1. Castigo y reprimenda
Efrén Martín, gerente de FV
y profesor de Deusto Business School
Un policía de tráfico sorprendió a un conductor en
una maniobra punible. Llevado por su celo
profesional, emitió una elevada multa. Para que
quedase más clara la falta cometida, e intentando
escarmentarle, el agente empezó a recriminar al
infractor.
Al principio el conductor aguantó el chaparrón,
pero viendo que la cosa iba a más y la multa no
tenía visos de ir a menos, el ciudadano sorprendió
al riguroso defensor de la ley con esta afirmación:
- “Un momento, agente: ¡o bronca o multa! Pero las
dos… ¡NO!”
Ante un mal comportamiento, preguntémonos:
¿castigar o no?, ¿reprender o no?, ¿ambos a
la vez? y ¿cómo evitar –igual que en las
acciones que merecen premio o elogio- que
una excesiva estimulación extrínseca anule la
imprescindible reflexión intrínseca?
Con sus hijos, las clases sociales bajas
suelen usar más el dolor físico (paliza) y las
altas crear dolor moral (desaprobación verbal).
La fuerza de este método fue sarcásticamente
descrita por Woody Allen: “Es bueno sentirse
culpable. Yo siempre me siento culpable y
nunca he hecho nada malo”. Reprender
suele ser más efectivo que castigar, siempre
que no lo convirtamos en ofensa. Es
imprescindible el respeto, o empeorará su
comportamiento… y el nuestro.
El castigo es necesario muchas veces, pero
sin respeto es crueldad y sin ingenio no
produce el efecto disuasorio; porque el ser
humano es un experto en fugas, evitando las
consecuencias de sus actos. Al fin y al cabo
todas las normas establecidas suelen ser
saltadas por los mismos que las promulgan, lo
que el resto utiliza como justificación. Castigar
requiere actuar como la estufa caliente:
Advierte: Todos han de saber lo que, sin
asomo de duda, no se debe ni tocar.
Imparcial: Quema a todos por igual.
Nº 70 Noviembre 2012
www.fvmartin.net
Proporcional: Quema más a quien más toca.
Inmediata: Conducta y consecuencia han
de seguirse con rapidez.
Neutral: Ni grita, ni chilla, ni disfruta al crear
dolor (mejor sería, incluso, lamentarlo).
La reprimenda supone mucha puntería en
el uso del lenguaje: se ataca a la tarea o a la
conducta, no a la persona. Pero, generalmente,
lo hacemos al revés: disgustamos a las
personas sin ayudarles a corregir su conducta.
Si acaban pensando en nuestro mal
comportamiento hacia ellas y no en el suyo,
habremos errado el tiro.
Lo peor es que cuando observamos que
nada –por mal hecho- funciona, recurrimos a
más de lo mismo. Un mando intermedio de
una empresa industrial nos relataba el imperio
del miedo décadas atrás: “No podías mirarle
al encargado a los ojos. ¡Te suspendían de
empleo y sueldo dos días!”. Humillando a las
personas inhibimos lo mejor de ellas.
El abuso de una estrategia conduce a lo
contrario de lo que se pretende y la solución se
convierte en problema. Por no castigar o
reprender a los niños, bien y a tiempo,
terminamos cayendo con los adultos en lo
abyecto: agredir e insultar a un tiempo. Castiga
y reprende, pero hazlo bien:
Que no piensen que les maltrataste.
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