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Creencias fundamentales 08
1. SEMINARIO DE CAPACITACIÓN DOCTRINAL
Pr. Eduardo Bailón – Distrito Misionero de Ancón
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EL BAUTISMO
El llamado de Juan al bautismo indicaba que era necesario un cambio drástico para
preparar a la gente para la venida de Jesús. Cuando Cristo descendió al río Jordán y
pidió a Juan que lo bautizara (Mat 3:13-15), colocó su sello de aprobación a la misión
del Bautista y marcó el inicio de su propia misión para salvar a la humanidad. Aunque
no tenía la necesidad de ser purificado como otros, Jesús demostró que comprendía los
sentimientos de impureza e insuficiencia común a los seres humanos. Por su bautismo
se identificó a sí mismo con el pecador en su necesidad de la justicia de Dios y dejó un
ejemplo para los que llegaran a ser cristianos. El pecador arrepentido se identifica con
Jesús por medio de este rito. Por su vida sin pecado y por su muerte a favor de ellos,
Cristo puso a disposición de todos su justicia, y pasando simbólicamente por la muerte
al pecado, la sepultura en las aguas bautismales y la resurrección a una nueva vida en
Jesús, el creyente demuestra su aceptación de esa justicia.
Para el cristiano en la actualidad, el bautismo en una declaración pública de fe en
Dios y la aceptación de Cristo como salvador personal (Hech 16:30-33; Rom
10:9). Los candidatos al bautismo deben recibir completa instrucción en la fe cristiana
y poseer una comprensión de ésta tanto teórica como práctica. Por esta razón no es
apropiado bautizar a los niños. Los jóvenes deben recibirlo sólo cuando estén lo
suficientemente maduros como para entender la importancia del paso que están dando.
La Biblia enseña el bautismo por inmersión, y uno de los motivos para hacerlo así es
que en los libros de Romanos y Colosenses Pablo compara este rito con la muerte,
sepultura y resurrección de Cristo (Rom 6:1-6; Col 2:12, 13). Este simbolismo no
habría tenido sentido si la iglesia apostólica hubiera practicado otra forma de bautismo
que no hubiese sido por inmersión.
Los incidentes que en el Nuevo Testamento sustentan el bautismo por inmersión,
incluyen el de Jesús y el del etíope, realizado por Felipe. En ambos casos se describe la
entrada y la salida del agua (Mat 3:16; Hech 8:38, 39). El mismo vocablo bautismo
proviene del término griego báptisma que significa hundir o sumergir.
El bautismo seguirá al haber sentido pesar por el pecado, haberlo confesado y
habernos apartado de él. Incluye creer que Cristo nos ha perdonado y que una nueva
vida en Él, por medio del poder del Espíritu, es la mejor manera de vivir.
Este rito, además de colocar al cristiano en una relación más rica y estrecha con
Dios, le proporciona también una nueva relación con la iglesia de Cristo en la
tierra, un grupo de creyentes conocidos por su amor a Dios y al prójimo. Es la puerta
a la confraternidad en la iglesia y también al discipulado.
El bautismo no es un paso que deba darse ligeramente. Debe indicar un cambio
radical en la dirección y los propósitos de la vida de una persona. Así como el
bautismo por inmersión en los días de Juan preparó a la gente para la venida de Jesús,
el bautismo por el agua y por el Espíritu hoy, ayuda a preparar a los amados del Señor
para su segunda venida.
Lectura Auxiliar: Hech 2:38; 16:30-33; 22:16; Mat 28:19, 20; Gál 3:27; 1 Cor 12:13;
1 Ped 3:21; Rom 6:1-6; Col 2:12, 13.
2. SEMINARIO DE CAPACITACIÓN DOCTRINAL
Pr. Eduardo Bailón – Distrito Misionero de Ancón
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LA CENA DEL SEÑOR
Así como los servicios y sacrificios del santuario en lo tiempos del AT señalaban al
Mesías que vendría, su ministerio y su muerte, así la Cena del Señor conmemora la
muerte de Jesús y dirige la atención del creyente a la promesa de su segundo
advenimiento. Es más que simplemente simbolizar el perdón total de nuestros
pecados; es un acto que involucra confesar las faltas al Señor y los unos a los otros,
pedir la ayuda de Dios para cambiar, vencer y llegar a ser más semejantes a Cristo. Es
un servicio rico en simbolismos usado para transmitir verdades espirituales básicas.
Los adventistas interpretamos figuradamente las declaraciones de Cristo, “este es mi
cuerpo” y “esto es mi sangre”, así como las declaraciones “Yo soy la puerta” (Jn 10:7).
El pan sin levadura y el vino sin fermentar son considerados símbolos del cuerpo
quebrantado de Cristo y de su sangre derramada. Participar de ellos es una expresión
de fe en Él como salvador de nuestros pecados, y la unión de su vida con la nuestra.
Desde fines de la década de 1840 los adventistas del séptimo día hemos observados la
Cena del Señor cuatro veces al año, al final de cada trimestre. Se realiza como sigue:
Luego de un breve sermón a cargo del pastor o anciano ordenado, los hombres y
mujeres se separan y se dirigen a diferentes salas de la iglesia para la ceremonia del
lavamiento de los pies. Este rito representa la limpieza del pecado (Juan 13:1-17).
Aunque no hay ningún mérito particular en el acto en sí, éste se hace significativo para
los participantes que antes y durante este servicio aclaran sus diferencias y
confiesan sus faltas mutuamente. Simboliza la purificación de los pecados cometidos
durante nuestro transitar por el camino de la vida cristiana.
El lavamiento de los pies también es símbolo de una renovada consagración al servicio
del Maestro. Uno debe poner a un lado el orgullo para inclinarse y lavar los pies de un
hermano, del mismo modo que él o ella debe hacerlo para servir a Jesús de todo
corazón. Debido a que esta ceremonia pone énfasis en el espíritu de confraternidad
cristiana, es una apropiada preparación para participar en la Cena del Señor.
Luego del lavamiento de los pies, los miembros vuelven a reunirse en el templo. El
pastor y los ancianos se aproximan a la mesa de comunión donde retiran las servilletas
que cubren el pan, leen 1 Cor 11:23, 24 (o algún otro pasaje) y ofrecen una oración de
bendición. Después que los ancianos rompen el pan sin levadura los diáconos los
distribuyen entre la congregación.
El ministro, los ancianos y los diáconos siguen un procedimiento similar con e vino sin
fermentar, luego de dar lectura a 1 Cor 11:25, 26.En cada caso la congregación
espera hasta que todos hayan sido servidos para participar juntos del emblema.
Por un lado, la Cena del Señor es una ocasión solemne, un momento en el que los
creyentes recordamos que Jesús cargó nuestra culpa y murió por nuestros pecados. Sin
embargo es una ocasión de regocijo. Anticipa el día cuando Dios hará nuevas todas las
cosas (Apoc 21:1-5); El día cuando recreará a los seres humanos que Él creó (1 Cor
15:52) para que estén junto a Cristo, su Redentor, en la cena de las Bodas del Cordero.
Lectura Auxiliar: Mat 26:17-20; Juan 6:48-63; 13:1-17; 1 Cor 10:16, 17; 11:23-30;
Apoc 3:20