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2 SAMUEL
Este libro es la historia del rey David. En el libro anterior vimos su designación para
el trono y su tirantez con Saúl, la cual acabó por fin, con la muerte de su perseguidor.
En el actual tenemos su accesión al trono y sus principales actividades durante los 40
años de su reinado. Nos refiere tanto los triunfos de David como los apuros que pasó. I.
Sus triunfos sobre la casa de Saúl (caps. 1–4), sobre los jebuseos y los filisteos (cap. 5),
con la traída del arca (caps. 6–7) y sus triunfos sobre las naciones vecinas que se le
oponían (caps. 8–10), en todo esto la historia marcha del modo que esperábamos del
carácter de David. Pero su nube tiene un lado oscuro. II. Tenemos sus calamidades,
cuya causa primera fue su pecado en el asunto de Urías (caps. 11 y 12); vino después el
pecado de Amnón su hijo primogénito (cap. 13), después la rebelión de Absalón (caps.
14–19) y la de Seba (cap. 20). Finaliza el libro con la plaga sufrida por Israel por el
censo pecaminoso de David (cap. 24), además del hambre, debida a la matanza de los
gabaonitas, ordenada por Saúl (cap. 21). Tenemos, en fin, su cántico de liberación (cap.
22) y sus palabras finales, con la enumeración de sus valientes (cap. 23). Hay en esta
historia muchas cosas instructivas, pero en cuanto al protagonista, es preciso confesar
que su honor brilla más y mejor en sus Salmos que en sus Anales.
CAPÍTULO 1
Hemos de mirar ahora hacia el sol naciente e inquirir dónde está David y qué está
haciendo. I. Le llegan a Siclag noticias de la muerte de Saúl y de Jonatán. Las trae un
amalecita que se inventó un cuento para ver de obtener una recompensa (vv. 1–10). II.
La tristeza que embargo a David al recibir estas noticias (vv. 11, 12). III. La justicia que
ejecutó sobre el falso mensajero (vv. 13–16). IV. La elegía que compuso David en esta
ocasión (vv. 17–27).
Versículos 1–10
I. David se establece de nuevo en Siclag, su ciudad actual después de haber
rescatado de manos de los amalecitas a su familia y a sus amigos (v. 1); allí estaba
presto a recibir a cuantos se adherían a su causa: no hombres oprimidos, amargados y
endeudados como antes (1 S. 22:2), sino hombres aguerridos y capitanes de millares,
como hallamos en 1 Crónicas 12:1, 8, 20.
II. Allí recibió la noticia de la muerte de Saúl. A primera vista parece extraño que no
dejase algunos espías en torno al campamento para que le trajesen pronto las noticias,
pero esto mismo indica que no deseaba el trágico final de Saúl ni estaba impaciente por
llegar sin trabas al trono.
1. El mensajero se presentó a David como un correo rápido, con gesto de duelo por
el rey fallecido y en actitud de súbdito del sucesor. Llegó con los vestidos rotos e hizo
reverencia en señal de pleitesía a David (v. 2), contento al imaginarse que era el primero
en rendir homenaje al soberano, pero resultó ser el primero en recibir de él la sentencia
de muerte en función de juez.
2. Le refiere en general el resultado de la batalla: la derrota del ejército de Israel, la
muerte de muchos de sus soldados y, entre los demás, de Saúl y Jonatán (v. 4).
Mencionó sólo a Saúl y a Jonatán, porque sabía que David estaría muy ansioso de saber
lo que les había ocurrido, pues Saúl era el hombre a quien más temía, y Jonatán era el
hombre a quien más amaba.
3. Le da especiales detalles de la muerte de Saúl. Por lo que le pregunta David:
¿Cómo sabes que han muerto Saúl y Jonatán su hijo? (v. 5), a lo que el joven contesta,
y pone como evidencia de ello, no sólo que él mismo había sido testigo de vista, sino
también instrumento de la muerte de Saúl. No da detalles de la muerte de Jonatán, sino
sólo refiere los detalles de la de Saúl, y piensa (como lo entendió David muy bien—
4:10—) que sería bienvenido por ello y recompensado como quien trae buenas noticias.
El informe que presenta es:
(A) Muy detallado: Que llegó casualmente al lugar donde estaba Saúl (v. 6) y que le
halló cuando procuraba quitarse la vida con su misma lanza, ya que ninguno de sus
asistentes se atrevía a rematarle por lo cual, Saúl le llamó a él (v. 7). Enterado de que
era amalecita (v. 8), esto es, ni de sus súbditos ni de sus enemigos, le pidió por favor (v.
9): Te ruego que te eches sobre mí y me mates. «Por lo cual, añade el joven, me eché
sobre él y le maté» (v. 10). Al notar, quizá, que al oír estas palabras hizo David algún
gesto de desagrado, añadió para excusarse: «Porque sabía que no podía vivir después
de su caída».
(B) Muy improbable. La gran mayoría de los comentaristas opinan que eso era falso
y que, aun cuando entraba dentro de lo probable que él estuviese presente, o cercano al
lugar, no fue él quien remató a Saúl, pues el texto sagrado no deja lugar a dudas de que
Saúl se remató a sí mismo (1 S. 31:4, 5), pero inventó la historia a la espera de que
David le recompensase por ello, como a quien le había prestado un buen servicio.
(C) Para confirmar lo que acababa de decir, presentó pruebas irrefutables de la
muerte de Saúl: la corona que llevaba en la cabeza y el brazalete que llevaba en el
brazo. Estos objetos cayeron en manos de este amalecita. La tradición judía sostiene que
este amalecita era hijo de Doeg, el cual, según la misma tradición, era el escudero de
Saúl y que, antes de suicidarse, habría dado a su hijo la corona y el brazalete (las
insignias de la realeza) para que se las llevase a David y viera así de granjearse su favor.
Versículos 11–16
I. Cómo recibió David estas noticias. Lejos de prorrumpir en transportes de gozo,
como esperaba el amalecita, prorrumpió en lamentos; asiendo de sus vestidos, los rasgó
(v. 11). Y lloraron y lamentaron y ayunaron hasta la noche (v. 12), no sólo por Israel y
por Jonatán el amigo, sino también por Saúl el enemigo. Esto hizo David, no sólo como
hombre de honor, sino como hombre de buena conciencia, que había perdonado todo el
mal que Saúl le había hecho y no le había guardado rencor. Él sabía antes de que su hijo
lo escribiera (Pr. 24:17, 18), que no hay que alegrarse cuando caiga el enemigo, no sea
que Jehová lo mire y le desagrade, y que el que se alegra de la calamidad no quedará
sin castigo (Pr. 17:5). Por lo que hizo cuando se enteró de la muerte de Saúl, podemos
percibir que el temperamento de David era compasivo y benigno y se portaba
generosamente incluso con los que le odiaban.
II. La retribución que dio al que le trajo la noticia. En lugar de premiarle, mandó
darle muerte, juzgándole por su misma boca (v. 16) como asesino del ungido de Jehová.
David obró aquí con toda justicia. El hombre era amalecita como él mismo confesó por
dos veces en su narración (vv. 8, 13). También confesó él mismo su crimen, con lo que
era evidente su convicción de delito, de acuerdo con todas las leyes, pues se presume
que todo reo habla bien de sí mismo y trata de excusarse. Si cometió lo que él mismo
dijo, mereció morir por traición (v. 14), al hacer, según su testimonio, lo que el propio
escudero de Saúl no se atrevió a hacer lo que es probable que él oyera. Y al jactarse de
lo que, con la mayor probabilidad, no había hecho, sólo por agradar a David, mostraba
la baja opinión que tenía de él, pues pensaba que se iba a alegrar como él mismo se
alegraba, lo cual era una intolerable afrenta contra el que una y otra vez había rehusado
extender su mano contra el ungido de Jehová.
Versículos 17–27
Después que David se rasgó los vestidos, lamentó, lloró y ayunó por la muerte de
Saúl y de Jonatán, podríamos pensar que ya había rendido suficiente tributo a la
memoria de ellos. Pero eso no fue todo; tenemos también el poema que compuso (y fue
redactado después) en esta ocasión. Con esta elegía, no sólo trataba de expresar su dolor
por la gran calamidad, sino también de imprimir el mismo dolor en la mente de otros y
guardarlo en el corazón. Los que no leen la historia, es posible que se informen de los
hechos por medio de un poema.
I. La orden que David dio con respecto a esta elegía (v. 18): Ordenó que se enseñara
a los hijos de Judá el Arco (lit.). «El Arco» viene a ser el título de la elegía de David,
quizá por la importancia que se da en ella al arco de Jonatán, quien aparece
especialmente diestro en el manejo del arco (1 S. 18:4; 20:35 y ss.). Del mismo poema
se nos dice que está escrito en el libro de Jaser (o Yasar, que significa justo). Este libro
era probablemente una colección de poemas o documentos estatales en forma poética.
En Josué 10:12–13 hallamos otra referencia a dicho libro, en conexión con otro poema
histórico.
II. La elegía en sí. No es propiamente un himno divino, ni dado por inspiración de
Dios para ser usado en el culto público, ni hay en él ninguna mención de Dios (lo que,
de paso, prueba su autenticidad y su antigüedad). Es una composición humana y, por
eso, se inserta, no en el libro de los Salmos, sino en el libro de Jaser, el cual, al ser una
colección de poemas ordinarios, no nos ha sido conservado. Esta elegía demuestra que
David era:
1. Hombre de espíritu excelente, y ello en cuatro aspectos:
(A) Generoso hacia Saúl, su jurado enemigo. (a) Oculta sus defectos; y aunque no
era posible impedir que se publicasen en la narración de su historia, no quiso David que
aparecieran en su elegía. La caridad nos enseña a hablar lo mejor posible de los buenos
y a callarnos cuando no podemos decir nada bueno de los malos, especialmente cuando
se han muerto. El refrán latino dice: De mortuis nil nisi bonum = «De los muertos no se
diga nada, sino lo bueno». (b) Publica lo que en él había de bueno (v. 21): que había
sido ungido con aceite, con el óleo o aceite sagrado, el cual manifestaba su elevación a
la dignidad regia. Dice que era gran hombre de guerra: valiente (vv. 19, 21, 25, 27),
victorioso con frecuencia sobre los enemigos de Israel: Adondequiera que se volvía, era
vencedor (1 S. 14:47). Aunque su estrella se tornó oscura, brilló al principio con gran
resplandor. Poniéndole junto a Jonatán, dice de ambos que eran amados y amables
(lit.—v. 23—). Jonatán lo era siempre, y Saúl lo era en conjunción con Jonatán.
Tomados ambos a la par, y en cuanto a perseguir al enemigo, no había quien les
superase en valentía: eran más ligeros que águilas, más fuertes que leones. En sus
buenos tiempos, Saúl había sido un padre afectuoso hacia un hijo que siempre había
sido leal a su padre, y, así, inseparables en su vida, tampoco en su muerte fueron
separados, sino bien unidos en la batalla contra los filisteos, y cayeron juntos por la
misma causa.
(B) Inmensamente agradecido hacia Jonatán. Hizo gran duelo y lamento por lo que
Jonatán había sido para él (v. 26): Angustia tengo por ti, hermano mío (cuñado, por
lazos del matrimonio con Mical, y más que hermano—v. Pr. 18:24—), que me fuiste
muy agradable. Tenía razón para decir que el afecto que Jonatán le tenía era
maravilloso, pues no tenía par. ¡Amar de tal forma a un hombre de quien sabía que le
había de quitar de su cabeza la corona, y aun así, ser tan leal a su rival! (a) Ciertamente,
nada hay en este mundo que sea tan agradable como un amigo bueno, leal a nuestra
persona y a nuestros intereses, y prudente y comprensivo, que amablemente recibe y
devuelve el afecto, que nos trata con familiaridad y, al mismo tiempo, con respeto. (b)
Nada hay asimismo tan doloroso como la pérdida de un tal amigo; es como perder una
parte de sí mismo. Cuanto más amamos a una persona, más nos duele perderla.
(C) Estaba profundamente preocupado por el honor de Dios pues eso es lo que tiene
en cuenta cuando teme que las hijas de los incircuncisos (v. 20), que están fuera del
pacto de Dios puedan celebrar el triunfo sobre Israel y, de rechazo, sobre el Dios de
Israel, pues si ha perecido la gloria de Israel (v. 19), ha quedado malparado el nombre
de Aquel que es la gloria de Israel. Las buenas personas sienten en lo más vivo los
reproches de quienes reprochan a Dios.
(D) Estaba también profundamente preocupado por el bien público. Si había
perecido la gloria de Israel, habían perecido también la belleza, el honor, el orden, la
paz y el bienestar de la nación. David se lamenta de todo esto, aun cuando esperaba ser,
en las manos de Dios, instrumento para reparar tales pérdidas.
2. También nos muestra la elegía a David como hombre de talento y de fina
imaginación poética, así como de piedad. (A) ¡Cuán sublime es la forma en que intenta
cerrar los caminos de la fama para tan infausta noticia: No lo anunciéis en Gat! (v. 20).
Muchos años después, el profeta Amós repetirá esta frase (Am. 1:10). Le llegaba a lo
más hondo del corazón pensar que tal noticia fuese divulgada en voz alta por las
ciudades de los filisteos. (B) Igualmente sublime es la forma en que apostrofa a los
montes de Guilboa, el teatro en que se había realizado la tragedia: Ni rocío ni lluvia
caiga sobre vosotros, ni seáis tierras de ofrendas (v. 21). Este es el reproche que David
lanza sobre aquellos montes, como si, al quedar teñidos con la sangre del ungido de
Dios, hubiesen perdido por ello el derecho a recibir el rocío del Cielo y a producir frutos
dignos de ser ofrecidos a Jehová.
CAPÍTULO 2
Saúl ha caído y ahora, por consiguiente, se alza David. I. Guiado por Dios, fue a
Hebrón y allí fue ungido rey (vv. 1–4). II. Dio las gracias a los hombres de Jabés de
Galaad por haber dado sepultura a Saúl (vv. 5–7). III. Is-bóset, hijo de Saúl, es
proclamado rey como rival de David (vv. 8–11). IV. Encuentro bélico entre el partido
de David y el de Is-bóset, en el cual: 1. Doce hombres de cada lado lucharon mano a
mano, y todos ellos murieron (vv. 12–16). 2. El partido de Is-bóset fue derrotado (v.
17). 3. Asael, del lado de David y sobrino suyo, murió a manos de Abner (vv. 18–23). 4.
A petición de Abner, Joab tocó a retirada (vv. 24–28). 5. Abner y los suyos se
marcharon a salvo (v. 29). 6. Cómputo de las pérdidas por ambas partes (vv. 30–32).
Así que tenemos aquí el relato de una guerra civil en Israel la cual, poco después,
terminó con el completo establecimiento de David en el trono.
Versículos 1–7
Después que Saúl y Jonatán murieron, aunque David sabía que había sido ungido
para ser rey, no se apresuró a enviar mensajeros por todos los términos de Israel para
convocar al pueblo a fin de que todos le juraran homenajes de sumisión. Muchos habían
venido en su ayuda, de varias tribus, mientras él permanecía en Siclag, como vemos por
1 Crónicas 12:1–22, y con tales fuerzas bien podía haber conquistado el trono. Pero
todo el que haya de gobernar con mansedumbre no subirá al poder por la violencia.
I. En tan crítica coyuntura, David buscó y halló la dirección de Dios (v. 1). No
dudaba del éxito, pero aun así, echó mano de los medios adecuados, tanto divinos como
humanos. 1. Consultó a Jehová en la forma de costumbre, pues Abiatar estaba con él.
Hemos de dirigirnos al Señor, no sólo cuando estamos en apuros, sino también cuando
nos sonríen las circunstancias y actúan a nuestro favor las causas segundas. Su pregunta
fue: ¿Subiré a alguna de las ciudades de Judá? Aunque Siclag estuviese en ruinas, él
no pensaba marcharse de allí sin la dirección de Dios. 2. Dios, conforme a su promesa,
le dio las instrucciones precisas, y le indicó que la ciudad a la que había de subir era
Hebrón, ciudad muy importante por varias razones: Allí había construido Abraham un
altar (Gn. 13:18), allí había recibido la visita de mensajeros celestiales (Gn. 18:1 y ss.),
allí habían recibido sepultura los restos de los patriarcas (Gn. 49:29–32), era ciudad
sacerdotal y una de las ciudades de refugio; así lo fue para David, como una insinuación
de que Dios mismo sería para él refugio y santuario.
II. En su traslado a Hebrón, se preocupó por su familia y sus amigos. 1. Tomó
consigo a sus mujeres (v. 2) para que le acompañasen en el reino, así como le habían
acompañado en la tribulación. Parece ser que no tenía hijos todavía, pues el primogénito
le nació en Hebrón (3:2). 2. También tomó consigo a sus amigos y seguidores (v. 3). Le
habían acompañado cuando era un vagabundo, y, por consiguiente, cuando él pudo
tener una residencia fija, ellos se establecieron con él.
III. El honor que le prestaron los hombres de Judá: Le ungieron allí por rey sobre la
casa de Judá (v. 4). La tribu de Judá se había mantenido con frecuencia como un cuerpo
aparte, y así había sido contada en tiempo de Saúl (1 S. 15:4). Por ello los hombres de
esta tribu estaban ya acostumbrados a actuar separadamente, y así lo hicieron en esta
ocasión. No obstante, no intentaron ungirle por rey sobre todo Israel (comp. con Jue.
9:22), sino sólo sobre la casa de Judá. Tres veces fue David ungido como rey: La
primera, en vida de Saúl, como «con derecho a sucesión»; la segunda aquí, sobre una
tribu, ya en pleno gobierno; la tercera, sobre todo Israel. Así también el reino del
Mesías, el Hijo de David, se establece por grados: Primero, es designado por Dios (Sal.
110:1); después, es manifestado públicamente (Hch. 2:36); finalmente, reinará sobre
todo el mundo con cetro de hierro (Ap. 11:15), pues ahora todavía no vemos que todas
las cosas le estén sometidas (He. 2:8).
IV. El respetuoso mensaje que envió a los hombres de Jabés de Galaad para darles
las gracias por la misericordia que habían mostrado con Saúl. No deja de honrar la
memoria de su predecesor, con lo que muestra que no desea la corona por ambición o
por enemistad hacia Saúl, sino sólo por designación de Dios. Por eso llama a Saúl
«vuestro señor» (v. 5). Pide a Dios que les bendiga y les recompense por ello, así como
él mismo les ha de recompensar: «Benditos seáis vosotros de Jehová … Ahora, pues,
Jehová haga con vosotros misericordia y verdad, y yo también os haré bien por esto
que habéis hecho» (vv. 5, 6). No se contenta con desearles las bendiciones de Dios, sino
que pasa de las palabras a los hechos. Los buenos deseos son cosa buena y señales de
agradecimiento, pero resultan muy baratos cuando hay posibilidades para hacer algo
más.
Versículos 8–17
I. Tenemos aquí otro pretendiente al trono: Is-bóset (o Isbaal, también llamado
Isví—1 S. 14:49—), a quien Abner hace rey, surge como rival de David, a quien Dios
ha hecho rey. Podría pensarse que David había de llegar al trono sin oposición alguna,
puesto que todo Israel sabía cuán manifiestamente le había asignado Dios por rey, pero
tal suele ser la oposición de los hombres a los propósitos de Dios, que un hombre tan
mal cualificado y preparado como Is-bóset, que ni aun fue considerado apto para ir a la
batalla con su padre, es tenido ahora por apto para suceder a su padre en el trono, antes
que aceptar pacíficamente a David por rey.
1. Abner fue la persona que levantó a Is-bóset como rival de David, quizá por
interés en la sucesión hereditaria o, más aún, por razón de parentesco (ya que Abner era
primo hermano de Saúl—v. 1 S. 14:50–51—) y porque no veía otro modo de conservar
el alto puesto que ocupaba como general de las fuerzas armadas. Por lo que vemos, Is-
bóset no se habría sublevado por sí mismo si Abner no le hubiese levantado para hacer
de él un instrumento que sirviese a sus propios intereses.
2. Mahanáyim, lugar donde primeramente se llevó a cabo el levantamiento, estaba al
otro lado del Jordán, donde suponían que David tenía el menor interés por gobernar, y al
estar a buena distancia de las fuerzas de David, pensaron que tendrían tiempo suficiente
para reagruparse y fortalecerse a sí mismos. Pero, una vez levantada allí la enseña de Is-
bóset, se le sometió la mayoría insensata de todas las tribus de Israel (v. 9), con lo que
quedó solamente Judá enteramente leal a David.
II. Encuentro armado entre los dos bandos.
1. No parece ser que ninguno de los dos bandos llevase al campo de batalla el
grueso de sus fuerzas pues la mortandad fue pequeña (vv. 30, 31). Es probable que
David no quisiese pasar de lleno a la ofensiva, y prefiriese esperar a que la cosa se
arreglase por sí misma o, más bien, hasta que Dios actuara por él sin dar ocasión al
derramamiento de sangre israelita. Es extraño que la mayoría de los israelitas, hombres
fuertes, avezados a la guerra y de reconocida sensatez, se aviniesen a someterse durante
tanto tiempo a Is-bóset y, por lo que se ve, viesen con indiferencia la marcha de las
cosas, como importándoles poco las manos en que se hallase la administración de los
asuntos públicos. Se nos dice (v. 10) que Is-bóset era entonces de cuarenta años. Es
probable que tengamos aquí, una vez más, un número redondo, pues era mucho más
joven que Jonatán, quien, a su vez, era aproximadamente de la misma edad que David
(de 30 años a la sazón—v. 5:4—). También se nos dice que reinó dos años.
Comparados con los siete años y seis meses del reinado de David en Hebrón (v. 11),
parece una anomalía. Se han propuesto dos soluciones: (A) Que la guerra entre Israel y
Judá comenzó a los dos años de reinado de Is-bóset. (B) Que Is-bóset tardó cinco años
más en rescatar de manos de los filisteos el territorio del norte.
2. El agresor en esta guerra fue Abner. David estaba quieto hasta ver qué es lo que
iba a pasar, pero la casa de Saúl, con Abner a la cabeza, lanzó el desafío.
(A) El campo de batalla fue Gabaón. Lo escogió Abner porque caía en la heredad de
Benjamín, en la que tenía Saúl la mayor parte de sus amigos; con todo, al responder al
reto, Joab, el general y sobrino de David, no se echó atrás, sino que fue a su encuentro
junto al estanque de Gabaón (v. 13). La causa de David, al estar fundada sobre la
promesa de Dios, no tenía por qué temer la desventaja del terreno. El estanque que se
hallaba entre ambos bandos les dio tiempo para deliberar. Abner propuso que el
combate se celebrase entre doce hombres de cada lado y Joab aceptó la propuesta.
(B) Parecía como si esta batalla hubiera de comenzar como un deporte, al estilo de
los gladiadores romanos, pues dijo Abner (v. 14): Levántense ahora los jóvenes y
maniobren delante de nosotros. Joab, como se había entrenado bajo David, tenía la
suficiente prudencia para no hacer tal propuesta, pero no se atrevió a rehusarla por
pundonor, ya que pensó que mancharía su propia reputación si no aceptaba el reto. Así
que respondió: Levántense. El texto sagrado insinúa que los doce hombres de parte de
Abner fueron los primeros en salir al campo de batalla (v. 15).
(C) Pero lo que parecía haber comenzado en deporte, terminó en la más sangrienta
lucha (v. 16). Se dieron tanta prisa a actuar los veinticuatro hombres, que cada uno
agarró de la cabeza a su contrario y le metió la espada por el costado, de forma que
todos ellos cayeron a una, esto es, murieron los 24. Por eso, fue llamado aquel lugar
Helcat-hazzurim, que significa, con la mayor probabilidad «campo de las dagas» (o
«campo de los filos de espada»). Otros autores conjeturan que la verdadera lectura es
Helcat-hassid im = «campo de los costados», al tener en cuenta la extrema semejanza
entre las letras hebreas «d» y «r» (D) Al quedar así indeciso el resultado de la batalla, se
generalizó la lucha entre los dos bandos, y el ejército de Abner sufrió una completa
derrota.
Versículos 18–24
El encuentro entre Abner y Asael. Asael, hermano de Joab y Abisay, y sobrino de
David, era uno de los principales comandantes del ejército de David, y era famoso por
su agilidad: «Era ligero de pies como una gacela del campo» (v. 18), pero no tenía la
experiencia militar de Abner.
I. Se precipitó demasiado en su anhelo de apoderarse de Abner. Le siguió solamente
a él, sin apartarse ni a derecha ni a izquierda (v. 19). Seguramente que, orgulloso de su
parentesco con David y Joab, confiado en su agilidad y envalentonado por la victoria de
su partido, pensó que ningún trofeo podía ser más apetecible para un joven guerrero que
el propio Abner, vivo o muerto, y que de este modo se pondría punto final a la guerra
civil, al tener David acceso inmediato al trono y al gobierno sobre todo Israel.
II. Muy generoso se mostró Abner al advertirle del peligro al que se exponía (comp.
con 2 Cr. 25:19). 1. Le pidió primero que se contentase con una presa menor (v. 21). 2.
Le rogó después que no le pusiera en la necesidad de matarle en propia defensa, lo cual
no quería hacer, pero se vería obligado a ello si Asael persistía en su imprudente intento
(v. 22).
III. Muy fatal le resultó a Asael su terquedad. Se negó a retirarse, ya que pensó que
Abner le hablaba con tanta cortesía porque le tenía miedo; pero, ¿qué le sucedió? Tan
pronto como estuvo al alcance de Abner, le asestó éste un golpe mortal con el regatón
de la lanza (v. 23), de donde menos pensaba Asael que le podía sobrevenir ninguna
herida. Joab y Abisay, en lugar de desanimarse por esta pérdida, se exasperaron aún más
y persiguieron a Abner con mucha más furia (v. 24) y le tuvieron a su alcance cuando se
ponía el sol.
Versículos 25–32
I. Abner, confiesa implícitamente su derrota y pide humildemente un alto el fuego.
Después de reunir el remanente de sus fuerzas en la cima de un collado (v. 25), como si
se preparase para un nuevo encuentro, suplica a voces a Joab que el ejército de Judá
cese de perseguir a sus hermanos israelitas (v. 26). El que tanta prisa tenía en comenzar
la lucha, tiene ahora prisa por verla terminada. Quien pensaba recrearse en el
espectáculo de una lucha deportiva (v. 14), que terminó en gran desastre con copioso
derramamiento de sangre, está horrorizado ahora que ha salido perdedor. Antes era
como si jugase con la espada; ahora dice: «¿Consumirá la espada perpetuamente?»
Ahora apela directamente a Joab para que considere las desastrosas consecuencias de
una guerra civil: «¿No sabes tú que el final será amargura?» Ruega a Joab que toque a
retirada, recordándole que son «hermanos» que no deberían morderse y devorarse unos
a otros. ¡Qué bien razonan los hombres cuando les conviene! ¡Qué distinto es cuando
las cosas les salen bien! Si Abner hubiese salido vencedor, no estaría quejándose de la
voracidad de la espada, ni de lo desastroso de una guerra civil, ni alegaría que los
hombres de ambos bandos eran hermanos.
II. Joab, aunque era el vencedor, concede generosamente lo que se le pide y manda
tocar a retirada (vv. 27, 28), ya que conoce muy bien la mentalidad de David y la
aversión que sentía hacia el derramamiento de sangre.
III. Se retiraron, pues, los dos ejércitos a sus respectivos lugares de los que habían
salido, e hicieron de noche la marcha, Abner con los suyos, a Mahanáyim, en el otro
lado del Jordán (v. 29); Joab, a Hebrón, donde estaba David (v. 32). Se menciona aquí
el funeral de Asael, los demás caídos fueron enterrados en el campo mismo de batalla,
pero el cadáver de Asael fue llevado a Belén y enterrado en el sepulcro de su padre (v.
32).
CAPÍTULO 3
I. Avance gradual de la causa de David (v. 1). II. Aumenta su familia (vv. 2–5). III.
Ruptura entre Abner e Is-bóset, y pacto de Abner con David (vv. 6–12). IV.
Preparativos para un arreglo (vv. 13–16). V. Intento de Abner de poner a todo Israel
bajo el gobierno de David (vv. 17–21). VI. Mientras esto se lleva a cabo, Joab asesina
traidoramente a Abner (vv. 22–27). VII. Pesadumbre de David por la muerte de Abner
(vv. 28–39).
Versículos 1–6
I. La larga guerra que hubo de sostener David con la casa de Saúl antes de que se
completase su asentamiento en el trono (v. 1). La larga persistencia de esta lucha puso a
prueba la fe y la paciencia de David. Pero la casa de Saúl se iba debilitando
progresivamente, perdía lugares, perdía hombres, se hundía su reputación y su ejército
salía malparado en cada encuentro. Mientras que David se iba fortaleciendo. Eran
muchos los que desertaban de la casa de Saúl como de una causa perdida. La lucha que
se libra entre la gracia divina y la corrupción humana en el corazón de los creyentes
santos y pecadores, puede de algún modo compararse al proceso que aquí se nos refiere;
hay una larga guerra entre la carne y el espíritu (Gá. 5:17), pero cuando la obra de la
santificación progresa en el corazón del cristiano, la corrupción, como la casa de Saúl,
se debilita, mientras que la gracia, como la casa de David, se fortalece, hasta llegar a la
madurez, a la estatura de un varón perfecto (Ef. 4:13).
II. El aumento de la familia de David. Aquí tenemos una breve información de los
seis hijos que le nacieron en Hebrón de seis esposas distintas, en los siete años que reinó
allí. David contravino la ley deuteronómica (17:17) contra la multiplicación de esposas
del rey, con lo que, además, dio un mal ejemplo a sus sucesores. De los seis hijos que
tuvo en Hebrón, tres de ellos dejaron mala fama (Amnón, Absalón y Adonías), mientras
que los otros tres no dejaron ninguna fama. El hijo que tuvo de Abigail se llamaba
Quiteab (o Quilab = «el padre es poderoso»), pero en 1 Crónicas 3:1 se le llama Daniel
(«Dios es mi juez»), quizá para conmemorar el juicio de Dios contra Nabal, y a favor de
David. Parece ser que su primer nombre era Daniel, mas los enemigos de David le
vituperaban al decir: «Es hijo de Nabal, no de David»; pero, conforme crecía, se
asemejaba mucho a David, por lo que algunos autores traducen Quileab por «como su
padre». Caben pocas dudas de que murió joven; en todo caso, antes que David; de lo
contrario, no se explica el que no hiciese valer sus derechos al trono, al ser mayor que
Absalón y Adonías. La madre de Absalón era hija de Talmay, rey de Guesur, esto es, un
rey pagano. Quizás con este enlace David esperaba fortalecer su posición y sus
intereses, pero el resultado de esta unión fue catastrófico, pues le llenó de pesadumbre y
vergüenza. La sexta es llamada Eglá, mujer de David, lo que ha inducido a muchos a
pensar que fue anteriormente mujer de otro y que el nombre de éste ha sido sustituido
(erróneamente o de intento) por el de David.
Versículos 7–21
I. Abner rompe con Is-bóset por una reprensión que éste le dio. 1. Is-bóset acusó a
Abner de un crimen tan grande como el de haberse llegado a una de las concubinas de
su padre, lo cual era tanto como pretender el trono de Saúl (comp. con 16:22 y 1 R.
2:22), aun cuando el supuesto derecho a heredar las mujeres del padre era contrario a la
ley (v. Dt. 22:30). 2. A esta acusación de Is-bóset (v. 7) Abner contestó con gran enojo
y le hizo saber: (A) Que no consentía ser reprendido por él (v. 8). Los orgullosos no
pueden soportar que les reprendan y, sobre todo, se enojan de que les reprenda alguien
que, según ellos, le debería estar agradecido. (B) Que se había de vengar de él (vv. 9,
10). Con la mayor arrogancia le hace saber que, así como le había levantado en alto, así
ahora le haría caer. La misma ambición que había llevado a Abner a tomar partido por
Is-bóset, le llevaría ahora, en su represalia contra Is-bóset, a tomar partido por David. Si
hubiese tomado en cuenta la promesa de Dios a David y hubiese actuado de acuerdo con
ella, habría permanecido firme y constante en sus propósitos. 3. Si Is-bóset hubiese sido
un hombre de veras, especialmente tratándose de un príncipe, podía haberle respondido
que los méritos que alegaba sólo servían para agravar sus crímenes y, por tanto, que se
alegraba de poder prescindir de sus servicios. Pero como era consciente de su propia
debilidad de carácter, no le respondió palabra.
II. Abner hace pacto con David. Podemos suponer que estaba cansado de mantener
la causa de Is-bóset y buscaba una oportunidad para dejarle. Envió mensajeros a David
(v. 12), para decirle que se ponía a su servicio. Nótese que Dios puede hallar medios de
hacer que sirvan a la causa del reino de Cristo quienes no sienten verdadero afecto por
ella y se han opuesto antes vigorosamente a ella. Los enemigos son a veces como un
escabel, no sólo para ser pisado, sino para subir por medio de él. Así es como la tierra
ayudó a la mujer (Ap. 12:16).
III. David acepta el trato de Abner, pero con la condición de que le consiga la
restitución de su esposa Mical (v. 13). De este modo:
1. David mostró la sinceridad de su amor conyugal a su primera y legítima esposa;
ni el que ella estuviese casada con otro, ni el que él mismo estuviese casado con otras, le
había enajenado el afecto que tenía a Mical. Las muchas aguas no habían apagado aquel
primer amor (Cnt. 8:7).
2. También mostró así el respeto que tenía hacia la casa de Saúl, pues no se contenta
con los honores del trono sin tener a Mical, la hija de Saúl, compartiéndolos con él, tan
lejos estaba de guardar rencor a la familia de su enemigo. Abner le envió recado de que
debía pedírsela a Is-bóset, lo cual hizo David (v. 14) con el alegato de que la había
adquirido a un precio muy alto y le había sido quitada injustamente.
3. Is-bóset no se atrevió a negársela, sino que se la quitó a Paltiel, con quien Saúl la
había casado (v. 15), y Abner la condujo a David, y no dudó de que así sería
doblemente bienvenido, pues le traía con una mano la esposa, y la corona con la otra.
Paltiel no estaba dispuesto a desprenderse de ella, pero no tuvo más remedio que dejarla
partir; al fin y al cabo, él tenía la culpa de su pesadumbre, pues cuando la tomó, sabía
que Mical le pertenecía a otro con todo derecho. Si, por algún desacuerdo, se separan la
mujer y el marido, que se reconcilien y se reúnan otra vez si esperan la bendición de
Dios; que se olviden las antiguas rencillas y vivan juntos en paz y amor, como Dios
manda (1 Co. 7:10, 11).
IV. Abner echa mano de su influencia con los ancianos de Israel para traerlos a la
causa de David, sabe que el pueblo llano había de seguir el camino que ellos tomasen.
Nadie, en este caso, tenía tantos méritos como David, ni tan pocos como Is-bóset, para
atraer hombres a su causa. Abner pudo decir a los hombres de Israel: Comparad a los
dos príncipes y no dudaréis a quién seguir. Como dice el proverbio latino: Detur
digniori = «Dad la corona al que mejor se la merezca». David debe ser vuestro rey.
Puesto que Dios ha prometido salvar a Israel por mano de David, es vuestra obligación,
en cumplimiento de la voluntad de Dios, así como vuestro interés, para obtener victoria
sobre vuestros enemigos, que os sometáis a él; y el oponerse a él es la mayor locura del
mundo.
V. David ratifica su pacto con Abner. Abner informa a David de los sentimientos
del pueblo y del éxito que ha tenido en la empresa de persuadirles a que sigan a David
(v. 19). Llegó ahora con una escolta de veinte hombres y David les hizo un banquete (v.
20) en señal de reconciliación y gozo y como prenda del acuerdo entre ellos; fue un
banquete con ocasión de un pacto, como el de Génesis 26:30.
Versículos 22–39
Asesinato de Abner a manos de Joab y la gran pesadumbre de David por ello.
I. Con la mayor insolencia, Joab reprochó a David el haber hecho trato con Abner.
Se informó de que Abner acababa de marcharse (vv. 22, 23) después de haber tenido
con David una amistosa conversación y una pacífica despedida, y reprochó a David por
ello en su cara (vv. 24, 25): «¿Qué has hecho?» Como si David tuviese que darle
cuentas por eso. «¿Por qué, pues, le dejaste que se fuese?» como si diese a entender que
debía haberlo hecho prisionero. «Ha venido sólo a espiar—viene a decirle—(v. 25), y
acabará haciéndote traición.» El texto no nos dice que David le diera respuesta alguna,
no por miedo, como Is-bóset con Abner (v. 11), sino por desprecio.
II. Traicioneramente, Joab hizo volver a Abner y, bajo pretexto de tener con él una
conversación en privado, le asesinó bárbaramente con su propia mano. Por la frase sin
que David lo supiera (v. 26), podemos inferir que Joab llamó a Abner con la pretensión
de darle ulteriores instrucciones de parte de David. Con toda inocencia Abner regresó a
Hebrón y, halló a Joab que le esperaba en medio de la puerta, se retiró con él aparte y,
sin mediar palabra, le asestó Joab una puñalada en el costado, causándole la muerte
instantánea (v. 27). Del v. 30 se desprende que Abisay no sólo conocía el propósito de
su hermano Joab, sino que de alguna manera le ayudó a cometer el homicidio.
III. Abner había obrado malvadamente al oponerse anteriormente a David, contra
los dictados de su conciencia. Después había abandonado y traicionado vilmente a Is-
bóset bajo pretexto de consideración hacia Dios y hacia Israel, pero, en realidad, por
motivos de orgullo, de revancha y de impaciencia. Mas es igualmente cierto que Joab
era un inicuo y, en este caso, obró perversamente. Es verdad que Abner había matado a
Asael, por lo que Joab y Abisay querían ahora ser los vengadores de la sangre de su
hermano (vv. 27, 30); pero Abner lo había hecho en guerra abierta, en propia defensa y
no sin previo aviso; en cambio, Joab ahora había derramado en tiempo de paz la sangre
de guerra (1 R. 2:5).
IV. Lo que había en el fondo de esta enemistad de Joab contra Abner agravaba el
crimen del primero. Joab era ahora el general de las fuerzas de David; pero si Abner se
ponía al servicio de David, es posible que fuese promovido al supremo mando del
ejército al ser un oficial más antiguo y más experto en las artes militares. Otra agravante
fue el que lo matara a traición y bajo pretexto de hablarle amistosamente (Dt. 27:24). Si
le hubiese retado abiertamente, se habría portado como un soldado, pero al asesinarlo a
traición, se portó como un villano y un cobarde. Abner estaba ahora a las órdenes de
David; de modo que, a través de su costado, Joab fue a herir al propio David.
Finalmente, otra agravante fue el hacerlo en la puerta de la ciudad, abiertamente y sin
avergonzarse de derramar la sangre en público.
V. David llevó muy a mal el crimen y expresó de muchas maneras su detestación de
tan execrable villanía.
1. Se confesó públicamente inocente de tal derramamiento de sangre (v. 28):
«Inocente soy yo y mi reino, delante de Jehová, para siempre, de la sangre de Abner,
hijo de Ner».
2. Pronunció maldición sobre Joab y sobre su familia (v. 29): «Caiga sobre la
cabeza de Joab, etc.». Con todo, mejor que su apasionada imprecación a Dios contra la
posteridad de Joab, hubiese sido el castigo inmediato del propio asesino.
3. Ordenó a todos los que se hallaban con él, incluido a Joab, que hiciesen duelo por
Abner (v. 31). No alabó al difunto por ser un santo, ni siquiera un hombre honrado, pero
dijo de él lo que era verdad (v. 38): «un príncipe y un hombre grande». (A) Que todos
hagan por él lamentación. Una pérdida pública debe causar pesadumbre a toda la
comunidad puesto que cada individuo de la comunidad la comparte. Así procuró David
que se hiciese honor a la memoria de un hombre de mérito, a fin de animar a otros. (B)
Que lo lamente especialmente Joab, quien tiene menos corazón, pero más razón, que los
demás.
4. El propio David marchó detrás del féretro como jefe del duelo y pronunció la
oración fúnebre junto al sepulcro: «Y alzando el rey su voz, lloró junto al sepulcro de
Abner» (vv. 31, 32). Puesto que Abner había sido un bravo guerrero en el campo de
batalla y podía haber prestado grandes servicios al pueblo en esta crítica coyuntura,
David olvida todas las anteriores desavenencias y se duele sinceramente de su pérdida.
Las palabras que pronunció junto al sepulcro arrancaron lágrimas de los ojos de todos
los presentes (v. 33): «¿Había de morir Abner como muere un villano?»
(A) Habla como quien está apenado de que Abner haya muerto de forma tan
insensata, asesinado de improviso, bajo pretexto de amistad. Los hombres más sabios y
valientes no disponen de defensa contra la traición. Ver a Abner, quien se tenía por el
quicio en torno al que giraban todos los asuntos importantes de Israel, caer
insensatamente a manos de un vil rival, como presa de la ambición y de los celos de
Joab, basta para desdorar el orgullo de toda gloria humana y debería poner a cualquiera
al abrigo de los caprichos de las grandezas mundanas.
(B) Por otra parte, habla como quien se jacta de que Abner no murió como un
insensato, pues el texto hebreo dice literalmente: «¿Había de morir Abner como un
insensato (¡hebreo, nabal!)?» ¡No! Abner no murió como un criminal, traidor o felón.
Los LXX traducen: «¿Es que había de morir Abner conforme a la muerte de Nabal?»
Nabal murió como cumplía a su nombre, como un insensato pero la muerte de Abner
fue como la que podría acontecer al hombre más sabio y más honesto de este mundo.
5. David ayunó todo aquel día y nadie pudo persuadirle a que comiese cosa alguna
hasta después de la puesta del sol (v. 34).
6. Deploraba el que no podía ejecutar a los asesinos (v. 30) sin perjuicio del interés
público. David estaba ahora en posición débil y su reino era todavía como una tierna
planta; una pequeña sacudida habría bastado para derribarlo. La familia de Joab era muy
allegada a la causa de David, como parientes próximos que eran del rey; eran valientes y
osados, y enemistarse con ellos en esta coyuntura podía acarrearle fatales
consecuencias. David, pues, se contenta, como persona privada, con dejarles en manos
de la justicia divina (v. 39): «Jehová de el pago al que mal hace, conforme a su
maldad». Pero esto va en descrédito: (A) De la grandeza de David. (B) Y de la bondad
de David. Él tenía que haber cumplido con su obligación, y haber confiado en Dios en
cuanto a las consecuencias. Como dice el proverbio latino: Fiat justitia ruat coelum =
«Hágase la justicia aunque se hunda el firmamento». Si la ley se hubiese cumplido
sobre la cabeza de Joab, quizá se habría impedido el asesinato de Is-bóset, el de Amnón
y de otros. Perdonar la vida a Joab fue una política carnal y una compasión cruel.
CAPÍTULO 4
Asesinato de Is-bóset. I. Lo matan dos criados suyos y le llevan la cabeza a David
(vv. 1–8). II. David, en lugar de recompensarles los manda ejecutar por lo que habían
hecho (vv. 9–12).
Versículos 1–8
I. Extrema debilidad de la casa de Saúl. 1. En cuanto a Is-bóset, eran débiles sus
manos (v. 1). Toda la fuerza que le quedaba le venía del apoyo de Abner, y ahora que
éste había muerto, no le quedaban ánimos, pues no volvería a recobrarle. Se ve, pues
abandonado de sus amigos y a merced de sus enemigos. 2. En cuanto a Mefi-bóset,
quien por la línea de su padre Jonatán tenía mejores derechos al trono, sus pies eran
débiles, pues era cojo y, por ello, inhabilitado (según las costumbres orientales) para
ejercer el oficio de soberano (v. 4). Tenía sólo cinco años cuando murieron su padre y
su abuelo, y su nodriza, al enterarse de la victoria de los filisteos, tuvo miedo de que se
hicieran también con su joven amo que era el más directo heredero de la corona. Así
que huyó con el niño en brazos y, apresurándose más de lo debido se le cayó el niño y
quedó cojo de por vida, por habérsele hecho mal la juntura de los huesos que se le
rompieron.
II. Asesinato del hijo de Saúl.
1. Quiénes fueron los asesinos: Baaná y Recab (vv. 2, 3). Eran hermanos y siervos
ambos de Is-bóset tomados a su servicio, por lo que fue tanto mayor la traición y la
villanía que cometieron con él. Además eran benjaminitas, de la misma tribu que su
señor. Procedían de la ciudad de Beerot. El texto sagrado nos recuerda que Beerot «se
considera como de Benjamín» (v. 2—v. Jos. 18:25—), pero fue Saúl, probablemente,
quien persiguió a los habitantes de Beerot que eran gabaonitas (21:1–2), y ellos se
refugiaron en Guitáyim, cuya ubicación nos es desconocida; allí se hallaban (v. 3)
cuando se escribía la porción que comentamos.
2. Cómo se cometió el asesinato (vv. 5–7). Is-bóset era un haragán, amigo de la
comodidad y enemigo del quehacer; y cuando debía haber estado al frente de sus
fuerzas en el campo, en esta crítica coyuntura, o al frente de sus consejeros para hacer
trato con David estaba en cama echando la siesta, porque su corazón y su cabeza eran
tan débiles como sus manos (v. 1). En este momento llegaron a su casa Baaná y Recab
traicioneramente, bajo pretexto de recoger víveres para el regimiento. La habitación del
rey y la habitación donde se guardaba el grano eran contiguas. Además la portera se
había dormido. Todas las circunstancias les fueron favorables para el propósito que
abrigaban; así que, sin preocuparse del trigo (por lo que se ve), asesinaron a Is-bóset en
su propio lecho y se marcharon.
3. Los asesinos se regocijaron en el triunfo que habían conseguido. Como si
hubieran llevado a cabo una acción muy gloriosa, llevaron a David como regalo la
cabeza de Is-bóset (v. 8). No es que tuviesen miramiento alguno hacia el honor de Dios
o hacia el de David. Sus miras estaban puestas únicamente en hacer fortuna y ver de
alcanzar algún alto puesto en la corte de David.
Versículos 9–12
Justa ejecución de los asesinos de Is-bóset.
I. Pronunciamiento de la sentencia. No necesitaban ser convencidos del crimen, pues
su propia lengua testificó contra ellos. Tan lejos estaban de negar el hecho que se
gloriaban de él. Por tanto, David les echa en cara lo abominable de su acción. Is-bóset
se había comportado rectamente con ellos, no les había hecho ningún daño ni intentaba
hacérselo. En este sentido llama David a Is-bóset «hombre justo» (v. 11), a pesar de que
a él personalmente le había creado injustos problemas. La forma en que habían llevado
a cabo el crimen era una circunstancia agravante, pues le habían asesinado en su propia
casa y en su lecho, cuando no podía ofrecerles ninguna resistencia. Les cita un
precedente de otra traición similar (v. 10): Al que le trajo nuevas de la muerte de Saúl,
le mató en Siclag. Ratifica con un juramento la sentencia (v. 9): Vive Jehová que ha
redimido mi alma de toda angustia. Se expresa con esta resolución para impedir que
nadie interceda a favor de los asesinos, a la vez que indica piadosamente que sólo
dependía de Dios en cuanto a llegar a la posesión del trono prometido y que, por eso, no
permitía que hombre alguno intentase ayudarle por medio de acciones ilícitas.
II. Ejecución de la sentencia. Inmediatamente ordena David la ejecución, conforme
a ley y justicia, de los asesinos (v. 12) ¡Qué horrible decepción y vergüenza para los dos
criminales! La misma suerte aguarda a quienes piensen servir a la causa del Hijo de
David por medio de prácticas inmorales, por guerra y persecución, por fraude y rapiña,
como son los que, incluso bajo capa de religión, asesinan a príncipes, quebrantan
solemnes pactos, devastan países y aborrecen a los verdaderos creyentes hasta matarlos
creyendo que rinden servicio religioso a Dios (Jn. 16:2). Por mucho que los hombres
canonicen tales métodos de servir a la Iglesia y a la causa católica, Cristo les hará saber,
en su día, que la cristiandad no se fundó para destruir a la humanidad, y que quienes
piensen por ese medio merecer el cielo no escaparán de la condenación en el Infierno.
CAPÍTULO 5
En este capítulo: I. David es ungido rey por todas las tribus (vv. 1–5). II. Se adueña
de la fortaleza de Sion (vv. 6–10). III. Edifica para sí una casa y se fortalece en su reino
(vv. 11, 12). IV. Los hijos que le nacieron después de venir de Hebrón (vv. 13–16). V.
Sus victorias sobre los filisteos (vv. 17–25).
Versículos 1–5
I. La humilde sumisión de todas las tribus a David, rogándole que asuma las riendas
del gobierno de la nación y reconociéndole por rey. Judá se había sometido al gobierno
de David hacía algo más de siete años, y la libertad y felicidad que había hallado bajo su
administración animó a las demás tribus a someterse también. El recuento de los que
vinieron a él de cada tribu, el celo y la sinceridad con que se presentaron a él y la
hospitalidad que él les prestó en Hebrón durante tres días cuando en el corazón de todos
estaba hacerle rey sobre todo Israel, se nos narran con todo detalle en 1 Crónicas 12:23–
40. Aquí tenemos las razones que presentaron para hacer rey a David.
1. Alegaron la relación que tenían con él (v. 1): «Henos aquí, hueso tuyo y carne
tuya somos»; no le dicen: «tú eres hueso nuestro y carne nuestra; no eres un extraño,
descalificado por la ley (Dt. 17:15) para ser rey nuestro», sino lo que es más: «nosotros
somos tuyos. Tú estarás tan contento como nosotros en poner fin a esta larga guerra
civil; y tú te apiadarás de nosotros, nos protegerás y harás todo lo posible por nuestro
bien común». Quienes toman a Cristo por su rey pueden decirle igualmente: «Hueso
tuyo y carne tuya somos, pues te has hecho en todo semejante a tus hermanos (He.
2:17); por consiguiente, tú serás nuestro príncipe, y toma en tus manos esta ruina» (Is.
3:6).
2. Los anteriores buenos servicios que había prestado a la nación (v. 2) eran un
nuevo motivo para reconocerle como rey. Pero la razón principal era la promesa de
Jehová: «Además Jehová te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, y tú serás
príncipe sobre Israel».
II. Pública y solemne entronización de David (v. 3). Fue convocada una convención
de principales, todos los ancianos vinieron a él; se fijó y selló el pacto, y fue suscrito por
ambas partes. David se obligó a protegerles como juez en paz y capitán en guerra; y
ellos se obligaron a obedecerle. Jehová fue testigo. Y así es como fue ungido rey por
tercera vez. Su promoción al trono se llevó a cabo, no de una vez, sino gradualmente, a
fin de que su fe fuese puesta a prueba y, al mismo tiempo, ganase experiencia. De este
modo, su reino fue tipo del de Cristo, quien había de llegar a la cima por grados, pues
aunque no veamos aún todas las cosas sometidas a Él (He. 2:8), un día las hemos de ver
(1 Co. 15:25).
III. Informe general de su edad y del tiempo de su reinado. Tenía treinta años
cuando comenzó a reinar, a la muerte de Saúl (v. 4). Ésta era la edad en que los levitas
entraban a servir en el ministerio del santuario (Nm. 4:3). También fue a esa edad
aproximadamente (Lc. 3:23) cuando comenzó el Hijo de David a ejercer su ministerio
público. Es la edad de la madurez vigorosa; como suele decirse, «la flor de la vida».
Reinó en total, según el texto sagrado, cuarenta años y medio: siete y medio en Hebrón;
treinta y tres en Jerusalén (v. 5). Hebrón había sido famosa (Jos. 14:15) y era una ciudad
sacerdotal. Pero Jerusalén iba a ser más famosa: la ciudad regia y la ciudad santa.
Versículos 6–10
Si Salem el lugar donde Melquisedec fue rey, es Jerusalén (como parece probable
por el Sal. 76:2) ya era famosa en tiempo de Abraham. Josué halló que era la principal
ciudad de la parte sur de Canaán (Jos. 10:1–3). Cayó dentro de la heredad de Benjamín
(Jos. 18:28), pero estrechamente unida a Judá (Jos. 15:8). Los hombres de Judá la
habían tomado (Jue. 1:8), pero luego los benjaminitas dejaron a los jebuseos vivir entre
ellos (Jue. 1:21), y se establecieron y se multiplicaron allí de tal forma que llegó a
llamarse ciudad de los jebuseos (Jue. 19:11). Ahora bien, lo primero que hizo David,
tan pronto como fue ungido por rey de todo Israel, fue conquistar Jerusalén de las
manos de los jebuseos, lo cual no pudo hacer antes porque la ciudad pertenecía a
Benjamín, tribu que se había adherido a la causa de Saúl (1 Cr. 12:29).
I. Los jebuseos desafiaban a David y a sus fuerzas. Decían: Tú no entrarás acá, pues
aun los ciegos y los cojos bastan para rechazarte (queriendo decir: David no podrá
entrar acá) (v. 6). Así traducen, poco más o menos (nota del traductor), todas las
versiones, tanto inglesas como castellanas, pero el texto hebreo y los LXX favorecen la
opinión de Bullinger, según el cual los jebuseos tenían tal confianza en la
inexpugnabilidad de la fortaleza, que pusieron en la salida del acueducto a ciegos y
cojos que decían: David no entrará (lit.) acá. Es digno de compararse este lugar con
Lamentaciones 4:12. Ya sea que confiaran en sus dioses o en la solidez de sus
fortificaciones, la arrogancia de los jebuseos (propiamente, yebuseos) no tenía límites.
II. Éxito de David contra los yebuseos. El orgullo e insolencia de éstos, lejos de
desanimar a David, le envalentonaron y, al preparar el asalto, dio la siguiente orden:
«Cualquiera que combata al yebuseo, que alcance a través del acueducto a los ciegos y
a los cojos que David aborrece. Por eso dicen: Ni cojo ni ciego entrarán en la casa» (v.
8, lit.). Al comparar este texto con 1 Crónicas 11:4–6, se ilumina lo oscuro del presente
lugar. Por allí vemos que David prometió elevar a un rango militar superior a quien
derrotase a los yebuseos; y el primero que subió por el acueducto fue Joab. Por esta
razón, Bullinger opina con bastante fundamento (v. también la Biblia de Jerusalén—
nota del traductor—) que en 2 Samuel 5:8 hay una elipsis (falta la apódosis) que es
preciso rellenar con los datos de 1 Crónicas 11. Otros autores opinan que no se debe
modificar el texto de 1 Samuel, aun concediendo que se trata de un versículo muy
oscuro en el original mismo.
III. David fija su residencia regia en Sion. Él mismo habitó en la fortaleza y edificó
casas en torno suyo, probablemente para sus guardias y ayudantes «desde Miló hacia
adentro» (v. 9). Para la referencia de Miló puede verse 1 Reyes 9:15. Es probable que se
implique aquí la construcción de la muralla o la reparación de las antiguas
fortificaciones. Así que David actuó incansablemente y prosperó en cuanto llevaba a
cabo, creció en honor, fuerza y riquezas, y fue más y más honorable a los ojos de sus
súbditos, y más y más formidable a los ojos de sus enemigos, porque Jehová Dios de los
ejércitos estaba con él (v. 10).
Versículos 11–16
I. Construcción del palacio real de David, apto para la audiencia de la corte y para el
homenaje que se le prestaba (v. 11). Hiram, rey de Tiro y hombre muy rico, al enviar su
felicitación a David por la accesión de éste al trono de Israel, le ofreció obreros y
materiales para que se edificase una casa digna de tal rey. David aceptó agradecido la
oferta, y los obreros de Hiram le edificaron una casa a gusto de él. Siempre ha habido
grandes artistas y científicos que fueron extraños a los pactos de la promesa. Pero no
por eso fue la casa de David mejor o peor, ni más o menos apropiada para ser dedicada
a Dios, por haber sido construida por los súbditos de un rey extranjero. En la profecía de
Isaías, con respecto a la futura gloria de Sion, leemos: Hijos de extranjeros edificarán
tus muros, y sus reyes te servirán (Is. 60:10).
II. El gobierno de David es afianzado (v. 12). 1. Su reino estaba ya tan firme que
nada podía sacudirlo. El que lo hizo rey, lo afianzó a él y a su reino, porque había de ser
tipo del reinado de Cristo, que no tendrá fin (Lc. 1:32, 33). 2. Fue exaltado a los ojos de
amigos y de enemigos. Nunca apareció tan grande como entonces la nación de Israel.
Pero Dios no puso a los israelitas como súbditos de David para que él fuese grande, rico
y monarca absoluto, sino para que él pudiese mejor conducirles, guiarles y protegerles.
III. Incremento de la familia de David. Son mencionados aquí (vv. 14–16) todos los
hijos, once en total, que le nacieron después que se estableció en Jerusalén. A éstos hay
que añadir los seis que le habían nacido en Hebrón (3:2, 5). También se nos dice (v. 13)
que tomó más concubinas y mujeres de Jerusalén; en otras palabras, formó un harén al
estilo de los reyes orientales. ¿Le alabaremos por ello? ¡Ciertamente, no! No podemos
alabarle, ni justificarle, ni siquiera excusarle. Quizá pensaba que de esta forma
fortalecería sus intereses, multiplicaría sus alianzas e incrementaría la familia real, pero
iba claramente contra la ley de Dios (Dt. 17:17). Y aun teniendo tantas mujeres y
concubinas, todavía codició la única mujer de su prójimo (cap. 11; v. 12:1–3) y abusó
de ella. Una vez que los hombres rompen la barrera, no hay nada que les contenga.
Versículos 17–25
El especial servicio por el que David fue exaltado al trono de Israel fue que salvase a
la nación de manos de los filisteos (3:18). Aquí se nos refieren dos grandes victorias que
obtuvo contra los filisteos, por las que no sólo contrarrestó la pérdida y la desgracia
sufridas en la batalla en que Israel fue derrotado y Saúl halló la muerte juntamente con
sus hijos, sino que llegó a la dominación casi total de estos peligrosos enemigos.
I. En ambas acciones los filisteos fueron los agresores. 1. En la primera vinieron a
buscar a David (v. 17) porque oyeron que había sido ungido por rey sobre Israel.
Pensaban, pues, aplastar su gobierno en la misma infancia, antes de que se afianzara del
todo. Se unieron todos para esta empresa, pero fueron quebrantados (v. Is. 8:9, 10). 2.
En la segunda volvieron a venir (v. 22) y esperaban recuperar lo que habían perdido en
el primer encuentro, ya que su corazón estaba endurecido para la destrucción de ellos
mismos (v. 25). 3. En ambas ocasiones se extendieron por el valle de Refaím (vv. 18,
22) que caía muy cerca de Jerusalén. Esperaban hacerse dueños de la ciudad antes de
que completara David el trabajo de las fortificaciones. Con el verbo «se extendieron» da
a entender el texto que eran muy numerosos.
II. En ambos casos, aunque David era lo bastante valiente para marchar contra el
enemigo, no entró en acción sin antes consultar a Jehová (vv. 19, 23) por medio del
efod. Su consulta abarcaba dos puntos: 1. En cuanto a su deber: «¿Iré contra los
filisteos?» Aquís le había tratado muy bien cuando David se hallaba en apuros, y le
había protegido. Parece, pues, preguntar: «En recompensa de aquella fineza, ¿no debería
yo buscar las paces con ellos, más bien que hacerles frente en el campo de batalla?»
«¡No!», le dice Dios, «son enemigos de Israel; sube, pues». 2. En cuanto al éxito de la
campaña. Su conciencia le había inclinado a preguntar: «¿Subiré?» (lit.). Ahora su
prudencia le hacía preguntar: «¿Los entregarás en mi mano?» Con esto reconoce su
total dependencia de Dios en cuanto a la victoria. «¡Sí!», le responde a esto Dios; «Ve,
porque ciertamente entregaré a los filisteos en tu mano». Si Dios nos envía a un lugar
con un cometido cualquiera, Él nos protegerá y estará con nosotros. La seguridad que
Dios nos ha dado de victoria sobre nuestros enemigos espirituales nos debería animar en
nuestras luchas con Satanás y sus huestes de maldad. David tenía ahora a su disposición
un grande y animoso ejército; con todo, confió en la promesa de Dios más que en sus
propias fuerzas.
III. En el primero de estos encuentros David derrotó a los filisteos a filo de espada
(v. 20) y, después de la victoria: 1. Dio al Señor la gloria por el triunfo, pues puso por
nombre al lugar: Baal-perasim, que significa «Señor de las roturas» (o de los
quebrantamientos), porque, al haber quebrantado Dios a las fuerzas enemigas,
fácilmente pudo él obtener la victoria sobre las mismas. 2. Cubrió de vergüenza los
ídolos del enemigo. Los filisteos habían traído al campo de batalla las imágenes de sus
dioses para que les protegiesen, así como los israelitas habían llevado al campo de
batalla el Arca de Jehová; pero, al ser puestos en fuga, no se detuvieron a llevarse las
imágenes, porque les resultaban una carga sobre las bestias cansadas (Is. 46:1), por lo
que las abandonaron en el campo de batalla, juntamente con el resto del bagaje en
manos del vencedor. David y sus hombres hicieron uso del resto del botín pero a las
imágenes las quemaron (v. 21), como había ordenado Dios (Dt. 7:5). El obispo Patrick
hace notar aquí muy bien que cuando el Arca cayó en manos de los filisteos los
consumió, pero cuando estas imágenes cayeron en manos de Israel, no pudieron salvarse
a sí mismas de ser consumidas.
IV. En el segundo de estos encuentros Dios concedió a David algunas señales
sensibles de su presencia con él, le ordenó que no cayera de frente sobre el enemigo,
como la vez anterior, sino que los rodease (v. 23). 1. Dios le ordena que se detenga. Y,
como en otro tiempo, Israel se estuvo quieto para ver la salvación de Jehová (Éx.
14:13). 2. Le prometió que Él mismo (Dios) cargaría contra el enemigo por medio de un
invisible ejército de ángeles (v. 24): «cuando oigas ruido como de pasos en la cima de
las balsameras, entonces te moverás» (comp. con 2 R. 7:6). La gracia de Dios debe
despertar en nosotros la prontitud para actuar. El ruido de los pasos era: (A) Una señal
para que David se pusiera en movimiento. Bien podemos ponernos en marcha cuando
Dios va delante de nosotros. Y (B) Quizás, alarma para el enemigo, a fin de ponerle en
desorden y confusión. Al oír como pasos de un ejército que marchaba contra ellos, se
retiraron precipitadamente y cayeron en manos de las fuerzas de David que estaban a la
retaguardia del enemigo. (C) El éxito de esta estratagema se nos narra brevemente en el
versículo 25. David actuó conforme Jehová se lo había mandado, esperó a que Dios se
moviese, y sólo entonces atacó al enemigo. Hirió a los filisteos hasta la misma frontera
del país de ellos. Cuando el reinado del Mesías comenzó su primera fase, los Apóstoles
encargados de abatir el reinado de Satanás hubieron de esperar hasta recibir la promesa
del Espíritu (esto es, el Espíritu prometido), el cual vino del Cielo con un estruendo
como de un viento recio que soplaba (Hch. 1:4, 8; 2:2), del cual era, en alguna forma,
tipo este ruido como de pasos en la cima de las balsameras.
CAPÍTULO 6
Después de humillar a los filisteos, David se dispone a traer a Jerusalén el Arca, no
sólo para tenerla cerca de él, sino también para que añadiese ornamento y fuerza a la
nueva fundación. I. Un primer intento que se frustró. El propósito era bueno (vv. 1–2),
pero: 1. Cometieron un grave error al transportar el Arca en una carreta (vv. 3–5). 2.
Este error fue seguido de otro, y Uzá murió por haber tocado el Arca (vv. 6–7). 3. Esto
aterrorizó a David (vv. 8–9), quien detuvo la marcha y dejó el Arca en casa de Obed-
edom (vv. 10–11). II. Tras las bendiciones derramadas sobre la casa de Obed-edom, se
reanudó la marcha con gran júbilo y satisfacción (vv. 12–15), y en ella vemos: 1. El
buen entendimiento entre David y el pueblo (vv. 17–19). 2. El altercado entre David y
su esposa Mical en esta ocasión (vv. 16, 20–23). Y cuando consideramos que el Arca
era la señal de la presencia de Dios y, al mismo tiempo, tipo de Cristo, vemos cuán
instructivo es este relato.
Versículos 1–5
El Arca estaba alojada en Quiryat-Yearim desde su regreso de su cautividad entre
los filisteos (1 S. 7:1, 2). Aunque 1 Samuel 14:18 parece indicar que el Arca fue llevada
una vez desde allí, pero no es probable que el Arca fuese transportada en aquella
ocasión, sino sólo el efod. Lo que antaño había significado tanto para Israel, era una
cosa que los israelitas habían descuidado por muchos años. La visibilidad en sí no es
una nota de la verdadera Iglesia. Dios se hace presente, con su gran amor, en medio de
sus hijos y dentro de sus almas, incluso cuando faltan las señales exteriores de su
presencia. Pero ahora que David está afianzado en su trono, comienza a revivir el honor
del Arca.
I. Precisamente porque habían sido muy escasas las menciones del Arca en años
recientes, se la describe aquí más ampliamente (v. 2): «el Arca de Dios, sobre la cual
era invocado el nombre de Jehová de los ejércitos, que mora entre los querubines».
Aprendamos de aquí: 1. A pensar y hablar de Dios altamente, pues su nombre está sobre
todo otro nombre (comp. con Fil. 2:9): Jehová Tsebaoth = «Jehová de las huestes»
(ángeles y estrellas), que tiene bajo su mando a todas las criaturas del cielo y de la
tierra, y, no obstante, condesciende a morar entre los querubines, con lo que reconcilia
al mundo con vistas a un Mediador y dispuesto siempre a hacerles bien. 2. A pensar y
hablar con honor acerca de las santas ordenanzas, las cuales son para nosotros, como el
Arca para Israel, señal de la presencia del Señor entre nosotros (Mt. 28:20) y medios de
su gracia de nuestra comunión con Él (Sal. 27:4). Cristo es nuestra Arca.
II. Honroso acompañamiento que tuvo el Arca al ser trasladada. David propuso el
traslado (1 Cr. 13:1–3). Todos los hombres escogidos de Israel son convocados a
solemnizar la fiesta, a pagar sus respetos al Arca y a dar testimonio de su regocijo por el
traslado a Jerusalén. Esto serviría para infundir en el corazón de la juventud de la
nación, que escasamente habrían oído hablar del Arca, una gran veneración hacia ella.
III. Grandes expresiones de gozo en el traslado del Arca (v. 5). Así como el culto
privado es tanto mejor cuanto más privado es, así también el culto público es tanto
mejor cuanto más público es; ciertamente tenemos motivos para regocijarnos cuando se
retiran los impedimentos para el libre ejercicio de la religión, y el Arca de Dios halla
alegre acogida en la ciudad de David, donde no sólo disfruta de la protección, sino
también del estímulo, de los poderes públicos. Para mejor expresar su gozo, danzaban
delante de Jehová. El Dr. Lightfoot opina que fue entonces cuando David compuso el
Salmo 68, puesto que comienza con la antigua oración de Moisés en el traslado del
Arca: «Levántese Dios, sean esparcidos sus enemigos»; también se hace mención aquí
(v. 25 del mismo Salmo) de los cantores y músicos que acompañaban, y (v. 27) de los
príncipes de varias tribus. Quizás incluso las palabras con que se cierra el Salmo (v. 35):
«Temible eres, oh Dios, desde tu santuario», fueron añadidas con ocasión de la muerte
de Uzá.
IV. Vemos, sin embargo, un grave error del que fueron culpables en este traslado,
pues transportaron el Arca en una carreta tirada por bueyes, cuando debía ser
transportada siempre a hombros de los levitas (v. 3, comp. con Nm. 3:29 y ss.). A los
coatitas, que tenían a su cargo el Arca, no se les había asignado ninguna carreta «porque
llevaban sobre sí en los hombros el servicio del santuario» (Nm. 7:9). El Arca no era
una carga tan pesada como para que no pudieran llevarla a hombros hasta el monte
Sion; por tanto, no necesitaban cargarla en una carreta como si fuese un objeto profano.
No tenían excusa en que así lo habían hecho los filisteos sin ser castigados por ello pues
los filisteos no conocían el valor, la importancia y el significado del Arca. Los filisteos
podían transportarla así impunemente, pero si los israelitas les imitaban, no podían
quedar impunes. Poco mejoraban el caso con transportarla en una carreta nueva; nueva
o vieja, no era ése el modo que Dios había ordenado.
Versículos 6–11
Uzá es herido de muerte por tocar el Arca durante el traslado a la ciudad de David;
fue una trágica experiencia que empañó el gozo de la solemnidad, impidió el avance de
la marcha y, de momento ocasionó la dispersión de esta gran asamblea, congregada para
asistir con gozo a la fiesta y despedida a sus casas con terror.
I. La culpa de Uzá parece pequeña a primera vista. Él y su hermano Ayó, hijos (o,
más probablemente, nietos—v. 1 S. 7:1—) de Abinadab, en cuya casa había estado
alojada el Arca por largo tiempo (unos 70 años), acostumbrados a tenerla a su cargo,
guiaban la carreta en que el Arca era transportada, siendo éste, quizás, el último servicio
que habían de prestarle, puesto que habrían de ser encargados de ello otros levitas
cuando el Arca llegase a la ciudad de David. Ayó iba delante (v. 4), a fin de abrir paso
y, si era preciso, guiar los bueyes. Uzá iba detrás, muy cerca del Arca. Sucedió que los
bueyes dieron una sacudida. Discrepan los autores sobre el significado del verbo hebreo
shamat: unos traducen «tropezaron»; otros, «resbalaron»; otros, «cocearon» contra la
aguijada, quizá, con que Uzá les aguijaba; otros, en fin, «se atascaron». Por un accidente
de una u otra forma, el Arca estuvo en peligro de ser sacudida de la carreta. Entonces
fue cuando Uzá le echó mano para sostenerla. Él era levita, pero sólo los sacerdotes
podían tocar el Arca. La ley estaba clarísima en este punto (Nm. 4:15) concerniente a
los coatitas; habían de transportar todos los utensilios del santuario, pero no podían
tocar las cosas santas, pues morirían.
II. El castigo que sufrió por tal ofensa parece muy grande a primera vista (v. 7):
«cayó allí muerto junto al Arca de Dios»; ni siquiera el propiciatorio le salvó de la
muerte. ¿Por qué se portó Dios tan severamente con él? 1. Tocar el Arca, como hemos
visto, estaba vedado expresamente a los levitas, bajo pena de muerte. 2. Dios vio en el
corazón de Uzá una cierta presunción e irreverencia. Quizá quiso mostrar delante de
toda la asamblea cuán bien podía manejar el Arca, al haber estado por largo tiempo a su
servicio. 3. David reconoció después que Uzá había sido castigado por un pecado del
que todos eran culpables, esto es, por haber transportado el Arca sobre una carreta. Pero
aun en esto tenía Uzá mayor culpa, pues de él y de su hermano parece ser que partió la
iniciativa de transportarla de aquella manera. 4. Dios quería inculcar con ello en los
israelitas una mayor veneración de las cosas santas y convencerles de que no era el Arca
menos digna de respeto por haberse hallado hasta entonces en circunstancias humildes;
así aprenderían a regocijarse con temor y a tratar las cosas santas con reverencia y temor
santo.
III. David se resintió tremendamente de esta desgracia y no podemos decir que sus
sentimientos fuesen del todo apropiados como deberían haber sido.
1. Se disgustó mucho (v. 8): «Se encendió la ira de David» (lit.). Es el mismo
vocablo hebreo que se emplea para expresar la ira de Dios (v. 7). Porque Dios estaba
airado, David también se airó y se puso de mal humor. Es cierto que la muerte de Uzá
eclipsó algún tanto la gloria de la solemnidad, pero el deber de David era someterse a la
sabiduría y a la justicia de Dios en el episodio, en lugar de desagradarle lo que Dios
hizo. Cuando estamos bajo la ira de Dios, hemos de soportarla con mansedumbre.
2. Le entró miedo (v. 9). Parece ser que le sorprendió lo sucedido, pues dijo:
«¿Cómo ha de venir a mí el Arca de Jehová?» Como si Dios fuese tan extremadamente
escrupuloso en cuanto a su Arca que mejor era mantenerse a distancia de ella. La
reacción apropiada habría sido: «Que venga a mí el Arca, y yo aprenderé de este
episodio a tratarla con mayor reverencia». Así que no quiso traer para sí el Arca de
Jehová (v. 10) mientras no estuviese en mejor disposición de ánimo.
3. Se preocupó de perpetuar la memoria de este golpe y puso al lugar un nuevo
nombre: Peres-Uzá (v. 8), que significa «quebrantamiento de Uzá». Anteriormente,
después de derrotar a los filisteos, llamó al lugar «Baal-perasím», esto es, «Señor de los
quebrantamientos». Pero ahora era el quebrantamiento de uno de sus amigos. El
memorial serviría de aviso a la posteridad para evitar toda precipitación e irreverencia
en el trato de las cosas santas.
4. Alojó el Arca en buena casa, la casa del levita Obed-edom que caía cerca del
lugar en que había acaecido el desastre, y allí: (A) Fue bien acogida y atendida, y
permaneció por tres meses (vv. 10, 11). Obed-edom conocía la matanza que el Arca
había llevado a cabo entre los filisteos y los betsemitas. Había visto caer a Uzá por
tocarla y se dio cuenta de que el propio David tenía miedo de seguir adelante con ella;
sin embargo, le abrió de par en par las puertas de su casa sin temor alguno; sabía que era
«olor de muerte para muerte» (2 Co. 2:16) únicamente para quienes la tratasen sin
respeto. (B) Obtuvo por ello gran bendición: «Y bendijo Jehová a Obed-edom y a toda
su casa». La misma mano que había castigado la orgullosa presunción de Uzá,
recompensó la humilde osadía de Obed-edom e hizo que el Arca fuera para él «olor de
vida para vida». El Arca de Dios es huésped con cuya acogida nadie pierde. Buena cosa
es vivir en una familia que presta al Arca buena acogida, pues todo será bendición allí.
Versículos 12–19
Segundo intento de traer el Arca a Jerusalén; esta vez, con éxito.
I. La bendición que cayó sobre la casa de Obed-edom era una señal de que Dios
estaba reconciliado con su pueblo y de que su ira había cesado. Si Dios estaba en paz
con ellos, bien podían seguir gozosamente con su empresa. 1. Era una evidencia de que
el Arca no era una carga tan pesada como ellos creían; al contrario, era una bendición
para quien estaba cerca de ella. 2. Cristo es también piedra de tropiezo y roca de
escándalo (1 P. 2:8) para los desobedientes; pero, para los que creen, es principal
piedra del ángulo, escogida, preciosa (1 P. 2:6).
II. Cómo se las arregló David ahora. 1. Ordenó que el Arca fuese llevada a hombros
de los levitas, en las barras, como estaba mandado. Esto se halla aquí implícito (v. 13),
pero está expreso en 1 Crónicas 15:15. 2. Cada seis pasos que andaban los que llevaban
el Arca, David ofrecía sendos sacrificios a Dios (v. 13) para expiar por los anteriores
errores. 3. Él mismo asistió a la solemnidad con las más elevadas expresiones de gozo
que puedan darse, pues danzaba con toda su fuerza delante de Jehová (v. 14). Su danza
no fue premeditada según ciertas normas ni ejecutada con artificio formalista, sino que
fue una expresión natural y espontánea de su gran alegría y de la exultación de su
corazón. 4. Todo el pueblo acompañó con júbilo al Arca (v. 15). 5. El Arca fue traída a
salvo y depositada honrosamente en el lugar preparado para ella (v. 17): Metieron el
Arca de Jehová y la pusieron en su lugar en medio de una tienda que David le había
levantado. E inmediatamente que fue colocada allí, sacrificó David holocaustos y
ofrendas de paz delante de Jehová, en agradecimiento a Dios y con súplica para que
continuara su favor. 6. Después de esto, el pueblo fue despedido en medio de general
satisfacción. Les despidió David: (A) Con una piadosa oración (v. 18): Bendijo al
pueblo en el nombre de Jehová de los ejércitos. Por medio de esta oración mostró su
deseo de bienestar para ellos, para que así supiesen que tenían un rey que de veras les
amaba. (B) Con un generoso regalo (v. 19). Fue un copioso reparto de víveres, no una
menguada distribución de limosnas.
Versículos 20–23
Después de despedir a la congregación, David regresó a su casa para bendecirla (v.
20) con una acción de gracias familiar por esta merced nacional. Nunca había regresado
David a su casa con tanta alegría y satisfacción como ahora que había traído el Arca a
su vecindad; sin embargo, incluso este día tan jubiloso acabó con cierto malestar,
ocasionado por su esposa Mical, a quien desagradó la danza de David delante del Arca,
ya que pensaba que su esposo se había degradado con ello.
I. Cuando Mical vio a David en la calle, danzando delante del Arca, le menospreció
en su corazón (v. 16). Pensó que este entusiasmo por traer el Arca de Dios a la ciudad
era excesivo y muy impropio de un soldado, hombre de estado y monarca tan grande.
II. Cuando él llegó a casa con la mejor de las disposiciones, ella salió a su encuentro
para cubrirle de reproches. Vemos:
1. Con qué ironía se burló de él (v. 20): «¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey de
Israel! ¡Cómo has hecho hoy el necio delante de todas las turbas!» Le desagradaba a
Mical el entusiasmo de David por el Arca y tildaba de inmodesta, y hasta de lasciva, su
forma de comportarse delante del Arca. Pero estos reproches no tenían ningún
fundamento, puesto que no cabe duda que David observó el debido decoro en su danza
y, además, sólo se despojó de sus vestiduras regias, pues iba vestido con un efod de lino
(v. 14); es decir, no en función de monarca, sino de sacerdote que ministra delante de
Jehová. El reproche de Mical era tanto más injusto cuanto que David le había mostrado
un afecto tan grande que no quiso aceptar la corona sobre todo Israel sin que antes le
fuera devuelta la esposa de su juventud (3:13). Con esto echaba de ver Mical que tenía
más de hija de Saúl que de esposa de David y hermana de Jonatán.
2. Cómo reaccionó David ante este reproche de ella. Le dio a entender:
(A) Que su intención había sido honrar a Dios (v. 21): Fue delante de Jehová, esto
es, con la atención puesta en Dios solamente. Fuese cual fuese la forma maliciosa en
que ella había interpretado el gesto de David, él tenía el testimonio de su conciencia de
que lo había hecho sinceramente por la gloria de Dios. Y para que no se meta a juzgar la
conducta de su esposo, le recuerda que Dios mismo había retirado su apoyo a la casa de
Saúl prefiriéndole a él para hacerle rey sobre Israel, y si le parecían viles y despreciables
las expresiones de júbilo que había mostrado en la calle delante del Arca él las tenía por
tan apropiadas que estaba dispuesto a repetirlas. «Por tanto, danzaré delante de
Jehová». (a) Si somos aprobados delante de Dios, y lo que hacemos en nuestras
expresiones de piedad lo hacemos por Él, no hemos de temer las censuras ni los
reproches de los hombres. (b) Cuanto más se nos vilipendie y menosprecie por hacer el
bien, tanto mayor ha de ser nuestra resolución en continuar fieles al Señor y dispuestos
a servirle.
(B) Que su intención incluía su propia humillación (v. 22). «Y aun me haré más vil
que esta vez, y seré bajo a tus ojos, pensando que no hay nada demasiado bajo a lo que
no esté yo dispuesto a rebajarme por el honor de Dios».
(C) Que, lejos de tomar en consideración su reproche, prefería ser honrado delante
de las criadas de sus siervos (v. 20), que era lo que precisamente Mical le echaba en
cara: «Pero seré honrado delante de las criadas de quienes has hablado».
3. Para Mical fue muy triste la consecuencia de este altercado (v. 23): Y Mical, hija
de Saúl, no tuvo hijos hasta el día de su muerte (lit.). Aunque el adverbio «ya» no
aparece en el texto hebreo, la posición de la frase al final de todo el episodio da a
entender como si Dios la hubiese condenado a la esterilidad, la mayor causa de
pesadumbre para una mujer semita. Sin embargo, es más probable que David renunciase
a tener relaciones con ella. Lo cierto es que tampoco antes había tenido hijos, lo cual
explicaría, hasta cierto punto, como comenta el rabino Hertz, su frialdad de corazón.
Ella había reprochado injustamente a David, pero ella tenía un mayor y más duradero
reproche. Dios honra a quienes le honran a Él; pero quienes le desprecian a Él y a sus
siervos, serán menospreciados.
CAPÍTULO 7
El Arca de Dios es el cuidado de David como había sido su gozo. I. Su consulta a
Natán sobre edificar casa para el Arca, da a entender su intención de construirla (vv. 1–
2), y Natán aprueba su intención (v. 3). II. Su conversación con Dios sobre ello en la
que: 1. Recibe de Dios un benévolo mensaje acerca de este asunto (v. 4–17). 2. Ofrece a
Dios una oración muy humilde en contestación al mensaje divino, y acepta agradecido
las promesas de Dios para él, y ora con anhelo para que Dios las lleve a cabo (vv. 18–
29).
Versículos 1–3
I. David descansa (v. 1): Estaba el rey asentado en su casa (lit.), tranquilo, sin que
nadie turbase su reposo ni le acosase para salir al campo de batalla. Por largo tiempo no
había disfrutado de una calma como ésta. Y estaba en su elemento cuando, sentado en
su casa, podía meditar en las cosas de Dios y en su Ley.
II. Fue entonces cuando pensó en edificar un templo para el honor de Dios. Había ya
edificado una casa para sí y una ciudad para sus siervos; ahora piensa en edificar
morada para el Arca. 1. Así podría corresponder agradecido a los honores que Dios le
había otorgado. 2. También podría de este modo hacer buen uso de la calma que Dios le
concedía. David consideró (v. 2) la opulencia de su propio palacio («yo habito en casa
de cedro»), comparada con la modestia de la morada del Arca («el Arca de Dios está
entre cortinas»), y pensó que era muy poco apropiado el que él morara en un palacio, y
el Arca de Dios en una tienda de campaña. David había estado desasosegado hasta
encontrar una morada para el Fuerte de Jacob (Sal. 132:4, 5), y ahora está también
desasosegado hasta hallar para el Arca otro lugar mejor. Las personas piadosas no
pueden disfrutar con sosiego de sus comodidades mientras ven a la Iglesia de Dios en
apuros y bajo densas nubes. Por eso, David no tiene contentamiento en su casa de cedro
mientras el Arca no tenga mejor acomodo.
III. Comunica su pensamiento al profeta Natán. Se lo dijo para, por medio de él,
conocer la mente de Dios. Era ciertamente una buena obra, pero ya no era tan cierto que
fuese la voluntad de Dios el que David hubiese de construirla.
IV. A Natán le pareció buena, en un principio, la idea (v. 3): Anda, y haz todo lo que
está en tu corazón, porque Jehová está contigo. Al ver que lo que David se proponía era
cosa muy buena, Natán le dio ánimos para que llevase adelante su proyecto. También
nosotros debemos hacer cuanto podamos para animar y promover los buenos propósitos
y planes de otros, alentándoles con buenas palabras cuando tengamos oportunidad.
Natán le dio estos ánimos, no en nombre de Dios, sino de su propia cuenta; no como
profeta, sino como hombre bueno y prudente.
Versículos 4–17
Plena revelación del favor de Dios para con David por medio de un mensaje que le
fue enviado mediante el profeta Natán. El propósito de este mensaje era quitarle a David
de la cabeza la idea de edificar el templo, y por eso le fue comunicado: 1. Por la misma
mano que le había animado a llevar a cabo la idea, no fuese que, si el mensaje le era
comunicado por medio de otra persona, Natán quedase menospreciado y David se
sintiese perplejo. 2. La comunicación le vino a David aquella misma noche, para que
Natán no continuase por más tiempo en su equivocación y para que David no siguiera
llenándose la cabeza con ideas que nunca había de llevar a la práctica.
I. El propósito de David de edificar para Dios una casa es dado de lado. Dios tomó
buena nota de tal propósito, ya que sabe muy bien lo que hay dentro del hombre, y se
agradó en él, como vemos por 1 Reyes 8:18: «Bien has hecho en tener tal deseo»; con
todo, no le permitió que lo llevase a la práctica: «¿Tú me has de edificar casa en que yo
more? ¡No! Tú no me edificarás casa en que habite (v. el lugar paralelo, 1 Cr. 17:4);
tengo designado para ti otro trabajo, que ha de ser llevado a cabo primero». David es un
hombre de guerra y debe continuar con sus conquistas para ensanchar las fronteras de
Israel. David es también un buen salmista y tiene que preparar salmos para el uso del
templo cuando éste haya sido edificado y fijar los turnos de los levitas. Para la
edificación del templo, será más apropiado el talento genial de su hijo (aún por nacer), y
él dispondrá de mayor cantidad de dinero para los gastos de la obra; por consiguiente, a
Salomón le será reservado llevar a cabo esa obra. Cada uno ha de servir conforme al
don que haya recibido (v. Ro. 12:3 y ss.; 1 Co. 12:7 y ss.). La edificación del templo iba
a ser obra de mucho tiempo y necesitaba la adecuada preparación; pero era algo de lo
que jamás se había hablado hasta ahora. Dios le dice a David:
1. Que hasta ahora nunca había tenido una casa edificada para Él (v. 6); un
tabernáculo había servido para ello, y podía continuar sirviéndole por algún tiempo más.
Dios no tiene en mucho la pompa exterior del culto; la presencia de Jehová era tan
segura y eficaz cuando el Arca moraba en una tienda como cuando estuvo en un templo.
Cristo, como el Arca, «acampó con nosotros» (Jn. 1:14, lit.) cuando estuvo en este
mundo, y verdaderamente pasó por el mundo haciendo el bien (Hch., 10:38), pero pasó
como peregrino, pues no tuvo morada de su propiedad hasta que subió a los cielos, a las
mansiones de arriba en la casa del Padre (Jn. 14:2), y allí se sentó a su diestra (Sal.
110:1; He. 1:3; 8:1; 10:12). También la Iglesia, como el Arca y como Cristo, es
peregrina en este mundo (v. 1 P. 2:11) y mora en una tienda de campaña, porque su
estado presente es pastoril y, al mismo tiempo, militar; su ciudad o residencia fija está
por venir (He. 11:16; 13:14). En sus Salmos, David llama con frecuencia al tabernáculo
«templo» (por ej. Sal. 5:7; 27:4; 29:9; 65:4; 138:2), porque respondía a los objetivos de
un templo, aun cuando estuviese hecho de cortinas.
2. Que nunca había dado órdenes ni instrucciones, ni aun la más leve insinuación, a
ninguno de los anteriores jefes de Israel, esto es, a ninguno de los jueces (1 Cr. 17:6) o
cetros (pues así son llamados los gobernantes, como en Ez. 19:14, y así es llamado el
Supremo Cetro, el del Mesías, en Nm. 24:17), en cuanto a la edificación del templo (v.
7).
II. Dios le trae a la memoria las grandes cosas que ha hecho por David. 1. Le levantó
desde una condición baja y modesta (v. 8): Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas.
2. Le ha dado éxito y victoria sobre sus enemigos (v. 9): «He estado contigo en todo
cuanto has emprendido, para protegerte cuando eras perseguido, y para prosperarte
cuando ibas persiguiendo». 3. Le ha coronado, no sólo con poder y dominio sobre
Israel, sino también con honor y reputación entre las naciones circunvecinas: Y te he
dado un nombre grande, como el nombre de los grandes que hay en la tierra.
III. Al Israel de Dios le es prometido que será establecido felizmente (vv. 10, 11).
Esto viene como en un paréntesis, antes de las promesas hechas a David personalmente,
para que entienda que todo lo que Dios ha determinado hacer por él lo ha hecho por
amor a Israel, a fin de que el pueblo pueda vivir felizmente bajo la administración y
gobierno de David, y para que él tenga la satisfacción de ver en lontananza paz sobre
Israel (comp. con Sal. 128:6). Dos cosas le son prometidas a Israel: 1. Un lugar
tranquilo: Canaán será de ellos, sin que nadie les eche de allí. 2. Un tranquilo disfrute
del lugar «… ni los hijos de perversidad (lit.)—con lo que alude especialmente a los
filisteos, que habían sido una verdadera plaga para ellos—le aflijan más, como al
principio».
IV. La principal razón por la que Dios niega a David el privilegio de erigirle un
templo no se halla aquí, pero se repite varias veces en 1 Crónicas 22:8; 28:3: «Porque tú
has derramado mucha sangre». Aunque, con toda probabilidad, Dios se refiere aquí a la
sangre derramada en defensa de la nación, las manos manchadas de sangre no son las
más apropiadas para una función casi sacerdotal de edificar el templo del Dios
verdadero. Hay autores que piensan que Dios incluye la muerte de Urías (cap. 11) en lo
del «derramar sangre».
V. Vienen a continuación las promesas vinculadas a la familia y a la posteridad de
David. Él se había propuesto edificar una casa a Dios; ahora, Dios se propone, y
promete, edificar casa a David (v. 11); es decir, una dinastía sin fin (v. 16).
1. Algunas de estas promesas se refieren a Salomón, su inmediato sucesor, y al
linaje real de Judá. En cuanto a Salomón, vemos: (A) Que Dios le hará heredero del
trono de su padre David. (B) Que le afianzará en el trono: «Afirmaré su reino» (v. 12),
«afirmaré para siempre el trono de su reino» (v. 13). (C) Que le había de usar en la
honrosa y excelente obra de edificar el templo, del que David tuvo sólo la satisfacción
de intentarlo: «Él edificará casa a mi nombre» (v. 13). (D) Que entrará con él en un
pacto de adopción (vv. 14, 15): Yo le seré a él por padre, y él me será a mí por hijo. No
hay cosa mejor para la felicidad nuestra y la de los nuestros que tener a Dios por Padre.
La promesa tiene que ver, no con una adopción «de gracia» como es la de los creyentes,
sino en sentido impropio de adopción, el mismo nombre que se le impuso (hebreo,
Yedidiyah) únicamente significa «escogido», no para el Cielo, sino para el trono. En
cuanto a dicha adopción como «hijo», vemos: (a) Que Dios, como Padre, le corregirá (v.
14), pues ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? (He. 12:7). (b) Con todo no
le había de desheredar (v. 15). La revuelta posterior de las diez tribus y su separación de
la casa de David fue, más bien, una corrección y un gran castigo de dichas tribus por su
iniquidad, pero la constante adhesión de las dos restantes tribus a la casa de David
perpetuó la merced de Dios a su familia la cual, aunque se acortó, no fue cortada del
todo, como lo fue la casa de Saúl.
2. Otras promesas se refieren a Cristo, que varias veces es llamado David y, con
mayor frecuencia, Hijo de David, a quien apuntaban en último lugar, estas promesas y
en quien tuvieron su pleno cumplimiento. Él era de la descendencia de David (Hch.
13:23). La promesa: Yo le seré a él por padre, y él me será a mí por hijo, es
expresamente aplicada a Cristo en Hebreos 1:5. Además, el establecimiento de su trono
y de su reino para siempre (vv. 13, 16) no puede aplicarse a nadie más que a Cristo y a
su reino (Lc. 1:33). La casa y el reino de David se derrumbaron hace muchísimos siglos;
sólo el reino del Mesías es eterno (v. 16). (A) Natán comunicó fielmente a David este
mensaje (v. 17) y, al prohibirle edificar el templo, tuvo que contradecirse a sí mismo
(comp. el v. 17 con el 3). (B) Dios cumplió fielmente, a su debido tiempo, estas
promesas a favor de David y de su descendencia.
Versículos 18–29
La solemne alocución que dirigió David a Dios en respuesta al benévolo mensaje
que Dios le había enviado.
I. El lugar al que se retiró: «Entró el rey David»; esto es, entró en el tabernáculo
donde estaba el Arca, que era la señal de la presencia de Dios; se puso frente al Arca.
II. La postura que adoptó: «Se sentó (lit.) delante de Jehová». La Biblia nos presenta
tres posturas de oración: 1. De pie, que es la postura sacerdotal, de mediación. 2. De
rodillas, que es postura de sumisión y súplica, como hacía el Apóstol Pablo (Ro. 14:11;
Ef 3:14). 3. Postrado, rostro en tierra, como vemos en el propio Señor Jesucristo (Mt.
26:39). La postura de David aquí es postura más bien de adoración (v. Éx. 17:12; 1 S.
4:13; 1 R. 19:4). Dice el comentario de Jamieson, Fausset y Brown sobre este lugar:
«En cuanto a la actitud particular, David se sentó, más probablemente, sobre sus
talones. Esta era la postura de los antiguos egipcios ante sus santuarios; en el Oriente,
ésta es la postura que indica más profundo respeto ante los superiores. Personas de la
más alta dignidad se sientan así en presencia de reyes, y es la única actitud asumida por
los modernos mahometanos en sus lugares y ritos de devoción». Otros autores piensan
(entre ellos, el propio M. Henry) que se sentó primeramente para meditar, antes de
levantarse para orar.
III. La alocución (u oración) misma, que rebosa piadosos afectos hacia Dios.
1. Habla muy humildemente de sí mismo y de sus méritos personales. Comienza
como quien se ha quedado atónito al oír lo que le ha dicho Dios: «¿Quién soy yo, y qué
es mi casa?» (v. 18). Tenía baja opinión: (A) De sus méritos personales: «¿Quién soy
yo?»; sin embargo, era un hombre de cualidades excepcionales, extraordinariamente
dotado en cuerpo y alma. Pero, cuando se aproxima a Dios, piensa de sí como de
alguien indigno de que Dios se fije en él. (B) De los méritos de su familia: «¿Qué es mi
casa?» Sin embargo, su familia era de la tribu de Judá, la tribu del cetro. Vimos una
reacción similar en Gedeón (Jue. 6:15). De aquí hemos de aprender a considerar todos
nuestros éxitos como concesiones gratuitas de Dios.
2. Habla muy altamente de los favores de Dios hacia él: (A) En lo que ha hecho por
él: «… ¿para que tú me hayas traído hasta aquí?»; es decir, hasta esta posición de tan
gran dignidad y poder. (B) En lo que ha prometido hacer por él. Muchas cosas había
hecho ya Dios por él; pero, como si todo ello no fuera nada le promete hacer por él
mucho más (v. 19). Debemos reconocer, como lo hace aquí David: (a) Que esto supera
toda expectación: «¿Y (es) ésta la ley del hombre, Señor Jehová?» (lit.). Esto puede
interpretarse de dos maneras: Primera: «¿Puede el hombre esperar que Dios se porte así
con él? ¿Es ésta la manera ordinaria que tienes de tratar con los hombres?» Ha sido
puesto tan cerca de Dios, comprado a tan alto precio, ha entrado en pacto y comunión
con Dios. ¿Es imaginable todo esto? Segunda: «¿Es así como proceden los hombres,
unos con otros?» ¡No! El proceder de Dios está infinitamente por encima del proceder
de los hombres (Is. 55:8–9). Al ser infinitamente alto, Dios condesciende hasta lo más
bajo. Al ser él el ofendido, nos suplica que nos reconciliemos con él, pues él está en
principio, por la obra de la Cruz, reconciliado con nosotros (2 Co. 5:19–20). Donde
abundan nuestros pecados, sobreabunda su perdón y su gracia (Ro. 5:20) y, así, los
puntos más negros de nuestra vida se convierten en constelaciones de perdón. (b) Que
más allá de esto no cabe esperar más (v. 20): «¿Y qué más puede añadir David
hablando contigo?» Como si dijese: «¿Qué más puedo pedir, y qué más puedo desear?»
«Pues tú conoces a tu siervo, Señor Jehová. Tú sabes lo que puede hacerme feliz, y lo
que me has prometido es más que suficiente para ello.» Así también la promesa de
Cristo incluye todos los bienes. ¿Qué más podemos pedir para nosotros en nuestras
plegarias que lo que nos ha dicho en sus promesas?
3. Todo lo atribuye a la libre y soberana gracia de Dios (v. 21), tanto las grandes
cosas que ha hecho por él como las grandes cosas que ha prometido hacer por él y por
su familia.
4. Adora la grandeza y la gloria de Dios (v. 22): «Tú te has engrandecido, Jehová
Dios; por cuanto no hay como tú». La condescendencia de Dios para con él y el honor
que Dios le había otorgado no habían abatido su veneración pavorosa de la majestad
divina; pues cuanto más cerca está alguien de Dios, tanto más le deslumbra el
resplandor de su gloria, y cuanto más preciosos somos a sus ojos, tanto más grande
debería ser Él a los nuestros.
5. Expresa una gran estima hacia el Israel de Dios (vv. 23, 24). Así como no había
ninguno entre los dioses que pudiese compararse a Jehová, así tampoco había ninguna
entre las naciones comparable a Israel, si tenemos en cuenta:
(A) Las obras que Dios había llevado a cabo por ellos, desde el momento en que los
rescató de la esclavitud de Egipto hasta el presente. La redención de Israel, conforme se
describe aquí, era tipo de nuestra redención mediante la obra de Cristo en que: (a) Ellos
fueron rescatados de las naciones y de sus dioses, nosotros somos rescatados de toda
iniquidad y de toda conformidad con el presente mundo (Ro. 12:1, 1 Jn. 2:17). Cristo
vino a salvar a su pueblo de sus pecados. (b) Israel fue rescatado para ser un pueblo de
la exclusiva propiedad de Dios, santo y purificado, para obtener Él un alto nombre y
hacer por ellos grandes cosas. Lo mismo ocurre con nosotros (1 P. 2:9).
(B) El pacto que había hecho con ellos (v. 24). Este pacto era: (a) Mutuo. Ellos
habían de ser el pueblo de Jehová, y Jehová había de ser el Dios de ellos. Todos los
intereses de Israel habían de estar centrados en Dios; y todas las perfecciones divinas
habían de actuar a favor de Israel. (b) Inmutable: «Porque tú estableciste …». Es algo
fijado en los designios divinos. El mismo Dios que asegura el pacto, asegura también,
de su parte, el cumplimiento del pacto.
6. David concluye con humildes peticiones a Dios.
(A) Fundamenta sus peticiones en el mensaje mismo que ha recibido de Dios (v.
27): «Porque tú, Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, has hecho esta revelación a tu
siervo». Como si dijese: «Tú has tenido a bien hacerme estas grandes promesas; de lo
contrario, yo no habría hallado en mi corazón unas peticiones como éstas», demasiado
grandes para que yo las haga, pero no demasiado grandes para que tú las concedas.
(B) Su fe y su esperanza alzan el vuelo hasta comprometer a la fidelidad de Dios en
el cumplimiento de la promesa (v. 25): «Ahora, pues, Jehová Dios, confirma para
siempre la palabra que has hablado … y haz conforme a lo que has dicho». Sea tu
promesa firme, como es mi petición osada.
(C) Así afincada la raíz de su fe, brotan de sus labios importantes plegarias: (a) Pide
que se cumpla la promesa que acaba de hacerle (v. 25), como si dijese: «No deseo más
ni espero menos». Así es como también nosotros hemos de convertir en oraciones las
promesas de Dios, y así se tornarán feliz cumplimiento, puesto que en Dios el decir y el
hacer no son dos cosas diferentes, como suele ocurrir con los hombres, sino que su
Palabra es, por sí misma, eficaz (He. 4:12): «Que sea engrandecido tu nombre para
siempre». (b) Éste debería ser el centro y compendio de todas nuestras oraciones, como
el Alfa y Omega de nuestras plegarias. Como el mismo Señor Jesucristo nos enseñó,
debemos comenzar por «Santificado sea tu nombre» y terminar por «y la gloria por
todos los siglos. Amén» (Mt. 6:9, 13). (c) Pide por su casa, a la que la promesa hacía
especial referencia; primero, que sea bendecida (v. 29): «Ten ahora a bien bendecir la
casa de tu siervo»; segundo, que dicha bendición sea permanente (v. 26): «Y que la
casa de tu siervo David sea firme delante de ti». Y de nuevo (v. 29): «Para que
permanezca perpetuamente delante de ti». Esto tiene pleno cumplimiento en la
perfección y total firmeza eterna del reino de Cristo. Cuando fue prometido a María (Lc.
1:33) que el reino del Mesías no tendrá fin, quedó abundantemente respondida esta
petición del hijo de Isaí a favor de su descendencia.
CAPÍTULO 8
Después de haber buscado primero el reino de Dios, Y colocado en su apropiado
lugar el Arca de Dios, David, ya bien establecido en el trono, comenzó a extender sus
dominios. Aquí tenemos un informe. I. De sus conquistas, con sus triunfos: 1. Sobre los
filisteos (v. 1). 2. Sobre los moabitas (v. 2). 3. Sobre el rey de Sobá (vv. 3, 4). 4. Sobre
los sirios (vv. 5–8, 13). 5. Sobre los edomitas (v. 14). II. De los regalos que le fueron
traídos y de las riquezas que adquirió de las naciones subyugadas, riquezas que dedicó a
Dios (vv. 9–12). III. De su corte: la administración de su gobierno (v. 15) y sus más
altos oficiales (vv. 16–18). Con esto tenemos una idea general de la prosperidad del
reinado de David.
Versículos 1–8
El quehacer de David ahora es hacer la guerra para vengar a Israel de las molestias
causadas por sus enemigos, y para que hagan valer sus derechos, puesto que todavía no
habían tomado plena posesión de la tierra que les había sido asignada por la promesa de
Dios.
I. Subyugó completamente a los filisteos (v. 1). Por largo tiempo habían oprimido y
vejado a Israel. Saúl no llegó a imponerse a ellos, pero David completó la liberación de
Israel de las manos de ellos, que Sansón había comenzado mucho antes (Jue. 13:5).
Méteg-amá es una frase de muy discutido significado, pero 1 Crónicas 18:1 dice Gat,
cuyo sentido ya conocemos. En 2:24 hallamos una referencia al «collado de Amá»; por
lo que algunos traducen Méteg-amá por «la brida de Amá», con lo que se daría a
entender que allí había una guarnición de filisteos que «frenaba» la expansión de Israel
por aquel lado. Al tomarla David de manos de los filisteos, les arrancó la «brida» para
frenarles a ellos.
La historia de David en 2 Samuel
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La historia de David en 2 Samuel

  • 1. 2 SAMUEL Este libro es la historia del rey David. En el libro anterior vimos su designación para el trono y su tirantez con Saúl, la cual acabó por fin, con la muerte de su perseguidor. En el actual tenemos su accesión al trono y sus principales actividades durante los 40 años de su reinado. Nos refiere tanto los triunfos de David como los apuros que pasó. I. Sus triunfos sobre la casa de Saúl (caps. 1–4), sobre los jebuseos y los filisteos (cap. 5), con la traída del arca (caps. 6–7) y sus triunfos sobre las naciones vecinas que se le oponían (caps. 8–10), en todo esto la historia marcha del modo que esperábamos del carácter de David. Pero su nube tiene un lado oscuro. II. Tenemos sus calamidades, cuya causa primera fue su pecado en el asunto de Urías (caps. 11 y 12); vino después el pecado de Amnón su hijo primogénito (cap. 13), después la rebelión de Absalón (caps. 14–19) y la de Seba (cap. 20). Finaliza el libro con la plaga sufrida por Israel por el censo pecaminoso de David (cap. 24), además del hambre, debida a la matanza de los gabaonitas, ordenada por Saúl (cap. 21). Tenemos, en fin, su cántico de liberación (cap. 22) y sus palabras finales, con la enumeración de sus valientes (cap. 23). Hay en esta historia muchas cosas instructivas, pero en cuanto al protagonista, es preciso confesar que su honor brilla más y mejor en sus Salmos que en sus Anales. CAPÍTULO 1 Hemos de mirar ahora hacia el sol naciente e inquirir dónde está David y qué está haciendo. I. Le llegan a Siclag noticias de la muerte de Saúl y de Jonatán. Las trae un amalecita que se inventó un cuento para ver de obtener una recompensa (vv. 1–10). II. La tristeza que embargo a David al recibir estas noticias (vv. 11, 12). III. La justicia que ejecutó sobre el falso mensajero (vv. 13–16). IV. La elegía que compuso David en esta ocasión (vv. 17–27). Versículos 1–10 I. David se establece de nuevo en Siclag, su ciudad actual después de haber rescatado de manos de los amalecitas a su familia y a sus amigos (v. 1); allí estaba presto a recibir a cuantos se adherían a su causa: no hombres oprimidos, amargados y endeudados como antes (1 S. 22:2), sino hombres aguerridos y capitanes de millares, como hallamos en 1 Crónicas 12:1, 8, 20. II. Allí recibió la noticia de la muerte de Saúl. A primera vista parece extraño que no dejase algunos espías en torno al campamento para que le trajesen pronto las noticias, pero esto mismo indica que no deseaba el trágico final de Saúl ni estaba impaciente por llegar sin trabas al trono. 1. El mensajero se presentó a David como un correo rápido, con gesto de duelo por el rey fallecido y en actitud de súbdito del sucesor. Llegó con los vestidos rotos e hizo reverencia en señal de pleitesía a David (v. 2), contento al imaginarse que era el primero en rendir homenaje al soberano, pero resultó ser el primero en recibir de él la sentencia de muerte en función de juez. 2. Le refiere en general el resultado de la batalla: la derrota del ejército de Israel, la muerte de muchos de sus soldados y, entre los demás, de Saúl y Jonatán (v. 4). Mencionó sólo a Saúl y a Jonatán, porque sabía que David estaría muy ansioso de saber lo que les había ocurrido, pues Saúl era el hombre a quien más temía, y Jonatán era el hombre a quien más amaba. 3. Le da especiales detalles de la muerte de Saúl. Por lo que le pregunta David: ¿Cómo sabes que han muerto Saúl y Jonatán su hijo? (v. 5), a lo que el joven contesta, y pone como evidencia de ello, no sólo que él mismo había sido testigo de vista, sino también instrumento de la muerte de Saúl. No da detalles de la muerte de Jonatán, sino sólo refiere los detalles de la de Saúl, y piensa (como lo entendió David muy bien—
  • 2. 4:10—) que sería bienvenido por ello y recompensado como quien trae buenas noticias. El informe que presenta es: (A) Muy detallado: Que llegó casualmente al lugar donde estaba Saúl (v. 6) y que le halló cuando procuraba quitarse la vida con su misma lanza, ya que ninguno de sus asistentes se atrevía a rematarle por lo cual, Saúl le llamó a él (v. 7). Enterado de que era amalecita (v. 8), esto es, ni de sus súbditos ni de sus enemigos, le pidió por favor (v. 9): Te ruego que te eches sobre mí y me mates. «Por lo cual, añade el joven, me eché sobre él y le maté» (v. 10). Al notar, quizá, que al oír estas palabras hizo David algún gesto de desagrado, añadió para excusarse: «Porque sabía que no podía vivir después de su caída». (B) Muy improbable. La gran mayoría de los comentaristas opinan que eso era falso y que, aun cuando entraba dentro de lo probable que él estuviese presente, o cercano al lugar, no fue él quien remató a Saúl, pues el texto sagrado no deja lugar a dudas de que Saúl se remató a sí mismo (1 S. 31:4, 5), pero inventó la historia a la espera de que David le recompensase por ello, como a quien le había prestado un buen servicio. (C) Para confirmar lo que acababa de decir, presentó pruebas irrefutables de la muerte de Saúl: la corona que llevaba en la cabeza y el brazalete que llevaba en el brazo. Estos objetos cayeron en manos de este amalecita. La tradición judía sostiene que este amalecita era hijo de Doeg, el cual, según la misma tradición, era el escudero de Saúl y que, antes de suicidarse, habría dado a su hijo la corona y el brazalete (las insignias de la realeza) para que se las llevase a David y viera así de granjearse su favor. Versículos 11–16 I. Cómo recibió David estas noticias. Lejos de prorrumpir en transportes de gozo, como esperaba el amalecita, prorrumpió en lamentos; asiendo de sus vestidos, los rasgó (v. 11). Y lloraron y lamentaron y ayunaron hasta la noche (v. 12), no sólo por Israel y por Jonatán el amigo, sino también por Saúl el enemigo. Esto hizo David, no sólo como hombre de honor, sino como hombre de buena conciencia, que había perdonado todo el mal que Saúl le había hecho y no le había guardado rencor. Él sabía antes de que su hijo lo escribiera (Pr. 24:17, 18), que no hay que alegrarse cuando caiga el enemigo, no sea que Jehová lo mire y le desagrade, y que el que se alegra de la calamidad no quedará sin castigo (Pr. 17:5). Por lo que hizo cuando se enteró de la muerte de Saúl, podemos percibir que el temperamento de David era compasivo y benigno y se portaba generosamente incluso con los que le odiaban. II. La retribución que dio al que le trajo la noticia. En lugar de premiarle, mandó darle muerte, juzgándole por su misma boca (v. 16) como asesino del ungido de Jehová. David obró aquí con toda justicia. El hombre era amalecita como él mismo confesó por dos veces en su narración (vv. 8, 13). También confesó él mismo su crimen, con lo que era evidente su convicción de delito, de acuerdo con todas las leyes, pues se presume que todo reo habla bien de sí mismo y trata de excusarse. Si cometió lo que él mismo dijo, mereció morir por traición (v. 14), al hacer, según su testimonio, lo que el propio escudero de Saúl no se atrevió a hacer lo que es probable que él oyera. Y al jactarse de lo que, con la mayor probabilidad, no había hecho, sólo por agradar a David, mostraba la baja opinión que tenía de él, pues pensaba que se iba a alegrar como él mismo se alegraba, lo cual era una intolerable afrenta contra el que una y otra vez había rehusado extender su mano contra el ungido de Jehová. Versículos 17–27 Después que David se rasgó los vestidos, lamentó, lloró y ayunó por la muerte de Saúl y de Jonatán, podríamos pensar que ya había rendido suficiente tributo a la memoria de ellos. Pero eso no fue todo; tenemos también el poema que compuso (y fue redactado después) en esta ocasión. Con esta elegía, no sólo trataba de expresar su dolor
  • 3. por la gran calamidad, sino también de imprimir el mismo dolor en la mente de otros y guardarlo en el corazón. Los que no leen la historia, es posible que se informen de los hechos por medio de un poema. I. La orden que David dio con respecto a esta elegía (v. 18): Ordenó que se enseñara a los hijos de Judá el Arco (lit.). «El Arco» viene a ser el título de la elegía de David, quizá por la importancia que se da en ella al arco de Jonatán, quien aparece especialmente diestro en el manejo del arco (1 S. 18:4; 20:35 y ss.). Del mismo poema se nos dice que está escrito en el libro de Jaser (o Yasar, que significa justo). Este libro era probablemente una colección de poemas o documentos estatales en forma poética. En Josué 10:12–13 hallamos otra referencia a dicho libro, en conexión con otro poema histórico. II. La elegía en sí. No es propiamente un himno divino, ni dado por inspiración de Dios para ser usado en el culto público, ni hay en él ninguna mención de Dios (lo que, de paso, prueba su autenticidad y su antigüedad). Es una composición humana y, por eso, se inserta, no en el libro de los Salmos, sino en el libro de Jaser, el cual, al ser una colección de poemas ordinarios, no nos ha sido conservado. Esta elegía demuestra que David era: 1. Hombre de espíritu excelente, y ello en cuatro aspectos: (A) Generoso hacia Saúl, su jurado enemigo. (a) Oculta sus defectos; y aunque no era posible impedir que se publicasen en la narración de su historia, no quiso David que aparecieran en su elegía. La caridad nos enseña a hablar lo mejor posible de los buenos y a callarnos cuando no podemos decir nada bueno de los malos, especialmente cuando se han muerto. El refrán latino dice: De mortuis nil nisi bonum = «De los muertos no se diga nada, sino lo bueno». (b) Publica lo que en él había de bueno (v. 21): que había sido ungido con aceite, con el óleo o aceite sagrado, el cual manifestaba su elevación a la dignidad regia. Dice que era gran hombre de guerra: valiente (vv. 19, 21, 25, 27), victorioso con frecuencia sobre los enemigos de Israel: Adondequiera que se volvía, era vencedor (1 S. 14:47). Aunque su estrella se tornó oscura, brilló al principio con gran resplandor. Poniéndole junto a Jonatán, dice de ambos que eran amados y amables (lit.—v. 23—). Jonatán lo era siempre, y Saúl lo era en conjunción con Jonatán. Tomados ambos a la par, y en cuanto a perseguir al enemigo, no había quien les superase en valentía: eran más ligeros que águilas, más fuertes que leones. En sus buenos tiempos, Saúl había sido un padre afectuoso hacia un hijo que siempre había sido leal a su padre, y, así, inseparables en su vida, tampoco en su muerte fueron separados, sino bien unidos en la batalla contra los filisteos, y cayeron juntos por la misma causa. (B) Inmensamente agradecido hacia Jonatán. Hizo gran duelo y lamento por lo que Jonatán había sido para él (v. 26): Angustia tengo por ti, hermano mío (cuñado, por lazos del matrimonio con Mical, y más que hermano—v. Pr. 18:24—), que me fuiste muy agradable. Tenía razón para decir que el afecto que Jonatán le tenía era maravilloso, pues no tenía par. ¡Amar de tal forma a un hombre de quien sabía que le había de quitar de su cabeza la corona, y aun así, ser tan leal a su rival! (a) Ciertamente, nada hay en este mundo que sea tan agradable como un amigo bueno, leal a nuestra persona y a nuestros intereses, y prudente y comprensivo, que amablemente recibe y devuelve el afecto, que nos trata con familiaridad y, al mismo tiempo, con respeto. (b) Nada hay asimismo tan doloroso como la pérdida de un tal amigo; es como perder una parte de sí mismo. Cuanto más amamos a una persona, más nos duele perderla. (C) Estaba profundamente preocupado por el honor de Dios pues eso es lo que tiene en cuenta cuando teme que las hijas de los incircuncisos (v. 20), que están fuera del pacto de Dios puedan celebrar el triunfo sobre Israel y, de rechazo, sobre el Dios de
  • 4. Israel, pues si ha perecido la gloria de Israel (v. 19), ha quedado malparado el nombre de Aquel que es la gloria de Israel. Las buenas personas sienten en lo más vivo los reproches de quienes reprochan a Dios. (D) Estaba también profundamente preocupado por el bien público. Si había perecido la gloria de Israel, habían perecido también la belleza, el honor, el orden, la paz y el bienestar de la nación. David se lamenta de todo esto, aun cuando esperaba ser, en las manos de Dios, instrumento para reparar tales pérdidas. 2. También nos muestra la elegía a David como hombre de talento y de fina imaginación poética, así como de piedad. (A) ¡Cuán sublime es la forma en que intenta cerrar los caminos de la fama para tan infausta noticia: No lo anunciéis en Gat! (v. 20). Muchos años después, el profeta Amós repetirá esta frase (Am. 1:10). Le llegaba a lo más hondo del corazón pensar que tal noticia fuese divulgada en voz alta por las ciudades de los filisteos. (B) Igualmente sublime es la forma en que apostrofa a los montes de Guilboa, el teatro en que se había realizado la tragedia: Ni rocío ni lluvia caiga sobre vosotros, ni seáis tierras de ofrendas (v. 21). Este es el reproche que David lanza sobre aquellos montes, como si, al quedar teñidos con la sangre del ungido de Dios, hubiesen perdido por ello el derecho a recibir el rocío del Cielo y a producir frutos dignos de ser ofrecidos a Jehová. CAPÍTULO 2 Saúl ha caído y ahora, por consiguiente, se alza David. I. Guiado por Dios, fue a Hebrón y allí fue ungido rey (vv. 1–4). II. Dio las gracias a los hombres de Jabés de Galaad por haber dado sepultura a Saúl (vv. 5–7). III. Is-bóset, hijo de Saúl, es proclamado rey como rival de David (vv. 8–11). IV. Encuentro bélico entre el partido de David y el de Is-bóset, en el cual: 1. Doce hombres de cada lado lucharon mano a mano, y todos ellos murieron (vv. 12–16). 2. El partido de Is-bóset fue derrotado (v. 17). 3. Asael, del lado de David y sobrino suyo, murió a manos de Abner (vv. 18–23). 4. A petición de Abner, Joab tocó a retirada (vv. 24–28). 5. Abner y los suyos se marcharon a salvo (v. 29). 6. Cómputo de las pérdidas por ambas partes (vv. 30–32). Así que tenemos aquí el relato de una guerra civil en Israel la cual, poco después, terminó con el completo establecimiento de David en el trono. Versículos 1–7 Después que Saúl y Jonatán murieron, aunque David sabía que había sido ungido para ser rey, no se apresuró a enviar mensajeros por todos los términos de Israel para convocar al pueblo a fin de que todos le juraran homenajes de sumisión. Muchos habían venido en su ayuda, de varias tribus, mientras él permanecía en Siclag, como vemos por 1 Crónicas 12:1–22, y con tales fuerzas bien podía haber conquistado el trono. Pero todo el que haya de gobernar con mansedumbre no subirá al poder por la violencia. I. En tan crítica coyuntura, David buscó y halló la dirección de Dios (v. 1). No dudaba del éxito, pero aun así, echó mano de los medios adecuados, tanto divinos como humanos. 1. Consultó a Jehová en la forma de costumbre, pues Abiatar estaba con él. Hemos de dirigirnos al Señor, no sólo cuando estamos en apuros, sino también cuando nos sonríen las circunstancias y actúan a nuestro favor las causas segundas. Su pregunta fue: ¿Subiré a alguna de las ciudades de Judá? Aunque Siclag estuviese en ruinas, él no pensaba marcharse de allí sin la dirección de Dios. 2. Dios, conforme a su promesa, le dio las instrucciones precisas, y le indicó que la ciudad a la que había de subir era Hebrón, ciudad muy importante por varias razones: Allí había construido Abraham un altar (Gn. 13:18), allí había recibido la visita de mensajeros celestiales (Gn. 18:1 y ss.), allí habían recibido sepultura los restos de los patriarcas (Gn. 49:29–32), era ciudad sacerdotal y una de las ciudades de refugio; así lo fue para David, como una insinuación de que Dios mismo sería para él refugio y santuario.
  • 5. II. En su traslado a Hebrón, se preocupó por su familia y sus amigos. 1. Tomó consigo a sus mujeres (v. 2) para que le acompañasen en el reino, así como le habían acompañado en la tribulación. Parece ser que no tenía hijos todavía, pues el primogénito le nació en Hebrón (3:2). 2. También tomó consigo a sus amigos y seguidores (v. 3). Le habían acompañado cuando era un vagabundo, y, por consiguiente, cuando él pudo tener una residencia fija, ellos se establecieron con él. III. El honor que le prestaron los hombres de Judá: Le ungieron allí por rey sobre la casa de Judá (v. 4). La tribu de Judá se había mantenido con frecuencia como un cuerpo aparte, y así había sido contada en tiempo de Saúl (1 S. 15:4). Por ello los hombres de esta tribu estaban ya acostumbrados a actuar separadamente, y así lo hicieron en esta ocasión. No obstante, no intentaron ungirle por rey sobre todo Israel (comp. con Jue. 9:22), sino sólo sobre la casa de Judá. Tres veces fue David ungido como rey: La primera, en vida de Saúl, como «con derecho a sucesión»; la segunda aquí, sobre una tribu, ya en pleno gobierno; la tercera, sobre todo Israel. Así también el reino del Mesías, el Hijo de David, se establece por grados: Primero, es designado por Dios (Sal. 110:1); después, es manifestado públicamente (Hch. 2:36); finalmente, reinará sobre todo el mundo con cetro de hierro (Ap. 11:15), pues ahora todavía no vemos que todas las cosas le estén sometidas (He. 2:8). IV. El respetuoso mensaje que envió a los hombres de Jabés de Galaad para darles las gracias por la misericordia que habían mostrado con Saúl. No deja de honrar la memoria de su predecesor, con lo que muestra que no desea la corona por ambición o por enemistad hacia Saúl, sino sólo por designación de Dios. Por eso llama a Saúl «vuestro señor» (v. 5). Pide a Dios que les bendiga y les recompense por ello, así como él mismo les ha de recompensar: «Benditos seáis vosotros de Jehová … Ahora, pues, Jehová haga con vosotros misericordia y verdad, y yo también os haré bien por esto que habéis hecho» (vv. 5, 6). No se contenta con desearles las bendiciones de Dios, sino que pasa de las palabras a los hechos. Los buenos deseos son cosa buena y señales de agradecimiento, pero resultan muy baratos cuando hay posibilidades para hacer algo más. Versículos 8–17 I. Tenemos aquí otro pretendiente al trono: Is-bóset (o Isbaal, también llamado Isví—1 S. 14:49—), a quien Abner hace rey, surge como rival de David, a quien Dios ha hecho rey. Podría pensarse que David había de llegar al trono sin oposición alguna, puesto que todo Israel sabía cuán manifiestamente le había asignado Dios por rey, pero tal suele ser la oposición de los hombres a los propósitos de Dios, que un hombre tan mal cualificado y preparado como Is-bóset, que ni aun fue considerado apto para ir a la batalla con su padre, es tenido ahora por apto para suceder a su padre en el trono, antes que aceptar pacíficamente a David por rey. 1. Abner fue la persona que levantó a Is-bóset como rival de David, quizá por interés en la sucesión hereditaria o, más aún, por razón de parentesco (ya que Abner era primo hermano de Saúl—v. 1 S. 14:50–51—) y porque no veía otro modo de conservar el alto puesto que ocupaba como general de las fuerzas armadas. Por lo que vemos, Is- bóset no se habría sublevado por sí mismo si Abner no le hubiese levantado para hacer de él un instrumento que sirviese a sus propios intereses. 2. Mahanáyim, lugar donde primeramente se llevó a cabo el levantamiento, estaba al otro lado del Jordán, donde suponían que David tenía el menor interés por gobernar, y al estar a buena distancia de las fuerzas de David, pensaron que tendrían tiempo suficiente para reagruparse y fortalecerse a sí mismos. Pero, una vez levantada allí la enseña de Is- bóset, se le sometió la mayoría insensata de todas las tribus de Israel (v. 9), con lo que quedó solamente Judá enteramente leal a David.
  • 6. II. Encuentro armado entre los dos bandos. 1. No parece ser que ninguno de los dos bandos llevase al campo de batalla el grueso de sus fuerzas pues la mortandad fue pequeña (vv. 30, 31). Es probable que David no quisiese pasar de lleno a la ofensiva, y prefiriese esperar a que la cosa se arreglase por sí misma o, más bien, hasta que Dios actuara por él sin dar ocasión al derramamiento de sangre israelita. Es extraño que la mayoría de los israelitas, hombres fuertes, avezados a la guerra y de reconocida sensatez, se aviniesen a someterse durante tanto tiempo a Is-bóset y, por lo que se ve, viesen con indiferencia la marcha de las cosas, como importándoles poco las manos en que se hallase la administración de los asuntos públicos. Se nos dice (v. 10) que Is-bóset era entonces de cuarenta años. Es probable que tengamos aquí, una vez más, un número redondo, pues era mucho más joven que Jonatán, quien, a su vez, era aproximadamente de la misma edad que David (de 30 años a la sazón—v. 5:4—). También se nos dice que reinó dos años. Comparados con los siete años y seis meses del reinado de David en Hebrón (v. 11), parece una anomalía. Se han propuesto dos soluciones: (A) Que la guerra entre Israel y Judá comenzó a los dos años de reinado de Is-bóset. (B) Que Is-bóset tardó cinco años más en rescatar de manos de los filisteos el territorio del norte. 2. El agresor en esta guerra fue Abner. David estaba quieto hasta ver qué es lo que iba a pasar, pero la casa de Saúl, con Abner a la cabeza, lanzó el desafío. (A) El campo de batalla fue Gabaón. Lo escogió Abner porque caía en la heredad de Benjamín, en la que tenía Saúl la mayor parte de sus amigos; con todo, al responder al reto, Joab, el general y sobrino de David, no se echó atrás, sino que fue a su encuentro junto al estanque de Gabaón (v. 13). La causa de David, al estar fundada sobre la promesa de Dios, no tenía por qué temer la desventaja del terreno. El estanque que se hallaba entre ambos bandos les dio tiempo para deliberar. Abner propuso que el combate se celebrase entre doce hombres de cada lado y Joab aceptó la propuesta. (B) Parecía como si esta batalla hubiera de comenzar como un deporte, al estilo de los gladiadores romanos, pues dijo Abner (v. 14): Levántense ahora los jóvenes y maniobren delante de nosotros. Joab, como se había entrenado bajo David, tenía la suficiente prudencia para no hacer tal propuesta, pero no se atrevió a rehusarla por pundonor, ya que pensó que mancharía su propia reputación si no aceptaba el reto. Así que respondió: Levántense. El texto sagrado insinúa que los doce hombres de parte de Abner fueron los primeros en salir al campo de batalla (v. 15). (C) Pero lo que parecía haber comenzado en deporte, terminó en la más sangrienta lucha (v. 16). Se dieron tanta prisa a actuar los veinticuatro hombres, que cada uno agarró de la cabeza a su contrario y le metió la espada por el costado, de forma que todos ellos cayeron a una, esto es, murieron los 24. Por eso, fue llamado aquel lugar Helcat-hazzurim, que significa, con la mayor probabilidad «campo de las dagas» (o «campo de los filos de espada»). Otros autores conjeturan que la verdadera lectura es Helcat-hassid im = «campo de los costados», al tener en cuenta la extrema semejanza entre las letras hebreas «d» y «r» (D) Al quedar así indeciso el resultado de la batalla, se generalizó la lucha entre los dos bandos, y el ejército de Abner sufrió una completa derrota. Versículos 18–24 El encuentro entre Abner y Asael. Asael, hermano de Joab y Abisay, y sobrino de David, era uno de los principales comandantes del ejército de David, y era famoso por su agilidad: «Era ligero de pies como una gacela del campo» (v. 18), pero no tenía la experiencia militar de Abner. I. Se precipitó demasiado en su anhelo de apoderarse de Abner. Le siguió solamente a él, sin apartarse ni a derecha ni a izquierda (v. 19). Seguramente que, orgulloso de su
  • 7. parentesco con David y Joab, confiado en su agilidad y envalentonado por la victoria de su partido, pensó que ningún trofeo podía ser más apetecible para un joven guerrero que el propio Abner, vivo o muerto, y que de este modo se pondría punto final a la guerra civil, al tener David acceso inmediato al trono y al gobierno sobre todo Israel. II. Muy generoso se mostró Abner al advertirle del peligro al que se exponía (comp. con 2 Cr. 25:19). 1. Le pidió primero que se contentase con una presa menor (v. 21). 2. Le rogó después que no le pusiera en la necesidad de matarle en propia defensa, lo cual no quería hacer, pero se vería obligado a ello si Asael persistía en su imprudente intento (v. 22). III. Muy fatal le resultó a Asael su terquedad. Se negó a retirarse, ya que pensó que Abner le hablaba con tanta cortesía porque le tenía miedo; pero, ¿qué le sucedió? Tan pronto como estuvo al alcance de Abner, le asestó éste un golpe mortal con el regatón de la lanza (v. 23), de donde menos pensaba Asael que le podía sobrevenir ninguna herida. Joab y Abisay, en lugar de desanimarse por esta pérdida, se exasperaron aún más y persiguieron a Abner con mucha más furia (v. 24) y le tuvieron a su alcance cuando se ponía el sol. Versículos 25–32 I. Abner, confiesa implícitamente su derrota y pide humildemente un alto el fuego. Después de reunir el remanente de sus fuerzas en la cima de un collado (v. 25), como si se preparase para un nuevo encuentro, suplica a voces a Joab que el ejército de Judá cese de perseguir a sus hermanos israelitas (v. 26). El que tanta prisa tenía en comenzar la lucha, tiene ahora prisa por verla terminada. Quien pensaba recrearse en el espectáculo de una lucha deportiva (v. 14), que terminó en gran desastre con copioso derramamiento de sangre, está horrorizado ahora que ha salido perdedor. Antes era como si jugase con la espada; ahora dice: «¿Consumirá la espada perpetuamente?» Ahora apela directamente a Joab para que considere las desastrosas consecuencias de una guerra civil: «¿No sabes tú que el final será amargura?» Ruega a Joab que toque a retirada, recordándole que son «hermanos» que no deberían morderse y devorarse unos a otros. ¡Qué bien razonan los hombres cuando les conviene! ¡Qué distinto es cuando las cosas les salen bien! Si Abner hubiese salido vencedor, no estaría quejándose de la voracidad de la espada, ni de lo desastroso de una guerra civil, ni alegaría que los hombres de ambos bandos eran hermanos. II. Joab, aunque era el vencedor, concede generosamente lo que se le pide y manda tocar a retirada (vv. 27, 28), ya que conoce muy bien la mentalidad de David y la aversión que sentía hacia el derramamiento de sangre. III. Se retiraron, pues, los dos ejércitos a sus respectivos lugares de los que habían salido, e hicieron de noche la marcha, Abner con los suyos, a Mahanáyim, en el otro lado del Jordán (v. 29); Joab, a Hebrón, donde estaba David (v. 32). Se menciona aquí el funeral de Asael, los demás caídos fueron enterrados en el campo mismo de batalla, pero el cadáver de Asael fue llevado a Belén y enterrado en el sepulcro de su padre (v. 32). CAPÍTULO 3 I. Avance gradual de la causa de David (v. 1). II. Aumenta su familia (vv. 2–5). III. Ruptura entre Abner e Is-bóset, y pacto de Abner con David (vv. 6–12). IV. Preparativos para un arreglo (vv. 13–16). V. Intento de Abner de poner a todo Israel bajo el gobierno de David (vv. 17–21). VI. Mientras esto se lleva a cabo, Joab asesina traidoramente a Abner (vv. 22–27). VII. Pesadumbre de David por la muerte de Abner (vv. 28–39). Versículos 1–6
  • 8. I. La larga guerra que hubo de sostener David con la casa de Saúl antes de que se completase su asentamiento en el trono (v. 1). La larga persistencia de esta lucha puso a prueba la fe y la paciencia de David. Pero la casa de Saúl se iba debilitando progresivamente, perdía lugares, perdía hombres, se hundía su reputación y su ejército salía malparado en cada encuentro. Mientras que David se iba fortaleciendo. Eran muchos los que desertaban de la casa de Saúl como de una causa perdida. La lucha que se libra entre la gracia divina y la corrupción humana en el corazón de los creyentes santos y pecadores, puede de algún modo compararse al proceso que aquí se nos refiere; hay una larga guerra entre la carne y el espíritu (Gá. 5:17), pero cuando la obra de la santificación progresa en el corazón del cristiano, la corrupción, como la casa de Saúl, se debilita, mientras que la gracia, como la casa de David, se fortalece, hasta llegar a la madurez, a la estatura de un varón perfecto (Ef. 4:13). II. El aumento de la familia de David. Aquí tenemos una breve información de los seis hijos que le nacieron en Hebrón de seis esposas distintas, en los siete años que reinó allí. David contravino la ley deuteronómica (17:17) contra la multiplicación de esposas del rey, con lo que, además, dio un mal ejemplo a sus sucesores. De los seis hijos que tuvo en Hebrón, tres de ellos dejaron mala fama (Amnón, Absalón y Adonías), mientras que los otros tres no dejaron ninguna fama. El hijo que tuvo de Abigail se llamaba Quiteab (o Quilab = «el padre es poderoso»), pero en 1 Crónicas 3:1 se le llama Daniel («Dios es mi juez»), quizá para conmemorar el juicio de Dios contra Nabal, y a favor de David. Parece ser que su primer nombre era Daniel, mas los enemigos de David le vituperaban al decir: «Es hijo de Nabal, no de David»; pero, conforme crecía, se asemejaba mucho a David, por lo que algunos autores traducen Quileab por «como su padre». Caben pocas dudas de que murió joven; en todo caso, antes que David; de lo contrario, no se explica el que no hiciese valer sus derechos al trono, al ser mayor que Absalón y Adonías. La madre de Absalón era hija de Talmay, rey de Guesur, esto es, un rey pagano. Quizás con este enlace David esperaba fortalecer su posición y sus intereses, pero el resultado de esta unión fue catastrófico, pues le llenó de pesadumbre y vergüenza. La sexta es llamada Eglá, mujer de David, lo que ha inducido a muchos a pensar que fue anteriormente mujer de otro y que el nombre de éste ha sido sustituido (erróneamente o de intento) por el de David. Versículos 7–21 I. Abner rompe con Is-bóset por una reprensión que éste le dio. 1. Is-bóset acusó a Abner de un crimen tan grande como el de haberse llegado a una de las concubinas de su padre, lo cual era tanto como pretender el trono de Saúl (comp. con 16:22 y 1 R. 2:22), aun cuando el supuesto derecho a heredar las mujeres del padre era contrario a la ley (v. Dt. 22:30). 2. A esta acusación de Is-bóset (v. 7) Abner contestó con gran enojo y le hizo saber: (A) Que no consentía ser reprendido por él (v. 8). Los orgullosos no pueden soportar que les reprendan y, sobre todo, se enojan de que les reprenda alguien que, según ellos, le debería estar agradecido. (B) Que se había de vengar de él (vv. 9, 10). Con la mayor arrogancia le hace saber que, así como le había levantado en alto, así ahora le haría caer. La misma ambición que había llevado a Abner a tomar partido por Is-bóset, le llevaría ahora, en su represalia contra Is-bóset, a tomar partido por David. Si hubiese tomado en cuenta la promesa de Dios a David y hubiese actuado de acuerdo con ella, habría permanecido firme y constante en sus propósitos. 3. Si Is-bóset hubiese sido un hombre de veras, especialmente tratándose de un príncipe, podía haberle respondido que los méritos que alegaba sólo servían para agravar sus crímenes y, por tanto, que se alegraba de poder prescindir de sus servicios. Pero como era consciente de su propia debilidad de carácter, no le respondió palabra.
  • 9. II. Abner hace pacto con David. Podemos suponer que estaba cansado de mantener la causa de Is-bóset y buscaba una oportunidad para dejarle. Envió mensajeros a David (v. 12), para decirle que se ponía a su servicio. Nótese que Dios puede hallar medios de hacer que sirvan a la causa del reino de Cristo quienes no sienten verdadero afecto por ella y se han opuesto antes vigorosamente a ella. Los enemigos son a veces como un escabel, no sólo para ser pisado, sino para subir por medio de él. Así es como la tierra ayudó a la mujer (Ap. 12:16). III. David acepta el trato de Abner, pero con la condición de que le consiga la restitución de su esposa Mical (v. 13). De este modo: 1. David mostró la sinceridad de su amor conyugal a su primera y legítima esposa; ni el que ella estuviese casada con otro, ni el que él mismo estuviese casado con otras, le había enajenado el afecto que tenía a Mical. Las muchas aguas no habían apagado aquel primer amor (Cnt. 8:7). 2. También mostró así el respeto que tenía hacia la casa de Saúl, pues no se contenta con los honores del trono sin tener a Mical, la hija de Saúl, compartiéndolos con él, tan lejos estaba de guardar rencor a la familia de su enemigo. Abner le envió recado de que debía pedírsela a Is-bóset, lo cual hizo David (v. 14) con el alegato de que la había adquirido a un precio muy alto y le había sido quitada injustamente. 3. Is-bóset no se atrevió a negársela, sino que se la quitó a Paltiel, con quien Saúl la había casado (v. 15), y Abner la condujo a David, y no dudó de que así sería doblemente bienvenido, pues le traía con una mano la esposa, y la corona con la otra. Paltiel no estaba dispuesto a desprenderse de ella, pero no tuvo más remedio que dejarla partir; al fin y al cabo, él tenía la culpa de su pesadumbre, pues cuando la tomó, sabía que Mical le pertenecía a otro con todo derecho. Si, por algún desacuerdo, se separan la mujer y el marido, que se reconcilien y se reúnan otra vez si esperan la bendición de Dios; que se olviden las antiguas rencillas y vivan juntos en paz y amor, como Dios manda (1 Co. 7:10, 11). IV. Abner echa mano de su influencia con los ancianos de Israel para traerlos a la causa de David, sabe que el pueblo llano había de seguir el camino que ellos tomasen. Nadie, en este caso, tenía tantos méritos como David, ni tan pocos como Is-bóset, para atraer hombres a su causa. Abner pudo decir a los hombres de Israel: Comparad a los dos príncipes y no dudaréis a quién seguir. Como dice el proverbio latino: Detur digniori = «Dad la corona al que mejor se la merezca». David debe ser vuestro rey. Puesto que Dios ha prometido salvar a Israel por mano de David, es vuestra obligación, en cumplimiento de la voluntad de Dios, así como vuestro interés, para obtener victoria sobre vuestros enemigos, que os sometáis a él; y el oponerse a él es la mayor locura del mundo. V. David ratifica su pacto con Abner. Abner informa a David de los sentimientos del pueblo y del éxito que ha tenido en la empresa de persuadirles a que sigan a David (v. 19). Llegó ahora con una escolta de veinte hombres y David les hizo un banquete (v. 20) en señal de reconciliación y gozo y como prenda del acuerdo entre ellos; fue un banquete con ocasión de un pacto, como el de Génesis 26:30. Versículos 22–39 Asesinato de Abner a manos de Joab y la gran pesadumbre de David por ello. I. Con la mayor insolencia, Joab reprochó a David el haber hecho trato con Abner. Se informó de que Abner acababa de marcharse (vv. 22, 23) después de haber tenido con David una amistosa conversación y una pacífica despedida, y reprochó a David por ello en su cara (vv. 24, 25): «¿Qué has hecho?» Como si David tuviese que darle cuentas por eso. «¿Por qué, pues, le dejaste que se fuese?» como si diese a entender que debía haberlo hecho prisionero. «Ha venido sólo a espiar—viene a decirle—(v. 25), y
  • 10. acabará haciéndote traición.» El texto no nos dice que David le diera respuesta alguna, no por miedo, como Is-bóset con Abner (v. 11), sino por desprecio. II. Traicioneramente, Joab hizo volver a Abner y, bajo pretexto de tener con él una conversación en privado, le asesinó bárbaramente con su propia mano. Por la frase sin que David lo supiera (v. 26), podemos inferir que Joab llamó a Abner con la pretensión de darle ulteriores instrucciones de parte de David. Con toda inocencia Abner regresó a Hebrón y, halló a Joab que le esperaba en medio de la puerta, se retiró con él aparte y, sin mediar palabra, le asestó Joab una puñalada en el costado, causándole la muerte instantánea (v. 27). Del v. 30 se desprende que Abisay no sólo conocía el propósito de su hermano Joab, sino que de alguna manera le ayudó a cometer el homicidio. III. Abner había obrado malvadamente al oponerse anteriormente a David, contra los dictados de su conciencia. Después había abandonado y traicionado vilmente a Is- bóset bajo pretexto de consideración hacia Dios y hacia Israel, pero, en realidad, por motivos de orgullo, de revancha y de impaciencia. Mas es igualmente cierto que Joab era un inicuo y, en este caso, obró perversamente. Es verdad que Abner había matado a Asael, por lo que Joab y Abisay querían ahora ser los vengadores de la sangre de su hermano (vv. 27, 30); pero Abner lo había hecho en guerra abierta, en propia defensa y no sin previo aviso; en cambio, Joab ahora había derramado en tiempo de paz la sangre de guerra (1 R. 2:5). IV. Lo que había en el fondo de esta enemistad de Joab contra Abner agravaba el crimen del primero. Joab era ahora el general de las fuerzas de David; pero si Abner se ponía al servicio de David, es posible que fuese promovido al supremo mando del ejército al ser un oficial más antiguo y más experto en las artes militares. Otra agravante fue el que lo matara a traición y bajo pretexto de hablarle amistosamente (Dt. 27:24). Si le hubiese retado abiertamente, se habría portado como un soldado, pero al asesinarlo a traición, se portó como un villano y un cobarde. Abner estaba ahora a las órdenes de David; de modo que, a través de su costado, Joab fue a herir al propio David. Finalmente, otra agravante fue el hacerlo en la puerta de la ciudad, abiertamente y sin avergonzarse de derramar la sangre en público. V. David llevó muy a mal el crimen y expresó de muchas maneras su detestación de tan execrable villanía. 1. Se confesó públicamente inocente de tal derramamiento de sangre (v. 28): «Inocente soy yo y mi reino, delante de Jehová, para siempre, de la sangre de Abner, hijo de Ner». 2. Pronunció maldición sobre Joab y sobre su familia (v. 29): «Caiga sobre la cabeza de Joab, etc.». Con todo, mejor que su apasionada imprecación a Dios contra la posteridad de Joab, hubiese sido el castigo inmediato del propio asesino. 3. Ordenó a todos los que se hallaban con él, incluido a Joab, que hiciesen duelo por Abner (v. 31). No alabó al difunto por ser un santo, ni siquiera un hombre honrado, pero dijo de él lo que era verdad (v. 38): «un príncipe y un hombre grande». (A) Que todos hagan por él lamentación. Una pérdida pública debe causar pesadumbre a toda la comunidad puesto que cada individuo de la comunidad la comparte. Así procuró David que se hiciese honor a la memoria de un hombre de mérito, a fin de animar a otros. (B) Que lo lamente especialmente Joab, quien tiene menos corazón, pero más razón, que los demás. 4. El propio David marchó detrás del féretro como jefe del duelo y pronunció la oración fúnebre junto al sepulcro: «Y alzando el rey su voz, lloró junto al sepulcro de Abner» (vv. 31, 32). Puesto que Abner había sido un bravo guerrero en el campo de batalla y podía haber prestado grandes servicios al pueblo en esta crítica coyuntura, David olvida todas las anteriores desavenencias y se duele sinceramente de su pérdida.
  • 11. Las palabras que pronunció junto al sepulcro arrancaron lágrimas de los ojos de todos los presentes (v. 33): «¿Había de morir Abner como muere un villano?» (A) Habla como quien está apenado de que Abner haya muerto de forma tan insensata, asesinado de improviso, bajo pretexto de amistad. Los hombres más sabios y valientes no disponen de defensa contra la traición. Ver a Abner, quien se tenía por el quicio en torno al que giraban todos los asuntos importantes de Israel, caer insensatamente a manos de un vil rival, como presa de la ambición y de los celos de Joab, basta para desdorar el orgullo de toda gloria humana y debería poner a cualquiera al abrigo de los caprichos de las grandezas mundanas. (B) Por otra parte, habla como quien se jacta de que Abner no murió como un insensato, pues el texto hebreo dice literalmente: «¿Había de morir Abner como un insensato (¡hebreo, nabal!)?» ¡No! Abner no murió como un criminal, traidor o felón. Los LXX traducen: «¿Es que había de morir Abner conforme a la muerte de Nabal?» Nabal murió como cumplía a su nombre, como un insensato pero la muerte de Abner fue como la que podría acontecer al hombre más sabio y más honesto de este mundo. 5. David ayunó todo aquel día y nadie pudo persuadirle a que comiese cosa alguna hasta después de la puesta del sol (v. 34). 6. Deploraba el que no podía ejecutar a los asesinos (v. 30) sin perjuicio del interés público. David estaba ahora en posición débil y su reino era todavía como una tierna planta; una pequeña sacudida habría bastado para derribarlo. La familia de Joab era muy allegada a la causa de David, como parientes próximos que eran del rey; eran valientes y osados, y enemistarse con ellos en esta coyuntura podía acarrearle fatales consecuencias. David, pues, se contenta, como persona privada, con dejarles en manos de la justicia divina (v. 39): «Jehová de el pago al que mal hace, conforme a su maldad». Pero esto va en descrédito: (A) De la grandeza de David. (B) Y de la bondad de David. Él tenía que haber cumplido con su obligación, y haber confiado en Dios en cuanto a las consecuencias. Como dice el proverbio latino: Fiat justitia ruat coelum = «Hágase la justicia aunque se hunda el firmamento». Si la ley se hubiese cumplido sobre la cabeza de Joab, quizá se habría impedido el asesinato de Is-bóset, el de Amnón y de otros. Perdonar la vida a Joab fue una política carnal y una compasión cruel. CAPÍTULO 4 Asesinato de Is-bóset. I. Lo matan dos criados suyos y le llevan la cabeza a David (vv. 1–8). II. David, en lugar de recompensarles los manda ejecutar por lo que habían hecho (vv. 9–12). Versículos 1–8 I. Extrema debilidad de la casa de Saúl. 1. En cuanto a Is-bóset, eran débiles sus manos (v. 1). Toda la fuerza que le quedaba le venía del apoyo de Abner, y ahora que éste había muerto, no le quedaban ánimos, pues no volvería a recobrarle. Se ve, pues abandonado de sus amigos y a merced de sus enemigos. 2. En cuanto a Mefi-bóset, quien por la línea de su padre Jonatán tenía mejores derechos al trono, sus pies eran débiles, pues era cojo y, por ello, inhabilitado (según las costumbres orientales) para ejercer el oficio de soberano (v. 4). Tenía sólo cinco años cuando murieron su padre y su abuelo, y su nodriza, al enterarse de la victoria de los filisteos, tuvo miedo de que se hicieran también con su joven amo que era el más directo heredero de la corona. Así que huyó con el niño en brazos y, apresurándose más de lo debido se le cayó el niño y quedó cojo de por vida, por habérsele hecho mal la juntura de los huesos que se le rompieron. II. Asesinato del hijo de Saúl. 1. Quiénes fueron los asesinos: Baaná y Recab (vv. 2, 3). Eran hermanos y siervos ambos de Is-bóset tomados a su servicio, por lo que fue tanto mayor la traición y la
  • 12. villanía que cometieron con él. Además eran benjaminitas, de la misma tribu que su señor. Procedían de la ciudad de Beerot. El texto sagrado nos recuerda que Beerot «se considera como de Benjamín» (v. 2—v. Jos. 18:25—), pero fue Saúl, probablemente, quien persiguió a los habitantes de Beerot que eran gabaonitas (21:1–2), y ellos se refugiaron en Guitáyim, cuya ubicación nos es desconocida; allí se hallaban (v. 3) cuando se escribía la porción que comentamos. 2. Cómo se cometió el asesinato (vv. 5–7). Is-bóset era un haragán, amigo de la comodidad y enemigo del quehacer; y cuando debía haber estado al frente de sus fuerzas en el campo, en esta crítica coyuntura, o al frente de sus consejeros para hacer trato con David estaba en cama echando la siesta, porque su corazón y su cabeza eran tan débiles como sus manos (v. 1). En este momento llegaron a su casa Baaná y Recab traicioneramente, bajo pretexto de recoger víveres para el regimiento. La habitación del rey y la habitación donde se guardaba el grano eran contiguas. Además la portera se había dormido. Todas las circunstancias les fueron favorables para el propósito que abrigaban; así que, sin preocuparse del trigo (por lo que se ve), asesinaron a Is-bóset en su propio lecho y se marcharon. 3. Los asesinos se regocijaron en el triunfo que habían conseguido. Como si hubieran llevado a cabo una acción muy gloriosa, llevaron a David como regalo la cabeza de Is-bóset (v. 8). No es que tuviesen miramiento alguno hacia el honor de Dios o hacia el de David. Sus miras estaban puestas únicamente en hacer fortuna y ver de alcanzar algún alto puesto en la corte de David. Versículos 9–12 Justa ejecución de los asesinos de Is-bóset. I. Pronunciamiento de la sentencia. No necesitaban ser convencidos del crimen, pues su propia lengua testificó contra ellos. Tan lejos estaban de negar el hecho que se gloriaban de él. Por tanto, David les echa en cara lo abominable de su acción. Is-bóset se había comportado rectamente con ellos, no les había hecho ningún daño ni intentaba hacérselo. En este sentido llama David a Is-bóset «hombre justo» (v. 11), a pesar de que a él personalmente le había creado injustos problemas. La forma en que habían llevado a cabo el crimen era una circunstancia agravante, pues le habían asesinado en su propia casa y en su lecho, cuando no podía ofrecerles ninguna resistencia. Les cita un precedente de otra traición similar (v. 10): Al que le trajo nuevas de la muerte de Saúl, le mató en Siclag. Ratifica con un juramento la sentencia (v. 9): Vive Jehová que ha redimido mi alma de toda angustia. Se expresa con esta resolución para impedir que nadie interceda a favor de los asesinos, a la vez que indica piadosamente que sólo dependía de Dios en cuanto a llegar a la posesión del trono prometido y que, por eso, no permitía que hombre alguno intentase ayudarle por medio de acciones ilícitas. II. Ejecución de la sentencia. Inmediatamente ordena David la ejecución, conforme a ley y justicia, de los asesinos (v. 12) ¡Qué horrible decepción y vergüenza para los dos criminales! La misma suerte aguarda a quienes piensen servir a la causa del Hijo de David por medio de prácticas inmorales, por guerra y persecución, por fraude y rapiña, como son los que, incluso bajo capa de religión, asesinan a príncipes, quebrantan solemnes pactos, devastan países y aborrecen a los verdaderos creyentes hasta matarlos creyendo que rinden servicio religioso a Dios (Jn. 16:2). Por mucho que los hombres canonicen tales métodos de servir a la Iglesia y a la causa católica, Cristo les hará saber, en su día, que la cristiandad no se fundó para destruir a la humanidad, y que quienes piensen por ese medio merecer el cielo no escaparán de la condenación en el Infierno. CAPÍTULO 5 En este capítulo: I. David es ungido rey por todas las tribus (vv. 1–5). II. Se adueña de la fortaleza de Sion (vv. 6–10). III. Edifica para sí una casa y se fortalece en su reino
  • 13. (vv. 11, 12). IV. Los hijos que le nacieron después de venir de Hebrón (vv. 13–16). V. Sus victorias sobre los filisteos (vv. 17–25). Versículos 1–5 I. La humilde sumisión de todas las tribus a David, rogándole que asuma las riendas del gobierno de la nación y reconociéndole por rey. Judá se había sometido al gobierno de David hacía algo más de siete años, y la libertad y felicidad que había hallado bajo su administración animó a las demás tribus a someterse también. El recuento de los que vinieron a él de cada tribu, el celo y la sinceridad con que se presentaron a él y la hospitalidad que él les prestó en Hebrón durante tres días cuando en el corazón de todos estaba hacerle rey sobre todo Israel, se nos narran con todo detalle en 1 Crónicas 12:23– 40. Aquí tenemos las razones que presentaron para hacer rey a David. 1. Alegaron la relación que tenían con él (v. 1): «Henos aquí, hueso tuyo y carne tuya somos»; no le dicen: «tú eres hueso nuestro y carne nuestra; no eres un extraño, descalificado por la ley (Dt. 17:15) para ser rey nuestro», sino lo que es más: «nosotros somos tuyos. Tú estarás tan contento como nosotros en poner fin a esta larga guerra civil; y tú te apiadarás de nosotros, nos protegerás y harás todo lo posible por nuestro bien común». Quienes toman a Cristo por su rey pueden decirle igualmente: «Hueso tuyo y carne tuya somos, pues te has hecho en todo semejante a tus hermanos (He. 2:17); por consiguiente, tú serás nuestro príncipe, y toma en tus manos esta ruina» (Is. 3:6). 2. Los anteriores buenos servicios que había prestado a la nación (v. 2) eran un nuevo motivo para reconocerle como rey. Pero la razón principal era la promesa de Jehová: «Además Jehová te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, y tú serás príncipe sobre Israel». II. Pública y solemne entronización de David (v. 3). Fue convocada una convención de principales, todos los ancianos vinieron a él; se fijó y selló el pacto, y fue suscrito por ambas partes. David se obligó a protegerles como juez en paz y capitán en guerra; y ellos se obligaron a obedecerle. Jehová fue testigo. Y así es como fue ungido rey por tercera vez. Su promoción al trono se llevó a cabo, no de una vez, sino gradualmente, a fin de que su fe fuese puesta a prueba y, al mismo tiempo, ganase experiencia. De este modo, su reino fue tipo del de Cristo, quien había de llegar a la cima por grados, pues aunque no veamos aún todas las cosas sometidas a Él (He. 2:8), un día las hemos de ver (1 Co. 15:25). III. Informe general de su edad y del tiempo de su reinado. Tenía treinta años cuando comenzó a reinar, a la muerte de Saúl (v. 4). Ésta era la edad en que los levitas entraban a servir en el ministerio del santuario (Nm. 4:3). También fue a esa edad aproximadamente (Lc. 3:23) cuando comenzó el Hijo de David a ejercer su ministerio público. Es la edad de la madurez vigorosa; como suele decirse, «la flor de la vida». Reinó en total, según el texto sagrado, cuarenta años y medio: siete y medio en Hebrón; treinta y tres en Jerusalén (v. 5). Hebrón había sido famosa (Jos. 14:15) y era una ciudad sacerdotal. Pero Jerusalén iba a ser más famosa: la ciudad regia y la ciudad santa. Versículos 6–10 Si Salem el lugar donde Melquisedec fue rey, es Jerusalén (como parece probable por el Sal. 76:2) ya era famosa en tiempo de Abraham. Josué halló que era la principal ciudad de la parte sur de Canaán (Jos. 10:1–3). Cayó dentro de la heredad de Benjamín (Jos. 18:28), pero estrechamente unida a Judá (Jos. 15:8). Los hombres de Judá la habían tomado (Jue. 1:8), pero luego los benjaminitas dejaron a los jebuseos vivir entre ellos (Jue. 1:21), y se establecieron y se multiplicaron allí de tal forma que llegó a llamarse ciudad de los jebuseos (Jue. 19:11). Ahora bien, lo primero que hizo David, tan pronto como fue ungido por rey de todo Israel, fue conquistar Jerusalén de las
  • 14. manos de los jebuseos, lo cual no pudo hacer antes porque la ciudad pertenecía a Benjamín, tribu que se había adherido a la causa de Saúl (1 Cr. 12:29). I. Los jebuseos desafiaban a David y a sus fuerzas. Decían: Tú no entrarás acá, pues aun los ciegos y los cojos bastan para rechazarte (queriendo decir: David no podrá entrar acá) (v. 6). Así traducen, poco más o menos (nota del traductor), todas las versiones, tanto inglesas como castellanas, pero el texto hebreo y los LXX favorecen la opinión de Bullinger, según el cual los jebuseos tenían tal confianza en la inexpugnabilidad de la fortaleza, que pusieron en la salida del acueducto a ciegos y cojos que decían: David no entrará (lit.) acá. Es digno de compararse este lugar con Lamentaciones 4:12. Ya sea que confiaran en sus dioses o en la solidez de sus fortificaciones, la arrogancia de los jebuseos (propiamente, yebuseos) no tenía límites. II. Éxito de David contra los yebuseos. El orgullo e insolencia de éstos, lejos de desanimar a David, le envalentonaron y, al preparar el asalto, dio la siguiente orden: «Cualquiera que combata al yebuseo, que alcance a través del acueducto a los ciegos y a los cojos que David aborrece. Por eso dicen: Ni cojo ni ciego entrarán en la casa» (v. 8, lit.). Al comparar este texto con 1 Crónicas 11:4–6, se ilumina lo oscuro del presente lugar. Por allí vemos que David prometió elevar a un rango militar superior a quien derrotase a los yebuseos; y el primero que subió por el acueducto fue Joab. Por esta razón, Bullinger opina con bastante fundamento (v. también la Biblia de Jerusalén— nota del traductor—) que en 2 Samuel 5:8 hay una elipsis (falta la apódosis) que es preciso rellenar con los datos de 1 Crónicas 11. Otros autores opinan que no se debe modificar el texto de 1 Samuel, aun concediendo que se trata de un versículo muy oscuro en el original mismo. III. David fija su residencia regia en Sion. Él mismo habitó en la fortaleza y edificó casas en torno suyo, probablemente para sus guardias y ayudantes «desde Miló hacia adentro» (v. 9). Para la referencia de Miló puede verse 1 Reyes 9:15. Es probable que se implique aquí la construcción de la muralla o la reparación de las antiguas fortificaciones. Así que David actuó incansablemente y prosperó en cuanto llevaba a cabo, creció en honor, fuerza y riquezas, y fue más y más honorable a los ojos de sus súbditos, y más y más formidable a los ojos de sus enemigos, porque Jehová Dios de los ejércitos estaba con él (v. 10). Versículos 11–16 I. Construcción del palacio real de David, apto para la audiencia de la corte y para el homenaje que se le prestaba (v. 11). Hiram, rey de Tiro y hombre muy rico, al enviar su felicitación a David por la accesión de éste al trono de Israel, le ofreció obreros y materiales para que se edificase una casa digna de tal rey. David aceptó agradecido la oferta, y los obreros de Hiram le edificaron una casa a gusto de él. Siempre ha habido grandes artistas y científicos que fueron extraños a los pactos de la promesa. Pero no por eso fue la casa de David mejor o peor, ni más o menos apropiada para ser dedicada a Dios, por haber sido construida por los súbditos de un rey extranjero. En la profecía de Isaías, con respecto a la futura gloria de Sion, leemos: Hijos de extranjeros edificarán tus muros, y sus reyes te servirán (Is. 60:10). II. El gobierno de David es afianzado (v. 12). 1. Su reino estaba ya tan firme que nada podía sacudirlo. El que lo hizo rey, lo afianzó a él y a su reino, porque había de ser tipo del reinado de Cristo, que no tendrá fin (Lc. 1:32, 33). 2. Fue exaltado a los ojos de amigos y de enemigos. Nunca apareció tan grande como entonces la nación de Israel. Pero Dios no puso a los israelitas como súbditos de David para que él fuese grande, rico y monarca absoluto, sino para que él pudiese mejor conducirles, guiarles y protegerles. III. Incremento de la familia de David. Son mencionados aquí (vv. 14–16) todos los hijos, once en total, que le nacieron después que se estableció en Jerusalén. A éstos hay
  • 15. que añadir los seis que le habían nacido en Hebrón (3:2, 5). También se nos dice (v. 13) que tomó más concubinas y mujeres de Jerusalén; en otras palabras, formó un harén al estilo de los reyes orientales. ¿Le alabaremos por ello? ¡Ciertamente, no! No podemos alabarle, ni justificarle, ni siquiera excusarle. Quizá pensaba que de esta forma fortalecería sus intereses, multiplicaría sus alianzas e incrementaría la familia real, pero iba claramente contra la ley de Dios (Dt. 17:17). Y aun teniendo tantas mujeres y concubinas, todavía codició la única mujer de su prójimo (cap. 11; v. 12:1–3) y abusó de ella. Una vez que los hombres rompen la barrera, no hay nada que les contenga. Versículos 17–25 El especial servicio por el que David fue exaltado al trono de Israel fue que salvase a la nación de manos de los filisteos (3:18). Aquí se nos refieren dos grandes victorias que obtuvo contra los filisteos, por las que no sólo contrarrestó la pérdida y la desgracia sufridas en la batalla en que Israel fue derrotado y Saúl halló la muerte juntamente con sus hijos, sino que llegó a la dominación casi total de estos peligrosos enemigos. I. En ambas acciones los filisteos fueron los agresores. 1. En la primera vinieron a buscar a David (v. 17) porque oyeron que había sido ungido por rey sobre Israel. Pensaban, pues, aplastar su gobierno en la misma infancia, antes de que se afianzara del todo. Se unieron todos para esta empresa, pero fueron quebrantados (v. Is. 8:9, 10). 2. En la segunda volvieron a venir (v. 22) y esperaban recuperar lo que habían perdido en el primer encuentro, ya que su corazón estaba endurecido para la destrucción de ellos mismos (v. 25). 3. En ambas ocasiones se extendieron por el valle de Refaím (vv. 18, 22) que caía muy cerca de Jerusalén. Esperaban hacerse dueños de la ciudad antes de que completara David el trabajo de las fortificaciones. Con el verbo «se extendieron» da a entender el texto que eran muy numerosos. II. En ambos casos, aunque David era lo bastante valiente para marchar contra el enemigo, no entró en acción sin antes consultar a Jehová (vv. 19, 23) por medio del efod. Su consulta abarcaba dos puntos: 1. En cuanto a su deber: «¿Iré contra los filisteos?» Aquís le había tratado muy bien cuando David se hallaba en apuros, y le había protegido. Parece, pues, preguntar: «En recompensa de aquella fineza, ¿no debería yo buscar las paces con ellos, más bien que hacerles frente en el campo de batalla?» «¡No!», le dice Dios, «son enemigos de Israel; sube, pues». 2. En cuanto al éxito de la campaña. Su conciencia le había inclinado a preguntar: «¿Subiré?» (lit.). Ahora su prudencia le hacía preguntar: «¿Los entregarás en mi mano?» Con esto reconoce su total dependencia de Dios en cuanto a la victoria. «¡Sí!», le responde a esto Dios; «Ve, porque ciertamente entregaré a los filisteos en tu mano». Si Dios nos envía a un lugar con un cometido cualquiera, Él nos protegerá y estará con nosotros. La seguridad que Dios nos ha dado de victoria sobre nuestros enemigos espirituales nos debería animar en nuestras luchas con Satanás y sus huestes de maldad. David tenía ahora a su disposición un grande y animoso ejército; con todo, confió en la promesa de Dios más que en sus propias fuerzas. III. En el primero de estos encuentros David derrotó a los filisteos a filo de espada (v. 20) y, después de la victoria: 1. Dio al Señor la gloria por el triunfo, pues puso por nombre al lugar: Baal-perasim, que significa «Señor de las roturas» (o de los quebrantamientos), porque, al haber quebrantado Dios a las fuerzas enemigas, fácilmente pudo él obtener la victoria sobre las mismas. 2. Cubrió de vergüenza los ídolos del enemigo. Los filisteos habían traído al campo de batalla las imágenes de sus dioses para que les protegiesen, así como los israelitas habían llevado al campo de batalla el Arca de Jehová; pero, al ser puestos en fuga, no se detuvieron a llevarse las imágenes, porque les resultaban una carga sobre las bestias cansadas (Is. 46:1), por lo que las abandonaron en el campo de batalla, juntamente con el resto del bagaje en
  • 16. manos del vencedor. David y sus hombres hicieron uso del resto del botín pero a las imágenes las quemaron (v. 21), como había ordenado Dios (Dt. 7:5). El obispo Patrick hace notar aquí muy bien que cuando el Arca cayó en manos de los filisteos los consumió, pero cuando estas imágenes cayeron en manos de Israel, no pudieron salvarse a sí mismas de ser consumidas. IV. En el segundo de estos encuentros Dios concedió a David algunas señales sensibles de su presencia con él, le ordenó que no cayera de frente sobre el enemigo, como la vez anterior, sino que los rodease (v. 23). 1. Dios le ordena que se detenga. Y, como en otro tiempo, Israel se estuvo quieto para ver la salvación de Jehová (Éx. 14:13). 2. Le prometió que Él mismo (Dios) cargaría contra el enemigo por medio de un invisible ejército de ángeles (v. 24): «cuando oigas ruido como de pasos en la cima de las balsameras, entonces te moverás» (comp. con 2 R. 7:6). La gracia de Dios debe despertar en nosotros la prontitud para actuar. El ruido de los pasos era: (A) Una señal para que David se pusiera en movimiento. Bien podemos ponernos en marcha cuando Dios va delante de nosotros. Y (B) Quizás, alarma para el enemigo, a fin de ponerle en desorden y confusión. Al oír como pasos de un ejército que marchaba contra ellos, se retiraron precipitadamente y cayeron en manos de las fuerzas de David que estaban a la retaguardia del enemigo. (C) El éxito de esta estratagema se nos narra brevemente en el versículo 25. David actuó conforme Jehová se lo había mandado, esperó a que Dios se moviese, y sólo entonces atacó al enemigo. Hirió a los filisteos hasta la misma frontera del país de ellos. Cuando el reinado del Mesías comenzó su primera fase, los Apóstoles encargados de abatir el reinado de Satanás hubieron de esperar hasta recibir la promesa del Espíritu (esto es, el Espíritu prometido), el cual vino del Cielo con un estruendo como de un viento recio que soplaba (Hch. 1:4, 8; 2:2), del cual era, en alguna forma, tipo este ruido como de pasos en la cima de las balsameras. CAPÍTULO 6 Después de humillar a los filisteos, David se dispone a traer a Jerusalén el Arca, no sólo para tenerla cerca de él, sino también para que añadiese ornamento y fuerza a la nueva fundación. I. Un primer intento que se frustró. El propósito era bueno (vv. 1–2), pero: 1. Cometieron un grave error al transportar el Arca en una carreta (vv. 3–5). 2. Este error fue seguido de otro, y Uzá murió por haber tocado el Arca (vv. 6–7). 3. Esto aterrorizó a David (vv. 8–9), quien detuvo la marcha y dejó el Arca en casa de Obed- edom (vv. 10–11). II. Tras las bendiciones derramadas sobre la casa de Obed-edom, se reanudó la marcha con gran júbilo y satisfacción (vv. 12–15), y en ella vemos: 1. El buen entendimiento entre David y el pueblo (vv. 17–19). 2. El altercado entre David y su esposa Mical en esta ocasión (vv. 16, 20–23). Y cuando consideramos que el Arca era la señal de la presencia de Dios y, al mismo tiempo, tipo de Cristo, vemos cuán instructivo es este relato. Versículos 1–5 El Arca estaba alojada en Quiryat-Yearim desde su regreso de su cautividad entre los filisteos (1 S. 7:1, 2). Aunque 1 Samuel 14:18 parece indicar que el Arca fue llevada una vez desde allí, pero no es probable que el Arca fuese transportada en aquella ocasión, sino sólo el efod. Lo que antaño había significado tanto para Israel, era una cosa que los israelitas habían descuidado por muchos años. La visibilidad en sí no es una nota de la verdadera Iglesia. Dios se hace presente, con su gran amor, en medio de sus hijos y dentro de sus almas, incluso cuando faltan las señales exteriores de su presencia. Pero ahora que David está afianzado en su trono, comienza a revivir el honor del Arca. I. Precisamente porque habían sido muy escasas las menciones del Arca en años recientes, se la describe aquí más ampliamente (v. 2): «el Arca de Dios, sobre la cual
  • 17. era invocado el nombre de Jehová de los ejércitos, que mora entre los querubines». Aprendamos de aquí: 1. A pensar y hablar de Dios altamente, pues su nombre está sobre todo otro nombre (comp. con Fil. 2:9): Jehová Tsebaoth = «Jehová de las huestes» (ángeles y estrellas), que tiene bajo su mando a todas las criaturas del cielo y de la tierra, y, no obstante, condesciende a morar entre los querubines, con lo que reconcilia al mundo con vistas a un Mediador y dispuesto siempre a hacerles bien. 2. A pensar y hablar con honor acerca de las santas ordenanzas, las cuales son para nosotros, como el Arca para Israel, señal de la presencia del Señor entre nosotros (Mt. 28:20) y medios de su gracia de nuestra comunión con Él (Sal. 27:4). Cristo es nuestra Arca. II. Honroso acompañamiento que tuvo el Arca al ser trasladada. David propuso el traslado (1 Cr. 13:1–3). Todos los hombres escogidos de Israel son convocados a solemnizar la fiesta, a pagar sus respetos al Arca y a dar testimonio de su regocijo por el traslado a Jerusalén. Esto serviría para infundir en el corazón de la juventud de la nación, que escasamente habrían oído hablar del Arca, una gran veneración hacia ella. III. Grandes expresiones de gozo en el traslado del Arca (v. 5). Así como el culto privado es tanto mejor cuanto más privado es, así también el culto público es tanto mejor cuanto más público es; ciertamente tenemos motivos para regocijarnos cuando se retiran los impedimentos para el libre ejercicio de la religión, y el Arca de Dios halla alegre acogida en la ciudad de David, donde no sólo disfruta de la protección, sino también del estímulo, de los poderes públicos. Para mejor expresar su gozo, danzaban delante de Jehová. El Dr. Lightfoot opina que fue entonces cuando David compuso el Salmo 68, puesto que comienza con la antigua oración de Moisés en el traslado del Arca: «Levántese Dios, sean esparcidos sus enemigos»; también se hace mención aquí (v. 25 del mismo Salmo) de los cantores y músicos que acompañaban, y (v. 27) de los príncipes de varias tribus. Quizás incluso las palabras con que se cierra el Salmo (v. 35): «Temible eres, oh Dios, desde tu santuario», fueron añadidas con ocasión de la muerte de Uzá. IV. Vemos, sin embargo, un grave error del que fueron culpables en este traslado, pues transportaron el Arca en una carreta tirada por bueyes, cuando debía ser transportada siempre a hombros de los levitas (v. 3, comp. con Nm. 3:29 y ss.). A los coatitas, que tenían a su cargo el Arca, no se les había asignado ninguna carreta «porque llevaban sobre sí en los hombros el servicio del santuario» (Nm. 7:9). El Arca no era una carga tan pesada como para que no pudieran llevarla a hombros hasta el monte Sion; por tanto, no necesitaban cargarla en una carreta como si fuese un objeto profano. No tenían excusa en que así lo habían hecho los filisteos sin ser castigados por ello pues los filisteos no conocían el valor, la importancia y el significado del Arca. Los filisteos podían transportarla así impunemente, pero si los israelitas les imitaban, no podían quedar impunes. Poco mejoraban el caso con transportarla en una carreta nueva; nueva o vieja, no era ése el modo que Dios había ordenado. Versículos 6–11 Uzá es herido de muerte por tocar el Arca durante el traslado a la ciudad de David; fue una trágica experiencia que empañó el gozo de la solemnidad, impidió el avance de la marcha y, de momento ocasionó la dispersión de esta gran asamblea, congregada para asistir con gozo a la fiesta y despedida a sus casas con terror. I. La culpa de Uzá parece pequeña a primera vista. Él y su hermano Ayó, hijos (o, más probablemente, nietos—v. 1 S. 7:1—) de Abinadab, en cuya casa había estado alojada el Arca por largo tiempo (unos 70 años), acostumbrados a tenerla a su cargo, guiaban la carreta en que el Arca era transportada, siendo éste, quizás, el último servicio que habían de prestarle, puesto que habrían de ser encargados de ello otros levitas cuando el Arca llegase a la ciudad de David. Ayó iba delante (v. 4), a fin de abrir paso
  • 18. y, si era preciso, guiar los bueyes. Uzá iba detrás, muy cerca del Arca. Sucedió que los bueyes dieron una sacudida. Discrepan los autores sobre el significado del verbo hebreo shamat: unos traducen «tropezaron»; otros, «resbalaron»; otros, «cocearon» contra la aguijada, quizá, con que Uzá les aguijaba; otros, en fin, «se atascaron». Por un accidente de una u otra forma, el Arca estuvo en peligro de ser sacudida de la carreta. Entonces fue cuando Uzá le echó mano para sostenerla. Él era levita, pero sólo los sacerdotes podían tocar el Arca. La ley estaba clarísima en este punto (Nm. 4:15) concerniente a los coatitas; habían de transportar todos los utensilios del santuario, pero no podían tocar las cosas santas, pues morirían. II. El castigo que sufrió por tal ofensa parece muy grande a primera vista (v. 7): «cayó allí muerto junto al Arca de Dios»; ni siquiera el propiciatorio le salvó de la muerte. ¿Por qué se portó Dios tan severamente con él? 1. Tocar el Arca, como hemos visto, estaba vedado expresamente a los levitas, bajo pena de muerte. 2. Dios vio en el corazón de Uzá una cierta presunción e irreverencia. Quizá quiso mostrar delante de toda la asamblea cuán bien podía manejar el Arca, al haber estado por largo tiempo a su servicio. 3. David reconoció después que Uzá había sido castigado por un pecado del que todos eran culpables, esto es, por haber transportado el Arca sobre una carreta. Pero aun en esto tenía Uzá mayor culpa, pues de él y de su hermano parece ser que partió la iniciativa de transportarla de aquella manera. 4. Dios quería inculcar con ello en los israelitas una mayor veneración de las cosas santas y convencerles de que no era el Arca menos digna de respeto por haberse hallado hasta entonces en circunstancias humildes; así aprenderían a regocijarse con temor y a tratar las cosas santas con reverencia y temor santo. III. David se resintió tremendamente de esta desgracia y no podemos decir que sus sentimientos fuesen del todo apropiados como deberían haber sido. 1. Se disgustó mucho (v. 8): «Se encendió la ira de David» (lit.). Es el mismo vocablo hebreo que se emplea para expresar la ira de Dios (v. 7). Porque Dios estaba airado, David también se airó y se puso de mal humor. Es cierto que la muerte de Uzá eclipsó algún tanto la gloria de la solemnidad, pero el deber de David era someterse a la sabiduría y a la justicia de Dios en el episodio, en lugar de desagradarle lo que Dios hizo. Cuando estamos bajo la ira de Dios, hemos de soportarla con mansedumbre. 2. Le entró miedo (v. 9). Parece ser que le sorprendió lo sucedido, pues dijo: «¿Cómo ha de venir a mí el Arca de Jehová?» Como si Dios fuese tan extremadamente escrupuloso en cuanto a su Arca que mejor era mantenerse a distancia de ella. La reacción apropiada habría sido: «Que venga a mí el Arca, y yo aprenderé de este episodio a tratarla con mayor reverencia». Así que no quiso traer para sí el Arca de Jehová (v. 10) mientras no estuviese en mejor disposición de ánimo. 3. Se preocupó de perpetuar la memoria de este golpe y puso al lugar un nuevo nombre: Peres-Uzá (v. 8), que significa «quebrantamiento de Uzá». Anteriormente, después de derrotar a los filisteos, llamó al lugar «Baal-perasím», esto es, «Señor de los quebrantamientos». Pero ahora era el quebrantamiento de uno de sus amigos. El memorial serviría de aviso a la posteridad para evitar toda precipitación e irreverencia en el trato de las cosas santas. 4. Alojó el Arca en buena casa, la casa del levita Obed-edom que caía cerca del lugar en que había acaecido el desastre, y allí: (A) Fue bien acogida y atendida, y permaneció por tres meses (vv. 10, 11). Obed-edom conocía la matanza que el Arca había llevado a cabo entre los filisteos y los betsemitas. Había visto caer a Uzá por tocarla y se dio cuenta de que el propio David tenía miedo de seguir adelante con ella; sin embargo, le abrió de par en par las puertas de su casa sin temor alguno; sabía que era «olor de muerte para muerte» (2 Co. 2:16) únicamente para quienes la tratasen sin
  • 19. respeto. (B) Obtuvo por ello gran bendición: «Y bendijo Jehová a Obed-edom y a toda su casa». La misma mano que había castigado la orgullosa presunción de Uzá, recompensó la humilde osadía de Obed-edom e hizo que el Arca fuera para él «olor de vida para vida». El Arca de Dios es huésped con cuya acogida nadie pierde. Buena cosa es vivir en una familia que presta al Arca buena acogida, pues todo será bendición allí. Versículos 12–19 Segundo intento de traer el Arca a Jerusalén; esta vez, con éxito. I. La bendición que cayó sobre la casa de Obed-edom era una señal de que Dios estaba reconciliado con su pueblo y de que su ira había cesado. Si Dios estaba en paz con ellos, bien podían seguir gozosamente con su empresa. 1. Era una evidencia de que el Arca no era una carga tan pesada como ellos creían; al contrario, era una bendición para quien estaba cerca de ella. 2. Cristo es también piedra de tropiezo y roca de escándalo (1 P. 2:8) para los desobedientes; pero, para los que creen, es principal piedra del ángulo, escogida, preciosa (1 P. 2:6). II. Cómo se las arregló David ahora. 1. Ordenó que el Arca fuese llevada a hombros de los levitas, en las barras, como estaba mandado. Esto se halla aquí implícito (v. 13), pero está expreso en 1 Crónicas 15:15. 2. Cada seis pasos que andaban los que llevaban el Arca, David ofrecía sendos sacrificios a Dios (v. 13) para expiar por los anteriores errores. 3. Él mismo asistió a la solemnidad con las más elevadas expresiones de gozo que puedan darse, pues danzaba con toda su fuerza delante de Jehová (v. 14). Su danza no fue premeditada según ciertas normas ni ejecutada con artificio formalista, sino que fue una expresión natural y espontánea de su gran alegría y de la exultación de su corazón. 4. Todo el pueblo acompañó con júbilo al Arca (v. 15). 5. El Arca fue traída a salvo y depositada honrosamente en el lugar preparado para ella (v. 17): Metieron el Arca de Jehová y la pusieron en su lugar en medio de una tienda que David le había levantado. E inmediatamente que fue colocada allí, sacrificó David holocaustos y ofrendas de paz delante de Jehová, en agradecimiento a Dios y con súplica para que continuara su favor. 6. Después de esto, el pueblo fue despedido en medio de general satisfacción. Les despidió David: (A) Con una piadosa oración (v. 18): Bendijo al pueblo en el nombre de Jehová de los ejércitos. Por medio de esta oración mostró su deseo de bienestar para ellos, para que así supiesen que tenían un rey que de veras les amaba. (B) Con un generoso regalo (v. 19). Fue un copioso reparto de víveres, no una menguada distribución de limosnas. Versículos 20–23 Después de despedir a la congregación, David regresó a su casa para bendecirla (v. 20) con una acción de gracias familiar por esta merced nacional. Nunca había regresado David a su casa con tanta alegría y satisfacción como ahora que había traído el Arca a su vecindad; sin embargo, incluso este día tan jubiloso acabó con cierto malestar, ocasionado por su esposa Mical, a quien desagradó la danza de David delante del Arca, ya que pensaba que su esposo se había degradado con ello. I. Cuando Mical vio a David en la calle, danzando delante del Arca, le menospreció en su corazón (v. 16). Pensó que este entusiasmo por traer el Arca de Dios a la ciudad era excesivo y muy impropio de un soldado, hombre de estado y monarca tan grande. II. Cuando él llegó a casa con la mejor de las disposiciones, ella salió a su encuentro para cubrirle de reproches. Vemos: 1. Con qué ironía se burló de él (v. 20): «¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey de Israel! ¡Cómo has hecho hoy el necio delante de todas las turbas!» Le desagradaba a Mical el entusiasmo de David por el Arca y tildaba de inmodesta, y hasta de lasciva, su forma de comportarse delante del Arca. Pero estos reproches no tenían ningún fundamento, puesto que no cabe duda que David observó el debido decoro en su danza
  • 20. y, además, sólo se despojó de sus vestiduras regias, pues iba vestido con un efod de lino (v. 14); es decir, no en función de monarca, sino de sacerdote que ministra delante de Jehová. El reproche de Mical era tanto más injusto cuanto que David le había mostrado un afecto tan grande que no quiso aceptar la corona sobre todo Israel sin que antes le fuera devuelta la esposa de su juventud (3:13). Con esto echaba de ver Mical que tenía más de hija de Saúl que de esposa de David y hermana de Jonatán. 2. Cómo reaccionó David ante este reproche de ella. Le dio a entender: (A) Que su intención había sido honrar a Dios (v. 21): Fue delante de Jehová, esto es, con la atención puesta en Dios solamente. Fuese cual fuese la forma maliciosa en que ella había interpretado el gesto de David, él tenía el testimonio de su conciencia de que lo había hecho sinceramente por la gloria de Dios. Y para que no se meta a juzgar la conducta de su esposo, le recuerda que Dios mismo había retirado su apoyo a la casa de Saúl prefiriéndole a él para hacerle rey sobre Israel, y si le parecían viles y despreciables las expresiones de júbilo que había mostrado en la calle delante del Arca él las tenía por tan apropiadas que estaba dispuesto a repetirlas. «Por tanto, danzaré delante de Jehová». (a) Si somos aprobados delante de Dios, y lo que hacemos en nuestras expresiones de piedad lo hacemos por Él, no hemos de temer las censuras ni los reproches de los hombres. (b) Cuanto más se nos vilipendie y menosprecie por hacer el bien, tanto mayor ha de ser nuestra resolución en continuar fieles al Señor y dispuestos a servirle. (B) Que su intención incluía su propia humillación (v. 22). «Y aun me haré más vil que esta vez, y seré bajo a tus ojos, pensando que no hay nada demasiado bajo a lo que no esté yo dispuesto a rebajarme por el honor de Dios». (C) Que, lejos de tomar en consideración su reproche, prefería ser honrado delante de las criadas de sus siervos (v. 20), que era lo que precisamente Mical le echaba en cara: «Pero seré honrado delante de las criadas de quienes has hablado». 3. Para Mical fue muy triste la consecuencia de este altercado (v. 23): Y Mical, hija de Saúl, no tuvo hijos hasta el día de su muerte (lit.). Aunque el adverbio «ya» no aparece en el texto hebreo, la posición de la frase al final de todo el episodio da a entender como si Dios la hubiese condenado a la esterilidad, la mayor causa de pesadumbre para una mujer semita. Sin embargo, es más probable que David renunciase a tener relaciones con ella. Lo cierto es que tampoco antes había tenido hijos, lo cual explicaría, hasta cierto punto, como comenta el rabino Hertz, su frialdad de corazón. Ella había reprochado injustamente a David, pero ella tenía un mayor y más duradero reproche. Dios honra a quienes le honran a Él; pero quienes le desprecian a Él y a sus siervos, serán menospreciados. CAPÍTULO 7 El Arca de Dios es el cuidado de David como había sido su gozo. I. Su consulta a Natán sobre edificar casa para el Arca, da a entender su intención de construirla (vv. 1– 2), y Natán aprueba su intención (v. 3). II. Su conversación con Dios sobre ello en la que: 1. Recibe de Dios un benévolo mensaje acerca de este asunto (v. 4–17). 2. Ofrece a Dios una oración muy humilde en contestación al mensaje divino, y acepta agradecido las promesas de Dios para él, y ora con anhelo para que Dios las lleve a cabo (vv. 18– 29). Versículos 1–3 I. David descansa (v. 1): Estaba el rey asentado en su casa (lit.), tranquilo, sin que nadie turbase su reposo ni le acosase para salir al campo de batalla. Por largo tiempo no había disfrutado de una calma como ésta. Y estaba en su elemento cuando, sentado en su casa, podía meditar en las cosas de Dios y en su Ley.
  • 21. II. Fue entonces cuando pensó en edificar un templo para el honor de Dios. Había ya edificado una casa para sí y una ciudad para sus siervos; ahora piensa en edificar morada para el Arca. 1. Así podría corresponder agradecido a los honores que Dios le había otorgado. 2. También podría de este modo hacer buen uso de la calma que Dios le concedía. David consideró (v. 2) la opulencia de su propio palacio («yo habito en casa de cedro»), comparada con la modestia de la morada del Arca («el Arca de Dios está entre cortinas»), y pensó que era muy poco apropiado el que él morara en un palacio, y el Arca de Dios en una tienda de campaña. David había estado desasosegado hasta encontrar una morada para el Fuerte de Jacob (Sal. 132:4, 5), y ahora está también desasosegado hasta hallar para el Arca otro lugar mejor. Las personas piadosas no pueden disfrutar con sosiego de sus comodidades mientras ven a la Iglesia de Dios en apuros y bajo densas nubes. Por eso, David no tiene contentamiento en su casa de cedro mientras el Arca no tenga mejor acomodo. III. Comunica su pensamiento al profeta Natán. Se lo dijo para, por medio de él, conocer la mente de Dios. Era ciertamente una buena obra, pero ya no era tan cierto que fuese la voluntad de Dios el que David hubiese de construirla. IV. A Natán le pareció buena, en un principio, la idea (v. 3): Anda, y haz todo lo que está en tu corazón, porque Jehová está contigo. Al ver que lo que David se proponía era cosa muy buena, Natán le dio ánimos para que llevase adelante su proyecto. También nosotros debemos hacer cuanto podamos para animar y promover los buenos propósitos y planes de otros, alentándoles con buenas palabras cuando tengamos oportunidad. Natán le dio estos ánimos, no en nombre de Dios, sino de su propia cuenta; no como profeta, sino como hombre bueno y prudente. Versículos 4–17 Plena revelación del favor de Dios para con David por medio de un mensaje que le fue enviado mediante el profeta Natán. El propósito de este mensaje era quitarle a David de la cabeza la idea de edificar el templo, y por eso le fue comunicado: 1. Por la misma mano que le había animado a llevar a cabo la idea, no fuese que, si el mensaje le era comunicado por medio de otra persona, Natán quedase menospreciado y David se sintiese perplejo. 2. La comunicación le vino a David aquella misma noche, para que Natán no continuase por más tiempo en su equivocación y para que David no siguiera llenándose la cabeza con ideas que nunca había de llevar a la práctica. I. El propósito de David de edificar para Dios una casa es dado de lado. Dios tomó buena nota de tal propósito, ya que sabe muy bien lo que hay dentro del hombre, y se agradó en él, como vemos por 1 Reyes 8:18: «Bien has hecho en tener tal deseo»; con todo, no le permitió que lo llevase a la práctica: «¿Tú me has de edificar casa en que yo more? ¡No! Tú no me edificarás casa en que habite (v. el lugar paralelo, 1 Cr. 17:4); tengo designado para ti otro trabajo, que ha de ser llevado a cabo primero». David es un hombre de guerra y debe continuar con sus conquistas para ensanchar las fronteras de Israel. David es también un buen salmista y tiene que preparar salmos para el uso del templo cuando éste haya sido edificado y fijar los turnos de los levitas. Para la edificación del templo, será más apropiado el talento genial de su hijo (aún por nacer), y él dispondrá de mayor cantidad de dinero para los gastos de la obra; por consiguiente, a Salomón le será reservado llevar a cabo esa obra. Cada uno ha de servir conforme al don que haya recibido (v. Ro. 12:3 y ss.; 1 Co. 12:7 y ss.). La edificación del templo iba a ser obra de mucho tiempo y necesitaba la adecuada preparación; pero era algo de lo que jamás se había hablado hasta ahora. Dios le dice a David: 1. Que hasta ahora nunca había tenido una casa edificada para Él (v. 6); un tabernáculo había servido para ello, y podía continuar sirviéndole por algún tiempo más. Dios no tiene en mucho la pompa exterior del culto; la presencia de Jehová era tan
  • 22. segura y eficaz cuando el Arca moraba en una tienda como cuando estuvo en un templo. Cristo, como el Arca, «acampó con nosotros» (Jn. 1:14, lit.) cuando estuvo en este mundo, y verdaderamente pasó por el mundo haciendo el bien (Hch., 10:38), pero pasó como peregrino, pues no tuvo morada de su propiedad hasta que subió a los cielos, a las mansiones de arriba en la casa del Padre (Jn. 14:2), y allí se sentó a su diestra (Sal. 110:1; He. 1:3; 8:1; 10:12). También la Iglesia, como el Arca y como Cristo, es peregrina en este mundo (v. 1 P. 2:11) y mora en una tienda de campaña, porque su estado presente es pastoril y, al mismo tiempo, militar; su ciudad o residencia fija está por venir (He. 11:16; 13:14). En sus Salmos, David llama con frecuencia al tabernáculo «templo» (por ej. Sal. 5:7; 27:4; 29:9; 65:4; 138:2), porque respondía a los objetivos de un templo, aun cuando estuviese hecho de cortinas. 2. Que nunca había dado órdenes ni instrucciones, ni aun la más leve insinuación, a ninguno de los anteriores jefes de Israel, esto es, a ninguno de los jueces (1 Cr. 17:6) o cetros (pues así son llamados los gobernantes, como en Ez. 19:14, y así es llamado el Supremo Cetro, el del Mesías, en Nm. 24:17), en cuanto a la edificación del templo (v. 7). II. Dios le trae a la memoria las grandes cosas que ha hecho por David. 1. Le levantó desde una condición baja y modesta (v. 8): Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas. 2. Le ha dado éxito y victoria sobre sus enemigos (v. 9): «He estado contigo en todo cuanto has emprendido, para protegerte cuando eras perseguido, y para prosperarte cuando ibas persiguiendo». 3. Le ha coronado, no sólo con poder y dominio sobre Israel, sino también con honor y reputación entre las naciones circunvecinas: Y te he dado un nombre grande, como el nombre de los grandes que hay en la tierra. III. Al Israel de Dios le es prometido que será establecido felizmente (vv. 10, 11). Esto viene como en un paréntesis, antes de las promesas hechas a David personalmente, para que entienda que todo lo que Dios ha determinado hacer por él lo ha hecho por amor a Israel, a fin de que el pueblo pueda vivir felizmente bajo la administración y gobierno de David, y para que él tenga la satisfacción de ver en lontananza paz sobre Israel (comp. con Sal. 128:6). Dos cosas le son prometidas a Israel: 1. Un lugar tranquilo: Canaán será de ellos, sin que nadie les eche de allí. 2. Un tranquilo disfrute del lugar «… ni los hijos de perversidad (lit.)—con lo que alude especialmente a los filisteos, que habían sido una verdadera plaga para ellos—le aflijan más, como al principio». IV. La principal razón por la que Dios niega a David el privilegio de erigirle un templo no se halla aquí, pero se repite varias veces en 1 Crónicas 22:8; 28:3: «Porque tú has derramado mucha sangre». Aunque, con toda probabilidad, Dios se refiere aquí a la sangre derramada en defensa de la nación, las manos manchadas de sangre no son las más apropiadas para una función casi sacerdotal de edificar el templo del Dios verdadero. Hay autores que piensan que Dios incluye la muerte de Urías (cap. 11) en lo del «derramar sangre». V. Vienen a continuación las promesas vinculadas a la familia y a la posteridad de David. Él se había propuesto edificar una casa a Dios; ahora, Dios se propone, y promete, edificar casa a David (v. 11); es decir, una dinastía sin fin (v. 16). 1. Algunas de estas promesas se refieren a Salomón, su inmediato sucesor, y al linaje real de Judá. En cuanto a Salomón, vemos: (A) Que Dios le hará heredero del trono de su padre David. (B) Que le afianzará en el trono: «Afirmaré su reino» (v. 12), «afirmaré para siempre el trono de su reino» (v. 13). (C) Que le había de usar en la honrosa y excelente obra de edificar el templo, del que David tuvo sólo la satisfacción de intentarlo: «Él edificará casa a mi nombre» (v. 13). (D) Que entrará con él en un pacto de adopción (vv. 14, 15): Yo le seré a él por padre, y él me será a mí por hijo. No
  • 23. hay cosa mejor para la felicidad nuestra y la de los nuestros que tener a Dios por Padre. La promesa tiene que ver, no con una adopción «de gracia» como es la de los creyentes, sino en sentido impropio de adopción, el mismo nombre que se le impuso (hebreo, Yedidiyah) únicamente significa «escogido», no para el Cielo, sino para el trono. En cuanto a dicha adopción como «hijo», vemos: (a) Que Dios, como Padre, le corregirá (v. 14), pues ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? (He. 12:7). (b) Con todo no le había de desheredar (v. 15). La revuelta posterior de las diez tribus y su separación de la casa de David fue, más bien, una corrección y un gran castigo de dichas tribus por su iniquidad, pero la constante adhesión de las dos restantes tribus a la casa de David perpetuó la merced de Dios a su familia la cual, aunque se acortó, no fue cortada del todo, como lo fue la casa de Saúl. 2. Otras promesas se refieren a Cristo, que varias veces es llamado David y, con mayor frecuencia, Hijo de David, a quien apuntaban en último lugar, estas promesas y en quien tuvieron su pleno cumplimiento. Él era de la descendencia de David (Hch. 13:23). La promesa: Yo le seré a él por padre, y él me será a mí por hijo, es expresamente aplicada a Cristo en Hebreos 1:5. Además, el establecimiento de su trono y de su reino para siempre (vv. 13, 16) no puede aplicarse a nadie más que a Cristo y a su reino (Lc. 1:33). La casa y el reino de David se derrumbaron hace muchísimos siglos; sólo el reino del Mesías es eterno (v. 16). (A) Natán comunicó fielmente a David este mensaje (v. 17) y, al prohibirle edificar el templo, tuvo que contradecirse a sí mismo (comp. el v. 17 con el 3). (B) Dios cumplió fielmente, a su debido tiempo, estas promesas a favor de David y de su descendencia. Versículos 18–29 La solemne alocución que dirigió David a Dios en respuesta al benévolo mensaje que Dios le había enviado. I. El lugar al que se retiró: «Entró el rey David»; esto es, entró en el tabernáculo donde estaba el Arca, que era la señal de la presencia de Dios; se puso frente al Arca. II. La postura que adoptó: «Se sentó (lit.) delante de Jehová». La Biblia nos presenta tres posturas de oración: 1. De pie, que es la postura sacerdotal, de mediación. 2. De rodillas, que es postura de sumisión y súplica, como hacía el Apóstol Pablo (Ro. 14:11; Ef 3:14). 3. Postrado, rostro en tierra, como vemos en el propio Señor Jesucristo (Mt. 26:39). La postura de David aquí es postura más bien de adoración (v. Éx. 17:12; 1 S. 4:13; 1 R. 19:4). Dice el comentario de Jamieson, Fausset y Brown sobre este lugar: «En cuanto a la actitud particular, David se sentó, más probablemente, sobre sus talones. Esta era la postura de los antiguos egipcios ante sus santuarios; en el Oriente, ésta es la postura que indica más profundo respeto ante los superiores. Personas de la más alta dignidad se sientan así en presencia de reyes, y es la única actitud asumida por los modernos mahometanos en sus lugares y ritos de devoción». Otros autores piensan (entre ellos, el propio M. Henry) que se sentó primeramente para meditar, antes de levantarse para orar. III. La alocución (u oración) misma, que rebosa piadosos afectos hacia Dios. 1. Habla muy humildemente de sí mismo y de sus méritos personales. Comienza como quien se ha quedado atónito al oír lo que le ha dicho Dios: «¿Quién soy yo, y qué es mi casa?» (v. 18). Tenía baja opinión: (A) De sus méritos personales: «¿Quién soy yo?»; sin embargo, era un hombre de cualidades excepcionales, extraordinariamente dotado en cuerpo y alma. Pero, cuando se aproxima a Dios, piensa de sí como de alguien indigno de que Dios se fije en él. (B) De los méritos de su familia: «¿Qué es mi casa?» Sin embargo, su familia era de la tribu de Judá, la tribu del cetro. Vimos una reacción similar en Gedeón (Jue. 6:15). De aquí hemos de aprender a considerar todos nuestros éxitos como concesiones gratuitas de Dios.
  • 24. 2. Habla muy altamente de los favores de Dios hacia él: (A) En lo que ha hecho por él: «… ¿para que tú me hayas traído hasta aquí?»; es decir, hasta esta posición de tan gran dignidad y poder. (B) En lo que ha prometido hacer por él. Muchas cosas había hecho ya Dios por él; pero, como si todo ello no fuera nada le promete hacer por él mucho más (v. 19). Debemos reconocer, como lo hace aquí David: (a) Que esto supera toda expectación: «¿Y (es) ésta la ley del hombre, Señor Jehová?» (lit.). Esto puede interpretarse de dos maneras: Primera: «¿Puede el hombre esperar que Dios se porte así con él? ¿Es ésta la manera ordinaria que tienes de tratar con los hombres?» Ha sido puesto tan cerca de Dios, comprado a tan alto precio, ha entrado en pacto y comunión con Dios. ¿Es imaginable todo esto? Segunda: «¿Es así como proceden los hombres, unos con otros?» ¡No! El proceder de Dios está infinitamente por encima del proceder de los hombres (Is. 55:8–9). Al ser infinitamente alto, Dios condesciende hasta lo más bajo. Al ser él el ofendido, nos suplica que nos reconciliemos con él, pues él está en principio, por la obra de la Cruz, reconciliado con nosotros (2 Co. 5:19–20). Donde abundan nuestros pecados, sobreabunda su perdón y su gracia (Ro. 5:20) y, así, los puntos más negros de nuestra vida se convierten en constelaciones de perdón. (b) Que más allá de esto no cabe esperar más (v. 20): «¿Y qué más puede añadir David hablando contigo?» Como si dijese: «¿Qué más puedo pedir, y qué más puedo desear?» «Pues tú conoces a tu siervo, Señor Jehová. Tú sabes lo que puede hacerme feliz, y lo que me has prometido es más que suficiente para ello.» Así también la promesa de Cristo incluye todos los bienes. ¿Qué más podemos pedir para nosotros en nuestras plegarias que lo que nos ha dicho en sus promesas? 3. Todo lo atribuye a la libre y soberana gracia de Dios (v. 21), tanto las grandes cosas que ha hecho por él como las grandes cosas que ha prometido hacer por él y por su familia. 4. Adora la grandeza y la gloria de Dios (v. 22): «Tú te has engrandecido, Jehová Dios; por cuanto no hay como tú». La condescendencia de Dios para con él y el honor que Dios le había otorgado no habían abatido su veneración pavorosa de la majestad divina; pues cuanto más cerca está alguien de Dios, tanto más le deslumbra el resplandor de su gloria, y cuanto más preciosos somos a sus ojos, tanto más grande debería ser Él a los nuestros. 5. Expresa una gran estima hacia el Israel de Dios (vv. 23, 24). Así como no había ninguno entre los dioses que pudiese compararse a Jehová, así tampoco había ninguna entre las naciones comparable a Israel, si tenemos en cuenta: (A) Las obras que Dios había llevado a cabo por ellos, desde el momento en que los rescató de la esclavitud de Egipto hasta el presente. La redención de Israel, conforme se describe aquí, era tipo de nuestra redención mediante la obra de Cristo en que: (a) Ellos fueron rescatados de las naciones y de sus dioses, nosotros somos rescatados de toda iniquidad y de toda conformidad con el presente mundo (Ro. 12:1, 1 Jn. 2:17). Cristo vino a salvar a su pueblo de sus pecados. (b) Israel fue rescatado para ser un pueblo de la exclusiva propiedad de Dios, santo y purificado, para obtener Él un alto nombre y hacer por ellos grandes cosas. Lo mismo ocurre con nosotros (1 P. 2:9). (B) El pacto que había hecho con ellos (v. 24). Este pacto era: (a) Mutuo. Ellos habían de ser el pueblo de Jehová, y Jehová había de ser el Dios de ellos. Todos los intereses de Israel habían de estar centrados en Dios; y todas las perfecciones divinas habían de actuar a favor de Israel. (b) Inmutable: «Porque tú estableciste …». Es algo fijado en los designios divinos. El mismo Dios que asegura el pacto, asegura también, de su parte, el cumplimiento del pacto. 6. David concluye con humildes peticiones a Dios.
  • 25. (A) Fundamenta sus peticiones en el mensaje mismo que ha recibido de Dios (v. 27): «Porque tú, Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, has hecho esta revelación a tu siervo». Como si dijese: «Tú has tenido a bien hacerme estas grandes promesas; de lo contrario, yo no habría hallado en mi corazón unas peticiones como éstas», demasiado grandes para que yo las haga, pero no demasiado grandes para que tú las concedas. (B) Su fe y su esperanza alzan el vuelo hasta comprometer a la fidelidad de Dios en el cumplimiento de la promesa (v. 25): «Ahora, pues, Jehová Dios, confirma para siempre la palabra que has hablado … y haz conforme a lo que has dicho». Sea tu promesa firme, como es mi petición osada. (C) Así afincada la raíz de su fe, brotan de sus labios importantes plegarias: (a) Pide que se cumpla la promesa que acaba de hacerle (v. 25), como si dijese: «No deseo más ni espero menos». Así es como también nosotros hemos de convertir en oraciones las promesas de Dios, y así se tornarán feliz cumplimiento, puesto que en Dios el decir y el hacer no son dos cosas diferentes, como suele ocurrir con los hombres, sino que su Palabra es, por sí misma, eficaz (He. 4:12): «Que sea engrandecido tu nombre para siempre». (b) Éste debería ser el centro y compendio de todas nuestras oraciones, como el Alfa y Omega de nuestras plegarias. Como el mismo Señor Jesucristo nos enseñó, debemos comenzar por «Santificado sea tu nombre» y terminar por «y la gloria por todos los siglos. Amén» (Mt. 6:9, 13). (c) Pide por su casa, a la que la promesa hacía especial referencia; primero, que sea bendecida (v. 29): «Ten ahora a bien bendecir la casa de tu siervo»; segundo, que dicha bendición sea permanente (v. 26): «Y que la casa de tu siervo David sea firme delante de ti». Y de nuevo (v. 29): «Para que permanezca perpetuamente delante de ti». Esto tiene pleno cumplimiento en la perfección y total firmeza eterna del reino de Cristo. Cuando fue prometido a María (Lc. 1:33) que el reino del Mesías no tendrá fin, quedó abundantemente respondida esta petición del hijo de Isaí a favor de su descendencia. CAPÍTULO 8 Después de haber buscado primero el reino de Dios, Y colocado en su apropiado lugar el Arca de Dios, David, ya bien establecido en el trono, comenzó a extender sus dominios. Aquí tenemos un informe. I. De sus conquistas, con sus triunfos: 1. Sobre los filisteos (v. 1). 2. Sobre los moabitas (v. 2). 3. Sobre el rey de Sobá (vv. 3, 4). 4. Sobre los sirios (vv. 5–8, 13). 5. Sobre los edomitas (v. 14). II. De los regalos que le fueron traídos y de las riquezas que adquirió de las naciones subyugadas, riquezas que dedicó a Dios (vv. 9–12). III. De su corte: la administración de su gobierno (v. 15) y sus más altos oficiales (vv. 16–18). Con esto tenemos una idea general de la prosperidad del reinado de David. Versículos 1–8 El quehacer de David ahora es hacer la guerra para vengar a Israel de las molestias causadas por sus enemigos, y para que hagan valer sus derechos, puesto que todavía no habían tomado plena posesión de la tierra que les había sido asignada por la promesa de Dios. I. Subyugó completamente a los filisteos (v. 1). Por largo tiempo habían oprimido y vejado a Israel. Saúl no llegó a imponerse a ellos, pero David completó la liberación de Israel de las manos de ellos, que Sansón había comenzado mucho antes (Jue. 13:5). Méteg-amá es una frase de muy discutido significado, pero 1 Crónicas 18:1 dice Gat, cuyo sentido ya conocemos. En 2:24 hallamos una referencia al «collado de Amá»; por lo que algunos traducen Méteg-amá por «la brida de Amá», con lo que se daría a entender que allí había una guarnición de filisteos que «frenaba» la expansión de Israel por aquel lado. Al tomarla David de manos de los filisteos, les arrancó la «brida» para frenarles a ellos.