones se producían en la extremidad inferior, con el 21% centrándose en la rodilla y el 18% en
  • 16. el tobillo. Teniendo en cuenta distensiones musculares como una categoría única, el 53% de estas lesiones se produjo en los músculos aductores, el 42% en los isquiotibiales y el 5% en el cuadriceps. Concretamente en las lesiones articulares de la rodilla, vieron que se produjeron tres veces más de esguinces aislados de LLI en comparación a lesiones meniscales. La rodilla no fue la zona más lesionada, pero sí fue la que provocó mayor tiempo apartado de la competición, albergando además la mayor parte de casos quirúrgicos. Otra estructura lesionada con cierta asiduidad son los meniscos de la rodilla. Anderson (2002) explica que el 75% de las lesiones meniscales se localizan en el menisco interno. En el 5% de los pacientes la afectació es bilateral. El trabajo de Askling et al (2003) resalta la gran incidencia lesional de la musculatura isquiotibial en futbolistas. Para ello citan a Ekstrand y Gillquist (1983), quienes encontraron que el 80% de las lesiones musculares en futbolistas se producen en la extremidad inferior, y el 47% de estas tienen lugar en los isquiotibiales. Apoyando esta tendencia, el trabajo de Morgan y Oberlander (2001) muestra que el 10% de los futbolistas de la Mayor League Soccer sufren una lesión de isquiotibiales durante una temporada. Woods et al (2004) explican, en la introducción de su trabajo, que la literatura muestra que las lesiones de isquiotibiales son una de las más comunes en los deportes que involucran saltos y esprints. Estos autores citan el trabajo de Hawkins et al (2001), quienes explican que el 12% de las lesiones encontradas durante dos temporadas en futbolistas corresponde a los isquiotibiales, siendo éstas las lesiones más prevalentes. Los factores de riesgo que habitualmente se asocian a tal tipo de lesiones engloban un calentamiento insuficiente, poca flexibilidad, desequilibrio muscular, debilidad muscular, tensión nerviosa, fatiga, contracción disinérgica de la musculatura y existencia de una lesión previa. La evidencia que sostiene estas especulaciones es mínima y pobre. Igualmente ocurre en relación con el tratamiento de la lesión de isquiotibiales, pues no existe ningún consenso en cuanto a su rehabilitación, hecho que hace que el tratamiento esté más basado en la experiencia y en la anécdota que en la evidencia científica. En cuanto a su recidiva, la cual ya hemos comentado como bastante alta, parece ser que habitualmente se relaciona a una rehabilitación inapropiada y a una vuelta demasiado prematura a la competición. En el trabajo de Woods et al (2004) los autores intentan proporcionar información de la incidencia y otros parámetros de las lesiones isquiotibiales en futbolistas de la Premier League y la Football League inglesas (91 clubes) durante las temporadas 1997-98 y 1998-99. Se recogieron un
  • 17. total de 796 lesiones de isquiotibiales, siendo el grupo muscular que más lesiones sufrió. Encuentran un promedio de cinco lesiones por equipo y temporada. 1.1.4.- Otro tipo de deportes. También la extremidad inferior continua siendo la más afectada por lesiones. Las lesiones musculares en los aductores de cadera tienen una gran incidencia lesional en deportes como el hockey sobre hielo (Nicholas y Tyler, 2002). Estos autores exponen datos de trabajos donde se habla de que las distensiones de aductores comprenden el 10% del total de lesiones vistas en jugadores profesionales suecos, mientras también en este tipo de deportistas pero en este caso en Finlandia suponen hasta el 43% de las lesiones (Molsa et al, 1997, en Nicholas y Tyler, 2002). Bahr y Reeser (2003), con jugadores de voleibol playa, registraron las lesiones ocurridas en diferentes torneos. Realizan un estudio retrospectivo y un estudio prospectivo. Sus resultados muestran un total de 54 lesiones agudas en el estudio retrospectivo, mientras existieron 25 lesiones en el estudio prospectivo. La figura 1 muestra la distribución por regiones corporales de las lesiones registradas. La zona mas afectada fue la rodilla (30%), da del tobillo (17%) y de los dedos (17%). Esta distribución fue similar en el estudio prospectivo y retrospectivo. La mayoría de lesiones eran de escasa importancia en cuanto a gravedad. Por otra parte, es interesante resaltar que las lesiones por sobrecarga se localizan sobre todo en la columna lumbar, rodilla y hombro. Figura 1.- Distribución de las lesiones agudas ocurridas durante la competición y los entrenamientos encontradas por Bahr y Reeser (2003).
  • 18. De este estudio de Bahr y Reeser (2003) puede extraerse, tal y como dicen los autores, que el porcentaje de lesiones en el voleibol playa es bajo en comparación a otros deportes, aunque es comparable al voleibol convencional. 1.2.- Características de las lesiones Es importante determinar las características de las lesiones ocurridas en el deporte. Este apartado nos servirá para entender mejor el punto sobre factores de riesgo. Además, nos ayuda a entender la aparición de lesiones desde una perspectiva amplia, hecho que nos permite afrontar la programación de un plan de prevención desde un mayor conocimiento del entorno lesional. Esta perspectiva, conjuntamente con el conocimiento de los factores de riesgo, nos va a ayudar incluso en el diseño de ejercicios a realizar con la intención de disminuir el número de lesiones deportivas. A continuación, vamos a tratar las características del entorno de la lesión. 1.2.1.- Periodo de aparición de la lesión durante la temporada. El trabajo de Woods et al (2002) permite pensar en algunas causas que se relacionan con la gran cantidad de lesiones encontradas en el periodo previo al competitivo y en los primeros partidos de competición. Entre ellas se habla de un terreno de juego excesivamente duro (es normal que dichos autores se refieran a ello, pues el cambio entre verano e invierno en Inglaterra es importante y puede afectar a la superficie de juego), una intensidad de entrenamiento elevada, un cambio brusco en la intensidad del mismo entre el periodo vacacional y la pretemporada, y un periodo de tiempo preparatorio (pretemporada) excesivamente corto. Morgan y Oberlander (2001), en su estudio con futbolistas, dividieron la temporada en cinco fases: el 13% de las lesiones se dio durante la pretemporada (marzo-abril), el 24% durante la primera parte de la misma (abril-junio), el 25% en la parte media de la temporada (junio-julio), el 29% durante la última parte de la misma (agosto-septiembre) y el 9% durante la postemporada. Aunque sin encontrar grandes variaciones, el último periodo de la temporada fue el que registró mayor cantidad de lesiones. Es posible que existiera una mayor intensidad de juego (equipos luchando por los play-off), y también que existiera una fatiga acumulada después de casi toda una temporada.
  • 19. En relación, al menos de forma indirecta, con la fatiga muscular en futbolistas, Ekstrand et al (2004) realizaron un estudio retrospectivo de las lesiones ocurridas durante la temporada que concluía inmediatamente antes del Mundial de Fútbol del año 2002 celebrado en Japón y Korea. Para ello estudiaban los futbolistas de diversos equipos europeos de primera línea, y analizaron las lesiones que se producían de forma prospectiva durante dicha copa del mundo. Mediante este estudio pudieron ver cómo los jugadores de estos equipos participaban en demasiados partidos de competición durante un año. Es interesante que los autores introduzcan el hecho de que dicho exceso de partidos pueda producir un burn out y una falta de motivación, lo que puede llevar a una falta de concentración y así a una mayor exposición a sufrir lesiones. En este trabajo de Ekstrand et al (2004) explican que cada cuatro años se disputa un mundial, y el tiempo de recuperación entre el final de la liga de cada país y la competición internacional comentada es mínimo, lo que provocó un bajo rendimiento de jugadores que participaron en la Champions League. Así, vieron que el 29% de los jugadores del estudio sufrieron lesiones durante dicha competición, y que el 32% tuvo un rendimiento inferior al habitual. Respecto al momento de la temporada en que tienden a aparecer la lesiones, Woods et al (2002) han comentado que la mayoría de las producidas en la pierna se producen en pretemporada, e hipotetizan que esto puede deberse a la gran carga aeróbica que los jugadores de fútbol sufren durante dicho periodo, tanto en intensidad como en duración, pues una de las actividades más desarrolladas en esta parte de la temporada es la carrera. Tal y como dicen estos autores, es posible que el gran desequilibrio existente en este periodo entre la carga física y la adaptación del tejido conectivo después del periodo vacacional se añada al gran volumen de entrenamiento del inicio de temporada (en ocasiones el doble del periodo competitivo). Las cargas aeróbicas en días consecutivos provocan depleciones no recuperables de glucógeno, por ejemplo en los gastrocnemios, hecho necesario para la absorción del choque y la propulsión del cuerpo, lo que puede repercutir negativamente en el tendón aquileo. Asociado a esta última explicación, durante la pretemporada se registran mayor número de lesiones por sobrecarga, y esto parece estar relacionado directamente no sólo con lo comentado en relación a los grandes volúmenes introducidos y a la poca adaptación del tejido conectivo, sino también con el aumento brusco de intensidad del entrenamiento. Östenberg y Roos (2000), sobre lesiones en la rodilla en una población de jugadoras de fútbol, encontraron que la mayoría de lesiones eran agudas (el 78%), mientras el resto fue debido a lesiones por sobrecarga, es decir, lesiones que no
  • 20. pueden ser asociadas a un mecanismo puntual y que tienen un inicio gradual de la sintomatología. El hecho de que la mayoría de lesiones durante la pretemporada se producen sin contacto apoya aún más la idea de que son el volumen y la intensidad del entrenamiento los responsables de éstas. Parece ser que es necesaria una buena recuperación de las cargas, una nutrición adecuada y una buena rehidratación para reducir estas lesiones sin contacto (Woods et al, 2003). Respecto al terreno de juego, Woods et al (2002) tratan las condiciones del mismo en relación con las lesiones ocurridas. Es importante destacar que en la pretemporada el 70% de las lesiones se producía en terreno seco, mientras que en la temporada se producía el 51% de lesiones. En condiciones de mojado existió mayor número de lesiones en el periodo competitivo en comparación a la pretemporada (pero es necesario tener en cuenta que durante la temporada los terrenos de juego en Inglaterra están frecuentemente húmedos). En cuanto a la mayor o menor incidencia de lesiones al comparar las que padecen jugadores locales y visitantes, Ranhama et al (2002) no encuentran diferencias. Síntesis sobre las consideraciones más destacables: - Existe un gran número de lesiones en pretemporada: es muy importante realizar una buena planificación de la actividad durante el periodo vacacional. Si bien durante este tiempo no se persigue la consecución de adaptaciones ligadas al aumento del rendimiento deportivo, sí es importante facilitar la recuperación de la temporada anterior y eliminar cualquier tipo de secuelas existentes a nivel físico. Esto situará al deportista en la mejor posición para soportar las cargas de pretemporada - Las cargas de pretemporada se han de planificar de una forma muy precisa, creando una progresión que busque las adaptaciones necesarias pero que permita la asimilación del deportista sin crear un estrés potencialmente lesivo - Para conseguir el punto anterior, es imprescindible realizar planificaciones individualizadas de los deportistas - Hay que tener en cuenta el tipo de finalización de temporada de un club o deportista: los periodos vacacionales más prolongados (equipos o deportistas que finalizan precozmente por eliminación de torneos u otros motivos) necesitan de una recuperación de las cargas y de una actividad que no les provoque una pérdida exagerada de forma, mientras los clubes con una agenda más prolongada en la temporada necesita de
  • 21. planificaciones que sobre todo permitan la recuperación completa del deportista. 1.2.2.- Lesión contacto-no contacto Es muy importante describir el mecanismo de lesión producido. Así, Gleeson et al (1998) nos comentan que la mayoría de lesiones del LCA se producen sin contacto. Woods et al (2002) nos explican que en pretemporada existen menor número de contusiones musculares y que había más lesiones tendinosas asociadas a una sobrecarga. Tabla 6.- Mecanismos de lesión producidos durante la pretemporada y durante el periodo competitivo (Woods et al, 2002). Así pues, en este último trabajo encontraron mayor porcentaje de lesiones sin contacto en comparación a las de contacto en pretemporada (68% vs 29%), mientras durante la temporada las lesiones por contacto eran predominantes (29% en pretemporada en comparación al 40% durante la temporada). La tabla 6 muestra los mecanismos de lesión encontrados en el trabajo de Woods et al (2002). Rahnama et al (2002) explican que la mitad de las lesiones se dan por contacto jugador-jugador, y concretamente citan como predominantes las acciones de tanto realizar como recibir un tackle y las colisiones. Andersen et al (2003) cifran las acciones de tackle en el 70% de las que llevan a lesión, y pudieron apreciar que en 19 de los 21 incidentes ofensivos que resultaron en esta acción, el jugador que lo recibió no estaba alerta del defensor que lo produjo, y dicho mecanismo podía venir tanto
  • 22. desde una dirección frontal como posterior o lateral. Por otra parte, las lesiones sin contacto se producen normalmente en acciones como la carrera, cambios de dirección, giros y saltos, además de acciones específicas del fútbol como el chute y las acciones con la cabeza (Rahnama et al, 2002; Woods et al, 2003, refiriéndose a las lesiones de tobillo). Junge et al (2004) relatan que en el fútbol de élite a nivel internaciona más de una cuarta parte de las lesiones se producían sin contacto, y que el 73% restante eran por contacto. De estas últimas, la mitad eran debidas a la existencia de juego sucio. Pero de las lesiones que recogieron directamente Junge et al (2004) en futbolistas, el 14% se produjeron sin contacto, y el restante 86% se produjo por contacto. En el 57% de las lesiones por contacto, se declaró que la lesión se produjo por juego sucio. Según esto, es posible calcular que aproximadamente la mitad de las lesiones durante los torneos registrados eran causadas por juego sucio. Heidt et al (2000) recogieron mayor número de lesiones por contacto con otro jugador (un 37% en futbolistas mujeres). Peterson et al (2000) encontraron que la mitad de las lesiones registradas durante un año en futbolistas se dieron durante entrenamientos. Casi la mitad de las lesiones se produjeron por contacto con otro jugador y la mitad de estos casos estuvieron asociados a juego sucio. El trabajo de Hewett et al (1999) registró que nueve de las 14 lesiones importantes de rodilla que pudieron apreciar en jóvenes deportistas fueron producidas sin contacto. Las lesiones isquiotibiales recogidas en el trabajo de Woods et al (2004) en futbolistas se producen en su gran mayoría sin contacto (91%), mientras un porcentaje mucho menor se producía por contacto (7%). El 57% del total de estas lesiones se produjo durante una carrera (figura 2). Figura 2.- Mecanismo de las lesiones isquiotibiales sin contacto.
  • 23. Parece ser que existe una tendencia a la existencia de lesiones en su mayoría por contacto. Esto es así de forma aún más evidente si el estudio está centrado en el análisis de competiciones deportivas. El mecanismo de lesión será tratado con más detenimiento cuando desarrollemos el punto sobre factores de riesgo de lesión. Síntesis sobre las consideraciones más destacables: - Existe un gran número de lesiones en pretemporada: es muy importante realizar una buena planificación de la actividad durante el periodo vacacional. Si bien durante este tiempo no se persigue la consecución de adaptaciones en relación con la mejora del rendimiento deportivo, sí es importante facilitar la recuperación de la temporada anterior y eliminar cualquier tipo de secuelas existentes a nivel físico. Esto situará al deportista en la mejor posición para soportar las cargas de pretemporada - Las lesiones sin contacto conforman la mayoría de lesiones en pretemporada, al contrario que en el periodo competitivo, donde existe mayor número de lesiones por contacto; esto es importante debido a que podemos establecer planes de prevención más específicos de uno u otro periodo - Las lesiones musculares acostumbran a darse sin contacto, hecho que nos ha de hacer pensar en el tipo de prevención a realizar, centrado sobre todo en el trabajo de los factores de riesgo intrínsecos, tal y como veremos más adelante - La mayoría de lesiones durante el periodo competitivo se producen por contacto - La acción de tackle produce la mayoría de lesiones por contacto; hemos de desarrollar ejercicios que vayan enfocados de forma específica a tratar este problema dentro de los planes de prevención que desarrollemos. 1.2.3.- Gravedad lesional / recidivas En cuanto a la gravedad de las lesiones, es habitual clasificarlas, de forma genérica y sin entrar en ninguna patología en concreto, en tres o cuatro niveles. Ekstrand y Gillquist (1983) hablaron de lesiones menores (ausencia del entrenamiento / competición durante 7 días o menos), moderadas (ausencia del entrenamiento / competición entre 7 días y un mes) e importantes (ausencia del entrenamiento / competición durante más de un mes). Peterson et al (2000) también utilizan esta
  • 24. clasificación. El estudio de Rahnama et al (2002) sobre futbolistas explica que el 65% de las lesiones tienen un carácter leve, el 25% moderado, y el 10% tienen una gravedad seria. Con jugadoras de fútbol, Östenberg y Roos (2000) encontraron que el 31% de las lesiones eran leves (menores), el 51% moderadas y el 18% eran importantes. También con mujeres futbolistas Söderman et al (2001) encuentran que el 49% de las lesiones eran consideradas como moderadas, el 34% eran menores y el 18% eran clasificadas como importantes. El trabajo de Woods et al (2002) muestra que el 40% de las lesiones de pretemporada eran poco importantes, mientras durante el periodo competitivo el porcentaje de lesiones de igual gravedad fue del 31%. Estas lesiones de pretemporada provocaban que el futbolista estuviera ausente de su actividad un promedio de 22.3 días. Así pues, las lesiones de pretemporada eran más leves, pero es importante tener en cuenta que las lesiones graves son precedidas frecuentemente de lesiones de menor gravedad del mismo tipo y zona anatómica. Este hecho ya ha sido citado como un factor de riesgo, pues la rehabilitación inadecuada y la curación incompleta ha sido relacionada con la existencia de recidivas en el fútbol. De entre las lesiones con mayor recidiva destacan las ligamentosas de tobillo y las roturas miofribilares del muslo. Con relación a este factor, Drawer y Fuller (2002) también nos explican que las recidivas acostumbran a tener mayor severidad que las lesiones originales, pues el periodo de ausencia es de un 33% mayor. Junge et al (2004) encontraron en futbolistas profesionales que más de la mitad de las lesiones tenían un pronóstico de inactividad de alrededor de una semana, el 11% una ausencia de 8 a 28 días, y encontraron también que tres lesiones tendrían una recuperación de más de un mes. Morgan y Oberlander (2001) encuentran en futbolistas que las lesiones ocurridas durante el entrenamiento tuvieron una proporción de 2.9 por cada 1000 horas de juego, mientras que en los partidos las lesiones ascendieron a 35.3 por cada 1000 horas de competición. Relacionando la gravedad con el entrenamiento, el 65% de las lesiones fueron leves, el 23% moderadas y el 12% importantes. Por otra parte, las lesiones en competición se repartieron como sigue: el 57% fueron leves, el 28% moderadas y el 15% importantes. Hägglund et al (2003) hacen una clasificación más amplia de la gravedad, pues su división habla de cuatro categorías según el tiempo de ausencia: leve (de 1 a 3 días), menor (de 4 a 7 días), moderada (entre 8 y 28 días) e importante (más de 28 días). En su trabajo comparan las lesiones ocurridas en el fútbol profesional sueco entre las temporada 1982 y 2001. Encuentran que en 1982, del total de lesiones
  • 25. ocurridas (236), el 42% se produjo en el entrenamiento y el 58 % en competición. En el 2001, el 59% se produjo en entrenamientos y el 41% en partidos. La mayoría de las lesiones (67 y 60% en 1982 y 2001 respectivamente) fueron de categoría leve o menor, y el 9% de las lesiones provocó una ausencia de más de un mes. El promedio de ausencia de días por lesión fue de 11.6 y 13.8 en 1982 y 2001 respectivamente. No existen diferencias en cuanto a la incidencia lesional entre estos dos periodos de tiempo estudiados, así como tampoco hubo diferencias al hablar de la gravedad lesional. De esta manera, los autores afirman que el principal hallazgo que encontraron fue que no hubo diferencias en el riesgo de lesión existente entre 1982 y 2001. El único motivo por el que los futbolistas del 2001 tuvieron mayor número de lesiones en los entrenamientos es debido a que tuvieron un gran aumento de estos, es decir, pasaron de 142 sesiones en 1982 a 238 en 2001, lo que supone un aumento del 68%. Heidt et al (2000) encontraron mayor número de lesiones en futbolistas mujeres durante los entrenamientos (52%) que durante la competición (44%). Woods et al (2004), sobre lesiones isquiotibiales en fútbol, explican que produjeron un promedio de 18 días y 3 partidos perdidos por lesión. Otro cálculo que hacen es que cada club perdía futbolistas durante 15 partidos y durante 90 días durante una temporada por este tipo de problemas. También sobre lesiones isquiotibiales en el fútbol, Askling et al (2003) registraron 13 lesiones en 30 futbolistas suecos profesionales durante una temporada. Ocho de ellas fueron calificadas de lesiones leves, cuatro como moderadas y una como severa. El estudio de Peterson et al (2000) en futbolistas de diferentes edades y de diferente categoría recoge que, de las 558 lesiones registradas en un año, aproximadamente la mitad de ellas fueron leves, un tercio fueron moderadas y el 15% fueron severas. La incidencia por gravedad y jugador fue de 1.1 en cuanto a lesiones leves, 0.7 de moderadas y 0.3 de severas. No hubo diferencias en la severidad de la lesión entre las lesiones por contacto y sin contacto. Morgan y Oberlander (2001) realizan un estudio donde examinan las lesiones ocurridas en jugadores de fútbol de equipos americanos (liga de las 10 franquicias). Encuentran durante la temporada estudiada 256 lesiones, y las clasifican según su gravedad en menores (60%), moderadas (26%) e importantes (14%). Junge et al (2004) obtuvieron que el 61% de las lesiones que encontraron en futbolistas no provocaron ausencia del entrenamiento ni de la competición. Una tercera parte de las lesiones provocó la ausencia durante no más de una semana, mientras el 6% de las lesiones necesitó de mayor ausencia. De las nueve lesiones más severas (ausencia de más de 30 días), seis se localizaron en la rodilla (3 rupturas
  • 26. ligamentosas, una fractura, un esguince y una contusión), hubo dos fracturas de tobillo y una fractura del pie. Fuller et al (2004b) explican que, de los 8572 tackles obtenidos en diversas competiciones oficiales de fútbol profesional, los equipos médicos realizaron 200 intervenciones después del partido. De éstas, 130 contuvieron información de la severidad de la lesión (en el 54% de los casos no se provocó ausencia, el 30% fue catalogado como lesiones leves, el 12% menores, el 4% moderadas y el 1% importantes). Síntesis sobre las consideraciones más destacables: - La clasificación de las lesiones acostumbra a dividir las mismas en leves, moderadas e importantes, según el tiempo de inactividad que provoquen - Las lesiones de pretemporada revisten menor gravedad que las del periodo competitivo - El número de lesiones durante los entrenamientos ha aumentado respecto hace unas décadas, muy probablemente por el aumento de horas de esta práctica - La mayoría de lesiones en las diferentes prácticas deportivas son leves, lo que nos hace pensar que podrían evitarse mediante planes de prevención bien diseñados - Las recidivas revisten peor gravedad que las primeras lesiones, hecho que alerta de la necesidad de cumplir totalmente la rehabilitación de las lesiones existentes. 1.2.4.- Posición en el campo También existe algún trabajo que estudia la relación de la incidencia de lesiones con el rol que desarrolla un jugador de fútbol en el terreno de juego. A pesar de que algunos estudios no encuentran ningún tipo de relación (Woods et al, 2002), Hawkins y Fuller (1996) sí encontraron que los defensores tenían mayor riesgo de lesión. Por otra parte, Andersen et al (2003) vieron que los centrocampistas son los que sufren más lesiones. El estudio de Morgan y Oberlander (2001) en jugadores de fútbol mostró que los centrocampistas sufrían el 37.6% de las lesiones, mientras los defensas tenían el 29.6% y los atacantes y porteros el 20.5%. El análisis de resultados que practicaron no mostró diferencias estadísticamente desproporcionadas que revelaran una cantidad de lesiones mucho mayor según la posición en el campo.
  • 27. Respecto a los porteros, Woods et al (2004) han podido ver que son los que menos lesiones de isquiotibiales sufrieron, hecho bastante evidente. Fuller et al (2004b) no encontraron diferencias en cuanto a la posición del jugador dentro del campo en relación con la aparición de lesiones en futbolistas que se encuentran involucrados en acciones de tackle. En lo que se refiere a la existencia de mayor número de lesiones entre jugadores de fútbol locales o visitantes, Rahnama et al (2002) no encuentran diferencias. Síntesis sobre las consideraciones más destacables: - Parece ser que no existen grandes diferencias en cuanto a incidencia lesional según la posición que se desarrolle en el juego - A pesar de esto, hemos de pensar en la planificación específica de prevención adaptada a cada deportista, pues los diferentes roles desarrollados en el juego pueden provocar diferentes mecanismos lesivos. 1.2.5.- Momento de aparición de la lesión El momento en que tienden a producirse las lesiones ha tenido cierta importancia en los estudios de investigación en el deporte. Así, Rahnama et al (2002) explican que es en el último cuarto de hora de cada parte donde se sitúan los periodos con mayor índice lesional de carácter moderado, siendo mayor dicho riesgo durante la segunda parte en comparación a la primera. Esto parece estar ligado a la existencia de fatiga muscular, producida probablemente por una depleción de glucógeno y deshidratación. Resulta curioso leer en este mismo trabajo que los primeros 15 minutos de la segunda parte también encarnan un elevado riesgo de lesión, y la explicación que proporcionan es que posiblemente los jugadores no hayan calentado apropiadamente para reanudar el partido. Además, explican que las lesiones leves se producen en el primer cuarto de hora del inicio del partido, probablemente porque el estado fresco del deportista le lleve a emplearse con una intensidad importante para intimidar al contrario desde un inicio. Estos datos difieren levemente de los de Hawkins et al (2001), quienes comentan que la mayoría de lesiones se producen en los últimos 15 minutos de la primera parte y en la última media hora de partido. Östenberg y Roos (2000) vieron, en jugadoras de fútbol, que el 60% de las lesiones tenían lugar durante partidos de competición, mientras el resto se producía en el entrenamiento. Encontraron que el 60% de las lesiones se dieron después de 60 minutos de entrenamiento o competición, y vieron además que las lesiones moderadas e importantes tuvieron lugar más tarde que las lesiones menores ya fuera durante el
  • 28. entrenamiento o durante un partido. Es posible que esto se debiera a la falta de concentración o por la existencia de fatiga muscular debida una disminución del glucógeno muscular y a un agotamiento aeróbico, tal y como explicó Bangsbo (1994, en Östenberg y Roos, 2000). A pesar de esto, parece que la resistencia aeróbica no es un factor de riesgo de lesión, aunque, por otra parte, esto puede deberse a que el test de resistencia aeróbica utilizado tenga sus limitaciones y esté influenciado de forma importante por la motivación del deportista. Junge et al (2004) encontraron en futbolistas que el menor número de lesiones se produjo en los primeros 15 minutos de cada tiempo, y existía un aumento de la incidencia de lesiones a medida que avanzaba el partido hacia el final de cada parte, hecho que parece reflejar el aumento de intensidad del partido y /o la existencia de agotamiento físico y psíquico. Esto se cumplía tanto para las lesiones por contacto como para las producidas sin contacto, pero respecto a las lesiones por juego sucio se vio que aumentaban de los primeros quince minutos de partido a los quince minutos siguientes, para posteriormente quedarse estables durante el resto del partido. Las lesiones de futbolistas registradas por Junge et al (2004) revelaron que la mayoría de ellas (55%) se produjeron durante la segunda mitad del partido (en la primera parte se produjo el 44%). Doce lesiones (1.7%) se produjeron después del minuto 90 de partido. Estos datos no revelan diferencias entre las dos mitades de que consta un partido en cuanto a la incidencia lesional. No hubo relación entre el momento de lesión durante el partido y la severidad de la afectación. El problema que presenta este estudio y otros con metodología parecida es que no había una recogida de datos realizada directamente por los investigadores, y además se hacía una estimación del tiempo de ausencia que tendrían los deportistas lesionados, pues no se realizaba un seguimiento después de los torneos. Las lesiones de tobillo y pie en fútbol recogidas por Giza et al (2003) no mostraron diferencias significativas sobre el momento del partido en que se producían (36 en el primer tiempo y 40 en el segundo). A raíz de los datos obtenidos, parece ser que no existe una relación realmente determinante entre la incidencia lesional y un periodo reducido de tiempo en un partido de fútbol. Askling et al (2003), en su estudio sobre lesiones de isquiotibiales, encuentran que el 46% de las encontradas durante la temporada en una población de 30 futbolistas se produjeron durante competición y el 54% de ellas durante entrenamientos. Woods et al (2004) explican que aproximadamente el 32% de las lesiones isquiotibiales que registraron en futbolistas se produjeron durante entrenamientos, y
  • 29. cerca de las dos terceras partes (67%) tuvieron lugar durante partidos. Cerca del 47% de las lesiones ocurridas se produjeron durante el último tercio tanto de la primera como de la segunda parte. Los autores explican este hecho por la posible aparición de fatiga. Síntesis sobre las consideraciones más destacables: - A pesar de que no existe un periodo muy reducido donde se pueda afirmar que ocurren la mayoría de lesiones en un partido, parece ser que es hacia el final del mismo cuando más se producen, y diferentes autores lo relacionan con la aparición de fatiga - Existe mayor número de lesiones en competición que en entrenamiento, aunque en este último ámbito también existe una proporción importante de las ocurridas. 1.2.6.- Circunstancias del juego. Acciones ofensivas – defensivas Andersen et al (2003) han estudiado en futbolistas la incidencia de lesiones con relación a si existía una acción ofensiva o defensiva. De las lesiones recogidas, 28 se produjeron en ataque y 24 en defensa. Las incidencias en defensa se dieron sobre todo en la zona de defensa o en la primera zona de medios, mientras los incidentes ofensivos se recogían en la zona de ataque o en la más avanzada de medios. Esto quiere decir que justamente en la parte central del campo es donde se producen menos lesiones. Y en cuanto a la zona del campo donde más probabilidad de lesiones leves tienden a producirse es en el área de gol, mientras las acciones potencialmente de grado moderado y elevado se producían en las zonas adyacentes al área. Curiosamente se ha visto mayor número de lesiones por la zona derecha de ataque (Rahnama et al, 2002). De la incidencias en ataque, en la mayoría de casos no había peligro inminente de gol, y las lesiones estuvieron precedidas normalmente de un pase corto en comparación a las que eran precedidas de un pase largo. Destaca el hecho de que la intensidad de juego era alta en 21 de los 28 incidentes ofensivos. Por otra parte y analizando el mismo estudio de Andersen et al (2003), la mayoría de los incidentes defensivos se produjo durante ataques prolongados del oponente. Casi la totalidad de estos se dieron en el momento de recuperar la pelota o dentro de los cinco segundos siguientes a dicha recuperación o en la disputa de la misma. De los 24 incidentes producidos en defensa, 16 no tenían peligro de gol, y en 17 de ellos la última acción del oponente fue un pase corto, y nada más tres de los incidentes experimentó previamente un pase largo. Este último dato es curioso porque expone valores
  • 30. parecidos en las lesiones ofensivas, lo que muestra que el mayor riesgo de lesión estaba relacionado con la existencia de juego corto. Es posible que esto provoque un juego de mayor contacto, más relacionado con la existencia de una presión de juego mayor. Este hecho parece tener mayor incidencia lesional que la que podría darse por el mayor riesgo de pérdida – recuperación de la pelota que se produce tras un pase largo. Los resultados de este trabajo sugieren que la mayoría de incidentes resulta de la lucha por la pelota en la zona de medios adyacentes al ataque, donde la intención es ganar la posesión de la pelota cuando el oponente está en ataque y existe un balance defensivo negativo. Síntesis sobre las consideraciones más destacables: - Existe mayor número de lesiones en los jugadores que se encuentran realizando tareas atacantes - El mayor porcentaje de lesiones se producen en las zonas más cercanas a las porterías. Es destacable el hecho de que la acción anterior a la mayoría de lesiones fuera un pase corto; este hecho es importante tenerlo en cuenta cuando se diseñen tareas con la intención de realizar un plan de prevención. 1.3.- Factores de riesgo asociados a la lesión en el deporte. 1.3.1.- Introducción. En este apartado vamos a tratar los factores de riesgo asociados a las lesiones deportivas que han sido identificados por los diferentes trabajos realizados sobre el tema. Existen estudios que tratan de forma simultanea diferentes factores de riesgo al hablar de prevención. De entro ellos, Woods et al (2002) asocian la lesiones del tendón aquileo en futbolistas durante la pretemporada a una superficie dura, una vuelta al entrenamiento después del periodo vacacional, un calzado pobre y un aumento de la intensidad del entrenamiento. Otros parámetros estudiados como factor de riesgo son los tipos de acción durante el juego, el periodo del partido, zonas del campo donde se producen las lesiones y el rol de los deportistas lesionados, ya sea de local o visitante, aunque en estos apuntes que desarrollamos algunos de estos puntos han sido interpretados como parámetros que definen el entorno lesional y no como factores de riesgo. Rahnama et al (2002) estudian dichos factores en futbolistas de la Premier League durante la temporada 1999-2000.
  • 31. Watson (2002) comenta la falta de flexibilidad, el desequilibrio de fuerza entre los flexores y extensores de rodilla, los defectos posturales, la existencia de lesiones previas, la falta de fuerza de la musculatura estabilizadora de la rodilla y la velocidad de desplazamiento, este último factor asociado a la fuerza explosiva del deportista. En este apartado vamos a desarrollar algunos de estos factores de riesgo y otros comentados por diversos autores, unos con más detenimiento que otros debido a la importancia que parece tener cada uno y según podamos incidir en mayor o menor grado para evitar la aparición de lesiones. Ya hemos dicho que los diferentes trabajos identifican varios factores de riesgo. En algunos casos es difícil diferenciarlos para poderlos mostrar de una manera didáctica. Por ejemplo, Östenberg y Roos (2000) identifican tres factores de riesgo en una población de jugadoras de fútbol: ser mayor de 25 años, una puntuación de 4 o más en el test modificado de Beighton (Beighton et al, 1973, en Östenberg y Roos, 2000), lo que significaba una articulación laxa, y el realizar más de 25 saltos en el test “square-hop” (saltos realizados en diferentes direcciones). Este último punto podría verse como contradictorio en un principio, pero resulta que los jugadores de mayor categoría eran los que obtenían más puntuación y tenían mayor edad, punto este último asociado ya a factor de riesgo según lo encontrado en este estudio. La revisión realizada por Thacker et al (1999) sobre la prevención de esguinces de tobillo en el deporte explica que los factores biológicos como la laxitud articular no han podido ser calificados como factores de riesgo, y la inestabilidad postural y la inclinación del talón (varo-valgo) ofrecen dudas sobre si pueden ser definidos como tales, mientras sí que se ha establecido como un claro factor de riesgo la existencia de esguinces previos. Dvorak et al (2000) dividen los factores de riesgo en intrínsecos y extrínsecos, tal y como hacen otros autores. Los intrínsecos se refieren a características biológicas o psicológicas de la persona, como son la laxitud ligamentosa, rigidez muscular (falta de extensibilidad), inestabilidad funcional, lesiones previas y rehabilitación inadecuada. Los extrínsecos incluyen el volumen de entrenamientos y competiciones realizadas, factores climáticos, superficie de juego, condiciones del terreno de juego (húmedo, mojado, seco), equipamiento (espinilleras, vendajes, calzado), las reglas de juego y también la existencia de juego sucio. Murphy et al (2003) realizan una división muy parecida, y los matices no son tan importantes si tenemos claro qué los factores intrínsecos son inherentes al deportista y pueden mejorarse mediante el trabajo de éste, mientras los extrínsecos son externos al atleta y no necesitan de su intervención. La revisión de Thacker et al (2003) sobre prevención de lesiones de rodilla en el deporte muestra una gran variedad de factores extrínsecos e intrínsecos:
  • 32. - Factores extrínsecos: relacionados con el deporte, equipamiento, superficie de juego, calzado, supervisión de actividades incluyendo competición y entrenamiento y condiciones climáticas; - Factores intrínsecos: edad, inexperiencia, tamaño corporal, postura estática, laxitud articular, alineamiento segmentario (incluyendo hiperpronación), fatiga muscular, propiocepción pobre, género, aumento del ángulo Q en mujeres deportistas, dimensiones de la ranura intercondilea, nivel de estrógenos, ovulación, proporción de fuerza muscular cuadriceps-isquiotibiales, tamaño del ligamento (referido al LCA), predisposición genética y factores psicológicos. En este apartado vamos a desarrollar tanto los factores de riesgo intrínsecos como los extrínsecos, aunque van a ser los primeros los que merezcan especial atención en el apartado de intervención mediante planes de prevención. En realidad, es el trabajo de los factores intrínsecos el que va a disminuir la incidencia y gravedad de lesiones en el deporte actual. Además, en este tema vamos a desarrollar en primer lugar el mecanismo de lesión, pues a pesar de que no es citado directamente como factor de riesgo, aquí sí se considera que las acciones propias de cada deporte conforman un punto importante en el origen de las lesiones. 1.3.2.- Mecanismo lesional. Es necesario tener conocimiento de los tipos de lesión que habitualmente se producen en los diferentes deportes, así como de la biomecánica lesional. 1.3.2.1.- Las lesiones por contacto: el tackle como acción más lesiva. Habitualmente el mecanismo lesional se divide en acciones por contacto y acciones sin contacto, tal y como hemos explicado anteriormente. Woods et al (2003) han visto en futbolistas una cierta predominancia de las lesiones por contacto (59%), de la que destaca la acción de tackle, respecto a las producidas sin contacto, donde predominan la recepción de un salto, los giros, los cambios de dirección y la carrera. El estudio de Östenberg y Roos (2000) muestra datos muy parecidos, pues explica que el 55% de las lesiones traumáticas se producían por contacto con otro jugador, mientras vieron que el 45% se producían sin contacto (lesiones de rodilla en jugadoras de fútbol). En este sentido, Anderson et al (2003) explican que la etiología de la lesión acostumbra a ser multifactorial, sumando factores internos como las propias
  • 33. características del jugador, externos como los factores ambientales y el equipamiento, y el mecanismo lesivo. Este último aspecto ha sido estudiado desde la vertiente biomecánica del gesto, analizando su cinemática y cinética, a lo que se suma la actividad electromiográfica en algunos trabajos. Además del mecanismo de lesión desde el punto de vista biomecánico, destaca el hecho de que estos autores comenten la necesidad de realizar un análisis de las interacciones complejas de juego que llevan a una posible lesión, y con esta intención se ha desarrollado la FIA (Análisis de los Incidentes en Fútbol), un método de trabajo basado en el análisis de video que permite describir los incidentes lesivos utilizando 19 variables. Con relación a esto, Rahnama et al (2002) también insisten en la necesidad de analizar las acciones potencialmente lesivas para posibilitar mejores programas de prevención y rehabilitación. Estos autores se basan en los valores del PAIRI (incidencia del Riesgo de Lesiones en Acciones de Juego) y los diferentes niveles de potencialidad de lesión para decir que la acción de juego por contacto con mayor riesgo es que el futbolista reciba un tackle (Woods et al, 2002, también lo han registrado así), y destacan también las acciones de recibir una carga y realizar un tackle. Es posible que el hecho de realizar una carga tenga menor peligro que recibirla debido a que quien la realiza tiene la acción preparada. Conociendo estos hechos, Rahnama et al (2002) insisten en la necesidad de que los entrenadores tengan estos conocimientos en cuenta en los entrenamientos, al igual que los jugadores sean conscientes para realizar las maniobras necesarias y poder protegerse. Fuller et al (2004a) explican la importancia que merece el estudio de cómo se produce en fútbol la lesión por contacto jugador-jugador en la llamada acción de tackle. Estos autores lo definen como la acción que ocurre durante el curso normal de un partido e involucra un contacto físico entre dos o más jugadores mientras luchan por la posesión de la pelota. Para esto graban en video las acciones de tackle ocurridas en 123 de los 128 partidos jugados en diferentes torneos de la FIFA y de los JJOO. Cerca del 50% de las lesiones tratadas después de un partido vienen dadas por esta causa, aunque de ellas el 30% son debidas a juego sucio. Es interesante la orientación que estos autores dan al tema al decir que uno de los aspectos a estudiar sería el proceso cognitivo que en este caso el futbolista realiza para ejecutar estas acciones, pues la resultante en una lesión puede ser debida a la mala decisión tomada, lo que representa un error. Esto lo hacían extrayendo la siguiente información: dirección del tackle (si el jugador que lo realiza se aproxima por delante, detrás o lateralmente), forma (el jugador contacta con los dos pies en el suelo, resbalando incluyendo un salto horizontal, salto vertical) y acción durante el tackle (utilización de
  • 34. uno o dos pies en su ejecución, utilización de un brazo o la mano, contacto con la parte superior del cuerpo, o la existencia de un golpe entre cabezas). Askling et al (2003) encontraron que las lesiones isquiotibiales registradas en futbolistas se produjeron en su mayor parte durante acciones de esprint, y la lesión de mayor gravedad (de las 13 que registraron) se produjo en una acción de tackle. El 69% de estas lesiones se produjeron de forma aguda (traumática), mientras el resto se produjo por sobrecarga. Drawer y Fuller (2002) recogen cuatro categorías de mecanismo de lesión (realizar un tackle, correr, recibir un tackle y el chute). Los incidentes por contacto (como realizar o sufrir un tackle) suponen el 38.9% del total de los días de ausencia, y las actividades propias del fútbol, como el chute y la carrera fueron responsables del 46.5% de los días perdidos. El contacto jugador-jugador fue el responsable del 93.8% de las contusiones, del 59.4% de los esguinces y del 55% de las fracturas. Los jugadores que realizaron los tackles sufrieron todas las lesiones con fractura causadas por el mecanismo de contacto jugador-jugador. Este contacto jugador-jugador también fue el responsable de las lesiones de tobillo (61.9%) y de rodilla (56.8%), y las actividades específicas del fútbol fueron las causas mayores de las rupturas miofibrilares (72.1%) y de las lesiones de ingle (46.8%), muslo (71.3%) y de la pierna (43.6%). 1.3.2.2.- Las lesiones sin contacto. Mayor campo de prevención. Los mecanismos de salida abierta y de salida cerrada. Hemos de tener en cuenta que, a pesar de las recomendaciones anteriores, es difícil evitar las acciones que pueden producirse por contacto. Por otra parte, las lesiones sin contacto tienen una connotación diferente, pues están ligadas a aspectos que posiblemente puedan ser más influenciados por el entrenamiento y la planificación de una prevención. Woods et al (2002) explican, refiriéndose al periodo de pretemporada del futbolista, que la lesión muscular que más se produce es la ruptura miofibrilar (37%), entre las que destaca la del recto femoral. Parece ser que esto pueda estar ligado a la involucración de dicho músculo en acciones como la carrera y los lanzamientos. Merecen especial atención las lesiones articulares, pues frecuentemente provocan largos periodos de inactividad. Besier et al (2001a) destacan el riesgo potencial de la lesión ligamentosa de rodilla en los cambios de dirección, pues tales acciones provocan una combinación de cargas de flexión, varo – valgo y rotaciones en dicha articulación. Según este trabajo, las cargas de flexión combinadas con
  • 35. momentos de valgo y rotación interna son las que más estresan el LCA, particularmente en el momento que la rodilla está cercana a la extensión completa al realizar el apoyo. Además, parece ser que el gran momento valguizante durante la salida abierta provoca mayor estrés en el LLI, al igual que la rotación externa, mientras las cargas combinadas que incluyan un varo producen una mayor tensión en el LLE. La salida abierta se refiere al cambio de dirección con pivotaje y salida en dirección opuesta a la pierna de apoyo, y la salida cerrada se refiere al cambio de dirección con pivotaje y salida en dirección de la pierna de apoyo. White et al (2003), en un estudio sobre la lesión del LCA en deportistas femeninas, explican que los mecanismos más habituales son la recepción del pie y el cambio de dirección (29% de los casos), la recepción sobre la rodilla en extensión (28%) y la parada en la recepción con la rodilla en hiperextensión (26%). Rozzi et al (1999) también explican que las lesiones del LCA en baloncesto y fútbol se producen en la mayoría de casos sin contacto, y que el mecanismo es sobre todo mediante desaceleraciones o recepciones en un salto. La lesión del LCA es la que reviste mayor gravedad en la rodilla. Besier et al (2001b) explican que las acciones con cambios bruscos de dirección combinados con aceleraciones o desaceleraciones importantes del cuerpo son las que más estresan este ligamento. Así, a las cargas ya comentadas que se producen en el LCA, hay que añadir el aumento de estrés que provoca la anteriorización tibial en las acciones citadas, sobre todo en situaciones que se producen con la rodilla entre la extensión completa y los 20º de flexión. Se ha visto que el LCA es más propenso a sufrir lesiones con la rodilla cerca de 30º de flexión bajo cargas de flexión y valgo. Con relación a esta posición articular, la figura 3 (Solomonow et al, 2001) muestra la carga aislada cuadricipital en diferentes ángulos de flexión de rodilla y, aunque evidentemente en una situación normal tendríamos que contar con la actividad isquiotibial para hablar de este parámetro, es interesante ver que la mayor tensión se sitúa alrededor de los grados comentados por Besier et al (2001b). En el trabajo de Besier et al (2001a) podemos leer que los isquiotibiales tienen un gran potencial de reducir la anteriorización tibial cuando la rodilla es flexionada desde la extensión completa, aligerando así la carga del LCA. Pero el aumento de flexión desde la extensión completa disminuye la capacidad de los músculos de la rodilla para soportar el valgo, aumentando así las cargas a soportar por el LCA y otros ligamentos.
  • 36. Figura 3.- Desplazamiento anterior tibial según la carga aislada en el cuadriceps a diferentes grados de flexión de rodilla (Solomonow et al, 2001). En Besier et al (2001b), sobre las cargas que sufre la rodilla en diferentes acciones motrices (carrera recta, salida abierta de 30º y de 60º y salida cerrada de 30º), se destaca el hecho de que entre dichas tareas no había diferencias destacables en los momentos de flexión, pero sí existían diferencias importantes en las cargas de varo – valgo y rotacionales. El momento de flexión de rodilla ha de ser contrarrestado por una acción cuadricipital que acabará provocando una anteriorización tibial que será más importante cerca de la posición de extensión. Es posible que la suma de las cargas de varo – valgo y de rotación conjuntamente con esta traslación anterior de la tibia sea la causa del aumento del riesgo de lesión del ligamento. Hemos de pensar que ante cualquier deficiencia de la musculatura implicada estas cargas pueden llevar a una lesión, aunque el riesgo dependa también de otros factores, de entre los cuales estos autores destacan la magnitud y frecuencia de las cargas, la combinación de éstas, cómo las mismas son repartidas entre la musculatura y otros tejidos blandos que rodean la articulación, la capacidad de resistencia ligamentosa y la geometría articular. La mayor tensión en el LCA se produce durante la salida abierta en el contacto y el despegue, donde la rodilla experimenta una combinación de traslación tibial anterior, rotación interna y valgo de rodilla, con esta articulación en una flexión de entre 30 y
  • 37. 40º. En este trabajo también destaca la tensión que sufre el LLI de los individuos que producían una carga en valgo y rotación interna en el contacto y el despegue de esta misma acción. Este ligamento soporta casi el 80% de la carga de valgo de rodilla cuando ésta se encuentra en una flexión de entre 25 y 30º, y además soporta la mayoría de carga de rotación interna entre los 0 y 45º de flexión. Por otra parte, los individuos que registraban un varo en los cambios de dirección provocaban un riesgo potencial de lesión en el LLE, sobre todo cuando la rodilla estaba cercana a la extensión. Cerulli et al (2001) explican que la lesión del LCA se produce normalmente con la rodilla entre 0 y 30º de flexión, sobre todo en situaciones sin contacto y durante la carrera y el salto. En la carrera, los movimientos asociados con la lesión incluyen el cambio de dirección, la desaceleración rápida, la parada espontánea y los movimientos de rotación. En cuanto al salto, los movimientos de mayor peligro son la recepción en varo y rotación interna y el estrés en valgo y rotación externa. Variando de articulación, Woods et al (2003) han mostrado que el ligamento tibioperoneo anterior y posterior son los que recogen menor número de lesiones de tobillo en futbolistas. En esta publicación se explica que la tendencia natural del tobillo es que éste vaya más hacia la inversión que hacia la eversión. En el 73% de este tipo de lesiones queda afectado el LPAA, posiblemente porque tiene menor capacidad de carga, aunque hemos de pensar que biomecánicamente es el que queda más sometido a la flexión plantar y al cajón anterior del astrágalo. En cambio, el ligamento PC no llega a sufrir esta combinación de tensiones. Respecto a la lesión del complejo interno, la incidencia lesional se encuentra alrededor del 14%. Es posible que estas últimas lesiones estén asociadas a la realización de tackles con la cara interna del pie (interior de la bota). Stacoff et al (1996) explican que ante una carga en inversión los peroneos son los eversores más importantes, pero el tiempo de reacción de estos está entre 60 y 90ms, demasiado largo para prevenir una distensión de tobillo, pues durante los cambios laterales de dirección la inversión tiene lugar en los 30-50ms después del contacto. También comentan que hay dos tipos de deslizamiento que se deberían tener en cuenta: el primero es entre la suela y el suelo (bastante estudiado), y el segundo (muy poco estudiado) es entre la planta del pie y la suela, el cual debería ser el menor posible. Con relación a esto, es necesario tener en cuenta los gestos de cada deporte, pues cada uno de ellos puede tener mayor o menor riesgo de provocar una lesión de tobillo. El baloncesto es la actividad con mayor riesgo de este tipo de lesiones, seguidas del balonmano, voleibol, fútbol y tenis.
  • 38. Con relación a esto último, la tabla 7 (Meeuwisse et al, 2003) muestra también cómo el esguince de tobillo es la lesión de mayor incidencia en una población de jugadores universitarios de baloncesto. Tabla 7.- Mayor número de lesiones en el tobillo en jugadores universitarios de baloncesto (Meeuwisse et al, 2003). Woods et al (2004) explican que las lesiones de isquiotibiales en la carrera se producen al final de la fase de oscilación, cuando estos músculos trabajan para desacelerar la extremidad mientras también controlan la extensión de la rodilla (esta musculatura ha de cambiar de un funcionamiento excéntrico, a una acción concéntrica, sobre todo al convertirse en extensores de cadera). Este cambio tan rápido de excéntrico a concéntrico es el momento en que el músculo se convierte en más vulnerable. Tol et al (2002) realizan un estudio sobre la relación del chute y el síndrome del pinzamiento anterior de tobillo en quince futbolistas amateurs. Para ello hacían realizar chutes a una portería a 11 metros de distancia. Marcaron diferentes zonas del pie para poder ver dónde se producían los contactos con el balón. Además realizaron un control cinemático de la acción. Esto lo hacen porque son conocedores de la formación de osteofitos talotibiales en la parte anterior del tobillo en futbolistas con dolor crónico. Se ha llegado a llamar a esta afectación el tobillo del futbolista o tobillo del atleta, pero posteriormente ha adoptado el nombre de síndrome del pinzamiento anterior de tobillo. La causa de la formación de estos osteofitos no está totalmente establecida. Una de las posibles explicaciones asume que durante el chute se produce una tracción máxima repetitiva en la cápsula articular. En otra hipótesis se explica que la formación de osteofitos se relaciona con un daño directo en el borde del cartílago anterior del tobillo en combinación con un microtrauma recurrente, causado por el impacto directo
  • 39. del balón en la región anterior del tobillo. La zona de contacto con el balón puede verse en la tabla 8 (Tol et al, 2002). Tabla 8.- Zona de contacto en el pie ante el impacto del balón durante el chute (Tol et al, 2002). La máxima flexión plantar en el chute excedió la máxima flexión plantar activa recogida antes del inició de las acciones de chute (esto sucedió en el 39% de los casos). Los autores realizan una autocrítica al haber medido la flexión plantar con métodos diferentes. De todas maneras, si se considera el aumento de flexión plantar como real, el estudio muestra un aumento de la tensión producida en la parte anterior capsular, lo que apoya la hipótesis de la formación de osteofitos como consecuencia de la tracción. Pero existen datos morfológicos que no apoyan esta hipótesis, pues la cirugía ha mostrado que la localización exacta de los osteofitos documentados no muestra la misma ubicación que la inserción capsular en la tibia. Giza et al (2003) estudian los mecanismos de las lesiones del pie y del tobillo en futbolistas. Sostienen que diferentes estudios hablan de la gran cantidad de osteoartritis vistas tanto en jugadores en activo como en retirados. El contacto jugador con jugador parece ser un factor que contribuye de forma importante en una proporción del 44 al 74% de las lesiones en el fútbol, y el estudio de Ekstrand y Gillquist (1983) mostraron que la mayoría de lesiones se producía en la extremidad dominante debido a que era la que más se involucraba en acciones de inversión durante el salto y el chute. Por otra parte, la mayoría de esguinces de tobillo se producen en la carrera, los cambios de dirección y la acción de tackle. Estos autores destacan los factores intrínsecos siguientes: lesiones ligamentosas previas, tipo y tamaño del pie, inestabilidad de tobillo, laxitud articular, fuerza muscular disminuida y alineamientos anatómicos incorrectos. También comentan la inadecuada rehabilitación o el tiempo insuficiente de la misma. Giza et al (2003) realizan este estudio durante diferentes torneos internacionales de élite (torneos olímpicos y de la FIFA). En estos torneos se desarrollaron 180 partidos, y los médicos proporcionaron información de 85 lesiones de tobillo y 29 de
  • 40. pie. En 76 de estos casos existió una acción de tackle como mecanismo de lesión. El 52% de estas lesiones con tackle produjo contusiones, el 26% esguinces y el 5% fracturas. 1.3.2.3.- No tan sólo hay lesiones en la extremidad inferior... Cambiando de deportes, Witvrouw et al (2000) explican que los problemas de hombro son habituales en el atleta que realiza movimientos por encima de la cabeza. Parece ser que estos atletas pueden tener lesiones y disfunciones debido al estrés mecánico repetitivo de acciones a elevada velocidad del hombro, las cuales frecuentemente se realizan hasta los extremos de la movilidad articular. Existe información sobre la parálisis del nervio supraescapular en atletas, lesionado sobre todo a nivel del surco supraescapular, la cual lleva a una hipoatrofia de los músculos supraespinoso e infraespinoso. Los jugadores de voleibol son de los deportistas que más experimentan esta lesión. Algunos trabajos han hablado de la similitud mecánica de algunos movimientos específicos del voleibol, tales como el saque y el remate, con otros deportes en que se utiliza la extremidad superior por encima de la cabeza. Pero estos autores no están de acuerdo, pues destacan que el servicio no intenta conseguir normalmente la máxima velocidad sino que intenta mantener una trayectoria flotante, lo que provoca que los músculos posteriores del hombro tengan una acción de frenada considerable en el movimiento hacia delante de la extremidad. La acción excéntrica resultante puede provocar un mayor estrés en el nervio que las acciones donde no se requieren tanta precisión y control del gesto. 1.3.3.- Existencia de lesiones previas. Uno de los factores de riesgo más importantes en la prevención de lesiones es la existencia de lesiones previas. Estos deportistas tienen más posibilidades de sufrir nuevas lesiones. Inklaar (1994) explica que la literatura habla de la existencia de lesiones recurrentes del mismo tipo y localización y la existencia de lesiones crónicas se producen en mayor medida según el deportista se va haciendo mayor. Muy relacionado con esto existe el dato de que muchos jugadores intentan volver demasiado rápido a la competición después de haber sufrido una lesión, pero esto puede llevar a un empeoramiento de la misma y a un mayor periodo de recuperación. Inklaar (1994) comenta datos sobre un estudio realizado en clubes alemanes sobre la prevalencia de lesiones. En el inicio de la competición, sobre el 45% de los jugadores
  • 41. sufrían las consecuencias de lesiones recientes (19.3%), de lesiones crónicas o de viejas lesiones. Watson (2002), en un estudio con jugadores de fútbol y de fútbol galés, apoya la idea de que la lesión previa es un buen parámetro para predecir futuras lesiones. No se conoce si las recidivas fueron debidas a un tratamiento insuficiente a nivel rehabilitador o bien fueron dadas por las características inherentes del deportista. Woods et al (2004) obtuvieron un porcentaje de reincidencias de lesiones isquiotibiales del 12% en futbolistas, pero no tuvieron diferencias significativas en cuanto a la gravedad de las lesiones nuevas y de las recidivas. 1.3.4.- Alteración propioceptiva. La sensibilidad propioceptiva ha sido uno de los campos que más se ha trabajado tanto en la recuperación como en la prevención de lesiones. Barlett y Warren (2002) explican que la posición articular se encuentra influenciada por diferentes modalidades de receptores (entre ellos visuales y cutáneos), pero que son los mecanorreceptores los más importantes, localizados a nivel muscular, tendinoso, ligamentoso y capsular. Centrándose en el LCA, estos autores comentan que la ruptura del mismo provoca un empobrecimiento de la información de la posición articular, dejando la rodilla a expensas de sufrir más fácilmente una lesión, hecho que se suma, evidentemente, a la inestabilidad mecánica existente. Así, parece ser que en animales, tal y como explican los autores citados, se ha podido ver que el estiramiento del LCA provoca un feedback neural que se traduce en la contracción de la musculatura isquiotibial, hecho que limita la anteriorización tibial, y ante la ausencia de dicha aferencia, la rodilla quedará expuesta a una mayor traslación tibial anterior. Esta capacidad propioceptiva de diferenciación de la posición articular puede verse también influida negativamente por la aparición de fatiga. En Barlett y Warren (2002) podemos leer que esto se debe principalmente a una pérdida de la eficacia de los mecanorreceptores musculares. El ejercicio produce un aumento temporal de la laxitud anteroposterior de la rodilla, y también ha sido recogido que las longitudes de los ligamentos cruzados varía con la flexión y rotación de la rodilla, factores que facilitan que esta articulación sea más vulnerable durante y después del ejercicio que en reposo. A pesar de esta idea, Barlett y Warren (2002) explican que es posible la existencia de un mecanismo compensatorio para los ligamentos que tienen aumentada su laxitud por el ejercicio en niveles normales de actividad (no fatigante al menos a
  • 42. nivel extenuante). De hecho, es posible que exista un aumento de la sensibilidad de los mecanorreceptores en respuesta a un ejercicio que podríamos denominar “sano” o dentro de unos ciertos límites fisiológicos. Esto podría mejorar los mecanismos reflejos de protección neuromuscular, con lo cual mejoraría la propiocepción de la rodilla. Woods et al (2003) explican que hay datos que muestran una alteración propioceptiva después de sufrir una lesión. Así se ha demostrado con la monitorización de los cambios de fuerza y control sensoriomotriz en movimientos de eversión del tobillo después de una lesión aguda en inversión. Encontraron que doce semanas después de dicha lesión existía un error de precisión en la posición articular en comparación al tobillo sano, y se necesitaron seis semanas para normalizar la fuerza de eversión. Estos hechos refuerzan la idea de la necesidad de continuar el trabajo de fuerza y propiocepción después de que el jugador haya vuelto a la competición. Con relación a esto, Hewett et al (2002) explican que existen estudios contradictorios respecto al tiempo necesario para que se restablezca de forma correcta la sensibilidad propioceptiva en una rodilla después de la reconstrucción del LCA. Datos de estos autores muestran cómo seis meses después de dicha intervención se mantienen déficits propiocetivos, y por este motivo los autores muestran la necesidad de tener precaución durante el proceso de rehabilitación. Rozzi et al (1999), en un test propioceptivo para detectar la posición articular comparando hombres y mujeres, no encontraron diferencias entre sexos cuando movilizaban la rodilla hacia la flexión, pero sí encontraban esta diferencia cuando la rodilla iba hacia la extensión. Este test pertenecía a una batería de pruebas donde se intentaba ver si en determinados factores de riesgo asociados a lesión del LCA existían diferencias entre hombres y mujeres. El test lo iniciaban con 15º de flexión de rodilla. A medida que la rodilla se dirigía hacia la extensión, el LCA sufría mayor tensión, lo que puede ser motivo de la diferencia cinestésica entre sexos. Es posible que la mayor laxitud existente en las mujeres provocara que el ligamento tuviera menos tensión y por tanto menos sensibilidad ante grados avanzados de extensión. Otros datos argumentan este mismo hecho en la extremidad superior, es decir, la falta de sensibilidad articular debido a la menor puesta en tensión en sujetos con mayor laxitud articular. Además, es interesante comentar que los deportistas que participaban de especialidades donde se requería mayor utilización de la extremidad dominante, ésta era más laxa, y exhibían mayor pobreza kinestésica en posiciones extremas de rotación externa en comparación con el hombro no dominante. En dicha posición, los ligamentos de la extremidad dominante estaban más distendidos y por tanto proporcionaban menos información para poder detectar la movilidad articular.
  • 43. 1.3.5.- Retraso electromecánico. El estudio de Gleeson et al (1998) recogió la variación del retraso electromecánico (EMD) entre antes y después de los diferentes tipos de ejercicio con los que trabajaron. Los autores comentan que tuvieron un valor promedio preejercicio de EMD en el bíceps femoral de 100ms (el similar al observado en otros trabajos). El aumento que obtuvieron de más del 19% sugiere que dicho parámetro estuvo influenciado de forma importante por las cargas repetitivas asociadas a la competición y entrenamiento del fútbol. Los autores explican que existen artículos confrontados en la literatura respecto la influencia de la fatiga en el EMD. Unos trabajos sugieren que este factor queda afectado en movimientos voluntarios de los extensores de rodilla, mientras otros sugieren lo opuesto. Esta alteración del EMD puede haber sido debido, según reflexiones de Gleeson et al (1998) a una interacción compleja de varios factores neuromusculares y biomecánicos. La velocidad de acortamiento del tejido elástico en serie puede ser la causa principal del EMD de un músculo. Es posible que cualquier aumento en la compliancia de la unión miotendinosa provocada por los ejercicios realizados tendiera a aumentar el EMD. La temperatura muscular puede ser un moderador importante en este proceso, y se supone que los ejercicios desarrollados en este estudio imitando el esfuerzo propio de la competición en el fútbol aumentan la temperatura del músculo. Este cambio está asociado a un aumento de la propagación neural y a un aumento de compliancia del tejido conectivo. Ya que el tiempo para acortar el componente elástico en serie de la musculatura excede substancialmente el tiempo necesario para formar los puentes cruzados en acciones concéntricas, la influencia del aumento de compliancia durante los ejercicios realizados en este trabajo puede haber llevado al aumento de EMD. Los autores (Gleeson et al, 1998) explican que el ejercicio mixto y el ejercicio de carrera que implicaba cambios de dirección involucran la participación de diferentes tipos de fibra muscular, y la fatiga puede alterar las diferentes UM reclutadas. Es importante señalar que el protocolo utilizado aquí para calcular el EMD no discrimina entre la utilización de uno u otro tipo de UM. En este trabajo los autores explican que, si se tuviera en cuenta el principio del tamaño de Hennemann (1965) para explicar el patrón de reclutamiento de UM en una tarea, las UM que intervendrían en primer lugar serían las lentas, ya que las UM más resistentes a la fatiga son reclutadas en primer lugar. Pero tal y como se comenta, el orden de reclutamiento puede ser alterado bajo algunas condiciones, pues las UM rápidas son reclutadas desde su inicio en acciones balísticas, por ejemplo, y no está claro cómo se organiza un patrón de reclutamiento
  • 44. bajo condiciones de fatiga (Enoka, 1995). Es posible continuar reflexionando sobre el motivo que llevó al aumento de EMD, pero lo que está claro es que este parámetro tuvo una alteración por una carga de ejercicio que asemejaba el esfuerzo provocado en el fútbol, ya sea en un entrenamiento o en un partido. De los tipos de ejercicio que testaron, el trabajo continuo con cambios de dirección provocó la mayor alteración de EMD, posiblemente porque la mayor velocidad mantenida asociada a los mayores momentos provocados por los cambios de dirección provocaran un mayor estrés neuromuscular y musculoesquelético. Con relación a este trabajo de Glesson et al (1998), es interesante comentar el estudio de White et al (2003), quienes estudian las diferencias entre hombres y mujeres deportistas para entender los motivos de la incidencia lesional entre sexos. Para ello recogen la actividad electromiográfica en isquiotibiales y cuadriceps durante ejercicios de flexión y extensión de rodilla. Los autores vieron una diferencia en los valores de frecuencia EMG. Así, la MPF (promedio de los valores de frecuencia EMG, parámetro relacionado con el tipo de unidades motoras reclutadas en una acción) de los isquiotibiales tendió a ser menor en las mujeres, lo cual indica que proporcionalmente tenían menor cantidad de fibras rápidas involucradas en el ejercicio realizado. Es posible que la activación de fibras rápidas en mujeres sea posterior a la activación de este mismo tipo de fibras en hombres, o sea, que tengan un retraso en la activación, hecho que haría que las mujeres necesitaran más tiempo para desarrollar una activación pico isquiotibial en comparación a los hombres en el test isocinético. Esto provoca que las mujeres sean más lentas en la estabilización de la rodilla durante una hiperextensión rápida, lo que lleva a que el LCA soporte mayor tensión para estabilizar la rodilla en esta posición y condiciones. Además, en este trabajo las mujeres presentaban una mayor coactivación de cuadriceps, lo que llevaba a un mayor deslizamiento anterior tibial y por tanto a un mayor peligro de lesión del LCA, sobre todo entre los 0 y 30º de flexión. Se sabe también que la mayor coactivación alrededor de la rodilla se produce en los extremos articulares de flexo-extensión, parece ser con la intención de prevenir la rodilla de un exceso respecto a sus límites fisiológicos de movimiento 1.3.6.- Falta de fuerza. Tal y como explica Gleeson et al (1998), la movilidad normal depende de la interacción de los estabilizadores articulares estáticos o pasivos, como son la geometría ósea, las estructuras ligamentosas y los meniscos, y de los estabilizadores