Un documento describe un día particular en julio de 1977 en Rosario, Argentina. El autor se reunió con militantes políticos de Córdoba, Mendoza y Buenos Aires para intercambiar información sobre la situación política y de los compañeros. Mientras viajaba, a menudo era chequeado por el ejército. Esa noche, mientras albergaba otra reunión en su casa, se produjo un tiroteo fuera que resultó ser una persecución de guerrilleros que escaparon. Los militares inspeccionaron su departamento pero no entraron.
1. VIÑETAS ARGENTINAS-UN DIA MUY PARTICULAR
Julio de 1977. Sábado de frío en Rosario y reunión “nacional” en casa. En aquellos meses se hacían tareas
de relevamiento e información general de la pesada realidad que nos tocaba vivir. No concebíamos el
combate político en el sentido exclusivamente “militar”. No éramos regulares y tampoco irregulares, pero
los milicos y las organizaciones clandestinas no andaban preguntando y tuvimos nuestras bajas. Teníamos
un sistema de comunicación nacional, precaria pero tampoco eficaz, diría Fontanarrosa. Se trataba de
conocer el estado de la gente y el de los compañeros, que también eran gente. Cada tanto viajaba a las
ciudades de Córdoba, Mendoza y la Capital Federal. La “información” era escasa, la más de las veces,
dado la situación imperante y lo endeble de nuestro sistema y las comunicaciones en general. Luego de
finalizada la visita a cada lugar reuniéndome con cada “enlace” y antes de viajar de regreso a casa, me
sentaba a confeccionar un informe lo más sintético posible. Luego lo escribía en letra diminuta en unos
finos papeles que los enrollaba y los metía en una birome. En caso de peligro uno se desprendía rápida y
disimuladamente del material concentrado en un solo y pequeño lugar. Tampoco era cuestión de optar por
la solución “Papillón” para ocultar “tesoros”. No era lo mío y además de ser un “lugar” no tan seguro,
como algunos quizás creen, se dice que produce acostumbramiento. No estábamos jugando a los “espías”,
ni éramos audaces militantes envalentonados por una supuesta épica redentora. Alguien tenía que hacerlo
y convengamos que uno estaba metido en una organización política porque quería y estaba convencido.
Varias veces, viajando en micro, fuimos chequeados por tropas del ejército en plena ruta. En forma
repentina, sobre todo de noche, detenían el colectivo y nos hacían bajar a todos. Como me movía los fines
de semana, siempre me tocaba viajar con estudiantes volviendo a sus hogares o yendo a sus facultades.
Dado la composición social y generacional de dichos viajes, era por demás de tentador para la oficialidad
militar, realizar este tipo de operativos. Nos hacían bajar a todos y nos ponían en fila a un costado del
ómnibus. Mientras la tropa nos vigilaba, subían cuatro o cinco suboficiales a revisar el equipaje. Las
biromes siempre las llevaba encima y una sola vez, estando abajo del micro, me deshice de ella
percibiendo algo o viviendo especialmente y más culposamente el terrible nerviosismo de todos,
incluyendo los soldaditos. Recuerdo que fui observado curiosa y atentamente por un joven estudiante que
estaba a mi lado y que descubrió mi movimiento. Cuando se bajó, creo que en Villa María, me dirigió una
mirada cómplice e imperceptiblemente triunfal. “Habíamos” sorteado juntos el trance. Aquel sábado me
tocó ser el anfitrión de una reunión de la “orga”. Dos cordobeses, un porteño y un mendocino nos
reunimos toda la tarde y parte de la noche. La patrona emigró a lo de unos amigos cercanos, con los dos
críos chicos a pasar el día. Vivíamos en Santiago 313, casi esquina Catamarca. Era un pasillo corto con
dos departamentos, nosotros alquilábamos el primero. En medio de la noche de trabajo y reunión
empezamos a escuchar un impresionante tiroteo in crescendo y que se tornó infernal. Parecía que los
disparos y ráfagas sonaban, de tan cerca, dentro del comedor. De pronto silencio total. Inmediata y
violentamente, voces de mando dando instrucciones con megáfono, sobresaltaron más aun nuestro ánimo.
Teníamos los “tujes” llenos de preguntas. Empezamos a tirar los papeles comprometedores por el inodoro.
Sacamos cartas y pusimos el “tocadiscos” (¿se acuerda de ese aparato?) con música baja. La puerta del
comedor daba al pasillo y tenía un vidrio opaco por el que entraba la luz natural o artificial. Interminables
minutos de tensa espera. Sentimos pasos de varios entrando despacio al pasillo y vimos la sombra de uno
detenerse frente a la puerta. Yo pensaba en lo absolutamente inexplicable del “encuentro interprovincial”
sostenido en casa. No solo las distintas procedencias, sino y especialmente las tonadas delatoras de los
cordobeses que, se diría, hablaban casi un dialecto. ¿Cuánto habrá durado verdaderamente esa inspección
frente a nuestro departamento? Medido a la distancia, no más de un minuto. Finalmente “la sombra” se
retiró. Dejamos pasar unos veinte minutos, al cabo de los cuales me asomo con un inocente paquete de
basura como para sacarla a la calle. En la entrada del pasillo había unos milicos enfierrados hasta la
cabeza, uno de ellos me hizo seña con el fusil para que me metiera para adentro. Se demoraron un par de
horas y ya no pasaba nada, cuando mi mujer volvió con los chicos. ¿Qué había ocurrido? Una feroz
persecución llegó hasta el barrio. Se ve que los “guerrilleros” conocían perfectamente la manzana. En
aquella época había un baldío en forma de ele que tenía salida por Santiago y por Catamarca. Es decir un
cuarto de manzana que rodeaba a las casas de la esquina, la nuestra entre otras. Saltaron un tapial no muy
alto por Catamarca y se escaparon por Santiago. El ejército cuando se dio cuenta, ya era tarde. Por eso la
recorrida por los pasillos, buscándolos. ¿Quiénes habrán sido aquellos muchachos que aquella noche
feroz, zafaron? y ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Vivirán para contarlo? Siempre pienso en los destinos
paralelos y diferentes. Nosotros, a su vez, zafamos de una “perejileada” segura, si los milicos entraban en
casa.
¡ÉXITOS PARA TODOS Y ADELANTE CON LOS FAROLES!