1. VIÑETAS ARGENTINAS EL ROSARINO Y EL PORTEÑO
¡Cuatro horas y menos! Eso es lo que tardaba hace más de treinta años aquel verdadero “tren bala” en
su salida diaria hacia Buenos Aires. La mitad, al menos, de lo que tarda el servicio “reciclado” de
ahora. No era ninguna hazaña. Es más, el tendido de las vías y las máquinas, tranquilamente estaban
preparadas para hacer el viaje en dos horas y media. Si no lo hacían era por “frenos” y “directivas”
contrarias de las distintas conducciones de los Ferrocarriles del Estado. Después lo supimos, pero el
deterioro y abandono de nuestros ferrocarriles, fue orquestado en el largo aliento de una verdadera
conspiración contra el riel, y que al final, en los noventas ya “se caía todo de maduro”, lo terminaron
de empujar por la pendiente y se rifó todo. “El Rosarino” de ida y “El Porteño” de vuelta. Siete y
cuarto de la mañana desde Rosario y desde Buenos Aires. Era lo mejor en trasporte, sobre todo del
Ferrocarril Mitre, que era lo que predominaba en la zona. Se usaban poco los micros a la capital. Era
grande y cómodo. Uno se encontraba gente conocida en algún otro vagón y podía hacer sociales. Se
podía caminar e ir a desayunar al coche comedor. Inolvidables cafés con leche con tostadas (largas y
riquísimas), manteca en “rulos” y mermelada de algún cítrico. Con tazas y demás utensilios que no
volví a ver en otro lugar. El café y la leche, los servía el mozo en la mesa con unos jarrones de acero
inoxidable opaco y con un mango largo de madera ¡Se podía fumar en el comedor! Todo era especial
y único, el olor, el ruido y traqueteo sobre los durmientes, que en la marcha de toda la formación se
unificaba en una cadencia suave y producía un sonido agradable, querible e irrepetible. En los
comienzos supo haber tres categorías y tres tarifas, muy al estilo inglés en sus colonias: Pullman
(llegué a ver las azafatas y mozos), Turista y Clase Única. Después con el tiempo quedaron dos,
suprimiéndose la Clase Única, que era con todos los asientos de madera y bastantes duros. No era
una carga viajar en tren, al contrario. Uno esperaba esos viajes que se concretaban en un santiamén
(¡qué expresión antigua!). Hubo un período, que por razones laborales, me convenía bajar en
Migueletes a eso de las once de la mañana y en el tramo final hacia Retiro. Había un servicio
gastronómico que pasaba por los vagones con un carro especial con sándwiches y gaseosas. Se
vendían diarios y revistas. En el servicio de regreso, todos los días y que llegaba a Rosario de noche,
se servía la cena. “¡Último turno para cenar!”, pasaban los mozos. Hubo períodos en los que se
comía muy bien. Nuestra querida estación Rosario Norte y la gigantesca Retiro, extrañan tantos
viajeros rosarinos. En los setenta y más, todo esto estaba y sobrevivía dignamente. Aunque el
deterioro ya era grande y en los ochenta, pegaron la acelerada mortal preparando el golpe de gracia.
¡Qué bronca que tuvimos todos! Es sabido que en el mundo, el transporte de pasajeros y cargas no
deja de progresar. Las redes ferroviarias crecen y se modernizan, se invierte siempre mucho en este
transporte, a la larga el más barato de todos. El más seguro y lejos, el más lindo. A su existencia en
estos países, no se la considera una pérdida irreparable (en esta falacia consistió precisamente la
“mala prensa” que tuvieron nuestros trenes), sino una inversión constante que acompaña el
desarrollo económico, demográfico y ocupacional de una nación. Pueblos fantasmas, estaciones
abandonadas, cerca de cien mil despedidos. El encarecimiento constante del transporte automotor, la
pérdida de presencia argentina en bastos territorios, todas las “delicias” de un verdadero crimen. Hay
testarudos hombres del riel, que enamorados de su trabajo y profesión conservan, gracias a Dios, un
poco más que la “memoria” operativa, técnica y laboral de nuestra red. Estoy convencido que ya está
siendo transmitida y que no se va a perder nunca. ¡Éxitos para todos y adelante con los faroles!
JUANCHO CAMINOS