1. 1
Roma, 14 de abril de 2021
«Tres días después, hubo una boda en
Caná de Galilea y allí estaba la madre
de Jesús. Jesús también fue invitado a
la boda con sus discípulos. Se les acabó
el vino, y la madre de Jesús le dijo: “No
tienen vino”. Y Jesús respondió: “Mujer, ¿qué
tenemos que ver nosotros? Todavía no ha llegado mi
hora.” La madre les dice a los sirvientes: “Haced lo
que él os diga”. Había allí seis tinajas de piedra para
la purificación de los judíos, de unos ochenta o cien
litros cada una. Y Jesús les dijo: “Llenad las tinajas
de agua”. Una vez llenas les dijo de nuevo: “Sacad
ahora un poco y llevádselo al maestresala”. Ellos
cumplieron sus órdenes.» (Jn 2, 1-8)
Queridas hermanas:
Hemos llegado a una nueva cita: el 14 de abril. Os saludo con afecto y me gustaría que este
encuentro nuestro estuviera lleno de esperanza, confianza y gran alegría.
Estamos ya en el TIEMPO PASCUAL. Hace pocos días celebramos la Pascua, que es el
corazón de nuestra fe. Así, a pesar de todos los desafíos y dificultades causadas por la pandemia...
a pesar de todas las restricciones y medidas de seguridad que a veces impiden el desempeño
pacífico y “normal” de nuestra misión... a pesar de TODO y CUALQUIER realidad que ahora
estamos viviendo... miramos a María, mujer fuerte, que ha sabido afrontar el sufrimiento con
esperanza y resiliencia.
María, en efecto, nos enseña no sólo a hacer lo que Jesús dice/dirá, sino que nos enseña a
vivir la dinámica de la resurrección en nuestra vida cotidiana. Ella, que acompañó a su Hijo al
Calvario y que en ese momento de dolor – con fe – advierte el evento de la Resurrección, nos ayuda
a despertar nuestros mejores recursos, a ponernos al servicio de la vida, sin cálculos, sin ‘peros’.
En este sentido, os propongo que releáis el texto del Evangelio de Juan (2, 9-10): «Cuando
el maestresala degustó el vino nuevo son saber su procedencia (sólo lo sabían los sirvientes que
habían sacado el agua), llamó al novio y le dijo: Todo el mundo sirve al principio el vino de mejor
calidad, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se saca el más corriente. Tú, en cambio,
has reservado el de mejor calidad para última hora».
En el camino que estamos haciendo, siempre es el hecho de las Bodas de Caná el que guía
nuestra reflexión. En los meses pasados tratamos de profundizar nuestra relación con María,
contemplando su corazón, su mirada, sus palabras. Todo para vivir de una manera más consciente y
con un gozo más profundo, nuestro compromiso misionero: llevar a Jesús y su Evangelio al
mundo juvenil. «¡Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura!» (Mc 16,15).
Hoy quisiera invitaros a contemplar las manos de María, la madre que acoge el misterio de
su hijo Jesús, las alegrías y los dolores de sus hijos: de toda la humanidad. Contemplando las manos
de María, crece en nosotros la certeza de que ella es la Madre que estimula los cambios porque
sabe que el milagro es posible. Hoy, más que nunca, nuestro mundo necesita un milagro... necesita,
2. 2
muchos milagros: el milagro de la curación y la salud, el milagro del pan abundante y compartido,
el milagro de una casa y un trabajo, el milagro de la paz y del diálogo entre pueblos y religiones, el
milagro de la acogida y de la apertura de las fronteras a tantos migrantes, el milagro del “vino
bueno” que representa todo lo que hace que la vida de las personas sea más serena, más confiada,
¡que puedan vivir mejor!
Si nos esforzamos por ser comunidades generativas de la vida en el corazón de la
contemporaneidad, seguramente será más fácil asumir los milagros que el mundo necesita, y por
lo tanto nuestro ser misioneras, nuestro “salir, ir y evangelizar” nos hará más creíbles, realmente
nos hará ser signo y expresión de su amor preventivo entre las jóvenes (C 1).
Si miramos las manos de María, invocada por nosotras como “Auxilio de los cristianos”, nos
damos cuenta de que una tiene el cetro, la otra sostiene al Niño. Si pensamos en las diferentes
expresiones de María, amada por las gentes y encarnada en tantas culturas, vemos que sus manos
cuidan del Niño, están en oración, se presentan abiertas dando gracia y luz. En las distintas
representaciones de María, sus manos siempre indican “algo”, Alguien... muestran su corazón, se
elevan al cielo, sostienen el Rosario, se abren en actitud de alabanza o de súplica, bendicen y
ofrecen protección: son manos que acogen a todos porque todos son sus hijos.
Queridas hermanas, tomemos los textos de los Evangelios que presentan a María y tratemos
de mirar sus manos y de vivir sus actitudes en la realidad de nuestra misión, sea la que sea.
Pensemos en las manos orantes de María en el momento de la Anunciación; en las manos
serviciales que se pusieron en camino hacia Isabel; en las manos que saben alabar y exaltar a Dios
porque ha mantenido sus promesas; en las manos maternas que acogen y hacen crecer al Hijo de
Dios, aquel Niño tan “normal” que le ha sido confiado; en las manos oferentes que presentan a
Jesús en el Templo; en las manos que saben preguntar: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?» (Lc 2,
48); en las manos laboriosas que trabajan para que no falte el vino de alegría y de la fiesta; en las
manos siempre presentes que van a buscar a Jesús cuando dicen de él: «Está fuera de sí» (Mc 3,
21); en las manos misericordiosas que abrazan el cuerpo ensangrentado y sin vida del Hijo de Dios;
en las manos silenciosas que sostienen a los discípulos tan decepcionados y en el Cenáculo piden el
don del Espíritu.
Mi deseo es que todas podamos acercar nuestras manos a las de María, para que como hijas
sepamos hacer de Ella nuestro modelo y para que dejemos en sus manos nuestra vida, nuestra
consagración y misión; el mundo y los acontecimientos de la humanidad.
Quisiera terminar con las palabras del Papa Francisco de la Audiencia General del pasado 24
de marzo en la que presentó una reflexión titulada, Rezar en comunión con María: «Ella ocupa en
la vida y, por lo tanto, también en la oración del cristiano un lugar privilegiado, porque es la Madre
de Jesús. [...] Sus manos, sus ojos, su actitud son un “catecismo” vivo y siempre señalan lo
fundamental, el centro: Jesús. María está totalmente dirigida a Él. Tanto es así que podemos decir
que es más discípula que Madre. Aquella indicación, en las bodas en Caná: María dice “Haced lo
que Él os diga”. Siempre señala a Cristo; es su primera discípula.»
A todas vosotras, queridas hermanas, un fuerte abrazo y un recuerdo especial en oración.
¡Juntas dejamos TODO en manos de María!
Sor Alaide Deretti
Consejera para las Misiones