La Rambla del Saladillo: paseo balneario y anécdota policial en Rosario
1. VIÑETAS ARGENTINAS LA RAMBLA DEL SALADILLO
Populosas piletas del arroyo Saladillo, construidas durante el segundo gobierno de Perón. Se
hallaban inmediatamente después de las también concurridas y muy pintorescas Quebradas, y sobre
la curva de la calle Lucero, a metros de la Mandarina, o mejor dicho, el monumento a Eva Duarte
de Perón. Multitudes de familias y jóvenes concurrían a este paseo balneario que aprovechaba el
paso del arroyo en su carrera hacia el Paraná. Tenía vestuarios masculinos y femeninos, casilleros
para la ropa, un importante buffet y daban la “chapita”, esa especie de salvoconducto piletero que
uno se colgaba en la malla y a la vista de los bañeros. El viejo supo llevarnos de chicos. Tan de
chicos que era la época en que era obligatorio el gorro de goma para las mujeres. Una anécdota
famosa de nuestras juventudes, era la charla de tres aparatos rosarinos acerca del origen del
peronismo. “¿Quién inventó el peronismo?” preguntó uno. “¡Perón!” le contestaron a coro los otros
dos. “¡¡Que Perón, ni que Perón!! ¡¡Fuimos YO y dos vagos más, con el agua hasta acá (seña en la
pera) en las piletas del Saladillo!!” El paso del tiempo fue deteriorando las instalaciones de este
espacio municipal. Quizás algunas malas administraciones de la vieja Rambla, la precipitaron a un
abandono terminal. Se solían hacer algunas reuniones políticas que terminaban con alguna
parrillada. En 1975 los amigos de Saladillo, de la “Isleta” para ser más precisos, organizaron la
despedida de soltero de un compañero que se casaba al otro día. Gratarola consiguieron la Rambla.
En los parrilleros, que eran muy grandes, los expertos cocineros del barrio prepararon una
“amarilleada”. Cientos de amarillitos asándose en hileras. Un verdadero espectáculo. Cuando se los
daba vuelta, se les agregaba una salsa picante con tomates. ¡Que sabroso pescado y que manera de
prepararlos! Todo fue una maravilla, pero al terminar no sabíamos que se iba a iniciar, al menos
para cinco de nosotros, una larga noche. Al terminar la reunión nos vamos con el novio y varios
más en su Citroen 3CV. Tomamos Lucero hasta Caseros y doblamos (en ese tiempo era mano)
como para tomar Tupungato. No llegamos. En forma sorpresiva un cerrojo policial nos cortó el
paso. Eran como tres móviles y el nutrido personal de “operaciones” estaba muy “enfierrado”. Nos
hicieron bajar del auto y nos pusieron cara a la pared con los brazos extendidos hacia adelante y
con el dedo índice de cada mano apoyado contra la pared. Las piernas separadas y sin hablar. Un
cana, gratuitamente y muy consustanciado, fue pasando y uno a uno le pegaba un culatazo con el
fusil en los tobillos. En fila india nos llevaron a la comisaría de la trece (once, a posteriori), que
está a dos cuadras. No preguntamos nada porque eran tiempos bravos y nosotros andábamos en
política, así que un operativo no era raro. Pero igual nos llamaba la atención. Estando en la guardia
esperando por averiguación de antecedentes, más una libretita de “anotaciones” que le encontraron
a uno de los nuestros, solitos nos dimos cuenta de que se trataba. ¡Era la madrugada del 22 de
agosto! Aniversario de la masacre de Trelew, fecha conmemorada por los grupos guerrilleros con
todo tipo de acción. Por lo tanto había controles, rastrillos y cerrojos en todo el país. ¡Pero nosotros
cinco, en un Citroen y a la salida de una comilona que seguramente habían estado vigilanteando!
¡Vamos! Obviamente estaban justificando el operativo con unos “perejiles” fáciles y para nada en
“esa joda”, como nosotros. Se ve que no todos los policías pensaban en hacer mérito con nosotros.
Tiempo después y antes que se desencadenaran los terribles acontecimientos del 24 de marzo del
`76, en un colectivo de línea me encuentro con un cana raso de la “13” que estaba de guardia esa
noche. Al reconocerme se acercó y me dijo que el no había tenido nada que ver con la detención de
“la Rambla” y, es más, hasta le caían simpáticos los “guerrilleros”. El hombre se estaba cuidando,
equivocadamente, conmigo. Le aseguré y reaseguré que no teníamos nada que ver con eso, y una
suerte de paz inundó su rostro. ¡Qué épocas! De la encanada, terminó todo bien al otro día.
Apareció el viejo rastreándome por la seccional ante mi ausencia y el aviso de mi mujer. Al tomar
estado público las detenciones, el trámite se aceleró y en horas salimos todos. Salvo una
incomodidad, todo fue tranquilo. En medio de la noche, en la larga espera en la guardia, a uno de
los nuestros se le ocurre decir fuerte “¡hasta cuando vamos a esperar, yo tengo que ir a trabajar,
viejo!” A lo que el oficial le respondió “¿así que vos tenés que ir a trabajar? Bueno, pero antes
¡todos al calabozo, mierda!” ¡ÉXITOS PARA TODOS Y ADELANTE CON LOS FAROLES!