Este documento describe las creencias indígenas wixaritari sobre el origen sagrado de la vida en la Tierra. Según la cosmología wixaritari, la vida surgió en el Cerro del Quemado, en la sierra de Catorce, México, donde los dioses concibieron y dieron a luz al mundo. El documento también contrasta la visión wixaritari de la naturaleza como sagrada con la visión de los colonizadores europeos y mestizos, quienes explotaron los recursos naturales sin respeto.
2. Introducción
• El pensamiento indígena antiguo y moderno está lleno
de imágenes de respeto a la naturaleza. El profundo
respeto por la vida se encuentra bellamente expresado en
el amor a la naturaleza. Los indígenas wixaritari
consideramos que cada elemento de este territorio
(tierra, plantas, animales, etc.) es sagrado. Nunca
olvidamos de Wimakame, nuestra Madre Tierra:
“Nosotros somos parte de la tierra y la tierra es parte
de nosotros. Las flores que aroman en el aire son
nuestras hermanas; los desfiladeros, los pastizales
húmedos, los animales -como el venado y el águila-
forman un todo único”
3. • El agua que circula por los ríos y arroyos de nuestro
territorio no es solo agua, es también la sangre de nuestros
ancestros. Cada planta brillante que está naciendo, cada
grano de arena de las playas, cada gota de los ríos y los
arroyos; el rocío en la sombra de los bosques; cada colina y
hasta el sonido de los insectos son cosas sagradas. Nuestras
tierras no están en venta. Ninguna oferta sería suficiente y
ninguna se aceptaría. Si vendiéramos nuestra tierra no serla
tratada como algo sagrado y a nuestros hijos ya nunca
podríamos enseñarles las cosas que se reflejan en el agua
cristalina de los lagos. Estamos hermanados con los ríos que
sacian nuestra sed, conducen nuestro camino y alimentan a
nuestros hijos.
4. • Los te+waris (mestizos) no entienden nuestro modo de vida, no conocen las
diferencias que hay entre dos colores de piel, no tratan a la tierra como
hermana sino como enemiga; conquistan el territorio y luego lo abandonan,
dejando allí a sus muertos sin que les importe nada. Tratan a Wimakame y
a Tayeu Yuawi (Padre Cielo) como si fueran simples cosas que se
compran, como si fueran cuentas de collares que se intercambian por otros
objetos. El apetito del Te+wari terminará devorando todo lo que hay en las
tierras, hasta convertirlas en desiertos. En nuestra cosmovisión, el mundo
es como un todo. Todo es para todos, sin hacer distinciones.
• Nuestro modo de vida es diferente, cuando los teiwari visitan nuestras
comunidades y asisten a nuestras ceremonias, nos sentimos avergonzados
de no entenderlos, ni ellos a nosotros. Nuestra cultura es diferente de la del
mundo moderno; en las poblaciones de los te+wari no hay tranquilidad, no
puede oírse el rumor de las hojas primaverales al abrirse, ni el aleteo de los
insectos; eso lo descubrimos nosotros, porque somos parte de la naturaleza.
El ruido de las poblaciones insulta a nuestros oídos.
5. • Por eso en cada pueblo indígena nos esforzamos en
conservar la naturaleza. ¿Qué ha sucedido con los
animales sagrados y las plantas en otros lugares? ¡han
sido destruidos, han desaparecido debido a tantos
cambios! En el mundo moderno hay temores y se
siente amenazada la sobrevivencia. El «progreso»
está acabando con la tierra y los seres vivos porque
para los blancos y mestizos es más importante
dominar la naturaleza que protegerla.
6. La vida no surgió en el Paraíso sino en el
Cerro del Quemado
• En la sierra de Catorce nació la vida. Ahí fue concebida y
parida, entre el Cerro Grande y el Cerro del Quemado. A más de
tres mil metros de altura, la vida dio a luz al mundo. Lo iluminó.
Y dejó ver la extensión de 140 mil hectáreas de Wirikuta.
• Eso fue en el pasado, en el inicio de los tiempos, según los
wixaritari. Según su historia, partieron de San Blas, en Nayarit.
Se fueron buscando la luz en épocas donde todo era penumbra.
Caminaron, caminaron y caminaron. Casi 550 kilómetros hasta
llegar a Wirikuta, siguiendo a Kayau Mari, un personaje mítico,
mitad hombre, mitad venado, cuyo espíritu vive en el híkuri
(peyote). Subieron por un manantial de nombre Masau Hata y
volvieron a caminar hasta que encontraron la primera señal, la
del abuelo fuego, en el Cerro Grande y el Cerro del Quemado.
7. • Cada año, de los cinco puntos principales: San Blas, en Nayarit; Cerro
Gordo, en Durango; Santa Catarina y Chapal, en Jalisco; y Wirikuta, en
San Luis Potosí, los huicholes recrean el peregrinaje milenario. A pie.
• Para el común de los mortales, no queda más que el caballo. 60 minutos de
trayectoria desde Real de Catorce hacia el Cerro del Quemado. El animal
deja atrás los restos de una ciudad pétrea. Se adentra en paisajes terregosos,
maleza, matorrales. El sol da a todo lo que da. El viento hace lo mismo. En
tiempos de frío las serpientes y los alacranes prefieren quedarse dormidos.
En calor, es común que piquen o muerdan a los paseantes.
• El suelo va alzándose. Va creando relieves. La primera parada es el
manantial de la mina de San Agustín. De ahí se abastecen de agua los
pobladores de la región, dice José, el guía de caballos. Antes, el agua venía
desde las alturas. De ojos de agua provenientes de los cerros. Las actividad
minera les secó. Las minas desviaron los cauces. Ahora el líquido sale de lo
que quedó de ellas. De esos túneles donde salían toneladas de oro y plata,
hoy, a duras penas sale agua.
8. • Los vestigios de la mina de San Agustín se despiden con una especie de
puerta de piedra con acabados árabes; la invasión de los moros a los
españoles fue reproducida culturalmente por los últimos en sus conquistas.
Real de Catorce no escapó a ello.
• Una brecha estrecha, un barranco. Un caballo experto. Casas, ruinas,
piedras, tierra. Cielo y nubes. La entrada al Cerro del Quemado. Han
pasado 40 minutos. El cuadrúpedo se detiene. No quiere seguir más. A pie
ahora. 20 pesos hay que desembolsar para poder subir. 20 minutos hay que
caminar con rumbo al cielo. El corazón late más rápido. El sudor cae por el
rostro. El aire refresca. Y unas piedras, en las alturas, dan la bienvenida. En
forma de círculo, el templo del Cerro Quemado. Hasta ahí, cada año, los
wixaritari llegan con peyote en mano. Lo consumen. Hablan con los dioses:
la Madre Tierra, el Abuelo Fuego, el Padre Sol. Piden orientación. Uno
imagina lo que sería estar de noche ahí. Entre el fuego, confesiones,
rituales, cánticos. Purificación espiritual.