1. LEYENDAS EN TARINGA
Calles, esquinas, fachadas, cúpulas, iglesias y edificios. En cada rincón de la inmensa
Buenos Aires se esconde un mito, una leyenda o una historia de esas que producen
escalofríos y también de las que fascinan. Sólo se trata de salir a caminar y dejarse
llevar por la fantasía y la imaginación.
La torre del fantasma, el emblemático edificio del barrio de La Boca, ubicado en
Wenceslao Villafañe y Almirante Brown.
FANTASMAS POR DOQUIER.
En la Recoleta todos conocen a La dama de Blanco y señalan la tumba de Luz María
García Velloso, una joven de 15 años que murió de leucemia en 1925. La historia es
famosa. Una chica salió a bailar una noche y conoció a un joven que quedó cautivado
con ella. Al salir, el muchacho le ofreció su abrigo y la acompañó hasta la puerta de la
casa, donde se despidieron con la promesa de volver a verse cuando él fuera a buscar
su campera. Grande y terrorífica fue la sorpresa al día siguiente al escuchar a la madre
de ella contarle que su hija había muerto hacía muchos años.
Y aún más escalofriante al llegar a la tumba, en el cementerio de la Recoleta, y
encontrarse con su campera. Muy cerca de esa bóveda está la de Rufina Cambaceres,
hija del poeta Eugenio Cambaceres, quien en algunas versiones de la historia también
es señalada como la protagonista de la leyenda de La Dama de Blanco.
Pero además tiene su propia tragedia para contar: murió a los 19 años, el 31 de mayo
de 1902, de manera repentina y sin causa aparente. Días después de su doloroso
entierro, los empleados del cementerio descubrieron que el ataúd se había caído al
piso. Al abrirlo, encontraron a la chica rasguñada y lastimada. La leyenda cuenta que la
chica tuvo un ataque de catalepsia al enterarse de que su madre mantenía relaciones
con su pretendiente. Y que se habría despertado ya dentro del cajón. Otra versión
2. acusa a la madre, Luisa Bacichi, de haberse pasado con los somníferos que solía darle a
su hija para poder encontrarse tranquilamente con el joven que cortejaba a su hija.
Menos dramática, pero también muy difundida, es la leyenda de La torre del fantasma,
el emblemático edificio del barrio de La Boca, ubicado en Wenceslao Villafañe y
Almirante Brown. Al parecer allí vivía una pintora que se suicidó, y quienes lo han
habitado luego confirman que por las noches aún se la escucha caminar.
El libro Buenos Aires es leyenda, de los escritores Guillermo Barrantes y Víctor Coviello,
ha recopilado muchas de estas historias y, entre otras, ha difundido dos que
permanecían inéditas.
Una es la de Belek, el enano vampiro. Llegado desde la tierra del Conde Drácula con el
circo de los Zares, fue despedido por morder en el cuello a un mono de la compañía y se
instaló en una mansión abandonada del Bajo Flores.
Allí comenzó el mito, cuando los gatos que solían habitar la casona empezaron a
desaparecer. Entonces los vecinos protegieron sus casas con ristras de ajo y crucifijos.
Una noche lograron atraparlo en las inmediaciones de la estación de Flores. Pero el
enano logró escapar.
Y su fantasma vuelve cada vez que cualquier animal aparece muerto por allí.
La otra también es en una estación de tren, Coghlan, y tiene como protagonista a El
hombre sin párpados. Se trata del fantasma de un hombre que al parecer tenía un
infección en los ojos y que se habría suicidado en las vías de esta estación. Lo cierto es
que su fantasma deambula por la línea Mitre y siempre baja y sube allí.
Pero si existe un lugar embrujado de Buenos Aires, es el Palacio Noel, donde desde
1937 funciona el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco.
Sus fantasmas son de origen y épocas diversos ya que el museo se construyó sobre el
cementerio de Ingleses Disidentes del que jamás se sacaron las tumbas y en el siglo
XVII funcionó allí una compañía dedicada al tráfico de esclavos que convocaban a sus
ancestros y dioses. También se dice que están los espíritus de los dueños de las piezas
que se exponen. Sean unos u otros, lo cierto es que figuras como Manuel Mujica Lainez
y Oliverio Girondo y su esposa Norah Lange, vecinos del lugar, confirmaron haberlos
visto dando vueltas por el patio del aljibe.
AMORES QUE MATAN.
Buenos Aires también puede recorrerse a través de sus historias de amor. Las hay por
miles, en todos los barrios. Pero algunas, ya sea por la fama de sus protagonistas, lo
trágico de sus finales o las huellas arquitectónicas que han dejado, son verdaderamente
apasionantes. Las más célebres se cuentan entre las trágicas. Una de ellas es la de
Felicitas Guerrero y su escenario es el barrio de Barracas. Allí vivía esta joven,
considerada la mujer más bella de su tiempo, además de la más rica, ya que con sólo 24
3. años había enviudado y heredado de su marido Martín de Alzaga una gran fortuna.
En 1872 fue asesinada por su pretendiente, Enrique Ocampo, quien se volvió loco al
enterarse de que su amada iba a casarse con otro hombre. Sus padres construyeron
una bellísima iglesia en su memoria, en las calles Isabel La Católica y Pinzón. A pocas
cuadras de allí, en la intersección de Martín García y Ruiz Díaz de Guzman, una
plazoleta recuerda a Elisa Brown, hija del almirante Guillermo Brown, prócer de la
Independencia.
En 1827, Elisa se comprometió con el joven marino británico Francisco Drummond,
quien se sumó a la batalla naval que el almirante Brown emprendió contra el Brasil.
Todo estaba listo para que al regreso la pareja celebrara su matrimonio. Pero en uno de
los combates, Drummond fue herido de muerte. La leyenda dice que, sumida en un
inmenso dolor, días después Elisa se puso el vestido de novia y se dejó llevar por las
aguas del Río de la Plata. Desde entonces, se la conoce como La novia del plata o La
novia eterna.
También en Villa del Parque se recuerda un amor desgraciado. En Campana al 3200, a
escasos metros del cruce ferroviario, una mansión de cinco pisos es testigo de esta
historia. En su origen, el edificio estaba decorado con figuras grotescas de animales y
por eso fue bautizado El palacio de los bichos, como todos lo conocen en el barrio. Fue
construido por un aristócrata italiano que se la ofreció como regalo de bodas a su única
hija. Pero el destino no lo permitió. Luego de la fastuosa celebración del casamiento,
ocurrida el 1 de abril de 1911, los novios partieron hacia su luna de miel en un carruaje
mientras los invitados los saludaban desde los balcones, y desde allí asistieron a una
imagen pavorosa: al atravesar el paso a nivel, los novios fueron arrollados por el
ferrocarril.
Lejos de estas tragedias, otra gran historia de desamor que se cuenta en Buenos Aires
es la de Tiburcia Domínguez y Salvador María del Carril, gobernador de San Juan, aliado
del General Justo José de Urquiza y promotor del fusilamiento de Manuel Dorrego. El
mausoleo de este matrimonio, en la Recoleta, es una evocación eterna del desprecio
que se profesaron en vida y que los llevó a no dirigirse la palabra durante 30 años. Fue
Tiburcia la que se ocupó de que el odio conyugal trascendiera su muerte cuando ordenó
que al morir su busto se colocara dándole la espalda a la estatua que recuerda a su
marido.
Sin muertes de por medio, el edificio Kavanagh, en el barrio de Retiro, cuenta también
un amor. Se dice que Corina Kavanagh, una descendiente de irlandeses de mucho
dinero, construyó allí esta torre art-decó por venganza. Fue a comienzos de la década
del ‘20. La familia Anchorena había construido su residencia en Arenales y Esmeralda, y
en una línea diagonal imaginaria el mausoleo familiar (Iglesia del Santísimo
Sacramento). Corina Kavanagh estaba enamorada de uno de los hijos de la familia, el
dandy Tomás Anchorena, pero su madre se opuso a esa relación porque la joven no era
de origen patricio. Nunca imaginó que ella invertiría buena parte de sus millones en
ladrillos sólo con el fin de obstaculizarle la vista entre el palacio y el sepulcro de la
familia.