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década de 1820
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William Yates
Campaña de Ramírez contra Santa Fe
[La campaña de Ramírez contra Santa Fe]
Ramírez había mandado mil hombres de infantería, a, las órdenes del
teniente coronel Mansilla, para que se apoderaran de Santa Fe mientras él
pasaba el río cerca de Coronda con setecientos soldados de caballería. Quedaban
en la Bajada dos mil setecientos hombres, listos para cruzar el Paraná. Mansilla
pudo desembarcar bajo el fuego de los fuertes y cañoneras de Santa Fe y tomó
por asalto las baterías y la plaza. 1 Ramírez, que había desembarcado en las
Barrancas, punto cercano a Coronda, destacó cien hombres hacia el lado de
Rosario para hacerse de caballos. Ya de vuelta, fueron perseguidos por
setecientos soldados de la división de La Madrid. Un oficial Pérez, que
comandaba la partida de Ramírez, echó adelante los caballos que traía y se batió
en retirada contra la fuerza siete veces mayor de los porteños. Desde Rosario a
San Lorenzo, en distancia de cinco leguas, no perdió un solo animal de los que
había recogido. 2 En San Lorenzo se le agregaron otros cien hombres y
contraatacó a los porteños, haciéndolos retroceder hasta Rosario. La Madrid
movió entonces todas sus divisiones para lograr la unión con el ejército de López,
gobernador de Santa Fe. Se trataba de que todas esas fuerzas unidas se
opusieran a Ramírez, que permanecía todavía acampado en las Barrancas
esperando el resto de sus tropas. La Madrid marchó durante toda una noche y
muy de mañana llegó a las Barrancas donde debía reunirse con López. Había esa
mañana una neblina tan cerrada que los objetos no se distinguían a treinta
metros de distancia. La Madrid resolvió disparar un cañonazo para dar aviso a
López de que se encontraba en aquel sitio.
Ramírez con su tropa se hallaba a muy escasa distancia y comprendió que
tenía el enemigo encima. Con gran sigilo se preparó a la defensa. Algunos
oficiales de La Madrid que marchaban al frente de las columnas, acompañados
de los baquianos, percibieron a pocos metros la línea entrerriana y retrocedieron
sorprendidos a dar cuenta de lo que ocurría. Pocos minutos más y Ramírez se
encontraba completamente cercado en sus posiciones. Sus fuerzas consistían,
como hemos dicho, en setecientos hombres, divididos en escuadrones, separados
éstos por pequeños intervalos. El ejército de La Madrid constaba de dos mil
ochocientos cuarenta hombres y su línea formaba una media luna cuyos
extremos se apoyaban en la costa del río. Ramírez, aunque muy valiente soldado,
tuvo poca elocuencia para arengar a sus tropas en ese trance: no hizo más que
señalarles el río que tenían a la espalda y luego los flancos y el frente cerrados por
el enemigo, exclamando: “Muchachos, de aquí no hay retirada”.3
Sonó el toque de carga y los orientales respondieron con su acostumbrada
presteza. Los porteños esperaron “a pie firme” y desde pocos metros hicieron una
descarga general de artillería y otras armas. Cayeron más de noventa soldados de
Ramírez, pero el resto se entreveró con el enemigo y muy pronto le puso en
desorden. Los porteños, ya habituados a la derrota, viéronse obligados una vez
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más a ceder terreno y fueron perseguidos con mucha saña, siendo al final
destrozada y destruida toda la división. El ejército de Ramírez se vio largamente
recompensado por su esfuerzo. La caja militar de La Madrid contenía treinta mil
pesos, destinados, en parte, a López y los santafecinos. El dinero se repartió entre
los soldados vencedores, así como el contenido de un carro de equipaje.
Quedaron también en el campo cuatro piezas de artillería con un carretón de
municiones. Pero el botín más preciado fue un saco de correspondencia oficial
dirigida a los gobiernos de las provincias unidas, que se encontró en el equipaje
de La Madrid. Por estas cartas conocimos en todos sus pormenores la situación
de nuestros enemigos y la oposición que se nos preparaba desde Buenos Aires a
Chile. 4
El éxito lisonjero de Ramírez fue de corta duración. Orgulloso de su triunfo
y halagado por los plácemes de una hermosa amazona que le acompañaba en la
guerra, decidió atacar, ya muy entrada la tarde, al ejército de López, contra el
parecer de sus oficiales. 5 Estos le aconsejaban postergar el combate hasta la
mañana siguiente en razón de la oscuridad que se aproximaba y el cansancio de
los soldados después de la lucha reciente. Pero Ramírez no admitió ninguna
dilación. Su plan consistía en presentar todas las fuerzas escalonadas por
divisiones, para que entraran en acción dónde y cuándo se hiciera necesario.
Expuesto su nuevo plan de ataque, los oficiales ordenaron cargar a la primera
división, pero como ésta fuese contenida reciamente por los santafecinos, se
ordenó el avance de la segunda para reforzarla. Logróse romper la línea de López,
pero debido a la oscuridad de la noche, a la semejanza del uniforme y del
lenguaje, se siguió una horrible confusión. Los soldados no distinguían si sus
golpes se daban contra amigos o enemigos y ofuscados por la vehemencia y el
coraje continuaron peleando entre las mismas divisiones entrerrianas. Los
santafecinos, ayudados por la general confusión y la oscuridad, se retiraron del
campo sin ser sentidos y en la creencia de que se les perseguía. Mientras tanto,
continuaba la lucha entre la primera y la segunda división de Ramírez. Este,
pensando que los santafecinos se mantenían en combate, ordenó cargar a la
tercera y cuarta divisiones en apoyo de las dos primeras, y él mismo entró en
acción al frente de la reserva. Fue entonces que, observando más de cerca, pudo
advertir, por el gorro de los soldados, que todos eran de su ejército. Y resultó muy
difícil, aun después de revelado el fatal engaño, separar a los soldados en lucha,
porque era muy grande el vocerío, y tanto Ramírez como sus oficiales apenas si
podían hacerse oír. A causa de esta imprudencia de Ramírez, casi la mitad de sus
tropas cayó a los golpes de sus mismos compañeros de armas. López no había
sufrido casi pérdidas en la refriega y efectuó fácilmente la retirada, pero,
habiéndose informado al día siguiente, del percance de Ramírez, decidió atacarle.
Ramírez vióse obligado a abandonar el campo y buscar nuestra protección en la
provincia de Córdoba, dejando su artillería.
Mansilla que había tomado Santa Fe 6, como no recibiera nuevas órdenes, y
noticioso del contraste de Ramírez, evacuó la ciudad embarcando sus tropas.
Cruzó el Paraná y se dirigió a la Bajada donde esperó las disposiciones de su jefe.
De esta manera quedó cerrada toda comunicación entre Ramírez y su provincia.
Nosotros encontramos a Ramírez en el paso de Ferreira, sobre el Río
Tercero. Le quedaban todavía cuatrocientos hombres. 7