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VIÑETAS ARGENTINAS-BENITO                   LLAMBÍ

  Por Juancho Caminos

        En el último tramo del “proceso militar” se olfateaba el aroma, artificial por cierto, de un nuevo
advenimiento de la “democracia”. Agotadas las argumentaciones iniciales que dieron origen al gobierno de las
“juntas”, instalado el sistema pretendido por Martínez de Hoz-verdadera figura emblemática de lo que venía,
mucho más que los verdugos de esa época-, nos encontrábamos sin comprender todavía a cabalidad, que la
“rendición militar” firmada en algún buque británico en las costas de nuestras irredentas islas, iba a ser también
política, económica, social y cultural. Percibíamos o nos “hacían percibir” que se venían tiempos “políticos”. Sería
ingenuo pensar que había sido un logro popular. Lógico sería enmarcarlo, a aquel proceso “democrático”, en las
ventajas de guerra obtenidas por los ingleses tras nuestra derrota. Porque convengamos, que todo lo que vino del
`82 a esta parte, estuvo teñido de la indudable intervención, a veces en forma solapada y encubierta y otras a la
vista, del Foreing Office. De alguna manera y a los ponchazos nos disponíamos a entrar en la nueva etapa, muñidos
de una “sólida verdad”. A trazos gruesos, sabíamos que todo era un mero cambio de escenario para la misma obra.
Lo único que cambiaba era el telón de fondo. Había que producir hechos en la dirección de contrarrestar lo más
posible, los efectos-hoy más que nunca-de las operaciones de todo tipo por parte de la “inteligencia financiera”, con
siglos de experiencia en esas lides. Se hacía lo se podía con lo que se tenía, que a veces no era poco. A instancia de
una primera línea de dirigentes peronistas históricos, se armó la “Comisión de Gestión y Enlace para la unidad del
Movimiento Nacional Peronista”, que pasó a ser más conocida como “Gestión y Enlace”, a secas y por razones
obvias. La integraban entre otros, Alejandro Alvarez, mentor de la misma, Ricardo Guardo, Roberto Ares y Benito
Llambí. Todos hombres y amigos del General Perón y que supieron estar, más de uno, en el gobierno de Isabel
Martínez de Perón. Estábamos armando un poderoso acto en Rosario, que superó ampliamente nuestra capacidad de
organización y la capacidad física del Club Central Córdoba. Terminamos cortando la calle San Martín, que
desbordaba de participantes. La gente se sumaba masivamente a estos “cambios de aire”. Se me ocurrió traer a
Rosario al Embajador Benito Llambí, en los días previos al acto, a dar una conferencia de prensa anunciando el
mismo. Fui a proponérselo personalmente a su casa en Buenos Aires. Vivía en un departamento inmenso e
impresionante sobre Avenida del Libertador y frente a la Embajada de los Estados Unidos de Norteamérica.
Cuando llegué llovía a cántaros, así que estaba empapado y parecía un pollo mojado. Un “criado” me hizo pasar y
me ofreció un té caliente. Me lo trajo una auténtica mucama de película argentina de los años cuarenta. ¡Que
vajilla! ¡Que cuadros y que muebles! Benito Llambí era un un bacán, un verdadero “cajetilla”. Sin impostaciones y
genuinamente. Naturalmente acostumbrado al lujo y lejos de ser un “nuevo rico”. Una excelente persona y un
caballero. Ya era un hombre grande, pero caminaba siempre erguido y atléticamente como buen militar que había
sido. Siempre empilchaba como un “dandy” porteño. Estaba casado con Beatriz Haedo, hija del famoso caudillo
“blanco” oriental. En los años cincuenta, como embajador, había acompañado a Eva Perón en un famoso viaje por
Europa y en particular a Suiza y el Vaticano. Le encantó la idea de la conferencia de prensa y me dio el visto bueno
para la empresa. La conferencia fue un éxito en cuanto a concurrencia de medios de comunicación. Era un acto
“raro”, pero la artificial “apertura” daba sus primeros pasos y los “medios” consintieron en difundir estos
acontecimientos. Tan raro era todo, que en las vísperas de la conferencia, el S.I.E. (Servicio de Inteligencia del
Ejército) hizo una visita “de civil” a mi casa. Dos jóvenes oficiales fueron atendidos por mi mujer y la sometieron a
un prolijo interrogatorio para confeccionar un “ambiental”. Benito, todo el tiempo y con todos los periodistas, fue
muy claro y valiente. Fue un pequeño triunfo político. Guardo en mi memoria y es motivo de renovadas sonrisas, su
rostro y comentarios al llegar al hotel que le habíamos reservado. Se alojó en uno de los mejores hoteles de la
ciudad, donde también se hizo la conferencia de prensa. Benito, seguramente, estaba acostumbrado a más, pero
sobre todo estaba decididamente a favor de lo que estábamos haciendo. Apenas llegamos, le pregunté que le parecía
el hotel. En pleno “lobby”, recorre por medio de una mirada inspectora todas las “instalaciones”. Con la pera
fruncida, el labio inferior sobre el superior, el ceño adusto y un enérgico asentimiento con la cabeza me dio su
amistosa, quizás indulgente y caballeresca aprobación e inmediatamente expresó con su inconfundible modismo
fino y aporteñado: “Pero che… ¡que simpático!”

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  • 1. VIÑETAS ARGENTINAS-BENITO LLAMBÍ Por Juancho Caminos En el último tramo del “proceso militar” se olfateaba el aroma, artificial por cierto, de un nuevo advenimiento de la “democracia”. Agotadas las argumentaciones iniciales que dieron origen al gobierno de las “juntas”, instalado el sistema pretendido por Martínez de Hoz-verdadera figura emblemática de lo que venía, mucho más que los verdugos de esa época-, nos encontrábamos sin comprender todavía a cabalidad, que la “rendición militar” firmada en algún buque británico en las costas de nuestras irredentas islas, iba a ser también política, económica, social y cultural. Percibíamos o nos “hacían percibir” que se venían tiempos “políticos”. Sería ingenuo pensar que había sido un logro popular. Lógico sería enmarcarlo, a aquel proceso “democrático”, en las ventajas de guerra obtenidas por los ingleses tras nuestra derrota. Porque convengamos, que todo lo que vino del `82 a esta parte, estuvo teñido de la indudable intervención, a veces en forma solapada y encubierta y otras a la vista, del Foreing Office. De alguna manera y a los ponchazos nos disponíamos a entrar en la nueva etapa, muñidos de una “sólida verdad”. A trazos gruesos, sabíamos que todo era un mero cambio de escenario para la misma obra. Lo único que cambiaba era el telón de fondo. Había que producir hechos en la dirección de contrarrestar lo más posible, los efectos-hoy más que nunca-de las operaciones de todo tipo por parte de la “inteligencia financiera”, con siglos de experiencia en esas lides. Se hacía lo se podía con lo que se tenía, que a veces no era poco. A instancia de una primera línea de dirigentes peronistas históricos, se armó la “Comisión de Gestión y Enlace para la unidad del Movimiento Nacional Peronista”, que pasó a ser más conocida como “Gestión y Enlace”, a secas y por razones obvias. La integraban entre otros, Alejandro Alvarez, mentor de la misma, Ricardo Guardo, Roberto Ares y Benito Llambí. Todos hombres y amigos del General Perón y que supieron estar, más de uno, en el gobierno de Isabel Martínez de Perón. Estábamos armando un poderoso acto en Rosario, que superó ampliamente nuestra capacidad de organización y la capacidad física del Club Central Córdoba. Terminamos cortando la calle San Martín, que desbordaba de participantes. La gente se sumaba masivamente a estos “cambios de aire”. Se me ocurrió traer a Rosario al Embajador Benito Llambí, en los días previos al acto, a dar una conferencia de prensa anunciando el mismo. Fui a proponérselo personalmente a su casa en Buenos Aires. Vivía en un departamento inmenso e impresionante sobre Avenida del Libertador y frente a la Embajada de los Estados Unidos de Norteamérica. Cuando llegué llovía a cántaros, así que estaba empapado y parecía un pollo mojado. Un “criado” me hizo pasar y me ofreció un té caliente. Me lo trajo una auténtica mucama de película argentina de los años cuarenta. ¡Que vajilla! ¡Que cuadros y que muebles! Benito Llambí era un un bacán, un verdadero “cajetilla”. Sin impostaciones y genuinamente. Naturalmente acostumbrado al lujo y lejos de ser un “nuevo rico”. Una excelente persona y un caballero. Ya era un hombre grande, pero caminaba siempre erguido y atléticamente como buen militar que había sido. Siempre empilchaba como un “dandy” porteño. Estaba casado con Beatriz Haedo, hija del famoso caudillo “blanco” oriental. En los años cincuenta, como embajador, había acompañado a Eva Perón en un famoso viaje por Europa y en particular a Suiza y el Vaticano. Le encantó la idea de la conferencia de prensa y me dio el visto bueno para la empresa. La conferencia fue un éxito en cuanto a concurrencia de medios de comunicación. Era un acto “raro”, pero la artificial “apertura” daba sus primeros pasos y los “medios” consintieron en difundir estos acontecimientos. Tan raro era todo, que en las vísperas de la conferencia, el S.I.E. (Servicio de Inteligencia del Ejército) hizo una visita “de civil” a mi casa. Dos jóvenes oficiales fueron atendidos por mi mujer y la sometieron a un prolijo interrogatorio para confeccionar un “ambiental”. Benito, todo el tiempo y con todos los periodistas, fue muy claro y valiente. Fue un pequeño triunfo político. Guardo en mi memoria y es motivo de renovadas sonrisas, su rostro y comentarios al llegar al hotel que le habíamos reservado. Se alojó en uno de los mejores hoteles de la ciudad, donde también se hizo la conferencia de prensa. Benito, seguramente, estaba acostumbrado a más, pero sobre todo estaba decididamente a favor de lo que estábamos haciendo. Apenas llegamos, le pregunté que le parecía el hotel. En pleno “lobby”, recorre por medio de una mirada inspectora todas las “instalaciones”. Con la pera fruncida, el labio inferior sobre el superior, el ceño adusto y un enérgico asentimiento con la cabeza me dio su amistosa, quizás indulgente y caballeresca aprobación e inmediatamente expresó con su inconfundible modismo fino y aporteñado: “Pero che… ¡que simpático!” ¡ÉXITOS PARA TODOS Y ADELANTE CON LOS FAROLES!