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C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 121
B. EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN, c. 7
Una cosa es saber que por medio de nuestra identificación con Cristo “hemos muerto al pecado” —
la naturaleza pecaminosa (6:2), y de verdad considerarnos “muertos para el pecado, pero vivos para Dios
en Cristo Jesús” (6:11), pero es otra cosa saber cómo tener la victoria sobre nuestra naturaleza
pecaminosa que todavía poseemos y cómo combatir sus intentos por controlar nuestros pensamientos y
acciones.
Pablo sabía que los judíos, miembros de la iglesia en Roma, tendrían una respuesta a esta lucha: la
Ley. ¿Qué mejor manera habría para lograr una vida santificada, eso es, una vida libre de pecado, que no
responda a los dictados de la naturaleza pecaminosa? Sabiendo que ellos pensarían así, Pablo escribió el
capítulo siete para darles una correcta comprensión del papel de la Ley en la santificación del creyente.
1. Todos los creyentes han muerto juntamente con Cristo a la Ley, y ahora están “casados” con
Él, vv. 1-6
Los creyentes judíos de Roma amaban la Ley, y ahora que habían creído en el Señor Jesús
probablemente pensaban que tendrían que guardar la Ley para tener vidas santificadas, vivir “separados”
de todo pecado, y así agradar a Dios. Sin embargo, Pablo sabía que si estos creyentes judíos continuaban
tratando de santificarse y agradar a Dios por medio de la obediencia a la Ley, seguramente iban a fracasar.
La Ley demanda una obediencia perfecta, pero no ayuda a la persona en manera alguna a hacer la
voluntad de Dios. Por lo tanto, Pablo escribió esta parte de su carta para que todo creyente sepa que no
debe depender de la Ley para santificarse y agradar así a Dios. Pablo
nos explica en esta carta que, por medio de nuestra identificación con
Cristo en Su muerte como nuestro Representante, todos los que hemos
creído morimos juntamente con Él a la Ley, y ahora estamos bajo la
autoridad del Señor Jesús.
vv. 1-3 Pablo se dirige a los creyentes judíos porque ellos comprendían la
Ley, y sabían que ella rige sobre la persona durante toda su vida. Por medio del
ejemplo del matrimonio Pablo ilustró la relación que el judío tenía con la Ley.
Mientras que su esposo vive, la mujer casada está bajo su autoridad y no tiene
libertad para casarse con otro. Pero, si el esposo muere, ella puede casarse con otro
hombre sin pecar. De igual manera era únicamente por la muerte que los judíos
podían escapar de las demandas de la Ley.
¿Por qué es tan importante que los creyentes sean librados de la autoridad de
la Ley? Porque la Ley demanda una obediencia perfecta, pero ninguno tiene la
fuerza para hacer lo que la Ley demanda y, además, la Ley nunca ha ayudado a
alguna persona a obedecerla.
Por ejemplo, hubo un hombre que insistía en que su esposa fuera perfecta en todo lo que hacía. Sus
comidas siempre tenían que estar listas a la hora precisa, y tenían que estar preparadas y sazonadas
perfectamente. La casa tenía que estar aseada e impecablemente ordenada a toda hora. Su ropa tenía que
estar limpia, planchada y lista para cuando él la necesitara. Ella tenía que tener el control completo de los
niños para que no le molestaran cuando él quería tomar su siesta. El esposo demandaba todas estas cosas
de su esposa, pero nunca levantaba ni un dedo para ayudarla, no importa cuán cansada estuviera, y cuando
ella no hacía todo como él quería, la condenaba. A pesar de todos los esfuerzos de la esposa por
agradarle, nunca podía vivir de acuerdo a sus exigencias. No siendo perfecta a menudo fallaba, olvidaba
las cosas y se agotaba mucho.
Esta mujer tenía una vecina, cuyo esposo era muy distinto al suyo. También era exigente y
demandaba perfección, pero a la vez era bondadoso y considerado. Siempre estaba ayudando a su esposa
El c. 7 muestra que ningún creyente
puede santificarse y agradar a
Dios por medio de la Ley.
122 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
con sus quehaceres, y nunca la dejaba esforzarse sin brindarle ayuda como hacía el esposo de la primera
mujer. Muchas veces ésta, cuyo esposo no le ayudaba, veía al esposo de su vecina allí al lado de ella
ayudándola, y anhelaba tener un esposo como ése, tan amable, bondadoso y considerado. Pero eso era
imposible, porque ya estaba casada, y ella sabía que únicamente por medio de su muerte o la muerte de su
esposo, podría ser librada de esa relación. (McIlwain, adaptado).
v. 4 Así es con todos los que están bajo la autoridad de la Ley. Los judíos gemían bajo su yugo,
porque no podían guardarla perfectamente (Hch. 15:10b
):
“…un yugo que ni nuestros padres (antepasados) ni nosotros hemos podido llevar.”
Como la mujer del ejemplo, frecuentemente olvidaban lo que Dios había dicho, y siempre estaban
fallando. A pesar de todo su esfuerzo, no podían hacer lo que Dios demanda mientras que estaban bajo la
dirección y control de la Ley. Había una sola manera a través de la cual pecadores podían ser santificados
y agradar a Dios. Tenían que “morir” al control de la Ley y “casarse” con otro Hombre, el Señor
Jesucristo. Él es el Único que puede ayudar y capacitar a personas pecadoras para que agraden a Dios.
Entonces, ¿qué hizo Dios para que los creyentes pudieran “morir” a la Ley y
estar “casados” con Cristo, el Hombre bondadoso y considerado? Dios envió al
Señor Jesucristo, y como el Representante de todos los que creen en Él, obedeció la
Ley perfectamente, y luego tomó el justo castigo que la Ley demandaba de todo
aquel que la desobedeciera. Murió a la Ley para que todo judío que creyera no
tuviera que seguir tratando de agradar a Dios por medio de ella.
Pero el Señor Jesús no tomó únicamente el lugar del
creyente judío, muriendo a la Ley por él, sino también por
nosotros los creyentes gentiles que nunca estábamos
“casados” con la Ley. Siendo que Cristo murió a la Ley a
favor nuestro, como nuestro Representante, nosotros
también hemos muerto a la Ley. Además, resucitó y
nosotros resucitamos juntamente con Él a una vida
completamente nueva.
Por eso no debemos pensar que podemos llevar una vida cristiana santa,
exitosa y victoriosa por medio de la Ley. La Ley no nos puede ayudar, y no
debemos depender de ella sino de Cristo con quien estamos “casados”. Es nuestro
deber depender de Él para que podamos obedecer a Dios. La Ley demandaba una obediencia perfecta,
pero no daba ninguna ayuda, sin embargo, el Señor Jesús vive en nosotros por Su Espíritu Santo y nos
capacita para llevar fruto para Dios (Ro. 6:22):
“Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de
Dios, tienen por su fruto la santificación, y como resultado la vida
eterna.”
(Gá. 5:22-23): “Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio
propio; contra tales cosas no hay ley.”
(Fil. 1:11): “… llenos del fruto de justicia que es por medio de
Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios.”
Únicamente una persona espiritualmente viva, regenerada por el Espíritu de
Dios, puede llevar fruto espiritual, esto es, los frutos de una vida santa, “separada”
de pecado, que obedece la voluntad divina, y así agrada y glorifica a Dios (v. 5):
El Señor Jesucristo
murió a la Ley por
todos los que creen.
C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 123
“Porque mientras estábamos en la carne, [antes de ser salvos, todavía unidos a Adán] las
pasiones pecaminosas despertadas por la Ley, actuaban en los miembros de nuestro cuerpo a
fin de llevar fruto para muerte”.
La Ley sólo servía para poner énfasis en el pecado, y en realidad incitaba al hombre a pecar porque
él se rebela en contra de sus ordenanzas. Siendo que las personas no pueden guardarla perfectamente, no
puede producir los frutos de justicia que Dios quiere. Lo único que produce es ira, “pues por medio de la
ley viene el conocimiento del pecado” (Ro. 3:20; 4:15):
“porque la Ley produce ira, pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión.”
El fruto de las vidas de todas las personas, judías y gentiles, encadenadas por la naturaleza
pecaminosa, es la muerte (Ro. 6:21, 23, NVI):
“¿Qué fruto cosechaban entonces? ¡Cosas que ahora los avergüenzan y que conducen a la
muerte!… Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida
eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.”
(v. 6, DHH): “Pero ahora hemos muerto a la ley que nos tenía bajo su poder, quedando así
libres para servir a Dios en la nueva vida del Espíritu y no bajo una ley ya anticuada”.
El estar bajo la gracia y no bajo la Ley no quiere decir que ahora podemos hacer lo que nos dé la
gana. Fuimos librados de la Ley para que podamos servir a Dios “en la novedad del Espíritu y no en el
arcaísmo de la letra”. ¿Qué es “la novedad del Espíritu”? Es algo nuevo, muy distinto al régimen de la
Ley. Bajo la Ley, el pueblo de Dios no recibía ayuda alguna para guardarla. Los mandamientos de Dios
fueron escritos en tablas de piedra y leídos al pueblo. Pero bajo el Nuevo Pacto de la gracia la Palabra de
Dios ha sido escrita en nuestros corazones (He. 8:8-10):
“Porque reprochándolos, Él dice:
‘MIRAD QUE VIENEN DÍAS’, DICE EL SEÑOR,
‘EN QUE ESTABLECERÉ UN NUEVO PACTO
CON LA CASA DE ISRAEL Y CON LA CASA DE JUDÁ;
NO COMO EL PACTO QUE HICE CON SUS PADRES
EL DÍA QUE LOS TOMÉ DE LA MANO
PARA SACARLOS DE LA TIERRA DE EGIPTO;
PORQUE NO PERMANECIERON EN MI PACTO,
Y YO ME DESENTENDÍ DE ELLOS’, DICE EL SEÑOR.
‘PORQUE ESTE ES EL PACTO QUE YO HARÉ CON LA CASA DE ISRAEL
DESPUÉS DE AQUELLOS DÍAS’, DICE EL SEÑOR:
‘PONDRÉ MIS LEYES EN LA MENTE DE ELLOS,
Y LAS ESCRIBIRÉ SOBRE SUS CORAZONES.
YO SERÉ SU DIOS,
Y ELLOS SERÁN MI PUEBLO.’ ” Jer. 31:31-33
Pablo expresó la misma verdad a los corintios en la siguiente forma (2 Co. 3:3 NVI):
“Es evidente que ustedes son una carta de Cristo, expedida por nosotros, escrita no con tinta
sino con el Espíritu del Dios viviente; no en tablas de piedra sino en tablas de carne, en los
corazones.”
La Ley no puede producir en el ser humano el deseo ni la capacidad para obedecer sus mandatos, pero hemos recibido el
Espíritu Santo de Dios el cual nos recuerda las palabras de Jesús y nos capacita para llevar fruto que le glorifique.
124 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
2. El testimonio personal de Pablo sobre la incapacidad de la Ley para santificar al creyente, vv.
7-25
Los sentimientos de los judíos y sus celos por la Ley no eran algo nuevo para Pablo. Él también era
“hebreo de hebreos” (Fil. 3:5), y había tenido los mismos conflictos que ellos tenían con la Ley. Por eso
deja el tema de la capacitación por el Espíritu que introdujo en el v. 6 para relatar en el resto del capítulo
su propia experiencia y lucha como creyente para santificarse y, cómo al final pudo reconocer su propia
inhabilidad para hacerlo y la incapacidad de la Ley para ayudarle.
a. La Ley no nos puede santificar porque su propósito es sólo revelar el pecado por lo que es, vv.
7-13
i. La Ley revela el pecado, v. 7
v. 7 Pablo anticipaba las objeciones de los creyentes judíos en la iglesia romana y podía
imaginárselos diciéndole: “¿Vamos a decir por esto que la ley es pecado?” (DHH), o en otras palabras:
“Si lo único que puede hacer la Ley es despertar mis pasiones pecaminosas e incitarme a pecar, y si
solamente produce ira y muerte, ¿será que la Ley misma es pecaminosa?” En manera típica Pablo
respondió: “¡De ningún modo!” (v. 7b
, NVI):
“Sin embargo, si no fuera por la ley, no me habría dado cuenta de lo que es el pecado. Por
ejemplo, nunca habría sabido yo lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: «No
codicies.»”
Saulo de Tarso, Pablo antes de su conversión, no se consideraba pecador porque, igual que los
demás fariseos, no se preocupaba por los pecados intangibles del corazón, como la codicia, siendo su
enfoque únicamente en lo externo, en los actos visibles del pecado. Creía que el hecho externo de hacer o
de no hacer era suficiente para ser justo según la Ley, y por eso podía decir que antes de creer en Jesús era
“en cuanto a la justicia [legalista] de la ley, hallado irreprensible” (Fil. 3:6). Nunca pensaba que la
condición de su corazón fuera de suprema importancia. Precisamente por esto, el Señor Jesús reveló el
error de los fariseos demostrando que los actos de pecado vienen de un corazón corrompido y pecaminoso
(Mr. 7:6-7, 20-23, NVI):
“Él les contestó: ‘Tenía razón Isaías cuando profetizó acerca de ustedes, hipócritas, según
está escrito:
“Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí.
En vano me adoran;
sus enseñanzas no son más que reglas humanas…” ’
“ ‘Luego añadió: ‘Lo que sale de la persona es lo que la contamina. Porque de adentro, del
corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los
homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la
calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la
persona.’ ”
(Mt. 5:27-28, NVI): “Ustedes han oído que se dijo: ‘No cometas adulterio.’ Pero yo les digo
que cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el
corazón.”
Cuando Pablo creyó en el Señor Jesucristo reconoció que sólo había cumplido la Ley externamente,
que no se había fijado en la condición de su corazón ni en los pecados que se encontraban allí, y quería
cumplir la Ley desde su corazón. Por primera vez trataba de guardar también el décimo mandamiento que
dice: “No codiciarás...” Este mandamiento “..difiere de los otros nueve en el sentido que éste condena
C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 125
una actitud interna, no una acción externa. La codicia conduce a quebrantar los demás mandamientos. Es
un pecado insidioso que la mayoría de la gente no reconoce en sus propias vidas, pero la ley de Dios lo
revela” (Wiersbe). El pecado de codiciar, el desear tener algo prohibido, fue lo que derrotó a nuestros
padres en el huerto del Edén (Gn. 3:6):
“Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que
era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para
alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió. También dio a su
marido que estaba con ella, y él comió.”
El recién convertido Pablo rápidamente se dio cuenta de que era
codicioso y, por ende, todavía pecador.
ii. La Ley despierta a la naturaleza pecaminosa, vv. 8-9
v. 8: “Pero el pecado, aprovechándose del mandamiento, produjo en mí toda clase de
codicia”.
La naturaleza pecaminosa estaba esperando su oportunidad, y cuando
Pablo se fijó en su deber de no codiciar, ella se aprovechó del mandamiento”,
haciéndole codiciar un sinfín de cosas. La palabra “aprovechándose” usada
en este versículo es un término militar que se refiere a una base militar de
asalto. La naturaleza pecaminosa usa la Ley como su base de asalto para
incitar al creyente a pecar.
Un día caminábamos en el Castillo Windsor en Inglaterra con unos
amigos misioneros que trabajan en Nueva Guinea. Notamos que en toda la
grama tenían avisos que decían: “No pise la grama. Gracias”. Nuestra hija
Joanne de 10 años de repente me gritó: “¡Papá, mírame!” Volteé para mirar y
ví a Joanne brincando en la grama. El mandamiento de no pisar la grama
había provocado en ella el deseo de no sólo pisar la grama, sino brincar en
ella.
Un amigo pintor me dijo que siempre colocaba avisos que decían
“pintura seca” cuando acababa de pintar algo porque si decía “pintura fresca”
era seguro que todos la tocarían. El mandamiento incita a la persona a
quebrantarlo.
“Pues mientras no hay ley, el pecado es cosa muerta” (DHH). “el
poder del pecado es la Ley” (1 Co. 15:56). Sin la Ley la naturaleza
pecaminosa carece de su “base de asalto”. Está inactiva, como si fuera
muerta, pero la Ley la despertará “como el imán atrae el acero” (Wiersbe).
v. 9 El término “sin la Ley” es la misma expresión usada en Ro. 3:21: “aparte de la Ley”. Allí
vimos que quiere decir “absolutamente aparte” en la misma manera que el Señor Jesús era “sin pecado”
(He. 4:15), o absolutamente aparte de él.
¿Cuándo vivía Pablo “sin la Ley” y absolutamente aparte de ella? Algunos comentaristas dicen que
esto se refiere al tiempo de la niñez de Saulo antes de estudiar la Ley. No lo creo, porque desde su
nacimiento Pablo fue criado conforme a la más estricta observancia de la Ley (Fil. 3:5):
“…circuncidado a los ocho días de nacer, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín,
Hebreo de Hebreos; en cuanto a la ley, Fariseo;”
Después de creer en el Señor
Jesús, Pablo trató de guardar la
Ley desde dentro de su corazón,
pero aprendió que la Ley no
revela el bien que está en el
corazón sino el mal, y lo condena.
126 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
(Hch. 22:3): “Yo soy Judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, educado
bajo Gamaliel en estricta conformidad a la ley de nuestros padres, siendo tan celoso de Dios
como todos ustedes lo son hoy.”
En su niñez no vivía absolutamente aparte de la Ley.
Otros dicen que se refiere al tiempo antes de llegar bajo la convicción del Espíritu Santo, no
obstante, antes de ser salvo Pablo sólo pensaba en la Ley como una lista de reglas, y estaba convencido de
que la guardaba perfectamente.
Después de su conversión Pablo estaba inundado de gozo. Sabía que sus pecados habían sido
perdonados. Tenía paz con Dios. Se sentía libre de la condenación de la Ley. Estaba tan emocionado con
su nueva vida en Cristo que ni pensaba en la Ley o en la necesidad de obedecerla. Era en ese entonces
que vivía sin o absolutamente aparte de la Ley.
Pablo estaba tan emocionado y agradecido a Dios que quería demostrar su gratitud de alguna
manera. ¿Qué manera mejor hay que cumplir la voluntad de Dios guardando Su santa Ley? Es preciso
recordar que el pueblo judío iba a ser bendecido por guardar la Ley (Dt. 28:1-2):
“Y sucederá que si obedeces diligentemente al SEÑOR tu Dios, cuidando de cumplir todos sus
mandamientos que yo te mando hoy, el SEÑOR tu Dios te pondrá en alto sobre todas las
naciones de la tierra. Y todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán, si obedeces
al SEÑOR tu Dios:”
Por eso Pablo esperaba alcanzar una vida de bendición por medio de la Ley, no guardando la letra de
la Ley con los hechos externos como hacía antes de ser salvo, sino guardándola en el espíritu de la Ley
desde su corazón. Quería santificarse para Dios por medio de la Ley, viviendo libre de pecado.
¿Qué piensan que pasó cuando Pablo trató en su propia fuerza de usar la
Ley para santificarse y obtener la bendición de Dios? Sí, su naturaleza
pecaminosa despertó y se aprovechó de la oportunidad tomando el
mandamiento y usándolo como un trampolín para saltar de su posición de
inactividad y ponerse de nuevo, en control de su vida, hasta el punto que
pudo. ¡En vez de no codiciar, estaba codiciando un sinfín de cosas! (v. 9:
NVI):
“pero cuando vino el mandamiento, cobró vida el pecado y yo morí.”
Pablo pensó que podía
agradar a Dios observando
la Ley, y así ser
bendecido. No obstante,
su naturaleza pecaminosa
utilizó la Ley para
provocarle a pecar más.
C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 127
iii. La Ley mata, vv. 10-11
vv. 10-11 La Ley fue dada por Dios para que Su pueblo viviera por medio de ella (Dt.8:1-3; 30:16-
20; Lc. 10:25-28):
“Cierto intérprete de la ley (experto en la Ley de Moisés) se levantó, y para poner a prueba a
Jesús dijo: ‘Maestro, ¿qué haré para heredar la vida eterna?’ Y Jesús le dijo: ‘¿Qué está
escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?’ Respondiendo él, dijo: ‘AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS
CON TODO TU CORAZÓN, Y CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU FUERZA, Y CON TODA TU MENTE; Y A
TU PRÓJIMO COMO A TÍ MISMO.’ Entonces Jesús le dijo: ‘Has respondido correctamente; HAZ
ESTO Y VIVIRÁS.’ ”
Pero a Pablo la Ley le resultó para muerte. ¿Cómo pudo la Ley matarle? Ya hemos establecido que
el recién convertido Pablo estaba viviendo “sin la ley”, y no la tenía en cuenta. Estaba tan feliz gozando
de su vida nueva en Cristo que ni pensaba en ella. No obstante, la Ley le “mató” tan pronto quiso usarla
como medio de santificación.
Pablo describe una experiencia que tuvo como creyente nuevo. Es obvio que la Ley no le mató
físicamente porque todavía estaba vivo. Ya era salvo, entonces “la muerte” no podía ser una muerte
espiritual, porque los salvos tienen vida eterna y no volverán a morir espiritualmente. Entonces, ¿a qué se
refiere? ¿Hay otra clase de “muerte” que los creyentes sí experimentan que no sea ni física ni espiritual?
En el capítulo seis Pablo nos enseñó que todos los creyentes “hemos muerto al pecado” —la
naturaleza pecaminosa— (Ro. 6:2). Sin embargo, no hemos experimentado ningún cambio físico que la
muerte física produciría. Tampoco es una muerte espiritual, porque por medio de ella andamos en vida
nueva con Cristo mismo (Ro. 6:4):
“Por tanto, hemos sido sepultados con Él por medio del bautismo para muerte, a fin de que
como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros
andemos en novedad de vida.”
El término “muerte” es usado para ilustrar la rotura de relación —o separación— entre el creyente
y su naturaleza pecaminosa por medio de su identificación con Cristo en Su “muerte”. Su naturaleza
pecaminosa ya no tiene ningún derecho sobre él porque ha “muerto”.
Al principio del capítulo que estamos estudiando, Pablo nos instruyó sobre nuestra relación con la
Ley. Vimos que, por medio de nuestra identificación con la muerte de Cristo, hemos “muerto a la ley”
como medio de santificación, y estamos “casados” con Cristo, el cual nos da Su Espíritu para que
podamos llevar vidas santas (v. 4, NVI):
“Así mismo, hermanos míos, ustedes murieron a la ley mediante el cuerpo crucificado de
Cristo, a fin de pertenecer al que fue levantado de entre los muertos. De este modo daremos
fruto para Dios.”
La relación anterior ha sido rota permitiéndonos tener una relación distinta con Cristo por medio del
Espíritu.
En los versículos 9-11, sin embargo, Pablo no está hablando de la “muerte” del creyente a la
naturaleza pecaminosa y a la Ley mediante su identificación con Cristo en Su muerte, sino de cómo la
naturaleza pecaminosa “revivió” cuando Pablo trató de usar la Ley para santificarse y cómo esta
naturaleza usó la misma Ley para “matarle”.
La relación de Pablo con su naturaleza pecaminosa estaba rota por medio de su identificación con
Cristo, tan rota que Pablo ni siquiera suponía que la tenía todavía. Aunque Pablo no la percibía, esa
naturaleza estaba lejos de estar muerta. Estaba esperando una oportunidad para ganar de nuevo el control
128 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
sobre su vida. Esa oportunidad se presentó cuando Pablo trató de llevar una vida aceptable a Dios,
santificándose por medio de la Ley. Pablo confió en su propia habilidad humana para hacer la voluntad de
Dios guardando la Ley. En vez de haber confiado en el poder del Espíritu Santo, estuvo tratando de
santificarse por medio de algo que no puede perfeccionar a nadie (He. 7:18-19, NVI):
“Por una parte, la ley anterior queda anulada por ser inútil e ineficaz, ya que no perfeccionó
nada. Y por la otra, se introduce una esperanza mejor, mediante la cual nos acercamos a
Dios.”
Tan pronto Pablo abandonó el medio divino para su santificación, que es el Espíritu Santo, la
naturaleza pecaminosa le “mató”.
Si el término “muerte” se puede usar para ilustrar cómo está rota una relación, entonces, ¿cuál es la
relación que se ha roto en este caso? Claro, la relación de comunión del creyente con el Señor Jesús, el
Cual es su santificación, y con el Espíritu Santo, el Cual hace una realidad la santificación en nuestra vida
diaria. Esto no quiere decir que el creyente ha sido cortado de Cristo de manera que se pierda, o que ya no
está santificado posicionalmente delante de Dios como antes, sino que ya no está gozando de su posición
gloriosa en Cristo, y no está viviendo bajo el principio de la gracia, sino de la Ley. Habiendo comenzado
su vida cristiana por el Espíritu, ¡ahora está intentando terminarla por la carne! (Gá. 3:3, NVI):
“¿Tan torpes son? Después de
haber comenzado con el
Espíritu, ¿pretenden ahora
perfeccionarse con esfuerzos
humanos?”
Está impidiendo la obra
santificadora del Espíritu en su diario
andar. Ha dejado la luz de libertad
para volver a andar en la noche de
esclavitud.
Pablo perdió el sentir de arrobamiento y bienestar
que tenía al principio, como nuevo creyente, porque esa
comunión tan preciosa que tenía con el Señor fue rota
tan pronto trató de guardar la Ley con el fin de vivir
libre de pecado, y así hacerse aceptable a Dios. En vez
de sentirse más cerca a Dios por tratar de guardar la Ley,
su naturaleza pecaminosa la usó para romper su
comunión con Dios. ¡Realmente se sentía rematado!
iv. La Ley nos muestra la tremenda pecaminosidad de la naturaleza pecaminosa, vv. 12-13
¿Por qué se sentía Pablo rematado? Porque la Ley en vez de ayudarle, le mostró cuán corrompido
era. Pablo estaba muy triste y no lo podía comprender. Antes de ser salvo se consideraba justo. Nunca
sentía un remordimiento por su pecado, porque no se creía pecador. Pero ahora, siendo salvo, teniendo el
perdón de sus pecados, llega a saber que su carne es totalmente corrompida.
v. 12 ¿Cuál es el propósito de la Ley? Sí, mostrar a la persona que es pecador (Ro. 3:20b
, DHH):
“…la ley solamente sirve para hacernos saber que somos pecadores.”
Dios dio la Ley a Israel para que supiera lo qué
esperaba de ellos y por dónde estaba fallando.
Pero nunca fue un medio de santificación. Cuando
Pablo trató de santificarse por medio de ella, en vez
de acercarle más a Dios, su naturaleza pecaminosa
tomó la oportunidad para ganar control sobre él y
romper su comunión con el Señor. ¡Pablo tenía la
sensación que había pasado de vida a muerte!
C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 129
Entonces no podemos culpar a la Ley porque ella ha cumplido su debida función. Es por eso que
Pablo afirma que “la ley es santa”. Dios ha puesto la Ley “aparte”, santificándola para el propósito Suyo
de revelar el pecado. Como algo diseñado por Dios, es santificada, completamente “aparte” de todo mal.
Siendo aún más específico, y hablando del mandamiento que le había causado tanto dolor —aunque
se podría decir lo mismo de cualquiera de los otros mandamientos, el de no codiciar siendo únicamente un
ejemplo que representa a los demás—, Pablo dice que el de no codiciar cosa alguna que no le pertenezca
es:
   “santo”, porque por medio de él sabemos lo que Dios piensa acerca de la codicia.
 “justo”, porque todo lo que Dios nos manda es lo mejor en cada situación, y Él solamente
requiere que vivamos de acuerdo a Sus normas morales.
 “bueno”, porque el carácter de la Ley es bueno, y el mandamiento benéfico, siendo
provechoso al que lo guarde.
v. 13 La Ley no tenía la culpa de que Pablo se sintiera muerto y separado de su comunión con Dios,
porque ésta solamente le mostró que estaba pecando, codiciando muchas cosas.
Lo que realmente estuvo causando su problema era su naturaleza pecaminosa como lo expresa en la
segunda mitad del versículo (v. 13b
, DHH):
“Lo que pasa es que el pecado, para demostrar que verdaderamente es pecado, me causó la
muerte valiéndose de lo bueno”.
El pecado, la naturaleza pecaminosa, usó la Ley, específicamente el mandamiento de no codiciar,
que estaba cumpliendo con su deber de mostrarle a Pablo que estaba pecando, para despertar en él “toda
clase de codicia” (v. 8), y así la comunión que gozaba con el Señor fue rota. El propósito de la naturaleza
pecaminosa era ganar de nuevo el mismo control que tenía sobre Pablo cuando era inconverso y romper su
comunión con Dios (v. 13c
, DHH):
“Y así, por medio del mandamiento, quedó demostrado lo terriblemente malo que es el
pecado”
Está demostrado, pues, que la naturaleza pecaminosa que tenía Pablo, y la que cada uno de nosotros
tenemos, es absolutamente perversa, corrompida y maligna. En nosotros mismos no hay nada bueno que
sirva para acercarnos a Dios, pero tenemos el Espíritu Santo que el Señor nos mandó para vencer a la
naturaleza pecaminosa y los deseos de nuestro cuerpo que ésta controla, y darnos fruto que glorifica al
Padre. Pero por esto nuestra naturaleza pecaminosa está en guerra contra el Espíritu que mora en nosotros
(Gá. 5:16-17):
“Digo, pues: anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la carne. Porque el deseo de
la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno
al otro, de manera que ustedes no pueden hacer lo que deseen.”
La Ley, entonces, a pesar de ser buena, no nos puede acercar a Dios
porque este no es su oficio. Su oficio es mostrar al hombre su perversidad y
la necesidad de un Sumo Sacerdote que se acerque a Dios por él (He. 7:25-
26):
“Por lo cual Él también es poderoso para salvar para siempre a los
que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive
perpetuamente para interceder por ellos. Porque convenía que
tuviéramos tal sumo sacerdote: santo, inocente, inmaculado,
apartado de los pecadores y exaltado más allá de los cielos,”
La Ley es santa, justa y buena
porque cumple su función de
revelar la pecaminosidad del
hombre, pero la naturaleza
pecaminosa usa el deseo del
creyente de guardarla para
“matarle” en cuanto a su andar
con Dios.
130 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
b. La Ley no nos puede santificar porque todavía tenemos una naturaleza pecaminosa que se
rebela contra ella, vv. 14-25.
En estos versículos Pablo llega a la raíz del problema: su naturaleza pecaminosa que todavía tiene se
rebela en contra de la Ley y se rehúsa a obedecerla. Aunque quería guardar la Ley desde su corazón, y
“apartarse” de todo pecado por medio de ella, se encontraba incapacitado para hacerlo. Esto le era muy
frustrante porque esperaba alcanzar la aprobación de Dios y las bendiciones divinas por medio de ella.
Su frustración, tal vez, se manifiesta en los siguientes versículos donde parece que Pablo se ha
vuelto redundante, repitiéndose vez tras vez. Lo que dice en los vv. 14-17, en los vv. 18-20, y después en
los vv. 21-23, puede ilustrar lo inútil que es tratar de santificarse y vivir libre de pecado por el propio
esfuerzo humano. Cada vez que Pablo intentaba hacerlo era vencido, sin embargo Dios usó su derrota
para mostrarle que era imposible a través de la carne. La repetición de esta verdad no puede ser suficiente
porque nuestra tendencia es pensar que de alguna manera podemos librarnos nosotros mismos de pecado y
así ganar el favor divino, ¡pero nada está más lejos de la verdad!
i. La Ley no nos puede santificar porque somos hechos de carne débil, vv. 14-17
v. 14 “Sabemos que la ley es espiritual” ¿Por qué no me puede santificar y librar de pecado
entonces? Porque “yo soy carnal” o, literalmente “de la carne”, como lo expresa Williams: “Pero yo soy
hecho de carne débil”. “Carne” en este versículo se refiere al cuerpo del creyente y sus fuerzas naturales.
Pablo quería, en su propia fuerza, obedecer la Ley de Dios y así alcanzar una vida de bendición, pero no lo
podía hacer por causa de su propia debilidad humana.
Además, estaba “vendido como esclavo al pecado” (DHH). Aquí, el pecado se refiere a la
naturaleza pecaminosa. Cuando Adán pecó llegó a tener una naturaleza pecaminosa que tomó dominio de
él por medio de los impulsos y pasiones de su cuerpo. Luego, todos sus descendientes nacieron sujetos a
la naturaleza pecaminosa de la misma manera, llegando a ser esclavos de ella. Ser esclavo de la
naturaleza pecaminosa es la condición de todos los incrédulos (Ro. 6:17, 20, DHH):
“Pero gracias a Dios que ustedes, que antes eran esclavos del pecado, ya han obedecido de
corazón a la forma de enseñanza que han recibido… Cuando ustedes todavía eran esclavos
del pecado, no estaban al servicio de la justicia;”
Pero cuando creímos en el Señor Jesús fuimos librados de esa esclavitud (Ro. 6:6, 18, 22):
“sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con Él, para que nuestro cuerpo de
pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado… y habiendo sido
libertados del pecado, ustedes se han hecho siervos de la justicia.… Pero ahora, habiendo
sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tienen por su fruto la santificación, y
como resultado la vida eterna.”
Entonces, ¿por qué usa Pablo el tiempo presente cuando dice: “estoy ‘vendido al pecado’ ”?
Cada uno de nosotros que hemos creído en el Señor Jesús fuimos comprados por Él, de manera que
ya le pertenecemos, cuerpo, alma y espíritu (1 Co. 6:19-20):
“¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en ustedes, el cual tienen
de Dios, y que ustedes no se pertenecen a sí mismos? Porque han sido comprados por un
precio. Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo y en su espíritu, los cuales son de Dios.”
El Espíritu Santo ya mora en nosotros y da vida a nuestro espíritu para que éste le responda a Dios,
no obstante, el cuerpo no le responde (Ro. 8:10):
C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 131
“Y si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, sin embargo,
el espíritu está vivo (es vida) a causa de la justicia.”
Aunque comprado por Dios para que
le pertenezca, el cuerpo no ha sido redimido
todavía. Nosotros que somos ya hijos de Dios
por la fe, “gemimos en nuestro interior,
esperando ansiosamente nuestra adopción
como hijos, la redención de nuestro cuerpo”
(Ro. 8:23b
, NVI). Esta redención o reclamo
de lo que ya ha comprado se efectuará en la
resurrección y el Rapto de todos los que
hemos creído (Ef. 1:13b
-14):
“…fueron sellados en Él con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía
de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para
alabanza de Su gloria.”
(Ef. 4:30): “Y no entristezcan al Espíritu Santo de Dios, por el cual fueron sellados para el
día de la redención.”
(Fil. 3:20-21): “Porque nuestra ciudadanía (patria) está en los cielos, de donde también
ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de
nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de Su gloria, por el ejercicio del
poder que tiene aun para sujetar todas las cosas a Él mismo.”
(1 Co. 15:52-53): “…en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final. Pues
la trompeta sonará y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos
transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto
mortal se vista de inmortalidad.”
Mientras tanto, nuestro cuerpo sigue respondiendo por instinto a la naturaleza pecaminosa. En
cuanto a su cuerpo, Pablo tenía que confesar: “Estoy vendido a la naturaleza pecaminosa”. Su cuerpo de
carne fue vendido a la naturaleza pecaminosa y no podía producir la justicia que quería que produjera.
v. 15 Que su cuerpo no respondía a Dios sino a la naturaleza pecaminosa era evidente. Pablo quería
hacer lo bueno, quería agradar a Dios con una vida que le diera gloria, obedeciendo Su santa Ley, pero se
encontraba vez tras vez haciendo las mismas cosas que su espíritu regenerado aborrecía. Él no quería
codiciar nada que perteneciera a otro, pero constantemente estaba cayendo en el mismo pecado. (Quizás
el problema tuyo no sea la codicia, no obstante, también te has encontrado en la misma situación de seguir
haciendo algo que no quieres hacer). En vez de guardar la Ley, la estaba quebrantando.
v. 16 La Ley no tiene la culpa de que Pablo, tú o yo, no hagamos lo que queremos. En realidad, por
medio de nuestra desobediencia, estamos reconociendo o probando que “la ley es buena” (en el griego:
“kalos”, esto es, “intrínsecamente buena, y, así, hermosa, honrosa… aquello que está bien adaptado a sus
circunstancias” -Vine). Es buena y bien adaptada a nuestras circunstancias como pecadores, porque revela
y condena lo malo que hacemos.
v. 17 Pablo llega a la conclusión de que si su espíritu regenerado desea hacer o no hacer algo, pero
él no puede efectuar en sus propias fuerzas lo que desea y resulta pecando, entonces no puede culpar a su
espíritu, porque tiene que ser su naturaleza pecaminosa la que tiene la culpa. No está rehusando aceptar la
culpa por lo que él hace, echándola sobre otro, sino más bien quiere explicar el porqué de su inhabilidad
de guardar la Ley en sus propias fuerzas. Aunque él desea cumplir la Ley, y no codiciar —o no cometer
cualquier otro pecado— su naturaleza pecaminosa no le deja hacerlo.
132 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
ii. La Ley no nos puede santificar porque en la carne no hay bien, y es incapaz de hacer el bien
que queremos, vv. 18-20
v. 18 En nuestra “carne” —en estos cuerpos de carne y hueso— “no mora el bien”. En el griego
la palabra “bien” utilizada aquí es “agathos” que “describe aquello que, siendo bueno en su carácter o
constitución, es beneficioso en sus efectos” (Vine). Entonces, en primer lugar, nuestra “carne” no tiene
un carácter o constitución buenos, sino que es corrupta, habiendo sido vendida a la naturaleza pecaminosa.
En la carne no hay virtud alguna, porque no tiene motivos o deseos espirituales, sino mundanos (1 Jn.
2:16, NVI):
“Porque nada de lo que hay en el mundo —los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos
y la arrogancia de la vida— proviene del Padre sino del mundo.”
Consecuentemente, en segundo lugar, es incapaz de hacer algo beneficioso o bueno.
Dentro de todo creyente está “el querer” hacer lo correcto, lo que agrada a Dios, pero no la
capacidad para llevarlo a cabo. El Espíritu ha regenerado nuestro espíritu de modo que éste quiere hacer
“el bien” (“kalos”). La dificultad está en que nuestro cuerpo no coopera con el espíritu regenerado y no
hace “el bien” que quisiéramos.
v. 19 La prueba de que no mora nada bueno en la carne está en el hecho de que ni Pablo ni nosotros
podemos hacer “el bien” que deseamos, sino que hacemos “el mal” que no queremos.
v. 20 La conclusión de Pablo en estos versículos es igual a su primera conclusión en el v. 17: si él
hace algo que su espíritu regenerado no quiere hacer, no es este espíritu el que lo hace sino la naturaleza
pecaminosa que mora en él.
Pablo no podía confiar en su habilidad de
hacerse acepto a Dios, santificándose, “apartándose”
de todo pecado, por medio de la Ley, porque su
carne no tenía ningún deseo de hacer “el bien”,
siendo que “el bien” es contrario a su naturaleza
corrupta. Nosotros tampoco debemos confiar en la
carne porque la nuestra es igualmente depravada.
iii. La Ley no nos puede santificar porque hay una lucha constante entre nuestro espíritu y
nuestra carne, vv. 21-24
v. 21 Por tercera vez Pablo vuelve a reconocer su incapacidad de guardar la Ley y santificarse por
medio de ella. Ya sabía que la incapacidad no era una aflicción pasajera, sino una ley, un principio
maligno que operaba permanentemente en su ser: “...hallo la ley de que el mal está presente en mí”.
Mientras que mora una naturaleza pecaminosa en cada creyente, el mal está allí, y no podemos hacer lo
bueno que queremos.
vv. 22-23 En contraste a esta ley o principio de mal que mora en el creyente debido a la presencia
de la naturaleza pecaminosa, está “la ley de la mente” del creyente. ¿Qué es? Es el principio de que su
mente y espíritu regenerados quieren guardar la Ley de Dios. Cuando Pablo creyó en el Señor Jesús como
Aunque el poder de la naturaleza pecaminosa sobre nosotros fue rota por la muerte de Cristo, y tenemos el Espíritu Santo
viviendo en nuestro cuerpo para darnos la victoria sobre nuestra naturaleza pecaminosa, todavía tenemos que luchar con un
cuerpo que no está redimido aún. El cuerpo responde por naturaleza a la naturaleza pecaminosa y no a Dios, y nos impide
hacer lo que realmente queremos.
Queremos hacer lo que es correcto, lo que nuestro
espíritu regenerado desea hacer. Pero nuestra carne, el
cuerpo físico, no tiene ningún bien en sí, porque está
vendida a la naturaleza pecaminosa, y no coopera con
nuestro espíritu. Entonces si hacemos algo malo que no
queremos hacer, es la naturaleza pecaminosa que lo hace.
C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 133
su Salvador su espíritu fue regenerado, de manera que ya no quería las cosas que pertenecían a su vida
anterior. Quería guardar la Ley, quería obedecer a Dios y agradarle, sin embargo este deseo de hacer lo
correcto, de hacer lo que Dios dicte, estaba bajo el bombardeo constante de su naturaleza pecaminosa que
controlaba los deseos de su cuerpo y se oponía a la voluntad divina (Gá. 5:17):
“Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues
éstos se oponen el uno al otro, de manera que ustedes no pueden hacer lo que deseen.”
Aunque Pablo fue librado del poder de su naturaleza pecaminosa por la muerte de Cristo, todavía
tenía que luchar con un cuerpo que respondía a los dictados de su viejo dueño, la naturaleza pecaminosa
(Ro. 8:7):
“La mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la Ley de Dios, pues
ni siquiera puede hacerlo,”
Era demasiado fácil dejarse controlar por sus pasiones carnales, pero esto le ponía bajo el control de
su naturaleza pecaminosa como esclavo suyo, de modo que se encontraba en la misma esclavitud que
antes. Desde luego, no estaba andando “en el Espíritu”, en comunión con Él, sino “en la carne” bajo el
poder de su naturaleza pecaminosa.
v. 24 ¡Pobre Pablo! Quería obedecer la Ley desde su corazón. No quería seguir pecando. Quería
servir a Dios y agradarle, pero cada vez que intentaba hacerlo quedaba derrotado, y lo que es peor,
¡quedaba otra vez bajo el poder de su naturaleza pecaminosa! (vv. 15, 19, 22-24):
“…no practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco, eso hago... Pues no hago el
bien que deseo, sino el mal que no quiero, eso practico... me deleito con la Ley de Dios, pero
veo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me
hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí!”
¿No hay manera de santificarse a sí mismo por medio
de la Ley? Ninguna, porque el cuerpo no responde a Dios y a
lo que Él quiere, sino a la naturaleza pecaminosa y lo que ella
quiere. Nosotros, como Pablo, podemos tener las más nobles
y puras intenciones, pero de nada nos vale mientras
confiemos en estos cuerpos de carne. Es algo que todos
nosotros hemos probado en la experiencia triste de tratar de
conformarnos a la voluntad divina en nuestras propias
fuerzas. ¡Quiero, pero no puedo! “¿Quién me rescatará de
este cuerpo de muerte?” (NVI).
iv. Aunque la Ley no nos puede santificar hay Alguien que lo puede hacer, v. 25
v. 25 “¡Gracias a Dios que Cristo lo ha logrado! ¡Jesús me libertó!” (BD). ¡Qué gozo se
derramó en el corazón de Pablo al llegar a reconocer que su relación con Dios no dependía de sus débiles
esfuerzos carnales para no pecar y así agradarle, sino de lo que Cristo ya había logrado por él en Su
muerte y resurrección!
No olvidemos que en este pasaje Pablo describe su propia experiencia al tratar de santificarse por
medio de la Ley, y su frustración y desesperación al ver que no lo podía hacer. Gracias a Dios que Pablo
no se quedó allí, sino que llegó a comprender que Cristo lo ha hecho todo, y que él fue identificado con la
muerte, sepultura y resurrección de Cristo mismo como nos enseñó en el capítulo seis.
“‘Así que, yo mismo con la mente’, éste es el verdadero yo renovado, el cual el apóstol afirma
reiteradamente que no era aquel ‘pecado [naturaleza pecaminosa] que moraba en él’. ‘Con la mente’, es
Pablo quería hacer lo correcto, quería guardar
la Ley desde dentro de su corazón y agradar a
Dios, pero no pudo. Había una batalla
constante dentro de él entre su espíritu
regenerado y su cuerpo con sus deseos. Por
fin tuvo que reconocer que no había manera
de santificarse por sus propias fuerzas
carnales. Anhelaba ser librado del cuerpo.
134 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
decir, todas las facultades espirituales, incluyendo ciertamente las facultades del alma como la razón, la
imaginación y la sensibilidad, las cuales son precisamente ‘renovadas’ ahora por el Espíritu Santo día tras
día. ‘Sirvo a la Ley [o voluntad] de Dios.’ Todas las nuevas criaturas pueden decir lo mismo. ‘Mas con
la carne a la ley del pecado.’ Al fin vio esta verdad y se doblegó a ella, que todo lo que él era por la
carne, por naturaleza, estaba irrevocablemente entregado al pecado [a la naturaleza pecaminosa]. Así
pues, abandonó la lucha para contemplarse completamente en Cristo (quien vivía en él) y caminar no por
la Ley, aun en los poderes supuestos de la vida vivificada, sino por el Espíritu solamente, en cuyo solo
poder debe ser vivida la vida cristiana” (Newell).
“sirvo... con la carne, a la ley del pecado” Pablo reconocía que hay un principio, o ley, que él no
podía cambiar, esto es, que su carne, su cuerpo humano mortal, responde por instinto a la naturaleza
pecaminosa y no a Dios. “La ley del pecado” es, entonces, el poder que la naturaleza pecaminosa ejerce
sobre el cuerpo. Pablo no podía cambiar los instintos de su cuerpo, o la naturaleza pecaminosa que lo
controlaba. Su cuerpo seguiría respondiendo a la naturaleza pecaminosa. Se resignó, entonces, y dejó de
tratar de santificarse y vivir libre de pecado por medio de sus propias fuerzas humanas. La victoria estaba
en que Cristo le había librado y había puesto Su Espíritu en él para conformarle a Su imagen. El Espíritu
Santo se encarga de santificar en su diario andar a todos los hijos de Dios.
¿Por qué escribió Pablo este capítulo? Porque él sabía que muchas personas pensarían que la mejor
manera de santificarse, de acercarse a Dios y ser aceptos por Él, es por medio del cumplimiento de la Ley.
Es de suprema importancia que todo creyente sepa que la Ley no le puede santificar de ninguna manera.
Así como todos los creyentes hemos sido librados de la esclavitud a la naturaleza pecaminosa,
hemos sido librados también de la Ley. ¿Cómo ilustró Pablo esta liberación en los primeros seis
versículos de este capítulo? Sí, con el ejemplo del matrimonio que solamente se puede disolver cuando
uno de los esposos muere. Nosotros, como creyentes, hemos muerto con Cristo a la Ley para que
podamos “casarnos” con Él y producir fruto que glorifica a Dios por medio del Espíritu que nos ha dado.
Dejando el tema de la capacitación del Espíritu, Pablo ilustró la inhabilidad de la Ley para
santificarnos por medio de su propia experiencia como creyente nuevo. El también quería agradar a Dios
y santificarse por medio de la Ley. ¿Será que lo podía hacer? ¡De ninguna manera! ¿De nada le servía?
¡Le servía solamente para mostrarle que era pecador! Además, en vez de ayudarle a evitar el pecado,
¡producía en él más ganas de pecar que antes! Su intento de guardar la Ley fue la oportunidad que su
naturaleza pecaminosa esperaba para despertarse de su inactividad y tomar control de su vida.
¿No se sentía Pablo más cerca a Dios cuando se esforzaba para guardar Su santa Ley? Mientras
intentaba guardar la Ley para su santificación y aceptación delante de Dios, su comunión con el Señor
estaba rota. ¿Por qué estaba rota? Porque ya no estaba dependiendo de Él, sino de sus propias fuerzas
humanas. ¡Se sentía tan separado de Dios como si estuviera muerto!
¿El no poder santificarse y “apartarse” de pecado por medio de la Ley quiere decir que hay alguna
falla en la Ley? No, porque Dios no la diseñó para ser un medio de santificación y liberación de pecado.
Su oficio es mostrar al hombre que es pecador y que necesita a Alguien que se acerque a Dios por él.
Para que la Ley nos sirviera e hiciéramos el bien que deseáramos, necesitaríamos un cuerpo que
cooperara con ella. ¿Nuestro cuerpo como creyentes no le sirve? Desafortunadamente, nuestro cuerpo
que fue vendido a la naturaleza pecaminosa no ha sido redimido todavía. Ya que sigue respondiendo a los
dictados de nuestra naturaleza pecaminosa, no podemos hacer lo que quisiéramos hacer.
C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 135
¿No hay algo de bien en nosotros? Pablo es enfático: en nuestra “carne” (estos cuerpos de carne y
hueso), “¡no habita nada bueno!” Por tener un carácter corrupto, no puede producir algo beneficioso o
bueno. Prueba tenemos de esto en que ninguno de nosotros podemos hacer el bien que quisiéramos hacer.
Pero, si alguien anhela obedecer la Ley y persevera en esto, ¿no podrá hacerlo? No lo puede hacer,
porque sus más nobles deseos de hacer el bien están bajo el bombardeo constante de su naturaleza
pecaminosa a la cual su cuerpo responde por naturaleza.
¿No hay manera de ser librados de estos cuerpos? La liberación no consiste en ser separados del
cuerpo, sino en ser librados de nuestra dependencia de las débiles fuerzas humanas para vivir libres de
pecado y, de esta manera, hacernos aceptos con Dios. Nuestra relación con Dios no depende de lo que
hacemos para agradarle, ¡sino de lo que CRISTO HA HECHO a favor nuestro!
Cristo nos ha librado de una
dependencia frustrante en nosotros mismos.
Sin embargo, hay que reconocer que nuestro
cuerpo seguirá respondiendo a la naturaleza
pecaminosa, pero gracias a Dios, Él nos
acepta, no por lo que somos en la carne,
¡sino por estar EN CRISTO!
davidchrisbrown@gmail.com
Aunque Pablo pensó que podía agradar a Dios con una auto-
santificación por medio de la Ley, llegó a la maravillosa verdad de
que nuestra relación con Dios no depende de los débiles
esfuerzos humanos para agradarlo, sino de lo que Cristo hizo en Su
muerte y resurrección. Esta es la única base para nuestra
aceptación de parte de Dios y la subsiguiente liberación de un
cuerpo controlado por la naturaleza pecaminosa. ¡Gloria a Dios!
136 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA

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Rom 07

  • 1. C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 121 B. EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN, c. 7 Una cosa es saber que por medio de nuestra identificación con Cristo “hemos muerto al pecado” — la naturaleza pecaminosa (6:2), y de verdad considerarnos “muertos para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (6:11), pero es otra cosa saber cómo tener la victoria sobre nuestra naturaleza pecaminosa que todavía poseemos y cómo combatir sus intentos por controlar nuestros pensamientos y acciones. Pablo sabía que los judíos, miembros de la iglesia en Roma, tendrían una respuesta a esta lucha: la Ley. ¿Qué mejor manera habría para lograr una vida santificada, eso es, una vida libre de pecado, que no responda a los dictados de la naturaleza pecaminosa? Sabiendo que ellos pensarían así, Pablo escribió el capítulo siete para darles una correcta comprensión del papel de la Ley en la santificación del creyente. 1. Todos los creyentes han muerto juntamente con Cristo a la Ley, y ahora están “casados” con Él, vv. 1-6 Los creyentes judíos de Roma amaban la Ley, y ahora que habían creído en el Señor Jesús probablemente pensaban que tendrían que guardar la Ley para tener vidas santificadas, vivir “separados” de todo pecado, y así agradar a Dios. Sin embargo, Pablo sabía que si estos creyentes judíos continuaban tratando de santificarse y agradar a Dios por medio de la obediencia a la Ley, seguramente iban a fracasar. La Ley demanda una obediencia perfecta, pero no ayuda a la persona en manera alguna a hacer la voluntad de Dios. Por lo tanto, Pablo escribió esta parte de su carta para que todo creyente sepa que no debe depender de la Ley para santificarse y agradar así a Dios. Pablo nos explica en esta carta que, por medio de nuestra identificación con Cristo en Su muerte como nuestro Representante, todos los que hemos creído morimos juntamente con Él a la Ley, y ahora estamos bajo la autoridad del Señor Jesús. vv. 1-3 Pablo se dirige a los creyentes judíos porque ellos comprendían la Ley, y sabían que ella rige sobre la persona durante toda su vida. Por medio del ejemplo del matrimonio Pablo ilustró la relación que el judío tenía con la Ley. Mientras que su esposo vive, la mujer casada está bajo su autoridad y no tiene libertad para casarse con otro. Pero, si el esposo muere, ella puede casarse con otro hombre sin pecar. De igual manera era únicamente por la muerte que los judíos podían escapar de las demandas de la Ley. ¿Por qué es tan importante que los creyentes sean librados de la autoridad de la Ley? Porque la Ley demanda una obediencia perfecta, pero ninguno tiene la fuerza para hacer lo que la Ley demanda y, además, la Ley nunca ha ayudado a alguna persona a obedecerla. Por ejemplo, hubo un hombre que insistía en que su esposa fuera perfecta en todo lo que hacía. Sus comidas siempre tenían que estar listas a la hora precisa, y tenían que estar preparadas y sazonadas perfectamente. La casa tenía que estar aseada e impecablemente ordenada a toda hora. Su ropa tenía que estar limpia, planchada y lista para cuando él la necesitara. Ella tenía que tener el control completo de los niños para que no le molestaran cuando él quería tomar su siesta. El esposo demandaba todas estas cosas de su esposa, pero nunca levantaba ni un dedo para ayudarla, no importa cuán cansada estuviera, y cuando ella no hacía todo como él quería, la condenaba. A pesar de todos los esfuerzos de la esposa por agradarle, nunca podía vivir de acuerdo a sus exigencias. No siendo perfecta a menudo fallaba, olvidaba las cosas y se agotaba mucho. Esta mujer tenía una vecina, cuyo esposo era muy distinto al suyo. También era exigente y demandaba perfección, pero a la vez era bondadoso y considerado. Siempre estaba ayudando a su esposa El c. 7 muestra que ningún creyente puede santificarse y agradar a Dios por medio de la Ley.
  • 2. 122 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA con sus quehaceres, y nunca la dejaba esforzarse sin brindarle ayuda como hacía el esposo de la primera mujer. Muchas veces ésta, cuyo esposo no le ayudaba, veía al esposo de su vecina allí al lado de ella ayudándola, y anhelaba tener un esposo como ése, tan amable, bondadoso y considerado. Pero eso era imposible, porque ya estaba casada, y ella sabía que únicamente por medio de su muerte o la muerte de su esposo, podría ser librada de esa relación. (McIlwain, adaptado). v. 4 Así es con todos los que están bajo la autoridad de la Ley. Los judíos gemían bajo su yugo, porque no podían guardarla perfectamente (Hch. 15:10b ): “…un yugo que ni nuestros padres (antepasados) ni nosotros hemos podido llevar.” Como la mujer del ejemplo, frecuentemente olvidaban lo que Dios había dicho, y siempre estaban fallando. A pesar de todo su esfuerzo, no podían hacer lo que Dios demanda mientras que estaban bajo la dirección y control de la Ley. Había una sola manera a través de la cual pecadores podían ser santificados y agradar a Dios. Tenían que “morir” al control de la Ley y “casarse” con otro Hombre, el Señor Jesucristo. Él es el Único que puede ayudar y capacitar a personas pecadoras para que agraden a Dios. Entonces, ¿qué hizo Dios para que los creyentes pudieran “morir” a la Ley y estar “casados” con Cristo, el Hombre bondadoso y considerado? Dios envió al Señor Jesucristo, y como el Representante de todos los que creen en Él, obedeció la Ley perfectamente, y luego tomó el justo castigo que la Ley demandaba de todo aquel que la desobedeciera. Murió a la Ley para que todo judío que creyera no tuviera que seguir tratando de agradar a Dios por medio de ella. Pero el Señor Jesús no tomó únicamente el lugar del creyente judío, muriendo a la Ley por él, sino también por nosotros los creyentes gentiles que nunca estábamos “casados” con la Ley. Siendo que Cristo murió a la Ley a favor nuestro, como nuestro Representante, nosotros también hemos muerto a la Ley. Además, resucitó y nosotros resucitamos juntamente con Él a una vida completamente nueva. Por eso no debemos pensar que podemos llevar una vida cristiana santa, exitosa y victoriosa por medio de la Ley. La Ley no nos puede ayudar, y no debemos depender de ella sino de Cristo con quien estamos “casados”. Es nuestro deber depender de Él para que podamos obedecer a Dios. La Ley demandaba una obediencia perfecta, pero no daba ninguna ayuda, sin embargo, el Señor Jesús vive en nosotros por Su Espíritu Santo y nos capacita para llevar fruto para Dios (Ro. 6:22): “Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tienen por su fruto la santificación, y como resultado la vida eterna.” (Gá. 5:22-23): “Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley.” (Fil. 1:11): “… llenos del fruto de justicia que es por medio de Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios.” Únicamente una persona espiritualmente viva, regenerada por el Espíritu de Dios, puede llevar fruto espiritual, esto es, los frutos de una vida santa, “separada” de pecado, que obedece la voluntad divina, y así agrada y glorifica a Dios (v. 5): El Señor Jesucristo murió a la Ley por todos los que creen.
  • 3. C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 123 “Porque mientras estábamos en la carne, [antes de ser salvos, todavía unidos a Adán] las pasiones pecaminosas despertadas por la Ley, actuaban en los miembros de nuestro cuerpo a fin de llevar fruto para muerte”. La Ley sólo servía para poner énfasis en el pecado, y en realidad incitaba al hombre a pecar porque él se rebela en contra de sus ordenanzas. Siendo que las personas no pueden guardarla perfectamente, no puede producir los frutos de justicia que Dios quiere. Lo único que produce es ira, “pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado” (Ro. 3:20; 4:15): “porque la Ley produce ira, pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión.” El fruto de las vidas de todas las personas, judías y gentiles, encadenadas por la naturaleza pecaminosa, es la muerte (Ro. 6:21, 23, NVI): “¿Qué fruto cosechaban entonces? ¡Cosas que ahora los avergüenzan y que conducen a la muerte!… Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.” (v. 6, DHH): “Pero ahora hemos muerto a la ley que nos tenía bajo su poder, quedando así libres para servir a Dios en la nueva vida del Espíritu y no bajo una ley ya anticuada”. El estar bajo la gracia y no bajo la Ley no quiere decir que ahora podemos hacer lo que nos dé la gana. Fuimos librados de la Ley para que podamos servir a Dios “en la novedad del Espíritu y no en el arcaísmo de la letra”. ¿Qué es “la novedad del Espíritu”? Es algo nuevo, muy distinto al régimen de la Ley. Bajo la Ley, el pueblo de Dios no recibía ayuda alguna para guardarla. Los mandamientos de Dios fueron escritos en tablas de piedra y leídos al pueblo. Pero bajo el Nuevo Pacto de la gracia la Palabra de Dios ha sido escrita en nuestros corazones (He. 8:8-10): “Porque reprochándolos, Él dice: ‘MIRAD QUE VIENEN DÍAS’, DICE EL SEÑOR, ‘EN QUE ESTABLECERÉ UN NUEVO PACTO CON LA CASA DE ISRAEL Y CON LA CASA DE JUDÁ; NO COMO EL PACTO QUE HICE CON SUS PADRES EL DÍA QUE LOS TOMÉ DE LA MANO PARA SACARLOS DE LA TIERRA DE EGIPTO; PORQUE NO PERMANECIERON EN MI PACTO, Y YO ME DESENTENDÍ DE ELLOS’, DICE EL SEÑOR. ‘PORQUE ESTE ES EL PACTO QUE YO HARÉ CON LA CASA DE ISRAEL DESPUÉS DE AQUELLOS DÍAS’, DICE EL SEÑOR: ‘PONDRÉ MIS LEYES EN LA MENTE DE ELLOS, Y LAS ESCRIBIRÉ SOBRE SUS CORAZONES. YO SERÉ SU DIOS, Y ELLOS SERÁN MI PUEBLO.’ ” Jer. 31:31-33 Pablo expresó la misma verdad a los corintios en la siguiente forma (2 Co. 3:3 NVI): “Es evidente que ustedes son una carta de Cristo, expedida por nosotros, escrita no con tinta sino con el Espíritu del Dios viviente; no en tablas de piedra sino en tablas de carne, en los corazones.” La Ley no puede producir en el ser humano el deseo ni la capacidad para obedecer sus mandatos, pero hemos recibido el Espíritu Santo de Dios el cual nos recuerda las palabras de Jesús y nos capacita para llevar fruto que le glorifique.
  • 4. 124 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA 2. El testimonio personal de Pablo sobre la incapacidad de la Ley para santificar al creyente, vv. 7-25 Los sentimientos de los judíos y sus celos por la Ley no eran algo nuevo para Pablo. Él también era “hebreo de hebreos” (Fil. 3:5), y había tenido los mismos conflictos que ellos tenían con la Ley. Por eso deja el tema de la capacitación por el Espíritu que introdujo en el v. 6 para relatar en el resto del capítulo su propia experiencia y lucha como creyente para santificarse y, cómo al final pudo reconocer su propia inhabilidad para hacerlo y la incapacidad de la Ley para ayudarle. a. La Ley no nos puede santificar porque su propósito es sólo revelar el pecado por lo que es, vv. 7-13 i. La Ley revela el pecado, v. 7 v. 7 Pablo anticipaba las objeciones de los creyentes judíos en la iglesia romana y podía imaginárselos diciéndole: “¿Vamos a decir por esto que la ley es pecado?” (DHH), o en otras palabras: “Si lo único que puede hacer la Ley es despertar mis pasiones pecaminosas e incitarme a pecar, y si solamente produce ira y muerte, ¿será que la Ley misma es pecaminosa?” En manera típica Pablo respondió: “¡De ningún modo!” (v. 7b , NVI): “Sin embargo, si no fuera por la ley, no me habría dado cuenta de lo que es el pecado. Por ejemplo, nunca habría sabido yo lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: «No codicies.»” Saulo de Tarso, Pablo antes de su conversión, no se consideraba pecador porque, igual que los demás fariseos, no se preocupaba por los pecados intangibles del corazón, como la codicia, siendo su enfoque únicamente en lo externo, en los actos visibles del pecado. Creía que el hecho externo de hacer o de no hacer era suficiente para ser justo según la Ley, y por eso podía decir que antes de creer en Jesús era “en cuanto a la justicia [legalista] de la ley, hallado irreprensible” (Fil. 3:6). Nunca pensaba que la condición de su corazón fuera de suprema importancia. Precisamente por esto, el Señor Jesús reveló el error de los fariseos demostrando que los actos de pecado vienen de un corazón corrompido y pecaminoso (Mr. 7:6-7, 20-23, NVI): “Él les contestó: ‘Tenía razón Isaías cuando profetizó acerca de ustedes, hipócritas, según está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me adoran; sus enseñanzas no son más que reglas humanas…” ’ “ ‘Luego añadió: ‘Lo que sale de la persona es lo que la contamina. Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona.’ ” (Mt. 5:27-28, NVI): “Ustedes han oído que se dijo: ‘No cometas adulterio.’ Pero yo les digo que cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el corazón.” Cuando Pablo creyó en el Señor Jesucristo reconoció que sólo había cumplido la Ley externamente, que no se había fijado en la condición de su corazón ni en los pecados que se encontraban allí, y quería cumplir la Ley desde su corazón. Por primera vez trataba de guardar también el décimo mandamiento que dice: “No codiciarás...” Este mandamiento “..difiere de los otros nueve en el sentido que éste condena
  • 5. C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 125 una actitud interna, no una acción externa. La codicia conduce a quebrantar los demás mandamientos. Es un pecado insidioso que la mayoría de la gente no reconoce en sus propias vidas, pero la ley de Dios lo revela” (Wiersbe). El pecado de codiciar, el desear tener algo prohibido, fue lo que derrotó a nuestros padres en el huerto del Edén (Gn. 3:6): “Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió. También dio a su marido que estaba con ella, y él comió.” El recién convertido Pablo rápidamente se dio cuenta de que era codicioso y, por ende, todavía pecador. ii. La Ley despierta a la naturaleza pecaminosa, vv. 8-9 v. 8: “Pero el pecado, aprovechándose del mandamiento, produjo en mí toda clase de codicia”. La naturaleza pecaminosa estaba esperando su oportunidad, y cuando Pablo se fijó en su deber de no codiciar, ella se aprovechó del mandamiento”, haciéndole codiciar un sinfín de cosas. La palabra “aprovechándose” usada en este versículo es un término militar que se refiere a una base militar de asalto. La naturaleza pecaminosa usa la Ley como su base de asalto para incitar al creyente a pecar. Un día caminábamos en el Castillo Windsor en Inglaterra con unos amigos misioneros que trabajan en Nueva Guinea. Notamos que en toda la grama tenían avisos que decían: “No pise la grama. Gracias”. Nuestra hija Joanne de 10 años de repente me gritó: “¡Papá, mírame!” Volteé para mirar y ví a Joanne brincando en la grama. El mandamiento de no pisar la grama había provocado en ella el deseo de no sólo pisar la grama, sino brincar en ella. Un amigo pintor me dijo que siempre colocaba avisos que decían “pintura seca” cuando acababa de pintar algo porque si decía “pintura fresca” era seguro que todos la tocarían. El mandamiento incita a la persona a quebrantarlo. “Pues mientras no hay ley, el pecado es cosa muerta” (DHH). “el poder del pecado es la Ley” (1 Co. 15:56). Sin la Ley la naturaleza pecaminosa carece de su “base de asalto”. Está inactiva, como si fuera muerta, pero la Ley la despertará “como el imán atrae el acero” (Wiersbe). v. 9 El término “sin la Ley” es la misma expresión usada en Ro. 3:21: “aparte de la Ley”. Allí vimos que quiere decir “absolutamente aparte” en la misma manera que el Señor Jesús era “sin pecado” (He. 4:15), o absolutamente aparte de él. ¿Cuándo vivía Pablo “sin la Ley” y absolutamente aparte de ella? Algunos comentaristas dicen que esto se refiere al tiempo de la niñez de Saulo antes de estudiar la Ley. No lo creo, porque desde su nacimiento Pablo fue criado conforme a la más estricta observancia de la Ley (Fil. 3:5): “…circuncidado a los ocho días de nacer, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, Hebreo de Hebreos; en cuanto a la ley, Fariseo;” Después de creer en el Señor Jesús, Pablo trató de guardar la Ley desde dentro de su corazón, pero aprendió que la Ley no revela el bien que está en el corazón sino el mal, y lo condena.
  • 6. 126 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA (Hch. 22:3): “Yo soy Judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, educado bajo Gamaliel en estricta conformidad a la ley de nuestros padres, siendo tan celoso de Dios como todos ustedes lo son hoy.” En su niñez no vivía absolutamente aparte de la Ley. Otros dicen que se refiere al tiempo antes de llegar bajo la convicción del Espíritu Santo, no obstante, antes de ser salvo Pablo sólo pensaba en la Ley como una lista de reglas, y estaba convencido de que la guardaba perfectamente. Después de su conversión Pablo estaba inundado de gozo. Sabía que sus pecados habían sido perdonados. Tenía paz con Dios. Se sentía libre de la condenación de la Ley. Estaba tan emocionado con su nueva vida en Cristo que ni pensaba en la Ley o en la necesidad de obedecerla. Era en ese entonces que vivía sin o absolutamente aparte de la Ley. Pablo estaba tan emocionado y agradecido a Dios que quería demostrar su gratitud de alguna manera. ¿Qué manera mejor hay que cumplir la voluntad de Dios guardando Su santa Ley? Es preciso recordar que el pueblo judío iba a ser bendecido por guardar la Ley (Dt. 28:1-2): “Y sucederá que si obedeces diligentemente al SEÑOR tu Dios, cuidando de cumplir todos sus mandamientos que yo te mando hoy, el SEÑOR tu Dios te pondrá en alto sobre todas las naciones de la tierra. Y todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán, si obedeces al SEÑOR tu Dios:” Por eso Pablo esperaba alcanzar una vida de bendición por medio de la Ley, no guardando la letra de la Ley con los hechos externos como hacía antes de ser salvo, sino guardándola en el espíritu de la Ley desde su corazón. Quería santificarse para Dios por medio de la Ley, viviendo libre de pecado. ¿Qué piensan que pasó cuando Pablo trató en su propia fuerza de usar la Ley para santificarse y obtener la bendición de Dios? Sí, su naturaleza pecaminosa despertó y se aprovechó de la oportunidad tomando el mandamiento y usándolo como un trampolín para saltar de su posición de inactividad y ponerse de nuevo, en control de su vida, hasta el punto que pudo. ¡En vez de no codiciar, estaba codiciando un sinfín de cosas! (v. 9: NVI): “pero cuando vino el mandamiento, cobró vida el pecado y yo morí.” Pablo pensó que podía agradar a Dios observando la Ley, y así ser bendecido. No obstante, su naturaleza pecaminosa utilizó la Ley para provocarle a pecar más.
  • 7. C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 127 iii. La Ley mata, vv. 10-11 vv. 10-11 La Ley fue dada por Dios para que Su pueblo viviera por medio de ella (Dt.8:1-3; 30:16- 20; Lc. 10:25-28): “Cierto intérprete de la ley (experto en la Ley de Moisés) se levantó, y para poner a prueba a Jesús dijo: ‘Maestro, ¿qué haré para heredar la vida eterna?’ Y Jesús le dijo: ‘¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?’ Respondiendo él, dijo: ‘AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN, Y CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU FUERZA, Y CON TODA TU MENTE; Y A TU PRÓJIMO COMO A TÍ MISMO.’ Entonces Jesús le dijo: ‘Has respondido correctamente; HAZ ESTO Y VIVIRÁS.’ ” Pero a Pablo la Ley le resultó para muerte. ¿Cómo pudo la Ley matarle? Ya hemos establecido que el recién convertido Pablo estaba viviendo “sin la ley”, y no la tenía en cuenta. Estaba tan feliz gozando de su vida nueva en Cristo que ni pensaba en ella. No obstante, la Ley le “mató” tan pronto quiso usarla como medio de santificación. Pablo describe una experiencia que tuvo como creyente nuevo. Es obvio que la Ley no le mató físicamente porque todavía estaba vivo. Ya era salvo, entonces “la muerte” no podía ser una muerte espiritual, porque los salvos tienen vida eterna y no volverán a morir espiritualmente. Entonces, ¿a qué se refiere? ¿Hay otra clase de “muerte” que los creyentes sí experimentan que no sea ni física ni espiritual? En el capítulo seis Pablo nos enseñó que todos los creyentes “hemos muerto al pecado” —la naturaleza pecaminosa— (Ro. 6:2). Sin embargo, no hemos experimentado ningún cambio físico que la muerte física produciría. Tampoco es una muerte espiritual, porque por medio de ella andamos en vida nueva con Cristo mismo (Ro. 6:4): “Por tanto, hemos sido sepultados con Él por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida.” El término “muerte” es usado para ilustrar la rotura de relación —o separación— entre el creyente y su naturaleza pecaminosa por medio de su identificación con Cristo en Su “muerte”. Su naturaleza pecaminosa ya no tiene ningún derecho sobre él porque ha “muerto”. Al principio del capítulo que estamos estudiando, Pablo nos instruyó sobre nuestra relación con la Ley. Vimos que, por medio de nuestra identificación con la muerte de Cristo, hemos “muerto a la ley” como medio de santificación, y estamos “casados” con Cristo, el cual nos da Su Espíritu para que podamos llevar vidas santas (v. 4, NVI): “Así mismo, hermanos míos, ustedes murieron a la ley mediante el cuerpo crucificado de Cristo, a fin de pertenecer al que fue levantado de entre los muertos. De este modo daremos fruto para Dios.” La relación anterior ha sido rota permitiéndonos tener una relación distinta con Cristo por medio del Espíritu. En los versículos 9-11, sin embargo, Pablo no está hablando de la “muerte” del creyente a la naturaleza pecaminosa y a la Ley mediante su identificación con Cristo en Su muerte, sino de cómo la naturaleza pecaminosa “revivió” cuando Pablo trató de usar la Ley para santificarse y cómo esta naturaleza usó la misma Ley para “matarle”. La relación de Pablo con su naturaleza pecaminosa estaba rota por medio de su identificación con Cristo, tan rota que Pablo ni siquiera suponía que la tenía todavía. Aunque Pablo no la percibía, esa naturaleza estaba lejos de estar muerta. Estaba esperando una oportunidad para ganar de nuevo el control
  • 8. 128 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA sobre su vida. Esa oportunidad se presentó cuando Pablo trató de llevar una vida aceptable a Dios, santificándose por medio de la Ley. Pablo confió en su propia habilidad humana para hacer la voluntad de Dios guardando la Ley. En vez de haber confiado en el poder del Espíritu Santo, estuvo tratando de santificarse por medio de algo que no puede perfeccionar a nadie (He. 7:18-19, NVI): “Por una parte, la ley anterior queda anulada por ser inútil e ineficaz, ya que no perfeccionó nada. Y por la otra, se introduce una esperanza mejor, mediante la cual nos acercamos a Dios.” Tan pronto Pablo abandonó el medio divino para su santificación, que es el Espíritu Santo, la naturaleza pecaminosa le “mató”. Si el término “muerte” se puede usar para ilustrar cómo está rota una relación, entonces, ¿cuál es la relación que se ha roto en este caso? Claro, la relación de comunión del creyente con el Señor Jesús, el Cual es su santificación, y con el Espíritu Santo, el Cual hace una realidad la santificación en nuestra vida diaria. Esto no quiere decir que el creyente ha sido cortado de Cristo de manera que se pierda, o que ya no está santificado posicionalmente delante de Dios como antes, sino que ya no está gozando de su posición gloriosa en Cristo, y no está viviendo bajo el principio de la gracia, sino de la Ley. Habiendo comenzado su vida cristiana por el Espíritu, ¡ahora está intentando terminarla por la carne! (Gá. 3:3, NVI): “¿Tan torpes son? Después de haber comenzado con el Espíritu, ¿pretenden ahora perfeccionarse con esfuerzos humanos?” Está impidiendo la obra santificadora del Espíritu en su diario andar. Ha dejado la luz de libertad para volver a andar en la noche de esclavitud. Pablo perdió el sentir de arrobamiento y bienestar que tenía al principio, como nuevo creyente, porque esa comunión tan preciosa que tenía con el Señor fue rota tan pronto trató de guardar la Ley con el fin de vivir libre de pecado, y así hacerse aceptable a Dios. En vez de sentirse más cerca a Dios por tratar de guardar la Ley, su naturaleza pecaminosa la usó para romper su comunión con Dios. ¡Realmente se sentía rematado! iv. La Ley nos muestra la tremenda pecaminosidad de la naturaleza pecaminosa, vv. 12-13 ¿Por qué se sentía Pablo rematado? Porque la Ley en vez de ayudarle, le mostró cuán corrompido era. Pablo estaba muy triste y no lo podía comprender. Antes de ser salvo se consideraba justo. Nunca sentía un remordimiento por su pecado, porque no se creía pecador. Pero ahora, siendo salvo, teniendo el perdón de sus pecados, llega a saber que su carne es totalmente corrompida. v. 12 ¿Cuál es el propósito de la Ley? Sí, mostrar a la persona que es pecador (Ro. 3:20b , DHH): “…la ley solamente sirve para hacernos saber que somos pecadores.” Dios dio la Ley a Israel para que supiera lo qué esperaba de ellos y por dónde estaba fallando. Pero nunca fue un medio de santificación. Cuando Pablo trató de santificarse por medio de ella, en vez de acercarle más a Dios, su naturaleza pecaminosa tomó la oportunidad para ganar control sobre él y romper su comunión con el Señor. ¡Pablo tenía la sensación que había pasado de vida a muerte!
  • 9. C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 129 Entonces no podemos culpar a la Ley porque ella ha cumplido su debida función. Es por eso que Pablo afirma que “la ley es santa”. Dios ha puesto la Ley “aparte”, santificándola para el propósito Suyo de revelar el pecado. Como algo diseñado por Dios, es santificada, completamente “aparte” de todo mal. Siendo aún más específico, y hablando del mandamiento que le había causado tanto dolor —aunque se podría decir lo mismo de cualquiera de los otros mandamientos, el de no codiciar siendo únicamente un ejemplo que representa a los demás—, Pablo dice que el de no codiciar cosa alguna que no le pertenezca es:    “santo”, porque por medio de él sabemos lo que Dios piensa acerca de la codicia.  “justo”, porque todo lo que Dios nos manda es lo mejor en cada situación, y Él solamente requiere que vivamos de acuerdo a Sus normas morales.  “bueno”, porque el carácter de la Ley es bueno, y el mandamiento benéfico, siendo provechoso al que lo guarde. v. 13 La Ley no tenía la culpa de que Pablo se sintiera muerto y separado de su comunión con Dios, porque ésta solamente le mostró que estaba pecando, codiciando muchas cosas. Lo que realmente estuvo causando su problema era su naturaleza pecaminosa como lo expresa en la segunda mitad del versículo (v. 13b , DHH): “Lo que pasa es que el pecado, para demostrar que verdaderamente es pecado, me causó la muerte valiéndose de lo bueno”. El pecado, la naturaleza pecaminosa, usó la Ley, específicamente el mandamiento de no codiciar, que estaba cumpliendo con su deber de mostrarle a Pablo que estaba pecando, para despertar en él “toda clase de codicia” (v. 8), y así la comunión que gozaba con el Señor fue rota. El propósito de la naturaleza pecaminosa era ganar de nuevo el mismo control que tenía sobre Pablo cuando era inconverso y romper su comunión con Dios (v. 13c , DHH): “Y así, por medio del mandamiento, quedó demostrado lo terriblemente malo que es el pecado” Está demostrado, pues, que la naturaleza pecaminosa que tenía Pablo, y la que cada uno de nosotros tenemos, es absolutamente perversa, corrompida y maligna. En nosotros mismos no hay nada bueno que sirva para acercarnos a Dios, pero tenemos el Espíritu Santo que el Señor nos mandó para vencer a la naturaleza pecaminosa y los deseos de nuestro cuerpo que ésta controla, y darnos fruto que glorifica al Padre. Pero por esto nuestra naturaleza pecaminosa está en guerra contra el Espíritu que mora en nosotros (Gá. 5:16-17): “Digo, pues: anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que ustedes no pueden hacer lo que deseen.” La Ley, entonces, a pesar de ser buena, no nos puede acercar a Dios porque este no es su oficio. Su oficio es mostrar al hombre su perversidad y la necesidad de un Sumo Sacerdote que se acerque a Dios por él (He. 7:25- 26): “Por lo cual Él también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos. Porque convenía que tuviéramos tal sumo sacerdote: santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores y exaltado más allá de los cielos,” La Ley es santa, justa y buena porque cumple su función de revelar la pecaminosidad del hombre, pero la naturaleza pecaminosa usa el deseo del creyente de guardarla para “matarle” en cuanto a su andar con Dios.
  • 10. 130 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA b. La Ley no nos puede santificar porque todavía tenemos una naturaleza pecaminosa que se rebela contra ella, vv. 14-25. En estos versículos Pablo llega a la raíz del problema: su naturaleza pecaminosa que todavía tiene se rebela en contra de la Ley y se rehúsa a obedecerla. Aunque quería guardar la Ley desde su corazón, y “apartarse” de todo pecado por medio de ella, se encontraba incapacitado para hacerlo. Esto le era muy frustrante porque esperaba alcanzar la aprobación de Dios y las bendiciones divinas por medio de ella. Su frustración, tal vez, se manifiesta en los siguientes versículos donde parece que Pablo se ha vuelto redundante, repitiéndose vez tras vez. Lo que dice en los vv. 14-17, en los vv. 18-20, y después en los vv. 21-23, puede ilustrar lo inútil que es tratar de santificarse y vivir libre de pecado por el propio esfuerzo humano. Cada vez que Pablo intentaba hacerlo era vencido, sin embargo Dios usó su derrota para mostrarle que era imposible a través de la carne. La repetición de esta verdad no puede ser suficiente porque nuestra tendencia es pensar que de alguna manera podemos librarnos nosotros mismos de pecado y así ganar el favor divino, ¡pero nada está más lejos de la verdad! i. La Ley no nos puede santificar porque somos hechos de carne débil, vv. 14-17 v. 14 “Sabemos que la ley es espiritual” ¿Por qué no me puede santificar y librar de pecado entonces? Porque “yo soy carnal” o, literalmente “de la carne”, como lo expresa Williams: “Pero yo soy hecho de carne débil”. “Carne” en este versículo se refiere al cuerpo del creyente y sus fuerzas naturales. Pablo quería, en su propia fuerza, obedecer la Ley de Dios y así alcanzar una vida de bendición, pero no lo podía hacer por causa de su propia debilidad humana. Además, estaba “vendido como esclavo al pecado” (DHH). Aquí, el pecado se refiere a la naturaleza pecaminosa. Cuando Adán pecó llegó a tener una naturaleza pecaminosa que tomó dominio de él por medio de los impulsos y pasiones de su cuerpo. Luego, todos sus descendientes nacieron sujetos a la naturaleza pecaminosa de la misma manera, llegando a ser esclavos de ella. Ser esclavo de la naturaleza pecaminosa es la condición de todos los incrédulos (Ro. 6:17, 20, DHH): “Pero gracias a Dios que ustedes, que antes eran esclavos del pecado, ya han obedecido de corazón a la forma de enseñanza que han recibido… Cuando ustedes todavía eran esclavos del pecado, no estaban al servicio de la justicia;” Pero cuando creímos en el Señor Jesús fuimos librados de esa esclavitud (Ro. 6:6, 18, 22): “sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con Él, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado… y habiendo sido libertados del pecado, ustedes se han hecho siervos de la justicia.… Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tienen por su fruto la santificación, y como resultado la vida eterna.” Entonces, ¿por qué usa Pablo el tiempo presente cuando dice: “estoy ‘vendido al pecado’ ”? Cada uno de nosotros que hemos creído en el Señor Jesús fuimos comprados por Él, de manera que ya le pertenecemos, cuerpo, alma y espíritu (1 Co. 6:19-20): “¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en ustedes, el cual tienen de Dios, y que ustedes no se pertenecen a sí mismos? Porque han sido comprados por un precio. Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo y en su espíritu, los cuales son de Dios.” El Espíritu Santo ya mora en nosotros y da vida a nuestro espíritu para que éste le responda a Dios, no obstante, el cuerpo no le responde (Ro. 8:10):
  • 11. C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 131 “Y si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, sin embargo, el espíritu está vivo (es vida) a causa de la justicia.” Aunque comprado por Dios para que le pertenezca, el cuerpo no ha sido redimido todavía. Nosotros que somos ya hijos de Dios por la fe, “gemimos en nuestro interior, esperando ansiosamente nuestra adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo” (Ro. 8:23b , NVI). Esta redención o reclamo de lo que ya ha comprado se efectuará en la resurrección y el Rapto de todos los que hemos creído (Ef. 1:13b -14): “…fueron sellados en Él con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de Su gloria.” (Ef. 4:30): “Y no entristezcan al Espíritu Santo de Dios, por el cual fueron sellados para el día de la redención.” (Fil. 3:20-21): “Porque nuestra ciudadanía (patria) está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de Su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aun para sujetar todas las cosas a Él mismo.” (1 Co. 15:52-53): “…en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final. Pues la trompeta sonará y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.” Mientras tanto, nuestro cuerpo sigue respondiendo por instinto a la naturaleza pecaminosa. En cuanto a su cuerpo, Pablo tenía que confesar: “Estoy vendido a la naturaleza pecaminosa”. Su cuerpo de carne fue vendido a la naturaleza pecaminosa y no podía producir la justicia que quería que produjera. v. 15 Que su cuerpo no respondía a Dios sino a la naturaleza pecaminosa era evidente. Pablo quería hacer lo bueno, quería agradar a Dios con una vida que le diera gloria, obedeciendo Su santa Ley, pero se encontraba vez tras vez haciendo las mismas cosas que su espíritu regenerado aborrecía. Él no quería codiciar nada que perteneciera a otro, pero constantemente estaba cayendo en el mismo pecado. (Quizás el problema tuyo no sea la codicia, no obstante, también te has encontrado en la misma situación de seguir haciendo algo que no quieres hacer). En vez de guardar la Ley, la estaba quebrantando. v. 16 La Ley no tiene la culpa de que Pablo, tú o yo, no hagamos lo que queremos. En realidad, por medio de nuestra desobediencia, estamos reconociendo o probando que “la ley es buena” (en el griego: “kalos”, esto es, “intrínsecamente buena, y, así, hermosa, honrosa… aquello que está bien adaptado a sus circunstancias” -Vine). Es buena y bien adaptada a nuestras circunstancias como pecadores, porque revela y condena lo malo que hacemos. v. 17 Pablo llega a la conclusión de que si su espíritu regenerado desea hacer o no hacer algo, pero él no puede efectuar en sus propias fuerzas lo que desea y resulta pecando, entonces no puede culpar a su espíritu, porque tiene que ser su naturaleza pecaminosa la que tiene la culpa. No está rehusando aceptar la culpa por lo que él hace, echándola sobre otro, sino más bien quiere explicar el porqué de su inhabilidad de guardar la Ley en sus propias fuerzas. Aunque él desea cumplir la Ley, y no codiciar —o no cometer cualquier otro pecado— su naturaleza pecaminosa no le deja hacerlo.
  • 12. 132 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA ii. La Ley no nos puede santificar porque en la carne no hay bien, y es incapaz de hacer el bien que queremos, vv. 18-20 v. 18 En nuestra “carne” —en estos cuerpos de carne y hueso— “no mora el bien”. En el griego la palabra “bien” utilizada aquí es “agathos” que “describe aquello que, siendo bueno en su carácter o constitución, es beneficioso en sus efectos” (Vine). Entonces, en primer lugar, nuestra “carne” no tiene un carácter o constitución buenos, sino que es corrupta, habiendo sido vendida a la naturaleza pecaminosa. En la carne no hay virtud alguna, porque no tiene motivos o deseos espirituales, sino mundanos (1 Jn. 2:16, NVI): “Porque nada de lo que hay en el mundo —los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida— proviene del Padre sino del mundo.” Consecuentemente, en segundo lugar, es incapaz de hacer algo beneficioso o bueno. Dentro de todo creyente está “el querer” hacer lo correcto, lo que agrada a Dios, pero no la capacidad para llevarlo a cabo. El Espíritu ha regenerado nuestro espíritu de modo que éste quiere hacer “el bien” (“kalos”). La dificultad está en que nuestro cuerpo no coopera con el espíritu regenerado y no hace “el bien” que quisiéramos. v. 19 La prueba de que no mora nada bueno en la carne está en el hecho de que ni Pablo ni nosotros podemos hacer “el bien” que deseamos, sino que hacemos “el mal” que no queremos. v. 20 La conclusión de Pablo en estos versículos es igual a su primera conclusión en el v. 17: si él hace algo que su espíritu regenerado no quiere hacer, no es este espíritu el que lo hace sino la naturaleza pecaminosa que mora en él. Pablo no podía confiar en su habilidad de hacerse acepto a Dios, santificándose, “apartándose” de todo pecado, por medio de la Ley, porque su carne no tenía ningún deseo de hacer “el bien”, siendo que “el bien” es contrario a su naturaleza corrupta. Nosotros tampoco debemos confiar en la carne porque la nuestra es igualmente depravada. iii. La Ley no nos puede santificar porque hay una lucha constante entre nuestro espíritu y nuestra carne, vv. 21-24 v. 21 Por tercera vez Pablo vuelve a reconocer su incapacidad de guardar la Ley y santificarse por medio de ella. Ya sabía que la incapacidad no era una aflicción pasajera, sino una ley, un principio maligno que operaba permanentemente en su ser: “...hallo la ley de que el mal está presente en mí”. Mientras que mora una naturaleza pecaminosa en cada creyente, el mal está allí, y no podemos hacer lo bueno que queremos. vv. 22-23 En contraste a esta ley o principio de mal que mora en el creyente debido a la presencia de la naturaleza pecaminosa, está “la ley de la mente” del creyente. ¿Qué es? Es el principio de que su mente y espíritu regenerados quieren guardar la Ley de Dios. Cuando Pablo creyó en el Señor Jesús como Aunque el poder de la naturaleza pecaminosa sobre nosotros fue rota por la muerte de Cristo, y tenemos el Espíritu Santo viviendo en nuestro cuerpo para darnos la victoria sobre nuestra naturaleza pecaminosa, todavía tenemos que luchar con un cuerpo que no está redimido aún. El cuerpo responde por naturaleza a la naturaleza pecaminosa y no a Dios, y nos impide hacer lo que realmente queremos. Queremos hacer lo que es correcto, lo que nuestro espíritu regenerado desea hacer. Pero nuestra carne, el cuerpo físico, no tiene ningún bien en sí, porque está vendida a la naturaleza pecaminosa, y no coopera con nuestro espíritu. Entonces si hacemos algo malo que no queremos hacer, es la naturaleza pecaminosa que lo hace.
  • 13. C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 133 su Salvador su espíritu fue regenerado, de manera que ya no quería las cosas que pertenecían a su vida anterior. Quería guardar la Ley, quería obedecer a Dios y agradarle, sin embargo este deseo de hacer lo correcto, de hacer lo que Dios dicte, estaba bajo el bombardeo constante de su naturaleza pecaminosa que controlaba los deseos de su cuerpo y se oponía a la voluntad divina (Gá. 5:17): “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que ustedes no pueden hacer lo que deseen.” Aunque Pablo fue librado del poder de su naturaleza pecaminosa por la muerte de Cristo, todavía tenía que luchar con un cuerpo que respondía a los dictados de su viejo dueño, la naturaleza pecaminosa (Ro. 8:7): “La mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la Ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo,” Era demasiado fácil dejarse controlar por sus pasiones carnales, pero esto le ponía bajo el control de su naturaleza pecaminosa como esclavo suyo, de modo que se encontraba en la misma esclavitud que antes. Desde luego, no estaba andando “en el Espíritu”, en comunión con Él, sino “en la carne” bajo el poder de su naturaleza pecaminosa. v. 24 ¡Pobre Pablo! Quería obedecer la Ley desde su corazón. No quería seguir pecando. Quería servir a Dios y agradarle, pero cada vez que intentaba hacerlo quedaba derrotado, y lo que es peor, ¡quedaba otra vez bajo el poder de su naturaleza pecaminosa! (vv. 15, 19, 22-24): “…no practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco, eso hago... Pues no hago el bien que deseo, sino el mal que no quiero, eso practico... me deleito con la Ley de Dios, pero veo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí!” ¿No hay manera de santificarse a sí mismo por medio de la Ley? Ninguna, porque el cuerpo no responde a Dios y a lo que Él quiere, sino a la naturaleza pecaminosa y lo que ella quiere. Nosotros, como Pablo, podemos tener las más nobles y puras intenciones, pero de nada nos vale mientras confiemos en estos cuerpos de carne. Es algo que todos nosotros hemos probado en la experiencia triste de tratar de conformarnos a la voluntad divina en nuestras propias fuerzas. ¡Quiero, pero no puedo! “¿Quién me rescatará de este cuerpo de muerte?” (NVI). iv. Aunque la Ley no nos puede santificar hay Alguien que lo puede hacer, v. 25 v. 25 “¡Gracias a Dios que Cristo lo ha logrado! ¡Jesús me libertó!” (BD). ¡Qué gozo se derramó en el corazón de Pablo al llegar a reconocer que su relación con Dios no dependía de sus débiles esfuerzos carnales para no pecar y así agradarle, sino de lo que Cristo ya había logrado por él en Su muerte y resurrección! No olvidemos que en este pasaje Pablo describe su propia experiencia al tratar de santificarse por medio de la Ley, y su frustración y desesperación al ver que no lo podía hacer. Gracias a Dios que Pablo no se quedó allí, sino que llegó a comprender que Cristo lo ha hecho todo, y que él fue identificado con la muerte, sepultura y resurrección de Cristo mismo como nos enseñó en el capítulo seis. “‘Así que, yo mismo con la mente’, éste es el verdadero yo renovado, el cual el apóstol afirma reiteradamente que no era aquel ‘pecado [naturaleza pecaminosa] que moraba en él’. ‘Con la mente’, es Pablo quería hacer lo correcto, quería guardar la Ley desde dentro de su corazón y agradar a Dios, pero no pudo. Había una batalla constante dentro de él entre su espíritu regenerado y su cuerpo con sus deseos. Por fin tuvo que reconocer que no había manera de santificarse por sus propias fuerzas carnales. Anhelaba ser librado del cuerpo.
  • 14. 134 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA decir, todas las facultades espirituales, incluyendo ciertamente las facultades del alma como la razón, la imaginación y la sensibilidad, las cuales son precisamente ‘renovadas’ ahora por el Espíritu Santo día tras día. ‘Sirvo a la Ley [o voluntad] de Dios.’ Todas las nuevas criaturas pueden decir lo mismo. ‘Mas con la carne a la ley del pecado.’ Al fin vio esta verdad y se doblegó a ella, que todo lo que él era por la carne, por naturaleza, estaba irrevocablemente entregado al pecado [a la naturaleza pecaminosa]. Así pues, abandonó la lucha para contemplarse completamente en Cristo (quien vivía en él) y caminar no por la Ley, aun en los poderes supuestos de la vida vivificada, sino por el Espíritu solamente, en cuyo solo poder debe ser vivida la vida cristiana” (Newell). “sirvo... con la carne, a la ley del pecado” Pablo reconocía que hay un principio, o ley, que él no podía cambiar, esto es, que su carne, su cuerpo humano mortal, responde por instinto a la naturaleza pecaminosa y no a Dios. “La ley del pecado” es, entonces, el poder que la naturaleza pecaminosa ejerce sobre el cuerpo. Pablo no podía cambiar los instintos de su cuerpo, o la naturaleza pecaminosa que lo controlaba. Su cuerpo seguiría respondiendo a la naturaleza pecaminosa. Se resignó, entonces, y dejó de tratar de santificarse y vivir libre de pecado por medio de sus propias fuerzas humanas. La victoria estaba en que Cristo le había librado y había puesto Su Espíritu en él para conformarle a Su imagen. El Espíritu Santo se encarga de santificar en su diario andar a todos los hijos de Dios. ¿Por qué escribió Pablo este capítulo? Porque él sabía que muchas personas pensarían que la mejor manera de santificarse, de acercarse a Dios y ser aceptos por Él, es por medio del cumplimiento de la Ley. Es de suprema importancia que todo creyente sepa que la Ley no le puede santificar de ninguna manera. Así como todos los creyentes hemos sido librados de la esclavitud a la naturaleza pecaminosa, hemos sido librados también de la Ley. ¿Cómo ilustró Pablo esta liberación en los primeros seis versículos de este capítulo? Sí, con el ejemplo del matrimonio que solamente se puede disolver cuando uno de los esposos muere. Nosotros, como creyentes, hemos muerto con Cristo a la Ley para que podamos “casarnos” con Él y producir fruto que glorifica a Dios por medio del Espíritu que nos ha dado. Dejando el tema de la capacitación del Espíritu, Pablo ilustró la inhabilidad de la Ley para santificarnos por medio de su propia experiencia como creyente nuevo. El también quería agradar a Dios y santificarse por medio de la Ley. ¿Será que lo podía hacer? ¡De ninguna manera! ¿De nada le servía? ¡Le servía solamente para mostrarle que era pecador! Además, en vez de ayudarle a evitar el pecado, ¡producía en él más ganas de pecar que antes! Su intento de guardar la Ley fue la oportunidad que su naturaleza pecaminosa esperaba para despertarse de su inactividad y tomar control de su vida. ¿No se sentía Pablo más cerca a Dios cuando se esforzaba para guardar Su santa Ley? Mientras intentaba guardar la Ley para su santificación y aceptación delante de Dios, su comunión con el Señor estaba rota. ¿Por qué estaba rota? Porque ya no estaba dependiendo de Él, sino de sus propias fuerzas humanas. ¡Se sentía tan separado de Dios como si estuviera muerto! ¿El no poder santificarse y “apartarse” de pecado por medio de la Ley quiere decir que hay alguna falla en la Ley? No, porque Dios no la diseñó para ser un medio de santificación y liberación de pecado. Su oficio es mostrar al hombre que es pecador y que necesita a Alguien que se acerque a Dios por él. Para que la Ley nos sirviera e hiciéramos el bien que deseáramos, necesitaríamos un cuerpo que cooperara con ella. ¿Nuestro cuerpo como creyentes no le sirve? Desafortunadamente, nuestro cuerpo que fue vendido a la naturaleza pecaminosa no ha sido redimido todavía. Ya que sigue respondiendo a los dictados de nuestra naturaleza pecaminosa, no podemos hacer lo que quisiéramos hacer.
  • 15. C. 7 / EL CONFLICTO DE LA SANTIFICACIÓN 135 ¿No hay algo de bien en nosotros? Pablo es enfático: en nuestra “carne” (estos cuerpos de carne y hueso), “¡no habita nada bueno!” Por tener un carácter corrupto, no puede producir algo beneficioso o bueno. Prueba tenemos de esto en que ninguno de nosotros podemos hacer el bien que quisiéramos hacer. Pero, si alguien anhela obedecer la Ley y persevera en esto, ¿no podrá hacerlo? No lo puede hacer, porque sus más nobles deseos de hacer el bien están bajo el bombardeo constante de su naturaleza pecaminosa a la cual su cuerpo responde por naturaleza. ¿No hay manera de ser librados de estos cuerpos? La liberación no consiste en ser separados del cuerpo, sino en ser librados de nuestra dependencia de las débiles fuerzas humanas para vivir libres de pecado y, de esta manera, hacernos aceptos con Dios. Nuestra relación con Dios no depende de lo que hacemos para agradarle, ¡sino de lo que CRISTO HA HECHO a favor nuestro! Cristo nos ha librado de una dependencia frustrante en nosotros mismos. Sin embargo, hay que reconocer que nuestro cuerpo seguirá respondiendo a la naturaleza pecaminosa, pero gracias a Dios, Él nos acepta, no por lo que somos en la carne, ¡sino por estar EN CRISTO! davidchrisbrown@gmail.com Aunque Pablo pensó que podía agradar a Dios con una auto- santificación por medio de la Ley, llegó a la maravillosa verdad de que nuestra relación con Dios no depende de los débiles esfuerzos humanos para agradarlo, sino de lo que Cristo hizo en Su muerte y resurrección. Esta es la única base para nuestra aceptación de parte de Dios y la subsiguiente liberación de un cuerpo controlado por la naturaleza pecaminosa. ¡Gloria a Dios!
  • 16. 136 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA