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1 REYES
Los dos libros de Samuel, en los que se nos narra el comienzo de la monarquía con
Saúl y su estabilización con David, y que originalmente formaban un solo libro, sirven
de antecedente histórico a los dos libros de los Reyes, que también formaban
originalmente un solo libro. Mientras los libros de Samuel nos refieren acontecimientos
que ocurrieron en un espacio de menos de un siglo (1060–970 a. de C.,
aproximadamente), los de los Reyes, en cambio, abarcan un espacio de cerca de cuatro
siglos (971–586 a. de C.). Todo este tiempo puede dividirse fácilmente en tres partes: 1)
Reino unido de todo Israel bajo Salomón (971–931 a. de C.). 2) Reino dividido en dos:
los reinos de Judá (sur) y de Israel (norte), espacio que se prolonga hasta la caída de
Samaria, capital del reino del norte (931–722). 3) Reino superviviente de Judá hasta la
destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor (722–586). Este primer libro de los Reyes
alcanza hasta la muerte de Josafat, rey de Judá (848 a. de C.), por una parte, y el
comienzo del reinado de Ocozías, rey de Israel (853 a. de C.), por otra.
CAPÍTULO 1
En este capítulo tenemos: I. La debilitación de la salud de David (vv. 1–4). II. Las
aspiraciones de Adonías al trono (vv. 5–10). III. Natán y Betsabé procuran, y consiguen,
asegurar la sucesión a favor de Salomón (vv. 11–31). IV. Unción de Salomón y regocijo
del pueblo con ocasión de esta solemnidad (vv. 32–40). V. Se pone fin al complot de
Adonías para usurpar el trono (vv. 41–49). VI. Salomón despide a Adonías sin hacerle
ningún daño, bajo promesa de buena conducta (vv. 50–53).
Versículos 1–4
David enfermo en su vejez. 1. David había envejecido prematuramente (tenía 70
años), quizá por las muchas guerras y las dificultades que inquietaron su vida, tanto por
la enemiga de Saúl como por las calamidades domésticas. Guardaba cama pero las ropas
no le calentaban (v. 1). Sus siervos, médicos o ministros, aconsejaron que tomase por
esposa o concubina a una joven que durmiese con él y le mantuviese caliente. Este
remedio era corriente en la antigüedad, pero no vemos que se consultase a Jehová sobre
esto por medio de Natán u otro profeta, con lo que se habría obtenido algún remedio
mejor y se habría evitado un problema que pronto veremos.
Versículos 5–10
David hubo de sufrir mucho (en castigo por su gran pecado—v. 2 S. 12:10—) por
parte de sus hijos. Amnón y Absalón, el primero y el tercero, respectivamente, habían
muerto violentamente después de causar a su padre gran aflicción. Del segundo, habido
de Abigail, podemos suponer que murió siendo aún muy joven. El cuarto era Adonías (2
S. 3:4), nacido, como los otros tres, en Hebrón. Era parecido a Absalón en gallardía,
edad y mal carácter. A los ojos de su padre había sido una joya («consentido», como los
otros dos), pero ahora iba a ser una espina.
I. Adonías campaba por sus respetos (vv. 5, 6): «Su padre nunca le había
entristecido en todos sus días». Era falta del hijo el que le desagradase la reprensión y
perdía así el beneficio de ella, pero era especialmente falta del padre el no reprenderle
cuando debía, y ahora iba a pagar el precio por su indulgencia.
II. Al corresponder mal al desordenado afecto de su padre Adonías se aprovechó de
que su padre estaba enfermo y encamado para tratar de usurpar el trono (v. 5): «Se
rebeló, diciendo: Yo reinaré».
1. Al esperar que su padre se muriese pronto, se preparó a sucederle a pesar de saber
que por designación, tanto de Dios como de David, el sucesor había de ser Salomón (1
Cr. 22:9; 23:1).
2. Consideró a su padre como a un viejo ya decrépito e inútil y, por tanto, pensó que
era hora de asumir el gobierno de la nación. Su padre ya no podía gobernar por
demasiado viejo, ni Salomón por ser, en opinión de Adonías, demasiado joven. Así que
él era el sucesor, según su propia lógica.
3. Para conseguir lo que pretendía: (A) Se hizo con una gran escolta (v. 5): «Carros,
gente de a caballo y cincuenta hombres que corriesen delante de él», para asistirle en la
corte y en la guerra. (B) Consiguió para su partido nada menos que a Joab, general del
ejército, y Abiatar, sumo sacerdote (v. 7). Estos dos hombres, fieles a David en los
tiempos más difíciles de su vida, eran veteranos y experimentados, de los que no podía
esperarse que fueran atraídos a formar parte de una conspiración. Pero Dios les dejó
ahora de su mano, para corregirles de anteriores desórdenes de conducta con un azote
que ellos mismos se estaban ahora haciendo. Se nos dice también (v. 8) quiénes, entre
los que habían sido de probada fidelidad hacia David, no eran de la confianza de
Adonías: Sadoc, Benayá, Natán, etc. (C) Preparó un gran banquete (v. 9) para los de su
partido en Roguel, no lejos de Jerusalén. Fueron invitados sus hermanos y los siervos de
su padre, pero no invitó a Salomón ni a los del partido de éste (v. 10). No cabe duda de
que este banquete encerraba cierto sentido religioso, con lo que evitaba sospechas, y
comenzó su usurpación con esas muestras de devoción, más notorias cuando tenía a su
lado al sumo sacerdote.
Versículos 11–31
Natán y Betsabé se apresuran a obtener de David una ratificación de la promesa de
sucesión a favor de Salomón, para aplastar así en sus comienzos el complot de Adonías.
1. David no sabía lo que estaba ocurriendo. 2. Parece ser que Betsabé vivía algún tanto
retirada de la corte y, por eso, ignoraba también lo que ocurría hasta que le dio informes
Natán. 3. Parece ser que Salomón lo sabía, pero, aunque tenía edad (por lo menos 16
años) y una sabiduría superior a su edad, no quiso intervenir activamente, dejando que
Dios y los de su partido pusieran en orden las cosas.
I. Natán el profeta alarmó a Betsabé dándole cuenta de lo que ocurría y le sugirió
que fuese al rey para obtener la confirmación del juramento que le había dado con
respecto a los derechos de Salomón al trono. Natán conocía la mente de Dios y los
intereses de David y de Israel. Precisamente por medio de él había puesto Dios a
Salomón el nombre de Yedidyah = escogido de Jehová (2 S. 12:25) y, por tanto, no
podía permanecer sentado y ver usurpado por otro el trono que le pertenecía a Salomón.
Natán apeló a Betsabé, no sólo porque a ella le iba en el asunto el futuro de su hijo (y
probablemente la vida de ella misma), sino también porque ella era la que tenía más
fácil acceso a David. La informó del intento de Adonías (v. 11) y de que éste no tenía el
consentimiento de David para la usurpación que intentaba. Le dio a entender que no
sólo estaba Salomón en peligro de perder el trono, sino que tanto él como ella misma
estaban en peligro de perder la vida si Adonías lograba prevalecer (v. 12): «Toma mi
consejo, para que conserves tu vida y la de tu hijo Salomón». Le dice (v. 13) que se
presente al rey, le traiga a la memoria la promesa y el juramento de que Salomón había
de ser quien le sucediera, y le pregunte con mansedumbre: «¿Por qué, pues, reina
Adonías?» Quizá pensó que con todo esto se calentaría un poco el viejo y frío rey. La
conciencia y el sentido del honor pondría vida en aquel organismo prematuramente
envejecido. Prometió también a Betsabé que, mientras estuviese ella hablando con el
rey, entraría él mismo a confirmar sus razones (v. 14), como si llegase allá casualmente.
II. Conforme al consejo e instrucciones de Natán, Betsabé no perdió tiempo, sino
que se fue inmediatamente al rey para interceder por sí misma y por su hijo. Sabía que
sería bien acogida a cualquier hora. Su alocución al rey, en esta ocasión fue muy
prudente. 1. Le recordó la promesa que le había hecho, ratificada con juramento, de que
le había de suceder Salomón (v. 17). Sabía que a un hombre tan concienzudo como
David estas razones le harían efecto. 2. Le informó del intento de Adonías, lo que él
ignoraba (v. 18). Le dijo también quiénes eran los invitados al banquete de Adonías,
como gente de su partido, y añadió (v. 19): «Mas a Salomón tu siervo no ha
convidado», lo cual indicaba claramente que le tenía por rival y quería dejarle de lado.
3. Apela a que David tiene autoridad y poder para evitar esta maldad (v. 20): «Los ojos
de todo Israel están puestos en ti», no sólo por ser el rey, sino por ser profeta. Todo
Israel sabía que David era, no sólo el ungido del Dios de Jacob, sino también aquel por
quien hablaba el Espíritu de Jehová (2 S. 23:1, 2); por eso, en un asunto de tal
importancia, cuando dependían de la designación divina, las palabras de David serían
para ellos oráculo y ley. 4. Le dio a entender el inminente peligro que tanto ella como
Salomón corrían si este asunto no quedaba zanjado en vida de David (v. 21).
III. El profeta Natán, como había prometido, llega en el momento oportuno, cuando
Betsabé estaba todavía hablando y el rey no había dado aún respuesta (v. 22). «Dieron
aviso al rey» de que había llegado el profeta Natán, quien estaba seguro de que siempre
era bien acogido por David, y «se postró delante del rey inclinando su rostro a tierra»
(v. 23). 1. Natán da al rey un informé similar al que le había dado Betsabé (vv. 25, 26) y
añade que el partido de Adonías había llegado a tal confianza en el triunfo de la rebelión
que ya gritaban: «¡Viva el rey Adonías!», como si David hubiese muerto ya. No le
habían invitado a él a la fiesta («Pero a mí, tu siervo … no ha convidado»—v. 26—), y
da a entender con esto que habían resuelto no consultar ni a Dios ni a David sobre este
asunto. 2 Hace que el rey se percate del interés que tiene en que se le considere ajeno
totalmente a lo que se está tramando. Por eso insiste (v. 24): «¿Has dicho tú: Adonías
reinará después de mí?» Y de nuevo (v. 27): «¿Se hace esto por orden de mi señor el
rey?» como si dijese: «Si es así, no eres fiel ni a la palabra de Dios ni a la tuya propia
como todos esperábamos de ti; pero, si no es así, es ya tiempo de que nos opongamos a
la sublevación y sea declarado Salomón tu sucesor». De este modo procura Natán avivar
el enojo de David contra los sublevados, a fin de que actúe con autoridad y rapidez en
favor de los intereses de Salomón.
IV. Persuadido con estas razones, David declara solemnemente su firme adhesión a
la decisión que había tomado tiempo atrás de que Salomón había de sucederle en el
trono. Hace llamar a Betsabé (v. 28) y le da nuevas garantías de lo que ya le había
jurado anteriormente. 1. Repite su anterior promesa, con nuevo juramento (v. 29), y
reconoce que había jurado por Jehová Dios de Israel que Salomón reinaría después de
él (v. 30) y que, conforme a esta palabra, así lo haría aquel mismo día, sin discusión y
sin demora. La fórmula que usa en el versículo 29 parece ser que es la que usaba en
ocasiones solemnes, como vemos en 2 Samuel 4:9. Va acompañada de un
reconocimiento agradecido a la bondad que Dios le ha mostrado. Quizá se expresa así
en esta ocasión con el objeto de animar a su hijo y sucesor a confiar en Dios en todas las
dificultades que puedan salirle al encuentro.
V. Betsabé recibe estas seguridades (v. 31) con cordiales deseos de que la vida de su
esposo y señor se prolongue todavía por mucho tiempo: «Viva mi señor el rey David
para siempre». Tan lejos estaba de pensar que ya había reinado por bastante tiempo, que
todavía ora para que viva para siempre, si fuera posible, para honor de la corona que
llevaba y para bendición del pueblo al que gobernaba.
Versículos 32–40
Medidas efectivas que tomó David para asegurar los derechos de Salomón y
preservar la paz pública mediante el aplastamiento de la rebelión de Adonías.
I. Dio orden expresa de que se proclamase rey a Salomón. 1. las personas a quienes
encomendó la ejecución de su orden fueron Sadoc, Natán y Benayá, hombres de
autoridad y poder, a quienes siempre había hallado David leales a su causa. David les
ordena que, con la mayor rapidez y solemnidad posibles, proclamen rey a Salomón. Han
de tomar consigo a los siervos de David, tanto a los guardaespaldas como a los
sirvientes de palacio, y montar a Salomón en la mula en que David solía montar. Sadoc
y Natán, los representantes de la religión, deben ungir en nombre de Dios, al nuevo rey.
2. Los oficiales de más alto rango, civil y militar, han de dar pública noticia del acto y
expresar, mediante solemne toque de trompeta, de acuerdo con la ley de Moisés, el
regocijo popular en esta ocasión; a esto debía añadirse la aclamación del pueblo: «¡Viva
el rey Salomón!» (v. 34). 3. Después han de traerle con la misma solemnidad a la ciudad
de David y debe ser entronizado como virrey mientras su padre vivía, para despachar
los asuntos públicos durante la enfermedad de David, y sucederle como rey cuando él
muera (v. 35). «Él reinará en mi lugar.» Sería una gran satisfacción para David mismo
y para todos los interesados en la causa de Salomón ver que esto se hiciera
inmediatamente, a fin de que, al ocurrir la defunción de David, no hubiese ninguna
disputa ni perturbación del orden ni de los intereses del pueblo.
II. La gran satisfacción con que acogió estas órdenes Benayá en nombre de los
demás comisionados. David había dicho: «Él (Salomón) reinará en mi lugar». (v. 35), y
Benayá responde animoso: «Amén. Como lo dice el rey, así lo decimos nosotros
también; y, puesto que nada podemos llevar a cabo sin el concurso de la divina
providencia, así lo diga Jehová, Dios de mi señor el rey». (v. 36). Este es el lenguaje de
la fe en la promesa de Dios, sobre la que se fundaba la sucesión de Salomón al trono. A
esto añade Benayá una oración por Salomón (v. 37), a fin de que Dios esté con él como
ha estado con David y haga que el trono de Salomón sea todavía mayor que el trono de
David. Sabía que David no era de los que envidian la grandeza de sus hijos y que, por
consiguiente, no le desagradaría esta oración ni la tomaría como una afrenta, sino que
respondería a ella con un «Amén» de todo corazón.
III. Inmediata ejecución de las órdenes de David (vv. 38–40). No se perdió tiempo,
sino que Salomón fue traído solemnemente al lugar señalado, y allí le ungió Sadoc (v.
39) conforme a las instrucciones del profeta Natán y del propio David. En el
tabernáculo donde estaba ahora el Arca, se guardaba, entre otros objetos sagrados, el
aceite que se usaba para muchos servicios religiosos; de allí tomó Sadoc el cuerno del
aceite (símbolo, a la vez, de poder y de abundancia) y ungió con él a Salomón. Éste no
era el aceite con que se ungía a los sacerdotes. A continuación, el pueblo expresó su
satisfacción y su alegría por la entronización de Salomón, rodeándole de hosannas:
«¡Viva el rey Salomón!», acompañando con música de flautas sus aclamaciones de
alegría, las cuales eran tan ruidosas que, con una hipérbole, muy del estilo semita, dice
el autor sagrado que parecía que la tierra se hundía con el clamor de ellos (v. 40).
Versículos 41–53
I. Las noticias de la solemne entronización de Salomón llegaron pronto a los oídos
de Adonías y de sus partidarios, cuando ya habían acabado de comer (v. 41), y, por lo
que se ve, era mucho lo que habían comido, puesto que toda la ceremonia de la unción
de Salomón fue ordenada y llevada a cabo mientras ellos estaban banqueteando. Cuando
estaban más alegres, después de comer y beber en abundancia, dispuestos a proclamar a
su rey y traerlo en triunfo a la ciudad, oyeron el sonido de la trompeta (v. 41). Joab ya
se iba haciendo viejo y se alarmó, pero Adonías todavía confiaba en que el emisario, al
ser hombre valiente (v. 42), traería buenas nuevas. Pero el joven trajo ciertamente las
peores nuevas que Adonías podía esperar: «Nuestro señor el rey David ha hecho rey a
Salomón» (v. 43), con lo que las pretensiones de Adonías se venían al suelo. Refiere el
joven Jonatán a los allí reunidos: 1. La gran solemnidad con que había sido proclamado
rey Salomón (vv. 44, 45) y que ya se había sentado en el trono del reino (v. 46). 2. La
gran satisfacción con que el pueblo había acogido este nombramiento. Los siervos del
rey habían felicitado a David por ello (v. 47), habían orado por el nuevo rey (v. 47) del
mismo modo que lo había hecho Benayá (v. 37). Y el rey mismo estaba satisfecho.
David hace un gesto de adoración en la cama (como en otro tiempo Jacob—v. Gn.
47:31—) en señal de gratitud y reconocimiento a Dios por haberle concedido ver a un
hijo suyo sentado en su trono (v. 48).
II. La forma con que dio fin a las ilusiones de Adonías. Echó a perder las alegrías
del banquete, dispersó a los invitados y obligó a cada uno de sus partidarios a buscar en
la fuga la salvación de su vida (v. 49).
III. El propio Adonías, aterrorizado, fue a refugiarse en el santuario, asiéndose a los
cuernos del altar (v. 50). Había despreciado a Salomón, no considerándole digno de
asistir a su banquete (v. 10), pero ahora le temía como a juez: «temiendo de la presencia
de Salomón». El santuario era considerado como lugar de refugio (en concreto, el altar
de los holocaustos—Éx. 21:14—), excepto en caso de homicidio voluntario. Con ello
daba a entender que no se atrevía a ser llevado a juicio, sino que se ponía a merced del
príncipe, al no tener otra cosa que apelar sino a la misericordia de Dios, la cual se
manifestaba en la institución y aceptación de los sacrificios que en aquel altar se
ofrecían y en el consiguiente perdón de los pecados.
IV. Desde el santuario, Adonías envió a Salomón un mensaje con el que imploraba
perdón (v. 51): «Júreme hoy el rey Salomón que no matará a espada a su siervo».
V. Las instrucciones que dio Salomón acerca de él. Le despidió sin hacerle daño
alguno, bajo promesa de buena conducta (vv. 52, 53). Se contentaba con que se alejara
de la corte, yéndose a su casa, no para quedar confinado en ella como arrestado, sino
para que no se inmiscuyese en los asuntos políticos. Todavía le considera como a
hermano y tiene en cuenta que es la primera ofensa que ha cometido contra él. Así es
como el Hijo de David, Jesucristo, recibe con misericordia a los que han sido rebeldes
pecadores; con tal que sean fieles a su Soberano, sus pecados anteriores no serán
mencionados contra ellos; pero si continúan impenitentes, entregados a sus
concupiscencias, terminarán en completa ruina.
CAPÍTULO 2
I. David va a morir pronto y dispone su testamento político. 1. El encargo general
que hace, en su lecho de muerte, a Salomón, es servir a Dios (vv. 1–4); en particular, da
órdenes acerca de Joab, Simeí y Barzilay (vv. 5–9). 2. Su muerte y sepultura y el
cómputo de los años de su reinado (vv. 10, 11). II. Comienzo del reinado de Salomón
(v. 12). Aun cuando había de ser un príncipe de paz, conforme a su nombre, empieza
por ejecutar notables actos de justicia vindicativa: 1. Sobre Adonías, a quien manda
ejecutar por sus pretensiones peligrosas (vv. 13–25). 2. Sobre Abiatar, a quien depone
de su cargo de sumo sacerdote, por haber tomado partido por Adonías (vv. 26, 27). 3.
Sobre Joab, a quien también da muerte por su reciente traición y sus anteriores crímenes
(vv. 28–35). 4. Sobre Simeí, a quien, por haber maldecido a David, confinó en Jerusalén
(vv. 36–38) y, tres años después, le dio muerte por haber transgredido la orden de
confinamiento (vv. 39–46).
Versículos 1–11
Aquel gran hombre—y buen hombre—que fue David, aparece aquí (v. 1) próximo a
morir y, poco después (v. 10), muerto. Es una bendición que haya otra vida después de
ésta, porque la muerte mancha la gloria presente arrojándola al polvo.
I. Instrucciones que David, próximo a morir, dio a Salomón, su hijo y sucesor. Se
siente próximo a su ocaso y así lo reconoce (v. 2): «Me voy por el camino de toda la
tierra» (lit.). Es un bello eufemismo para expresar el destino común de los mortales. La
muerte es un camino; no es sólo un episodio de la vida, sino una senda que conduce a
otra vida mejor. También los hijos de Dios y herederos del Cielo tienen que pasar por
ese camino; han de morir (He. 9:27); pero pueden ir gozosos por ese camino, por valle
de sombra de muerte (Sal. 23:4). Los profetas, y también los reyes, tienen que ir por ese
camino hacia una luz más brillante y un honor más alto que la profecía o la soberanía.
David se va, pues, por ese camino, y da instrucciones a Salomón sobre lo que debe
hacer.
1. Le encarga, en general, que guarde los mandamientos de Dios y cumpla a
conciencia con su deber (vv. 2–4). Le prescribe: (A) Una buena norma para obrar: la
voluntad de Dios (v. 3): «Guarda los preceptos de Jehová tu Dios, etc». (B) Un buen
espíritu con el que actuar (v. 2): «Esfuérzate y sé hombre». Esto era necesario para un
jovencito como era Salomón, de unos 16 o 17 años. (C) Un buen motivo para todo esto
(v. 3): «Para que prosperes en todo lo que hagas y en todo aquello que emprendas».
Que cada uno cumpla, en sus días, la voluntad de Dios; podemos entonces estar seguros
de que Dios cumplirá su palabra. Nunca cae la promesa mientras no caiga el precepto.
Dios había prometido a David que el Mesías había de salir de sus lomos, y esta promesa
era absoluta; pero la promesa de que no le faltaría a David varón en el trono de Israel
era condicionada: «Si tus hijos guardan mi camino» (v. 4). Si Salomón, en sus días
cumplía la condición, pondría lo que estaba de su parte para que se perpetuase la
promesa. La condición es que andemos delante de Dios con verdad, de todo corazón y
con toda el alma.
2. Le da instrucciones particulares con respecto a ciertas personas, para que sepa lo
que ha de hacer con ellas.
(A) En cuanto a Joab (v. 5). David se daba cuenta de que no había hecho bien
perdonándole la vida después que había contravenido gravemente, una y otra vez, la ley
de Dios mediante el asesinato de Abner y de Amasá, grandes hombres ambos, generales
del ejército de Israel. Los había matado a traición («derramando en tiempo de paz
sangre de guerra»), con lo que había injuriado también a David: «Ya sabes lo que me
ha hecho Joab». Los crímenes de Joab se agravaban por el hecho de que ni se
avergonzaba de ellos ni tenía miedo al castigo, sino que se atrevía a llevar
desvergonzadamente la sangre inocente en el cinturón de sus lomos y en las sandalias
de su pies. David lo deja a la prudencia de Salomón (v. 6), indicándole que no debe
dejarle sin castigo.
(B) En cuanto a la familia de Barzilay, a la que le ordena que se muestre benigno
por amor a Barzilay, quien, por lo que se ve (v. 7), ya había muerto. Los beneficios que
hemos recibido de nuestros amigos no deben quedar sepultados en nuestra tumba ni en
la de ellos, sino que nuestros hijos deben corresponder con beneficios a los hijos de
ellos.
(C) En cuanto a Simeí (vv. 8, 9): «Me maldijo con una maldición fuerte». Tanto más
fuerte cuanto que le insultó cuando David se hallaba en su mayor aprieto, y puso
vinagre en sus heridas. David le había jurado (2 S. 19:23) que no le había de matar, pero
ahora encarga a Salomón que, siendo hombre sabio, sabrá lo que debe hacer con él, «y
harás descender sus canas con sangre al Seol» (v. 9). Esta última frase ha dado mucho
que hablar. El propio rabino Hertz hace notar que, «cualesquiera sean las razones de
Estado que puedan presentarse para mitigar la acción de David, no es un acto que haya
de imitarse en la vida de ningún individuo ordinario», y apela a Levítico 19:18: «No te
vengarás ni guardarás rencor, etc». Bullinger llega a interpolar un «no» delante de
«harás descender …», y alega que es un caso de elipsis del adverbio de negación, por
continuación del primer «no» del versículo (nota del traductor), pero difícilmente se
hallará un hebraísta en el mundo entero que esté de acuerdo con esta suposición en el
presente texto. Es cierto, por otra parte, que Salomón no mandó matar a Simeí
precisamente por la maldición que había echado a David, sino por quebrantar cierta
orden de Salomón, como veremos en su lugar. Lo que es de notar es la frase «sabes
cómo debes hacer con él»; es decir, «al conocer su espíritu rebelde y turbulento,
hallarás algún modo de quitarlo de en medio sin que yo tenga que faltar a mi
juramento». No olvidemos que estamos hablando de una época muy antigua dentro del
Antiguo Testamento.
II. Muerte y sepultura de David (v. 10): «Fue sepultado en su ciudad», no en Belén,
donde había nacido, sino en Jerusalén, ciudad que él había fundado. Allí se habían
erigido los tronos, y allí también se excavaron las tumbas, de la casa de David. Su
epitafio podría tomarse de 2 Samuel 23:1: «Aquí yace David, hijo de Isaí, el varón que
fue levantado en alto, el ungido del Dios de Jacob, el dulce cantor de Israel», y añadir
aquellas otras palabras suyas del Salmo 16:9: «Mi carne también reposará
confiadamente».
Versículos 12–25
I. Accesión de Salomón al trono (v. 12). Llegó al trono con mucha más facilidad y
paz que su padre, y también vio su gobierno establecido mucho más temprano que su
padre. Bien van las cosas para un país cuando el fin de un buen reinado es el comienzo
de otro, como sucede aquí.
II. La justa y necesaria remoción de su rival Adonías, a fin de establecer su reinado
sobre bases firmes.
1. Proyecto traicionero de Adonías. Consistía en solicitar la mano de Abisag, la
última concubina de su padre, más que por el amor que le tenía, por la esperanza de
renovar sus pretensiones al trono, ya que entrar a las esposas o concubinas del rey
equivalía a usurpar su trono, como vimos en el caso de Absalón, quien siguió el consejo
de Ahitófel y entró a las concubinas de su padre. Adonías se hacía la ilusión de que, si
lograba suceder a su padre en el lecho nupcial, tal vez podría aspirar de nuevo a
sucederle en su trono triunfal.
2. La estratagema que usó para obtener su propósito. No se atrevió a pedir de
inmediato la mano de Abisag, sino que puso el asunto en manos de Betsabé, quien
podría pensar que era una cuestión de amor, sin sospechar que encerrase ninguna
intención política. Betsabé se sorprendió de ver a Adonías en su apartamento y le
preguntó si venía con buena intención pues ella misma había intervenido para desbaratar
la anterior rebelión de Adonías. Él respondió que su venida era de paz (v. 13). En
seguida le hace la petición (v. 14) para que la haga llegar al rey (vv. 15–17), y use su
influencia de reina madre; de que se le de Abisag por esposa. Se presenta a sí mismo
como objeto de compasión, pues ha sido privado de la corona (v. 15) y, por tanto, bien
merece que se consuele con una de las esposas de su padre. Así parece quedar satisfecho
de que el reino haya sido traspasado a su hermano por voluntad de Jehová, cuando está
maquinando precisamente el modo de arrebatárselo. Palabras de mantequilla, salidas de
un corazón de piedra.
3. Betsabé intercede ante Salomón a favor de Adonías, después de haber prometido
a éste que llevaría su ruego al rey (vv. 18–21). Este la recibió con todo el respeto debido
a su madre (la reina madre gozaba, en los países orientales, de gran honor e influencia):
«El rey se levantó a recibirla y se inclinó ante ella … e hizo traer una silla para su
madre, la cual se sentó a su diestra» (v. 19). Ella le dice entonces el objeto que la trae
al rey su hijo (v. 21): «Que den a Abisag sunamita por mujer a tu hermano Adonías».
Era extraño que no considerase el incesto que la propuesta implicaba, aunque es posible
que no tuviera a Abisag por verdadera esposa o concubina de David, por cuanto el
matrimonio no había sido consumado (v. 1:4: «el rey nunca la conoció») y, por ello,
pensaría que bien podía ser dada a Adonías, al tener en cuenta la mansa sumisión de
éste.
4. Salomón rechaza justa y juiciosamente la propuesta. Convence a su madre de lo
insensato de la petición y le muestra la intención que la propuesta implicaba, de la cual
ella no se había percatado. La respuesta de Salomón a su madre llega a resultar, a
primera vista, un tanto áspera (v. 22): «Demanda también para él el reino». Esto era, en
fin de cuentas, lo que la petición de Adonías comportaba. Luego, con una fórmula ya
clásica en el redactor de los libros de Samuel, Reyes y Rut (en los que ocurre 12 veces):
«Así me haga Dios y aun me añada» (v. 23), jura por Jehová que Adonías ha de morir
(vv. 23, 24) aquel mismo día. Al ser evidente que Adonías aspiraba todavía al trono,
Salomón no podía estar a salvo mientras viviese su hermano. Los hombres de espíritu
ambicioso y turbulento suelen prepararse a sí mismos los instrumentos de su propia
muerte. Más de una cabeza ha caído por aspirar a una corona.
Versículos 26–34
Abiatar y Joab habían sido de los que habían apoyado la causa de Adonías en su
rebelión anterior y, por las palabras de Salomón en el v. 22, puede sospecharse que
habían sugerido a Adonías que adoptase esta otra estratagema. Esto era por parte de
ambos (el sumo sacerdote y el general en jefe del ejército), una intolerable afrenta a
Dios y al rey, tanto mayor cuanto más alta era la posición que ocupaban y de mayor
influencia el ejemplo que daban al pueblo. Ambos eran reos de alta traición, pero, en el
juicio pronunciado contra ellos, se observa una diferencia establecida con buena razón.
I. Abiatar, en consideración a su carácter sacerdotal y por los grandes servicios
prestados antaño a David, és únicamente degradado (vv. 26, 27). 1. Salomón, con gran
sabiduría, le deja convicto de culpabilidad. 2. Le hace a la memoria el oficio que había
desempeñado delante de Dios («por cuanto has llevado el Arca de Jehová el Señor»), y
la participación que había tenido en los sufrimientos de David («Y además has sido
afligido en todas las cosas en que fue afligido mi padre»). 3. Por estas razones le
conserva la vida pero lo confina en Anatot, su territorio, apartándolo de la corte, y lo
depone de su cargo de sumo sacerdote, incapacitándolo para asistir al tabernáculo y al
altar y para interferirse en los asuntos públicos. 4. Con esta deposición de Abiatar se
cumplía la amenaza pronunciada contra la casa de Elí (1 S. 2:30), pues él era el último
sumo sacerdote de dicha familia, descendiente de Itamar; así volvía el sumo sacerdocio
a su legítima rama, por medio de Sadoc, descendiente de Eleazar.
II. Joab, en cambio, en consideración de sus anteriores crímenes, a los que sumaba
el apoyo prestado a la causa de Adonías, es ejecutado.
1. Su conciencia culpable le envió a asirse de los cuernos del altar. Se enteró de que
Adonías había sido ejecutado (vv. 24, 25) y Abiatar depuesto (vv. 27, 28), y, por eso, al
temer que a él le tocara ahora el turno, huyó a refugiarse en el altar.
2. Salomón ordenó que se le diera muerte por los asesinatos cometidos contra Abner
y Amasá (vv. 31, 32), pues éstos eran los crímenes que el propio David había
mencionado como dignos de muerte (vv. 5, 6); por eso no menciona Salomón la
adhesión que había prestado últimamente a Adonías: «Había dado muerte a dos
varones más justos y mejores que él» (v. 32), ya que a él no le habían hecho ningún
daño y, si hubiesen sobrevivido, le habrían prestado a David, probablemente, mejores
servicios que los que le prestó Joab. Por estos crímenes: (A) Debe morir, y morir por la
espada de la justicia pública. (B) Debe morir en el mismo altar en el que ha preferido
refugiarse (v. 30). Benayá tenía cierto escrúpulo de matarle allí, pero Salomón, que
conocía mejor la ley, sabía que el altar de Dios no podía servir de refugio a criminales
notorios, esto es, asesinos voluntarios. Ordena, pues, que se le mate allí mismo. La
santidad de cualquier lugar nunca debe servir para encubrir la perversidad de ninguna
persona. Los que, con fe viva, se asen de Cristo y de su justicia, resueltos a perecer allí,
si es que han de perecer, hallarán en Él una protección más poderosa que la que halló
Joab en los cuernos del altar. Benayá lo mató allí con toda la solemnidad, a no dudar, de
una pública ejecución.
3. Salomón se quedó satisfecho con este acto de justicia, no por motivo de venganza
personal, sino en cumplimiento de las órdenes de su padre y al saber que prestaba un
buen servicio a la corona y al gobierno de la nación. Así se aseguraba la paz (v. 33)
sobre David, su descendencia, su casa y su trono. Ahora que un hombre tan turbulento
como Joab ha sido quitado de en medio, habrá paz. Salomón mira hacia Jehová como la
fuente de donde ha de manar esta paz: «Habrá paz perpetuamente de parte de Jehová»;
paz de Jehová, y paz perpetua de Jehová; Él es, así, autor y consumador de la verdadera
paz. «La paz de Dios y el Dios de la paz» (Fil. 4:7, 9) estén siempre con nosotros.
Versículos 35–46
I. Promoción de Benayá y Sadoc, dos fieles amigos de Salomón y de su gobierno (v.
35). Al haber sido ejecutado Joab, Benayá pasó a ser comandante en jefe del ejército y,
con Abiatar depuesto de su cargo, Sadoc fue nombrado sumo sacerdote, con lo que se
cumplió la palabra de Dios (1 S. 2:35): «Y yo me suscitaré un sacerdote fiel … y yo le
edificaré casa firme».
II. El curso que tomó el asunto de Simeí. Salomón envió por él, por medio de un
mensajero, para hacerle venir de su casa en Bahurim. Es probable que Simeí no esperase
del rey mejor trato que el que había tenido Adonías, conocida su enemistad hacia la casa
de David. Pero Salomón es suficientemente sabio para hacer distinción entre crímenes y
criminales. David había jurado a Simeí conservarle la vida. Salomón no estaba ligado
con el juramento de su padre, pero tampoco quiso ir inmediatamente en contra de dicho
juramento.
1. Lo confinó en Jerusalén, y le prohibió salir de la ciudad bajo ningún pretexto. Si
pasaba el torrente de Cedrón se hacía reo de muerte (v. 37). Si se contenta con vivir en
Jerusalén, no le pasará nada. Bien poca cosa se le pide.
2. Simeí se somete al confinamiento y agradece que se le conserve la vida bajo tales
condiciones. Dos siervos suyos se escaparon de él a tierra de los filisteos (v. 39). Hasta
allí los persiguió y los trajo a casa (v. 40). Se informa a Salomón de lo sucedido (v. 41).
Si él hubiese presentado el caso a Salomón y le hubiese pedido permiso para salir, es
posible que el rey se lo hubiese permitido, pero pensar que podía salvar la vida por
ignorancia o connivencia del rey, era una afrenta del más alto grado contra el soberano.
Así que, después de reprocharle el quebrantamiento de lo pactado (vv. 41–43) y traerle a
la memoria lo que antaño había hecho a David (v. 44), dio orden que se le diese muerte
inmediatamente (v. 46).
CAPÍTULO 3
Después de los sangrientos sucesos, aunque a favor de la justicia, del capítulo
anterior, el presente capítulo muestra una faz distinta. I. Matrimonio de Salomón con la
hija de Faraón (v. 1). II. Una vista general de su carácter religioso (vv. 2–4). III. La
oración que elevó a Dios pidiéndole sabiduría, y la respuesta divina a dicha oración (vv.
5–15). IV. Un ejemplo particular de su sabiduría al decidir una controversia entre dos
rameras (vv. 16–28). Salomón aparece grande aquí tanto en el altar como en el tribunal;
lo es en el tribunal porque lo ha sido en el altar.
Versículos 1–4
I. Algo que es bueno sin discusión y por lo que Salomón es de alabar: 1. «Amaba a
Jehová» (v. 3). Es una correspondencia al amor que Dio le había mostrado (2 S. 12:24),
de donde le vino el nombre de Yedidyah = amado (más bien predilecto) de Dios.
Salomón era hombre sabio, rico y grande; pero el mayor encomio que de él puede
hacerse es éste: Amaba a Jehová. O, como dice la versión caldea, «amaba el culto de
Jehová». Todos cuantos aman a Dios aman su culto: les agrada oírle, hablarle y tener
comunión con Él. Sin embargo (nota del traductor), dada su idolatría posterior y, al
parecer, final, es muy problemático que Salomón tuviese un corazón verdaderamente
regenerado; por lo que dichas expresiones podrían significar simplemente una
preferencia. 2. Andaba en los estatutos de su padre David. Esto se refiere, como es
obvio, a los comienzos de su reinado. Los estatutos de su padre no puede significar
únicamente las órdenes que le había dado antes de morir (2:2, 3; 1 Cr. 28:9, 10), sino
también la conducta general de David en la observancia de los estatutos de Dios.
Quienes de veras aman a Dios de seguro guardarán sus estatutos (v. Sal. 119 y comp.
con Jn. 14:15). 3. Era muy generoso en lo que hacía por el honor de Dios (v. 4). Nunca
debemos pensar que es un derroche lo que gastamos en el servicio del Señor.
II. Algo que es discutible. 1. Su matrimonio con la hija de Faraón (v. 1). Debemos
pensar que ella se hizo seguidora del verdadero Dios, como todo prosélito. En todo
caso, era una buena baza política; por otra parte, como hace notar F. Rodríguez Molero:
«La ley judía no prohibía expresamente el matrimonio con una extranjera no cananea
(cf. Éx. 34:16; Dt. 7:3)». Hay quienes piensan que Salomón compuso, en esta ocasión,
el Salmo 45 y aun el Cantar de los Cantares. Esto último es claramente falso, ante un
análisis somero del Cantar. 2. Su adoración en lugares altos, los cuales eran motivo de
adoración para los cananeos, por lo que Salomón en esto seguía una costumbre
reprochable (vv. 2, 3). Es cierto que Abraham había erigido sus altares en montañas
(Gn. 12:8; 22:2) y daba culto a Dios bajo un tamarisco (Gn. 21:33), pero eso era válido
antes de que la ley de Dios estableciera un lugar especial (Dt. 12:5, 6). David se atuvo
únicamente al Arca de Dios y no se cuidó de los lugares altos, pero Salomón no siguió
en esto los estatutos de su padre. Mostró gran celo por los sacrificios, pero habría sido
mejor la obediencia (1 S. 13:13; 15:22).
Versículos 5–15
Informe de una visita que hizo Dios a Salomón y la comunión que éste tuvo con
Dios.
I. Circunstancias de esta visita (v. 5). 1. El lugar: Gabaón, era éste el lugar alto
principal (v. 4), porque allí estaba el tabernáculo con el altar de bronce (2 Cr. 1:3). Allí
ofrecía Salomón sus copiosos sacrificios, y allí le reconoció Dios. Cuanto más nos
acercamos a la correcta norma en nuestro culto, tanto mayor es la razón que tenemos
para esperar señales de la presencia de Dios. 2. El tiempo: Fue de noche, después de un
día en que había ofrecido sacrificios (vv. 4, 5). Cuanto más abundemos en la obra de
Dios, mayores consuelos podemos esperar de Él; si el día ha sido laborioso al servicio
de Él será fácil el reposo de la noche en Él. El silencio y el retiro favorecen nuestra
comunión con Dios. 3. El modo: Fue en un sueño, mientras estaba dormido, con los
sentidos encerrados en sus cámaras, a fin de que el acceso de Dios a su mente fuese
directo y libre de obstáculos. De este modo solía Dios hablar a los profetas (Nm. 12:6) y
a personas particulares, para su beneficio (Job 33:15, 16). Estos sueños de visitación
divina eran fáciles de distinguir de aquellos otros en que aparecen diversas vanidades
(Ec. 5:7).
II. La generosa oferta que Dios le hizo (v. 5). Vio la gloria de Dios que brillaba
sobre él y oyó la voz de Dios que le decía: «Pide lo que quieras».
III. La petición que Salomón hizo a Dios tan pronto como le fue hecha la oferta.
Con la gracia de Dios, Salomón pudo orar mientras dormía, y fue una oración viva y
alertada. La gracia de Dios le puso en el corazón estos buenos deseos:
1. Reconoce la gran bondad de Dios con su padre David (v. 6). Los favores de Dios
son doblemente dulces cuando los reconocemos como transmitidos a nosotros mediante
las manos de los que nos han precedido.
2. Reconoce su propia insuficiencia para el cumplimiento del gran encargo que se le
ha encomendado (vv. 7, 8). Apela a dos razones para dar mayor fuerza a su petición de
sabiduría: (A) Que su oficio la requería, pues era el sucesor de David en el trono. (B)
Que la necesitaba urgentemente, porque era muy joven (tendría ahora entre los 18 y los
20 años): «Yo soy joven y no sé cómo comportarme» (lit. no sé salir y entrar). La
pregunta de Pablo («Y para estas cosas, ¿quién está capacitado?»—2 Co. 2:16—) es
semejante a la que hace Salomón a continuación (v. 9): «¿Quién será competente para
juzgar a este tu pueblo tan grande?» Absalón, que era un insensato, se creía competente
para juzgar a Israel; Salomón, joven sabio, tiembla ante el quehacer que le espera y se
siente insuficiente para desempeñar el cargo.
3. Pide a Dios que le de sabiduría (v. 9): «Da, pues, a tu siervo corazón entendido
(lit. escuchante) para juzgar a tu pueblo». Así oraba su buen padre (Sal. 119:125. O el
autor del salmo—Nota del traductor—): «Tu siervo soy yo, dame entendimiento». Un
corazón sabio y entendido es un don de Dios (Pr. 2:6). Hemos de pedir a Dios sabiduría
(Stg. 1:5) y orar para que sepamos aplicarla en el servicio al que hayamos sido
llamados. Una pregunta se nos ofrece en seguida (nota del traductor): ¿No pudo
Salomón haber pedido algo todavía mejor? Si consideramos su posterior apostasía y
comparamos su petición con las de Moisés (Éx. 33:13) y de Pablo (Fil. 3:8, 10), vemos
que a Salomón se le escapó lo único necesario: una constante comunión con Dios.
4. Con todo, Dios quedó suficientemente satisfecho (v. 10) con esta petición y le
concedió lo que pedía, pues, al fin y al cabo, pedía algo del orden espiritual, sin
importarle las cosas temporales. Y además de la sabiduría le dio riquezas y gloria (v.
13). Este versículo aclara igualmente la comparación que se hace en el v. 12, para que
entendamos (quizá son pocos los que se percatan de esto) que Salomón aventajó en
sabiduría, riquezas y gloria a los reyes, no necesariamente a todos los sabios que en el
mundo han sido. Aprendamos de Salomón a pedir cosas realmente convenientes y,
especialmente, algo mejor que lo que él pidió, a saber, comunión con Dios, pues «la
piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente y de la venidera»
(1 Ti. 4:8). Notemos que la promesa de Dios (explícitamente, en cuanto a la vida,
implícitamente, en cuanto a la sabiduría) era condicionada: «Si andas en mis caminos …
como anduvo David tu padre, yo prolongaré tu vida» (v. 14). Desgraciadamente,
Salomón no cumplió la condición. Advirtamos también: (A) Que el modo de obtener las
bendiciones de orden espiritual es importunar a Dios, y luchar con Él en oración, como
Jacob. (B) Que el modo de obtener las bendiciones de orden temporal es dejarlas al
arbitrio de Dios para que Él nos las conceda según nos convenga para nuestra salud
espiritual. Así vemos que Salomón tuvo sabiduría porque la pidió, y tuvo riquezas
porque no las pidió.
5. Agradecimiento de Salomón por la visita que Dios le había hecho (v. 15).
Podemos suponer que se despertó transportado de gozo, contento y satisfecho por el
favor que Dios le había otorgado, y en seguida pensó qué podría dar al Señor por este
favor. Aunque la oración y su respuesta habían tenido lugar en Gabaón, vino a
Jerusalén para dar gracias ante el Arca del pacto de Jehová. Quizá se reprochó a sí
mismo por no haber orado allí, al ser el Arca la señal de la presencia de Dios. Quizá
también habría sido mejor el sueño allí. En fin, el hecho de que Dios no tenga en cuenta
nuestras equivocaciones, nos debería espolear a evitarlas en lo futuro. En Jerusalén,
Salomón: (A) Ofreció sacrificios a Dios. (B) E hizo también banquete a todos sus
siervos, a fin de que también ellos se regocijasen con él de la gracia que Dios le había
otorgado.
Versículos 16–28
Se nos muestra ahora un ejemplo de la sabiduría de Salomón. La prueba no es sobre
asuntos misteriosos del Estado aunque no cabe duda de que también en ellos se
manifestaba su sabiduría, sino en el juicio sobre una querella entre dos partes.
I. El proceso se inicia, no por medio de abogados, sino por las partes mismas
implicadas en el caso; dos mujeres, y rameras (v. 16). No se nos dice si el caso fue
llevado antes a otro tribunal inferior, aunque el texto parece indicar que fue llevado
directamente al monarca, pues ésta era la costumbre en los países orientales,
especialmente en casos difíciles como éste. Estas dos mujeres, que vivían en una misma
casa, habían dado a luz un hijo cada una, con un intervalo de dos días («al tercer día
…»—v. 18—) entre ambos nacimientos. Una de ellas se acostó inadvertidamente sobre
su hijo y lo mató; al darse cuenta, lo cambió de noche por el de la otra (vv. 19, 20), pero
ésta, tan pronto como se levantó, se percató del fraude, por lo que vino al rey para
reclamar su derecho al niño vivo (v. 21).
II. Dificultad del caso. La cuestión era: ¿Quién es la verdadera madre del niño vivo?
Ambas lo reclamaban con la misma vehemencia y mostraban el mismo interés por él.
Ninguna de las dos quiere reconocer por suyo al niño muerto, aun cuando resultaba más
barato dar sepultura al muerto que mantener al vivo, pero es por el vivo por el que
contienden. Los vecinos, aunque es posible que estuviesen presentes cuando los niños
nacieron y quizá también cuando los circuncidaron, no se habrían interesado lo
suficiente como para recordar los rasgos que los diferenciaban.
III. La sentencia del rey en este caso. Después de haber escuchado pacientemente lo
que decían la una y la otra (y el hebreo, donde falta el adverbio «así» da a entender que
fue mucho lo que hablaron delante del rey), después de resumir la conclusión del juicio
(v. 33), Salomón pidió una espada (v. 24) y dio orden de que partiesen por medio al
niño vivo y diesen la mitad a cada una de las contendientes (v. 25). Con esta sencilla
propuesta se descubrió claramente la verdad. Hay quienes opinan que Salomón se
percató de antemano, por la forma de hablar y por los gestos, de quién era la verdadera
madre del niño vivo, pero lo cierto es que las sometió a ambas a una prueba que no
podía fallar: (A) La que sabía que el niño vivo no era suyo, pero mantenía su derecho
por pundonor, se contentaba con que se llevara a cabo la partición. (B) Pero la
verdadera madre, antes que ver al niño despedazado, prefirió que le fuese dado a la otra
mujer. Cómo muestra sus sentimientos maternales al clamar: «¡Ah, señor mío! Dad a
ésta el niño vivo, y no lo matéis. Que lo vea yo vivo en brazos de ella, antes que verlo
muerto» (v. 26). Con estas tiernas expresiones estaba claro que ella era la verdadera
madre del niño vivo. Así que la sentencia resultó sumamente fácil para Salomón (v. 27):
«Dad a aquélla el hijo vivo, y no lo matéis; ella es su madre».
IV. A continuación se nos dice la gran reputación que adquirió Salomón entre su
pueblo por éste y otros ejemplos de su sabiduría con lo que le resultaría más y más fácil
el desempeño del alto cargó (v. 28): «Temieron (es decir, respetaron grandemente) al
rey, porque vieron que había en él sabiduría de Dios (es decir, muy grande) para
juzgar».
CAPÍTULO 4
En el presente capítulo se nos muestran las grandes riquezas y la prosperidad de
Salomón. I. Magnificencia de su corte (vv. 1–6) y los proveedores de su casa (vv. 7–
28). II. Extensión de sus dominios (vv. 21–24) y paz de sus súbditos (v. 25). III . Sus
establos (v. 26). IV. La gran reputación de que gozaba por su sabiduría y entendimiento
(vv. 29–34).
Versículos 1–19
I. Salomón en su trono (v. 1): «Reinó, pues, el rey Salomón sobre todo Israel». Es
decir, fue reconocido, confirmado y establecido como tal sobre todo el país.
II. Los altos oficiales de su corte. Es de observar que en esta lista aparecen algunos
que ya lo eran en la corte de David. Sadoc y Abiatar eran los sacerdotes (v. 4). Esto se
refiere, como es obvio, no al tiempo que se describe ahora, sino al del comienzo del
reinado de Salomón, puesto que Abiatar fue depuesto muy pronto de su cargo (v. 2 S.
20:25, comp. con 1 R. 2:27). Josafat era canciller, una especie de «jefe de protocolo» de
la corte (v. 3). Benayá era el comandante en jefe del ejército (v. 3). Tenía dos
secretarios (v. 3): Elihóref y Ajías; un superintendente de los gobernadores: Azarías,
hijo del profeta Natán (o, más probable, de Natán, el hermano del propio Salomón); y
un ministro principal y amigo (es decir, consejero privado—comp. con 2 S. 15:37—)
del rey: Zabud, también hijo de Natán. En el versículo 2, el texto hebreo dice: «Azarías,
hijo de Sadoc (era) el sacerdote»; es decir, era el sumo sacerdote a la sazón, al estar ya
su padre y su abuelo Sadoc (v. 1 Cr. 6:8, 9) jubilados por haber cumplido la edad
reglamentaria.
III. Los proveedores de la casa real. Aquí, como en los versículos 1–19, hemos de
trasladarnos a tiempos muy posteriores en el reinado de Salomón, pues vemos ya
casadas algunas de sus hijas (vv. 11, 15). Así como los personajes de los vv. 2–6
componían lo que llamaríamos hoy el gabinete o poder ejecutivo del reino (hebreo
sarim = príncipes), los que se nombra ahora como «gobernadores» (hebreo, nissabim)
eran propiamente los jefes de recaudación de tributos y provisiones del reino, uno por
cada tribu (v. 7). Con esto, no sólo la casa real estaba bien abastecida de provisiones,
sino también toda la gran cantidad de asistentes y siervos de la corte, por lo que éstos
podían dedicarse a sus quehaceres específicos sin preocuparse del problema del
abastecimiento. Al dividir el trabajo entre doce exactores, no había tanto peligro de que
pesase la carga sobre unos cuantos hombros, ni de que una o dos personas se hicieran
excesivamente ricas. Por otra parte, se daba así oportunidad a todas las tribus de Israel
de cooperar por igual al sustento de la corte y de participar en los beneficios que había
de comportar esto para la producción del país y la circulación del dinero. La riqueza se
incrementaría incluso en las tribus más distantes de la capital.
Versículos 20–28
De seguro que ninguna corte y ningún reino tuvo jamás un rey como Salomón.
I. En cuanto al reino, el informe que aquí se nos da responde con creces a las
profecías que tenemos acerca de él en el Salmo 72 aunque su pleno cumplimiento se
refiere al reino de Cristo. 1. El territorio era amplio y muchísimos los tributarios pues
estaba escrito que dominaría de mar a mar (Sal. 72:8–11). Salomón reinó sobre todos
los reinos circundantes que fueron sus tributarios forzosos. Todos los príncipes desde el
Éufrates hasta el límite con Egipto le servían y le traían presentes (v. 21). «Tuvo paz
por todos los lados alrededor» (v. 24). 2. Los súbditos de su reino eran muchos y
felices. (A) La población de Israel se hizo muy numerosa (v. 20). (B) Vivían en una paz
idílica, como lo expresa el vesículo 25: «Vivían seguros, cada uno debajo de su parra y
debajo de su higuera», anticipo de lo que será el reino mesiánico, como puede verse por
Miqueas 4:4; Zacarías 3:10. Cada uno disfrutaba de su hacienda, pues el rey no se
apropiaba de la de ninguno de sus súbditos. (C) Así disfrutaban «comiendo, bebiendo y
alegrándose» (v. 20). En todas partes se veían las marcas de la abundancia. Esto era tipo
de la paz espiritual, del gozo verdadero y de la santa seguridad de que disfrutan todos
los fieles seguidores del Señor Jesucristo. El reino de Dios no es comida y bebida como
era el de Salomón, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Ro. 14:17), lo cual es
infinitamente mejor.
II. En cuanto a la corte, escasamente puede hallarse jamás algo semejante. Asuero
hizo una vez un banquete, para mostrar las riquezas de su reino (Est. 1:3, 4). Pero
Salomón celebraba cada día un banquete mayor que el de Asuero (vv. 22, 23). Cristo
alimentó milagrosamente una vez a 5.000 hombres, sin contar las mujeres ni los niños,
esto es, a muchas más personas que las que tuvo Salomón a su mesa. Y todos los
creyentes tienen en Jesús una continua fiesta. Y sobrepasa a Salomón especialmente en
que alimenta a sus seguidores, no con la comida que perece, sino con la que permanece
para vida eterna (Jn. 6:27).
Versículos 29–34
La gloria de Salomón consistía más en su sabiduría que en sus riquezas.
I. La fuente de su sabiduría: «Dios dio a Salomón sabiduría y prudencia» (v. 29).
II. La amplitud de su sabiduría: «grande sobremanera» (lit.—v. 29—. Téngase en
cuenta—nota del traductor—que en la Biblia Hebrea el cap. 5 comienza en el v. 21 del
cap. 4). Se la llama también «anchura de corazón», que significa «amplitud de
conocimientos». Además, sabía expresarse maravillosamente, tan abundante en
erudición como en riqueza material, más que ninguno de sus coetáneos (no se dice, de
todos los tiempos ahora). Caldea y Egipto eran entonces las naciones más famosas por
sus conocimientos, de allí tomaron prestada su sabiduría los griegos. Pero los mayores
sabios de esas naciones no le llegaron a Salomón (vv. 26–31): «Era mayor la sabiduría
de Salomón» (v. 30). Por eso, sus consejos tenían mayor valor.
III. La fama de su sabiduría: «Y fue conocido entre todas las naciones de alrededor»
(v. 31b).
IV. Los frutos de su sabiduría (por ellos se conoce el árbol). No enterró sus talentos,
sino que mostró su sabiduría:
1. En sus composiciones. Redactó o dictó tres mil proverbios obra de buen filósofo
y moralista, de uso admirable para la conducta humana. Probablemente, los que
tenemos en el libro sagrado que lleva el nombre de Proverbios entran dentro de esa
suma. Fue además un poeta prolífico y de gran vena, pues sus cantares fueron mil cinco
(v. 32), de los que solamente nos ha llegado el Cantar de los Cantares, único que
sabemos inspirado por Dios. Finalmente, fue un gran científico, pues disertó sobre toda
clase de árboles y animales (v. 33), lo que nos lo muestra asimismo como un buen
observador.
2. En sus conversaciones. «Para oír la sabiduría de Salomón venían de todos los
pueblos y de todos los reyes de la tierra (es decir, enviados de parte de todos los reyes)»
(v. 34). En esto era Salomón tipo de Cristo, ya que en Jesús «están escondidos todos los
tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col. 2:3); escondidos, pero para usarlos,
pues Él «nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría» (1 Co. 1:30); además, su
conversación ha sido tan valiosa que «Él nos ha declarado a Dios» (Jn. 1:18) de una
manera final y exhaustiva (He. 1:2).
CAPÍTULO 5
La gran obra que le había sido encomendada a Salomón era la construcción del
templo. En este capítulo tenemos los preparativos que hizo para éste y para otros
edificios. Su padre había preparado oro y plata en abundancia, pero había que emplear
también madera y piedras; de estos materiales le vemos aquí cuando trata con Hiram,
rey de Tiro. I. Hiram le felicita por su accesión al trono (v. 1). II. Salomón le comunica
su propósito de edificar el templo y desea que le preste ayuda con materiales y mano de
obra (vv. 2–6). III. Hiram accede a su petición (vv. 7–9). IV. En consencuencia, la obra
de Salomón se lleva a cabo espléndidamente, y los artesanos de Hiram son pagados
también de modo espléndido (vv. 10–18).
Versículos 1–9
Amistosa correspondencia entre Salomón e Hiram. Tiro era una ciudad famosa por
su comercio y caía junto al mar, cerca de la frontera con Israel. Se nos dice aquí que
Hiram siempre había amado a David. ¿Hay razón para pensar (M. Henry) que Hiram
era adorador del verdadero Dios y había renunciado a la idolatría de su país aunque no
podía desarraigarla? Quizá sea mucho suponer. El «amor» de Hiram a David puede
entenderse muy bien como una «amistad» política, con pacto más o menos explícito de
mutua fidelidad.
I. Embajada de cumplido de Hiram a Salomón, que pudo ser, a la vez, de
condolencia por la muerte de David y de felicitación por su propia accesión al trono,
según protocolo corriente entre los orientales.
II. Embajada de «negocio» de Salomón a Hiram mediante mensajeros, al parecer,
del mismo Salomón. En su comunicado a Hiram, Salomón le hace saber:
1. Su propósito de construir un templo en honor de Dios. Le dice (cosa que Hiram
ya conocería): (A) Que David se vio impedido a causa de las guerras, de edificar el
templo, como él deseaba y se había propuesto hacer (v. 3). (B) Que, con la paz presente,
tenía oportunidad de edificarlo y, por tanto, había resuelto llevarlo a cabo sin demora (v.
4): «Ahora Jehová mi Dios me ha dado paz por todas partes, pues no hay adversario
(lit. hebreo Satán) ni mal que temer». Como si dijese: «No hay ningún instrumento del
diablo que nos pueda apartar de esta obra u oponerse a ella».
2. Su deseo de que Hiram le ayude. El Líbano, que tenía bien merecido el epíteto de
«montaña de los perfumes», era famoso por sus cedros y cipreses y había sido
prometido por Dios a Josué (Jos. 13:5) como futura propiedad de Israel, por lo que
Salomón tenía título de propiedad sobre sus productos. Así lo vemos en la forma en que
pide (v. 6) que le corten cedros del Líbano, al mismo tiempo que confiesa que los
israelitas no eran expertos en la tala y labrado de la madera como lo eran los súbditos de
Hiram. Por su parte le promete que sus siervos ayudarán a los siervos de Hiram, y que él
pagará el salario que Hiram diga, puesto que el obrero es digno de su salario, lo mismo
en las obras seculares que en los trabajos de iglesia. El profeta Isaías parece aludir a esto
cuando profetiza (Is. 60:10, 13): «Hijos de extranjeros edificarán tus muros y sus reyes
te servirán … La gloria del Líbano vendrá a ti, cipreses, pinos y bojes juntamente, para
embellecer mi santuario», aunque las frases de Isaías apuntan al reino mesiánico futuro.
3. Hiram recibe el mensaje de Salomón y responde a él.
(A) «Se alegró en gran manera» (v. 7) al recibir las noticias de que Salomón seguía
por los caminos de su padre y bendijo al Dios de Israel por haber dado a David un hijo
tan sabio. Hiram muestra así un espíritu generoso. Un pagano nos enseña (como ocurre
con cierta frecuencia) a estimar los dones ajenos y a no tener envidia de los éxitos de un
colega. El Dr. M. Lloyd-Jones decía que sólo el Espíritu Santo puede hacer que un
predicador escuche con gusto a otro predicador.
(B) Contesta con gran satisfacción a la propuesta de Salomón y le concede lo que le
pide, mostrándose bien dispuesto a ayudarle en esta gran empresa a la que se había
comprometido. Aquí tenemos los términos de su acuerdo con Salomón. (a) Deliberó
primero sobre la propuesta antes de dar respuesta (v. 8). Quienes se toman tiempo para
deliberar no pierden por eso el tiempo. (b) Descendió a detalles particulares. Salomón
había hablado de cortar la madera (v. 6), a lo que Hiram accede (v. 8); pero nada se
había hablado del transporte; por tanto, él se compromete a llevarla desde el Líbano por
mar, un viaje costero. Salomón debe señalar el lugar en que se ha de desembarcar la
madera, y allá será llevada a cargo de Hiram, quien será responsable de que llegue a
salvo. Los sidonios superaban a los israelitas no sólo en los trabajos en madera, sino
también en la navegación, pues «Tiro está asentada a las orillas del mar» (Ez. 27:3);
así que ellos eran los más apropiados para encargarse de la operación de transporte. Y:
(c) Si Hiram se encarga del trabajo, justamente espera que Salomón se encargue del
pago (v. 9): «Tú cumplirás mi deseo dando víveres a mi casa», es decir, no sólo para los
obreros, sino también para la familia de Hiram. Así es como, por sabia disposición de la
Providencia, unas naciones tienen necesidad de otras y equilibran su economía mediante
la importación y exportación.
Versículos 10–18
I. Cumplimiento del acuerdo entre Salomón e Hiram. 1. Hiram envió a Salomón la
madera conforme al trato hecho (v. 10). 2. Salomón envió a Hiram el grano que le había
prometido (v. 11).
II. Confirmación, mediante este trato, de la amistad que ya existía entre ellos. Es una
medida de prudencia fortalecer nuestra amistad con aquellos a quienes hallamos
honestos y leales, no sea que los nuevos amigos no resulten tan firmes y benévolos
como los antiguos.
III. Trabajadores que empleó Salomón en la preparación de materiales para el
templo. 1. Algunos eran israelitas, que fueron usados para trabajar la madera y tallar las
piedras juntamente con los siervos de Hiram. Para esta labor empleó Salomón 30.000
hombres, pero sólo 10.000 a un mismo tiempo, de forma que por cada mes de trabajo
tenían dos meses de vacación, para descansar y para despachar sus asuntos de familia
(vv. 13, 14). Aunque era un servicio para el templo, no quería Salomón que se les
sobrecargara de trabajo. 2. Otros eran cautivos de otras naciones, encargados de llevar
las cargas (70.000), y 80.000 cortadores en el monte (v. 15). 3. Había también 3.300
supervisores o capataces (v. 16), a quienes necesitaba para dirigir las obras, no sólo de
la construcción del templo, sino también para otras obras que se mencionan en 9:17–19.
IV. Se echan los cimientos de la obra, para los que se iban a usar piedras grandes,
costosas, labradas (v. 17). Es de suponer que Salomón estaría presente, y presidiría la
colocación de las primeras piedras, lo cual se haría con gran solemnidad, como se suele
hacer. Aunque habían de quedar ocultas bajo el edificio, debían sobresalir por su
firmeza y belleza. De manera semejante, la sinceridad que la perfección evangélica nos
obliga a poner como fundamento de nuestra vida de piedad; merece que le dediquemos
los mayores esfuerzos, aun cuando haya de pasar desapercibida a los ojos de los
hombres.
CAPÍTULO 6
Después de la grande y larga preparación que hemos visto, viene ahora la
construcción del templo, pieza de singular gloria y belleza y de gran sentido espiritual.
I. Tiempo en que se comenzó la obra (v. 1) y tiempo que duró la construcción (vv. 37,
38). II. El silencio que se guardó mientras se construía (v. 7). III. Sus dimensiones (vv.
2, 3). IV. Comunicado de Dios a Salomón durante la construcción (vv. 11–13). V.
Detalles: Las ventanas (v. 4), las cámaras (vv. 5, 6, 8–10), paredes y pavimento (vv. 15–
1 8), el Lugar Santísimo (vv. 19–22), los querubines (vv. 23–30), las puertas (vv. 31–
35) y el atrio interior (v. 36).
Versículos 1–10
I. El templo es llamado aquí «la casa de Jehová» (v. 1) porque: 1. Estaba dirigido y
modelado por Dios. La Sabiduría Infinita fue el verdadero arquitecto y entregó a David
el plano por medio del Espíritu. 2. Estaba dedicado a Dios y a su honor, para ser
empleado en su servicio pues en él manifestaba Jehová su gloria de un modo adecuado a
tal dispensación. Esto, con el ceremonial consiguiente prestaba al templo la hermosura
de la santidad, muy superior a todas las demás bellezas.
II. Se data exactamente la fecha en que comenzó la construcción. 1. Fue justamente
480 años después de la salida de los hijos de Israel de Egipto. Si sumamos 40 años
hasta la llegada de Canaán, 19 de Josué, 299 de los jueces, 40 de Elí, 40 de Samuel y
Saúl, 40 de David y 4 de Salomón, tenemos el total de 480 años. También el
tabernáculo de David, sin la riqueza y magnificencia del templo, es llamado «la casa de
Jehová» (2 S. 12:20), y sirvió tan bien como el templo de Salomón. Sin embargo,
cuando Dios otorgó a Salomón grandes riquezas y le puso en el corazón usarlas para
esta obra, la aceptó con agrado, principalmente porque había de ser símbolo y sombra de
los bienes venideros (He. 9:9–11). 2. Se comenzó en el cuarto año del reinado de
Salomón, porque los tres primeros fueron ocupados en poner en orden los asuntos de
gobierno a fin de que quedasen libres las manos para esta magna obra. No se pierde el
tiempo que se emplea en prepararnos para la obra de Dios y en desembarazarnos de
todo aquello que pueda distraernos de ella.
III. Son traídos los materiales, listos ya para su colocación (v. 7), de forma que ni
martillos ni hachas se oyeron en la casa, ni ningún otro instrumento de hierro mientras
se edificaba. Había de ser el templo del Dios de paz y, por tanto, no era lugar apropiado
para ruidos. La quietud y el silencio ayudan mucho a todos los ejercicios de piedad. La
obra de Dios debería hacerse con el mayor cuidado y con el menos ruido posibles. El
ruido no va bien con la edificación del templo, sino con su destrucción (Sal. 74:4–6):
«Tus enemigos vociferan en medio de tus asambleas, etc». Toda controversia, decía el
Dr. Martyn Lloyd-Jones, ha de hacerse antes de entrar en la iglesia.
IV. Dimensiones del templo (vv. 2, 3), conforme a las normas de la justa
proporción. Puede observarse que la largura y la anchura eran justamente el doble de las
del tabernáculo.
V. Acerca de las ventanas (v. 4), casi todas las versiones siguen la traducción del
Targum: «anchas por dentro y estrechas por fuera». El hebreo dice que eran «de formas
que se estrechaban», según los rabinos, no hacia fuera, sino hacia dentro, con lo que se
enseñaba, según Hertz, «que el Santuario no requería luz del exterior; era, más bien, la
luz interior, espiritual, la que había de extenderse para iluminar el mundo exterior». De
ambas maneras tenemos aquí aplicación para nosotros. Si se lee según nuestras
versiones, nos enseña a mirar dentro de nosotros mismos y juzgarnos ampliamente,
mientras evitamos mirar demasiado al prójimo para censurarle. Si se lee del segundo
modo, nos enseña a procurar que resplandezca al exterior la luz espiritual comunicada
por la presencia de Dios en nuestro interior, la cual suele pasar desapercibida para los
demás.
VI. Se describen también las cámaras (vv. 5, 6), que servían de vestuarios, así como
para guardar los utensilios generales del templo. Un cuidado especial había de
observarse para que las vigas no quedaran empotradas en las paredes (v. 6), pues esto
debilitaría al edificio. También nosotros hemos de procurar que la fuerza de la iglesia no
se vea disminuida bajo pretexto de añadirle belleza o comodidad.
Versículos 11–14
I. La palabra que Dios envió a Salomón cuando éste se hallaba ocupado en la tarea
de la edificación del templo. Le aseguró que, si perseveraba en la obediencia de la ley
divina, tanto él como su reino seguirían disfrutando del favor de Dios. Es probable que
esta palabra le fuese comunicada por medio de un profeta: 1. A fin de que, mediante la
promesa, se animase y consolase en la tarea. Con la mira en las promesas de Dios,
obtendremos nuevos ánimos para seguir adelante en nuestro trabajo. Y cuantos deseen
contribuir al bien de la comunidad, nunca pensarán que hacen demasiado para asegurar
y perpetuar a beneficio del país las señales de la presencia benéfica de Dios. 2. A fin de
que, mediante la condición aneja a la promesa, se percatara de que, por muy fuerte y
hermoso que fuese el templo que edificaba, pronto se apartaría de allí la gloria de Dios
si él y su pueblo cesaban de andar en los estatutos de Dios.
II. Con esta mira edificó Salomón el templo (v. 14), como se ve por la conexión de
este y con los precedentes: «Así, pues, con esta dirección, Salomón edificó la casa y la
terminó», animado por el mensaje de Dios y advertido de que Dios no reconocería como
suyo este templo a menos que él y el pueblo fuesen obedientes a las leyes divinas. Lo
estricto de los mandamientos de Dios nunca inducirá a un buen creyente a evadirse del
servicio a su Padre de los cielos, sino que, por el contrario, le servirá de acicate para
servirle mejor, y aspirará siempre a la perfección (comp. con Fil. 3:12 y ss.). Salomón
prosiguió su obra hasta terminarla, y Dios estuvo con él hasta que la completó.
Versículos 15–38
I. Detalles particulares de la construcción.
1. El revestimiento de las paredes (v. 15). Se hizo con tablas de cedro, que es
material fuerte y duradero, además de emitir suave aroma. Estaba esculpido (v. 18) con
figuras de calabazas (o coloquíntidas—más probable—) y de capullos (abiertos) de
flores.
2. Pero no se contentó con revestir de madera de cedro el templo, sino que lo cubrió
enteramente, de arriba abajo, de oro puro; y el Lugar Santísimo, de oro purísimo.
Igualmente cubrió de oro el piso (vv. 20–22, 30).
3. El Lugar Santísimo (v. 19) merecía un ornato especial, pues allí había de estar el
Arca del pacto, con los querubines sobre la cubierta o propiciatorio. El término hebreo
que lo designa es debir, esto es, oráculo, o lugar donde se habla; así llamado porque
desde allí habló Dios a Moisés y, quizá, también al sumo sacerdote. Salomón hizo
nuevo todo lo del templo, excepto el Arca, que era la misma que hizo Moisés. Era la
señal de la presencia de Dios con su pueblo, la cual es siempre la misma, lo mismo
cuando se reúne en una modesta tienda de campaña que cuando se reúne en un suntuoso
templo, pues la presencia de Dios no cambia con la condición del lugar.
4. Los querubines. Además de los dos, situados a los lados del propiciatorio, que
cubrían el Arca: (A) Salomón puso otros dos de mayor tamaño, con alas de madera de
olivo y cubiertos completamente de oro (vv. 23 y ss.). (B) También esculpió todas las
paredes con figuras de querubines, de palmeras y de capullos de flores (v. 29). Los
gentiles o paganos fabricaban imágenes de sus dioses para adorarlas, pero esos adornos
estaban destinados a significar los adoradores o siervos de Dios, no los objetos
adorados.
5. Las puertas (vv. 31 y ss.). No está claro lo que el texto hebreo significa en
algunos detalles. Las puertas que daban acceso al debir, o Lugar Santísimo consistían en
dos hojas de madera de olivo (v. 31). Según tradición, su figura era pentagonal; pero es
más probable, como traducen nuestras versiones, que se tratase de una entrada que
mostraba cinco esquinas que, según F. Buck, se iban estrechando gradualmente hacia
atrás hasta la puerta propiamente dicha. En cambio, la puerta que daba acceso al hekal o
Lugar Santo (v. 33) era de postes cuadrados o, con mayor probabilidad, de cuatro
contrafuertes. En ambas entradas había querubines, palmeras y capullos de flores
entallados en las puertas.
6. El atrio interior, que rodeaba el templo propiamente dicho (v. 36), estaba cerrado
por un muro de tres hileras de piedras labradas y una hilera de vigas de cedro. Desde
arriba podía el pueblo ver lo que se hacía y oír lo que los sacerdotes les decían.
7. El tiempo empleado en la construcción (vv. 37, 38): Siete años y medio desde que
se echaron los cimientos hasta que se acabó toda la obra.
II. Vemos ahora lo que estaba tipificado en este templo.
1. Cristo es el verdadero templo, como cabeza de la nueva humanidad, pues Él habló
del templo de su cuerpo (Jn. 2:21), y los creyentes somos piedras vivas de ese templo
espiritual (1 P. 2:5 y ss.). Dios le preparó ese cuerpo (He. 10:5), y en Él habita la
plenitud de la Deidad (Col. 2:9), como habitaba en el antiguo templo la shekinah. En
Él se unen y reúnen todos los creyentes, israelitas espirituales (1 Co. 12:13, etc.).
Mediante Él tenemos acceso libre y confiado al trono de Dios (He. 4:15–16).
2. Cada creyente individual es también santuario (gr. naós) de Dios, en el que habita
el Espíritu Santo (1 Co. 3:16) y, mediante Él, toda la Trina Deidad (Jn. 14:23). No sólo
nuestro espíritu, sino el cuerpo mismo (ya que la persona es una unidad) es también
templo de Dios (1 Co. 6:19). No sólo en lo natural fue el hombre hecho de modo
maravilloso por la providencia del Creador (Gn. 1:31; Sal. 139:13–16), sino que es
hecho nuevo, más maravilloso aún en lo sobrenatural, por la gracia del Redentor. Este
templo vivo tiene su fundamento en Cristo y será perfeccionado a su tiempo (Ef. 4:13).
3. La Iglesia es el templo místico (místico no significa ideal, o meramente en el
espíritu, sino «escondido» a los ojos de la carne) y va creciendo para ser un santuario
sagrado en el Señor (Ef. 2:21). El templo mismo estaba dividido en Lugar Santo y
Lugar Santísimo, y sus atrios en interior y exterior. También en la Iglesia hay elementos
visibles y elementos ocultos, invisibles, profundos. La puerta que daba acceso al
santuario general era más ancha que la que daba acceso al Lugar Santísimo. Así también
hay muchos que entran en la profesión de creyentes pero no llegan a entrar en la
condición de salvos. El templo estaba embellecido con figuras y enriquecido con oro.
Así también la Iglesia está embellecida con diversidad de dones y enriquecida con el oro
del amor que es el vínculo perfecto de la unidad cristiana. Sólo los judíos erigieron el
tabernáculo, pero los gentiles les ayudaron a construir el templo. Así también los
extraños y advenedizos son juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu
(Ef. 2:19, 22).
4. El Cielo es, todo él, un templo eterno, fijo, inmovible. Las calles de la Nueva
Jerusalén, como el pavimento del templo de Salomón, son de oro puro (Ap. 21:21). El
templo era simétrico y armonioso, en el Cielo está la perfección de la belleza y de la
armonía. En el templo de Salomón no se oía ruido de hachas ni martillos. Todo es
tranquilo y sereno en el Cielo; todas las piedras vivas que han de ser transportadas allá,
han de ser puestas a prueba, labradas y limadas por la gracia divina, para que así estén
en la condición que requiere la completa santidad de aquel lugar (He. 12:14).
CAPÍTULO 7
En este capítulo vemos a Salomón: I. Prepara varios edificios para sí mismo y para
su uso (vv. 1–12). II. Amuebla el templo que había construido para Dios: 1. Con dos
columnas (vv. 13–22). 2. Con una pila de bronce (vv. 23–26). 3. Con diez basas de
bronce (vv. 27–37) y diez pilas una por cada basa, también de bronce (vv. 38, 39). 4. Y
todos los demás utensilios del templo (vv. 40–50). 5. Puso además todas las cosas que
su padre había dedicado (v. 51). La descripción detallada de todos estos objetos, ni era
innecesaria cuando se escribió ni es inútil cuando la leemos.
Versículos 1–12
Nunca hubo quien tuviese mayores ánimos para edificar que Salomón, ni con
mejores propósitos; comenzó con el templo, lo edificó para Dios antes de todo, y así
todos los demás edificios que construyó resultaron cómodos.
1. Edificó una casa para sí (v. 1), en la que moraba y recibía audiencias (vv. 1, 8). Su
padre había edificado un buen palacio, pero, sin ánimo de emular a su padre, él
construyó otro mejor. Gran parte de las comodidades de que disfrutamos en esta vida
provienen de una buena vivienda. Salomón tardó trece años en edificar su casa mientras
que la construcción del templo le llevó poco más de siete años, lo cual demuestra que no
tenía tanta prisa en construir su propia casa como en edificar el templo de Dios.
2. Asimismo edificó (o: Edificó, pues) la casa del bosque del Líbano (v. 2). Esta casa
se llamaba así, no precisamente porque se hallase ubicada en el Líbano, como piensan
algunos autores (entre ellos, el propio M. Henry—nota del traductor—), sino como un
nombre propio, probablemente porque abundaba en ella la madera de cedros del Líbano.
El Dr. C. C. Ryrie hace notar, al compararla con 10:16–17, que parece ser que servía de
armería. Se nos ofrecen muchos detalles de este edificio. Además de sus grandes
medidas (unos 58 metros de largo, por 26 de ancho y 15 de alto—superiores a las del
templo—), que se nos describen en el v. 2; por los datos que siguen, vemos que dicho
edificio estaba conectado por medio de una columnata (v. 6) a un salón en el que se
hallaba un trono de marfil y oro, al que se subía por seis gradas (10:18, 19). Él mismo
habla de la Sabiduría como edificando su casa y labrando sus siete columnas (Pr. 9:1).
3. Cerca de su palacio edificó un vestíbulo que daba acceso al salón del trono (v. 7)
donde juzgaba las causas del pueblo y lo cubrió de cedro desde el suelo hasta el techo.
El autor sagrado hace constar que la casa en que el propio Salomón moraba (v. 1), tenía
la misma configuración (v. 8).
4. Edificó finalmente otro palacio para su mujer, la hija de Faraón (v. 8), donde ella
tendría su corte y servidumbre, y su hechura era igualmente semejante a la del pórtico.
Con esto quedaba armónicamente diseñado y perfectamente acabado todo el complejo
de edificios del rey.
Versículos 13–47
Llegamos ahora al detalle de los utensilios de bronce del templo. No hallamos hierro
en el templo, a pesar de que vemos a David (1 Cr. 29:2) que preparaba para el templo
hierro para las cosas de hierro.
I. El experto en bronce que Salomón empleó para dirigir esta parte de la obra era un
tal Hiram o Huram (2 Cr. 4:11), quien era, por parte de madre, israelita; por parte de
padre (o, mejor dicho, padrastro), de Tiro. En 2 Crónicas 2:14 se dice que su madre era
de las hijas de Dan. Sin embargo, según tradición judía, su padre era israelita, aunque
avecindado en Tiro, no su madre, con quien su padre se había casado en segundas
nupcias; de ahí que a Hiram se le llame (v. 14) «hijo de una viuda». Aquí se dice de ella
que era de la tribu de Neftalí. La aparente contradicción con 2 Crónicas 2:14 puede
resolverse, según el Dr. Ryrie, de varias maneras: Es posible que ella hubiese nacido en
Dan, y ser su primer marido de Neftalí. O quizás ella era nativa de Dan y residente en
Neftalí, o viceversa. En todo caso, este Hiram (no se confunda con el rey) tenía el arte
de los de Tiro y el afecto de israelita hacia la casa de Dios, feliz conjunción de sangres
en una misma persona a fin de que mejor estuviese cualificado para la obra que tenía
que llevar a cabo. Así como el tabernáculo fue edificado con la riqueza de Egipto, así el
templo fue amueblado con el arte de Tiro.
II. Todos los utensilios de bronce eran de bronce bruñido (v. 45) o, como dice el
caldeo, de buen bronce, es decir, del más fino, bello y fuerte.
III. El lugar en que fue fundido el bronce: «la llanura del Jordán» (v. 46), porque el
terreno era arcilloso y, por tanto, muy a propósito para hacer moldes u hornos donde
fundir el metal. Con esto evitaba Salomón tener cerca de Jerusalén el humo inevitable
de esta operación.
IV La cantidad no se tiene en cuenta. Los utensilios de bronce eran sobremanera
numerosos, y hacer el inventario de ellos habría sido el cuento de nunca acabar;
tampoco se tiene en cuenta el peso del bronce al ser entregado a los obreros o artesanos.
Esto habla mucho a favor de la honradez de los trabajadores y de la cantidad del metal,
pues no había peligro de que escaseara.
V. Se nos describen en detalle algunos de los utensilios de bronce.
1. En el pórtico del templo fueron erigidas dos columnas de bronce (v. 21). Estas
columnas no servían de soporte, sino que estaban aparte, como era corriente en templos
orientales, es decir, puramente para adorno. (A) Cuál era ese adorno podemos colegirlo
por los detalles artísticos que se nos refieren de dichas columnas (vv. 15–22). (B) Su
significado se insinúa en los nombres que les fueron puestos (v. 21): Yaquín = Él
establecerá, y Bóaz = En Él hay fuerza. El famoso rabino Rashí lo interpreta en
conjunto en el sentido de que «mediante los servicios del templo, vendrá la fuerza a
Israel». Otros piensan que estaban destinados a ser como memoriales de la columna de
nube y luego que condujo a Israel a través del desierto; otros, que servían de
recordatorio a los sacerdotes y a otros que viniesen a rendir a Dios culto de adoración a
las puertas del santuario, de que: (a) Debían depender de Dios para el vigor y la
tenacidad de sus ejercicios religiosos. Cuando nos presentamos ante el Señor y nos
damos cuenta de que nuestra imaginación comienza a vagar y distraerse, acudamos por
fe a recibir auxilio del Cielo y recordemos esos nombres: «Yaquín»: Que Dios de fijeza
a nuestro pensamiento «Bóaz»: En Dios está nuestra fuerza pues Él obra en nosotros el
querer y el hacer, por su buena voluntad (Fil. 2:13). La estabilidad y el vigor
espirituales han de estar a mano a las puertas del templo de Dios, donde debemos
esperar los dones de la gracia en el uso de los medios de la gracia. (b) También les
servía de recordatorio de la solidez y del establecimiento del templo de Dios en medio
de ellos. Es de notar que, cuando se nos refiere la destrucción del templo, se especifica
precisamente la destrucción de estas dos columnas (2 R. 25:13, 17), ya que habían sido
señales de su solidez y lo habrían continuado siendo si el pueblo no hubiese abandonado
a su Dios.
2. Una gran pila de bronce, de unos diez metros de diámetro y de unos cinco de
profundidad, con lo que la capacidad vendría a ser de unos 60.000 a 90.000 litros de
agua destinada a las distintas clases de lavados: el de los sacerdotes, el de los sacrificios
y el de los atrios del templo (vv. 23 y ss.). Descansaba sobre las figuras de doce bueyes
de bronce. Estaban encargados de llenarlo, como sabemos los gabaonitas. Hay quienes
opinan que Salomón hizo las imágenes de bueyes para sostener la gran pila por
desprecio hacia el becerro de oro al que Israel había adorado, a fin de que, como dice el
obispo Patrick, el pueblo pudiese percatarse de que no había en tales figuras nada digno
de adoración, pues sólo servían de soporte, no como deidades que dominan.
3. Hizo también diez basas de bronce, etc. (vv. 27 y ss.), sobre las que puso sendos
aguamaniles o palanganas con agua para servicio del templo, ya que en la pila de bronce
no habría lugar suficiente para todos los que tuvieran que lavar las víctimas (2 Cr. 4:6).
Al estar sobre ruedas, podían trasladarse fácilmente. Cada palangana de éstas tenía una
capacidad de 40 batos, es decir, unos 1.200 litros de agua. Cuando no eran usadas,
estaban cinco en un lado y otras cinco en el otro (vv. 38, 39). Todas ellas formaban un
conjunto exquisitamente ornamentado (vv. 29 y ss.).
4. Además de estos utensilios había una gran variedad de objetos: calderos, paletas y
aspersorios (v. 40 y ss.). En los calderos se cocía la carne de las ofrendas de paz (es
decir, de comunión), de las que comían delante de Jehová los sacerdotes y los oferentes
(v. 1 S. 2:14). Las paletas eran para retirar las cenizas del altar de bronce. En los
aspersorios se recogía la sangre de las víctimas con la que se hacían las aspersiones
rituales.
Versículos 48–51
1. Ahora viene el trabajo de los utensilios de oro, que parece ser el último que se
llevó a cabo, pues con él quedó completa la obra de la casa de Dios. De puertas adentro
del santuario, todo era de oro y todo era nuevo, excepto el Arca con su cubierta y los
querubines; así que el anterior oro del tabernáculo fue fundido de nuevo o laminado
para la nueva obra del altar del incienso, la mesa, el candelabro y sus correspondientes
accesorios. El altar del incienso seguía siendo uno, como lo es Cristo y su intercesión;
pero Salomón mandó hacer (no se nombra aquí a Hiram como artífice) diez mesas de
oro (2 Cr. 4:8) y diez candelabros de oro (v. 49); con esto se insinúa (como tipo de lo
venidero) una mayor abundancia de alimento espiritual y de luz celestial que la que la
ley de Moisés pudo proporcionar. Incluso los goznes o quiciales de las puertas de la
casa de adentro (del santuario propiamente dicho), del Lugar Santísimo, y los de las
puertas del templo eran de oro (v. 50). 2. Se nos refiere finalmente que Salomón
introdujo todo lo que David había dedicado para Dios, y lo depositó en las tesorerías
de la casa de Jehová (v. 51). Así quedaba un gran remanente para reparaciones y para el
constante mantenimiento de los servicios del templo. Esto nos enseña que cuando los
padres han ofrecido a Dios alguna cosa, los hijos no deben en modo alguno enajenarla o
apropiársela, sino dedicarla gozosamente a los usos a que fue destinada, a fin de que,
juntamente con la hacienda de sus padres, hereden también las bendiciones de éstos.
CAPÍTULO 8
La obra del templo fue gloriosa, pero su dedicación fue tanto más gloriosa cuanto
exceden la oración y la alabanza a todos los metales preciosos. El templo estaba
destinado a mantener la comunicación entre Dios y su pueblo, y aquí tenemos detallada
la solemnidad de este primer encuentro entre Dios y su pueblo. I. Son convocados
juntamente los representantes de todo Israel (vv. 1, 2), a fin de celebrar en honor de
Dios una fiesta durante catorce días (v. 65). II. Los sacerdotes introdujeron el Arca en el
Lugar Santísimo y la fijaron allí (vv. 3–9). III. Dios tomó posesión del lugar por medio
de una nube (vv. 10, 11). IV. Salomón, con agradecido reconocimiento a Dios, informó
al pueblo del objeto de esta convocatoria (vv. 12–21). V. En una larga oración,
encomendó a la benévola aceptación de Dios todas las oraciones que habían de elevarse
en este lugar, o en dirección a este lugar (vv. 22–53). VI. Despidió a la congregación
con una bendición y una exhortación (vv. 54–61). VII. Ofreció abundantes sacrificios,
con lo que el pueblo hizo fiesta y banqueteó, partiéndose de allí altamente satisfechos
(vv. 62–66). Éstos fueron los días de oro de Israel, tipo de los días del Hijo del Hombre.
Versículos 1–11
El templo sin el Arca, aunque ricamente embellecido, era como un cuerpo sin alma,
un candelero sin lámpara o una casa sin residentes. Todas las expensas y labores
empleadas en esta grandiosa estructura carecerían de valor si Dios no las aceptaba. Por
eso cuando toda la obra estuvo terminada (7:51), lo único necesario era traer el Arca.
Esto es lo que había de coronar a la obra.
I. Salomón presidió este servicio como lo había hecho David cuando fue traída el
Arca a Jerusalén. Se hizo la convocación general (v. 1) el mes séptimo, en el día de la
fiesta solemne (v. 2). El autor sagrado se refiere a la Fiesta de los Tabernáculos, que
caía en el día quince de dicho mes (Lv. 23:34). David, varón bueno, trajo el Arca a un
lugar conveniente, cerca de él. Salomón, varón grande, la trajo a un lugar grandioso.
Esto enseña a los hijos a seguir adelante en el servicio de Dios desde el punto en el que
sus padres estaban cuando murieron.
II. Todo Israel asistió a la ceremonia, con sus jueces y los jefes de las respectivas
tribus y clanes, con los altos funcionarios civiles y militares, etc. Vinieron juntamente
en esta ocasión: 1. Para honrar a Salomón y agradecerle, en nombre de toda la nación,
los buenos servicios que había prestado en la construcción de esta gran obra. 2. Para
honrar al Arca del pacto. Los favores generales requieren también un agradecimiento
colectivo. Todos los que se presentaron delante de Jehová sacrificaron ovejas y bueyes
en cantidad innumerable (v. 5); no se presentaron con las manos vacías.
III. Los sacerdotes cumplieron con su oficio en la ceremonia. En el desierto, los
levitas estaban encargados de transportar el Arca, pero ahora (al ser la última vez que el
Arca había de ser transportada) lo hicieron los sacerdotes mismos, igual que fue a ellos
a quienes se ordenó hacerlo cuando rodearon los muros de Jericó. Se nos dice aquí: 1.
Lo que había dentro del Arca: solamente las dos tablas de piedra (v. 9), un tesoro
incomparablemente mayor que todos los objetos que habían dedicado David y Salomón.
La vasija con el maná y la vara de Aarón estaban junto al Arca, pero no dentro de ella.
2. Lo que fue introducido junto con el Arca: el tabernáculo de reunión (v. 4), que
recientemente se hallaba en Gabaón, el cual rendía ahora, por decirlo así, todo su
carácter sagrado en favor del nuevo santuario, que era el lugar que, de aquí en adelante,
había de ser el punto de reunión de Jehová con su pueblo. De modo semejante, todo lo
santo que se halla ahora en la Iglesia de Dios será absorbido por la perfección de la
nueva Jerusalén (Ap. 21:2). 3. El lugar en el que fue colocada: en el santuario (lit.
oráculo) de la casa, en el Lugar Santísimo (que lo era precisamente por el propiciatorio
del Arca), debajo de las alas de los querubines (v. 6), es decir, de los querubines
gigantescos que Salomón había erigido (6:27), con lo que daba a entender la especial
guardia y protección de los ángeles, bajo los que se llevan a cabo las ordenanzas de
Dios y las asambleas de su pueblo (comp. con 1 Co. 11:10; 1 P. 1:12).
IV. Dios reconoce benévolamente lo que se ha llevado a cabo y da testimonio de su
aceptación (vv. 10, 11). Los sacerdotes pudieron llegar hasta el Lugar Santísimo
mientras la Gloria de Dios no había cubierto el lugar; pero, desde el momento en que
Dios manifestó allí su Gloria, nadie, bajo pena de muerte, podía acercarse al Arca,
excepto el sumo sacerdote en el Gran Día de la Expiación (Lv. 16).
Por eso fue por lo que únicamente cuando los sacerdotes habían salido de allí, tomó
posesión del lugar la shekinah en la nube que cubrió, no sólo el Lugar Santísimo, sino
el templo entero, de forma que los sacerdotes que se hallaban allí para quemar incienso
en el altar de oro no pudieron permanecer allí (v. 11). Con esta emanación visible de la
Gloria divina: 1. Dios honraba el Arca y la reconocía como señal de su presencia. Esta
Gloria se había visto empañada por los frecuentes traslados, la modestia de los recientes
alojamientos y su exposición a las miradas de todo el pueblo; pero Dios quería mostrar
ahora que le era tan estimable como siempre y que quería que se la considerase con la
misma veneración que había tenido la primera vez que Moisés la introdujo en el
tabernáculo. 2. También daba testimonio de que aceptaba el templo con todo su
mueblaje como un buen servicio prestado a su nombre y a su reino entre los hombres. 3.
La manifestación de la Gloria de Dios provocó en el pueblo un sentimiento de santo
pavor; y lo que ahora veían confirmaba su creencia en lo que habían leído en los libros
de Moisés concerniente a la Gloria con que Dios se había aparecido a sus antepasados.
4. También se mostró Dios bien dispuesto a escuchar la oración que Salomón estaba a
punto de dirigirle. Pero esta Gloria de Dios se manifestó en una nube densa, oscura,
para significar: (A) La oscuridad de aquella dispensación comparada con la luz del
Evangelio (nótese, en 1 Ti. 6:16, lo de «luz inaccesible»). (B) La oscuridad de nuestro
estado presente con el de la visión futura (1 Co. 13:12), que será nuestra felicidad en el
Cielo, cuando se descubra el velo de la Gloria de Dios (Ap. 21:23; 22:5).
Versículos 12–21
I. Salomón anima a los sacerdotes. Los discípulos de Cristo tuvieron temor al entrar
en la nube (Lc. 9:34), a pesar de que era nube clara. ¡Cuánto más los sacerdotes cuando
se vieron envueltos en una densa, oscura, nube! Para quitarles el miedo Salomón: 1. Les
recuerda que esto era una señal de la presencia de Dios (v. 12), una indicación de su
gracia, pues Él había dicho: Yo apareceré en la nube (Lv. 16:2). Donde Dios habita en
luz, la fe es absorbida por la visión, y el miedo es echado fuera por el amor (1 Jn. 4:18).
2. Según eso Dios mismo se agradaba en habitar allí. Por eso, a la declaración de Dios
en el versículo 12, corresponde Salomón en el v. 13: «Yo he edificado casa por morada
para ti». Como si dijese: «Conforme tú deseabas, ven, Señor, ven. La casa es tuya,
enteramente tuya, yo la he edificado para ti». Es un gozo para Salomón el que Dios
haya tomado posesión del templo; y es su deseo el que Dios continúe en posesión de
esta su casa. Que no se asusten, pues, los sacerdotes precisamente de aquello en lo que
Salomón se goza.
II. A continuación, Salomón instruye y bendice al pueblo. Tras dirigirse brevemente
a los sacerdotes, volvió su rostro hacia el pueblo (v. 14) que se hallaba de pie en el atrio
exterior y se dirigió a ellos con mayor extensión.
1. Les bendijo. Cuando vieron que la densa nube se adueñaba del templo, temieron
ser afectados desfavorablemente por la oscuridad, pero Salomón les bendijo, esto es, los
apaciguó (diría en hebreo: shalom lajem = paz a vosotros), librándolos de la
consternación que se había apoderado de ellos.
2. Les informó acerca de esta casa que había construido y que ahora dedicaba a
Jehová.
(A) Comenzó su informe con un reconocimiento agradecido a la buena mano de su
Dios sobre él hasta el presente (v. 15): «Bendito sea Jehová, Dios de Israel». Hemos de
dar gracias a Dios por las cosas de que disfrutamos. De este modo incitó Salomón a la
congregación a elevar el corazón en acción de gracias a Dios. Salomón bendijo a Dios:
(a) Por la promesa que había hecho a su padre David: «habló a David mi padre». (b)
Por el presente cumplimiento de dicha promesa: «lo que con su mano ha cumplido». El
mejor aprecio de los favores de Dios se obtiene cuando comparamos lo que hace con lo
que dijo.
(B) Dedica después solemnemente esta casa a Dios. Tenemos aquí un cúmulo de
consideraciones que movieron a Salomón a edificarla: (a) La necesidad, insinuada por
Dios mismo de un lugar como éste (v. 16): «… no he escogido ciudad … para edificar
casa en la cual estuviese mi nombre», por consiguiente, ésta era la ocasión para
edificarla. (b) El propósito de David de edificar el templo. Fue Dios quien escogió a
David para rey de Israel (v. 16-2 Cr. 6:5 y ss. da más detalles—) y el que puso en su
corazón este buen deseo de edificarlo (v. 17). (c) Pero fue voluntad de Dios que no
fuese su padre, sino él, quien lo edificase (vv. 18, 19): «Bien has hecho en tener tal
deseo. Pero tú no edificarás la casa, sino tu hijo». Lo que Salomón había hecho no era
idea suya, sino de su padre, ni era para su gloria, sino destinada para gloria de Dios por
designio del mismo Dios. (d) Refiere lo que él ha hecho y con qué intención: «He
edificado la casa, no a mi nombre sino al nombre de Jehová Dios de Israel (v. 20). Y he
puesto en ella lugar para el Arca». (v. 21). Cuanto más hacemos por Dios, tanto más
deudores le somos, pues nuestra suficiencia es de Él, no de nosotros.
Versículos 22–53
Después de consagrar a Dios el templo recién construido y amueblado, de lo que
Dios había mostrado su satisfacción tomando posesión de él mediante la nube, Salomón
eleva a Dios una larga y sublime oración, pide que este templo sea considerado, no sólo
como un lugar de sacrificios, sino también, y primordialmente, una casa de oración
para todo el pueblo (comp. con Is. 56:7; Mt. 21:13).
I. Salomón no encargó este servicio a un sacerdote o a un profeta, sino que lo hizo él
mismo en presencia de toda la congregación de Israel (v. 22). 1. Fue cosa buena que lo
hiciera, pues era señal de que habían aprendido a orar bien y sabía cómo expresarse
delante de Dios espontáneamente sin atenerse a ningún formulario. 2. También estuvo
bien que no se avergonzase de realizar este servicio delante de una congregación tan
numerosa. Nunca, en toda su gloria desde su trono de mármol y oro, apareció Salomón
tan grande como ahora.
II. La postura que adoptó en su oración fue muy reverente y expresiva de humildad,
seriedad y fervor: 1. Se puso de rodillas (el verbo amod no siempre significa estar de
pie, sino también situarse), como se ve por el v. 54, donde leemos que «se levantó de
estar de rodillas», y más aún por el lugar paralelo (2 Cr. 6:13), donde expresamente se
lee que «se puso sobre él (el estrado de bronce), se arrodilló delante de toda la
congregación de lsrael, etc.». Esta postura es muy apropiada para orar (v. Ef. 3:14). El
señor Herbert decía: «El arrodillarse nunca estropea las medias de seda». 2. «Extendió
sus manos al cielo» y, según parece por el v. 54, continuó así hasta el final de su
oración, con lo que expresaba así sus deseos hacia, y sus expectaciones desde, Dios,
como nuestro Padre que está en los cielos. Extendió sus manos como para ofrecer su
oración desde un corazón ensanchado y presentarla en el Cielo, para recibir desde allí,
con ambos brazos, el favor que su oración demandaba.
III. La oración misma fue larga, quizá más larga de lo que aquí aparece. Lo que
Cristo condenó no fue hacer largas oraciones, sino hacer largas repeticiones o presentar
vanas pretensiones por vanagloria y ostentación. En esta oración, Salomón:
1. Da gloria a Dios. Comienza por aquí, por donde debe comenzar toda oración: un
acto de adoración y alabanza (v. 23). (A) Alaba a Dios por lo que Él es («no hay Dios
como tú, etc.») y por lo que es para su pueblo («que guardas el pacto y la misericordia
a tus siervos»), es decir, «haces por ellos incluso aquello que no les has prometido
expresamente, bajo condición de que anden delante de ti con todo su corazón». (B) En
particular, le da gracias por lo que ha hecho por su familia (v. 24): «Que has cumplido a
tu siervo David mi padre lo que le prometiste».
2. Suplica la gracia y el favor de Dios. Pide:
(A) Que Dios le cumpla a él y a los suyos lo que ha prometido (vv. 25, 26). Hasta
ahora, Dios había ayudado (comp. 2 Co. 1:10). Salomón repite la promesa de Dios a
David: «No te faltará varón delante de mí, que se siente en el trono de Israel» (v. 25),
pero no omite la condición: «con tal que tus hijos guarden mi camino, etc.»; porque no
podemos esperar que Dios cumpla su promesa si nosotros no cumplimos la condición
que lleva aneja. Luego, con humildad no exenta de cierta vehemencia, dice (v. 26):
«Ahora, pues, oh Jehová Dios de Israel, cúmplase la palabra que dijiste a tu siervo
David mi padre».
(B) Que Dios haga honor a este templo y lo reconozca benévolamente como casa
suya. Con este objeto:
(a) Expresa, primeramente, una humilde admiración de que condescienda Dios a
tener el templo por morada suya especial (v. 27): «Pero, ¿es verdad que Dios morará
sobre la tierra? ¿Podemos imaginar que un Ser infinitamente alto, santo y feliz en Sí
mismo se abaje tanto como para que pueda decirse de Él que habita en la tierra?»; en
segundo lugar un humilde reconocimiento de la incapacidad de la casa que había
edificado, aun cuando era muy espaciosa, para contener a Dios: «He aquí que los cielos
y los cielos de los cielos no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he
edificado?» Para un Dios inmenso, ni el Universo entero (ni millones de Universos) es
bastante espacioso para contenerle.
(b) Pasa después a orar en general. Primero: Que Dios se digne oír y contestar la
oración que ahora estaba elevando (v. 28). Fue una oración humilde, ferviente y llena de
fe: «Con todo, tú atenderás a la oración (no del rey de Israel, sino) de tu siervo».
Segundo: Que Dios se digne igualmente oír y contestar todas las oraciones que en
cualquier tiempo se hagan, ya sea en este lugar o mirando a este lugar (vv. 29, 30). «Tú
lo oirás en el lugar de tu morada, en los cielos; escucha y perdona» (v. 30). Sólo los
sacerdotes podían penetrar en el interior del santuario, pero cuando el pueblo ore en los
atrios del santuario, deben hacerlo con la mira puesta en el propiciatorio, como medio
de intercesión y de perdón, para ayudar así a la debilidad de su fe y ser tipo de la
mediación de Jesucristo, que es el verdadero templo y la propiciación por nuestros
pecados.
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1 reyes

  • 1. 1 REYES Los dos libros de Samuel, en los que se nos narra el comienzo de la monarquía con Saúl y su estabilización con David, y que originalmente formaban un solo libro, sirven de antecedente histórico a los dos libros de los Reyes, que también formaban originalmente un solo libro. Mientras los libros de Samuel nos refieren acontecimientos que ocurrieron en un espacio de menos de un siglo (1060–970 a. de C., aproximadamente), los de los Reyes, en cambio, abarcan un espacio de cerca de cuatro siglos (971–586 a. de C.). Todo este tiempo puede dividirse fácilmente en tres partes: 1) Reino unido de todo Israel bajo Salomón (971–931 a. de C.). 2) Reino dividido en dos: los reinos de Judá (sur) y de Israel (norte), espacio que se prolonga hasta la caída de Samaria, capital del reino del norte (931–722). 3) Reino superviviente de Judá hasta la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor (722–586). Este primer libro de los Reyes alcanza hasta la muerte de Josafat, rey de Judá (848 a. de C.), por una parte, y el comienzo del reinado de Ocozías, rey de Israel (853 a. de C.), por otra. CAPÍTULO 1 En este capítulo tenemos: I. La debilitación de la salud de David (vv. 1–4). II. Las aspiraciones de Adonías al trono (vv. 5–10). III. Natán y Betsabé procuran, y consiguen, asegurar la sucesión a favor de Salomón (vv. 11–31). IV. Unción de Salomón y regocijo del pueblo con ocasión de esta solemnidad (vv. 32–40). V. Se pone fin al complot de Adonías para usurpar el trono (vv. 41–49). VI. Salomón despide a Adonías sin hacerle ningún daño, bajo promesa de buena conducta (vv. 50–53). Versículos 1–4 David enfermo en su vejez. 1. David había envejecido prematuramente (tenía 70 años), quizá por las muchas guerras y las dificultades que inquietaron su vida, tanto por la enemiga de Saúl como por las calamidades domésticas. Guardaba cama pero las ropas no le calentaban (v. 1). Sus siervos, médicos o ministros, aconsejaron que tomase por esposa o concubina a una joven que durmiese con él y le mantuviese caliente. Este remedio era corriente en la antigüedad, pero no vemos que se consultase a Jehová sobre esto por medio de Natán u otro profeta, con lo que se habría obtenido algún remedio mejor y se habría evitado un problema que pronto veremos. Versículos 5–10 David hubo de sufrir mucho (en castigo por su gran pecado—v. 2 S. 12:10—) por parte de sus hijos. Amnón y Absalón, el primero y el tercero, respectivamente, habían muerto violentamente después de causar a su padre gran aflicción. Del segundo, habido de Abigail, podemos suponer que murió siendo aún muy joven. El cuarto era Adonías (2 S. 3:4), nacido, como los otros tres, en Hebrón. Era parecido a Absalón en gallardía, edad y mal carácter. A los ojos de su padre había sido una joya («consentido», como los otros dos), pero ahora iba a ser una espina. I. Adonías campaba por sus respetos (vv. 5, 6): «Su padre nunca le había entristecido en todos sus días». Era falta del hijo el que le desagradase la reprensión y perdía así el beneficio de ella, pero era especialmente falta del padre el no reprenderle cuando debía, y ahora iba a pagar el precio por su indulgencia. II. Al corresponder mal al desordenado afecto de su padre Adonías se aprovechó de que su padre estaba enfermo y encamado para tratar de usurpar el trono (v. 5): «Se rebeló, diciendo: Yo reinaré». 1. Al esperar que su padre se muriese pronto, se preparó a sucederle a pesar de saber que por designación, tanto de Dios como de David, el sucesor había de ser Salomón (1 Cr. 22:9; 23:1).
  • 2. 2. Consideró a su padre como a un viejo ya decrépito e inútil y, por tanto, pensó que era hora de asumir el gobierno de la nación. Su padre ya no podía gobernar por demasiado viejo, ni Salomón por ser, en opinión de Adonías, demasiado joven. Así que él era el sucesor, según su propia lógica. 3. Para conseguir lo que pretendía: (A) Se hizo con una gran escolta (v. 5): «Carros, gente de a caballo y cincuenta hombres que corriesen delante de él», para asistirle en la corte y en la guerra. (B) Consiguió para su partido nada menos que a Joab, general del ejército, y Abiatar, sumo sacerdote (v. 7). Estos dos hombres, fieles a David en los tiempos más difíciles de su vida, eran veteranos y experimentados, de los que no podía esperarse que fueran atraídos a formar parte de una conspiración. Pero Dios les dejó ahora de su mano, para corregirles de anteriores desórdenes de conducta con un azote que ellos mismos se estaban ahora haciendo. Se nos dice también (v. 8) quiénes, entre los que habían sido de probada fidelidad hacia David, no eran de la confianza de Adonías: Sadoc, Benayá, Natán, etc. (C) Preparó un gran banquete (v. 9) para los de su partido en Roguel, no lejos de Jerusalén. Fueron invitados sus hermanos y los siervos de su padre, pero no invitó a Salomón ni a los del partido de éste (v. 10). No cabe duda de que este banquete encerraba cierto sentido religioso, con lo que evitaba sospechas, y comenzó su usurpación con esas muestras de devoción, más notorias cuando tenía a su lado al sumo sacerdote. Versículos 11–31 Natán y Betsabé se apresuran a obtener de David una ratificación de la promesa de sucesión a favor de Salomón, para aplastar así en sus comienzos el complot de Adonías. 1. David no sabía lo que estaba ocurriendo. 2. Parece ser que Betsabé vivía algún tanto retirada de la corte y, por eso, ignoraba también lo que ocurría hasta que le dio informes Natán. 3. Parece ser que Salomón lo sabía, pero, aunque tenía edad (por lo menos 16 años) y una sabiduría superior a su edad, no quiso intervenir activamente, dejando que Dios y los de su partido pusieran en orden las cosas. I. Natán el profeta alarmó a Betsabé dándole cuenta de lo que ocurría y le sugirió que fuese al rey para obtener la confirmación del juramento que le había dado con respecto a los derechos de Salomón al trono. Natán conocía la mente de Dios y los intereses de David y de Israel. Precisamente por medio de él había puesto Dios a Salomón el nombre de Yedidyah = escogido de Jehová (2 S. 12:25) y, por tanto, no podía permanecer sentado y ver usurpado por otro el trono que le pertenecía a Salomón. Natán apeló a Betsabé, no sólo porque a ella le iba en el asunto el futuro de su hijo (y probablemente la vida de ella misma), sino también porque ella era la que tenía más fácil acceso a David. La informó del intento de Adonías (v. 11) y de que éste no tenía el consentimiento de David para la usurpación que intentaba. Le dio a entender que no sólo estaba Salomón en peligro de perder el trono, sino que tanto él como ella misma estaban en peligro de perder la vida si Adonías lograba prevalecer (v. 12): «Toma mi consejo, para que conserves tu vida y la de tu hijo Salomón». Le dice (v. 13) que se presente al rey, le traiga a la memoria la promesa y el juramento de que Salomón había de ser quien le sucediera, y le pregunte con mansedumbre: «¿Por qué, pues, reina Adonías?» Quizá pensó que con todo esto se calentaría un poco el viejo y frío rey. La conciencia y el sentido del honor pondría vida en aquel organismo prematuramente envejecido. Prometió también a Betsabé que, mientras estuviese ella hablando con el rey, entraría él mismo a confirmar sus razones (v. 14), como si llegase allá casualmente. II. Conforme al consejo e instrucciones de Natán, Betsabé no perdió tiempo, sino que se fue inmediatamente al rey para interceder por sí misma y por su hijo. Sabía que sería bien acogida a cualquier hora. Su alocución al rey, en esta ocasión fue muy prudente. 1. Le recordó la promesa que le había hecho, ratificada con juramento, de que
  • 3. le había de suceder Salomón (v. 17). Sabía que a un hombre tan concienzudo como David estas razones le harían efecto. 2. Le informó del intento de Adonías, lo que él ignoraba (v. 18). Le dijo también quiénes eran los invitados al banquete de Adonías, como gente de su partido, y añadió (v. 19): «Mas a Salomón tu siervo no ha convidado», lo cual indicaba claramente que le tenía por rival y quería dejarle de lado. 3. Apela a que David tiene autoridad y poder para evitar esta maldad (v. 20): «Los ojos de todo Israel están puestos en ti», no sólo por ser el rey, sino por ser profeta. Todo Israel sabía que David era, no sólo el ungido del Dios de Jacob, sino también aquel por quien hablaba el Espíritu de Jehová (2 S. 23:1, 2); por eso, en un asunto de tal importancia, cuando dependían de la designación divina, las palabras de David serían para ellos oráculo y ley. 4. Le dio a entender el inminente peligro que tanto ella como Salomón corrían si este asunto no quedaba zanjado en vida de David (v. 21). III. El profeta Natán, como había prometido, llega en el momento oportuno, cuando Betsabé estaba todavía hablando y el rey no había dado aún respuesta (v. 22). «Dieron aviso al rey» de que había llegado el profeta Natán, quien estaba seguro de que siempre era bien acogido por David, y «se postró delante del rey inclinando su rostro a tierra» (v. 23). 1. Natán da al rey un informé similar al que le había dado Betsabé (vv. 25, 26) y añade que el partido de Adonías había llegado a tal confianza en el triunfo de la rebelión que ya gritaban: «¡Viva el rey Adonías!», como si David hubiese muerto ya. No le habían invitado a él a la fiesta («Pero a mí, tu siervo … no ha convidado»—v. 26—), y da a entender con esto que habían resuelto no consultar ni a Dios ni a David sobre este asunto. 2 Hace que el rey se percate del interés que tiene en que se le considere ajeno totalmente a lo que se está tramando. Por eso insiste (v. 24): «¿Has dicho tú: Adonías reinará después de mí?» Y de nuevo (v. 27): «¿Se hace esto por orden de mi señor el rey?» como si dijese: «Si es así, no eres fiel ni a la palabra de Dios ni a la tuya propia como todos esperábamos de ti; pero, si no es así, es ya tiempo de que nos opongamos a la sublevación y sea declarado Salomón tu sucesor». De este modo procura Natán avivar el enojo de David contra los sublevados, a fin de que actúe con autoridad y rapidez en favor de los intereses de Salomón. IV. Persuadido con estas razones, David declara solemnemente su firme adhesión a la decisión que había tomado tiempo atrás de que Salomón había de sucederle en el trono. Hace llamar a Betsabé (v. 28) y le da nuevas garantías de lo que ya le había jurado anteriormente. 1. Repite su anterior promesa, con nuevo juramento (v. 29), y reconoce que había jurado por Jehová Dios de Israel que Salomón reinaría después de él (v. 30) y que, conforme a esta palabra, así lo haría aquel mismo día, sin discusión y sin demora. La fórmula que usa en el versículo 29 parece ser que es la que usaba en ocasiones solemnes, como vemos en 2 Samuel 4:9. Va acompañada de un reconocimiento agradecido a la bondad que Dios le ha mostrado. Quizá se expresa así en esta ocasión con el objeto de animar a su hijo y sucesor a confiar en Dios en todas las dificultades que puedan salirle al encuentro. V. Betsabé recibe estas seguridades (v. 31) con cordiales deseos de que la vida de su esposo y señor se prolongue todavía por mucho tiempo: «Viva mi señor el rey David para siempre». Tan lejos estaba de pensar que ya había reinado por bastante tiempo, que todavía ora para que viva para siempre, si fuera posible, para honor de la corona que llevaba y para bendición del pueblo al que gobernaba. Versículos 32–40 Medidas efectivas que tomó David para asegurar los derechos de Salomón y preservar la paz pública mediante el aplastamiento de la rebelión de Adonías. I. Dio orden expresa de que se proclamase rey a Salomón. 1. las personas a quienes encomendó la ejecución de su orden fueron Sadoc, Natán y Benayá, hombres de
  • 4. autoridad y poder, a quienes siempre había hallado David leales a su causa. David les ordena que, con la mayor rapidez y solemnidad posibles, proclamen rey a Salomón. Han de tomar consigo a los siervos de David, tanto a los guardaespaldas como a los sirvientes de palacio, y montar a Salomón en la mula en que David solía montar. Sadoc y Natán, los representantes de la religión, deben ungir en nombre de Dios, al nuevo rey. 2. Los oficiales de más alto rango, civil y militar, han de dar pública noticia del acto y expresar, mediante solemne toque de trompeta, de acuerdo con la ley de Moisés, el regocijo popular en esta ocasión; a esto debía añadirse la aclamación del pueblo: «¡Viva el rey Salomón!» (v. 34). 3. Después han de traerle con la misma solemnidad a la ciudad de David y debe ser entronizado como virrey mientras su padre vivía, para despachar los asuntos públicos durante la enfermedad de David, y sucederle como rey cuando él muera (v. 35). «Él reinará en mi lugar.» Sería una gran satisfacción para David mismo y para todos los interesados en la causa de Salomón ver que esto se hiciera inmediatamente, a fin de que, al ocurrir la defunción de David, no hubiese ninguna disputa ni perturbación del orden ni de los intereses del pueblo. II. La gran satisfacción con que acogió estas órdenes Benayá en nombre de los demás comisionados. David había dicho: «Él (Salomón) reinará en mi lugar». (v. 35), y Benayá responde animoso: «Amén. Como lo dice el rey, así lo decimos nosotros también; y, puesto que nada podemos llevar a cabo sin el concurso de la divina providencia, así lo diga Jehová, Dios de mi señor el rey». (v. 36). Este es el lenguaje de la fe en la promesa de Dios, sobre la que se fundaba la sucesión de Salomón al trono. A esto añade Benayá una oración por Salomón (v. 37), a fin de que Dios esté con él como ha estado con David y haga que el trono de Salomón sea todavía mayor que el trono de David. Sabía que David no era de los que envidian la grandeza de sus hijos y que, por consiguiente, no le desagradaría esta oración ni la tomaría como una afrenta, sino que respondería a ella con un «Amén» de todo corazón. III. Inmediata ejecución de las órdenes de David (vv. 38–40). No se perdió tiempo, sino que Salomón fue traído solemnemente al lugar señalado, y allí le ungió Sadoc (v. 39) conforme a las instrucciones del profeta Natán y del propio David. En el tabernáculo donde estaba ahora el Arca, se guardaba, entre otros objetos sagrados, el aceite que se usaba para muchos servicios religiosos; de allí tomó Sadoc el cuerno del aceite (símbolo, a la vez, de poder y de abundancia) y ungió con él a Salomón. Éste no era el aceite con que se ungía a los sacerdotes. A continuación, el pueblo expresó su satisfacción y su alegría por la entronización de Salomón, rodeándole de hosannas: «¡Viva el rey Salomón!», acompañando con música de flautas sus aclamaciones de alegría, las cuales eran tan ruidosas que, con una hipérbole, muy del estilo semita, dice el autor sagrado que parecía que la tierra se hundía con el clamor de ellos (v. 40). Versículos 41–53 I. Las noticias de la solemne entronización de Salomón llegaron pronto a los oídos de Adonías y de sus partidarios, cuando ya habían acabado de comer (v. 41), y, por lo que se ve, era mucho lo que habían comido, puesto que toda la ceremonia de la unción de Salomón fue ordenada y llevada a cabo mientras ellos estaban banqueteando. Cuando estaban más alegres, después de comer y beber en abundancia, dispuestos a proclamar a su rey y traerlo en triunfo a la ciudad, oyeron el sonido de la trompeta (v. 41). Joab ya se iba haciendo viejo y se alarmó, pero Adonías todavía confiaba en que el emisario, al ser hombre valiente (v. 42), traería buenas nuevas. Pero el joven trajo ciertamente las peores nuevas que Adonías podía esperar: «Nuestro señor el rey David ha hecho rey a Salomón» (v. 43), con lo que las pretensiones de Adonías se venían al suelo. Refiere el joven Jonatán a los allí reunidos: 1. La gran solemnidad con que había sido proclamado rey Salomón (vv. 44, 45) y que ya se había sentado en el trono del reino (v. 46). 2. La
  • 5. gran satisfacción con que el pueblo había acogido este nombramiento. Los siervos del rey habían felicitado a David por ello (v. 47), habían orado por el nuevo rey (v. 47) del mismo modo que lo había hecho Benayá (v. 37). Y el rey mismo estaba satisfecho. David hace un gesto de adoración en la cama (como en otro tiempo Jacob—v. Gn. 47:31—) en señal de gratitud y reconocimiento a Dios por haberle concedido ver a un hijo suyo sentado en su trono (v. 48). II. La forma con que dio fin a las ilusiones de Adonías. Echó a perder las alegrías del banquete, dispersó a los invitados y obligó a cada uno de sus partidarios a buscar en la fuga la salvación de su vida (v. 49). III. El propio Adonías, aterrorizado, fue a refugiarse en el santuario, asiéndose a los cuernos del altar (v. 50). Había despreciado a Salomón, no considerándole digno de asistir a su banquete (v. 10), pero ahora le temía como a juez: «temiendo de la presencia de Salomón». El santuario era considerado como lugar de refugio (en concreto, el altar de los holocaustos—Éx. 21:14—), excepto en caso de homicidio voluntario. Con ello daba a entender que no se atrevía a ser llevado a juicio, sino que se ponía a merced del príncipe, al no tener otra cosa que apelar sino a la misericordia de Dios, la cual se manifestaba en la institución y aceptación de los sacrificios que en aquel altar se ofrecían y en el consiguiente perdón de los pecados. IV. Desde el santuario, Adonías envió a Salomón un mensaje con el que imploraba perdón (v. 51): «Júreme hoy el rey Salomón que no matará a espada a su siervo». V. Las instrucciones que dio Salomón acerca de él. Le despidió sin hacerle daño alguno, bajo promesa de buena conducta (vv. 52, 53). Se contentaba con que se alejara de la corte, yéndose a su casa, no para quedar confinado en ella como arrestado, sino para que no se inmiscuyese en los asuntos políticos. Todavía le considera como a hermano y tiene en cuenta que es la primera ofensa que ha cometido contra él. Así es como el Hijo de David, Jesucristo, recibe con misericordia a los que han sido rebeldes pecadores; con tal que sean fieles a su Soberano, sus pecados anteriores no serán mencionados contra ellos; pero si continúan impenitentes, entregados a sus concupiscencias, terminarán en completa ruina. CAPÍTULO 2 I. David va a morir pronto y dispone su testamento político. 1. El encargo general que hace, en su lecho de muerte, a Salomón, es servir a Dios (vv. 1–4); en particular, da órdenes acerca de Joab, Simeí y Barzilay (vv. 5–9). 2. Su muerte y sepultura y el cómputo de los años de su reinado (vv. 10, 11). II. Comienzo del reinado de Salomón (v. 12). Aun cuando había de ser un príncipe de paz, conforme a su nombre, empieza por ejecutar notables actos de justicia vindicativa: 1. Sobre Adonías, a quien manda ejecutar por sus pretensiones peligrosas (vv. 13–25). 2. Sobre Abiatar, a quien depone de su cargo de sumo sacerdote, por haber tomado partido por Adonías (vv. 26, 27). 3. Sobre Joab, a quien también da muerte por su reciente traición y sus anteriores crímenes (vv. 28–35). 4. Sobre Simeí, a quien, por haber maldecido a David, confinó en Jerusalén (vv. 36–38) y, tres años después, le dio muerte por haber transgredido la orden de confinamiento (vv. 39–46). Versículos 1–11 Aquel gran hombre—y buen hombre—que fue David, aparece aquí (v. 1) próximo a morir y, poco después (v. 10), muerto. Es una bendición que haya otra vida después de ésta, porque la muerte mancha la gloria presente arrojándola al polvo. I. Instrucciones que David, próximo a morir, dio a Salomón, su hijo y sucesor. Se siente próximo a su ocaso y así lo reconoce (v. 2): «Me voy por el camino de toda la tierra» (lit.). Es un bello eufemismo para expresar el destino común de los mortales. La muerte es un camino; no es sólo un episodio de la vida, sino una senda que conduce a
  • 6. otra vida mejor. También los hijos de Dios y herederos del Cielo tienen que pasar por ese camino; han de morir (He. 9:27); pero pueden ir gozosos por ese camino, por valle de sombra de muerte (Sal. 23:4). Los profetas, y también los reyes, tienen que ir por ese camino hacia una luz más brillante y un honor más alto que la profecía o la soberanía. David se va, pues, por ese camino, y da instrucciones a Salomón sobre lo que debe hacer. 1. Le encarga, en general, que guarde los mandamientos de Dios y cumpla a conciencia con su deber (vv. 2–4). Le prescribe: (A) Una buena norma para obrar: la voluntad de Dios (v. 3): «Guarda los preceptos de Jehová tu Dios, etc». (B) Un buen espíritu con el que actuar (v. 2): «Esfuérzate y sé hombre». Esto era necesario para un jovencito como era Salomón, de unos 16 o 17 años. (C) Un buen motivo para todo esto (v. 3): «Para que prosperes en todo lo que hagas y en todo aquello que emprendas». Que cada uno cumpla, en sus días, la voluntad de Dios; podemos entonces estar seguros de que Dios cumplirá su palabra. Nunca cae la promesa mientras no caiga el precepto. Dios había prometido a David que el Mesías había de salir de sus lomos, y esta promesa era absoluta; pero la promesa de que no le faltaría a David varón en el trono de Israel era condicionada: «Si tus hijos guardan mi camino» (v. 4). Si Salomón, en sus días cumplía la condición, pondría lo que estaba de su parte para que se perpetuase la promesa. La condición es que andemos delante de Dios con verdad, de todo corazón y con toda el alma. 2. Le da instrucciones particulares con respecto a ciertas personas, para que sepa lo que ha de hacer con ellas. (A) En cuanto a Joab (v. 5). David se daba cuenta de que no había hecho bien perdonándole la vida después que había contravenido gravemente, una y otra vez, la ley de Dios mediante el asesinato de Abner y de Amasá, grandes hombres ambos, generales del ejército de Israel. Los había matado a traición («derramando en tiempo de paz sangre de guerra»), con lo que había injuriado también a David: «Ya sabes lo que me ha hecho Joab». Los crímenes de Joab se agravaban por el hecho de que ni se avergonzaba de ellos ni tenía miedo al castigo, sino que se atrevía a llevar desvergonzadamente la sangre inocente en el cinturón de sus lomos y en las sandalias de su pies. David lo deja a la prudencia de Salomón (v. 6), indicándole que no debe dejarle sin castigo. (B) En cuanto a la familia de Barzilay, a la que le ordena que se muestre benigno por amor a Barzilay, quien, por lo que se ve (v. 7), ya había muerto. Los beneficios que hemos recibido de nuestros amigos no deben quedar sepultados en nuestra tumba ni en la de ellos, sino que nuestros hijos deben corresponder con beneficios a los hijos de ellos. (C) En cuanto a Simeí (vv. 8, 9): «Me maldijo con una maldición fuerte». Tanto más fuerte cuanto que le insultó cuando David se hallaba en su mayor aprieto, y puso vinagre en sus heridas. David le había jurado (2 S. 19:23) que no le había de matar, pero ahora encarga a Salomón que, siendo hombre sabio, sabrá lo que debe hacer con él, «y harás descender sus canas con sangre al Seol» (v. 9). Esta última frase ha dado mucho que hablar. El propio rabino Hertz hace notar que, «cualesquiera sean las razones de Estado que puedan presentarse para mitigar la acción de David, no es un acto que haya de imitarse en la vida de ningún individuo ordinario», y apela a Levítico 19:18: «No te vengarás ni guardarás rencor, etc». Bullinger llega a interpolar un «no» delante de «harás descender …», y alega que es un caso de elipsis del adverbio de negación, por continuación del primer «no» del versículo (nota del traductor), pero difícilmente se hallará un hebraísta en el mundo entero que esté de acuerdo con esta suposición en el presente texto. Es cierto, por otra parte, que Salomón no mandó matar a Simeí
  • 7. precisamente por la maldición que había echado a David, sino por quebrantar cierta orden de Salomón, como veremos en su lugar. Lo que es de notar es la frase «sabes cómo debes hacer con él»; es decir, «al conocer su espíritu rebelde y turbulento, hallarás algún modo de quitarlo de en medio sin que yo tenga que faltar a mi juramento». No olvidemos que estamos hablando de una época muy antigua dentro del Antiguo Testamento. II. Muerte y sepultura de David (v. 10): «Fue sepultado en su ciudad», no en Belén, donde había nacido, sino en Jerusalén, ciudad que él había fundado. Allí se habían erigido los tronos, y allí también se excavaron las tumbas, de la casa de David. Su epitafio podría tomarse de 2 Samuel 23:1: «Aquí yace David, hijo de Isaí, el varón que fue levantado en alto, el ungido del Dios de Jacob, el dulce cantor de Israel», y añadir aquellas otras palabras suyas del Salmo 16:9: «Mi carne también reposará confiadamente». Versículos 12–25 I. Accesión de Salomón al trono (v. 12). Llegó al trono con mucha más facilidad y paz que su padre, y también vio su gobierno establecido mucho más temprano que su padre. Bien van las cosas para un país cuando el fin de un buen reinado es el comienzo de otro, como sucede aquí. II. La justa y necesaria remoción de su rival Adonías, a fin de establecer su reinado sobre bases firmes. 1. Proyecto traicionero de Adonías. Consistía en solicitar la mano de Abisag, la última concubina de su padre, más que por el amor que le tenía, por la esperanza de renovar sus pretensiones al trono, ya que entrar a las esposas o concubinas del rey equivalía a usurpar su trono, como vimos en el caso de Absalón, quien siguió el consejo de Ahitófel y entró a las concubinas de su padre. Adonías se hacía la ilusión de que, si lograba suceder a su padre en el lecho nupcial, tal vez podría aspirar de nuevo a sucederle en su trono triunfal. 2. La estratagema que usó para obtener su propósito. No se atrevió a pedir de inmediato la mano de Abisag, sino que puso el asunto en manos de Betsabé, quien podría pensar que era una cuestión de amor, sin sospechar que encerrase ninguna intención política. Betsabé se sorprendió de ver a Adonías en su apartamento y le preguntó si venía con buena intención pues ella misma había intervenido para desbaratar la anterior rebelión de Adonías. Él respondió que su venida era de paz (v. 13). En seguida le hace la petición (v. 14) para que la haga llegar al rey (vv. 15–17), y use su influencia de reina madre; de que se le de Abisag por esposa. Se presenta a sí mismo como objeto de compasión, pues ha sido privado de la corona (v. 15) y, por tanto, bien merece que se consuele con una de las esposas de su padre. Así parece quedar satisfecho de que el reino haya sido traspasado a su hermano por voluntad de Jehová, cuando está maquinando precisamente el modo de arrebatárselo. Palabras de mantequilla, salidas de un corazón de piedra. 3. Betsabé intercede ante Salomón a favor de Adonías, después de haber prometido a éste que llevaría su ruego al rey (vv. 18–21). Este la recibió con todo el respeto debido a su madre (la reina madre gozaba, en los países orientales, de gran honor e influencia): «El rey se levantó a recibirla y se inclinó ante ella … e hizo traer una silla para su madre, la cual se sentó a su diestra» (v. 19). Ella le dice entonces el objeto que la trae al rey su hijo (v. 21): «Que den a Abisag sunamita por mujer a tu hermano Adonías». Era extraño que no considerase el incesto que la propuesta implicaba, aunque es posible que no tuviera a Abisag por verdadera esposa o concubina de David, por cuanto el matrimonio no había sido consumado (v. 1:4: «el rey nunca la conoció») y, por ello,
  • 8. pensaría que bien podía ser dada a Adonías, al tener en cuenta la mansa sumisión de éste. 4. Salomón rechaza justa y juiciosamente la propuesta. Convence a su madre de lo insensato de la petición y le muestra la intención que la propuesta implicaba, de la cual ella no se había percatado. La respuesta de Salomón a su madre llega a resultar, a primera vista, un tanto áspera (v. 22): «Demanda también para él el reino». Esto era, en fin de cuentas, lo que la petición de Adonías comportaba. Luego, con una fórmula ya clásica en el redactor de los libros de Samuel, Reyes y Rut (en los que ocurre 12 veces): «Así me haga Dios y aun me añada» (v. 23), jura por Jehová que Adonías ha de morir (vv. 23, 24) aquel mismo día. Al ser evidente que Adonías aspiraba todavía al trono, Salomón no podía estar a salvo mientras viviese su hermano. Los hombres de espíritu ambicioso y turbulento suelen prepararse a sí mismos los instrumentos de su propia muerte. Más de una cabeza ha caído por aspirar a una corona. Versículos 26–34 Abiatar y Joab habían sido de los que habían apoyado la causa de Adonías en su rebelión anterior y, por las palabras de Salomón en el v. 22, puede sospecharse que habían sugerido a Adonías que adoptase esta otra estratagema. Esto era por parte de ambos (el sumo sacerdote y el general en jefe del ejército), una intolerable afrenta a Dios y al rey, tanto mayor cuanto más alta era la posición que ocupaban y de mayor influencia el ejemplo que daban al pueblo. Ambos eran reos de alta traición, pero, en el juicio pronunciado contra ellos, se observa una diferencia establecida con buena razón. I. Abiatar, en consideración a su carácter sacerdotal y por los grandes servicios prestados antaño a David, és únicamente degradado (vv. 26, 27). 1. Salomón, con gran sabiduría, le deja convicto de culpabilidad. 2. Le hace a la memoria el oficio que había desempeñado delante de Dios («por cuanto has llevado el Arca de Jehová el Señor»), y la participación que había tenido en los sufrimientos de David («Y además has sido afligido en todas las cosas en que fue afligido mi padre»). 3. Por estas razones le conserva la vida pero lo confina en Anatot, su territorio, apartándolo de la corte, y lo depone de su cargo de sumo sacerdote, incapacitándolo para asistir al tabernáculo y al altar y para interferirse en los asuntos públicos. 4. Con esta deposición de Abiatar se cumplía la amenaza pronunciada contra la casa de Elí (1 S. 2:30), pues él era el último sumo sacerdote de dicha familia, descendiente de Itamar; así volvía el sumo sacerdocio a su legítima rama, por medio de Sadoc, descendiente de Eleazar. II. Joab, en cambio, en consideración de sus anteriores crímenes, a los que sumaba el apoyo prestado a la causa de Adonías, es ejecutado. 1. Su conciencia culpable le envió a asirse de los cuernos del altar. Se enteró de que Adonías había sido ejecutado (vv. 24, 25) y Abiatar depuesto (vv. 27, 28), y, por eso, al temer que a él le tocara ahora el turno, huyó a refugiarse en el altar. 2. Salomón ordenó que se le diera muerte por los asesinatos cometidos contra Abner y Amasá (vv. 31, 32), pues éstos eran los crímenes que el propio David había mencionado como dignos de muerte (vv. 5, 6); por eso no menciona Salomón la adhesión que había prestado últimamente a Adonías: «Había dado muerte a dos varones más justos y mejores que él» (v. 32), ya que a él no le habían hecho ningún daño y, si hubiesen sobrevivido, le habrían prestado a David, probablemente, mejores servicios que los que le prestó Joab. Por estos crímenes: (A) Debe morir, y morir por la espada de la justicia pública. (B) Debe morir en el mismo altar en el que ha preferido refugiarse (v. 30). Benayá tenía cierto escrúpulo de matarle allí, pero Salomón, que conocía mejor la ley, sabía que el altar de Dios no podía servir de refugio a criminales notorios, esto es, asesinos voluntarios. Ordena, pues, que se le mate allí mismo. La santidad de cualquier lugar nunca debe servir para encubrir la perversidad de ninguna
  • 9. persona. Los que, con fe viva, se asen de Cristo y de su justicia, resueltos a perecer allí, si es que han de perecer, hallarán en Él una protección más poderosa que la que halló Joab en los cuernos del altar. Benayá lo mató allí con toda la solemnidad, a no dudar, de una pública ejecución. 3. Salomón se quedó satisfecho con este acto de justicia, no por motivo de venganza personal, sino en cumplimiento de las órdenes de su padre y al saber que prestaba un buen servicio a la corona y al gobierno de la nación. Así se aseguraba la paz (v. 33) sobre David, su descendencia, su casa y su trono. Ahora que un hombre tan turbulento como Joab ha sido quitado de en medio, habrá paz. Salomón mira hacia Jehová como la fuente de donde ha de manar esta paz: «Habrá paz perpetuamente de parte de Jehová»; paz de Jehová, y paz perpetua de Jehová; Él es, así, autor y consumador de la verdadera paz. «La paz de Dios y el Dios de la paz» (Fil. 4:7, 9) estén siempre con nosotros. Versículos 35–46 I. Promoción de Benayá y Sadoc, dos fieles amigos de Salomón y de su gobierno (v. 35). Al haber sido ejecutado Joab, Benayá pasó a ser comandante en jefe del ejército y, con Abiatar depuesto de su cargo, Sadoc fue nombrado sumo sacerdote, con lo que se cumplió la palabra de Dios (1 S. 2:35): «Y yo me suscitaré un sacerdote fiel … y yo le edificaré casa firme». II. El curso que tomó el asunto de Simeí. Salomón envió por él, por medio de un mensajero, para hacerle venir de su casa en Bahurim. Es probable que Simeí no esperase del rey mejor trato que el que había tenido Adonías, conocida su enemistad hacia la casa de David. Pero Salomón es suficientemente sabio para hacer distinción entre crímenes y criminales. David había jurado a Simeí conservarle la vida. Salomón no estaba ligado con el juramento de su padre, pero tampoco quiso ir inmediatamente en contra de dicho juramento. 1. Lo confinó en Jerusalén, y le prohibió salir de la ciudad bajo ningún pretexto. Si pasaba el torrente de Cedrón se hacía reo de muerte (v. 37). Si se contenta con vivir en Jerusalén, no le pasará nada. Bien poca cosa se le pide. 2. Simeí se somete al confinamiento y agradece que se le conserve la vida bajo tales condiciones. Dos siervos suyos se escaparon de él a tierra de los filisteos (v. 39). Hasta allí los persiguió y los trajo a casa (v. 40). Se informa a Salomón de lo sucedido (v. 41). Si él hubiese presentado el caso a Salomón y le hubiese pedido permiso para salir, es posible que el rey se lo hubiese permitido, pero pensar que podía salvar la vida por ignorancia o connivencia del rey, era una afrenta del más alto grado contra el soberano. Así que, después de reprocharle el quebrantamiento de lo pactado (vv. 41–43) y traerle a la memoria lo que antaño había hecho a David (v. 44), dio orden que se le diese muerte inmediatamente (v. 46). CAPÍTULO 3 Después de los sangrientos sucesos, aunque a favor de la justicia, del capítulo anterior, el presente capítulo muestra una faz distinta. I. Matrimonio de Salomón con la hija de Faraón (v. 1). II. Una vista general de su carácter religioso (vv. 2–4). III. La oración que elevó a Dios pidiéndole sabiduría, y la respuesta divina a dicha oración (vv. 5–15). IV. Un ejemplo particular de su sabiduría al decidir una controversia entre dos rameras (vv. 16–28). Salomón aparece grande aquí tanto en el altar como en el tribunal; lo es en el tribunal porque lo ha sido en el altar. Versículos 1–4 I. Algo que es bueno sin discusión y por lo que Salomón es de alabar: 1. «Amaba a Jehová» (v. 3). Es una correspondencia al amor que Dio le había mostrado (2 S. 12:24), de donde le vino el nombre de Yedidyah = amado (más bien predilecto) de Dios. Salomón era hombre sabio, rico y grande; pero el mayor encomio que de él puede
  • 10. hacerse es éste: Amaba a Jehová. O, como dice la versión caldea, «amaba el culto de Jehová». Todos cuantos aman a Dios aman su culto: les agrada oírle, hablarle y tener comunión con Él. Sin embargo (nota del traductor), dada su idolatría posterior y, al parecer, final, es muy problemático que Salomón tuviese un corazón verdaderamente regenerado; por lo que dichas expresiones podrían significar simplemente una preferencia. 2. Andaba en los estatutos de su padre David. Esto se refiere, como es obvio, a los comienzos de su reinado. Los estatutos de su padre no puede significar únicamente las órdenes que le había dado antes de morir (2:2, 3; 1 Cr. 28:9, 10), sino también la conducta general de David en la observancia de los estatutos de Dios. Quienes de veras aman a Dios de seguro guardarán sus estatutos (v. Sal. 119 y comp. con Jn. 14:15). 3. Era muy generoso en lo que hacía por el honor de Dios (v. 4). Nunca debemos pensar que es un derroche lo que gastamos en el servicio del Señor. II. Algo que es discutible. 1. Su matrimonio con la hija de Faraón (v. 1). Debemos pensar que ella se hizo seguidora del verdadero Dios, como todo prosélito. En todo caso, era una buena baza política; por otra parte, como hace notar F. Rodríguez Molero: «La ley judía no prohibía expresamente el matrimonio con una extranjera no cananea (cf. Éx. 34:16; Dt. 7:3)». Hay quienes piensan que Salomón compuso, en esta ocasión, el Salmo 45 y aun el Cantar de los Cantares. Esto último es claramente falso, ante un análisis somero del Cantar. 2. Su adoración en lugares altos, los cuales eran motivo de adoración para los cananeos, por lo que Salomón en esto seguía una costumbre reprochable (vv. 2, 3). Es cierto que Abraham había erigido sus altares en montañas (Gn. 12:8; 22:2) y daba culto a Dios bajo un tamarisco (Gn. 21:33), pero eso era válido antes de que la ley de Dios estableciera un lugar especial (Dt. 12:5, 6). David se atuvo únicamente al Arca de Dios y no se cuidó de los lugares altos, pero Salomón no siguió en esto los estatutos de su padre. Mostró gran celo por los sacrificios, pero habría sido mejor la obediencia (1 S. 13:13; 15:22). Versículos 5–15 Informe de una visita que hizo Dios a Salomón y la comunión que éste tuvo con Dios. I. Circunstancias de esta visita (v. 5). 1. El lugar: Gabaón, era éste el lugar alto principal (v. 4), porque allí estaba el tabernáculo con el altar de bronce (2 Cr. 1:3). Allí ofrecía Salomón sus copiosos sacrificios, y allí le reconoció Dios. Cuanto más nos acercamos a la correcta norma en nuestro culto, tanto mayor es la razón que tenemos para esperar señales de la presencia de Dios. 2. El tiempo: Fue de noche, después de un día en que había ofrecido sacrificios (vv. 4, 5). Cuanto más abundemos en la obra de Dios, mayores consuelos podemos esperar de Él; si el día ha sido laborioso al servicio de Él será fácil el reposo de la noche en Él. El silencio y el retiro favorecen nuestra comunión con Dios. 3. El modo: Fue en un sueño, mientras estaba dormido, con los sentidos encerrados en sus cámaras, a fin de que el acceso de Dios a su mente fuese directo y libre de obstáculos. De este modo solía Dios hablar a los profetas (Nm. 12:6) y a personas particulares, para su beneficio (Job 33:15, 16). Estos sueños de visitación divina eran fáciles de distinguir de aquellos otros en que aparecen diversas vanidades (Ec. 5:7). II. La generosa oferta que Dios le hizo (v. 5). Vio la gloria de Dios que brillaba sobre él y oyó la voz de Dios que le decía: «Pide lo que quieras». III. La petición que Salomón hizo a Dios tan pronto como le fue hecha la oferta. Con la gracia de Dios, Salomón pudo orar mientras dormía, y fue una oración viva y alertada. La gracia de Dios le puso en el corazón estos buenos deseos:
  • 11. 1. Reconoce la gran bondad de Dios con su padre David (v. 6). Los favores de Dios son doblemente dulces cuando los reconocemos como transmitidos a nosotros mediante las manos de los que nos han precedido. 2. Reconoce su propia insuficiencia para el cumplimiento del gran encargo que se le ha encomendado (vv. 7, 8). Apela a dos razones para dar mayor fuerza a su petición de sabiduría: (A) Que su oficio la requería, pues era el sucesor de David en el trono. (B) Que la necesitaba urgentemente, porque era muy joven (tendría ahora entre los 18 y los 20 años): «Yo soy joven y no sé cómo comportarme» (lit. no sé salir y entrar). La pregunta de Pablo («Y para estas cosas, ¿quién está capacitado?»—2 Co. 2:16—) es semejante a la que hace Salomón a continuación (v. 9): «¿Quién será competente para juzgar a este tu pueblo tan grande?» Absalón, que era un insensato, se creía competente para juzgar a Israel; Salomón, joven sabio, tiembla ante el quehacer que le espera y se siente insuficiente para desempeñar el cargo. 3. Pide a Dios que le de sabiduría (v. 9): «Da, pues, a tu siervo corazón entendido (lit. escuchante) para juzgar a tu pueblo». Así oraba su buen padre (Sal. 119:125. O el autor del salmo—Nota del traductor—): «Tu siervo soy yo, dame entendimiento». Un corazón sabio y entendido es un don de Dios (Pr. 2:6). Hemos de pedir a Dios sabiduría (Stg. 1:5) y orar para que sepamos aplicarla en el servicio al que hayamos sido llamados. Una pregunta se nos ofrece en seguida (nota del traductor): ¿No pudo Salomón haber pedido algo todavía mejor? Si consideramos su posterior apostasía y comparamos su petición con las de Moisés (Éx. 33:13) y de Pablo (Fil. 3:8, 10), vemos que a Salomón se le escapó lo único necesario: una constante comunión con Dios. 4. Con todo, Dios quedó suficientemente satisfecho (v. 10) con esta petición y le concedió lo que pedía, pues, al fin y al cabo, pedía algo del orden espiritual, sin importarle las cosas temporales. Y además de la sabiduría le dio riquezas y gloria (v. 13). Este versículo aclara igualmente la comparación que se hace en el v. 12, para que entendamos (quizá son pocos los que se percatan de esto) que Salomón aventajó en sabiduría, riquezas y gloria a los reyes, no necesariamente a todos los sabios que en el mundo han sido. Aprendamos de Salomón a pedir cosas realmente convenientes y, especialmente, algo mejor que lo que él pidió, a saber, comunión con Dios, pues «la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente y de la venidera» (1 Ti. 4:8). Notemos que la promesa de Dios (explícitamente, en cuanto a la vida, implícitamente, en cuanto a la sabiduría) era condicionada: «Si andas en mis caminos … como anduvo David tu padre, yo prolongaré tu vida» (v. 14). Desgraciadamente, Salomón no cumplió la condición. Advirtamos también: (A) Que el modo de obtener las bendiciones de orden espiritual es importunar a Dios, y luchar con Él en oración, como Jacob. (B) Que el modo de obtener las bendiciones de orden temporal es dejarlas al arbitrio de Dios para que Él nos las conceda según nos convenga para nuestra salud espiritual. Así vemos que Salomón tuvo sabiduría porque la pidió, y tuvo riquezas porque no las pidió. 5. Agradecimiento de Salomón por la visita que Dios le había hecho (v. 15). Podemos suponer que se despertó transportado de gozo, contento y satisfecho por el favor que Dios le había otorgado, y en seguida pensó qué podría dar al Señor por este favor. Aunque la oración y su respuesta habían tenido lugar en Gabaón, vino a Jerusalén para dar gracias ante el Arca del pacto de Jehová. Quizá se reprochó a sí mismo por no haber orado allí, al ser el Arca la señal de la presencia de Dios. Quizá también habría sido mejor el sueño allí. En fin, el hecho de que Dios no tenga en cuenta nuestras equivocaciones, nos debería espolear a evitarlas en lo futuro. En Jerusalén, Salomón: (A) Ofreció sacrificios a Dios. (B) E hizo también banquete a todos sus
  • 12. siervos, a fin de que también ellos se regocijasen con él de la gracia que Dios le había otorgado. Versículos 16–28 Se nos muestra ahora un ejemplo de la sabiduría de Salomón. La prueba no es sobre asuntos misteriosos del Estado aunque no cabe duda de que también en ellos se manifestaba su sabiduría, sino en el juicio sobre una querella entre dos partes. I. El proceso se inicia, no por medio de abogados, sino por las partes mismas implicadas en el caso; dos mujeres, y rameras (v. 16). No se nos dice si el caso fue llevado antes a otro tribunal inferior, aunque el texto parece indicar que fue llevado directamente al monarca, pues ésta era la costumbre en los países orientales, especialmente en casos difíciles como éste. Estas dos mujeres, que vivían en una misma casa, habían dado a luz un hijo cada una, con un intervalo de dos días («al tercer día …»—v. 18—) entre ambos nacimientos. Una de ellas se acostó inadvertidamente sobre su hijo y lo mató; al darse cuenta, lo cambió de noche por el de la otra (vv. 19, 20), pero ésta, tan pronto como se levantó, se percató del fraude, por lo que vino al rey para reclamar su derecho al niño vivo (v. 21). II. Dificultad del caso. La cuestión era: ¿Quién es la verdadera madre del niño vivo? Ambas lo reclamaban con la misma vehemencia y mostraban el mismo interés por él. Ninguna de las dos quiere reconocer por suyo al niño muerto, aun cuando resultaba más barato dar sepultura al muerto que mantener al vivo, pero es por el vivo por el que contienden. Los vecinos, aunque es posible que estuviesen presentes cuando los niños nacieron y quizá también cuando los circuncidaron, no se habrían interesado lo suficiente como para recordar los rasgos que los diferenciaban. III. La sentencia del rey en este caso. Después de haber escuchado pacientemente lo que decían la una y la otra (y el hebreo, donde falta el adverbio «así» da a entender que fue mucho lo que hablaron delante del rey), después de resumir la conclusión del juicio (v. 33), Salomón pidió una espada (v. 24) y dio orden de que partiesen por medio al niño vivo y diesen la mitad a cada una de las contendientes (v. 25). Con esta sencilla propuesta se descubrió claramente la verdad. Hay quienes opinan que Salomón se percató de antemano, por la forma de hablar y por los gestos, de quién era la verdadera madre del niño vivo, pero lo cierto es que las sometió a ambas a una prueba que no podía fallar: (A) La que sabía que el niño vivo no era suyo, pero mantenía su derecho por pundonor, se contentaba con que se llevara a cabo la partición. (B) Pero la verdadera madre, antes que ver al niño despedazado, prefirió que le fuese dado a la otra mujer. Cómo muestra sus sentimientos maternales al clamar: «¡Ah, señor mío! Dad a ésta el niño vivo, y no lo matéis. Que lo vea yo vivo en brazos de ella, antes que verlo muerto» (v. 26). Con estas tiernas expresiones estaba claro que ella era la verdadera madre del niño vivo. Así que la sentencia resultó sumamente fácil para Salomón (v. 27): «Dad a aquélla el hijo vivo, y no lo matéis; ella es su madre». IV. A continuación se nos dice la gran reputación que adquirió Salomón entre su pueblo por éste y otros ejemplos de su sabiduría con lo que le resultaría más y más fácil el desempeño del alto cargó (v. 28): «Temieron (es decir, respetaron grandemente) al rey, porque vieron que había en él sabiduría de Dios (es decir, muy grande) para juzgar». CAPÍTULO 4 En el presente capítulo se nos muestran las grandes riquezas y la prosperidad de Salomón. I. Magnificencia de su corte (vv. 1–6) y los proveedores de su casa (vv. 7– 28). II. Extensión de sus dominios (vv. 21–24) y paz de sus súbditos (v. 25). III . Sus establos (v. 26). IV. La gran reputación de que gozaba por su sabiduría y entendimiento (vv. 29–34).
  • 13. Versículos 1–19 I. Salomón en su trono (v. 1): «Reinó, pues, el rey Salomón sobre todo Israel». Es decir, fue reconocido, confirmado y establecido como tal sobre todo el país. II. Los altos oficiales de su corte. Es de observar que en esta lista aparecen algunos que ya lo eran en la corte de David. Sadoc y Abiatar eran los sacerdotes (v. 4). Esto se refiere, como es obvio, no al tiempo que se describe ahora, sino al del comienzo del reinado de Salomón, puesto que Abiatar fue depuesto muy pronto de su cargo (v. 2 S. 20:25, comp. con 1 R. 2:27). Josafat era canciller, una especie de «jefe de protocolo» de la corte (v. 3). Benayá era el comandante en jefe del ejército (v. 3). Tenía dos secretarios (v. 3): Elihóref y Ajías; un superintendente de los gobernadores: Azarías, hijo del profeta Natán (o, más probable, de Natán, el hermano del propio Salomón); y un ministro principal y amigo (es decir, consejero privado—comp. con 2 S. 15:37—) del rey: Zabud, también hijo de Natán. En el versículo 2, el texto hebreo dice: «Azarías, hijo de Sadoc (era) el sacerdote»; es decir, era el sumo sacerdote a la sazón, al estar ya su padre y su abuelo Sadoc (v. 1 Cr. 6:8, 9) jubilados por haber cumplido la edad reglamentaria. III. Los proveedores de la casa real. Aquí, como en los versículos 1–19, hemos de trasladarnos a tiempos muy posteriores en el reinado de Salomón, pues vemos ya casadas algunas de sus hijas (vv. 11, 15). Así como los personajes de los vv. 2–6 componían lo que llamaríamos hoy el gabinete o poder ejecutivo del reino (hebreo sarim = príncipes), los que se nombra ahora como «gobernadores» (hebreo, nissabim) eran propiamente los jefes de recaudación de tributos y provisiones del reino, uno por cada tribu (v. 7). Con esto, no sólo la casa real estaba bien abastecida de provisiones, sino también toda la gran cantidad de asistentes y siervos de la corte, por lo que éstos podían dedicarse a sus quehaceres específicos sin preocuparse del problema del abastecimiento. Al dividir el trabajo entre doce exactores, no había tanto peligro de que pesase la carga sobre unos cuantos hombros, ni de que una o dos personas se hicieran excesivamente ricas. Por otra parte, se daba así oportunidad a todas las tribus de Israel de cooperar por igual al sustento de la corte y de participar en los beneficios que había de comportar esto para la producción del país y la circulación del dinero. La riqueza se incrementaría incluso en las tribus más distantes de la capital. Versículos 20–28 De seguro que ninguna corte y ningún reino tuvo jamás un rey como Salomón. I. En cuanto al reino, el informe que aquí se nos da responde con creces a las profecías que tenemos acerca de él en el Salmo 72 aunque su pleno cumplimiento se refiere al reino de Cristo. 1. El territorio era amplio y muchísimos los tributarios pues estaba escrito que dominaría de mar a mar (Sal. 72:8–11). Salomón reinó sobre todos los reinos circundantes que fueron sus tributarios forzosos. Todos los príncipes desde el Éufrates hasta el límite con Egipto le servían y le traían presentes (v. 21). «Tuvo paz por todos los lados alrededor» (v. 24). 2. Los súbditos de su reino eran muchos y felices. (A) La población de Israel se hizo muy numerosa (v. 20). (B) Vivían en una paz idílica, como lo expresa el vesículo 25: «Vivían seguros, cada uno debajo de su parra y debajo de su higuera», anticipo de lo que será el reino mesiánico, como puede verse por Miqueas 4:4; Zacarías 3:10. Cada uno disfrutaba de su hacienda, pues el rey no se apropiaba de la de ninguno de sus súbditos. (C) Así disfrutaban «comiendo, bebiendo y alegrándose» (v. 20). En todas partes se veían las marcas de la abundancia. Esto era tipo de la paz espiritual, del gozo verdadero y de la santa seguridad de que disfrutan todos los fieles seguidores del Señor Jesucristo. El reino de Dios no es comida y bebida como era el de Salomón, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Ro. 14:17), lo cual es infinitamente mejor.
  • 14. II. En cuanto a la corte, escasamente puede hallarse jamás algo semejante. Asuero hizo una vez un banquete, para mostrar las riquezas de su reino (Est. 1:3, 4). Pero Salomón celebraba cada día un banquete mayor que el de Asuero (vv. 22, 23). Cristo alimentó milagrosamente una vez a 5.000 hombres, sin contar las mujeres ni los niños, esto es, a muchas más personas que las que tuvo Salomón a su mesa. Y todos los creyentes tienen en Jesús una continua fiesta. Y sobrepasa a Salomón especialmente en que alimenta a sus seguidores, no con la comida que perece, sino con la que permanece para vida eterna (Jn. 6:27). Versículos 29–34 La gloria de Salomón consistía más en su sabiduría que en sus riquezas. I. La fuente de su sabiduría: «Dios dio a Salomón sabiduría y prudencia» (v. 29). II. La amplitud de su sabiduría: «grande sobremanera» (lit.—v. 29—. Téngase en cuenta—nota del traductor—que en la Biblia Hebrea el cap. 5 comienza en el v. 21 del cap. 4). Se la llama también «anchura de corazón», que significa «amplitud de conocimientos». Además, sabía expresarse maravillosamente, tan abundante en erudición como en riqueza material, más que ninguno de sus coetáneos (no se dice, de todos los tiempos ahora). Caldea y Egipto eran entonces las naciones más famosas por sus conocimientos, de allí tomaron prestada su sabiduría los griegos. Pero los mayores sabios de esas naciones no le llegaron a Salomón (vv. 26–31): «Era mayor la sabiduría de Salomón» (v. 30). Por eso, sus consejos tenían mayor valor. III. La fama de su sabiduría: «Y fue conocido entre todas las naciones de alrededor» (v. 31b). IV. Los frutos de su sabiduría (por ellos se conoce el árbol). No enterró sus talentos, sino que mostró su sabiduría: 1. En sus composiciones. Redactó o dictó tres mil proverbios obra de buen filósofo y moralista, de uso admirable para la conducta humana. Probablemente, los que tenemos en el libro sagrado que lleva el nombre de Proverbios entran dentro de esa suma. Fue además un poeta prolífico y de gran vena, pues sus cantares fueron mil cinco (v. 32), de los que solamente nos ha llegado el Cantar de los Cantares, único que sabemos inspirado por Dios. Finalmente, fue un gran científico, pues disertó sobre toda clase de árboles y animales (v. 33), lo que nos lo muestra asimismo como un buen observador. 2. En sus conversaciones. «Para oír la sabiduría de Salomón venían de todos los pueblos y de todos los reyes de la tierra (es decir, enviados de parte de todos los reyes)» (v. 34). En esto era Salomón tipo de Cristo, ya que en Jesús «están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col. 2:3); escondidos, pero para usarlos, pues Él «nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría» (1 Co. 1:30); además, su conversación ha sido tan valiosa que «Él nos ha declarado a Dios» (Jn. 1:18) de una manera final y exhaustiva (He. 1:2). CAPÍTULO 5 La gran obra que le había sido encomendada a Salomón era la construcción del templo. En este capítulo tenemos los preparativos que hizo para éste y para otros edificios. Su padre había preparado oro y plata en abundancia, pero había que emplear también madera y piedras; de estos materiales le vemos aquí cuando trata con Hiram, rey de Tiro. I. Hiram le felicita por su accesión al trono (v. 1). II. Salomón le comunica su propósito de edificar el templo y desea que le preste ayuda con materiales y mano de obra (vv. 2–6). III. Hiram accede a su petición (vv. 7–9). IV. En consencuencia, la obra de Salomón se lleva a cabo espléndidamente, y los artesanos de Hiram son pagados también de modo espléndido (vv. 10–18). Versículos 1–9
  • 15. Amistosa correspondencia entre Salomón e Hiram. Tiro era una ciudad famosa por su comercio y caía junto al mar, cerca de la frontera con Israel. Se nos dice aquí que Hiram siempre había amado a David. ¿Hay razón para pensar (M. Henry) que Hiram era adorador del verdadero Dios y había renunciado a la idolatría de su país aunque no podía desarraigarla? Quizá sea mucho suponer. El «amor» de Hiram a David puede entenderse muy bien como una «amistad» política, con pacto más o menos explícito de mutua fidelidad. I. Embajada de cumplido de Hiram a Salomón, que pudo ser, a la vez, de condolencia por la muerte de David y de felicitación por su propia accesión al trono, según protocolo corriente entre los orientales. II. Embajada de «negocio» de Salomón a Hiram mediante mensajeros, al parecer, del mismo Salomón. En su comunicado a Hiram, Salomón le hace saber: 1. Su propósito de construir un templo en honor de Dios. Le dice (cosa que Hiram ya conocería): (A) Que David se vio impedido a causa de las guerras, de edificar el templo, como él deseaba y se había propuesto hacer (v. 3). (B) Que, con la paz presente, tenía oportunidad de edificarlo y, por tanto, había resuelto llevarlo a cabo sin demora (v. 4): «Ahora Jehová mi Dios me ha dado paz por todas partes, pues no hay adversario (lit. hebreo Satán) ni mal que temer». Como si dijese: «No hay ningún instrumento del diablo que nos pueda apartar de esta obra u oponerse a ella». 2. Su deseo de que Hiram le ayude. El Líbano, que tenía bien merecido el epíteto de «montaña de los perfumes», era famoso por sus cedros y cipreses y había sido prometido por Dios a Josué (Jos. 13:5) como futura propiedad de Israel, por lo que Salomón tenía título de propiedad sobre sus productos. Así lo vemos en la forma en que pide (v. 6) que le corten cedros del Líbano, al mismo tiempo que confiesa que los israelitas no eran expertos en la tala y labrado de la madera como lo eran los súbditos de Hiram. Por su parte le promete que sus siervos ayudarán a los siervos de Hiram, y que él pagará el salario que Hiram diga, puesto que el obrero es digno de su salario, lo mismo en las obras seculares que en los trabajos de iglesia. El profeta Isaías parece aludir a esto cuando profetiza (Is. 60:10, 13): «Hijos de extranjeros edificarán tus muros y sus reyes te servirán … La gloria del Líbano vendrá a ti, cipreses, pinos y bojes juntamente, para embellecer mi santuario», aunque las frases de Isaías apuntan al reino mesiánico futuro. 3. Hiram recibe el mensaje de Salomón y responde a él. (A) «Se alegró en gran manera» (v. 7) al recibir las noticias de que Salomón seguía por los caminos de su padre y bendijo al Dios de Israel por haber dado a David un hijo tan sabio. Hiram muestra así un espíritu generoso. Un pagano nos enseña (como ocurre con cierta frecuencia) a estimar los dones ajenos y a no tener envidia de los éxitos de un colega. El Dr. M. Lloyd-Jones decía que sólo el Espíritu Santo puede hacer que un predicador escuche con gusto a otro predicador. (B) Contesta con gran satisfacción a la propuesta de Salomón y le concede lo que le pide, mostrándose bien dispuesto a ayudarle en esta gran empresa a la que se había comprometido. Aquí tenemos los términos de su acuerdo con Salomón. (a) Deliberó primero sobre la propuesta antes de dar respuesta (v. 8). Quienes se toman tiempo para deliberar no pierden por eso el tiempo. (b) Descendió a detalles particulares. Salomón había hablado de cortar la madera (v. 6), a lo que Hiram accede (v. 8); pero nada se había hablado del transporte; por tanto, él se compromete a llevarla desde el Líbano por mar, un viaje costero. Salomón debe señalar el lugar en que se ha de desembarcar la madera, y allá será llevada a cargo de Hiram, quien será responsable de que llegue a salvo. Los sidonios superaban a los israelitas no sólo en los trabajos en madera, sino también en la navegación, pues «Tiro está asentada a las orillas del mar» (Ez. 27:3); así que ellos eran los más apropiados para encargarse de la operación de transporte. Y:
  • 16. (c) Si Hiram se encarga del trabajo, justamente espera que Salomón se encargue del pago (v. 9): «Tú cumplirás mi deseo dando víveres a mi casa», es decir, no sólo para los obreros, sino también para la familia de Hiram. Así es como, por sabia disposición de la Providencia, unas naciones tienen necesidad de otras y equilibran su economía mediante la importación y exportación. Versículos 10–18 I. Cumplimiento del acuerdo entre Salomón e Hiram. 1. Hiram envió a Salomón la madera conforme al trato hecho (v. 10). 2. Salomón envió a Hiram el grano que le había prometido (v. 11). II. Confirmación, mediante este trato, de la amistad que ya existía entre ellos. Es una medida de prudencia fortalecer nuestra amistad con aquellos a quienes hallamos honestos y leales, no sea que los nuevos amigos no resulten tan firmes y benévolos como los antiguos. III. Trabajadores que empleó Salomón en la preparación de materiales para el templo. 1. Algunos eran israelitas, que fueron usados para trabajar la madera y tallar las piedras juntamente con los siervos de Hiram. Para esta labor empleó Salomón 30.000 hombres, pero sólo 10.000 a un mismo tiempo, de forma que por cada mes de trabajo tenían dos meses de vacación, para descansar y para despachar sus asuntos de familia (vv. 13, 14). Aunque era un servicio para el templo, no quería Salomón que se les sobrecargara de trabajo. 2. Otros eran cautivos de otras naciones, encargados de llevar las cargas (70.000), y 80.000 cortadores en el monte (v. 15). 3. Había también 3.300 supervisores o capataces (v. 16), a quienes necesitaba para dirigir las obras, no sólo de la construcción del templo, sino también para otras obras que se mencionan en 9:17–19. IV. Se echan los cimientos de la obra, para los que se iban a usar piedras grandes, costosas, labradas (v. 17). Es de suponer que Salomón estaría presente, y presidiría la colocación de las primeras piedras, lo cual se haría con gran solemnidad, como se suele hacer. Aunque habían de quedar ocultas bajo el edificio, debían sobresalir por su firmeza y belleza. De manera semejante, la sinceridad que la perfección evangélica nos obliga a poner como fundamento de nuestra vida de piedad; merece que le dediquemos los mayores esfuerzos, aun cuando haya de pasar desapercibida a los ojos de los hombres. CAPÍTULO 6 Después de la grande y larga preparación que hemos visto, viene ahora la construcción del templo, pieza de singular gloria y belleza y de gran sentido espiritual. I. Tiempo en que se comenzó la obra (v. 1) y tiempo que duró la construcción (vv. 37, 38). II. El silencio que se guardó mientras se construía (v. 7). III. Sus dimensiones (vv. 2, 3). IV. Comunicado de Dios a Salomón durante la construcción (vv. 11–13). V. Detalles: Las ventanas (v. 4), las cámaras (vv. 5, 6, 8–10), paredes y pavimento (vv. 15– 1 8), el Lugar Santísimo (vv. 19–22), los querubines (vv. 23–30), las puertas (vv. 31– 35) y el atrio interior (v. 36). Versículos 1–10 I. El templo es llamado aquí «la casa de Jehová» (v. 1) porque: 1. Estaba dirigido y modelado por Dios. La Sabiduría Infinita fue el verdadero arquitecto y entregó a David el plano por medio del Espíritu. 2. Estaba dedicado a Dios y a su honor, para ser empleado en su servicio pues en él manifestaba Jehová su gloria de un modo adecuado a tal dispensación. Esto, con el ceremonial consiguiente prestaba al templo la hermosura de la santidad, muy superior a todas las demás bellezas. II. Se data exactamente la fecha en que comenzó la construcción. 1. Fue justamente 480 años después de la salida de los hijos de Israel de Egipto. Si sumamos 40 años hasta la llegada de Canaán, 19 de Josué, 299 de los jueces, 40 de Elí, 40 de Samuel y
  • 17. Saúl, 40 de David y 4 de Salomón, tenemos el total de 480 años. También el tabernáculo de David, sin la riqueza y magnificencia del templo, es llamado «la casa de Jehová» (2 S. 12:20), y sirvió tan bien como el templo de Salomón. Sin embargo, cuando Dios otorgó a Salomón grandes riquezas y le puso en el corazón usarlas para esta obra, la aceptó con agrado, principalmente porque había de ser símbolo y sombra de los bienes venideros (He. 9:9–11). 2. Se comenzó en el cuarto año del reinado de Salomón, porque los tres primeros fueron ocupados en poner en orden los asuntos de gobierno a fin de que quedasen libres las manos para esta magna obra. No se pierde el tiempo que se emplea en prepararnos para la obra de Dios y en desembarazarnos de todo aquello que pueda distraernos de ella. III. Son traídos los materiales, listos ya para su colocación (v. 7), de forma que ni martillos ni hachas se oyeron en la casa, ni ningún otro instrumento de hierro mientras se edificaba. Había de ser el templo del Dios de paz y, por tanto, no era lugar apropiado para ruidos. La quietud y el silencio ayudan mucho a todos los ejercicios de piedad. La obra de Dios debería hacerse con el mayor cuidado y con el menos ruido posibles. El ruido no va bien con la edificación del templo, sino con su destrucción (Sal. 74:4–6): «Tus enemigos vociferan en medio de tus asambleas, etc». Toda controversia, decía el Dr. Martyn Lloyd-Jones, ha de hacerse antes de entrar en la iglesia. IV. Dimensiones del templo (vv. 2, 3), conforme a las normas de la justa proporción. Puede observarse que la largura y la anchura eran justamente el doble de las del tabernáculo. V. Acerca de las ventanas (v. 4), casi todas las versiones siguen la traducción del Targum: «anchas por dentro y estrechas por fuera». El hebreo dice que eran «de formas que se estrechaban», según los rabinos, no hacia fuera, sino hacia dentro, con lo que se enseñaba, según Hertz, «que el Santuario no requería luz del exterior; era, más bien, la luz interior, espiritual, la que había de extenderse para iluminar el mundo exterior». De ambas maneras tenemos aquí aplicación para nosotros. Si se lee según nuestras versiones, nos enseña a mirar dentro de nosotros mismos y juzgarnos ampliamente, mientras evitamos mirar demasiado al prójimo para censurarle. Si se lee del segundo modo, nos enseña a procurar que resplandezca al exterior la luz espiritual comunicada por la presencia de Dios en nuestro interior, la cual suele pasar desapercibida para los demás. VI. Se describen también las cámaras (vv. 5, 6), que servían de vestuarios, así como para guardar los utensilios generales del templo. Un cuidado especial había de observarse para que las vigas no quedaran empotradas en las paredes (v. 6), pues esto debilitaría al edificio. También nosotros hemos de procurar que la fuerza de la iglesia no se vea disminuida bajo pretexto de añadirle belleza o comodidad. Versículos 11–14 I. La palabra que Dios envió a Salomón cuando éste se hallaba ocupado en la tarea de la edificación del templo. Le aseguró que, si perseveraba en la obediencia de la ley divina, tanto él como su reino seguirían disfrutando del favor de Dios. Es probable que esta palabra le fuese comunicada por medio de un profeta: 1. A fin de que, mediante la promesa, se animase y consolase en la tarea. Con la mira en las promesas de Dios, obtendremos nuevos ánimos para seguir adelante en nuestro trabajo. Y cuantos deseen contribuir al bien de la comunidad, nunca pensarán que hacen demasiado para asegurar y perpetuar a beneficio del país las señales de la presencia benéfica de Dios. 2. A fin de que, mediante la condición aneja a la promesa, se percatara de que, por muy fuerte y hermoso que fuese el templo que edificaba, pronto se apartaría de allí la gloria de Dios si él y su pueblo cesaban de andar en los estatutos de Dios.
  • 18. II. Con esta mira edificó Salomón el templo (v. 14), como se ve por la conexión de este y con los precedentes: «Así, pues, con esta dirección, Salomón edificó la casa y la terminó», animado por el mensaje de Dios y advertido de que Dios no reconocería como suyo este templo a menos que él y el pueblo fuesen obedientes a las leyes divinas. Lo estricto de los mandamientos de Dios nunca inducirá a un buen creyente a evadirse del servicio a su Padre de los cielos, sino que, por el contrario, le servirá de acicate para servirle mejor, y aspirará siempre a la perfección (comp. con Fil. 3:12 y ss.). Salomón prosiguió su obra hasta terminarla, y Dios estuvo con él hasta que la completó. Versículos 15–38 I. Detalles particulares de la construcción. 1. El revestimiento de las paredes (v. 15). Se hizo con tablas de cedro, que es material fuerte y duradero, además de emitir suave aroma. Estaba esculpido (v. 18) con figuras de calabazas (o coloquíntidas—más probable—) y de capullos (abiertos) de flores. 2. Pero no se contentó con revestir de madera de cedro el templo, sino que lo cubrió enteramente, de arriba abajo, de oro puro; y el Lugar Santísimo, de oro purísimo. Igualmente cubrió de oro el piso (vv. 20–22, 30). 3. El Lugar Santísimo (v. 19) merecía un ornato especial, pues allí había de estar el Arca del pacto, con los querubines sobre la cubierta o propiciatorio. El término hebreo que lo designa es debir, esto es, oráculo, o lugar donde se habla; así llamado porque desde allí habló Dios a Moisés y, quizá, también al sumo sacerdote. Salomón hizo nuevo todo lo del templo, excepto el Arca, que era la misma que hizo Moisés. Era la señal de la presencia de Dios con su pueblo, la cual es siempre la misma, lo mismo cuando se reúne en una modesta tienda de campaña que cuando se reúne en un suntuoso templo, pues la presencia de Dios no cambia con la condición del lugar. 4. Los querubines. Además de los dos, situados a los lados del propiciatorio, que cubrían el Arca: (A) Salomón puso otros dos de mayor tamaño, con alas de madera de olivo y cubiertos completamente de oro (vv. 23 y ss.). (B) También esculpió todas las paredes con figuras de querubines, de palmeras y de capullos de flores (v. 29). Los gentiles o paganos fabricaban imágenes de sus dioses para adorarlas, pero esos adornos estaban destinados a significar los adoradores o siervos de Dios, no los objetos adorados. 5. Las puertas (vv. 31 y ss.). No está claro lo que el texto hebreo significa en algunos detalles. Las puertas que daban acceso al debir, o Lugar Santísimo consistían en dos hojas de madera de olivo (v. 31). Según tradición, su figura era pentagonal; pero es más probable, como traducen nuestras versiones, que se tratase de una entrada que mostraba cinco esquinas que, según F. Buck, se iban estrechando gradualmente hacia atrás hasta la puerta propiamente dicha. En cambio, la puerta que daba acceso al hekal o Lugar Santo (v. 33) era de postes cuadrados o, con mayor probabilidad, de cuatro contrafuertes. En ambas entradas había querubines, palmeras y capullos de flores entallados en las puertas. 6. El atrio interior, que rodeaba el templo propiamente dicho (v. 36), estaba cerrado por un muro de tres hileras de piedras labradas y una hilera de vigas de cedro. Desde arriba podía el pueblo ver lo que se hacía y oír lo que los sacerdotes les decían. 7. El tiempo empleado en la construcción (vv. 37, 38): Siete años y medio desde que se echaron los cimientos hasta que se acabó toda la obra. II. Vemos ahora lo que estaba tipificado en este templo. 1. Cristo es el verdadero templo, como cabeza de la nueva humanidad, pues Él habló del templo de su cuerpo (Jn. 2:21), y los creyentes somos piedras vivas de ese templo espiritual (1 P. 2:5 y ss.). Dios le preparó ese cuerpo (He. 10:5), y en Él habita la
  • 19. plenitud de la Deidad (Col. 2:9), como habitaba en el antiguo templo la shekinah. En Él se unen y reúnen todos los creyentes, israelitas espirituales (1 Co. 12:13, etc.). Mediante Él tenemos acceso libre y confiado al trono de Dios (He. 4:15–16). 2. Cada creyente individual es también santuario (gr. naós) de Dios, en el que habita el Espíritu Santo (1 Co. 3:16) y, mediante Él, toda la Trina Deidad (Jn. 14:23). No sólo nuestro espíritu, sino el cuerpo mismo (ya que la persona es una unidad) es también templo de Dios (1 Co. 6:19). No sólo en lo natural fue el hombre hecho de modo maravilloso por la providencia del Creador (Gn. 1:31; Sal. 139:13–16), sino que es hecho nuevo, más maravilloso aún en lo sobrenatural, por la gracia del Redentor. Este templo vivo tiene su fundamento en Cristo y será perfeccionado a su tiempo (Ef. 4:13). 3. La Iglesia es el templo místico (místico no significa ideal, o meramente en el espíritu, sino «escondido» a los ojos de la carne) y va creciendo para ser un santuario sagrado en el Señor (Ef. 2:21). El templo mismo estaba dividido en Lugar Santo y Lugar Santísimo, y sus atrios en interior y exterior. También en la Iglesia hay elementos visibles y elementos ocultos, invisibles, profundos. La puerta que daba acceso al santuario general era más ancha que la que daba acceso al Lugar Santísimo. Así también hay muchos que entran en la profesión de creyentes pero no llegan a entrar en la condición de salvos. El templo estaba embellecido con figuras y enriquecido con oro. Así también la Iglesia está embellecida con diversidad de dones y enriquecida con el oro del amor que es el vínculo perfecto de la unidad cristiana. Sólo los judíos erigieron el tabernáculo, pero los gentiles les ayudaron a construir el templo. Así también los extraños y advenedizos son juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu (Ef. 2:19, 22). 4. El Cielo es, todo él, un templo eterno, fijo, inmovible. Las calles de la Nueva Jerusalén, como el pavimento del templo de Salomón, son de oro puro (Ap. 21:21). El templo era simétrico y armonioso, en el Cielo está la perfección de la belleza y de la armonía. En el templo de Salomón no se oía ruido de hachas ni martillos. Todo es tranquilo y sereno en el Cielo; todas las piedras vivas que han de ser transportadas allá, han de ser puestas a prueba, labradas y limadas por la gracia divina, para que así estén en la condición que requiere la completa santidad de aquel lugar (He. 12:14). CAPÍTULO 7 En este capítulo vemos a Salomón: I. Prepara varios edificios para sí mismo y para su uso (vv. 1–12). II. Amuebla el templo que había construido para Dios: 1. Con dos columnas (vv. 13–22). 2. Con una pila de bronce (vv. 23–26). 3. Con diez basas de bronce (vv. 27–37) y diez pilas una por cada basa, también de bronce (vv. 38, 39). 4. Y todos los demás utensilios del templo (vv. 40–50). 5. Puso además todas las cosas que su padre había dedicado (v. 51). La descripción detallada de todos estos objetos, ni era innecesaria cuando se escribió ni es inútil cuando la leemos. Versículos 1–12 Nunca hubo quien tuviese mayores ánimos para edificar que Salomón, ni con mejores propósitos; comenzó con el templo, lo edificó para Dios antes de todo, y así todos los demás edificios que construyó resultaron cómodos. 1. Edificó una casa para sí (v. 1), en la que moraba y recibía audiencias (vv. 1, 8). Su padre había edificado un buen palacio, pero, sin ánimo de emular a su padre, él construyó otro mejor. Gran parte de las comodidades de que disfrutamos en esta vida provienen de una buena vivienda. Salomón tardó trece años en edificar su casa mientras que la construcción del templo le llevó poco más de siete años, lo cual demuestra que no tenía tanta prisa en construir su propia casa como en edificar el templo de Dios. 2. Asimismo edificó (o: Edificó, pues) la casa del bosque del Líbano (v. 2). Esta casa se llamaba así, no precisamente porque se hallase ubicada en el Líbano, como piensan
  • 20. algunos autores (entre ellos, el propio M. Henry—nota del traductor—), sino como un nombre propio, probablemente porque abundaba en ella la madera de cedros del Líbano. El Dr. C. C. Ryrie hace notar, al compararla con 10:16–17, que parece ser que servía de armería. Se nos ofrecen muchos detalles de este edificio. Además de sus grandes medidas (unos 58 metros de largo, por 26 de ancho y 15 de alto—superiores a las del templo—), que se nos describen en el v. 2; por los datos que siguen, vemos que dicho edificio estaba conectado por medio de una columnata (v. 6) a un salón en el que se hallaba un trono de marfil y oro, al que se subía por seis gradas (10:18, 19). Él mismo habla de la Sabiduría como edificando su casa y labrando sus siete columnas (Pr. 9:1). 3. Cerca de su palacio edificó un vestíbulo que daba acceso al salón del trono (v. 7) donde juzgaba las causas del pueblo y lo cubrió de cedro desde el suelo hasta el techo. El autor sagrado hace constar que la casa en que el propio Salomón moraba (v. 1), tenía la misma configuración (v. 8). 4. Edificó finalmente otro palacio para su mujer, la hija de Faraón (v. 8), donde ella tendría su corte y servidumbre, y su hechura era igualmente semejante a la del pórtico. Con esto quedaba armónicamente diseñado y perfectamente acabado todo el complejo de edificios del rey. Versículos 13–47 Llegamos ahora al detalle de los utensilios de bronce del templo. No hallamos hierro en el templo, a pesar de que vemos a David (1 Cr. 29:2) que preparaba para el templo hierro para las cosas de hierro. I. El experto en bronce que Salomón empleó para dirigir esta parte de la obra era un tal Hiram o Huram (2 Cr. 4:11), quien era, por parte de madre, israelita; por parte de padre (o, mejor dicho, padrastro), de Tiro. En 2 Crónicas 2:14 se dice que su madre era de las hijas de Dan. Sin embargo, según tradición judía, su padre era israelita, aunque avecindado en Tiro, no su madre, con quien su padre se había casado en segundas nupcias; de ahí que a Hiram se le llame (v. 14) «hijo de una viuda». Aquí se dice de ella que era de la tribu de Neftalí. La aparente contradicción con 2 Crónicas 2:14 puede resolverse, según el Dr. Ryrie, de varias maneras: Es posible que ella hubiese nacido en Dan, y ser su primer marido de Neftalí. O quizás ella era nativa de Dan y residente en Neftalí, o viceversa. En todo caso, este Hiram (no se confunda con el rey) tenía el arte de los de Tiro y el afecto de israelita hacia la casa de Dios, feliz conjunción de sangres en una misma persona a fin de que mejor estuviese cualificado para la obra que tenía que llevar a cabo. Así como el tabernáculo fue edificado con la riqueza de Egipto, así el templo fue amueblado con el arte de Tiro. II. Todos los utensilios de bronce eran de bronce bruñido (v. 45) o, como dice el caldeo, de buen bronce, es decir, del más fino, bello y fuerte. III. El lugar en que fue fundido el bronce: «la llanura del Jordán» (v. 46), porque el terreno era arcilloso y, por tanto, muy a propósito para hacer moldes u hornos donde fundir el metal. Con esto evitaba Salomón tener cerca de Jerusalén el humo inevitable de esta operación. IV La cantidad no se tiene en cuenta. Los utensilios de bronce eran sobremanera numerosos, y hacer el inventario de ellos habría sido el cuento de nunca acabar; tampoco se tiene en cuenta el peso del bronce al ser entregado a los obreros o artesanos. Esto habla mucho a favor de la honradez de los trabajadores y de la cantidad del metal, pues no había peligro de que escaseara. V. Se nos describen en detalle algunos de los utensilios de bronce. 1. En el pórtico del templo fueron erigidas dos columnas de bronce (v. 21). Estas columnas no servían de soporte, sino que estaban aparte, como era corriente en templos orientales, es decir, puramente para adorno. (A) Cuál era ese adorno podemos colegirlo
  • 21. por los detalles artísticos que se nos refieren de dichas columnas (vv. 15–22). (B) Su significado se insinúa en los nombres que les fueron puestos (v. 21): Yaquín = Él establecerá, y Bóaz = En Él hay fuerza. El famoso rabino Rashí lo interpreta en conjunto en el sentido de que «mediante los servicios del templo, vendrá la fuerza a Israel». Otros piensan que estaban destinados a ser como memoriales de la columna de nube y luego que condujo a Israel a través del desierto; otros, que servían de recordatorio a los sacerdotes y a otros que viniesen a rendir a Dios culto de adoración a las puertas del santuario, de que: (a) Debían depender de Dios para el vigor y la tenacidad de sus ejercicios religiosos. Cuando nos presentamos ante el Señor y nos damos cuenta de que nuestra imaginación comienza a vagar y distraerse, acudamos por fe a recibir auxilio del Cielo y recordemos esos nombres: «Yaquín»: Que Dios de fijeza a nuestro pensamiento «Bóaz»: En Dios está nuestra fuerza pues Él obra en nosotros el querer y el hacer, por su buena voluntad (Fil. 2:13). La estabilidad y el vigor espirituales han de estar a mano a las puertas del templo de Dios, donde debemos esperar los dones de la gracia en el uso de los medios de la gracia. (b) También les servía de recordatorio de la solidez y del establecimiento del templo de Dios en medio de ellos. Es de notar que, cuando se nos refiere la destrucción del templo, se especifica precisamente la destrucción de estas dos columnas (2 R. 25:13, 17), ya que habían sido señales de su solidez y lo habrían continuado siendo si el pueblo no hubiese abandonado a su Dios. 2. Una gran pila de bronce, de unos diez metros de diámetro y de unos cinco de profundidad, con lo que la capacidad vendría a ser de unos 60.000 a 90.000 litros de agua destinada a las distintas clases de lavados: el de los sacerdotes, el de los sacrificios y el de los atrios del templo (vv. 23 y ss.). Descansaba sobre las figuras de doce bueyes de bronce. Estaban encargados de llenarlo, como sabemos los gabaonitas. Hay quienes opinan que Salomón hizo las imágenes de bueyes para sostener la gran pila por desprecio hacia el becerro de oro al que Israel había adorado, a fin de que, como dice el obispo Patrick, el pueblo pudiese percatarse de que no había en tales figuras nada digno de adoración, pues sólo servían de soporte, no como deidades que dominan. 3. Hizo también diez basas de bronce, etc. (vv. 27 y ss.), sobre las que puso sendos aguamaniles o palanganas con agua para servicio del templo, ya que en la pila de bronce no habría lugar suficiente para todos los que tuvieran que lavar las víctimas (2 Cr. 4:6). Al estar sobre ruedas, podían trasladarse fácilmente. Cada palangana de éstas tenía una capacidad de 40 batos, es decir, unos 1.200 litros de agua. Cuando no eran usadas, estaban cinco en un lado y otras cinco en el otro (vv. 38, 39). Todas ellas formaban un conjunto exquisitamente ornamentado (vv. 29 y ss.). 4. Además de estos utensilios había una gran variedad de objetos: calderos, paletas y aspersorios (v. 40 y ss.). En los calderos se cocía la carne de las ofrendas de paz (es decir, de comunión), de las que comían delante de Jehová los sacerdotes y los oferentes (v. 1 S. 2:14). Las paletas eran para retirar las cenizas del altar de bronce. En los aspersorios se recogía la sangre de las víctimas con la que se hacían las aspersiones rituales. Versículos 48–51 1. Ahora viene el trabajo de los utensilios de oro, que parece ser el último que se llevó a cabo, pues con él quedó completa la obra de la casa de Dios. De puertas adentro del santuario, todo era de oro y todo era nuevo, excepto el Arca con su cubierta y los querubines; así que el anterior oro del tabernáculo fue fundido de nuevo o laminado para la nueva obra del altar del incienso, la mesa, el candelabro y sus correspondientes accesorios. El altar del incienso seguía siendo uno, como lo es Cristo y su intercesión; pero Salomón mandó hacer (no se nombra aquí a Hiram como artífice) diez mesas de
  • 22. oro (2 Cr. 4:8) y diez candelabros de oro (v. 49); con esto se insinúa (como tipo de lo venidero) una mayor abundancia de alimento espiritual y de luz celestial que la que la ley de Moisés pudo proporcionar. Incluso los goznes o quiciales de las puertas de la casa de adentro (del santuario propiamente dicho), del Lugar Santísimo, y los de las puertas del templo eran de oro (v. 50). 2. Se nos refiere finalmente que Salomón introdujo todo lo que David había dedicado para Dios, y lo depositó en las tesorerías de la casa de Jehová (v. 51). Así quedaba un gran remanente para reparaciones y para el constante mantenimiento de los servicios del templo. Esto nos enseña que cuando los padres han ofrecido a Dios alguna cosa, los hijos no deben en modo alguno enajenarla o apropiársela, sino dedicarla gozosamente a los usos a que fue destinada, a fin de que, juntamente con la hacienda de sus padres, hereden también las bendiciones de éstos. CAPÍTULO 8 La obra del templo fue gloriosa, pero su dedicación fue tanto más gloriosa cuanto exceden la oración y la alabanza a todos los metales preciosos. El templo estaba destinado a mantener la comunicación entre Dios y su pueblo, y aquí tenemos detallada la solemnidad de este primer encuentro entre Dios y su pueblo. I. Son convocados juntamente los representantes de todo Israel (vv. 1, 2), a fin de celebrar en honor de Dios una fiesta durante catorce días (v. 65). II. Los sacerdotes introdujeron el Arca en el Lugar Santísimo y la fijaron allí (vv. 3–9). III. Dios tomó posesión del lugar por medio de una nube (vv. 10, 11). IV. Salomón, con agradecido reconocimiento a Dios, informó al pueblo del objeto de esta convocatoria (vv. 12–21). V. En una larga oración, encomendó a la benévola aceptación de Dios todas las oraciones que habían de elevarse en este lugar, o en dirección a este lugar (vv. 22–53). VI. Despidió a la congregación con una bendición y una exhortación (vv. 54–61). VII. Ofreció abundantes sacrificios, con lo que el pueblo hizo fiesta y banqueteó, partiéndose de allí altamente satisfechos (vv. 62–66). Éstos fueron los días de oro de Israel, tipo de los días del Hijo del Hombre. Versículos 1–11 El templo sin el Arca, aunque ricamente embellecido, era como un cuerpo sin alma, un candelero sin lámpara o una casa sin residentes. Todas las expensas y labores empleadas en esta grandiosa estructura carecerían de valor si Dios no las aceptaba. Por eso cuando toda la obra estuvo terminada (7:51), lo único necesario era traer el Arca. Esto es lo que había de coronar a la obra. I. Salomón presidió este servicio como lo había hecho David cuando fue traída el Arca a Jerusalén. Se hizo la convocación general (v. 1) el mes séptimo, en el día de la fiesta solemne (v. 2). El autor sagrado se refiere a la Fiesta de los Tabernáculos, que caía en el día quince de dicho mes (Lv. 23:34). David, varón bueno, trajo el Arca a un lugar conveniente, cerca de él. Salomón, varón grande, la trajo a un lugar grandioso. Esto enseña a los hijos a seguir adelante en el servicio de Dios desde el punto en el que sus padres estaban cuando murieron. II. Todo Israel asistió a la ceremonia, con sus jueces y los jefes de las respectivas tribus y clanes, con los altos funcionarios civiles y militares, etc. Vinieron juntamente en esta ocasión: 1. Para honrar a Salomón y agradecerle, en nombre de toda la nación, los buenos servicios que había prestado en la construcción de esta gran obra. 2. Para honrar al Arca del pacto. Los favores generales requieren también un agradecimiento colectivo. Todos los que se presentaron delante de Jehová sacrificaron ovejas y bueyes en cantidad innumerable (v. 5); no se presentaron con las manos vacías. III. Los sacerdotes cumplieron con su oficio en la ceremonia. En el desierto, los levitas estaban encargados de transportar el Arca, pero ahora (al ser la última vez que el Arca había de ser transportada) lo hicieron los sacerdotes mismos, igual que fue a ellos a quienes se ordenó hacerlo cuando rodearon los muros de Jericó. Se nos dice aquí: 1.
  • 23. Lo que había dentro del Arca: solamente las dos tablas de piedra (v. 9), un tesoro incomparablemente mayor que todos los objetos que habían dedicado David y Salomón. La vasija con el maná y la vara de Aarón estaban junto al Arca, pero no dentro de ella. 2. Lo que fue introducido junto con el Arca: el tabernáculo de reunión (v. 4), que recientemente se hallaba en Gabaón, el cual rendía ahora, por decirlo así, todo su carácter sagrado en favor del nuevo santuario, que era el lugar que, de aquí en adelante, había de ser el punto de reunión de Jehová con su pueblo. De modo semejante, todo lo santo que se halla ahora en la Iglesia de Dios será absorbido por la perfección de la nueva Jerusalén (Ap. 21:2). 3. El lugar en el que fue colocada: en el santuario (lit. oráculo) de la casa, en el Lugar Santísimo (que lo era precisamente por el propiciatorio del Arca), debajo de las alas de los querubines (v. 6), es decir, de los querubines gigantescos que Salomón había erigido (6:27), con lo que daba a entender la especial guardia y protección de los ángeles, bajo los que se llevan a cabo las ordenanzas de Dios y las asambleas de su pueblo (comp. con 1 Co. 11:10; 1 P. 1:12). IV. Dios reconoce benévolamente lo que se ha llevado a cabo y da testimonio de su aceptación (vv. 10, 11). Los sacerdotes pudieron llegar hasta el Lugar Santísimo mientras la Gloria de Dios no había cubierto el lugar; pero, desde el momento en que Dios manifestó allí su Gloria, nadie, bajo pena de muerte, podía acercarse al Arca, excepto el sumo sacerdote en el Gran Día de la Expiación (Lv. 16). Por eso fue por lo que únicamente cuando los sacerdotes habían salido de allí, tomó posesión del lugar la shekinah en la nube que cubrió, no sólo el Lugar Santísimo, sino el templo entero, de forma que los sacerdotes que se hallaban allí para quemar incienso en el altar de oro no pudieron permanecer allí (v. 11). Con esta emanación visible de la Gloria divina: 1. Dios honraba el Arca y la reconocía como señal de su presencia. Esta Gloria se había visto empañada por los frecuentes traslados, la modestia de los recientes alojamientos y su exposición a las miradas de todo el pueblo; pero Dios quería mostrar ahora que le era tan estimable como siempre y que quería que se la considerase con la misma veneración que había tenido la primera vez que Moisés la introdujo en el tabernáculo. 2. También daba testimonio de que aceptaba el templo con todo su mueblaje como un buen servicio prestado a su nombre y a su reino entre los hombres. 3. La manifestación de la Gloria de Dios provocó en el pueblo un sentimiento de santo pavor; y lo que ahora veían confirmaba su creencia en lo que habían leído en los libros de Moisés concerniente a la Gloria con que Dios se había aparecido a sus antepasados. 4. También se mostró Dios bien dispuesto a escuchar la oración que Salomón estaba a punto de dirigirle. Pero esta Gloria de Dios se manifestó en una nube densa, oscura, para significar: (A) La oscuridad de aquella dispensación comparada con la luz del Evangelio (nótese, en 1 Ti. 6:16, lo de «luz inaccesible»). (B) La oscuridad de nuestro estado presente con el de la visión futura (1 Co. 13:12), que será nuestra felicidad en el Cielo, cuando se descubra el velo de la Gloria de Dios (Ap. 21:23; 22:5). Versículos 12–21 I. Salomón anima a los sacerdotes. Los discípulos de Cristo tuvieron temor al entrar en la nube (Lc. 9:34), a pesar de que era nube clara. ¡Cuánto más los sacerdotes cuando se vieron envueltos en una densa, oscura, nube! Para quitarles el miedo Salomón: 1. Les recuerda que esto era una señal de la presencia de Dios (v. 12), una indicación de su gracia, pues Él había dicho: Yo apareceré en la nube (Lv. 16:2). Donde Dios habita en luz, la fe es absorbida por la visión, y el miedo es echado fuera por el amor (1 Jn. 4:18). 2. Según eso Dios mismo se agradaba en habitar allí. Por eso, a la declaración de Dios en el versículo 12, corresponde Salomón en el v. 13: «Yo he edificado casa por morada para ti». Como si dijese: «Conforme tú deseabas, ven, Señor, ven. La casa es tuya, enteramente tuya, yo la he edificado para ti». Es un gozo para Salomón el que Dios
  • 24. haya tomado posesión del templo; y es su deseo el que Dios continúe en posesión de esta su casa. Que no se asusten, pues, los sacerdotes precisamente de aquello en lo que Salomón se goza. II. A continuación, Salomón instruye y bendice al pueblo. Tras dirigirse brevemente a los sacerdotes, volvió su rostro hacia el pueblo (v. 14) que se hallaba de pie en el atrio exterior y se dirigió a ellos con mayor extensión. 1. Les bendijo. Cuando vieron que la densa nube se adueñaba del templo, temieron ser afectados desfavorablemente por la oscuridad, pero Salomón les bendijo, esto es, los apaciguó (diría en hebreo: shalom lajem = paz a vosotros), librándolos de la consternación que se había apoderado de ellos. 2. Les informó acerca de esta casa que había construido y que ahora dedicaba a Jehová. (A) Comenzó su informe con un reconocimiento agradecido a la buena mano de su Dios sobre él hasta el presente (v. 15): «Bendito sea Jehová, Dios de Israel». Hemos de dar gracias a Dios por las cosas de que disfrutamos. De este modo incitó Salomón a la congregación a elevar el corazón en acción de gracias a Dios. Salomón bendijo a Dios: (a) Por la promesa que había hecho a su padre David: «habló a David mi padre». (b) Por el presente cumplimiento de dicha promesa: «lo que con su mano ha cumplido». El mejor aprecio de los favores de Dios se obtiene cuando comparamos lo que hace con lo que dijo. (B) Dedica después solemnemente esta casa a Dios. Tenemos aquí un cúmulo de consideraciones que movieron a Salomón a edificarla: (a) La necesidad, insinuada por Dios mismo de un lugar como éste (v. 16): «… no he escogido ciudad … para edificar casa en la cual estuviese mi nombre», por consiguiente, ésta era la ocasión para edificarla. (b) El propósito de David de edificar el templo. Fue Dios quien escogió a David para rey de Israel (v. 16-2 Cr. 6:5 y ss. da más detalles—) y el que puso en su corazón este buen deseo de edificarlo (v. 17). (c) Pero fue voluntad de Dios que no fuese su padre, sino él, quien lo edificase (vv. 18, 19): «Bien has hecho en tener tal deseo. Pero tú no edificarás la casa, sino tu hijo». Lo que Salomón había hecho no era idea suya, sino de su padre, ni era para su gloria, sino destinada para gloria de Dios por designio del mismo Dios. (d) Refiere lo que él ha hecho y con qué intención: «He edificado la casa, no a mi nombre sino al nombre de Jehová Dios de Israel (v. 20). Y he puesto en ella lugar para el Arca». (v. 21). Cuanto más hacemos por Dios, tanto más deudores le somos, pues nuestra suficiencia es de Él, no de nosotros. Versículos 22–53 Después de consagrar a Dios el templo recién construido y amueblado, de lo que Dios había mostrado su satisfacción tomando posesión de él mediante la nube, Salomón eleva a Dios una larga y sublime oración, pide que este templo sea considerado, no sólo como un lugar de sacrificios, sino también, y primordialmente, una casa de oración para todo el pueblo (comp. con Is. 56:7; Mt. 21:13). I. Salomón no encargó este servicio a un sacerdote o a un profeta, sino que lo hizo él mismo en presencia de toda la congregación de Israel (v. 22). 1. Fue cosa buena que lo hiciera, pues era señal de que habían aprendido a orar bien y sabía cómo expresarse delante de Dios espontáneamente sin atenerse a ningún formulario. 2. También estuvo bien que no se avergonzase de realizar este servicio delante de una congregación tan numerosa. Nunca, en toda su gloria desde su trono de mármol y oro, apareció Salomón tan grande como ahora. II. La postura que adoptó en su oración fue muy reverente y expresiva de humildad, seriedad y fervor: 1. Se puso de rodillas (el verbo amod no siempre significa estar de pie, sino también situarse), como se ve por el v. 54, donde leemos que «se levantó de
  • 25. estar de rodillas», y más aún por el lugar paralelo (2 Cr. 6:13), donde expresamente se lee que «se puso sobre él (el estrado de bronce), se arrodilló delante de toda la congregación de lsrael, etc.». Esta postura es muy apropiada para orar (v. Ef. 3:14). El señor Herbert decía: «El arrodillarse nunca estropea las medias de seda». 2. «Extendió sus manos al cielo» y, según parece por el v. 54, continuó así hasta el final de su oración, con lo que expresaba así sus deseos hacia, y sus expectaciones desde, Dios, como nuestro Padre que está en los cielos. Extendió sus manos como para ofrecer su oración desde un corazón ensanchado y presentarla en el Cielo, para recibir desde allí, con ambos brazos, el favor que su oración demandaba. III. La oración misma fue larga, quizá más larga de lo que aquí aparece. Lo que Cristo condenó no fue hacer largas oraciones, sino hacer largas repeticiones o presentar vanas pretensiones por vanagloria y ostentación. En esta oración, Salomón: 1. Da gloria a Dios. Comienza por aquí, por donde debe comenzar toda oración: un acto de adoración y alabanza (v. 23). (A) Alaba a Dios por lo que Él es («no hay Dios como tú, etc.») y por lo que es para su pueblo («que guardas el pacto y la misericordia a tus siervos»), es decir, «haces por ellos incluso aquello que no les has prometido expresamente, bajo condición de que anden delante de ti con todo su corazón». (B) En particular, le da gracias por lo que ha hecho por su familia (v. 24): «Que has cumplido a tu siervo David mi padre lo que le prometiste». 2. Suplica la gracia y el favor de Dios. Pide: (A) Que Dios le cumpla a él y a los suyos lo que ha prometido (vv. 25, 26). Hasta ahora, Dios había ayudado (comp. 2 Co. 1:10). Salomón repite la promesa de Dios a David: «No te faltará varón delante de mí, que se siente en el trono de Israel» (v. 25), pero no omite la condición: «con tal que tus hijos guarden mi camino, etc.»; porque no podemos esperar que Dios cumpla su promesa si nosotros no cumplimos la condición que lleva aneja. Luego, con humildad no exenta de cierta vehemencia, dice (v. 26): «Ahora, pues, oh Jehová Dios de Israel, cúmplase la palabra que dijiste a tu siervo David mi padre». (B) Que Dios haga honor a este templo y lo reconozca benévolamente como casa suya. Con este objeto: (a) Expresa, primeramente, una humilde admiración de que condescienda Dios a tener el templo por morada suya especial (v. 27): «Pero, ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? ¿Podemos imaginar que un Ser infinitamente alto, santo y feliz en Sí mismo se abaje tanto como para que pueda decirse de Él que habita en la tierra?»; en segundo lugar un humilde reconocimiento de la incapacidad de la casa que había edificado, aun cuando era muy espaciosa, para contener a Dios: «He aquí que los cielos y los cielos de los cielos no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?» Para un Dios inmenso, ni el Universo entero (ni millones de Universos) es bastante espacioso para contenerle. (b) Pasa después a orar en general. Primero: Que Dios se digne oír y contestar la oración que ahora estaba elevando (v. 28). Fue una oración humilde, ferviente y llena de fe: «Con todo, tú atenderás a la oración (no del rey de Israel, sino) de tu siervo». Segundo: Que Dios se digne igualmente oír y contestar todas las oraciones que en cualquier tiempo se hagan, ya sea en este lugar o mirando a este lugar (vv. 29, 30). «Tú lo oirás en el lugar de tu morada, en los cielos; escucha y perdona» (v. 30). Sólo los sacerdotes podían penetrar en el interior del santuario, pero cuando el pueblo ore en los atrios del santuario, deben hacerlo con la mira puesta en el propiciatorio, como medio de intercesión y de perdón, para ayudar así a la debilidad de su fe y ser tipo de la mediación de Jesucristo, que es el verdadero templo y la propiciación por nuestros pecados.