1. Organizador: la Exploración
El niño utiliza su motricidad de sólo para moverse, para desplazarse o para tomar los
objetos, sino, fundamentalmente para “ser” y para “aprender a pensar”.
El contacto, la exploración y la experimentación del entorno humano y de los objetos, le
permiten en cada momento, a su nivel, vivenciar, conocer y apropiarse progresivamente del
entorno, es decir, organizar “voluntariamente” su motricidad para acceder a él.
El motor de este proceso espiralado, que va desde la vivencia al conocimiento, es la
necesidad de adaptación activa al medio, inherente a todo ser vivo. La fuerza de ese motor el
impulso cognoscente, la curiosidad, que lo lleva al descubrimiento, con la intención no sólo de
conocer sino sobre todo de comprender el mundo.
La primera necesidad es justamente la adaptación al medio. Todo organismo que no se
adapta, sufre, se enferma o sucumbe. La adaptación implica dos procesos que se retroalimenta
permanentemente: la acomodación y la asimilación.
Todos los niños poseen, como parte de su estructura genética y vital, este impulso para
conocer y pensar, mientras los adultos no se lo aniquilemos por abandono o sobreexigencia.
La motivación, la causa de la exploración, es, entonces, interna, intrasubjetiva. Pero los
objetos de satisfacción de la necesidad y de experimentación están, inicialmente, en el medio
externo.
El niño en buena salud y seguridad afectiva, está abierto al mundo, tiene
necesidad, motivación e impulso para conocer. Va experimentando, en un proceso sincrónico, su
propio estilo, sus maneras, sus competencias, sus ritmos, sus tiempos, para relacionarse con los
objetos y las personas, desarrollando sus aptitudes, cognitivas y sabiendo quién es él, cuál es su
propio lugar y cuál es el lugar del otro en el proceso de descubrir, conocer, reconocer, comprender
y crear.