La naturaleza comienza a conmoverse por la muerte de Dios. Llegada la hora sexta hasta la hora nona, es decir desde las doce del día hasta las tres de la tarde, una sombra cada vez más espesa va cubriendo la tierra cuando se aproxima el instante decisivo de la historia.
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4. dios mío, dios mío...
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2. La naturaleza comienza a conmoverse por la muerte de Dios. Llegada la hora
sexta hasta la hora nona, es decir desde las doce del día hasta las tres de la
tarde, una sombra cada vez más espesa va cubriendo la tierra cuando se
aproxima el instante decisivo de la historia. Casi no ve cada uno a su vecino,
como en la plaga de Egipto. Comienza a cundir el terror, y a penetrar los
corazones un convicción, que expresará el centurión: “El hombre justo
padece y muere” (Lc 23, 45-48; Mt 27, 45). Un extraño fulgor parece brotar
de la cruz de Jesús, y hace ver el suceso a los que están junto a ella. A la hora
nona gritó Jesús con fuerte voz: “¡Elí, Elí! ¡lemá sabactaní? Que quiere
decir “Dios mí, Dios mío! ¿Por qué? Me has abandonado. Al oír esto
algunos de los presente dijeron: “Mira llama a Elías”.
Las tinieblas que cayeron sobre la tierra es el fenómeno con el que Dios Padre
manifiesta su condena y reprobación al crimen más grande de la historia: el
que habían cometido los judíos al crucificar a su Hijo.
3. A Jesús le dolía la vida rota y la muerte que le rondaba como hombre, le dolían
fuertemente los clavos en sus manos y en sus pies, le dolía la espalda rasgada
por los latigazos. Le dolían los pinchazos de los espinos en su cabeza. Le dolían
las heridas en sus rodillas y en la cara al caer bajo el madero de la cruz cuando
subía hacia el Gólgota. A Jesús le dolía la soledad, el abandono, la burla, el
fracaso aparente, la condena, el rechazo de su pueblo. Y grita en medio de las
tinieblas y la soledad llamando al Dios de su vida. Jesús no se queda con su
dolor, lo hace oración. Jesús ora en su situación límite, ora la vida hundida,
sepultada, derrotada. No se queda con nada, todo lo pone en las manos del
Padre.
Su grito de angustia es en la noche, en la fe desnuda y
dolorosa. Le dice al Padre amado: “Dios mío, Dios mío
¡Por qué me has abandonado”. Grito de angustia que
está contenido en el Salmo 22 (21), Jesús lo repite con las
palabras del salmista y muy probable que continuará en su
interior recitando el Salmo.
4. Algunos de los que estaban presentes, equivocaron la palabra Elí, Elí por Elías,
el famoso profeta del Antiguo Testamento, y creyeron que Jesús estaba
llamando a Elías en su auxilio. Había una tradición por la cual muchos judíos
creían que Elías había de volver para preparar el camino al futuro Mesías.
Probablemente con cierta sonrisa e ironía decían: “A ver si viene Elías a
descolgarlo”.
Le dice que su voz no le llega al Padre “a pesar de sus gritos”. Le dice que de
día y de noche le grita, pero “no le responde, no le hace caso”. Grita y se siente
“vergüenza de la gente, desprecio del pueblo”. Grita y siente que se “burlan de
él”. Grita y siente que se ríen a su propia cara. Grita “con los huesos
descoyuntados”, “apretado contra el polvo de la tierra”. Jesús ora su vida en
cruz. Es el Sumo Sacerdote celebrante de su única Eucaristía. Jesús
ora su dolor.
5. Jesús pone en las manos del Padre
su límite, su humanidad, su
debilidad, su camino sin salida y
confía en el Padre. Y se entrega a su
poder. Y se abre a su misericordia.
Jesús en fe pura, suplica, adora,
ama, alaba, agradece, confía y canta.
La oración le ha dado respuesta a su dolor. Y su corazón ahora goza en la
paz interior. Es en él, el grito de todos los hombres escuchado por el Padre.
Desde ese grito de Jesús cuando en la historia el Padre oye un grito de uno
de sus hijos, lo oye unido al del Hijo Amado, Jesús. Y acude con ternura a
acogerlo en sus brazos.
6. Este abismo de dolor lo sufre Cristo por mí, para redimirme del pecado y
convencerme que me ama hasta el extremo, hasta dar la vida.
NO HAY MEDIDA PARA ESTE AMOR.
CORRESPONDÁMOSLE.
Las palabras de Cristo encierran un profundo misterio que nos revela hasta
donde llegó en el abismo de sus sufrimientos.
Jesucristo se siente identificado con los pecados de los hombres, y se siente
responsable ante su Padre de tanta maldad.
Pablo nos dirá: “A quién no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros,
para que viniésemos a ser justicia de Dios en él” (2 Cor, 5, 21).
A los inmensos tormentos físicos de Cristo se añade el tormento moral de
sentirse “pecado” ante su Padre Dios; a él, que era el Santo de los Santos, el
Inmaculado, el que nunca conoció el pecado.
7. Para poder conocer el verdadero sentido de su grito de angustia veamos el
Salmo 22. No hay otro salmo que se refiera al Mesías de manera tan directa y
profunda como éste. El salmista, con visión profética, nos narra con precisión
absoluta los tormentos que sufre el Mesías, nos describe los sentimientos que
siente el corazón del Mesías durante estas horas de sufrimiento. El salmo es una
plegaria que pone de manifiesto los sufrimientos del Mesías y la angustia de su
alma, aflora en él una casi protesta hecha con amor filial y al final se convierte en
una plegaria de confianza en el Padre.
Jesús sabía que muchos de nosotros tendríamos que pasar por momentos
semejantes en los cuales como que parece que Dios se haya alejado, que nos
haya abandonado, y quiso enseñarnos a rezar también en esas situaciones
tremendas. Él quería descender hasta las últimas profundidades de la situación
humana, para que no hubiera sitio de dolor al que tengamos que ir nosotros, en
el cual Jesús no haya estado antes.
8. El vencedor es el que se niega a creer que Dios lo ha abandonado
definitivamente. Jesús no terminó su vida con este grito de dolor Él exclamó
luego con voz poderosa “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”, porque
su fe en el Padre era mucho más grande que las apariencias de abandono en las
que lo había dejado. Él quería decirles a los hombres que, aunque hasta el
último momento parezca que la derrota nos persigue, si nos aferramos a Dios
tenemos el triunfo asegurado, aunque todos los apoyos humanos hayan
desaparecido.
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10. Salmo 22 (21)
Versículos del 1 al 23
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
¡lejos de mi salvación la voz de mis rugidos!
Dios mío, de día clamo, y no me respondes,
también de noche, no hay silencio para mí.
¡Más tú eres el Santo,
que moras en las laudes de Israel!
En ti esperaron nuestros padres,
esperaron y tú los liberaste;
a ti clamaron y salieron salvos,
en ti esperaron y nunca quedaron confundidos.
11. Y yo gusano, que no hombre,
vergüenza del vulgo, asco del pueblo,
todos los que me ven, de mí se mofan,
tuercen los labios, menean la cabeza:
“Se confió a Dios, ¡pues que él le libre,
que le salve, puesto que le ama!”
Sí, tú del vientre me sacaste,
me diste confianza en los pechos de mi madre;
a ti fui entregado cuando salí del seno,
desde el vientre de mi madre eres tú mi Dios.
No andes lejos de mí, que la angustia está cerca,
no hay para mí socorro!
12. Novillos innumerables me rodean,
acósanme los toros de Bazán;
Ávidos abren contra mí sus fauces,
leones que desgarran y rugen
Como al agua me derramo,
todos mis huesos se dislocan,
mi corazón se vuelve como cera,
se me derrite entre mis entrañas.
Está seco mi paladar como una teja
y mi lengua pegada a mí garganta;
tu me sumes en el polvo de la muerte.
Perros innumerables me rodean,
una banda de malvados me acorrala
como para prender mis manos y mis pies.
13. Puedo contar todos mis huesos;
ellos me observan y me miran,
repártense entre sí mis vestiduras
y se sortean mi túnica.
¡Más tú, Señor, no estés lejos,
corre en mi ayuda, oh fuerza mía,
libra mi alma de la espada,
no dejes que me maten esos perros;
sálvame de las fauces del león,
y mi pobre ser de los cuernos de los búfalos!
Anunciaré tu nombre a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré!...