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LITERATURA INFANTIL
Selección y adaptación por
HERNÁN ALVARADO
Profesor Emérito de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Literatura Infantil
MIS PRIMEROS CUENTOS
© Ediciones Quipu E. I. R. L.
Pumacahua 1108 (Jesús María) Teléfono 4312997 y fax 3304347
Impreso en FIMART S.A.C., Lima, Perú
Segunda edición, 2003
DEPÓSITO LEGAL BN:......................
I.S.B.N. 9972-652-02-5
ÍNDICE
Página
Presentación .............................................................................3
La gallina de los huevos de oro..................................................4
El muyik y el espíritu de las aguas .............................................5
El ratoncito vanidoso ................................................................6
El pastor y el lobo .....................................................................7
Los dos comerciantes................................................................8
Un astrólogo ingenioso .............................................................10
Sancho Panza, gobernador........................................................11
El juez sabio .............................................................................12
El águila agradecida..................................................................14
En busca del arco iris ................................................................16
Los dientes del perro.................................................................20
El muyik y los pepinos ..............................................................22
El premio de la manzana de oro ................................................23
El patito feo..............................................................................24
La lección de la arañita empeñosa .............................................27
Amor fraternal..........................................................................30
Caballo.....................................................................................32
El flautista de Hamelín..............................................................34
El caballero Carmelo.................................................................36
El cuento que cuento.................................................................38
Impresiones de verano...............................................................41
Los ciegos y el elefante..............................................................44
El porquerizo............................................................................47
El astuto campesino ..................................................................52
Los músicos de Brema ..............................................................56
La vendedora de fósforos...........................................................62
PRESENTACIÓN
Se abren estas páginas para contarte historias de alegrías y pe-
nas, de amores y odios, de realidades y fantasías. Sí, un buen cuento
es el que te habla del ser humano en su grandeza y también en sus
defectos. Pero lo sabe hacer con amenidad y belleza para que lo
leas con interés. Para escoger estos bellos cuentos hemos revisado
muchos libros a lo largo de toda nuestra vida. Aquí te presentamos
las historias que más nos conmovieron. Ojalá te gusten a ti tanto
como a nosotros.
Los dibujos son parte importante de este libro. Por eso hemos
pedido a estimados amigos artistas que realicen su mejor labor para
decirte con imágenes lo que vas leyendo. Sí, porque lo que sucede
en todo cuento debe ser visto mentalmente como en la pantalla de
un televisor. De este modo, estos relatos se grabarán mejor en tu
memoria. Y si estas lecturas te agradan, sabemos que siempre estarás
buscando libros que leer. Y eso sería para nosotros muy satisfactorio.
Finalmente, te pedimos que hagas con alegría y seriedad las
actividades y ejercicios que aparecen al final de cada historia. Eso
está pensado con el fin de que aproveches mejor lo leído. En algún
momento tú mismo tendrás que hacer algún pequeño cuento. Des-
cubrirás entonces que tú también puedes ser un pequeño narrador
de cuentos. Imaginación no te falta. De eso estamos seguros.
44
Un campesino era dueño de una gallina que cada mañana po­
nía un hermoso huevo de oro. Así fue que el campesino se volvió
cada vez más rico.
Pero el hombre, que era muy ambicioso, quería más y más
huevos de oro. No se conformaba con los que la gallina ponía
cada día.
LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO
El hombre pensó entonces que, si mataba a la gallina y luego
abría su cuerpo, encontraría muchos huevos de oro dentro.
Así lo hizo. ¡Pero no encontró nada!
ACTIVIDADES
Las actividades y preguntas que apa-
recerán al final de cada lectura se respon-
derán o harán algunas veces oralmente.
En otros casos se tendrán que hacer por
escrito. Emplea un cuaderno y escribe el
título del cuento antes de dar tus respues-
tas a los diversos temas planteados.
1. ¿Qué poseía el campesino?
2. ¿Por qué era especial la gallina?
3. ¿Qué pasó con el campesino?
4. ¿Era ambicioso? ¿Por qué?
5. ¿Qué pensó hacer con la gallina?
6. ¿Qué consiguió finalmente? ¿Se
alegró por eso?
7. ¿Es posible que una gallina ponga
huevos de oro?
8. ¿Por qué es malo ser ambicioso?
55
En Rusia, al campesino se le llama muyik. A uno de ellos se
le cayó su hacha en un río y, apenado, se puso a llorar.
El Espíritu de las aguas se apiadó de él y, presentándole un
hacha de oro, le preguntó:
–¿Es ésta tu hacha?
El muyik respondió:
–No, no es la mía.
El Espíritu de las aguas
le presentó un hacha de
plata.
–Tampocoesésa
–dijo el muyik.
Entonces, el Espíritu le
presentó su propia hacha de
hierro. Viéndola,
el muyik exclamó:
–¡Ésa es la mía!
Para premiarlo por su honradez, el Espíritu le dio las tres
hachas.
De regreso a su casa, el muyik mostró su regalo y contó su
aventura a sus amigos.
Uno de ellos quiso probar suerte: fue a la orilla del río, dejó
caer su hacha y comenzó a llorar.
El Espíritu de las aguas le presentó un hacha de oro y le
preguntó.
–¿Ésta es tu hacha?
El muyik, lleno de alegría, respondió:
–Sí, sí, es la mía.
El Espíritu de las aguas no le dio el hacha de oro ni la suya
de hierro en castigo por su mentira.
León Tolstoi
EL MUYIK Y EL ESPÍRITU DE LAS AGUAS
ACTIVIDADES
1. ¿Por qué se puso a llorar el primer
muyik?
2. ¿Qué sucedió entre el muyik y el
Espíritu de las aguas?
3. ¿Cuál fue el premio a la honradez del
muyik?
4. ¿Qué hizo el muyik al regresar a
su casa?
5. ¿Qué ocurrió con el segundo mu-
yik?
6. ¿Cuál es la lección o moraleja de
esta historia?
66
ACTIVIDADES
1. ¿Qué caracterizaba al ratón de la
historia? ¿Qué le decían todos?
2. ¿Cuál era el estribillo que repetía
constantemente?
EL RATONCITO VANIDOSO
Había una vez un ratón que, por querer parecer guapo, se
había dejado crecer la cola algo más de lo necesario. Todos le
decían que más pronto o más tarde aquella cola le iba a dar un
tremendo disgusto.
¡Pero eso era predicar en el desierto! El ratoncito no hacía
caso a nadie.
El ratoncito se pasaba todo el día fuera de casa. Y a todas
las personas que veía les repetía el mismo estribillo:
–Mira qué rabo
tengo. No te acerques
demasiado. ¡Ni el rey
tiene uno igual!
Pero un desgra­
ciado día, mientras
paseaba por la casa
donde tenía su agujero,
vio venir al gato. El va­
nidoso ratoncillo se dio
a la fuga y, corre que
te corre, se dirigió a la
puerta.
Desgraciadamen­
te, en aquel momen­
to la puerta se cerró
y aprisionó el rabo
del ratón. De esto se
aprovechó el gato que se lo comió sin hacer mucho esfuerzo.
De esta manera perdió el pellejo el tonto del ratoncito, por
su vanidad de querer parecer hermoso.
3. ¿Qué sucedió un desgraciado día?
4. ¿Cuál es la lección que deja este
relato?
77
Un muchacho cuidaba algunas ovejas y se divertía gritando:
–¡El lobo! ¡El lobo!
EL PASTOR Y EL LOBO
ACTIVIDADES
1. Esta lectura tiene siete párrafos. Al
comenzar cada párrafo se deja un
espacio en blanco que se llama san-
gría. ¿Cuál es el párrafo más largo?
2. El párrafo 2 y 5 son idénticos y con-
tienen lo que el pastor gritaba. Cópia-
lo cuidadosamente en tu cuaderno
una sola vez. La rayita al comenzar
se llama guión y el grupito de dos
rayas verticales es el signo de excla-
mación. Al copiar en tu cuaderno,
usa bien esos signos.
3. ¿Qué labor hacía el muchacho y
cómo se divertía?
4. ¿Qué hacían luego sus compañeros
y qué encontraban?
5. ¿Cómo reaccionaba el muchacho?
¿Por qué?
6. ¿Qué pasó el día que verdaderamen-
te vino el lobo?
7. ¿Cómo quedó finalmente el pastor?
¿Por qué?
Todos sus compañeros venían corriendo para ayudarlo. Pero
no encontraban al lobo. Sólo veían al muchacho riéndose y re­
costado muy tranquilamente sobre la hierba.
Un día de veras vino el lobo. Y el pastor, esta vez, gritó
desesperado:
–¡El lobo! ¡El lobo!
Pero sus compañeros creían que era otra de sus mentiras
con la que quería engañarlos y no hicieron caso de sus gritos.
El lobo mató todas sus ovejas y el pastor se quedó muy triste
y arrepentido por haber engañado antes a sus compañeros.
88
Había un comerciante pobre que negociaba en hierros. Un
día, en que debía realizar un largo viaje, dejó a guardar sus
mercaderías en casa de un comerciante rico. Al volver, fue a
retirarlas y el comerciante rico le dijo:
–Tus mercaderías se han malogrado. No tengo nada que
entregarte.
–¡Cómo! –se sorprendió el otro.
LOS DOS COMERCIANTES
–Sí, las dejé en el desván y los ratones han roído todo el
hierro. Si no me crees, puedes subir tú mismo a verlo.
El comerciante pobre no discutió y dijo sencillamente:
	 –Puesto	que	tú	lo	dices,	es	suficiente.	No	hace	falta	mirar.	
Desde hoy ya sé que los ratones comen hierro. Adiós.
Y se fue. Ya en la calle, vio a un niño que jugaba. Era el
hijo del comerciante rico y el comerciante pobre lo sabía. Lo
acarició, lo cogió en sus brazos y se lo llevó a su casa.
Al día siguiente, el comerciante rico fue a ver al pobre y el
contó la desgracia que lo agobiaba: le habían robado a su hijo
pequeño y acudía a su amigo para saber cómo encontrarlo.
99
ACTIVIDADES
1. ¿A qué se dedicaba el comerciante
pobre?
2. ¿Qué hizo al tener que realizar un
largo viaje?
3. ¿Qué explicación recibió al ir a retirar
sus mercaderías?
4. ¿Cuál fue la reacción del comerciante
pobre?
5. ¿Qué vio e hizo el comerciante pobre
al salir de la casa del comerciante
rico?
–Ayer –repuso el otro–, cuando salía de tu casa, vi justa­
mente cómo un gavilán se apoderaba de un niño y se lo llevaba
por los aires. Sin duda era tu hijo.
–¿Quieres burlarte de mí? –dijo el rico, lleno de cólera–.
¿Cuándo has visto que un gavilán se lleve a un niño?
–No, no me burlo. No tiene nada de raro que un gavilán rapte
a un niño. En estos tiempos en que los ratones comen hierro,
todo puede suceder...
Reflexionó en­
tonces el rico.
–Tu hierro –dijo,
al	fin–	no	se	lo	co­
mieron los ratones.
Yo lo vendí.
–Ya que los ra­
tones no se han co­
mido el hierro –dijo
entonces el otro–,
te diré que ningún
gavilán se llevó a tu
hijo. Yo puedo hacer
que lo recobres.
Y fue a llamar al
niño.
León Tolstoi
6. ¿Qué sucedió al día siguiente?
7. ¿Cuál fue la versión dada por el
comerciante pobre para explicar la
pérdida del niño?
8. ¿Cómo mostró su extrañeza el co-
merciante rico?
9. ¿Cuál fue la explicación dada por el
comerciante pobre?
10. ¿Cómo termina la historia?
1010
UN ASTRÓLOGO INGENIOSO
Los reyes y príncipes tuvieron astrólogos a su servicio.
Un día en que un rey francés se encontraba de buen humor
llamó a su astrólogo y le hizo una pregunta muy embarazosa.
–Puesto que, según dices, lo sabes todo, dime cuándo morirás.
El astrólogo no ignoraba que el rey había ordenado a sus
agentes que lo encerraran en un saco a la primera señal y lo
arrojaran al río Sena. Pero su ingenio oportuno lo salvó.
–Señor –contestó al instante–, precisamente he consultado
a los astros sobre la cuestión y me han hecho saber que moriré
tres días antes que vuestra majestad.
El rey, muy supersticioso, se cuidó muy bien de no poner en
práctica su proyecto.
ACTIVIDADES
1. Copia en tu cuaderno sólo las dos
partes o párrafos en que hablan los
personajes. Ambas son párrafos
que comienzan con un guión doble
después de la sangría. Estas partes
en que habla un personaje se llaman
parlamentos.
2. Cuenta el número de párrafos de
esta lectura. Varios corresponderán
al narrador de la historia y los otros
a los personajes.
3. Busca palabras de significado pare-
cido que puedan reemplazar a las
siguientes: astrólogo, embarazosa, al
instante, cuestión, supersticioso.
4. ¿Cuál es el difícil pedido que el rey
le hace al adivino?
5. ¿Qué le pasa por la mente del astró-
logo al escuchar la pregunta?
6. ¿Cómo queda el rey después de la
respuesta del astrólogo?
1111
SANCHO PANZA, GOBERNADOR
ACTIVIDADES
1. Realiza una lectura dramatizada.
Se necesitan cuatro personas: el
narrador, el labrador, el sastre y el
gobernador. Previa preparación y
ensayo, se hace la lectura dándole el
mayor realismo posible.
2. ¿Quiénes llegaron al juzgado? ¿Qué
oficios tenían?
3. ¿Cuál fue la denuncia del labrador?
4. ¿Qué contestó el sastre? ¿Y cómo
acompañó su defensa?
5. ¿Cuál fue la sentencia?
6. ¿Quién se quedaría con los 5 “mini-
gorros?
7. ¿Quién era el más “vivo” y “listo”?
8. ¿Fue justo el juez?
9. ¿Por qué es importante, para que un
país progrese, que haya justicia?
Una tarde entraron en el juzgado dos hombres para ver al
señor gobernador: Sancho Panza. Uno estaba vestido de labrador
y el otro era un sastre que llevaba unas tijeras en la mano.
El sastre dijo:
–Señor gobernador, este hombre vino a mi tienda pregun­
tándome	si	la	tela	que	me	enseñaba	sería	suficiente	para	hacerle	
una gorra. Como yo le dije que sí, me preguntó si alcanzaría para
dos. Así siguió hasta llegar a cinco. Y yo le contesté que sí. Le
he confeccionado cinco gorras y él no me quiere pagar.
–Pero, señor gober­
nador –dijo el labra­
dor–, haga que le en­
señe las cinco gorras.
El sastre sacó su
mano izquierda del
bolsillo y se la mos­
tró con toda calma
al gobernador. En
cada dedo, llevaba
una pequeña gorri­
ta.
Entonces, San­
cho Panza pensó un rato y dijo:
–Mi decisión es que el sastre no cobre la hechura y que el
labrador pierda el pago adelantado. Y asunto terminado. Adiós,
señores.
Miguel de Cervantes
1212
EL JUEZ SABIO
Cierto día un viajero iba por un camino muy concurrido. De
pronto, descubrió a un costado del camino una bolsa. La recogió
y la abrió. ¡La bolsa contenía nada menos que mil soles!
El viajero pensó: “Sin duda la ha perdido alguien que llevaba
el mismo camino que yo”.
Aprisa, se dirigió entonces a la ciudad vecina para llegar allí
antes del anochecer. Al llegar, preguntó a uno de los habitantes
del pueblo:
–¿Sabe si alguien ha perdido una importante cantidad de
dinero?
–Sí, sí –respondió–. La ha perdido el señor Tomás, que vive
en la casa de enfrente.
El viajero corrió a la casa indicada y entregó el saquito de
dinero. Pero Tomás era un avaro terrible. Apenas vio el dinero,
contó los billetes y gritó enfurecido:
–¡Faltan cien soles! Puesto que has cogido la recompensa que
yo había ofrecido sin consultarme, márchate de una vez. Ya no
tienes nada que hacer aquí.
1313
ACTIVIDADES
1. ¿Qué encontró el viajero a un lado
del camino? ¿Qué contenía?
2. ¿Qué pensó el honrado viajero? ¿A
dónde se dirigió?
3. ¿Qué hizo en cuanto llegó? ¿Qué
respuesta le dieron?
4. ¿A quién entregó el viajero el saquito
de dinero? ¿Qué fama tenía don To-
más?
5. ¿Qué hizo y que dijo don Tomás?
6. ¿Por qué le ordenó al viajero que se
marchara?
7. Para no aparecer como un ladrón
ante los demás, ¿a quién acudió el
viajero?
8. ¿Qué fama tenía el juez? ¿A quién
hizo llamar?
9. Delante del juez, ¿qué aseguraba el
viajero? ¿Y qué decía don Tomás?
10. ¿Qué preguntó el juez al viajero y a
don Tomás?
11. ¿Por qué el juez les dijo que los
consideraba honrados a los dos?
12. ¿Por qué el juez ordenó que el viaje-
ro se quedara con el dinero mientras
tanto?
13. ¿Qué le dijo a Tomás? ¿Qué hizo al
terminar de dictar sentencia?
14. ¿Cuál es la lección de esta historia?
El honrado viajero se indignó terriblemente por la actitud
del avaro. Tampoco quiso pasar por un ladrón. Inmediatamente
se fue a ver al Juez del pueblo, que tenía la fama de ser tan
sabio como honesto.
Una vez que el juez escuchó al viajero, hizo llamar al ava­
ro. El viajero aseguraba que en la bolsa sólo había mil soles. El
avaro sostenía tercamente que había mil cien soles.
Entonces, el Juez le preguntó al avaro:
–Tú dices que tu bolsa contenía mil cien soles, ¿no?
–Sí –respondió Tomás.
–Y tú dices que en el saco sólo encontraste mil soles –agregó
el juez dirigiéndose al viajero.
–Exactamente –contestó el honrado viajero.
–Pues bien. Yo considero honrados a ambos e incapaces de
mentir. A ti, Tomás, porque te conozco. Y a ti, viajero, porque
has devuelto el dinero, en vez de guardártelo. Voy a dictar sen­
tencia. Esta bolsa no es la del señor Tomás. Su bolsa contenía
mil cien soles. Aquí sólo hay mil soles. Así, pues, quédate tú,
viajero, con la bolsa mientras aparece su verdadero propietario.
Tú, Tomás, espera a que alguien te devuelva tu bolsa con los mil
cien soles.
Cuando terminó de dictar su sabía sentencia, despidió a
ambos y se fue.
1414
EL ÁGUILA AGRADECIDA
Una hermosa águila cayó, cierta vez, en una trampa. Pri­
sionera, chillaba enfurecida. El campesino que había tendido la
trampa se quedó largo rato mirándola. ¡Qué hermosa era y qué
feroz aun entre las sogas! Realmente, era un animal nacido para
volar libre en el cielo. Obedeciendo a un impulso de su ánimo, la
liberó. El águila, desplegando sus grandes alas, voló hacia el Sol.
Días más tarde, el campesino descansaba apoyado en un
muro. El águila lo vio desde arriba. Pero notó también que el
muro se tambaleaba y estaba a punto de derrumbarse. Se lanzó
entonces hacia el hombre y le arrancó con el pico el pañuelo que
éste se había puesto en la cabeza para protegerse del sol. De
este modo lo obligó a correr tras ella.
–¿Para esto te he librado yo, animalucho ingrato? Muy mal
me lo agradeces...
Cuando había llevado al hombre ya lo bastante lejos del
muro, el águila dejó caer el pañuelo y se remontó hacia el cielo.
El hombre lo recogió. Luego volvió a atárselo a la cabeza. En­
tonces, se dispuso a volver junto al muro.
1515
ACTIVIDADES
1. ¿Quién cayó cierta vez en una tram-
pa? ¿Qué hacía?
2. ¿Quién la miraba atentamente?
¿Cómo se veía el águila? ¿Para qué
había nacido?
3. ¿Qué se animó a hacer aquel hom-
bre? ¿Y qué hizo el ave?
4. Días después, ¿qué estaba haciendo
el campesino? ¿Quién lo observaba?
5. ¿Qué pasaba con el muro? ¿Qué hizo,
entonces, el águila?
6. ¿Por qué le quitó el pañuelo? ¿Qué le
dijo el hombre muy molesto?
Pero un ruido terrible e inesperado, un derrumbamiento, lo
detuvo. El muro se había venido abajo. El lugar en donde poco
antes había estado descansando ahora se encontraba sepultado
bajo los escombros.
7. ¿En qué momento dejó el pañuelo y
voló hacia el cielo?
8. Luego, ¿qué hizo el hombre? ¿Por
qué se detuvo?
9. ¿Cómo había quedado aquel lugar,
donde antes él descansaba?
10. ¿Qué comprendió el hombre?
¿Cómo le agradeció al águila?
11. ¿Qué enseña esta historia?
12. ¿Qué personaje te gustó más? ¿Por
qué?
13. ¿Por qué el título de este relato será
“El águila agradecida”?
El hombre comprendió entonces lo que había hecho el águila.
En un primer momento, él no lo entendió. Ahora alzando los ojos
hacia el cielo, saludó al águila que volaba junto al Sol.
1616
–¡El arco iris se ha perdido! ¡El arco iris se ha perdido! –gritó
el loro verde y rojo volando entre las ramas.
El búho Clodomiro abrió más de lo acostumbrado sus agudos
ojos y agitó las plumas de su prominente buche.
–¡Qué atrocidad! –dijo–. ¡El arco iris perdido! ¡Esa sí que es
una verdadera desgracia!
El loro seguía gritando con su potente y escandalosa voz:
EN BUSCA DEL ARCO IRIS
–¡El arco iris no aparece! ¡Ayuden a buscarlo!
Detrás del loro venían muchos pájaros. Entre los árboles
aparecían monos y ardillas y por las raíces salientes asomaban
los conejos, topos, sapos y cervatillos.
Al cabo de un rato, llegó una gran mariposa de brillantes
colores. Hubo entonces un silencio. La mariposa, deteniéndose
sobre la amapola, habló:
1717
–Queridos hermanos
del bosque, no podrá
llover hasta que no se
encuentre el arco iris.
Hay que comenzar de
inmediato su búsqueda
sin perder un minuto.
Para el que lo encuentre
habrá una recompensa.
A continuación, hubo
gran movimiento entre los
concurrentes. Cada cual
tomó diferente camino
para tratar de encontrar
el arco iris perdido. Se
sucedieron las desilusiones por todo el bosque, pues ni las ardi­
llas lo pudieron encontrar entre las nueces, ni los sapitos en los
cristalinos charcos, ni los pájaros entre las nubes blanquísimas...
1818
–Pero, ¿qué haces tú aquí? ¿No sabes que todo el mundo
te anda buscando? La mariposa está angustiada porque no sabe
dónde estás –exclamó el topo.
–Sí –respondió el arco iris–, me imagino que andan buscán­
dome. Esto me pasa por curioso. ¡Figúrate! Yo también había
oído hablar de que al pie mío se encontraría una bolsa llena de
oro. Se me ocurrió meterme en la tierra, debajo de mí, para
buscarla. Mi pie daba exactamente sobre tu cueva. Así que
entré en ella. Algún animalito debe haber tapado con tierra la
entrada porque luego no pude salir. ¡Ayúdame tú, por favor!
Un conejito sintió gran alegría creyendo que lo había hallado
en su propia cueva, pero se dio cuenta de que eran los hoci­
cos rosados y las colas blancas de sus hijos los que ponían tan
agradable colorido a la casa.
El único que no se dedicó a la búsqueda fue el topo. Pensó
que por ser tan corto de vista no le sería posible ayudar en nada
y se fue a su cueva muy triste.
Pero, ¡oh sorpresa!, al entrar en su casa se encontró nada
menos que con el propio arco iris, el esplendoroso arco de ma­
ravillosos colores, que iluminaba toda la pared de tierra de su
cueva.
1919
anteojos de aumento, de color verde, con los cuales podía per­
manecer	largas	horas	en	la	superficie	mirando	cuanto	lo	rodeaba.
Florencia de Creny
ACTIVIDADES
1. ¿Qué gritaba el loro verde y rojo
mientras volaba?
2. ¿Qué exclamó el búho Clodomiro?
3. El loro seguía desesperado. ¿Qué
pedía? ¿Quiénes venían detrás?
4. ¿Qué había entre las flores?
5. ¿Quién llegó luego? ¿Qué dijo?
6. ¿Qué habría para el que encontrara
el arco iris?
7. ¿Qué hicieron las ardillas, los sapitos,
los pájaros, etc.?
8. ¿Por qué un conejito sintió mucha
alegría? ¿Cuál había sido su confu-
sión?
9. ¿Quién fue el único que no buscó al
arco iris? ¿Qué había pensado?
10. El topo se fue muy triste a su casa.
¿Qué sorpresa se llevó?
11. En seguida, ¿qué le dijo al arco iris?
12. ¿Qué historia le contó al topo?
13. ¿Por qué no había podido salir?
14. ¿Cómo pudo ayudar el topo al arco
iris? ¿Qué recompensa recibió?
El topo arañó hacia arriba y le abrió paso al arco iris. Éste
inmediatamente se deslizó por el cielo, más bello que nunca,
para alegría de todos. Y el topo tuvo su recompensa: un par de
2020
Iba Cristo por un camino rodeado de los apóstoles y de la
gente del pueblo. Todos oían su palabra llena de sabiduría. La
paz inundaba sus corazones y aprendían que el amor es mejor
que el odio.
En el camino, de pronto, en una cueva, los que iban ade­
lante encontraron un perro muerto. Estaba muerto desde hacía
varios días. El calor y el aire lo habían descompuesto. El camino
se llenaba de mal olor y las moscas zumbaban por encima del
cadáver.
LOS DIENTES DEL PERRO
–¡Maestro! –dijo uno–. No pases. Hay un cadáver podrido.
–¡Maestro! –dijo otro–. No sigas. El aire huele mal.
–¡Maestro! –agregó un tercero–. Volvamos. ¡Es un espectáculo
horrible, desagradable, indigno de ti!
2121
Entonces Cristo se acer­
có al perro y, mientras todos
se retiraban exclamando que
aquello era inmundo, dijo:
–¡Qué hermosos dientes que
tiene este perro! ¡Son blancos
como perlas!
Así fue y todos compren­
dieron que Jesús era también
capaz de ver la belleza en me­
dio de la fealdad.
¿Te gustó la historia? Trata tú también de ser así, especial­
mente cuando se habla mal de alguien. Todos tenemos defectos
y cualidades. Aprende a darle más importancia a lo bueno de
una persona que a sus defectos. Y trata de ayudar a que esa
persona sea mejor, en lugar de hablar mal de ella.
León Tolstoi
ACTIVIDADES
1. ¿Qué trataba de enseñar Cristo a la
gente que lo seguía?
2. ¿Cómo se encontró al perro muerto?
3. ¿Qué le decían a Cristo sus discípu-
los?
4. ¿Cuál fue la actitud que tomó Cristo?
¿Por qué?
5. ¿Qué comprendieron todos?
6. Lee atentamente el párrafo final dos
o tres veces. Luego escribe lo mis-
mo, pero con tus propias palabras.
7. Haz un resumen de esta historia en
no más de ocho líneas.
8. ¿Dónde termina lo bello y comienza
lo feo?
2222
Una vez un campesino fue a robar pepinos a una huerta. En
cuanto se deslizó hasta el sembrado, pensó:
“Si consigo llevarme un saco de pepinos, los venderé y con ese
dinero compraré una gallina. La gallina pondrá huevos, incubará y
sacará muchos pollitos. Criaré los pollitos, los venderé y compraré
un lechoncito. Cuando crezca, tendrá una buena cría. La venderé
para comprar una yegua
que, a su vez, me dará
potros. Los criaré y los
venderé. Después com­
praré una casa y pondré
una huerta. Sembraré
pepinos, pero no permi­
tiré que me los roben.
Pondré unos guardianes
muy severos para que
vigilen. Y, de cuando
en cuando, me daré una
vueltecita y les gritaré:
“¡Eh, amigos, vigilen con
más atención!”
Sin darse cuenta,
el hombre dijo esas
palabras en voz alta. Los guardianes que vigilaban la huerta se
abalanzaron sobre él y le dieron una buena paliza.
León Tolstoi
EL MUYIK Y LOS PEPINOS
ACTIVIDADES
1. ¿En qué idioma se denomina “mu-
yik” al campesino?
2. ¿Qué había ido a hacer a la huerta el
muyik?
3. ¿Qué pensaba coger en la huerta y
que haría con eso?
4. Con ese dinero, ¿qué pensaba com-
prar?
5. En su imaginación, ¿qué pasaría con
la gallina?
6. ¿Qué pensaba comprar después?
7. ¿Cuáles eran sus siguientes planes?
8. ¿Para qué vendería la yegua?
9. ¿Qué sembraría y qué cuidados
tomaría? ¿Por qué?
10. ¿Cuál es el desenlace de esta histo-
ria?
11. ¿Qué lección sacamos del cuento?
12. Ponle otro título a la historia.
2323
EL PREMIO DE LA MANZANA DE ORO
En cierta ocasión, un consejo de sabios llamó a juicio a la
Riqueza, al Placer, a la Salud y a la Virtud para premiar con una
manzana de oro a aquél de los cuatro que demostrara ser más útil
al hombre.
Hablo la Riqueza y dijo:
–Aspiro al galardón porque yo soy el dinero, que es lo que más
apetecen los hombres. Con el dinero todo se alcanza.
Dijo el Placer:
–Yo valgo más que la Riqueza. Todos los afanes del hombre para
ganar dinero tienen por objeto mi adquisición: divertirse y darse
buena	vida.	La	Riqueza	es	el	medio.	Yo	soy	el	fin.
Dijo la Salud.
–De nada sirven las riqueza y el Placer sin mí. Soy la alegría
del hombre. El pobre sano es más feliz que el rico enfermo.
Y dijo la Virtud:
–Más que el Oro, el Placer y
la Salud, valgo yo. Una conciencia
tranquila es el mayor
de los bienes hu­
manos. Los remor­
dimientos pueden
más que el dinero,
las diversiones y la
salud.
Oídos estos
alegatos, el tri­
bunal deliberó y
dio a la Virtud el premio de la manzana de oro.
Juana de Ibarbourou
ACTIVIDADES
1. Copia en tu cuaderno la razón que da
cada uno de los aspirantes al premio.
Hazlo con mucho cuidado.
2. Lee toda la historia cuidando entonar
las oraciones apropiadamente.
3. Si es posible, prepara una lectura
dramatizada del texto. Ten presente
que se necesitan cinco participantes:
un narrador y cuatro competidores.
4. ¿Cuál era el aspecto que iba a intere-
sar más al consejo de los sabios?
5. ¿Cuál era la razón dada por la rique-
za?
6. ¿Cómo justificaba su aspiración el
Placer?
7. ¿Cuáles eran los argumentos de la
Salud?
8. ¿Qué razones dio la Virtud?
9. ¿Qué decidió el consejo de sabios?
¿Por qué acordarían eso?
2424
EL PATITO FEO
Cuenta una vieja leyenda que hubo una vez una hermosa pata
en una aldea próxima a un lago de aguas transparentes. Después
de empollar sus huevos, la pata vio cómo sus hijitos, los patitos,
iban rompiendo los cascarones para salir a la luz del día.
A medida que aparecían, comenzaban a piar fuertemente.
Todos eran muy hermosos, pero el último que salió del blanco
cascarón le resultó algo raro, como más gordo y feo que los
demás.
Según crecían, los patitos aprendieron a buscar lombrices
entre la hierba y a nadar en el lago que estaba cerca de su nido.
Día a día, se iban haciendo más hermosos y fuertes, excepto el
último, que se hacía cada vez más raro: grandote, desgarbado
y con el cuello más largo. Todos los que lo veían exclamaban:
–¡Qué pato tan feo!
El pobre patito se sentía muy triste, pues hasta sus her­
manos lo despreciaban y su misma madre llegó a mirarlo con no
muy buenos ojos.
2525
–¿Cómo me ha podido salir un hijo así? –se preguntaba la pata–.
¿No será que alguien me cambió uno de los huevos?
La sospecha de la mamá pata era cierta, ya que un travie­
so chiquillo de la aldea había colocado junto a los huevos que
empollaba mamá pata un huevo que encontró entre las cañas, a
orillas del lago.
Un buen día, al pobre patito se le ocurrió mirarse detenida­
mente	en	las	limpias	aguas	del	lago.	Cuando	vio	su	imagen	refle­
jada, comprendió por qué su aspecto hacía reír a sus hermanos.
El patito se sintió muy desgraciado. Cuando oscureció, huyó de
la aldea, donde todos lo despreciaban.
Después de mucho
andar, el patito llegó
a una granja. Ahí una
linda muchacha daba
de comer a las gallinas.
Como nadie le dijo nada,
se quedó a vivir en ese
lugar.
Un día, el patito feo
oyó decir al dueño de la
granja:
–Ese pato feo come
como tres gallinas y se
está poniendo gordo. Un
día de éstos habrá que
asarlo.
El pobre patito,
lleno de miedo, huyó
río abajo cuando se le
presentó la primera oportunidad. Llegó a una región pantanosa
y se refugió entre los cañaverales. Allí pasó el invierno, que fue
duro y frío, en medio de una gran soledad.
Cuando llegó la primavera, volvió a salir el Sol. Desaparecie­
ron	las	nieves	y	comenzaron	a	brotar	las	flores.	Las	orillas	del	
pantano se llenaron de verdor y el patito feo comenzó a sentirse
menos triste.
Una tarde, mientras nadaba por las tranquilas aguas del
pantano, el patito feo vio una bandada de hermosas criaturas
que llegaban volando. Lo hacían con gran elegancia y se posaban
suavemente	sobre	la	superficie	del	agua.
2626
Al pobre patito feo le parecían las criaturas más bellas del
universo y se retiró avergonzado, tratando de ocultar su fealdad
entre los cañaverales. De pronto, escuchó que le decían:
–¡No te vayas, hermano! ¡Ven con nosotros!
El patito feo se detuvo asombrado. ¿Cómo podían llamarle
hermano? Agachó la cabeza y, después de mucho tiempo, volvió a
contemplar	su	imagen	reflejada	en	el	agua.	Se	quedó	asombrado	
al comprobar que durante el invierno había crecido y se había
convertido en un hermoso cisne blanco.
Por primera vez, el patito se sintió feliz, extendió las alas y
alzó el vuelo. La bandada de cisnes lo recibió con alegría y cariño.
Había dejado de ser un patito feo. Era un bello cisne. Desde
entonces nunca más volvió a estar solo y triste.
Hans Christian Andersen
ACTIVIDADES
1. ¿Qué hubo de raro en el nacimiento
de los hijos de la pata?
2. ¿Qué pasaba con los patitos a medida
que creían?
3. ¿Cuál era la sospecha de la pata?
¿Tenía razón?
4. ¿Qué pensó e hizo el patito feo al
mirarse en el lago?
5. ¿Qué le ocurrió en la granja?
6. ¿Qué le pasa al llegar la primavera
y cómo acaba todo?
7. ¿Crees que es importante ser bello?
¿Por qué?
2727
LA LECCIÓN DE LA ARAÑITA
EMPEÑOSA
Un carpintero tenía su taller en el barrio de Pepe. Allí fa­
bricaba mesas y sillas. Pepe se ponía a mirarlo todos los días.
Le parecía un trabajo interesante el cortar la madera con el
serrucho, unir las diferentes piezas con la cola, clavarlas y, por
último, darles un reluciente brillo.
Un día le preguntó Pepe al carpintero:
–¿Es fácil hacer un banquito?
–Sí, es fácil. Con un poco de empeño y esfuerzo, irá saliendo
cada vez mejor.
–Yo quiero hacer un banquito.
El carpintero le dio la madera y el serrucho, la cola y los
clavos. Pepe se fue contento a su casa.
Y se puso a trabajar. Tomó las medidas, cortó y clavó los pri­
meros clavos. En
esos momentos se
dio cuenta de que
no era tan fácil.
Se había chan­
cado el dedo va­
rias veces, había
medido y vuelto
a medir a cada
momento. Y allí
tenía el banquito:
cojeaba, esta­
ba torcido. Tuvo
miedo de sentarse
porque pensó que
se caería.
Completamen­
te desalentado, y
mirando una vez
más el banquito,
salió a la calle. No tuvo ganas de ir a jugar con sus amigos.
Fue al parque cercano y se sentó. Pensaba en el carpintero. Le
parecía escuchar sus palabras: “Es fácil”.
2828
En ese momento sopló el viento y la alejó del lugar a donde
quería llegar. De inmediato volvió a subir. Esperó. De nuevo
intentó descolgarse. Pero el viento la alejó nuevamente. Varias
veces lo intentó, pero siempre fracasaba. “No podrá hacerlo”,
pensó Pepe.
Sin embargo, en uno de los intentos, el viento se calmó y
la arañita consiguió tender su hilo. Después fue más fácil; la
arañita unió varios hilos y tejió su red.
En ese momento, Pepe volvió a recordar las palabras del
carpintero. “Es fácil. Con un poco de empeño y esfuerzo, irá
saliendo cada vez mejor”. Entonces comprendió lo que le había
querido decir. Tenía que probar y practicar sin temer los fra­
casos.	Al	final,	seguramente,	saldría	triunfante.
De pronto, vio por casualidad una arañita que se descolgaba
de la rama de una rosa. Quería llegar a otra rama y tender su
hilo de seda. Comenzaba a construir su red.
2929
Se fue de inmediato a su casa. Volvió a coger las herra­
mientas. Trató de descubrir cuáles habían sido sus fallas para
enmendarlas. Trabajó incansablemente durante la semana. Co­
metió	errores,	pero	se	corrigió.	Al	final,	vio	su	obra:	un	hermoso	
banquito, fuerte y bien pintado.
ACTIVIDADES
1. ¿Quién tenía su taller en el barrio de
Pepe? ¿Qué fabricaba?
2. ¿Qué hacía Pepe? ¿Qué era lo que le
parecía interesante?
3. Un día, ¿qué pregunta le hizo el car-
pintero? ¿Qué respuesta recibió?
4. Entonces, ¿qué quiso hacer Pepe?
¿Qué le entregó el carpintero?
5. ¿Cuándo se dio cuenta que el trabajo
no era tan fácil? ¿Qué le pasó?
6. ¿Cómo le había quedado el banquito?
¿De qué tuvo miedo? ¿Por qué?
7. ¿Qué hizo después? ¿Por qué no
quiso jugar con sus amigos?
8. ¿A dónde se fue a pensar? ¿En qué
meditaba?
9. ¿Qué vio por casualidad? ¿Qué que-
ría hacer aquel animal?
10. La arañita estaba construyendo su
red. ¿Qué la alejó del lugar a donde
ella quería llegar? ¿Qué hizo de in-
mediato?
11. La arañita pretendía tender su hilo
y el viento no la dejaba. ¿En qué
momento logró hacerlo?
12. Al observar aquella acción, ¿qué
recordó Pepe? ¿Qué había compren-
dido?
13. ¿Qué tenía que hacer? ¿Qué sucede-
ría al final?
14. ¿Qué hizo al llegar a su casa? ¿Cuán-
to tiempo trabajó incansablemente?
15. Al final, ¿cuál fue el resultado de su
esfuerzo?
16. ¿Cuál es la lección que la arañita nos
ha dado?
3030
AMOR FRATERNAL
Dos hermanos la­
bradores vivían uno
cerca del otro. Muer­
to el padre, en lugar
de repartirse el cam­
po, lo sembraron los
dos. Cuando el trigo
maduró, hicieron dos
porciones iguales, una
para cada uno.
El hermano mayor
no pudo pegar los ojos
aquella noche, pen­
sando y pensando.
–¿Hemos parti­
do bien el trigo? –se
decía–. Mi hermano
tiene más familia que
yo y necesita pan para
sus hijos. Aumentaré,
sin que él lo sepa, la
parte suya.
Y se levantó y
tomando trigo de su
porción aumentó el montón de su hermano.
También se despertó el menor de los hermanos. Muy preo­
cupado se preguntó a sí mismo:
–¿Será justo que mi hermano tenga la mitad de la cosecha?
Mi mujer y yo somos fuertes y tenemos hijos que crecerán y
nos ayudarán. ¡Habrá muchas manos para trabajar!
Y como pensó lo hizo. Tomó parte de su trigo y lo agregó a
la ración de su hermano. Al siguiente día, por la mañana, ambos
notaron que sus montones eran iguales. Se miraron sorprendidos,
pero ninguno habló.
A la siguiente noche hicieron lo mismo, pero a distinta hora,
de modo que no se vieron. Y de nuevo hallaron sus montones
iguales la mañana siguiente.
3131
Aquel llevar y traer duró algún tiempo, hasta que una noche
se hallaron uno frente al otro. Entonces comprendieron por qué
siempre encontraban iguales sus partes y se dieron un abrazo.
Así vivieron siempre como buenos amigos, ayudándose en todo.
León Tolstoi
ACTIVIDADES
1. ¿Quiénes vivían casi juntos? Al morir
el padre, ¿qué hicieron con el campo?
2. Cuando el trigo estuvo maduro,
¿cómo se lo repartieron?
3. ¿Por qué el hermano mayor no pudo
dormir esa noche? ¿Por qué aumentó
la parte del trigo que correspondía a
su hermano?
4. El hermano menor tampoco pudo
dormir. ¿Qué se preguntaba?
5. Al día siguiente, se miraron sorpren-
didos. ¿Por qué?
6. ¿Qué hicieron la noche siguiente?
¿Por qué tampoco pudieron verse?
7. Después de algún tiempo, ¿qué
sucedió cierta noche? ¿Qué com-
prendieron?
8. ¿Por qué se abrazarían? ¿Cómo
vivieron siempre?
9. ¿Qué enseñanza nos ha dejado este
relato?
3232
Hubo una vez un caballo que no era como los demás. Y no
sólo porque ni el mismo viento podía alcanzarlo si se lanzaba al
galope, ni porque el león en persona le cedía el paso si lo encon­
traba en la llanura. Ni porque fuese blanco como la nube más
blanca,	desde	el	hocico	a	la	cola	magnífica.	Por	ninguna	de	estas	
cosas, sino por otras que ya se verán.
CABALLO
Cuando arreciaba la sequía, y el hambre y la sed comenza­
ban	a	rondar	los	flancos	de	la	manada,	era	él	quien	hallaba	el	
vallecito oculto con el riachuelo y un poco de pasto aún. Y era
él quien quedaba de guardia y el último en comer y beber.
Cuando el tigre, enloquecido por su largo ayuno, se arrojaba
sobre una madre y su potrillo rezagados, era él quien acudía
como brotando del aire. Erguido en toda su belleza, deshacía
bajo los cascos al traidor.
3333
	 El	agua	y	la	hierba	y	las	flores	de	los	campos,	y	en	fin	la	vida	
misma, llegaron a quererlo tanto por lo mucho que él quería a los
demás. Una noche se le acercaron en sueños y, acariciándolo,
cada uno le regaló su secreto y le dejó en recuerdo una señal.
Donde lo besó el agua quedó una huella azul. Donde la hierba,
una verde. Y donde la vida, una roja. Y así sucesivamente por
todos	los	infinitos	matices	de	las	flores	del	valle	y	la	montaña.
Cuando se incorporó con el sol y alertó a la manada, to­
dos supieron que nunca habría un caballo como aquél. Porque al
trotar	destellaba	como	una	joya	con	los	reflejos	de	mil	colores	
diferentes. Sí, destellaba como el mismo Sol.
Eliseo Diego
ACTIVIDADES
1. ¿Qué ser especial hubo cierta vez?
¿Quiénes no podían alcanzarlo?
2. ¿Qué hacía el león cuando lo encon-
traba en la llanura?
3. ¿De qué color era aquel caballo?
¿Con el color de quién se le compa-
raba?
4. ¿Qué hacía cuando había sequia,
hambre y sed? ¿Qué encontraba?
¿Qué sacrificios hacía?
5. ¿Qué hacía el tigre hambriento?
¿Cómo actuaba, entonces, el caballo?
6. ¿Quiénes llegaron a quererlo? ¿Por
qué?
7. ¿Qué hicieron cierta noche? ¿Qué le
dejaron el agua, la hierba y la vida?
8. Y cuando él se levantó, ¿qué supie-
ron los demás?
9. El autor nos dice que el caballo “al
trotar destellaba una joya”. ¿Por
qué?
10. ¿Qué habría dicho el caballo al verse
como una joya de mil colores?
3434
EL FLAUTISTA DE HAMELÍN
Los vecinos de la ciudad de Hamelín estaban muy preocu­
pados. En la ciudad había una plaga de ratas. No sabían cómo
acabar con ellas. Los vecinos fueron a ver al alcalde y le rogaron
que tratara de acabar con esos animalitos, pero él no sabía cómo
podría lograrlo.
	 Un	día	se	presentó	en	la	ciudad	un	hombre	muy	alto	y	flaco	
y le dijo al alcalde:
	 –Yo	tengo	una	flauta	mágica.	Tocando	mi	flauta	me	llevo	las	
ratas, pero usted tiene que darme una bolsa llena de dinero.
–Está bien. De acuerdo –respondió el alcalde.
	 El	flautista	se	puso	a	tocar,	toca	que	toca...	Y	todas	las	
ratas	 fueron	 atraídas	 por	 el	 sonido	 de	 su	 flauta	 mágica.	 El	
flautista	comenzó	a	caminar	hacia	las	afueras	de	la	ciudad.	Las	
ratas lo seguían, bailando y saltando. Tuvieron que atravesar un
río	que	no	era	muy	profundo.	Y	el	hombre	alto	y	flaco	lo	hizo	con	
facilidad, pero las ratas no sabían nadar y todas se ahogaron.
	 El	flautista	cumplió	con	lo	que	había	prometido	porque	murie­
ron todas las ratas. Pero el alcalde no quiso darle el dinero que
había	prometido	entregarle.	El	flautista	se	enojó	mucho	y	volvió	
de	nuevo	a	tocar	su	flauta	mágica,	pero	esta	vez	fue	seguido	
por todos los niños de la ciudad, menos por uno que tenía un pie
enfermo.	El	flautista,	seguido	por	los	niños,	llegó	frente	a	una	
montaña. Ésta se abrió y todos entraron. Los niños se quedaron
allí sin poder salir porque la montaña se cerró de pronto.
3535
ACTIVIDADES
1. ¿Por qué los vecinos de la ciudad de
Hamelín estaban muy preocupados?
2. ¿A quién fueron a buscar los vecinos?
¿Para qué?
3. ¿Quién se presentó cierto día? ¿Qué
le propuso al alcalde? ¿Qué se le
respondió?
4. Cuando el flautista se puso a tocar,
¿qué ocurrió con las ratas? ¿Cómo lo
seguían? ¿Hacía dónde las llevaba?
5. ¿Qué sucedió cuando tuvieron que
atravesar un río? ¿Por qué el flautista
sí pudo cruzarlo?
6. ¿Cumplió el flautista? ¿Por qué?
¿Quién no cumplió? ¿Qué piensas
de esta persona?
7. ¿Qué le hizo el flautista, entonces?
¿Quiénes lo siguieron esta vez?
8. ¿Quién fue el único que no lo si-
guió?
9. Cuando estaban frente a una mon-
taña, ¿qué sucedió?
10. ¿Qué hicieron los habitantes de
Hamelín?
11. ¿Quién se fue de paseo al bosque?
¿Qué encontró?
12. ¿Qué ocurrió al soplar la flauta?
Los habitantes de Hamelín lloraron mucho, pues se quedaron
sin niños.
En la ciudad había quedado solamente el niñito que tenía el pie
enfermo. Cuando pudo caminar, se fue de paseo al bosque. Ahí
encontró	la	flauta	mágica	que	se	le	había	perdido	al	flautista.	Al	
soplar	la	flauta,	algo	muy	extraño	ocurrió.	Se	abrió	la	montaña	
y salieron todos los niños que, llenos de alegría, corrieron hacia
sus hogares.
Los habitantes de Hamelín volvieron a ser felices.
3636
EL CABALLERO CARMELO
Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a
calentar, vimos aparecer, desde la reja, en el fondo de la pla­
zoleta, un jinete en bellísimo caballo de paso.
Era el hermano mayor que volvía. Salimos atropelladamente
gritando:
–¡Roberto! ¡Roberto!
¡Cómo se regocijaba mi madre!
Con su ropa empolvada aún, Roberto recorría las habitaciones
rodeado de nosotros. Fue a su cuarto, pasó al comedor, vio los
objetos que se habían comprado durante su ausencia y llegó al
jardín:
–¡Y la higuerilla! –dijo.
Buscaba, entristeci­
do, aquél árbol cuya se­
milla sembrara él mismo
antes de partir. Reíamos
todos.
–¡Bajo la higuerilla
estás!
El árbol había cre­
cido y se mecía armo­
niosamente con la brisa
marina.
3737
Sobre la mesa estaba la alforja: Sacaba él, uno a uno, los
objetos que traía y los iba entregando a cada uno de nosotros.
¡Qué cosas tan ricas! ¡Por dónde había viajado!
–Para mamá... para Rosa... para Jesús... Para Héctor...
–¿Y para papá? –le interrogamos cuando terminó:
–Nada...
–¿Cómo? ¿Nada para papá?
ACTIVIDADES
1. ¿A quién se vio aparecer un día desde
la reja?
2. ¿Quién era el que volvía? ¿Cuál era
su nombre?
3. ¿Qué hizo con su ropa todavía em-
polvada Roberto, el recién llegado?
4. ¿Qué quería averiguar en el jardín?
¿Qué había pasado?
5. ¿Por qué tenía tanto interés en ese
árbol?
Sonrió el amado, llamó al sirviente y le dijo:
–¡El Carmelo!
A poco, volvió éste con una jaula y sacó de ella un gallo que,
ya libre, estiró sus cansados miembros, agitó las alas y cantó
ententóreamente:
–¡Cocorocóooo!
–¡Para papá! –dijo mi hermano.
Así entró en nuestra casa este amigo íntimo de nuestra in­
fancia: el caballero Carmelo.
Abraham Valdelomar
6. ¿Qué había sobre la mesa?
7. ¿Qué hizo luego Roberto?
8. ¿Qué le preguntaron todos luego a
Roberto?
9. ¿Qué hizo luego de sonreír?
10. ¿Qué trajo el sirviente?
11. ¿Cuál era la sorpresa?
12. ¿Cómo reaccionaría el padre ante
este regalo?
3838
EL CUENTO QUE CUENTO
Una mañana, la tía Laura se levantó temprano y se frotó la
nariz para no tener frío.
Cuando quiso ponerse el zapato izquierdo, no pudo porque
dentro había un grano de maíz amarillo, panzoncito y con la nariz
blanca.
–¡Qué grano tan bonito! –dijo la tía Laura–. Lo voy a sem­
brar. La planta dará choclo. Entonces haré sopa de maíz para
Año Nuevo y podré tener invitados.
Tía Laura guardó el grano de maíz dentro de un balde, porque
era un lugar seguro, y salió a hacer las invitaciones.
El gallo Quiquiripún pasó cerca del balde y vio el grano de
maíz, amarillo, panzoncito y con la nariz blanca.
–¡Qué grano tan bonito! –dijo–. Se lo voy a regalar a la gallina
Pechuguina.
Guardó el grano de maíz debajo de un pastito, porque era
lugar seguro, y se fue a buscar a la gallina Pechuguina.
Detrás del pastito estaba comiendo la vaca Mumunga. Mien­
tras comía, vio el grano de maíz amarillo, panzoncito y con la
nariz blanca.
3939
–¡Qué grano tan bonito! –dijo–. Lo voy a pegar en mi cence­
rro. Así, todos creerán que tengo una piedra preciosa y seré la
vaca más linda del establo.
Entonces puso el grano sobre una estaca, porque era lugar
seguro, y se fue a buscar goma para pegar el grano de maíz en
su cencerro.
Sobre la estaca se posó el gorrión Jorgelino y vio el grano
de maíz amarillo, panzoncito y con la nariz blanca.
–¿Qué grano tan bonito! Se lo llevaré a la gorriona Jorgelina
para que haga caramelos de maíz.
Puso el grano debajo de una piedra, porque era lugar segu­
ro, y se fue a preguntar a la gorriona Jorgelina si quería hacer
caramelos de maíz.
Entre las piedras andaba el ratón Ronrón y vio el grano de
maíz amarillo, panzoncito y con la nariz blanca.
–¡Qué grano tan bonito! –dijo–. Le pediré al gorgojo que lo
ahueque como un vaso para beber ahí agua fresca.
4040
ACTIVIDADES
1. ¿Qué hacía la tia Laura al levantarse
para no tener frío?
2. ¿Qué sucedió cuando quiso ponerse
el zapato izquierdo?
3. ¿Cuáles eran sus planes par el Año
Nuevo?
4. ¿Dónde guardó Laura el granito?
¿Por qué?
5. ¿Qué encontró el gallo y que decidió
hacer?
Guardó el grano de maíz dentro de un zapato, porque era
lugar seguro, y se fue a buscar al gorgojo.
Cuando tía Laura quiso ponerse el zapato izquierdo, no
pudo porque adentro había
un grano de maíz ama­
rillo, panzoncito y con
la nariz blanca.
–¡Qué grano tan
bonito! –dijo–. Lo voy
a sembrar. La planta
dará choclos. Enton­
ces haré una sopa
de maíz para Año
Nuevo y tendré
invitados.
La tía Laura guardó el grano de maíz
en un balde, porque era lugar seguro, y salió a hacer las invi­
taciones para Año Nuevo.
Laura Devetach
6. ¿Cuáles fueron sus acciones si-
guientes?
7. ¿Qué le ocurrió a la vaca mientras
comía?
8. ¿Cuál era la intención de la vaca?
9. ¿Qué sucedió con el gorrión?
10. Y al ratón, ¿qué le paso?
11. ¿Cómo termina la historia?
12. ¿Qué vendrá luego?
4141
IMPRESIONES DEL VERANO
Había en uno de los corredores adornados de parras un nido
de golondrinas que me interesaba muchísimo. Los padres iban y
venían sin cesar alimentando a sus pequeños y éstos comenzaban
ya a asomar sus piquitos fuera del nido.
Largos ratos pasaba en contemplación de aquella tierna es­
cena de familia, cuando un día se me ocurrió
trabar relación más íntima con ellos. Y
para lograrlo no hallé otro medio más
adecuado que tomar una escoba,
subirme sobre una silla y...
ya se puede saber lo que
sucedió.
Nunca pude compren­
der qué motivo me impulsó
a realizar aquella triste
hazaña. Sólo puedo expli­
cármela por una tentación
del pequeño demonio de la
curiosidad que existe en
cada niño.
El nido se hizo miga­
jas en el suelo y, aquí y
4242
allí, esparcidos, aparecieron unos cuantos pajaritos desplumados,
nada gratos de ver.
Una criada que estaba en la habitación oyó el ruido, se
asomó al corredor y dio un grito. Otra criada que estaba cerca
acudió al oír el grito y dio otro grito. Mi madre llegó en seguida
y lanzó otro grito. Después Manola y lo mismo Cayetano... En
fin,	todo	el	mundo.
Y por último acudió mi padre que, al ver lo que pasaba, se
puso rojo, como si fuera a sufrir un ataque de apoplejía.
Todos me increparon a la vez furiosamente y todos en la
misma forma. Me miraban dirigiéndome idéntica pregunta:
–¡Niño!, ¿por qué has hecho eso?
Yo debía de estar pálido
como un muerto y guardaba
silencio.
–¡Niño!, ¿por qué
has hecho eso?
En realidad,
aunque quisiera, no
podía responder
su pregunta.
Desde en­
tonces he pen­
sado que en
el mundo se
hacen muchas
cosas malas sin
saber por qué se hacen.
–¡Miren, miren la madre cómo contempla el destrozo! –exclamó
Manola.
La golondrina, en efecto, sin miedo alguno a la gente, estaba
posada sobre la baranda del corredor, casi tocándonos y parecía
la imagen de la desesperación.
Mi padre, que se ocupaba en recoger el nido, alzó su rostro
hacia ella y en sus ojos vi temblar dos lágrimas. No sé lo que
entonces pasó por mí. Pensé que el corazón se me partía de
dolor y comencé a dar tan altos gritos que todos acudieron en
mi auxilio abandonando a los pajarillos.
	 Por	fin	aquella	gran	ruina	mejoró	de	aspecto.	Mi	padre	hizo	
traer un cestito, lo rellenó con algodón en rama y colocó en él
4343
ACTIVIDADES
1. Un niño nos cuenta la historia. ¿Qué
es lo que le interesaba muchísimo?
2. ¿Qué hacían los padres de estos
pequeñitos? ¿Qué piensas de esta
actitud?
3. ¿Qué se le ocurrió a este niño? ¿Qué
hizo?
4. ¿Por qué la califica de “triste haza-
ña”?
5. ¿Cuál es la única explicación que
encuentra el autor sobre este hecho?
6. ¿Por qué los pajaritos no eran gratos
de ver?
7. ¿Qué hicieron las personas de la
delicadamente a los tiernos golondrinitos. Después Cayetano se
subió en una escalera, clavó una armellita en el techo del co­
rredor y colgó de ella el cestito.
Nos ausentamos todos y pocos minutos después pudimos ob­
servar con satisfacción que los padres volvían a darles de comer
a sus hijos.
Armando Palacio Valdés
casa?
8. ¿Cómo se puso el padre del niño?
9. ¿Qué le preguntaban? ¿Y el niño qué
respondía? ¿Por qué?
10. ¿Qué hizo la golondrina? ¿Quién
lloro al verla?
11. ¿Por qué el niño empezaría a gritar
fuertemente?
12. ¿Qué hicieron los demás?
13. ¿Qué hicieron su padre y Cayetano
con el nido?
14. ¿Qué sucedió cuando todos dejaron
el nido solo y se fueron?
4444
LOS CIEGOS Y EL ELEFANTE
Había una vez en la India seis ciegos que, parados en el
camino, pedían limosna a los transeúntes. Muchas veces ellos
habían oído de elefantes, pero nunca tuvieron la oportunidad de
tocar uno.
Una mañana, escucharon que un elefante venía a la ciudad
y lo esperaron ansiosamente. Apenas escucharon las pisadas del
animal, le pidieron a su dueño que se detuviera.
–Buenos días –dijo uno de los ciegos–. ¿Quisiera permitirnos
ver su elefante?
–Pero, ¿cómo quieren ver ustedes mi elefante si ustedes son
ciegos? –preguntó curioso el dueño.
–En realidad, queremos tocarlo –respondió otro ciego–. De
esa manera sabremos a qué se parece.
–Ah, ya comprendo –dijo el dueño–. Esta bien. Acérquense
y tóquenlo. Es muy manso y no les hará daño.
Entonces, los seis ciegos se aproximaron al elefante. El
primero le puso las manos en uno de los lados de su cuerpo.
–Bien –exclamó–, ahora ya conozco todo sobre este animal.
Es como una pared.
–Creo que estás equivocado, hermano, –dijo el segundo, que
estaba tocando el colmillo del elefante–. No se parece en lo más
mínimo a una pared. Es redondo, suave y puntiagudo. Se parece
más bien a una lanza.
4545
El tercer ciego cogió la trompa del elefante, porque casual­
mente estaba frente al animal.
–Están ustedes equivocados, mis queridos amigos –exclamó–.
Sólo se necesita alguien con un poco de sentido común para estar
convencido de que el elefante no es ni como una pared, ni como
una lanza. Les aseguro que es blando y redondo como una culebra.
	 –¡Qué	tontos	son	todos	ustedes!	–afirmó	el	cuarto,	mientras	sus	
manos cogían una de las patas del elefante–. No saben nada acerca
de este animal. Está clarísimo que es como el tronco de un árbol.
El quinto ciego, que
era muy alto, pudo al­
canzar y agarró la oreja
del elefante.
–Veo que todos uste­
des son ciegos –expresó
seriamente–. Hasta el
hombre más ciego, con un
poquito de inteligencia,
diría que este animal no
se parece en nada a las
cosas que ustedes han
nombrado. Se mueve hacia
atrás y hacia adelante.
Exactamente tiene forma
de un inmenso abanico.
4646
El sexto no sólo era ciego, sino también muy ciego y débil.
Estuvo andando a tientas por un rato, tratando de encontrar al
elefante. Finalmente, logró coger la cola del animal.
–¡No sé dónde tienen ustedes los sentidos! –gritó molesto–.
Tóquenlo y sabrán que no es como una pared, ni como una lanza,
ni como una culebra. Tampoco es como un tronco de un árbol, ni
como un abanico. Estoy seguro que es ni más ni menos que como
una soga.
ACTIVIDADES
1. ¿En qué lugar había seis ciegos? ¿Qué
oportunidad no habían tenido?
2. ¿Qué escucharon cierta mañana?
¿Qué hicieron?
3. ¿Qué le pidieron al dueño del elefan-
te? ¿Aceptó? ¿Qué les dijo?
4. ¿Qué exclamó el que puso sus manos
en uno de los lados del cuerpo?
5. ¿A que se parecía el elefante para el
que le estaba tocando el colmillo?
6. ¿Qué les dijo el tercer ciego al prime-
ro y segundo? ¿Qué aseguraba?
7. ¿Qué afirmó el cuarto ciego? ¿Qué es
lo que estaba clarísimo?
8. ¿Por qué el quinto ciego sí pudo al-
Y, así, los seis ciegos de la India discutieron durante mu­
cho tiempo. Cada uno insistía en que el elefante era como ellos
lo habían palpado. Nadie quería reconocer que tenían una idea
incompleta del animal.
El elefante y su dueño siguieron su camino, sin importarles
lo que los ciegos pensaban sobre el asunto.
canzar la oreja del elefante? Según
él, ¿qué forma tenía el elefante?
9. El sexto ciego, que además era débil,
¿qué parte del elefante logró tocar?
Para él, ¿que forma tenía el elefante?
10. ¿Llegaron a ponerse de acuerdo los
seis ciegos? ¿Qué no querían recono-
cer?
11. ¿Qué hicieron el elefante y su dueño?
¿Actuaron bien? ¿Por qué?
12. En realidad, ¿por qué ninguno llegó a
tener una idea verdadera de la forma
del elefante?
4747
Había una vez un Príncipe muy rico. Su reino era pequeño,
pero él deseaba casarse.
Se necesitaba cierta audacia, en aquellas condiciones, para
decirle a la hija del Emperador: “¿Quieres casarte conmigo?”.
Pero él se atrevió porque la fama de su nombre se extendía hasta
muy lejos. Muchas princesas habrían contestado: “Sí, gracias”.
¿Dijo eso ella?
En la tumba del padre del Príncipe crecía un hermoso rosal que
sólo	florecía	cada	cinco	años.	Aun	así,	sólo	daba	una	rosa,	pero	
¡qué rosa! Despedía tan suave aroma que, oliéndola, se olvidaban
por completo penas y traba­ jos.
El Príncipe tenía también
un ruiseñor que cantaba
como si todas las melodías
del mundo tuvieran
en su garganta.
El ruiseñor y
la rosa fueron
considerados
excelentes regalos
para la Princesa y
le fueron envia­
dos por el Prín­
cipe en arquillas
o recipientes de
plata.
El Emperador
recibió a los mensa­
jeros en el gran salón
donde la Princesa es­
taba jugando a “recibir visitas” con sus doncellas de honor. Ellas
no sabían hacer otra cosa. Cuando la Princesa vio las arquillas de
plata de los regalos, aplaudió de alegría.
–¡Si al menos hubiera un gatito! –dijo.
Pero no salió más que una fragante rosa.
–¡Oh! ¡Qué linda es! –comentaron todas las señoras de la corte.
–Es más que linda –dijo el Emperador–. Es encantadora.
La Princesa la tocó y estuvo a punto de llorar.
	 –¡Uf!	–exclamó–.	¡No	es	artificial!	¡Es	una	rosa	natural!
EL PORQUERIZO
4848
–¡Uf! –repitió toda la corte–. ¡Es una rosa na­
tural!
–Antes de enojarnos, veamos
el contenido de la otra arquilla
–dijo el Emperador.
Y fue así que salió el ruiseñor
y cantó tan admirablemente
que, en ese momento, nadie
supo qué decir en contra.
–¡Superbe! ¡Charmant! –dije­
ron las doncellas de honor, que
hablaban un francés
lamentable.
–¡Cómo me recuerda este pájaro pequeño el órgano de nuestra
amada Emperatriz, que en paz descanse! –dijo un anciano gentil­
hombre–. ¡Sí, sí! ¡Es el mismo timbre, la misma expresión!
	 –Efectivamente	–confirmó	el	Emperador,	llorando	como	un	niño.
–Supongo que será un pájaro de verdad –dijo la Princesa.
–Sí, es un pájaro de verdad –dijeron los que lo habían traído.
–¡Ah! ¿Sí? Pues denle libertad –ordenó la Princesa.
Y prohibió al Príncipe que por cualquier pretexto fuese a verla.
Pero por eso no se desanimó el Príncipe. Se tiznó la cara, se
hundió el sombrero hasta las cejas y llamó a la puerta.
–¡Buenos días, Emperador! –saludó–. ¿No me podrían dar algún
empleo en el castillo?
–Sí –contestó el Emperador–, pero hay tantas peticiones... A
ver, déjame pensar... Necesito que alguien cuide de mis cerdos
porque tengo muchos.
Fue así que al Príncipe se le envió a las pocilgas imperiales.
Se le dio un mísero cuartucho al lado de los corrales donde tenía
que vivir. Todo el día estuvo trabajando y por la noche ya había
acabado una ollita rodeada de campanitas que, al hervir, ento­
naban la antigua canción:
¡Oh, Agustín querido, todo está perdido, perdido, perdido!
Lo más prodigioso de aquella obra de arte consistía en que,
poniendo un dedo en el vapor de la ollita, podía olerse todo lo
que se guisaba en cada cocina de la ciudad. ¡Aquello sí que era
diferente de la rosa!
No tardó en pasar por allí la Princesa con todas sus doncellas
de honor. Al oír la melodía, se detuvo como embelesada, pues
4949
también ella sabía tocar “¡Oh, Agustín querido!” Claro que era lo
único que tocaba, y lo hacía con un dedo.
–¡Eso es lo que toco yo! –dijo–. ¡Debe de ser un porquerizo muy
bien educado! ¡Escúchenme! ¡Entren y pregúntenle cuánto vale su
instrumento!
Una de las doncellas tuvo que entrar, pero antes se puso unos
zuecos.
–¿Qué quieres por ese cacharro? –le preguntó.
–Diez besos de la Princesa –contestó el porquerizo.
–¡Dios nos libre! –exclamó la doncella.
–Pues no lo venderé a ningún otro precio –dijo
el porquerizo.
–Bueno, ¿qué ha dicho? –pre­
guntó una curiosa Princesa.
–No se lo puedo decir –dijo
la doncella–. Es demasiado ofen­
sivo.
–Pues dímelo al oído.
–¡Qué grosería! –rechazó la
Princesa alejándose.
Pero, a los pocos pasos,
volvió a oír el sonido de las
campanitas, más agradable aún:
¡Oh, Agustín querido,
todo está perdido, perdido, perdido!
–¡Escuchen! –dijo la Princesa–. Propón diez besos de mis don­
cellas de honor.
–¡No, gracias! –rechazó el porquerizo–. Diez besos de la Prin­
cesa o me quedo con la ollita.
–¡Qué fastidio! –exclamó la Princesa–. Bueno, ustedes me ro­
dearán de modo que nadie me vea.
Y las doncellas de honor la rodearon alzando sus faldas. El
porquerizo recibió los diez besos y la Princesa recibió, a cambio,
la ollita.
Hubo en el castillo gran alegría. Toda la noche y todo el santo
día mantenían hirviendo la ollita. Y no hubo en la ciudad ni una
cocina de la que ellas no supieran lo que se guisaba, desde la del
zapatero hasta la del chambelán. Las damas bailaban de gusto y
aplaudían de alegría.
5050
–Sabremos quién toma sopa y come frituras y quién, pure y
chuletas. ¡Qué interesante!
–¡Interesante! –exclamó la dama del guardarropa.
–Bueno, pero no digan a nadie que yo soy la hija del Emperador.
–¡Dios nos libre! –exclamaron todas a coro.
El porquerizo, esto es, el Príncipe –aunque todos creían que
era un verdadero porquerizo –cada día hacia algo y fabricó un
instrumento que, al girar, tocaba todos los valses, polcas y ma­
zurcas conocidos desde que el mundo era mundo.
–¡Pero que es superbe! –dijo la Princesa al pasar por allí cerca–.
Nunca he oído nada tan bonito. ¡Escuchen! Entren a preguntarle
cuánto vale ese instrumento. ¡Pero nada de besos!
–Quiere por él cien besos de la Princesa –dijo la que había
entrado a preguntar.
–¡Debe de estar loco! –contestó la Princesa y se alejó.
–Hay que proteger el
arte –dijo–. ¡Y soy la hija
del Emperador! Díganle
que le daré diez besos,
como la otra vez, y reci­
birá los restantes de mis
doncellas de honor.
–¡Ah! ¡Eso no nos
gusta! –protestaron las
doncellas.
–¡No sean tontas!
–rezongó la Princesa–.
Si yo lo beso, también pueden hacerlo ustedes. No olviden que yo
las alimento y les pago.
Las doncellas de honor no tuvieron más remedio que someterse.
–¡Cien besos de la Princesa –dijo él– o nada!
–¡Rodéennos! –ordenó ella.
Y todas las doncellas de honor la rodearon mientras lo besaba.
	 –¿Qué	significa	ese	grupo	al	lado	de	la	pocilga?	–preguntó	el	
Emperador asomándose a la ventana.
Se restregó los ojos y se puso los anteojos.
–¡Caramba! Si son las doncellas de honor, que estarán haciendo
de las suyas! ¡Tengo que ver!
Se sujetó las zapatillas, que llevaba siempre sueltas y pisando
la parte de atrás con los talones. ¡Válgame Dios, qué modo de
5151
correr! Al llegar al patio avanzó sin hacer ruido. Las doncellas de
honor estaban demasiado ocupadas contando los besos y gozando
de aquella travesura para notar la llegada del Emperador. Él,
empinándose, pudo ver a los que se besaban y dijo:
–¿Qué hacen aquí?
Y les dio un zapatillazo en la cabeza en el preciso momento
en que el porquerizo recibía el beso número ochenta y seis.
–¡Fuera de aquí! –gritó el Emperador, enfurecido.
La princesa y el porquerizo fueron expulsados del imperio. La
Princesa lloraba y el porquerizo renegaba, mientras los mojaba la
lluvia.
–¡Ah, qué desgraciada soy! –decía la Princesa–. ¡Si al menos
hubiera aceptado casarme con aquel hermoso Príncipe! ¡Ay, des­
venturada de mí!
El porquerizo se ocultó detrás de un árbol, se lavó la cara,
arrojó sus harapos y se presentó luciendo su vestido principesco,
tan hermoso y distinguido
que la Princesa no pudo
evitar una reverencia.
–Vengo a despreciar­
te –dijo él–. No quisiste al
príncipe honesto, no supiste
apreciar la rosa y el rui­
señor. En cambio, por un
pobre juguete besaste al
porquerizo. ¡Ahora, pues,
quédate sola!
Entró en su reino y
cerró la puerta en las
propias narices de la Princesa. Ella, desde afuera ahora sí, podía
cantar verdaderamente:
¡Oh, Agustín querido,
todo está perdido, perdido, perdido!
ACTIVIDADES
1. Lectura dramatizada en este cuento, previa preparación y ensayo.
2. Resume el cuento en no más de una hoja en tu cuaderno.
3. ¿Te gustó el el final? ¿Por qué?
5252
Había una vez un campesino que cada día iba a cuidar los
campos de un rico barón, lejos de su casa.
Más allá del valle, se elevaban unas montañas donde en otra
época habían vivido bandas de malhechores. Tiempo después,
cuando el emperador envió a sus soldados para dar caza a los
bandidos y matarlos, esas montañas se convirtieron en unos luga­
res muy tranquilos. Aquí y allá, aparecían ahora armas oxidadas
y restos de antiguas batallas.
Al arrancar el tronco de un árbol partido en dos por un rayo,
el campesino encontró un verdadero tesoro: un saquito lleno de
monedas de oro. Sus manos callosas nunca habían acariciado más
que algunas miserables monedas de plata. Al ver tanto oro, se
asustó tanto que ni siquiera se dio cuenta de que el tiempo pa­
saba. Hasta que la luna no estuvo en lo alto, no decidió volver
a su casa con el tesoro.
EL ASTUTO CAMPESINO
En el camino de regreso, estuvo pensando en los problemas
que le traería su inesperada fortuna. Sobre todo, teniendo en
cuenta	que	todo	aquello	que	fuese	encontrado,	en	la	superficie	o	
bajo tierra en los campos del barón, le pertenecía a éste. Según
la ley, debería entregarle al barón las monedas de oro.
5353
El campesino, a pesar de todo, consideró más justo quedarse
con las monedas porque era pobre. Si las entregaba, sólo hu­
biesen servido para aumentar la ya inmensa fortuna del barón.
¿Pero acaso no corría un grave peligro si alguien se enteraba de
su descubrimiento? Claro que por él nadie lo sabría. Pero, ¿y
por su mujer, que tenía fama de habladora? Ella no mantendría
el secreto. Y él
acabaría en pri­
sión, seguro.
Comen zó a
darle vueltas al
asunto, hasta que
le pareció haber
encontrado una
solución. Antes de
llegar a casa, es­
condió el saquito
lleno de monedas
en un bosque de
pinos. Al día si­
guiente, en lugar
de ir a trabajar,
fue a la ciudad y
compró rosquillas
de avena, algunas truchas y una liebre viva. Por la tarde, le dijo
a su mujer:
–Coge la canasta y vente conmigo. Ayer llovió y el bosque estará
lleno de hongos. Debemos ir antes de que otros se los lleven.
Con lo golosa que era, su mujer no se lo hizo repetir. Cogió
la canasta y siguió a su marido. Habían llegado al interior del
bosque cuando el campesino se dirigió a su mujer gritando:
–¡Mira! ¡Mira! ¡Hemos encontrado un árbol con rosquillas! –
mientras, le mostraba una de las golosinas que había colgado
del árbol aquella misma mañana. La mujer se quedó atónita,
pero aún más cuando, en lugar de hongos, encontraron truchas
entre la hierba y debajo de los árboles. El hombre exclamaba
contentísimo:
–¡Está visto que hoy es nuestro día de suerte! Mi abuelo solía
decir que cada hombre dispone en su vida de un día afortunado,
uno solo. Y si se presenta, aquel día podrá encontrar un tesoro.
5454
La mujer –además de habladora, era medio tonta y creía
todo lo que decía su marido. Y no dejaba de repetir:
–¡Es nuestro día de suerte!
Cuando la canasta estuvo llena de truchas, se dirigieron al
río. Desde la orilla el hombre le dijo a su mujer:
–Ayer eché la red al río y quiero ver si he pescado algo.
Después de un rato, gritaba:
–¡Ven! ¡Corre! ¡Verás lo que hay en la red! ¡Qué suerte tan
extraordinaria!	¡Por	fin	hoy	he	pescado	una	liebre!
De vuelta a casa, la mujer hablaba excitada pensando en la
suculenta comida que prepararía con la liebre, las truchas y las
rosquillas. Entonces, el marido la interrumpió:
–Volvamos al bosque. Quizá haya más rosquillas.
Llegaron al lugar donde había escondido el saquito con las
monedas de oro e hizo como si tropezara con él.
–¡Qué raro! ¿Te das cuenta? ¿Un saquito aquí? ¿Qué con­
tendrá? ¡Fíjate, son monedas de oro! ¡Es un bosque encantado!
Primero rosquillas en los árboles y truchas en el prado. Luego
liebres en el río. Ahora, ¡monedas de oro!
La pobre mujer lloraba de alegría y de emoción. Ella, que
hablaba mucho, por primera vez no se atrevió a decir nada.
Se fueron a casa y, después de cenar, ninguno de los dos
consiguió dormir. Turnándose, se levantaban para ir a ver el
tesoro que habían escondido en un viejo zapato. Al día siguiente,
el campesino, como de costumbre, fue a trabajar, pero antes
le dijo a su mujer:
–¡No digas nada a nadie lo ocurrido en el bosque!
5555
ACTIVIDADES
1. ¿Cuál era la ocupación del campesi-
no?
2. ¿Qué había pasado antes en las mon-
tañas y cómo lucía ahora?
3. ¿Qué encontró el campesino al arran-
car un tronco y cómo reaccionó?
4. ¿Qué problemas le traería su hallaz-
go? ¿Por qué?
5. ¿Cuál era el temor que le provocaba
el carácter de su mujer?
6. ¿Dónde escondió el saquito y qué
hizo al día siguiente?
7. ¿Qué le dijo el campesino a su mujer
Y cada día le hacía la misma
advertencia. Pero después de una
semana, todo el pueblo hablaba de
su tesoro. Fueron entonces llamados
a presencia del barón. El campesino,
desde que entró, permaneció detrás
de su esposa.
De los dos, fue ella la que tuvo
que contar la historia. Empezó hablando de las rosquillas encon­
tradas en el árbol, después de las truchas en el bosque y de la
liebre en el río. Mientras tanto, el marido, que seguía detrás
suyo, se tocaba la sien con la punta del índice.
El barón, al escuchar algo tan estrafalario, empezó a mirar
a la mujer con aire compasivo.
–¡Y apuesto a que después
han encontrado un tesoro!
–¡Sí, su señoría! –exclamó
triunfante la mujer.
El barón se dirigió en­
tonces al campesino con aire
apenado:
–¡Por desgracia, también
mi mujer...!
Ni el barón ni nadie
les creyó. De esta for­
ma, el astuto campesino se salvó de la prisión y, durante mucho
tiempo, fue gastando sabiamente las monedas sin hacer osten­
taciones.
por la tarde?
8. ¿Qué hallazgos dejaron atónita a la
mujer?
9. ¿Qué encontraron en el río y qué
pensaba la mujer de vuelta a su casa?
10. ¿Por qué quiso volver el campesino
al bosque?
11. ¿Qué pasó durante esa noche?
12. ¿Y cómo manejó entonces el astuto
campesino la entrevista con el ba-
rón?
5656
LOS MÚSICOS DE BREMA
Había una vez un asno que durante muchos años había servido
a	un	labrador	llevándole	los	sacos	al	molino,	pero	finalmente	sus	
fuerzas se agotaron y apenas podía ya trabajar. Entonces su
amo pensó matarlo para aprovechar su piel. Pero el asno, que lo
sospechó así, se escapó con ánimo de encaminarse a una cercana
ciudad llamada Brema.
–Con un poco de suerte –se decía–, podré ser un gran músico.
Después de un rato de marcha, se encontró con un perro de
caza en el suelo con toda la lengua afuera.
–¿Por qué jadeas así, compañero? –le preguntó el burro.
–¡Ay!, mi amo ha querido matarme –respondió el perro– porque
estoy viejo y débil y en la casa no cumplo como antes. He apro­
vechado un momento de descuido para escaparme. Pero ahora,
¿qué haré para ganarme la comida?
–Oye –dijo el asno–, yo voy a Brema, en donde espero co­
locarme como músico de la ciudad. Vente conmigo y tal vez te
admitan. Yo tocaré la guitarra y tú puedes tocar el trombón.
El anciano perro aceptó y siguieron el camino juntos.
	 Más	allá	encontraron	un	gato	muy	achacoso	y	muy	afligido.
5757
–¿Qué te pasa, bigotes? ¿Por qué estás tan triste? –le pre­
guntaron.
–¡No tengo motivos para reír –respondió el gato–. Soy ya
viejo. Me gusta descansar junto al fuego y me falta agilidad
para	cazar	ratones.	Pero	no	creo	que	éste	sea	motivo	suficiente	
para dejarme matar. Mi amo ha querido ahogarme en el pozo,
y por eso me he escapado. ¡Ahora, pobre de mí, no sé a dónde
ir, ni cómo ganarme la vida!
–Ven con nosotros a Brema. Eres un excelente músico noc­
turno. Tú no te has dado cuenta –le dijeron.
El micifuz aceptó la propuesta y siguió con ellos el camino.
Los tres vagabundos pasaron frente a un corral en cuyos cercos
un gallo se esforzaba por cantar a todo pulmón.
–¿Qué te pasa que cantas así? –le preguntó el burro–. Vas a
destemplarnos los oídos. ¿No sabes que somos grandes músicos?
–Es que –dijo el gallo– mi dueña da mañana un banquete y
acabo de oír cómo ordenaba a la cocinera para que me tuerza el
pescuezo. Naturalmente, me aprovecho para lanzar mis últimas
canciones.
–¡No seas tonto, crestas! –dijo el burro–. ¡Vente con no­
sotros a Brema! Puedes recuperar tu voz de juventud y, entre
los cuatro, formaremos una orquesta que causará sensación. Yo
tocaré la guitarra, este perro viejo tocará el trombón, el gato
miau­miau tocará el violín y tú cantarás.
5858
–¿No será maravilloso? –agregó el asno.
El gallo aceptó encantado y todos prosiguieron muy ufanos
de su suerte. Pero no pudieron llegar a Brema aquel mismo día
y les sorprendió la noche en medio del bosque.
Rendidos, el asno y el perro se acomodaron al pie de un
árbol. El gato subió a las ramas y el gallo voló hasta la cima.
Antes de entregarse al sueño, el gallo miró por todas partes y,
a lo lejos distinguió una lucecita. Enseguida lo comunicó a sus
compañeros, los cuales, comprendiendo que por allí debía haber
una casa, resolvieron dirigirse a ella. En verdad, la perspectiva
de una noche en despoblado no les agradaba del todo.
–Si tenemos suerte –dijo el jumento, que era el jefe–, tal
vez podamos cenar.
–La verdad es que no me sentaría mal un buen huesito con
algo de carne pegada en él –dijo el sabueso.
–Comida y ceniza caliente es lo que yo necesito –dijo miau­
miau.
En cuanto al gallo, sin decir nada, aunque pensando en unos
granos de maíz, echó a andar y todos lo siguieron.
Al cabo de un rato de marcha, distinguieron la casita, cuyas
habitaciones del piso bajo estaban perfectamente iluminadas. El
burro, como el más alto, se aproximó a la ventana y miró hacia
adentro por los cristales.
–¿Por qué te relames? –le preguntó el gallo.
5959
–¿Por qué? Porque veo
una mesa llena de comida y
alrededor de ella a una cua­
drilla hartándose. Deben ser
ladrones.
–¿Quién pudiera te­
ner algo de tan sucu­
lento banquete! –dijo
el perro.
–Me parece
difícil –terció
el gato.
Entonces
se pusieron a
deliberar sobre el modo de arreglárselas para arrojar de allí a
los bandidos –que lo eran– y acabaron por encontrar un medio
que les pareció excelente.
Inmediatamente, el burro puso las patas delanteras sobre al
alféizar de la ventana, el perro se le subió a la espalda, el gato
se encaramó de un salto sobre el perro y el gallo de un vuelo
estuvo en la cabeza del gato. A una señal convenida, empezaron
a cantar los cuatro a la vez con todas sus fuerzas. El jumento
rebuznaba como un condenado y el gallo lanzaba unos cocorocos
que a todos enardecía. Después, rompieron los cristales y se
arrojaron precipitadamente en la estancia.
6060
Ante un ruido tan formidable los ladrones se asustaron y,
creyendo que eran atacados por fantasmas, huyeron al bosque,
muertos de miedo.
Viéndose solos, se sentaron a la mesa los cuatro amigos y
comieron y bebieron como jamás lo habían hecho en su vida.
Terminada la cena, que transcurrió en medio de animadísima
tertulia, el burro sopló las velas y se fueron a descansar, si­
guiendo cada cual sus inclinaciones y sus gustos.
A la media noche, el jefe de los ladrones sacó la cabeza
por entre unos matorrales en los que se hallaba escondido. Como
no vio luz en la casa y todo le pareció en calma, llamó a sus
secuaces y les dijo:
–Hemos hecho mal en asustarnos. La cena ha debido en­
friarse. ¡Volvamos para salvar lo que se pueda!
Mandó por delante a un espía para que explorase el terreno.
El bandido encargado de esta comisión se acercó poco a poco
a la puerta de la casa y llegó a tientas hasta la cocina. Al ver
brillar los ojos del gato, los tomó por carbones encendidos y
acercó a ellos un palito para prender una lámpara. Pero el gato,
que no estaba para bromas, creyendo que iban a cogerlo, le
saltó a la cara y le arañó con todas sus fuerzas. El bandido,
terriblemente asustado, quiso huir. Al pasar cerca de la puerta
tropezó con el perro, que le mordió una pierna y, al atravesar el
patio, el asno aprovechó la ocasión para propinarle un buen par
6161
de coces que lo hicieron salir rodando
más aprisa de lo que deseaba. Con el
ruido, se despertó el gallo y soltó un
¡quiquiriquí! poderoso.
Medio muerto, el ladrón lle­
gó ante el capitán y le explicó
la aventura:
–Hay –dijo temblando– un
horrible hechicero en la casa
que, después de soplarme, me
ha arañado toda la cara. Junto
a la puerta, un diablo me ha clavado un cuchillo en la pierna. En
el patio, un monstruo espantoso me ha soltado una maza terrible
en la rodilla. Y en el piso alto, una bruja, sin duda el amo de
todos, se ha puesto a gritar: “Traíganmelo aquí...” Entonces he
salido corriendo como he podido y aquí estoy casi deshecho.
Así, los bandidos no se atrevieron más a acercarse a la
casa y los cuatro amigos se apoderaron de ella y ya no fueron
a Brema a buscar trabajo como músicos. En la casa trabajaron
como pudieron y pasaron tranquilos sus últimos días.
ACTIVIDADES
1. ¿Quién había servido a un labrador
durante muchos años? ¿Cómo?
2. ¿Por qué su amo pensó en matarlo?
¿Para qué lo haría?
3. El asno se dio cuenta de que querían
matarlo. ¿Qué hizó entonces? ¿A qué
quería dedicarse?
4. ¿Con quién se encontró? ¿Por qué
estaba éste tan cansado y por qué su
amo ya no lo quería?
5. ¿Qué propuesta le hizo el asno?
¿Hacia dónde se dirigían?
6. ¿A quién encontraron en el camino?
¿Por qué habían querido ahogarlo?
¿Qué invitación recibió?
7. Cuando pasaron por un corral, ¿a
quién vieron? ¿Por qué cantaba con
tanto esfuerzo? ¿Qué propuesta le
hizo el burro? ¿Aceptó?
8. Ya era de noche y no podían llegar a
Brema. ¿Qué observó el gallo? ¿Qué
decidieron hacer?
9. Al llegar a la casa, ¿quién se asomó
a la ventana? ¿Por qué se relamía?
10. ¿Qué hicieron para botar a los ladro-
nes de aquella casa?
11. ¿Qué creyeron los ladrones?
12. Los animales habían logrado ahu-
yentar a los ladrones. Inmediatamen-
te, ¿qué hicieron?
13. Ya escondidos entre los árboles, ¿qué
les dijo el rey de los ladrones?
14. ¿Qué le sucedió al ladrón que regresó
a la casa en calidad de espía?
15. Medio muerto el ladrón, ¿qué explica-
ción les dio? ¿Erá verdad? ¿Por qué?
16. ¿Qué hicieron aquellos animales con
la casa? ¿A qué se dedicaron?
17. ¿Qué piensas de los amos de estos
animales?
6262
Hacia un frío horrible, nevaba y anochecía. Eran los últimos
días del año, vísperas de año nuevo. En medio de tan crudo frío
y de la oscuridad, una pobre niña caminaba por las calles, des­
abrigada y descalza.
Había salido de casa con unas zapatillas, pero ¿de qué le
servían? Eran grandes y su madre las había agrandado al po­
nérselas. De remate, la pobrecita las perdió al cruzar una calle
corriendo para no ser atropellada por los veloces carros. Una
había desaparecido y no pudo encontrarla. La otra la recogió un
muchacho que escapó diciendo que la guardaría como cuna para
cuando tuviese hijos.
La niña caminaba con los pies desnudos, helados de frío. Lle­
vaba en un viejo delantal una caja de fósforos y otra en la mano.
En todo el día no pudo vender nada, ni nadie le había dado una
limosna. Muerta de
hambre y entume­
cida, la pobrecita
parecía la estampa
de la desgracia.
Era invierno y
gruesos copos de
nieve caían sobre
su rubia cabellera
que, en graciosos
rulos, le caía por la
espalda. Pero poco
pensaba la niña en
su hermosura. En todas las ventanas brillaban las luces de
la alegría y se sentía el olor a pavo asado. Era Nochebuena, y
en esto sí que pensaba.
En un rincón formado por dos casas que la protegían de la
nieve se sentó, se acurrucó y procuró abrigar sus pies con el calor
de su cuerpo. Pero cada vez sentía más frío. No quería volver
a casa, segura de recibir una paliza de su padre por no haber
vendido una sola caja de fósforos ni llevar una triste moneda.
Además, hacía en su casa tanto frío como en la calle, porque
por el improvisado techo entraba silbando el viento, a pesar de
los trapos y andrajos con que habían tapado las rendijas.
LA VENDEDORA DE FÓSFOROS
6363
Tenía las manos heladas de frío. ¡Oh! ¡Quién sabe si encen­
diendo un fósforo reaccionaría! ¡Si se atreviese a sacar aunque
sólo fuera uno de la caja, frotarlo en la pared y calentarse los
dedos! Y sacó uno. “¡Ris!” ¡Cómo echaba chispas hasta quedar
encendido!
Daba una llama caliente y brillaba como una candela. Lo notó
poniendo encima sus manitas. Era una lumbre encantadora y a
la niña le pareció estar sentada ante una chimenea de salón con
armazón de bronce y repisa de mármol. ¡Qué buen fuego ardía
en el hogar y cómo desentumecía sus miembros! Pero, ¿qué era
aquello? Cuando la niña alargó los pies para calentarlos, se apagó
la luz y se desvaneció la chimenea. No quedó más que un palito
de fósforo usado en su mano.
Luego frotó otro
en la pared. Se en­
cendió y brilló una luz
que se proyectó en
el muro. El muro se
volvió transparente y
se podía ver el inte­
rior de la casa. Una
mesa con blanquísimo
mantel estaba llena
de vajilla de porce­
lana de la China y se
sentía un rico olor a
pavo asado, relleno de
manzanas y ciruelas.
Lo que más le gustó a la pobrecita fue el pavo que, con un
tenedor y un cuchillo clavados en la pechuga, dio un salto y,
atravesando la sala, voló hacia ella. Pero en aquel preciso instante
se apagó el fósforo y sólo pudo ver ya la fría y dura pared.
Encendió otro y vio que estaba sentada bajo un árbol de
Navidad, mucho más grande y bonito que los que viera en los
escaparates de las tiendas. Las verdes ramas brillaban con miles
de luces que alumbraban preciosas muñecas que la miraban son­
riendo. La niña les tendió las manitas y... el fósforo se apagó.
Pero las luces del árbol de Navidad se elevaron muy alto, hasta
confundirse	con	las	estrellas	del	firmamento.	Una	de	ellas	cayó	
dejando una estela de luz.
6464
ACTIVIDADES
1. ¿Cómo aparece la protagonista al
empezar el relato?
2. ¿Cuál fue la historia de las zapatillas?
3. ¿A qué se dedicaba la niña y cómo le
había ido ese día?
4. ¿Cómo se abrigaba y por qué no
quería volver a su casa?
5. ¿Qué se logró con el primer fósforo?
6. ¿Qué pasó al encender el segundo
palo de fósforo?
7. ¿Qué fue lo que más le gusto a la
niña?
8. ¿Qué significan la estrella que cae y
la abuelita?
9. ¿Cómo termina la historia?
10. ¿Te gustó el final? ¿Por qué?
–Alguien se muere –pensó la niña, porque su abuela, la única
persona que amó y que había muerto, le dijo un día que, cuando
una estrella cae, un alma sube al cielo.
Frotó otro fósforo en la pared y se encendió en seguida. Y,
en el resplandor de la luz, vio a su abuela, luminosa, radiante,
buena y amable.
–¡Abuelita! –exclamó–. ¡Oh! ¡Llévame contigo! Sé que cuan­
do se me acabe esta luz te desvanecerás como el fuego de la
chimenea,	como	el	rico	pavo	asado	y	como	el	magnífico	árbol	de	
Navidad.
Y se apresuró a encender todos los fósforos para que no
desa­pareciese su abuela. Y los palitos ardían tanto que alum­
braban más que el sol. Su abuela, más hermosa y más grande
que antes, la tomó en sus brazos y se la llevó volando, por un
camino de gloriosos resplandores, a las alturas celestes, donde
no hacía frío, donde no se pasaba hambre, donde no se sufrían
penas, porque era la casa de Dios.
En la helada madrugada encontraron a la niña sentada todavía
en el rincón de la calle. Tenía las mejillas amoratadas y los labios
entreabiertos en una sonrisa: había muerto de frío durante la
Nochebuena. El sol de Navidad se apresuró a amortajarla con
sus primeros rayos. La niña estaba rígida. Guardaba aún en su
delantal el paquete de fósforos, del cual había quemado una caja
entera.
–Debe de haber intentado calentarse –dijo alguien.
Pero nadie adivinaba las preciosidades que había visto ni la
gloria a la que la había llevado su abuela a gozar en la Navidad.
Hans Christian Ándersen
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  • 2. Selección y adaptación por HERNÁN ALVARADO Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos Literatura Infantil MIS PRIMEROS CUENTOS
  • 3. © Ediciones Quipu E. I. R. L. Pumacahua 1108 (Jesús María) Teléfono 4312997 y fax 3304347 Impreso en FIMART S.A.C., Lima, Perú Segunda edición, 2003 DEPÓSITO LEGAL BN:...................... I.S.B.N. 9972-652-02-5 ÍNDICE Página Presentación .............................................................................3 La gallina de los huevos de oro..................................................4 El muyik y el espíritu de las aguas .............................................5 El ratoncito vanidoso ................................................................6 El pastor y el lobo .....................................................................7 Los dos comerciantes................................................................8 Un astrólogo ingenioso .............................................................10 Sancho Panza, gobernador........................................................11 El juez sabio .............................................................................12 El águila agradecida..................................................................14 En busca del arco iris ................................................................16 Los dientes del perro.................................................................20 El muyik y los pepinos ..............................................................22 El premio de la manzana de oro ................................................23 El patito feo..............................................................................24 La lección de la arañita empeñosa .............................................27 Amor fraternal..........................................................................30 Caballo.....................................................................................32 El flautista de Hamelín..............................................................34 El caballero Carmelo.................................................................36 El cuento que cuento.................................................................38 Impresiones de verano...............................................................41 Los ciegos y el elefante..............................................................44 El porquerizo............................................................................47 El astuto campesino ..................................................................52 Los músicos de Brema ..............................................................56 La vendedora de fósforos...........................................................62
  • 4. PRESENTACIÓN Se abren estas páginas para contarte historias de alegrías y pe- nas, de amores y odios, de realidades y fantasías. Sí, un buen cuento es el que te habla del ser humano en su grandeza y también en sus defectos. Pero lo sabe hacer con amenidad y belleza para que lo leas con interés. Para escoger estos bellos cuentos hemos revisado muchos libros a lo largo de toda nuestra vida. Aquí te presentamos las historias que más nos conmovieron. Ojalá te gusten a ti tanto como a nosotros. Los dibujos son parte importante de este libro. Por eso hemos pedido a estimados amigos artistas que realicen su mejor labor para decirte con imágenes lo que vas leyendo. Sí, porque lo que sucede en todo cuento debe ser visto mentalmente como en la pantalla de un televisor. De este modo, estos relatos se grabarán mejor en tu memoria. Y si estas lecturas te agradan, sabemos que siempre estarás buscando libros que leer. Y eso sería para nosotros muy satisfactorio. Finalmente, te pedimos que hagas con alegría y seriedad las actividades y ejercicios que aparecen al final de cada historia. Eso está pensado con el fin de que aproveches mejor lo leído. En algún momento tú mismo tendrás que hacer algún pequeño cuento. Des- cubrirás entonces que tú también puedes ser un pequeño narrador de cuentos. Imaginación no te falta. De eso estamos seguros.
  • 5. 44 Un campesino era dueño de una gallina que cada mañana po­ nía un hermoso huevo de oro. Así fue que el campesino se volvió cada vez más rico. Pero el hombre, que era muy ambicioso, quería más y más huevos de oro. No se conformaba con los que la gallina ponía cada día. LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO El hombre pensó entonces que, si mataba a la gallina y luego abría su cuerpo, encontraría muchos huevos de oro dentro. Así lo hizo. ¡Pero no encontró nada! ACTIVIDADES Las actividades y preguntas que apa- recerán al final de cada lectura se respon- derán o harán algunas veces oralmente. En otros casos se tendrán que hacer por escrito. Emplea un cuaderno y escribe el título del cuento antes de dar tus respues- tas a los diversos temas planteados. 1. ¿Qué poseía el campesino? 2. ¿Por qué era especial la gallina? 3. ¿Qué pasó con el campesino? 4. ¿Era ambicioso? ¿Por qué? 5. ¿Qué pensó hacer con la gallina? 6. ¿Qué consiguió finalmente? ¿Se alegró por eso? 7. ¿Es posible que una gallina ponga huevos de oro? 8. ¿Por qué es malo ser ambicioso?
  • 6. 55 En Rusia, al campesino se le llama muyik. A uno de ellos se le cayó su hacha en un río y, apenado, se puso a llorar. El Espíritu de las aguas se apiadó de él y, presentándole un hacha de oro, le preguntó: –¿Es ésta tu hacha? El muyik respondió: –No, no es la mía. El Espíritu de las aguas le presentó un hacha de plata. –Tampocoesésa –dijo el muyik. Entonces, el Espíritu le presentó su propia hacha de hierro. Viéndola, el muyik exclamó: –¡Ésa es la mía! Para premiarlo por su honradez, el Espíritu le dio las tres hachas. De regreso a su casa, el muyik mostró su regalo y contó su aventura a sus amigos. Uno de ellos quiso probar suerte: fue a la orilla del río, dejó caer su hacha y comenzó a llorar. El Espíritu de las aguas le presentó un hacha de oro y le preguntó. –¿Ésta es tu hacha? El muyik, lleno de alegría, respondió: –Sí, sí, es la mía. El Espíritu de las aguas no le dio el hacha de oro ni la suya de hierro en castigo por su mentira. León Tolstoi EL MUYIK Y EL ESPÍRITU DE LAS AGUAS ACTIVIDADES 1. ¿Por qué se puso a llorar el primer muyik? 2. ¿Qué sucedió entre el muyik y el Espíritu de las aguas? 3. ¿Cuál fue el premio a la honradez del muyik? 4. ¿Qué hizo el muyik al regresar a su casa? 5. ¿Qué ocurrió con el segundo mu- yik? 6. ¿Cuál es la lección o moraleja de esta historia?
  • 7. 66 ACTIVIDADES 1. ¿Qué caracterizaba al ratón de la historia? ¿Qué le decían todos? 2. ¿Cuál era el estribillo que repetía constantemente? EL RATONCITO VANIDOSO Había una vez un ratón que, por querer parecer guapo, se había dejado crecer la cola algo más de lo necesario. Todos le decían que más pronto o más tarde aquella cola le iba a dar un tremendo disgusto. ¡Pero eso era predicar en el desierto! El ratoncito no hacía caso a nadie. El ratoncito se pasaba todo el día fuera de casa. Y a todas las personas que veía les repetía el mismo estribillo: –Mira qué rabo tengo. No te acerques demasiado. ¡Ni el rey tiene uno igual! Pero un desgra­ ciado día, mientras paseaba por la casa donde tenía su agujero, vio venir al gato. El va­ nidoso ratoncillo se dio a la fuga y, corre que te corre, se dirigió a la puerta. Desgraciadamen­ te, en aquel momen­ to la puerta se cerró y aprisionó el rabo del ratón. De esto se aprovechó el gato que se lo comió sin hacer mucho esfuerzo. De esta manera perdió el pellejo el tonto del ratoncito, por su vanidad de querer parecer hermoso. 3. ¿Qué sucedió un desgraciado día? 4. ¿Cuál es la lección que deja este relato?
  • 8. 77 Un muchacho cuidaba algunas ovejas y se divertía gritando: –¡El lobo! ¡El lobo! EL PASTOR Y EL LOBO ACTIVIDADES 1. Esta lectura tiene siete párrafos. Al comenzar cada párrafo se deja un espacio en blanco que se llama san- gría. ¿Cuál es el párrafo más largo? 2. El párrafo 2 y 5 son idénticos y con- tienen lo que el pastor gritaba. Cópia- lo cuidadosamente en tu cuaderno una sola vez. La rayita al comenzar se llama guión y el grupito de dos rayas verticales es el signo de excla- mación. Al copiar en tu cuaderno, usa bien esos signos. 3. ¿Qué labor hacía el muchacho y cómo se divertía? 4. ¿Qué hacían luego sus compañeros y qué encontraban? 5. ¿Cómo reaccionaba el muchacho? ¿Por qué? 6. ¿Qué pasó el día que verdaderamen- te vino el lobo? 7. ¿Cómo quedó finalmente el pastor? ¿Por qué? Todos sus compañeros venían corriendo para ayudarlo. Pero no encontraban al lobo. Sólo veían al muchacho riéndose y re­ costado muy tranquilamente sobre la hierba. Un día de veras vino el lobo. Y el pastor, esta vez, gritó desesperado: –¡El lobo! ¡El lobo! Pero sus compañeros creían que era otra de sus mentiras con la que quería engañarlos y no hicieron caso de sus gritos. El lobo mató todas sus ovejas y el pastor se quedó muy triste y arrepentido por haber engañado antes a sus compañeros.
  • 9. 88 Había un comerciante pobre que negociaba en hierros. Un día, en que debía realizar un largo viaje, dejó a guardar sus mercaderías en casa de un comerciante rico. Al volver, fue a retirarlas y el comerciante rico le dijo: –Tus mercaderías se han malogrado. No tengo nada que entregarte. –¡Cómo! –se sorprendió el otro. LOS DOS COMERCIANTES –Sí, las dejé en el desván y los ratones han roído todo el hierro. Si no me crees, puedes subir tú mismo a verlo. El comerciante pobre no discutió y dijo sencillamente: –Puesto que tú lo dices, es suficiente. No hace falta mirar. Desde hoy ya sé que los ratones comen hierro. Adiós. Y se fue. Ya en la calle, vio a un niño que jugaba. Era el hijo del comerciante rico y el comerciante pobre lo sabía. Lo acarició, lo cogió en sus brazos y se lo llevó a su casa. Al día siguiente, el comerciante rico fue a ver al pobre y el contó la desgracia que lo agobiaba: le habían robado a su hijo pequeño y acudía a su amigo para saber cómo encontrarlo.
  • 10. 99 ACTIVIDADES 1. ¿A qué se dedicaba el comerciante pobre? 2. ¿Qué hizo al tener que realizar un largo viaje? 3. ¿Qué explicación recibió al ir a retirar sus mercaderías? 4. ¿Cuál fue la reacción del comerciante pobre? 5. ¿Qué vio e hizo el comerciante pobre al salir de la casa del comerciante rico? –Ayer –repuso el otro–, cuando salía de tu casa, vi justa­ mente cómo un gavilán se apoderaba de un niño y se lo llevaba por los aires. Sin duda era tu hijo. –¿Quieres burlarte de mí? –dijo el rico, lleno de cólera–. ¿Cuándo has visto que un gavilán se lleve a un niño? –No, no me burlo. No tiene nada de raro que un gavilán rapte a un niño. En estos tiempos en que los ratones comen hierro, todo puede suceder... Reflexionó en­ tonces el rico. –Tu hierro –dijo, al fin– no se lo co­ mieron los ratones. Yo lo vendí. –Ya que los ra­ tones no se han co­ mido el hierro –dijo entonces el otro–, te diré que ningún gavilán se llevó a tu hijo. Yo puedo hacer que lo recobres. Y fue a llamar al niño. León Tolstoi 6. ¿Qué sucedió al día siguiente? 7. ¿Cuál fue la versión dada por el comerciante pobre para explicar la pérdida del niño? 8. ¿Cómo mostró su extrañeza el co- merciante rico? 9. ¿Cuál fue la explicación dada por el comerciante pobre? 10. ¿Cómo termina la historia?
  • 11. 1010 UN ASTRÓLOGO INGENIOSO Los reyes y príncipes tuvieron astrólogos a su servicio. Un día en que un rey francés se encontraba de buen humor llamó a su astrólogo y le hizo una pregunta muy embarazosa. –Puesto que, según dices, lo sabes todo, dime cuándo morirás. El astrólogo no ignoraba que el rey había ordenado a sus agentes que lo encerraran en un saco a la primera señal y lo arrojaran al río Sena. Pero su ingenio oportuno lo salvó. –Señor –contestó al instante–, precisamente he consultado a los astros sobre la cuestión y me han hecho saber que moriré tres días antes que vuestra majestad. El rey, muy supersticioso, se cuidó muy bien de no poner en práctica su proyecto. ACTIVIDADES 1. Copia en tu cuaderno sólo las dos partes o párrafos en que hablan los personajes. Ambas son párrafos que comienzan con un guión doble después de la sangría. Estas partes en que habla un personaje se llaman parlamentos. 2. Cuenta el número de párrafos de esta lectura. Varios corresponderán al narrador de la historia y los otros a los personajes. 3. Busca palabras de significado pare- cido que puedan reemplazar a las siguientes: astrólogo, embarazosa, al instante, cuestión, supersticioso. 4. ¿Cuál es el difícil pedido que el rey le hace al adivino? 5. ¿Qué le pasa por la mente del astró- logo al escuchar la pregunta? 6. ¿Cómo queda el rey después de la respuesta del astrólogo?
  • 12. 1111 SANCHO PANZA, GOBERNADOR ACTIVIDADES 1. Realiza una lectura dramatizada. Se necesitan cuatro personas: el narrador, el labrador, el sastre y el gobernador. Previa preparación y ensayo, se hace la lectura dándole el mayor realismo posible. 2. ¿Quiénes llegaron al juzgado? ¿Qué oficios tenían? 3. ¿Cuál fue la denuncia del labrador? 4. ¿Qué contestó el sastre? ¿Y cómo acompañó su defensa? 5. ¿Cuál fue la sentencia? 6. ¿Quién se quedaría con los 5 “mini- gorros? 7. ¿Quién era el más “vivo” y “listo”? 8. ¿Fue justo el juez? 9. ¿Por qué es importante, para que un país progrese, que haya justicia? Una tarde entraron en el juzgado dos hombres para ver al señor gobernador: Sancho Panza. Uno estaba vestido de labrador y el otro era un sastre que llevaba unas tijeras en la mano. El sastre dijo: –Señor gobernador, este hombre vino a mi tienda pregun­ tándome si la tela que me enseñaba sería suficiente para hacerle una gorra. Como yo le dije que sí, me preguntó si alcanzaría para dos. Así siguió hasta llegar a cinco. Y yo le contesté que sí. Le he confeccionado cinco gorras y él no me quiere pagar. –Pero, señor gober­ nador –dijo el labra­ dor–, haga que le en­ señe las cinco gorras. El sastre sacó su mano izquierda del bolsillo y se la mos­ tró con toda calma al gobernador. En cada dedo, llevaba una pequeña gorri­ ta. Entonces, San­ cho Panza pensó un rato y dijo: –Mi decisión es que el sastre no cobre la hechura y que el labrador pierda el pago adelantado. Y asunto terminado. Adiós, señores. Miguel de Cervantes
  • 13. 1212 EL JUEZ SABIO Cierto día un viajero iba por un camino muy concurrido. De pronto, descubrió a un costado del camino una bolsa. La recogió y la abrió. ¡La bolsa contenía nada menos que mil soles! El viajero pensó: “Sin duda la ha perdido alguien que llevaba el mismo camino que yo”. Aprisa, se dirigió entonces a la ciudad vecina para llegar allí antes del anochecer. Al llegar, preguntó a uno de los habitantes del pueblo: –¿Sabe si alguien ha perdido una importante cantidad de dinero? –Sí, sí –respondió–. La ha perdido el señor Tomás, que vive en la casa de enfrente. El viajero corrió a la casa indicada y entregó el saquito de dinero. Pero Tomás era un avaro terrible. Apenas vio el dinero, contó los billetes y gritó enfurecido: –¡Faltan cien soles! Puesto que has cogido la recompensa que yo había ofrecido sin consultarme, márchate de una vez. Ya no tienes nada que hacer aquí.
  • 14. 1313 ACTIVIDADES 1. ¿Qué encontró el viajero a un lado del camino? ¿Qué contenía? 2. ¿Qué pensó el honrado viajero? ¿A dónde se dirigió? 3. ¿Qué hizo en cuanto llegó? ¿Qué respuesta le dieron? 4. ¿A quién entregó el viajero el saquito de dinero? ¿Qué fama tenía don To- más? 5. ¿Qué hizo y que dijo don Tomás? 6. ¿Por qué le ordenó al viajero que se marchara? 7. Para no aparecer como un ladrón ante los demás, ¿a quién acudió el viajero? 8. ¿Qué fama tenía el juez? ¿A quién hizo llamar? 9. Delante del juez, ¿qué aseguraba el viajero? ¿Y qué decía don Tomás? 10. ¿Qué preguntó el juez al viajero y a don Tomás? 11. ¿Por qué el juez les dijo que los consideraba honrados a los dos? 12. ¿Por qué el juez ordenó que el viaje- ro se quedara con el dinero mientras tanto? 13. ¿Qué le dijo a Tomás? ¿Qué hizo al terminar de dictar sentencia? 14. ¿Cuál es la lección de esta historia? El honrado viajero se indignó terriblemente por la actitud del avaro. Tampoco quiso pasar por un ladrón. Inmediatamente se fue a ver al Juez del pueblo, que tenía la fama de ser tan sabio como honesto. Una vez que el juez escuchó al viajero, hizo llamar al ava­ ro. El viajero aseguraba que en la bolsa sólo había mil soles. El avaro sostenía tercamente que había mil cien soles. Entonces, el Juez le preguntó al avaro: –Tú dices que tu bolsa contenía mil cien soles, ¿no? –Sí –respondió Tomás. –Y tú dices que en el saco sólo encontraste mil soles –agregó el juez dirigiéndose al viajero. –Exactamente –contestó el honrado viajero. –Pues bien. Yo considero honrados a ambos e incapaces de mentir. A ti, Tomás, porque te conozco. Y a ti, viajero, porque has devuelto el dinero, en vez de guardártelo. Voy a dictar sen­ tencia. Esta bolsa no es la del señor Tomás. Su bolsa contenía mil cien soles. Aquí sólo hay mil soles. Así, pues, quédate tú, viajero, con la bolsa mientras aparece su verdadero propietario. Tú, Tomás, espera a que alguien te devuelva tu bolsa con los mil cien soles. Cuando terminó de dictar su sabía sentencia, despidió a ambos y se fue.
  • 15. 1414 EL ÁGUILA AGRADECIDA Una hermosa águila cayó, cierta vez, en una trampa. Pri­ sionera, chillaba enfurecida. El campesino que había tendido la trampa se quedó largo rato mirándola. ¡Qué hermosa era y qué feroz aun entre las sogas! Realmente, era un animal nacido para volar libre en el cielo. Obedeciendo a un impulso de su ánimo, la liberó. El águila, desplegando sus grandes alas, voló hacia el Sol. Días más tarde, el campesino descansaba apoyado en un muro. El águila lo vio desde arriba. Pero notó también que el muro se tambaleaba y estaba a punto de derrumbarse. Se lanzó entonces hacia el hombre y le arrancó con el pico el pañuelo que éste se había puesto en la cabeza para protegerse del sol. De este modo lo obligó a correr tras ella. –¿Para esto te he librado yo, animalucho ingrato? Muy mal me lo agradeces... Cuando había llevado al hombre ya lo bastante lejos del muro, el águila dejó caer el pañuelo y se remontó hacia el cielo. El hombre lo recogió. Luego volvió a atárselo a la cabeza. En­ tonces, se dispuso a volver junto al muro.
  • 16. 1515 ACTIVIDADES 1. ¿Quién cayó cierta vez en una tram- pa? ¿Qué hacía? 2. ¿Quién la miraba atentamente? ¿Cómo se veía el águila? ¿Para qué había nacido? 3. ¿Qué se animó a hacer aquel hom- bre? ¿Y qué hizo el ave? 4. Días después, ¿qué estaba haciendo el campesino? ¿Quién lo observaba? 5. ¿Qué pasaba con el muro? ¿Qué hizo, entonces, el águila? 6. ¿Por qué le quitó el pañuelo? ¿Qué le dijo el hombre muy molesto? Pero un ruido terrible e inesperado, un derrumbamiento, lo detuvo. El muro se había venido abajo. El lugar en donde poco antes había estado descansando ahora se encontraba sepultado bajo los escombros. 7. ¿En qué momento dejó el pañuelo y voló hacia el cielo? 8. Luego, ¿qué hizo el hombre? ¿Por qué se detuvo? 9. ¿Cómo había quedado aquel lugar, donde antes él descansaba? 10. ¿Qué comprendió el hombre? ¿Cómo le agradeció al águila? 11. ¿Qué enseña esta historia? 12. ¿Qué personaje te gustó más? ¿Por qué? 13. ¿Por qué el título de este relato será “El águila agradecida”? El hombre comprendió entonces lo que había hecho el águila. En un primer momento, él no lo entendió. Ahora alzando los ojos hacia el cielo, saludó al águila que volaba junto al Sol.
  • 17. 1616 –¡El arco iris se ha perdido! ¡El arco iris se ha perdido! –gritó el loro verde y rojo volando entre las ramas. El búho Clodomiro abrió más de lo acostumbrado sus agudos ojos y agitó las plumas de su prominente buche. –¡Qué atrocidad! –dijo–. ¡El arco iris perdido! ¡Esa sí que es una verdadera desgracia! El loro seguía gritando con su potente y escandalosa voz: EN BUSCA DEL ARCO IRIS –¡El arco iris no aparece! ¡Ayuden a buscarlo! Detrás del loro venían muchos pájaros. Entre los árboles aparecían monos y ardillas y por las raíces salientes asomaban los conejos, topos, sapos y cervatillos. Al cabo de un rato, llegó una gran mariposa de brillantes colores. Hubo entonces un silencio. La mariposa, deteniéndose sobre la amapola, habló:
  • 18. 1717 –Queridos hermanos del bosque, no podrá llover hasta que no se encuentre el arco iris. Hay que comenzar de inmediato su búsqueda sin perder un minuto. Para el que lo encuentre habrá una recompensa. A continuación, hubo gran movimiento entre los concurrentes. Cada cual tomó diferente camino para tratar de encontrar el arco iris perdido. Se sucedieron las desilusiones por todo el bosque, pues ni las ardi­ llas lo pudieron encontrar entre las nueces, ni los sapitos en los cristalinos charcos, ni los pájaros entre las nubes blanquísimas...
  • 19. 1818 –Pero, ¿qué haces tú aquí? ¿No sabes que todo el mundo te anda buscando? La mariposa está angustiada porque no sabe dónde estás –exclamó el topo. –Sí –respondió el arco iris–, me imagino que andan buscán­ dome. Esto me pasa por curioso. ¡Figúrate! Yo también había oído hablar de que al pie mío se encontraría una bolsa llena de oro. Se me ocurrió meterme en la tierra, debajo de mí, para buscarla. Mi pie daba exactamente sobre tu cueva. Así que entré en ella. Algún animalito debe haber tapado con tierra la entrada porque luego no pude salir. ¡Ayúdame tú, por favor! Un conejito sintió gran alegría creyendo que lo había hallado en su propia cueva, pero se dio cuenta de que eran los hoci­ cos rosados y las colas blancas de sus hijos los que ponían tan agradable colorido a la casa. El único que no se dedicó a la búsqueda fue el topo. Pensó que por ser tan corto de vista no le sería posible ayudar en nada y se fue a su cueva muy triste. Pero, ¡oh sorpresa!, al entrar en su casa se encontró nada menos que con el propio arco iris, el esplendoroso arco de ma­ ravillosos colores, que iluminaba toda la pared de tierra de su cueva.
  • 20. 1919 anteojos de aumento, de color verde, con los cuales podía per­ manecer largas horas en la superficie mirando cuanto lo rodeaba. Florencia de Creny ACTIVIDADES 1. ¿Qué gritaba el loro verde y rojo mientras volaba? 2. ¿Qué exclamó el búho Clodomiro? 3. El loro seguía desesperado. ¿Qué pedía? ¿Quiénes venían detrás? 4. ¿Qué había entre las flores? 5. ¿Quién llegó luego? ¿Qué dijo? 6. ¿Qué habría para el que encontrara el arco iris? 7. ¿Qué hicieron las ardillas, los sapitos, los pájaros, etc.? 8. ¿Por qué un conejito sintió mucha alegría? ¿Cuál había sido su confu- sión? 9. ¿Quién fue el único que no buscó al arco iris? ¿Qué había pensado? 10. El topo se fue muy triste a su casa. ¿Qué sorpresa se llevó? 11. En seguida, ¿qué le dijo al arco iris? 12. ¿Qué historia le contó al topo? 13. ¿Por qué no había podido salir? 14. ¿Cómo pudo ayudar el topo al arco iris? ¿Qué recompensa recibió? El topo arañó hacia arriba y le abrió paso al arco iris. Éste inmediatamente se deslizó por el cielo, más bello que nunca, para alegría de todos. Y el topo tuvo su recompensa: un par de
  • 21. 2020 Iba Cristo por un camino rodeado de los apóstoles y de la gente del pueblo. Todos oían su palabra llena de sabiduría. La paz inundaba sus corazones y aprendían que el amor es mejor que el odio. En el camino, de pronto, en una cueva, los que iban ade­ lante encontraron un perro muerto. Estaba muerto desde hacía varios días. El calor y el aire lo habían descompuesto. El camino se llenaba de mal olor y las moscas zumbaban por encima del cadáver. LOS DIENTES DEL PERRO –¡Maestro! –dijo uno–. No pases. Hay un cadáver podrido. –¡Maestro! –dijo otro–. No sigas. El aire huele mal. –¡Maestro! –agregó un tercero–. Volvamos. ¡Es un espectáculo horrible, desagradable, indigno de ti!
  • 22. 2121 Entonces Cristo se acer­ có al perro y, mientras todos se retiraban exclamando que aquello era inmundo, dijo: –¡Qué hermosos dientes que tiene este perro! ¡Son blancos como perlas! Así fue y todos compren­ dieron que Jesús era también capaz de ver la belleza en me­ dio de la fealdad. ¿Te gustó la historia? Trata tú también de ser así, especial­ mente cuando se habla mal de alguien. Todos tenemos defectos y cualidades. Aprende a darle más importancia a lo bueno de una persona que a sus defectos. Y trata de ayudar a que esa persona sea mejor, en lugar de hablar mal de ella. León Tolstoi ACTIVIDADES 1. ¿Qué trataba de enseñar Cristo a la gente que lo seguía? 2. ¿Cómo se encontró al perro muerto? 3. ¿Qué le decían a Cristo sus discípu- los? 4. ¿Cuál fue la actitud que tomó Cristo? ¿Por qué? 5. ¿Qué comprendieron todos? 6. Lee atentamente el párrafo final dos o tres veces. Luego escribe lo mis- mo, pero con tus propias palabras. 7. Haz un resumen de esta historia en no más de ocho líneas. 8. ¿Dónde termina lo bello y comienza lo feo?
  • 23. 2222 Una vez un campesino fue a robar pepinos a una huerta. En cuanto se deslizó hasta el sembrado, pensó: “Si consigo llevarme un saco de pepinos, los venderé y con ese dinero compraré una gallina. La gallina pondrá huevos, incubará y sacará muchos pollitos. Criaré los pollitos, los venderé y compraré un lechoncito. Cuando crezca, tendrá una buena cría. La venderé para comprar una yegua que, a su vez, me dará potros. Los criaré y los venderé. Después com­ praré una casa y pondré una huerta. Sembraré pepinos, pero no permi­ tiré que me los roben. Pondré unos guardianes muy severos para que vigilen. Y, de cuando en cuando, me daré una vueltecita y les gritaré: “¡Eh, amigos, vigilen con más atención!” Sin darse cuenta, el hombre dijo esas palabras en voz alta. Los guardianes que vigilaban la huerta se abalanzaron sobre él y le dieron una buena paliza. León Tolstoi EL MUYIK Y LOS PEPINOS ACTIVIDADES 1. ¿En qué idioma se denomina “mu- yik” al campesino? 2. ¿Qué había ido a hacer a la huerta el muyik? 3. ¿Qué pensaba coger en la huerta y que haría con eso? 4. Con ese dinero, ¿qué pensaba com- prar? 5. En su imaginación, ¿qué pasaría con la gallina? 6. ¿Qué pensaba comprar después? 7. ¿Cuáles eran sus siguientes planes? 8. ¿Para qué vendería la yegua? 9. ¿Qué sembraría y qué cuidados tomaría? ¿Por qué? 10. ¿Cuál es el desenlace de esta histo- ria? 11. ¿Qué lección sacamos del cuento? 12. Ponle otro título a la historia.
  • 24. 2323 EL PREMIO DE LA MANZANA DE ORO En cierta ocasión, un consejo de sabios llamó a juicio a la Riqueza, al Placer, a la Salud y a la Virtud para premiar con una manzana de oro a aquél de los cuatro que demostrara ser más útil al hombre. Hablo la Riqueza y dijo: –Aspiro al galardón porque yo soy el dinero, que es lo que más apetecen los hombres. Con el dinero todo se alcanza. Dijo el Placer: –Yo valgo más que la Riqueza. Todos los afanes del hombre para ganar dinero tienen por objeto mi adquisición: divertirse y darse buena vida. La Riqueza es el medio. Yo soy el fin. Dijo la Salud. –De nada sirven las riqueza y el Placer sin mí. Soy la alegría del hombre. El pobre sano es más feliz que el rico enfermo. Y dijo la Virtud: –Más que el Oro, el Placer y la Salud, valgo yo. Una conciencia tranquila es el mayor de los bienes hu­ manos. Los remor­ dimientos pueden más que el dinero, las diversiones y la salud. Oídos estos alegatos, el tri­ bunal deliberó y dio a la Virtud el premio de la manzana de oro. Juana de Ibarbourou ACTIVIDADES 1. Copia en tu cuaderno la razón que da cada uno de los aspirantes al premio. Hazlo con mucho cuidado. 2. Lee toda la historia cuidando entonar las oraciones apropiadamente. 3. Si es posible, prepara una lectura dramatizada del texto. Ten presente que se necesitan cinco participantes: un narrador y cuatro competidores. 4. ¿Cuál era el aspecto que iba a intere- sar más al consejo de los sabios? 5. ¿Cuál era la razón dada por la rique- za? 6. ¿Cómo justificaba su aspiración el Placer? 7. ¿Cuáles eran los argumentos de la Salud? 8. ¿Qué razones dio la Virtud? 9. ¿Qué decidió el consejo de sabios? ¿Por qué acordarían eso?
  • 25. 2424 EL PATITO FEO Cuenta una vieja leyenda que hubo una vez una hermosa pata en una aldea próxima a un lago de aguas transparentes. Después de empollar sus huevos, la pata vio cómo sus hijitos, los patitos, iban rompiendo los cascarones para salir a la luz del día. A medida que aparecían, comenzaban a piar fuertemente. Todos eran muy hermosos, pero el último que salió del blanco cascarón le resultó algo raro, como más gordo y feo que los demás. Según crecían, los patitos aprendieron a buscar lombrices entre la hierba y a nadar en el lago que estaba cerca de su nido. Día a día, se iban haciendo más hermosos y fuertes, excepto el último, que se hacía cada vez más raro: grandote, desgarbado y con el cuello más largo. Todos los que lo veían exclamaban: –¡Qué pato tan feo! El pobre patito se sentía muy triste, pues hasta sus her­ manos lo despreciaban y su misma madre llegó a mirarlo con no muy buenos ojos.
  • 26. 2525 –¿Cómo me ha podido salir un hijo así? –se preguntaba la pata–. ¿No será que alguien me cambió uno de los huevos? La sospecha de la mamá pata era cierta, ya que un travie­ so chiquillo de la aldea había colocado junto a los huevos que empollaba mamá pata un huevo que encontró entre las cañas, a orillas del lago. Un buen día, al pobre patito se le ocurrió mirarse detenida­ mente en las limpias aguas del lago. Cuando vio su imagen refle­ jada, comprendió por qué su aspecto hacía reír a sus hermanos. El patito se sintió muy desgraciado. Cuando oscureció, huyó de la aldea, donde todos lo despreciaban. Después de mucho andar, el patito llegó a una granja. Ahí una linda muchacha daba de comer a las gallinas. Como nadie le dijo nada, se quedó a vivir en ese lugar. Un día, el patito feo oyó decir al dueño de la granja: –Ese pato feo come como tres gallinas y se está poniendo gordo. Un día de éstos habrá que asarlo. El pobre patito, lleno de miedo, huyó río abajo cuando se le presentó la primera oportunidad. Llegó a una región pantanosa y se refugió entre los cañaverales. Allí pasó el invierno, que fue duro y frío, en medio de una gran soledad. Cuando llegó la primavera, volvió a salir el Sol. Desaparecie­ ron las nieves y comenzaron a brotar las flores. Las orillas del pantano se llenaron de verdor y el patito feo comenzó a sentirse menos triste. Una tarde, mientras nadaba por las tranquilas aguas del pantano, el patito feo vio una bandada de hermosas criaturas que llegaban volando. Lo hacían con gran elegancia y se posaban suavemente sobre la superficie del agua.
  • 27. 2626 Al pobre patito feo le parecían las criaturas más bellas del universo y se retiró avergonzado, tratando de ocultar su fealdad entre los cañaverales. De pronto, escuchó que le decían: –¡No te vayas, hermano! ¡Ven con nosotros! El patito feo se detuvo asombrado. ¿Cómo podían llamarle hermano? Agachó la cabeza y, después de mucho tiempo, volvió a contemplar su imagen reflejada en el agua. Se quedó asombrado al comprobar que durante el invierno había crecido y se había convertido en un hermoso cisne blanco. Por primera vez, el patito se sintió feliz, extendió las alas y alzó el vuelo. La bandada de cisnes lo recibió con alegría y cariño. Había dejado de ser un patito feo. Era un bello cisne. Desde entonces nunca más volvió a estar solo y triste. Hans Christian Andersen ACTIVIDADES 1. ¿Qué hubo de raro en el nacimiento de los hijos de la pata? 2. ¿Qué pasaba con los patitos a medida que creían? 3. ¿Cuál era la sospecha de la pata? ¿Tenía razón? 4. ¿Qué pensó e hizo el patito feo al mirarse en el lago? 5. ¿Qué le ocurrió en la granja? 6. ¿Qué le pasa al llegar la primavera y cómo acaba todo? 7. ¿Crees que es importante ser bello? ¿Por qué?
  • 28. 2727 LA LECCIÓN DE LA ARAÑITA EMPEÑOSA Un carpintero tenía su taller en el barrio de Pepe. Allí fa­ bricaba mesas y sillas. Pepe se ponía a mirarlo todos los días. Le parecía un trabajo interesante el cortar la madera con el serrucho, unir las diferentes piezas con la cola, clavarlas y, por último, darles un reluciente brillo. Un día le preguntó Pepe al carpintero: –¿Es fácil hacer un banquito? –Sí, es fácil. Con un poco de empeño y esfuerzo, irá saliendo cada vez mejor. –Yo quiero hacer un banquito. El carpintero le dio la madera y el serrucho, la cola y los clavos. Pepe se fue contento a su casa. Y se puso a trabajar. Tomó las medidas, cortó y clavó los pri­ meros clavos. En esos momentos se dio cuenta de que no era tan fácil. Se había chan­ cado el dedo va­ rias veces, había medido y vuelto a medir a cada momento. Y allí tenía el banquito: cojeaba, esta­ ba torcido. Tuvo miedo de sentarse porque pensó que se caería. Completamen­ te desalentado, y mirando una vez más el banquito, salió a la calle. No tuvo ganas de ir a jugar con sus amigos. Fue al parque cercano y se sentó. Pensaba en el carpintero. Le parecía escuchar sus palabras: “Es fácil”.
  • 29. 2828 En ese momento sopló el viento y la alejó del lugar a donde quería llegar. De inmediato volvió a subir. Esperó. De nuevo intentó descolgarse. Pero el viento la alejó nuevamente. Varias veces lo intentó, pero siempre fracasaba. “No podrá hacerlo”, pensó Pepe. Sin embargo, en uno de los intentos, el viento se calmó y la arañita consiguió tender su hilo. Después fue más fácil; la arañita unió varios hilos y tejió su red. En ese momento, Pepe volvió a recordar las palabras del carpintero. “Es fácil. Con un poco de empeño y esfuerzo, irá saliendo cada vez mejor”. Entonces comprendió lo que le había querido decir. Tenía que probar y practicar sin temer los fra­ casos. Al final, seguramente, saldría triunfante. De pronto, vio por casualidad una arañita que se descolgaba de la rama de una rosa. Quería llegar a otra rama y tender su hilo de seda. Comenzaba a construir su red.
  • 30. 2929 Se fue de inmediato a su casa. Volvió a coger las herra­ mientas. Trató de descubrir cuáles habían sido sus fallas para enmendarlas. Trabajó incansablemente durante la semana. Co­ metió errores, pero se corrigió. Al final, vio su obra: un hermoso banquito, fuerte y bien pintado. ACTIVIDADES 1. ¿Quién tenía su taller en el barrio de Pepe? ¿Qué fabricaba? 2. ¿Qué hacía Pepe? ¿Qué era lo que le parecía interesante? 3. Un día, ¿qué pregunta le hizo el car- pintero? ¿Qué respuesta recibió? 4. Entonces, ¿qué quiso hacer Pepe? ¿Qué le entregó el carpintero? 5. ¿Cuándo se dio cuenta que el trabajo no era tan fácil? ¿Qué le pasó? 6. ¿Cómo le había quedado el banquito? ¿De qué tuvo miedo? ¿Por qué? 7. ¿Qué hizo después? ¿Por qué no quiso jugar con sus amigos? 8. ¿A dónde se fue a pensar? ¿En qué meditaba? 9. ¿Qué vio por casualidad? ¿Qué que- ría hacer aquel animal? 10. La arañita estaba construyendo su red. ¿Qué la alejó del lugar a donde ella quería llegar? ¿Qué hizo de in- mediato? 11. La arañita pretendía tender su hilo y el viento no la dejaba. ¿En qué momento logró hacerlo? 12. Al observar aquella acción, ¿qué recordó Pepe? ¿Qué había compren- dido? 13. ¿Qué tenía que hacer? ¿Qué sucede- ría al final? 14. ¿Qué hizo al llegar a su casa? ¿Cuán- to tiempo trabajó incansablemente? 15. Al final, ¿cuál fue el resultado de su esfuerzo? 16. ¿Cuál es la lección que la arañita nos ha dado?
  • 31. 3030 AMOR FRATERNAL Dos hermanos la­ bradores vivían uno cerca del otro. Muer­ to el padre, en lugar de repartirse el cam­ po, lo sembraron los dos. Cuando el trigo maduró, hicieron dos porciones iguales, una para cada uno. El hermano mayor no pudo pegar los ojos aquella noche, pen­ sando y pensando. –¿Hemos parti­ do bien el trigo? –se decía–. Mi hermano tiene más familia que yo y necesita pan para sus hijos. Aumentaré, sin que él lo sepa, la parte suya. Y se levantó y tomando trigo de su porción aumentó el montón de su hermano. También se despertó el menor de los hermanos. Muy preo­ cupado se preguntó a sí mismo: –¿Será justo que mi hermano tenga la mitad de la cosecha? Mi mujer y yo somos fuertes y tenemos hijos que crecerán y nos ayudarán. ¡Habrá muchas manos para trabajar! Y como pensó lo hizo. Tomó parte de su trigo y lo agregó a la ración de su hermano. Al siguiente día, por la mañana, ambos notaron que sus montones eran iguales. Se miraron sorprendidos, pero ninguno habló. A la siguiente noche hicieron lo mismo, pero a distinta hora, de modo que no se vieron. Y de nuevo hallaron sus montones iguales la mañana siguiente.
  • 32. 3131 Aquel llevar y traer duró algún tiempo, hasta que una noche se hallaron uno frente al otro. Entonces comprendieron por qué siempre encontraban iguales sus partes y se dieron un abrazo. Así vivieron siempre como buenos amigos, ayudándose en todo. León Tolstoi ACTIVIDADES 1. ¿Quiénes vivían casi juntos? Al morir el padre, ¿qué hicieron con el campo? 2. Cuando el trigo estuvo maduro, ¿cómo se lo repartieron? 3. ¿Por qué el hermano mayor no pudo dormir esa noche? ¿Por qué aumentó la parte del trigo que correspondía a su hermano? 4. El hermano menor tampoco pudo dormir. ¿Qué se preguntaba? 5. Al día siguiente, se miraron sorpren- didos. ¿Por qué? 6. ¿Qué hicieron la noche siguiente? ¿Por qué tampoco pudieron verse? 7. Después de algún tiempo, ¿qué sucedió cierta noche? ¿Qué com- prendieron? 8. ¿Por qué se abrazarían? ¿Cómo vivieron siempre? 9. ¿Qué enseñanza nos ha dejado este relato?
  • 33. 3232 Hubo una vez un caballo que no era como los demás. Y no sólo porque ni el mismo viento podía alcanzarlo si se lanzaba al galope, ni porque el león en persona le cedía el paso si lo encon­ traba en la llanura. Ni porque fuese blanco como la nube más blanca, desde el hocico a la cola magnífica. Por ninguna de estas cosas, sino por otras que ya se verán. CABALLO Cuando arreciaba la sequía, y el hambre y la sed comenza­ ban a rondar los flancos de la manada, era él quien hallaba el vallecito oculto con el riachuelo y un poco de pasto aún. Y era él quien quedaba de guardia y el último en comer y beber. Cuando el tigre, enloquecido por su largo ayuno, se arrojaba sobre una madre y su potrillo rezagados, era él quien acudía como brotando del aire. Erguido en toda su belleza, deshacía bajo los cascos al traidor.
  • 34. 3333 El agua y la hierba y las flores de los campos, y en fin la vida misma, llegaron a quererlo tanto por lo mucho que él quería a los demás. Una noche se le acercaron en sueños y, acariciándolo, cada uno le regaló su secreto y le dejó en recuerdo una señal. Donde lo besó el agua quedó una huella azul. Donde la hierba, una verde. Y donde la vida, una roja. Y así sucesivamente por todos los infinitos matices de las flores del valle y la montaña. Cuando se incorporó con el sol y alertó a la manada, to­ dos supieron que nunca habría un caballo como aquél. Porque al trotar destellaba como una joya con los reflejos de mil colores diferentes. Sí, destellaba como el mismo Sol. Eliseo Diego ACTIVIDADES 1. ¿Qué ser especial hubo cierta vez? ¿Quiénes no podían alcanzarlo? 2. ¿Qué hacía el león cuando lo encon- traba en la llanura? 3. ¿De qué color era aquel caballo? ¿Con el color de quién se le compa- raba? 4. ¿Qué hacía cuando había sequia, hambre y sed? ¿Qué encontraba? ¿Qué sacrificios hacía? 5. ¿Qué hacía el tigre hambriento? ¿Cómo actuaba, entonces, el caballo? 6. ¿Quiénes llegaron a quererlo? ¿Por qué? 7. ¿Qué hicieron cierta noche? ¿Qué le dejaron el agua, la hierba y la vida? 8. Y cuando él se levantó, ¿qué supie- ron los demás? 9. El autor nos dice que el caballo “al trotar destellaba una joya”. ¿Por qué? 10. ¿Qué habría dicho el caballo al verse como una joya de mil colores?
  • 35. 3434 EL FLAUTISTA DE HAMELÍN Los vecinos de la ciudad de Hamelín estaban muy preocu­ pados. En la ciudad había una plaga de ratas. No sabían cómo acabar con ellas. Los vecinos fueron a ver al alcalde y le rogaron que tratara de acabar con esos animalitos, pero él no sabía cómo podría lograrlo. Un día se presentó en la ciudad un hombre muy alto y flaco y le dijo al alcalde: –Yo tengo una flauta mágica. Tocando mi flauta me llevo las ratas, pero usted tiene que darme una bolsa llena de dinero. –Está bien. De acuerdo –respondió el alcalde. El flautista se puso a tocar, toca que toca... Y todas las ratas fueron atraídas por el sonido de su flauta mágica. El flautista comenzó a caminar hacia las afueras de la ciudad. Las ratas lo seguían, bailando y saltando. Tuvieron que atravesar un río que no era muy profundo. Y el hombre alto y flaco lo hizo con facilidad, pero las ratas no sabían nadar y todas se ahogaron. El flautista cumplió con lo que había prometido porque murie­ ron todas las ratas. Pero el alcalde no quiso darle el dinero que había prometido entregarle. El flautista se enojó mucho y volvió de nuevo a tocar su flauta mágica, pero esta vez fue seguido por todos los niños de la ciudad, menos por uno que tenía un pie enfermo. El flautista, seguido por los niños, llegó frente a una montaña. Ésta se abrió y todos entraron. Los niños se quedaron allí sin poder salir porque la montaña se cerró de pronto.
  • 36. 3535 ACTIVIDADES 1. ¿Por qué los vecinos de la ciudad de Hamelín estaban muy preocupados? 2. ¿A quién fueron a buscar los vecinos? ¿Para qué? 3. ¿Quién se presentó cierto día? ¿Qué le propuso al alcalde? ¿Qué se le respondió? 4. Cuando el flautista se puso a tocar, ¿qué ocurrió con las ratas? ¿Cómo lo seguían? ¿Hacía dónde las llevaba? 5. ¿Qué sucedió cuando tuvieron que atravesar un río? ¿Por qué el flautista sí pudo cruzarlo? 6. ¿Cumplió el flautista? ¿Por qué? ¿Quién no cumplió? ¿Qué piensas de esta persona? 7. ¿Qué le hizo el flautista, entonces? ¿Quiénes lo siguieron esta vez? 8. ¿Quién fue el único que no lo si- guió? 9. Cuando estaban frente a una mon- taña, ¿qué sucedió? 10. ¿Qué hicieron los habitantes de Hamelín? 11. ¿Quién se fue de paseo al bosque? ¿Qué encontró? 12. ¿Qué ocurrió al soplar la flauta? Los habitantes de Hamelín lloraron mucho, pues se quedaron sin niños. En la ciudad había quedado solamente el niñito que tenía el pie enfermo. Cuando pudo caminar, se fue de paseo al bosque. Ahí encontró la flauta mágica que se le había perdido al flautista. Al soplar la flauta, algo muy extraño ocurrió. Se abrió la montaña y salieron todos los niños que, llenos de alegría, corrieron hacia sus hogares. Los habitantes de Hamelín volvieron a ser felices.
  • 37. 3636 EL CABALLERO CARMELO Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos aparecer, desde la reja, en el fondo de la pla­ zoleta, un jinete en bellísimo caballo de paso. Era el hermano mayor que volvía. Salimos atropelladamente gritando: –¡Roberto! ¡Roberto! ¡Cómo se regocijaba mi madre! Con su ropa empolvada aún, Roberto recorría las habitaciones rodeado de nosotros. Fue a su cuarto, pasó al comedor, vio los objetos que se habían comprado durante su ausencia y llegó al jardín: –¡Y la higuerilla! –dijo. Buscaba, entristeci­ do, aquél árbol cuya se­ milla sembrara él mismo antes de partir. Reíamos todos. –¡Bajo la higuerilla estás! El árbol había cre­ cido y se mecía armo­ niosamente con la brisa marina.
  • 38. 3737 Sobre la mesa estaba la alforja: Sacaba él, uno a uno, los objetos que traía y los iba entregando a cada uno de nosotros. ¡Qué cosas tan ricas! ¡Por dónde había viajado! –Para mamá... para Rosa... para Jesús... Para Héctor... –¿Y para papá? –le interrogamos cuando terminó: –Nada... –¿Cómo? ¿Nada para papá? ACTIVIDADES 1. ¿A quién se vio aparecer un día desde la reja? 2. ¿Quién era el que volvía? ¿Cuál era su nombre? 3. ¿Qué hizo con su ropa todavía em- polvada Roberto, el recién llegado? 4. ¿Qué quería averiguar en el jardín? ¿Qué había pasado? 5. ¿Por qué tenía tanto interés en ese árbol? Sonrió el amado, llamó al sirviente y le dijo: –¡El Carmelo! A poco, volvió éste con una jaula y sacó de ella un gallo que, ya libre, estiró sus cansados miembros, agitó las alas y cantó ententóreamente: –¡Cocorocóooo! –¡Para papá! –dijo mi hermano. Así entró en nuestra casa este amigo íntimo de nuestra in­ fancia: el caballero Carmelo. Abraham Valdelomar 6. ¿Qué había sobre la mesa? 7. ¿Qué hizo luego Roberto? 8. ¿Qué le preguntaron todos luego a Roberto? 9. ¿Qué hizo luego de sonreír? 10. ¿Qué trajo el sirviente? 11. ¿Cuál era la sorpresa? 12. ¿Cómo reaccionaría el padre ante este regalo?
  • 39. 3838 EL CUENTO QUE CUENTO Una mañana, la tía Laura se levantó temprano y se frotó la nariz para no tener frío. Cuando quiso ponerse el zapato izquierdo, no pudo porque dentro había un grano de maíz amarillo, panzoncito y con la nariz blanca. –¡Qué grano tan bonito! –dijo la tía Laura–. Lo voy a sem­ brar. La planta dará choclo. Entonces haré sopa de maíz para Año Nuevo y podré tener invitados. Tía Laura guardó el grano de maíz dentro de un balde, porque era un lugar seguro, y salió a hacer las invitaciones. El gallo Quiquiripún pasó cerca del balde y vio el grano de maíz, amarillo, panzoncito y con la nariz blanca. –¡Qué grano tan bonito! –dijo–. Se lo voy a regalar a la gallina Pechuguina. Guardó el grano de maíz debajo de un pastito, porque era lugar seguro, y se fue a buscar a la gallina Pechuguina. Detrás del pastito estaba comiendo la vaca Mumunga. Mien­ tras comía, vio el grano de maíz amarillo, panzoncito y con la nariz blanca.
  • 40. 3939 –¡Qué grano tan bonito! –dijo–. Lo voy a pegar en mi cence­ rro. Así, todos creerán que tengo una piedra preciosa y seré la vaca más linda del establo. Entonces puso el grano sobre una estaca, porque era lugar seguro, y se fue a buscar goma para pegar el grano de maíz en su cencerro. Sobre la estaca se posó el gorrión Jorgelino y vio el grano de maíz amarillo, panzoncito y con la nariz blanca. –¿Qué grano tan bonito! Se lo llevaré a la gorriona Jorgelina para que haga caramelos de maíz. Puso el grano debajo de una piedra, porque era lugar segu­ ro, y se fue a preguntar a la gorriona Jorgelina si quería hacer caramelos de maíz. Entre las piedras andaba el ratón Ronrón y vio el grano de maíz amarillo, panzoncito y con la nariz blanca. –¡Qué grano tan bonito! –dijo–. Le pediré al gorgojo que lo ahueque como un vaso para beber ahí agua fresca.
  • 41. 4040 ACTIVIDADES 1. ¿Qué hacía la tia Laura al levantarse para no tener frío? 2. ¿Qué sucedió cuando quiso ponerse el zapato izquierdo? 3. ¿Cuáles eran sus planes par el Año Nuevo? 4. ¿Dónde guardó Laura el granito? ¿Por qué? 5. ¿Qué encontró el gallo y que decidió hacer? Guardó el grano de maíz dentro de un zapato, porque era lugar seguro, y se fue a buscar al gorgojo. Cuando tía Laura quiso ponerse el zapato izquierdo, no pudo porque adentro había un grano de maíz ama­ rillo, panzoncito y con la nariz blanca. –¡Qué grano tan bonito! –dijo–. Lo voy a sembrar. La planta dará choclos. Enton­ ces haré una sopa de maíz para Año Nuevo y tendré invitados. La tía Laura guardó el grano de maíz en un balde, porque era lugar seguro, y salió a hacer las invi­ taciones para Año Nuevo. Laura Devetach 6. ¿Cuáles fueron sus acciones si- guientes? 7. ¿Qué le ocurrió a la vaca mientras comía? 8. ¿Cuál era la intención de la vaca? 9. ¿Qué sucedió con el gorrión? 10. Y al ratón, ¿qué le paso? 11. ¿Cómo termina la historia? 12. ¿Qué vendrá luego?
  • 42. 4141 IMPRESIONES DEL VERANO Había en uno de los corredores adornados de parras un nido de golondrinas que me interesaba muchísimo. Los padres iban y venían sin cesar alimentando a sus pequeños y éstos comenzaban ya a asomar sus piquitos fuera del nido. Largos ratos pasaba en contemplación de aquella tierna es­ cena de familia, cuando un día se me ocurrió trabar relación más íntima con ellos. Y para lograrlo no hallé otro medio más adecuado que tomar una escoba, subirme sobre una silla y... ya se puede saber lo que sucedió. Nunca pude compren­ der qué motivo me impulsó a realizar aquella triste hazaña. Sólo puedo expli­ cármela por una tentación del pequeño demonio de la curiosidad que existe en cada niño. El nido se hizo miga­ jas en el suelo y, aquí y
  • 43. 4242 allí, esparcidos, aparecieron unos cuantos pajaritos desplumados, nada gratos de ver. Una criada que estaba en la habitación oyó el ruido, se asomó al corredor y dio un grito. Otra criada que estaba cerca acudió al oír el grito y dio otro grito. Mi madre llegó en seguida y lanzó otro grito. Después Manola y lo mismo Cayetano... En fin, todo el mundo. Y por último acudió mi padre que, al ver lo que pasaba, se puso rojo, como si fuera a sufrir un ataque de apoplejía. Todos me increparon a la vez furiosamente y todos en la misma forma. Me miraban dirigiéndome idéntica pregunta: –¡Niño!, ¿por qué has hecho eso? Yo debía de estar pálido como un muerto y guardaba silencio. –¡Niño!, ¿por qué has hecho eso? En realidad, aunque quisiera, no podía responder su pregunta. Desde en­ tonces he pen­ sado que en el mundo se hacen muchas cosas malas sin saber por qué se hacen. –¡Miren, miren la madre cómo contempla el destrozo! –exclamó Manola. La golondrina, en efecto, sin miedo alguno a la gente, estaba posada sobre la baranda del corredor, casi tocándonos y parecía la imagen de la desesperación. Mi padre, que se ocupaba en recoger el nido, alzó su rostro hacia ella y en sus ojos vi temblar dos lágrimas. No sé lo que entonces pasó por mí. Pensé que el corazón se me partía de dolor y comencé a dar tan altos gritos que todos acudieron en mi auxilio abandonando a los pajarillos. Por fin aquella gran ruina mejoró de aspecto. Mi padre hizo traer un cestito, lo rellenó con algodón en rama y colocó en él
  • 44. 4343 ACTIVIDADES 1. Un niño nos cuenta la historia. ¿Qué es lo que le interesaba muchísimo? 2. ¿Qué hacían los padres de estos pequeñitos? ¿Qué piensas de esta actitud? 3. ¿Qué se le ocurrió a este niño? ¿Qué hizo? 4. ¿Por qué la califica de “triste haza- ña”? 5. ¿Cuál es la única explicación que encuentra el autor sobre este hecho? 6. ¿Por qué los pajaritos no eran gratos de ver? 7. ¿Qué hicieron las personas de la delicadamente a los tiernos golondrinitos. Después Cayetano se subió en una escalera, clavó una armellita en el techo del co­ rredor y colgó de ella el cestito. Nos ausentamos todos y pocos minutos después pudimos ob­ servar con satisfacción que los padres volvían a darles de comer a sus hijos. Armando Palacio Valdés casa? 8. ¿Cómo se puso el padre del niño? 9. ¿Qué le preguntaban? ¿Y el niño qué respondía? ¿Por qué? 10. ¿Qué hizo la golondrina? ¿Quién lloro al verla? 11. ¿Por qué el niño empezaría a gritar fuertemente? 12. ¿Qué hicieron los demás? 13. ¿Qué hicieron su padre y Cayetano con el nido? 14. ¿Qué sucedió cuando todos dejaron el nido solo y se fueron?
  • 45. 4444 LOS CIEGOS Y EL ELEFANTE Había una vez en la India seis ciegos que, parados en el camino, pedían limosna a los transeúntes. Muchas veces ellos habían oído de elefantes, pero nunca tuvieron la oportunidad de tocar uno. Una mañana, escucharon que un elefante venía a la ciudad y lo esperaron ansiosamente. Apenas escucharon las pisadas del animal, le pidieron a su dueño que se detuviera. –Buenos días –dijo uno de los ciegos–. ¿Quisiera permitirnos ver su elefante? –Pero, ¿cómo quieren ver ustedes mi elefante si ustedes son ciegos? –preguntó curioso el dueño. –En realidad, queremos tocarlo –respondió otro ciego–. De esa manera sabremos a qué se parece. –Ah, ya comprendo –dijo el dueño–. Esta bien. Acérquense y tóquenlo. Es muy manso y no les hará daño. Entonces, los seis ciegos se aproximaron al elefante. El primero le puso las manos en uno de los lados de su cuerpo. –Bien –exclamó–, ahora ya conozco todo sobre este animal. Es como una pared. –Creo que estás equivocado, hermano, –dijo el segundo, que estaba tocando el colmillo del elefante–. No se parece en lo más mínimo a una pared. Es redondo, suave y puntiagudo. Se parece más bien a una lanza.
  • 46. 4545 El tercer ciego cogió la trompa del elefante, porque casual­ mente estaba frente al animal. –Están ustedes equivocados, mis queridos amigos –exclamó–. Sólo se necesita alguien con un poco de sentido común para estar convencido de que el elefante no es ni como una pared, ni como una lanza. Les aseguro que es blando y redondo como una culebra. –¡Qué tontos son todos ustedes! –afirmó el cuarto, mientras sus manos cogían una de las patas del elefante–. No saben nada acerca de este animal. Está clarísimo que es como el tronco de un árbol. El quinto ciego, que era muy alto, pudo al­ canzar y agarró la oreja del elefante. –Veo que todos uste­ des son ciegos –expresó seriamente–. Hasta el hombre más ciego, con un poquito de inteligencia, diría que este animal no se parece en nada a las cosas que ustedes han nombrado. Se mueve hacia atrás y hacia adelante. Exactamente tiene forma de un inmenso abanico.
  • 47. 4646 El sexto no sólo era ciego, sino también muy ciego y débil. Estuvo andando a tientas por un rato, tratando de encontrar al elefante. Finalmente, logró coger la cola del animal. –¡No sé dónde tienen ustedes los sentidos! –gritó molesto–. Tóquenlo y sabrán que no es como una pared, ni como una lanza, ni como una culebra. Tampoco es como un tronco de un árbol, ni como un abanico. Estoy seguro que es ni más ni menos que como una soga. ACTIVIDADES 1. ¿En qué lugar había seis ciegos? ¿Qué oportunidad no habían tenido? 2. ¿Qué escucharon cierta mañana? ¿Qué hicieron? 3. ¿Qué le pidieron al dueño del elefan- te? ¿Aceptó? ¿Qué les dijo? 4. ¿Qué exclamó el que puso sus manos en uno de los lados del cuerpo? 5. ¿A que se parecía el elefante para el que le estaba tocando el colmillo? 6. ¿Qué les dijo el tercer ciego al prime- ro y segundo? ¿Qué aseguraba? 7. ¿Qué afirmó el cuarto ciego? ¿Qué es lo que estaba clarísimo? 8. ¿Por qué el quinto ciego sí pudo al- Y, así, los seis ciegos de la India discutieron durante mu­ cho tiempo. Cada uno insistía en que el elefante era como ellos lo habían palpado. Nadie quería reconocer que tenían una idea incompleta del animal. El elefante y su dueño siguieron su camino, sin importarles lo que los ciegos pensaban sobre el asunto. canzar la oreja del elefante? Según él, ¿qué forma tenía el elefante? 9. El sexto ciego, que además era débil, ¿qué parte del elefante logró tocar? Para él, ¿que forma tenía el elefante? 10. ¿Llegaron a ponerse de acuerdo los seis ciegos? ¿Qué no querían recono- cer? 11. ¿Qué hicieron el elefante y su dueño? ¿Actuaron bien? ¿Por qué? 12. En realidad, ¿por qué ninguno llegó a tener una idea verdadera de la forma del elefante?
  • 48. 4747 Había una vez un Príncipe muy rico. Su reino era pequeño, pero él deseaba casarse. Se necesitaba cierta audacia, en aquellas condiciones, para decirle a la hija del Emperador: “¿Quieres casarte conmigo?”. Pero él se atrevió porque la fama de su nombre se extendía hasta muy lejos. Muchas princesas habrían contestado: “Sí, gracias”. ¿Dijo eso ella? En la tumba del padre del Príncipe crecía un hermoso rosal que sólo florecía cada cinco años. Aun así, sólo daba una rosa, pero ¡qué rosa! Despedía tan suave aroma que, oliéndola, se olvidaban por completo penas y traba­ jos. El Príncipe tenía también un ruiseñor que cantaba como si todas las melodías del mundo tuvieran en su garganta. El ruiseñor y la rosa fueron considerados excelentes regalos para la Princesa y le fueron envia­ dos por el Prín­ cipe en arquillas o recipientes de plata. El Emperador recibió a los mensa­ jeros en el gran salón donde la Princesa es­ taba jugando a “recibir visitas” con sus doncellas de honor. Ellas no sabían hacer otra cosa. Cuando la Princesa vio las arquillas de plata de los regalos, aplaudió de alegría. –¡Si al menos hubiera un gatito! –dijo. Pero no salió más que una fragante rosa. –¡Oh! ¡Qué linda es! –comentaron todas las señoras de la corte. –Es más que linda –dijo el Emperador–. Es encantadora. La Princesa la tocó y estuvo a punto de llorar. –¡Uf! –exclamó–. ¡No es artificial! ¡Es una rosa natural! EL PORQUERIZO
  • 49. 4848 –¡Uf! –repitió toda la corte–. ¡Es una rosa na­ tural! –Antes de enojarnos, veamos el contenido de la otra arquilla –dijo el Emperador. Y fue así que salió el ruiseñor y cantó tan admirablemente que, en ese momento, nadie supo qué decir en contra. –¡Superbe! ¡Charmant! –dije­ ron las doncellas de honor, que hablaban un francés lamentable. –¡Cómo me recuerda este pájaro pequeño el órgano de nuestra amada Emperatriz, que en paz descanse! –dijo un anciano gentil­ hombre–. ¡Sí, sí! ¡Es el mismo timbre, la misma expresión! –Efectivamente –confirmó el Emperador, llorando como un niño. –Supongo que será un pájaro de verdad –dijo la Princesa. –Sí, es un pájaro de verdad –dijeron los que lo habían traído. –¡Ah! ¿Sí? Pues denle libertad –ordenó la Princesa. Y prohibió al Príncipe que por cualquier pretexto fuese a verla. Pero por eso no se desanimó el Príncipe. Se tiznó la cara, se hundió el sombrero hasta las cejas y llamó a la puerta. –¡Buenos días, Emperador! –saludó–. ¿No me podrían dar algún empleo en el castillo? –Sí –contestó el Emperador–, pero hay tantas peticiones... A ver, déjame pensar... Necesito que alguien cuide de mis cerdos porque tengo muchos. Fue así que al Príncipe se le envió a las pocilgas imperiales. Se le dio un mísero cuartucho al lado de los corrales donde tenía que vivir. Todo el día estuvo trabajando y por la noche ya había acabado una ollita rodeada de campanitas que, al hervir, ento­ naban la antigua canción: ¡Oh, Agustín querido, todo está perdido, perdido, perdido! Lo más prodigioso de aquella obra de arte consistía en que, poniendo un dedo en el vapor de la ollita, podía olerse todo lo que se guisaba en cada cocina de la ciudad. ¡Aquello sí que era diferente de la rosa! No tardó en pasar por allí la Princesa con todas sus doncellas de honor. Al oír la melodía, se detuvo como embelesada, pues
  • 50. 4949 también ella sabía tocar “¡Oh, Agustín querido!” Claro que era lo único que tocaba, y lo hacía con un dedo. –¡Eso es lo que toco yo! –dijo–. ¡Debe de ser un porquerizo muy bien educado! ¡Escúchenme! ¡Entren y pregúntenle cuánto vale su instrumento! Una de las doncellas tuvo que entrar, pero antes se puso unos zuecos. –¿Qué quieres por ese cacharro? –le preguntó. –Diez besos de la Princesa –contestó el porquerizo. –¡Dios nos libre! –exclamó la doncella. –Pues no lo venderé a ningún otro precio –dijo el porquerizo. –Bueno, ¿qué ha dicho? –pre­ guntó una curiosa Princesa. –No se lo puedo decir –dijo la doncella–. Es demasiado ofen­ sivo. –Pues dímelo al oído. –¡Qué grosería! –rechazó la Princesa alejándose. Pero, a los pocos pasos, volvió a oír el sonido de las campanitas, más agradable aún: ¡Oh, Agustín querido, todo está perdido, perdido, perdido! –¡Escuchen! –dijo la Princesa–. Propón diez besos de mis don­ cellas de honor. –¡No, gracias! –rechazó el porquerizo–. Diez besos de la Prin­ cesa o me quedo con la ollita. –¡Qué fastidio! –exclamó la Princesa–. Bueno, ustedes me ro­ dearán de modo que nadie me vea. Y las doncellas de honor la rodearon alzando sus faldas. El porquerizo recibió los diez besos y la Princesa recibió, a cambio, la ollita. Hubo en el castillo gran alegría. Toda la noche y todo el santo día mantenían hirviendo la ollita. Y no hubo en la ciudad ni una cocina de la que ellas no supieran lo que se guisaba, desde la del zapatero hasta la del chambelán. Las damas bailaban de gusto y aplaudían de alegría.
  • 51. 5050 –Sabremos quién toma sopa y come frituras y quién, pure y chuletas. ¡Qué interesante! –¡Interesante! –exclamó la dama del guardarropa. –Bueno, pero no digan a nadie que yo soy la hija del Emperador. –¡Dios nos libre! –exclamaron todas a coro. El porquerizo, esto es, el Príncipe –aunque todos creían que era un verdadero porquerizo –cada día hacia algo y fabricó un instrumento que, al girar, tocaba todos los valses, polcas y ma­ zurcas conocidos desde que el mundo era mundo. –¡Pero que es superbe! –dijo la Princesa al pasar por allí cerca–. Nunca he oído nada tan bonito. ¡Escuchen! Entren a preguntarle cuánto vale ese instrumento. ¡Pero nada de besos! –Quiere por él cien besos de la Princesa –dijo la que había entrado a preguntar. –¡Debe de estar loco! –contestó la Princesa y se alejó. –Hay que proteger el arte –dijo–. ¡Y soy la hija del Emperador! Díganle que le daré diez besos, como la otra vez, y reci­ birá los restantes de mis doncellas de honor. –¡Ah! ¡Eso no nos gusta! –protestaron las doncellas. –¡No sean tontas! –rezongó la Princesa–. Si yo lo beso, también pueden hacerlo ustedes. No olviden que yo las alimento y les pago. Las doncellas de honor no tuvieron más remedio que someterse. –¡Cien besos de la Princesa –dijo él– o nada! –¡Rodéennos! –ordenó ella. Y todas las doncellas de honor la rodearon mientras lo besaba. –¿Qué significa ese grupo al lado de la pocilga? –preguntó el Emperador asomándose a la ventana. Se restregó los ojos y se puso los anteojos. –¡Caramba! Si son las doncellas de honor, que estarán haciendo de las suyas! ¡Tengo que ver! Se sujetó las zapatillas, que llevaba siempre sueltas y pisando la parte de atrás con los talones. ¡Válgame Dios, qué modo de
  • 52. 5151 correr! Al llegar al patio avanzó sin hacer ruido. Las doncellas de honor estaban demasiado ocupadas contando los besos y gozando de aquella travesura para notar la llegada del Emperador. Él, empinándose, pudo ver a los que se besaban y dijo: –¿Qué hacen aquí? Y les dio un zapatillazo en la cabeza en el preciso momento en que el porquerizo recibía el beso número ochenta y seis. –¡Fuera de aquí! –gritó el Emperador, enfurecido. La princesa y el porquerizo fueron expulsados del imperio. La Princesa lloraba y el porquerizo renegaba, mientras los mojaba la lluvia. –¡Ah, qué desgraciada soy! –decía la Princesa–. ¡Si al menos hubiera aceptado casarme con aquel hermoso Príncipe! ¡Ay, des­ venturada de mí! El porquerizo se ocultó detrás de un árbol, se lavó la cara, arrojó sus harapos y se presentó luciendo su vestido principesco, tan hermoso y distinguido que la Princesa no pudo evitar una reverencia. –Vengo a despreciar­ te –dijo él–. No quisiste al príncipe honesto, no supiste apreciar la rosa y el rui­ señor. En cambio, por un pobre juguete besaste al porquerizo. ¡Ahora, pues, quédate sola! Entró en su reino y cerró la puerta en las propias narices de la Princesa. Ella, desde afuera ahora sí, podía cantar verdaderamente: ¡Oh, Agustín querido, todo está perdido, perdido, perdido! ACTIVIDADES 1. Lectura dramatizada en este cuento, previa preparación y ensayo. 2. Resume el cuento en no más de una hoja en tu cuaderno. 3. ¿Te gustó el el final? ¿Por qué?
  • 53. 5252 Había una vez un campesino que cada día iba a cuidar los campos de un rico barón, lejos de su casa. Más allá del valle, se elevaban unas montañas donde en otra época habían vivido bandas de malhechores. Tiempo después, cuando el emperador envió a sus soldados para dar caza a los bandidos y matarlos, esas montañas se convirtieron en unos luga­ res muy tranquilos. Aquí y allá, aparecían ahora armas oxidadas y restos de antiguas batallas. Al arrancar el tronco de un árbol partido en dos por un rayo, el campesino encontró un verdadero tesoro: un saquito lleno de monedas de oro. Sus manos callosas nunca habían acariciado más que algunas miserables monedas de plata. Al ver tanto oro, se asustó tanto que ni siquiera se dio cuenta de que el tiempo pa­ saba. Hasta que la luna no estuvo en lo alto, no decidió volver a su casa con el tesoro. EL ASTUTO CAMPESINO En el camino de regreso, estuvo pensando en los problemas que le traería su inesperada fortuna. Sobre todo, teniendo en cuenta que todo aquello que fuese encontrado, en la superficie o bajo tierra en los campos del barón, le pertenecía a éste. Según la ley, debería entregarle al barón las monedas de oro.
  • 54. 5353 El campesino, a pesar de todo, consideró más justo quedarse con las monedas porque era pobre. Si las entregaba, sólo hu­ biesen servido para aumentar la ya inmensa fortuna del barón. ¿Pero acaso no corría un grave peligro si alguien se enteraba de su descubrimiento? Claro que por él nadie lo sabría. Pero, ¿y por su mujer, que tenía fama de habladora? Ella no mantendría el secreto. Y él acabaría en pri­ sión, seguro. Comen zó a darle vueltas al asunto, hasta que le pareció haber encontrado una solución. Antes de llegar a casa, es­ condió el saquito lleno de monedas en un bosque de pinos. Al día si­ guiente, en lugar de ir a trabajar, fue a la ciudad y compró rosquillas de avena, algunas truchas y una liebre viva. Por la tarde, le dijo a su mujer: –Coge la canasta y vente conmigo. Ayer llovió y el bosque estará lleno de hongos. Debemos ir antes de que otros se los lleven. Con lo golosa que era, su mujer no se lo hizo repetir. Cogió la canasta y siguió a su marido. Habían llegado al interior del bosque cuando el campesino se dirigió a su mujer gritando: –¡Mira! ¡Mira! ¡Hemos encontrado un árbol con rosquillas! – mientras, le mostraba una de las golosinas que había colgado del árbol aquella misma mañana. La mujer se quedó atónita, pero aún más cuando, en lugar de hongos, encontraron truchas entre la hierba y debajo de los árboles. El hombre exclamaba contentísimo: –¡Está visto que hoy es nuestro día de suerte! Mi abuelo solía decir que cada hombre dispone en su vida de un día afortunado, uno solo. Y si se presenta, aquel día podrá encontrar un tesoro.
  • 55. 5454 La mujer –además de habladora, era medio tonta y creía todo lo que decía su marido. Y no dejaba de repetir: –¡Es nuestro día de suerte! Cuando la canasta estuvo llena de truchas, se dirigieron al río. Desde la orilla el hombre le dijo a su mujer: –Ayer eché la red al río y quiero ver si he pescado algo. Después de un rato, gritaba: –¡Ven! ¡Corre! ¡Verás lo que hay en la red! ¡Qué suerte tan extraordinaria! ¡Por fin hoy he pescado una liebre! De vuelta a casa, la mujer hablaba excitada pensando en la suculenta comida que prepararía con la liebre, las truchas y las rosquillas. Entonces, el marido la interrumpió: –Volvamos al bosque. Quizá haya más rosquillas. Llegaron al lugar donde había escondido el saquito con las monedas de oro e hizo como si tropezara con él. –¡Qué raro! ¿Te das cuenta? ¿Un saquito aquí? ¿Qué con­ tendrá? ¡Fíjate, son monedas de oro! ¡Es un bosque encantado! Primero rosquillas en los árboles y truchas en el prado. Luego liebres en el río. Ahora, ¡monedas de oro! La pobre mujer lloraba de alegría y de emoción. Ella, que hablaba mucho, por primera vez no se atrevió a decir nada. Se fueron a casa y, después de cenar, ninguno de los dos consiguió dormir. Turnándose, se levantaban para ir a ver el tesoro que habían escondido en un viejo zapato. Al día siguiente, el campesino, como de costumbre, fue a trabajar, pero antes le dijo a su mujer: –¡No digas nada a nadie lo ocurrido en el bosque!
  • 56. 5555 ACTIVIDADES 1. ¿Cuál era la ocupación del campesi- no? 2. ¿Qué había pasado antes en las mon- tañas y cómo lucía ahora? 3. ¿Qué encontró el campesino al arran- car un tronco y cómo reaccionó? 4. ¿Qué problemas le traería su hallaz- go? ¿Por qué? 5. ¿Cuál era el temor que le provocaba el carácter de su mujer? 6. ¿Dónde escondió el saquito y qué hizo al día siguiente? 7. ¿Qué le dijo el campesino a su mujer Y cada día le hacía la misma advertencia. Pero después de una semana, todo el pueblo hablaba de su tesoro. Fueron entonces llamados a presencia del barón. El campesino, desde que entró, permaneció detrás de su esposa. De los dos, fue ella la que tuvo que contar la historia. Empezó hablando de las rosquillas encon­ tradas en el árbol, después de las truchas en el bosque y de la liebre en el río. Mientras tanto, el marido, que seguía detrás suyo, se tocaba la sien con la punta del índice. El barón, al escuchar algo tan estrafalario, empezó a mirar a la mujer con aire compasivo. –¡Y apuesto a que después han encontrado un tesoro! –¡Sí, su señoría! –exclamó triunfante la mujer. El barón se dirigió en­ tonces al campesino con aire apenado: –¡Por desgracia, también mi mujer...! Ni el barón ni nadie les creyó. De esta for­ ma, el astuto campesino se salvó de la prisión y, durante mucho tiempo, fue gastando sabiamente las monedas sin hacer osten­ taciones. por la tarde? 8. ¿Qué hallazgos dejaron atónita a la mujer? 9. ¿Qué encontraron en el río y qué pensaba la mujer de vuelta a su casa? 10. ¿Por qué quiso volver el campesino al bosque? 11. ¿Qué pasó durante esa noche? 12. ¿Y cómo manejó entonces el astuto campesino la entrevista con el ba- rón?
  • 57. 5656 LOS MÚSICOS DE BREMA Había una vez un asno que durante muchos años había servido a un labrador llevándole los sacos al molino, pero finalmente sus fuerzas se agotaron y apenas podía ya trabajar. Entonces su amo pensó matarlo para aprovechar su piel. Pero el asno, que lo sospechó así, se escapó con ánimo de encaminarse a una cercana ciudad llamada Brema. –Con un poco de suerte –se decía–, podré ser un gran músico. Después de un rato de marcha, se encontró con un perro de caza en el suelo con toda la lengua afuera. –¿Por qué jadeas así, compañero? –le preguntó el burro. –¡Ay!, mi amo ha querido matarme –respondió el perro– porque estoy viejo y débil y en la casa no cumplo como antes. He apro­ vechado un momento de descuido para escaparme. Pero ahora, ¿qué haré para ganarme la comida? –Oye –dijo el asno–, yo voy a Brema, en donde espero co­ locarme como músico de la ciudad. Vente conmigo y tal vez te admitan. Yo tocaré la guitarra y tú puedes tocar el trombón. El anciano perro aceptó y siguieron el camino juntos. Más allá encontraron un gato muy achacoso y muy afligido.
  • 58. 5757 –¿Qué te pasa, bigotes? ¿Por qué estás tan triste? –le pre­ guntaron. –¡No tengo motivos para reír –respondió el gato–. Soy ya viejo. Me gusta descansar junto al fuego y me falta agilidad para cazar ratones. Pero no creo que éste sea motivo suficiente para dejarme matar. Mi amo ha querido ahogarme en el pozo, y por eso me he escapado. ¡Ahora, pobre de mí, no sé a dónde ir, ni cómo ganarme la vida! –Ven con nosotros a Brema. Eres un excelente músico noc­ turno. Tú no te has dado cuenta –le dijeron. El micifuz aceptó la propuesta y siguió con ellos el camino. Los tres vagabundos pasaron frente a un corral en cuyos cercos un gallo se esforzaba por cantar a todo pulmón. –¿Qué te pasa que cantas así? –le preguntó el burro–. Vas a destemplarnos los oídos. ¿No sabes que somos grandes músicos? –Es que –dijo el gallo– mi dueña da mañana un banquete y acabo de oír cómo ordenaba a la cocinera para que me tuerza el pescuezo. Naturalmente, me aprovecho para lanzar mis últimas canciones. –¡No seas tonto, crestas! –dijo el burro–. ¡Vente con no­ sotros a Brema! Puedes recuperar tu voz de juventud y, entre los cuatro, formaremos una orquesta que causará sensación. Yo tocaré la guitarra, este perro viejo tocará el trombón, el gato miau­miau tocará el violín y tú cantarás.
  • 59. 5858 –¿No será maravilloso? –agregó el asno. El gallo aceptó encantado y todos prosiguieron muy ufanos de su suerte. Pero no pudieron llegar a Brema aquel mismo día y les sorprendió la noche en medio del bosque. Rendidos, el asno y el perro se acomodaron al pie de un árbol. El gato subió a las ramas y el gallo voló hasta la cima. Antes de entregarse al sueño, el gallo miró por todas partes y, a lo lejos distinguió una lucecita. Enseguida lo comunicó a sus compañeros, los cuales, comprendiendo que por allí debía haber una casa, resolvieron dirigirse a ella. En verdad, la perspectiva de una noche en despoblado no les agradaba del todo. –Si tenemos suerte –dijo el jumento, que era el jefe–, tal vez podamos cenar. –La verdad es que no me sentaría mal un buen huesito con algo de carne pegada en él –dijo el sabueso. –Comida y ceniza caliente es lo que yo necesito –dijo miau­ miau. En cuanto al gallo, sin decir nada, aunque pensando en unos granos de maíz, echó a andar y todos lo siguieron. Al cabo de un rato de marcha, distinguieron la casita, cuyas habitaciones del piso bajo estaban perfectamente iluminadas. El burro, como el más alto, se aproximó a la ventana y miró hacia adentro por los cristales. –¿Por qué te relames? –le preguntó el gallo.
  • 60. 5959 –¿Por qué? Porque veo una mesa llena de comida y alrededor de ella a una cua­ drilla hartándose. Deben ser ladrones. –¿Quién pudiera te­ ner algo de tan sucu­ lento banquete! –dijo el perro. –Me parece difícil –terció el gato. Entonces se pusieron a deliberar sobre el modo de arreglárselas para arrojar de allí a los bandidos –que lo eran– y acabaron por encontrar un medio que les pareció excelente. Inmediatamente, el burro puso las patas delanteras sobre al alféizar de la ventana, el perro se le subió a la espalda, el gato se encaramó de un salto sobre el perro y el gallo de un vuelo estuvo en la cabeza del gato. A una señal convenida, empezaron a cantar los cuatro a la vez con todas sus fuerzas. El jumento rebuznaba como un condenado y el gallo lanzaba unos cocorocos que a todos enardecía. Después, rompieron los cristales y se arrojaron precipitadamente en la estancia.
  • 61. 6060 Ante un ruido tan formidable los ladrones se asustaron y, creyendo que eran atacados por fantasmas, huyeron al bosque, muertos de miedo. Viéndose solos, se sentaron a la mesa los cuatro amigos y comieron y bebieron como jamás lo habían hecho en su vida. Terminada la cena, que transcurrió en medio de animadísima tertulia, el burro sopló las velas y se fueron a descansar, si­ guiendo cada cual sus inclinaciones y sus gustos. A la media noche, el jefe de los ladrones sacó la cabeza por entre unos matorrales en los que se hallaba escondido. Como no vio luz en la casa y todo le pareció en calma, llamó a sus secuaces y les dijo: –Hemos hecho mal en asustarnos. La cena ha debido en­ friarse. ¡Volvamos para salvar lo que se pueda! Mandó por delante a un espía para que explorase el terreno. El bandido encargado de esta comisión se acercó poco a poco a la puerta de la casa y llegó a tientas hasta la cocina. Al ver brillar los ojos del gato, los tomó por carbones encendidos y acercó a ellos un palito para prender una lámpara. Pero el gato, que no estaba para bromas, creyendo que iban a cogerlo, le saltó a la cara y le arañó con todas sus fuerzas. El bandido, terriblemente asustado, quiso huir. Al pasar cerca de la puerta tropezó con el perro, que le mordió una pierna y, al atravesar el patio, el asno aprovechó la ocasión para propinarle un buen par
  • 62. 6161 de coces que lo hicieron salir rodando más aprisa de lo que deseaba. Con el ruido, se despertó el gallo y soltó un ¡quiquiriquí! poderoso. Medio muerto, el ladrón lle­ gó ante el capitán y le explicó la aventura: –Hay –dijo temblando– un horrible hechicero en la casa que, después de soplarme, me ha arañado toda la cara. Junto a la puerta, un diablo me ha clavado un cuchillo en la pierna. En el patio, un monstruo espantoso me ha soltado una maza terrible en la rodilla. Y en el piso alto, una bruja, sin duda el amo de todos, se ha puesto a gritar: “Traíganmelo aquí...” Entonces he salido corriendo como he podido y aquí estoy casi deshecho. Así, los bandidos no se atrevieron más a acercarse a la casa y los cuatro amigos se apoderaron de ella y ya no fueron a Brema a buscar trabajo como músicos. En la casa trabajaron como pudieron y pasaron tranquilos sus últimos días. ACTIVIDADES 1. ¿Quién había servido a un labrador durante muchos años? ¿Cómo? 2. ¿Por qué su amo pensó en matarlo? ¿Para qué lo haría? 3. El asno se dio cuenta de que querían matarlo. ¿Qué hizó entonces? ¿A qué quería dedicarse? 4. ¿Con quién se encontró? ¿Por qué estaba éste tan cansado y por qué su amo ya no lo quería? 5. ¿Qué propuesta le hizo el asno? ¿Hacia dónde se dirigían? 6. ¿A quién encontraron en el camino? ¿Por qué habían querido ahogarlo? ¿Qué invitación recibió? 7. Cuando pasaron por un corral, ¿a quién vieron? ¿Por qué cantaba con tanto esfuerzo? ¿Qué propuesta le hizo el burro? ¿Aceptó? 8. Ya era de noche y no podían llegar a Brema. ¿Qué observó el gallo? ¿Qué decidieron hacer? 9. Al llegar a la casa, ¿quién se asomó a la ventana? ¿Por qué se relamía? 10. ¿Qué hicieron para botar a los ladro- nes de aquella casa? 11. ¿Qué creyeron los ladrones? 12. Los animales habían logrado ahu- yentar a los ladrones. Inmediatamen- te, ¿qué hicieron? 13. Ya escondidos entre los árboles, ¿qué les dijo el rey de los ladrones? 14. ¿Qué le sucedió al ladrón que regresó a la casa en calidad de espía? 15. Medio muerto el ladrón, ¿qué explica- ción les dio? ¿Erá verdad? ¿Por qué? 16. ¿Qué hicieron aquellos animales con la casa? ¿A qué se dedicaron? 17. ¿Qué piensas de los amos de estos animales?
  • 63. 6262 Hacia un frío horrible, nevaba y anochecía. Eran los últimos días del año, vísperas de año nuevo. En medio de tan crudo frío y de la oscuridad, una pobre niña caminaba por las calles, des­ abrigada y descalza. Había salido de casa con unas zapatillas, pero ¿de qué le servían? Eran grandes y su madre las había agrandado al po­ nérselas. De remate, la pobrecita las perdió al cruzar una calle corriendo para no ser atropellada por los veloces carros. Una había desaparecido y no pudo encontrarla. La otra la recogió un muchacho que escapó diciendo que la guardaría como cuna para cuando tuviese hijos. La niña caminaba con los pies desnudos, helados de frío. Lle­ vaba en un viejo delantal una caja de fósforos y otra en la mano. En todo el día no pudo vender nada, ni nadie le había dado una limosna. Muerta de hambre y entume­ cida, la pobrecita parecía la estampa de la desgracia. Era invierno y gruesos copos de nieve caían sobre su rubia cabellera que, en graciosos rulos, le caía por la espalda. Pero poco pensaba la niña en su hermosura. En todas las ventanas brillaban las luces de la alegría y se sentía el olor a pavo asado. Era Nochebuena, y en esto sí que pensaba. En un rincón formado por dos casas que la protegían de la nieve se sentó, se acurrucó y procuró abrigar sus pies con el calor de su cuerpo. Pero cada vez sentía más frío. No quería volver a casa, segura de recibir una paliza de su padre por no haber vendido una sola caja de fósforos ni llevar una triste moneda. Además, hacía en su casa tanto frío como en la calle, porque por el improvisado techo entraba silbando el viento, a pesar de los trapos y andrajos con que habían tapado las rendijas. LA VENDEDORA DE FÓSFOROS
  • 64. 6363 Tenía las manos heladas de frío. ¡Oh! ¡Quién sabe si encen­ diendo un fósforo reaccionaría! ¡Si se atreviese a sacar aunque sólo fuera uno de la caja, frotarlo en la pared y calentarse los dedos! Y sacó uno. “¡Ris!” ¡Cómo echaba chispas hasta quedar encendido! Daba una llama caliente y brillaba como una candela. Lo notó poniendo encima sus manitas. Era una lumbre encantadora y a la niña le pareció estar sentada ante una chimenea de salón con armazón de bronce y repisa de mármol. ¡Qué buen fuego ardía en el hogar y cómo desentumecía sus miembros! Pero, ¿qué era aquello? Cuando la niña alargó los pies para calentarlos, se apagó la luz y se desvaneció la chimenea. No quedó más que un palito de fósforo usado en su mano. Luego frotó otro en la pared. Se en­ cendió y brilló una luz que se proyectó en el muro. El muro se volvió transparente y se podía ver el inte­ rior de la casa. Una mesa con blanquísimo mantel estaba llena de vajilla de porce­ lana de la China y se sentía un rico olor a pavo asado, relleno de manzanas y ciruelas. Lo que más le gustó a la pobrecita fue el pavo que, con un tenedor y un cuchillo clavados en la pechuga, dio un salto y, atravesando la sala, voló hacia ella. Pero en aquel preciso instante se apagó el fósforo y sólo pudo ver ya la fría y dura pared. Encendió otro y vio que estaba sentada bajo un árbol de Navidad, mucho más grande y bonito que los que viera en los escaparates de las tiendas. Las verdes ramas brillaban con miles de luces que alumbraban preciosas muñecas que la miraban son­ riendo. La niña les tendió las manitas y... el fósforo se apagó. Pero las luces del árbol de Navidad se elevaron muy alto, hasta confundirse con las estrellas del firmamento. Una de ellas cayó dejando una estela de luz.
  • 65. 6464 ACTIVIDADES 1. ¿Cómo aparece la protagonista al empezar el relato? 2. ¿Cuál fue la historia de las zapatillas? 3. ¿A qué se dedicaba la niña y cómo le había ido ese día? 4. ¿Cómo se abrigaba y por qué no quería volver a su casa? 5. ¿Qué se logró con el primer fósforo? 6. ¿Qué pasó al encender el segundo palo de fósforo? 7. ¿Qué fue lo que más le gusto a la niña? 8. ¿Qué significan la estrella que cae y la abuelita? 9. ¿Cómo termina la historia? 10. ¿Te gustó el final? ¿Por qué? –Alguien se muere –pensó la niña, porque su abuela, la única persona que amó y que había muerto, le dijo un día que, cuando una estrella cae, un alma sube al cielo. Frotó otro fósforo en la pared y se encendió en seguida. Y, en el resplandor de la luz, vio a su abuela, luminosa, radiante, buena y amable. –¡Abuelita! –exclamó–. ¡Oh! ¡Llévame contigo! Sé que cuan­ do se me acabe esta luz te desvanecerás como el fuego de la chimenea, como el rico pavo asado y como el magnífico árbol de Navidad. Y se apresuró a encender todos los fósforos para que no desa­pareciese su abuela. Y los palitos ardían tanto que alum­ braban más que el sol. Su abuela, más hermosa y más grande que antes, la tomó en sus brazos y se la llevó volando, por un camino de gloriosos resplandores, a las alturas celestes, donde no hacía frío, donde no se pasaba hambre, donde no se sufrían penas, porque era la casa de Dios. En la helada madrugada encontraron a la niña sentada todavía en el rincón de la calle. Tenía las mejillas amoratadas y los labios entreabiertos en una sonrisa: había muerto de frío durante la Nochebuena. El sol de Navidad se apresuró a amortajarla con sus primeros rayos. La niña estaba rígida. Guardaba aún en su delantal el paquete de fósforos, del cual había quemado una caja entera. –Debe de haber intentado calentarse –dijo alguien. Pero nadie adivinaba las preciosidades que había visto ni la gloria a la que la había llevado su abuela a gozar en la Navidad. Hans Christian Ándersen