José Johnson regresa a su casa sin haber podido conseguir comida para su familia debido a problemas con el mar embravecido y la falta de arena para vender. Le cuenta a su esposa que fue atacado por máscaras cimarronas mientras cosechaba cocos, lo que le impidió obtener ingresos. José teme que sin su cédula de identidad no podrá moverse libremente y deberá esconderse en el monte.
La máscara cimarrona de Rafael Peralta Romero, Dominicano (Biografía y Guía de del texto)
1. La Máscara Cimarrona
La mujer se sorprendió de la forma en que José Johnson llegó aquella tarde a su casa y extrañó,
incluso, los maltratos que le ocasionaba éste frecuentemente por cualquier “quíta me está paja”
con que tropezara a su regreso.
Con voz y manos temblorosas se acercó a su marido para preguntarle si tenía hambre.
Escuchó inmediatamente la respuesta:
-¿Pa qué tú me preguntas a mi si tengo yo hambre si tú no tienes nada qué comer?
-¿Y tú trajiste algo, José – preguntó dulcemente la mujer.
__No pude traer.
__ ¿Qué paso con los cocos?
__ ¿Hubo problemas, José?
__ Hubo problemas, ya lo creo.
__ Entonces nos vamos a acostar sin cenar, para después estar uno soñando hasta con
el diablo.
__ Si fuera por la cena solamente no fuera nada, habrá problemas peores si el mar no
se arregla pronto y yo no puedo hacer una pesquitaregular.
José Johnson había liberado muchas batallas contra la miseria y esto lo preparó
para enfrentar las dificultades de la vida como fuera necesario. Pero esta vez
carecía basta de aliento para hablar y el rostro le ardía de vergüenza y temor. Su
voz disminuyó la intensidad y le costaba buen esfuerzo elevarla hasta hacerse oír
de su mujer por encima del ruido provocado por las olas al romper en los
acantilados.
El mismo hecho de que el mar se mostrase embravecido inundaba de frío el alma
de José Johnson porque lo convencía de que la pesca estaría difícil, al igual que la
obtención de arena, que José Johnson vendía a quienes construían o reparaban su
vivienda.
Cuando faltaba la arena y el mar se mostraba grosero, José Johnson optaba por
vender cocos de agua por las calles de Los Uveros, haciendo honor a su dicho de
“yo me la busco como sea, porque a esos muchachos no los voy a dejar morir de
hambre”.
En realidad, José Johnson no era un cosechero de coco, pues apenas tiene las
treinta matas que bordean su humilde casa a la orilla del mar, en un
extremo de Los Uveros.
2. Pero frecuentaba en la venta de fruto cada domingo en la entrada de la gallera, o
cualquier día donde se produjera aglomeración de personas.
De ahí que el pequeño cocal se hiciera notable en el pueblo, y que todo el mundo
lo considerara como el más productivo que se conociera.
Y circularon diversas explicaciones sobre el fenómeno. Unos dijeron que la madre
de José Johnson lo protegía desde la tumba, otros que ella le echo un hechizo
para ayudarlo porque él no tenía nada con que vivir, y también se dijo que los
cocos parían abundantemente porque por sus raíces pasaba el agua procedente
del cementerio. Hubo otras versiones.
Quien de verdad sabia el origen del asunto era José Johnson y por eso se sentía tan
mal esta noche. “Mañana es el último día para sellar la cédula y yo no tengo esos
cuartos, a lo mejor tenga que coger el monte porque sin ella no voy andar entre la
gente”, pensaba. Su mujer, al verlo triste, con la mano en la barbilla,
contemplando el mar, le hablo de nuevo:
–José, ¿pero qué fue lo que te pasó, José?
–Mira – dijo quitándose la cachucha – yo siempre le he tenido miedo a estar
en el campo cuando el sol se está acostando y se pone rojo, allá donde el
cielo se junta con el mar… Y hoy cuando iba a tumbar los cocos, en la finca
que tú sabes – baja la voz –, me salió un grupo de máscaras cimarronas y
me cayeron agolpes.
– ¿Máscaras cimarronas José?
– Sí, cimarronas, porque en el campo no pueden haber otra clase de
máscaras.
– Pero, hoy es 27 de febrero…– recordó la mujer.
– Sí, pero la máscaras del pueblo son mascaras mansas, que no se van a
meter en el monte a perseguir a nadie. Eran mascaras cimarronas. Tú sabes
que los ricos inventan de todo para lo de ellos. Yo vi de cerquita esa
mascará que me agarro por el pescuezo y que con una voz misteriosa me
preguntaba: “¿Tu sembraste esos cocos? Eh, tú los sembraste? ”, y me
apretaba furiosamente, mientras las otras mascaras se reían.
RafaelPeralta Romero
(Dominicano)