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CANTARES
No cabe duda de que este Libro es inspirado por Dios, como lo entendió Israel y lo
entiende la Iglesia. Este Cantar de Salomón es muy diferente de los que compuso su
padre David: No contiene el nombre de Dios (excepto el lugar, problemático, de 8:6 b);
no aparece citado en el Nuevo Testamento, y no se hallan en él expresiones de devoción
espiritual ni huella alguna de revelación divina. Más que ninguna otra Escritura, cuesta
mucho ver en él «olor de vida para vida» (2 Co. 2:16), y podría resultar fácilmente
«olor de muerte para muerte» a cualquiera que se acercase a él con mente carnal y
corazón corrompido. Por eso, los doctores judíos aconsejaban a los jóvenes a no leerlo
hasta que tuviesen treinta años de edad, a fin de que no se encendieran las llamas de la
pasión con el abuso de lo que es más puro y sagrado. Tenemos aquí un cántico nupcial;
de eso no hay duda. Desde tiempos antiguos (nota del traductor), se le ha dado una
interpretación más bien alegórica, y se ha visto en él la expresión lírica de la comunión
íntima, espiritual, de Dios con Israel; o de Cristo con la Iglesia y, en la Iglesia de Roma,
se le ha llegado a dar un sentido mariológico. Los exegetas modernos, tanto católicos
como protestantes y judíos ven en él un romance amoroso de Salomón («quizás el único
romance puro de Salomón», según Ryrie) con una joven sulamita. La exégesis moderna
rompe viejos moldes también en otro punto importante: Los personajes de esta especie
de «drama lírico» no son dos, sino tres: la sulamita, un pastorcillo que la ama y a quien
ella ama de veras, y Salomón que desea conquistar el corazón de la sulamita, pero no lo
consigue. Por fin, Salomón tiene que dejarla marchar, y ella se va en busca de su amado
pastorcillo. Toda aplicación devocional que aparezca en este comentario, de la pluma de
M. Henry, ha de entenderse, pues, como una acomodación. Salgo, pues, responsable de
la exégesis, que raras veces coincidirá con la que M. Henry hace.
CAPÍTULO 1
Después del título, I. Hallamos a la sulamita en soliloquio, en el que expresa su
nostalgia del amado ausente (vv. 2–4). II. Al ver que las damas de la corte la espían, les
explica por qué está morena (vv. 5, 6) y proclama a gritos su deseo de saber dónde está
su amado (v. 7), a lo que responden las damas que vaya a buscarlo (v. 8). III. Entra el
rey, ensalza su belleza y promete adornarla con joyas (vv. 9–11). IV. Después de
marcharse el rey a comer, la sulamita cae como en un sueño, en el que, en su
imaginación, tiene con el amado una conversación amorosa (vv. 12–17).
Versículos 1–6
El título Cantar de los cantares es una especie de superlativo, para decir que es un
cantar muy excelente, como se llama Santo de los santos al Lugar Santísimo. Su autor
es Salomón, cuyos cánticos fueron 1.005 (1 R. 4:32); los demás se han perdido. No se
sabe cuándo lo compuso, pero es probable que lo compusiera a principios de su reinado.
1. La sulamita se dirige, con la imaginación, a su amado ausente. Dos son las cosas
que de él desea:
(A) Su amor (v. 2): «¡Oh, si él me besara con besos de su boca!» Puesto que está
enamorada, desea que su amado la bese cariñosamente. Quizá es un beso de
reconciliación, semejante al de Esaú a Jacob y al del padre del Hijo Pródigo que volvía
arrepentido. Da varias razones de su deseo: (a) La estima en que tiene su amor: «Porque
mejores son tus amores (hebr. dodim, caricias de amor) que el vino», es decir, mejores
que un buen banquete, pues eso es lo que significa aquí el vino (comp. Est. 7:2; Is.
24:9). Las almas piadosas estiman el amar a Cristo y ser amadas de Él más que los más
exquisitos placeres del sentido. (b) La fragancia de los perfumes del amado (v. 3): «Tus
perfumes son gratos al olfato» (espléndida versión de F. Asensio). «El Midrás, dice el
rabino Lehrman, lo aplica a Abraham, quien extendió el conocimiento del verdadero
Dios del mismo modo que un perfume difunde su esencia.» Nosotros estamos llamados
a difundir el buen olor de Cristo con una conducta realmente cristiana. (c) El prestigio
de su nombre: «Tu nombre es como un ungüento que se vierte»; es estimado por todos
los que le conocen. «Por eso las doncellas te aman.» Se imagina que todas habrían de
estar tan enamoradas de su amado como lo está ella. Nótese en el versículo 2 el cambio
repentino de la tercera persona a la segunda. ¡Tan intensa es su pasión!
(B) Su compañía (v. 4). Pide ansiosa a su amado que venga y se la lleve corriendo:
«Llévame en pos de ti; corramos». Vemos, pues, (a) Su petición de ayuda; «Llévame»
(lit. atráeme. Comp. Jn. 6:44); esto es, «atráeme a ti, cerca de ti a casa contigo».
También Cristo ha dicho que nadie puede venir a Él a menos que el Padre lo atraiga. (b)
«¡Corramos!» La sulamita tiene prisa por salir del palacio de Salomón, que simboliza el
mundo con sus placeres. El deseo del alma de correr tras Cristo es efecto de la gracia de
Dios (2 Co. 3:5; Fil. 4:13). (c) Da una razón de la prisa que tiene: «El rey me ha hecho
entrar en sus mansiones»; esto es, me ha sacado de mi casa por la fuerza. Cuando los
mártires cristianos eran obligados por la fuerza a ofrecer incienso a los dioses falsos, les
podían forzar las manos, pero no el corazón. (d) El resto del versículo 4 se puede
interpretar de dos maneras; primera, la sulamita viene a decir ahora que, a pesar de eso,
ella se acuerda de su amado (v. la semejanza con los vv. 2b y 3b); segunda (menos
probable), las damas de la corte responden que ellas prefieren la compañía de Salomón.
2. La sulamita explica, a continuación, a las damas de la corte, por qué está morena
(vv. 5, 6), literalmente negra, como las tiendas de Cedar, las negras tiendas de campaña
de las tribus nómadas descendientes de Ismael (Gn. 25:13; Sal. 120:5); ello se debe a la
tristeza y a los sufrimientos que padece (comp. Lm. 4:7). Pero todavía esta hermosa,
como las cortinas de Salomón, sus pabellones de pieles preciosas (Sal. 104:2). También
la Iglesia puede estar negra por la persecución que sufre, pero hermosa con la paciencia
y constancia con que la soporta. En efecto, la negrura de la sulamita no es natural, sino
contraída: (A) El sol la ha tostado (v. 6), en la ocupación fatigosa que le ha sido
encomendada, pero eso ya se le pasará; así que no tienen que reparar en ella con
menosprecio; cuando se le pase, aparecerá más hermosa que ellas. (B) Sus hermanos se
enfadaron con ella y la pusieron a guardar las viñas. Probablemente, su padre había
muerto; sus hermanos estaban irritados contra ella a causa de sus amores con el
pastorcillo, por lo que la pusieron a cuidar las viñas para impedir que se viese con él.
Algo parecido les pasa a los creyentes, a quienes Cristo profetizó que, en muchos
casos, sus propios familiares vendrían a ser sus peores enemigos. La última frase del
versículo 6: «Mi propia viña no guardé» puede interpretarse de tres maneras: (a) no me
cuidé de mis apariencias, al contrario que vosotras (así Ryrie); (b) Nunca tuve viñas
propias que cuidar (Ibn Ezra); (c) Dejé de cuidar las viñas de la familia para venir en
busca de mi amado (F. Asensio). Esta interpretación es la más probable.
Versículos 7–11
1. Se dirige ahora humildemente a su amado ausente. En sentido espiritual, como la
pastora al pastor, así también la Iglesia (y cada creyente) a su Señor y Salvador, para
tener una más íntima comunión con Él (v. 7): «Hazme saber, etc.». Nótense: (A) El
título que da a su pastorcillo (nosotros, a Cristo): «Oh, tú a quien ama mi alma» (es
decir, mi persona. V. Gn. 2:7b). (B) La opinión que tiene de él como de buen pastor de
sus ovejas; no duda de que apacienta bien a las ovejas y las hace descansar al
mediodía. Ambas cosas hace Cristo (Jn. 10:9; Mt. 11:28). (C) Su petición de ser
admitida a tener comunión con él: «Hazme saber … dónde … dónde …». Desea saber
dónde se halla pastoreando el rebaño y abrevándolo durante las horas más calurosas del
día. Es entonces, al mediodía, cuando su amado sestea con las ovejas, no por la noche
como los amantes de las damas de la corte (comp. con Sal. 23:2). ¡Qué bien cumple con
nosotros este oficio nuestro Buen Pastor!
2. Presenta una razón muy poderosa para no estar vagando en busca de él (v. 7b):
«¿Por qué había de estar yo como vagabunda (lit. como la que se cubre), y alude
quizás a la práctica de las rameras (v. Gn. 38:15) tras los rebaños de tus compañeros?»
Dejar al Pastor de nuestras almas (1 P. 2:25), para ir en busca de otros amores, es una
grave deslealtad al que nos amó y se entregó por nosotros (Gá. 2:20).
3. Las damas de la corte le responden sarcásticamente, y le hacen ver que, si no le
gustan las delicias de palacio, más le vale volver a su oficio de pastora (v. 8). Como ella
había dicho de sí misma que era hermosa (v. 5), ellas la llaman burlonamente (es lo más
probable) «la más bella de las mujeres». De manera semejante se mofan de los
creyentes, como de seres extraños, los que antes eran sus amigotes y compañeros de
vicio (v. 1 P. 4:4).
4. Ahora (v. 9) es Salomón, con la mayor probabilidad, quien habla, resuelto a
intentar de nuevo ganarse el corazón de la sulamita. (A) La compara a yegua de los
carros de Faraón. Esta comparación sería suficiente, en nuestros países occidentales,
para ganarse el enojo y el desprecio, si un enamorado le hablase así a una joven; pero ha
de tenerse en cuenta que, para Salomón, el caballo egipcio poseía una belleza que le
fascinaba. Él fue el primero en introducir el caballo y el carro como parte normal del
ejército de Israel, observa Lehrman. (B) A continuación la lisonjea y le dice que, aun
con ornamentos sencillos como los que lleva, son hermosas sus mejillas (v. 10) y su
cuello. Pero, ¡cuánto más hermosa parecerá con los pendientes de oro, incrustados de
plata (v. 11), que él va a mandar hacer para ella! El apóstol Pedro señala que el atavío
interior de la persona vale más que todos los adornos exteriores que una mujer pueda
ponerse (1 P. 3:3, 4). Así será presentada la Iglesia a Cristo en el último día (Ef. 5:27).
Versículos 12–17
1. Mientras el rey estaba en su diván (v. 12), reclinado junto a la mesa redonda para
comer, los pensamientos de la sulamita vagan, lejos de allí, hasta su amado pastorcillo
(v. 13), que es para ella su saquito de mirra, como lo llevaban en estas ocasiones las
mujeres suspendido del cuello por debajo del vestido. También para los creyentes,
Cristo es el Amado (mejor, el Bienamado), el único Amado. Es comparable a un
manojito de mirra y a un racimo de alheña, como compara la sulamita a su amado (vv.
13, 14), es decir, a todo lo más agradable y deleitoso. El vocablo hebreo para alheña es
kófer, el mismo vocablo que significa el precio para redimir una vida. ¡La sangre de
Cristo es precisamente el precio con que fuimos redimidos! (1 P. 1:18, 19).
En la comparación del manojito de mirra (v. 13b), la sulamita dice que reposa entre
sus pechos, cerca del corazón. Cristo permitió al discípulo amado (y a todos nosotros)
reclinar la cabeza en su seno. ¿Por qué, pues, no habríamos de permitir nosotros que Él
reposara en el pecho de cada uno de nosotros? El rey, en comparación de su amado, no
significa nada para la sulamita. Lo mismo hemos de pensar los creyentes acerca de
todos los atractivos que el mundo nos pueda ofrecer (1 Jn. 2:15–17).
2. Embebida en estos pensamientos, la sulamita cae como en un sueño y, con la
imaginación, entabla un diálogo con su amado pastor, diálogo que se prolonga hasta
2:6. Resulta muy difícil decidir si, en el versículo 15, es Salomón quien habla, y
continúa con sus lisonjas (como opina Lebrman), o es el pastorcillo en el sueño de la
sulamita. La paloma se toma como símbolo de inocencia y pureza. Unos ojos hermosos
son, en la mentalidad hebrea, índice de una bella personalidad, de un hermoso carácter.
Jesucristo considera hermosos a los que tienen, no el ojo penetrante del águila, sino la
pura y casta mirada de la paloma; no a los que son como el halcón que, cuando alza el
vuelo al cielo, todavía tiene el ojo sobre la presa que hay en la tierra, sino a los que
tienen ojos modestos y humildes, con los que descubren una sencillez, una piadosa
sinceridad y una inocencia de paloma, iluminados y guiados por el Espíritu Santo.
3. Al ignorar los requiebros de Salomón (v. 16) o, más probable, responder
imaginariamente a las también imaginarias frases de su pastorcillo, la sulamita responde
con frases parecidas a las de él: «¡Qué hermoso eres, amado mío! ¡Y qué encantador!»
(New International Version). También la Iglesia, al ser reconocida como hermosa por el
Señor Jesucristo, debe decirle: «¿Dices tú que yo soy hermosa? ¡Sólo lo soy por haber
estampado tú en mí tu propia imagen!»
4. Con menosprecio al lujoso diván de Salomón, la sulamita continúa y dice:
«Nuestro lecho es de flores» (lit. de verdor). Piensa, dice Lehrman, en el campo donde
se enamoraron (v. 16b). Siempre en forma de comparación con el suntuoso palacio de
Salomón, agrega (v. 17): «Las vigas de nuestras casas (lit.) son de cedro, y de ciprés los
artesonados». Habla metafóricamente, y es por demás interesante el significado de estas
frases: Ellos no tienen una casa, como Salomón, sino muchas, y alude a los cedros bajo
los que se cobijaban en lo más caluroso del día. Y los artesonados (el vocablo hebreo no
sale en ningún otro lugar de la Biblia) o, más probable, el mueblaje de esas casas es de
ciprés. Como aplicación espiritual, y al ver en el pastor a nuestro amado Señor Jesús,
podemos recordar que, con Él, todo es nuestro (1 Co. 3:22). Y aun Él mismo es para
nosotros: «El cuerpo para el Señor, y el Señor para el cuerpo», dice el apóstol Pablo (1
Co. 6:13, comp. con Cnt. 2:16; 6:3).
CAPÍTULO 2
En este capítulo, I. Continúa el imaginario diálogo de la sulamita con su amado
pastorcillo (vv. 1–6). II. Como vuelta de su sueño, se dirige a las damas de la corte (v.
7). III. Refiere, a continuación, un incidente del pasado (vv. 8–17).
Versículos 1–7
1. La sulamita se compara a sí misma humildemente con una modesta flor de los
prados. El vocablo hebreo aparece aquí y en Isaías 35:1. Suele traducirse por «rosa»,
pero su significado es incierto y es más probable que se refiera al narciso, abundante en
Palestina y muy estimado de los nativos. Sarón es la zona costera, llana, entre Yaffá o
Joppe y Cesarea. El lirio de los valles, otra flor muy común, era, al parecer, una
variedad de color rojo, según se desprende de 5:13. El Midrás hace la siguiente
aplicación: Los justos han de ser comparados al lirio del valle que dura mucho, no al
lirio de la montaña que pronto se marchita. En su humildad halla su humedad, mientras
el de la altura no perdura.
2. Al oír esta modesta declaración, Salomón aprovecha la ocasión para lisonjear, una
vez más, a la sulamita con un ingenioso cumplido (v. 2). «Sí, es verdad que eres un
lirio—viene a decir—, pero eres como el lirio entre los espinos, ya que las doncellas de
Jerusalén no son otra cosa que espinos si se las compara con tu hermosura sin par.» La
belleza de los creyentes consiste en parecerse a Jesucristo. Los buenos creyentes
superan en belleza a los hijos del siglo como un parterre de rosas supera a una hilera de
zarzas. Los malvados, «doncellas» del mundo, al no tener amor a Cristo, no son sino
espinos, inútiles y dañosos. El pueblo de Dios son como lirios entre espinos que les
dañan con su mala voluntad y los oscurecen con su altivez, pero Dios ama a los suyos y
les protege de todo mal.
3. Sin dar oídos a la adulación de Salomón, la sulamita compara a su amado
pastorcillo a un manzano, árbol que da fruto delicioso, no a un cedro que de nada sirve
mientras no es cortado para vigas o muebles (v. 3), y recuerda cuán dulce le resultaba su
compañía, por la sombra que le daba y el fruto que le ofrecía. Algo parecido, pero
inmensamente mejor, hallan los creyentes junto al Señor: (A) Sombra que refrigera y
alivia a los cansados y fatigados (Mt. 11:28); (B) Alimento abundante (Jn. 10:9). La
bodega (v. 4. lit. La casa del vino) significa el festivo banquete con que su amado la
obsequia. También el Señor Jesús aprovechó la cena pascual como banquete de
despedida de los suyos. «Su bandera sobre mí fue amor», continúa (v. 4b). Comenta
Gesenio: Sigo tras la bandera de amor que mi amado despliega delante de mí, igual que
los soldados siguen el estandarte militar y nunca lo abandonan.
4. Estos pensamientos le producen tal nostalgia de su amado, que está a punto de
desmayarse (v. 5) y pide estimulantes que la sostengan. ¡Si tan fuerte fuese nuestra
nostalgia por estar en la presencia del Señor! (Comp. Sal. 63:1–8).
5. El versículo 6 se entiende mejor en optativo, puesto que su amado está ausente:
«Esté su izquierda bajo mi cabeza, y su derecha me abrace» (Biblia de las Américas y
New American Standard Tr.). En el Señor Jesucristo hallan los creyentes protección,
soporte y amor sin par.
6. El versículo 7 resulta difícil, pero su sentido es claro. Ante la insistencia de las
damas de la corte para que la sulamita se deje enamorar por los requiebros de Salomón,
ella responde que el amor no puede ser despertado desde fuera; tiene que nacer de
dentro, tan libre y espontáneo como las gacelas y las ciervas del campo que no están
enjauladas ni sujetas con cadenas, sino que corretean a su gusto por la campiña.
Compárese con la delicada invitación del Señor Jesús en Apocalipsis 3:20. El versículo
viene a ser como el epifonema que cierra las secciones del libro (comp. 3:5; 8:4).
Versículos 8–17
Comienza aquí una nueva sección que acaba en 3:5, en la cual la sulamita refiere un
incidente del pasado.
1. Cambia el escenario. Ya no estamos en el palacio de Jerusalén, sino en la
residencia regia en el campo, probablemente al norte de Palestina. Pero los personajes
son los mismos: La sulamita y las damas de la corte. El versículo 8 debe traducirse
como en la New International Version: «¡Escuchad! ¡Mi amado! ¡Mirad, aquí viene,
etc.!» En su imaginación, la sulamita oye a distancia los pasos de su amado y le ve
saltando sobre los montes y brincando sobre los collados. También Abraham vio a
distancia el día del Señor Jesús y se regocijó (Jn. 8:56). Por el amor que nos tenía, el
Señor Jesús vino dando grandes saltos: Del cielo al seno de una virgen; cargado con
nuestros pecados, al madero (1 P. 2:24); del madero, a la tumba; de la tierra, al cielo. La
maldición de la ley y la muerte en cruz han de ser soportadas, y hay que amarrar a todos
los poderes de las tinieblas, pero, antes de las realizaciones de su amor, esas grandes
montañas se convirtieron en llanuras. Cualquiera sea la oposición que se haga, en
cualquier tiempo, a la liberación de la Iglesia de Dios, Cristo se abrirá paso por en
medio de ella. Viene rápido, como el corzo y el cervatillo; el tiempo se les hacía largo,
pero en realidad se apresuraba.
2. Vivamente se le representa su amado pastorcillo llegando ya al vallado, mirando
por las ventanas y atisbando por las celosías (v. 9). Comenta Lehrman: El verbo hebreo
para «atisbar» significa «chispear» y quizás insinúa que ella piensa que su rescatador
está tan cerca que puede ver en ella el ardiente fulgor de los ojos de su amado. Con la
misma viveza (v. 10), se representa al amado respondiendo (lit.), es decir, tomando la
palabra, y diciéndole, etc. La invita a salir y a marcharse con él. Para mejor incitarla a
seguirle, le dice que ha llegado ya la primavera con todas las agradables señales que
anuncian la llegada de tan deseable estación del año: Pasó el invierno y las lluvias de
marzo y abril (v. 11), han brotado las flores (v. 12), llegó el tiempo de la poda (más
probable que de la canción) de las vides, y se ha oído la voz (no el canto) de la tórtola
(v. Jer. 8:7), lo que anuncia la llegada de la primavera. Durante todo el invierno, las
flores están muertas y enterradas en sus raíces; no queda ninguna señal de ellas; pero en
la primavera reviven y se muestran en toda su admirable variedad, y con todo el verdor
y su múltiple colorido. Esta descripción de la primavera que retoma, como razón para
venir a Cristo y con Cristo, es aplicable a la introducción del evangelio en la habitación
de la dispensación de la Ley, durante la cual era invierno para la Iglesia. El evangelio de
Cristo calienta lo que estaba frío y hace fructífero lo que antes estaba muerto y estéril;
cuando llega a un lugar, pone en él gran belleza y gloria (2 Co. 3:7, 8). La estación
primaveral es muy agradable; también lo es la dispensación de la gracia del evangelio.
La liberación de la Iglesia del poder de sus enemigos perseguidores es como una
primavera después de un invierno de sufrimiento y falta de libertad. Cuando han pasado
las tormentas de la aflicción, cuando se oye la voz de la tórtola, el alegre sonido del
evangelio de Cristo, predicado con toda libertad, levantémonos y vayamos (comp. v.
13b).
3. Los higos de que habla el versículo 13 no son los que maduran en agosto, sino los
primerizos o brevas, que son deliciosas. Y las vides en flor difunden su fragancia. Frutos
primerizos y olor fragante se dan a conocer en la conversión de un pecador: salir del
estado de la naturaleza al estado de la gracia es, también para él, el retorno de la
primavera, un cambio total, un nuevo nacimiento. El alma que era dura y fría, estéril
como la tierra en invierno, se vuelve fértil y fructífera como la tierra en primavera y, por
grados también, como la tierra, produce su fruto hasta llevarlo a perfección. Este feliz
cambio se debe únicamente a la influencia del sol de justicia. Un hijo de Dios, cuando
está bajo el peso de dudas y temores, es como la tierra en invierno: las noches son largas
y los días son oscuros y fríos; pero pronto retornará el consuelo: volverán a cantar los
pájaros y aparecerán las flores. Levántate, pues, pobre alma, y ven. Los huesos que
yacían en el sepulcro, como las raíces de las plantas en el suelo durante el invierno,
reverdecerán como el césped (Is. 66:14, comp. con Is. 26:19). Aquello será un eterno
adiós al invierno y una gozosa entrada en una perpetua primavera.
4. Tras esta descripción de la llegada de la primavera, la ilusionada sulamita escucha
la voz de su amado que la invita de nuevo (v. 13b, comp. con v. 10b) a salir y marcharse
con él. «Paloma mía», dice el pastorcillo, «que estás … en lo escondido de escarpados
parajes» (v. 14). «Las palomas, dice Lehrman, hacen sus nidos en las hendiduras de las
rocas y se resisten a salir de allí cuando están asustadas. El amante pastor, impaciente
por la tardanza de ella en unirse a él, la urge a que deje su escondite.» Así también,
Cristo es la roca en la que el alma busca su refugio, como la paloma en las hendiduras
de las rocas, cuando se siente perseguida por las aves de presa (Jer. 48:28). A la
invitación, une el amado dulces requiebros.
5. El versículo 15 es difícil de interpretar dentro de este contexto. Según Ryrie,
«ambos (el pastorcillo y la sulamita) resuelven tomar medidas contra todo lo que pueda
echar a perder sus relaciones». Según Lehrman, junto con el versículo 14, podría ser una
canción popular en el tiempo de la cosecha. F. Asensio viene a dar como probables
ambas opiniones. Cabe otra interpretación: los hermanos de la sulamita la envían de
nuevo a cuidar la viña (comp. con 1:6). Pero entonces, ¿cómo se explica ese plural
«cazadnos»? Aunque la interpretación literal de este versículo es tan difícil, la
acomodación espiritual es sencilla. «El zorro, dice Watchman Nee, se come el fruto de
la vid, pero las pequeñas raposas estropean los tiernos pámpanos.» Esto es, según M.
Henry, A) Un encargo a los creyentes a que mortifiquen sus apetitos pecaminosos,
pequeñas raposas que destruyen las gracias, aplastan los buenos comienzos e impiden
que lleguen a la perfección. Cazad las pequeñas raposas, los comienzos del pecado, de
esos pecados que parecen insignificantes, pero son tan peligrosos. (B) Un encargo a
todos a impedir la extensión de opiniones y prácticas que tienden a corromper el sano
juicio de los hombres, a viciar las conciencias, a poner en perplejidad las mentes y a
desalentar las inclinaciones a la virtud.
6. Los versículos 16 y 17 constituyen: (A) Una ferviente profesión del amor que la
sulamita y el pastorcillo se tienen recíprocamente, a pesar de todos los esfuerzos de los
hermanos de ella por separarlos; (B) Una tierna, amorosa y urgente llamada al amado
para que vuelva, ligero como el corzo o como el cervatillo, hasta que soplen las brisas
del atardecer (éste es el sentido de la primera parte del v. 17) y huyan las sombras al
ponerse el sol que las ocasionaba. En vano esperó la sulamita, pues llegó la noche (3:1)
sin que él apareciese sobre los montes de Báter. La Iglesia no duda de que llegará el
frescor de la brisa del atardecer y de que huirán las sombras presentes, para dar paso a
las realidades futuras. El vocablo hebreo báther significa división o separación. Según
esto, caben varias interpretaciones: (a) montes con quebradas intermedias (probable,
según Lehrman); (b) montes de separación, por el corte que parece efectuar el horizonte
(según Dhorme); (c) montes de división de la víctima para el sacrificio (comp. con Gn.
15:10) en dos partes iguales (según Joüon y Robert-Tournay). Estas dos últimas
opiniones son expuestas por F. Asensio al relacionar nuestro Báter, dice, con la raíz btr,
separar o cortar. Esta nostalgia de la sulamita por su amado puede aplicarse al
Maranatha, ¡Señor, ven! que la Iglesia primitiva solía repetir en sus cultos con tensa y
viva expectación de la Segunda Venida del Señor (v. el griego original de 1 Co. 16:22,
comp. con Ap. 22:20).
CAPÍTULO 3
En este capítulo, I. La sulamita continúa refiriendo el incidente del que habló en la
segunda parte (vv. 8 y ss.) del capítulo precedente, y termina con el mismo encargo que
dio en 2:7 (vv. 1–5). II. Salomón, con un enorme alarde de esplendor majestuoso,
intenta de nuevo ganarse el afecto de la sulamita (vv. 6–11).
Versículos 1–5
1. Desanimada por no haber aparecido su amado, la sulamita no puede conciliar el
sueño (v. 1). Cuatro veces, una por cada versículo (vv. 1–4), repite la frase «al que ama
mi alma», que ya vimos en 1:7. Nótese el gozo que se muestra en ese «Hallé … lo
agarré y no lo solté» (v. 4. Comp. con Sal. 119:2, 10; Jer. 29:13; Lc. 15:4). ¿Es así de
ferviente nuestro amor a Cristo? Por largo tiempo, la consolación de Israel se dejó
esperar, mas el buen Simeón tuvo, por fin, en sus brazos al Mesías que esperaba y
amaba. Locamente enamorada, la sulamita se levanta del lecho y comienza a dar vueltas
por la ciudad (probablemente, Sulam, más bien que Jerusalén). Su resolución: «Me
levantaré, etc.» (v. 2) no puede menos de recordarnos la misma frase del Hijo Pródigo
en Lucas 15:18; y la pregunta a los guardas: «¿Habéis visto al que ama mi alma?» (v.
3) nos recuerda igualmente la santa locura que mostró la Magdalena en su conversación
con quien ella creía que era el hortelano (Jn. 20:15). Los guardas fueron incapaces de
decirle a la sulamita dónde se hallaba su amado. Sólo los que tienen íntima comunión
con Cristo pueden mostrar a otros el camino para hallarlo. La meditación de las
Escrituras y la oración nos facilitarán esa comunión.
2. «Apenas había pasado de ellos (de los guardas) un poco, etc.» (v. 4). Pasó de los
guardas tan pronto como se percató de que no podían darle noticias de su amado. Pero,
en seguida que hubo pasado de los guardas, halló a su amado. Cuán dulce hubo de ser
el hallazgo, después de esta persistente búsqueda, es difícil de expresar, pero fácil de
imaginar. «Buscad (lit. continuad buscando) y hallaréis», dijo el Señor y nos aseguró
que «el que continúa buscando, halla» (Mt. 7:7, 8. Los verbos están en presente
continuativo). ¡Nadie se desanime! El Señor alarga muchas veces la pregunta para que
mejor satisfaga la respuesta.
3. El versículo 4b, mediante un paralelismo de sinonimia, parece mostrar que la
madre de la sulamita aprobaba las relaciones que ella mantenía con el pastorcillo. El
versículo 5 cierra la sección, como en 2:7, donde se puede ver el comentario.
Versículos 6–11
1. Cambia la escena, si no el escenario, y en el resto del capítulo se nos describe,
con la mayor probabilidad, la vuelta de Salomón, con gran escolta, a su regia residencia
del norte de Palestina. Es probable que la pregunta del versículo 6 saliese de labios de la
sulamita. Aunque el pronombre demostrativo está en singular femenino, la verdadera
versión debe ser «Qué es eso …?» en neutro, ya que, como muy bien advierte Lehrman,
¿Cómo podría un espectador distinguir, a tal distancia, si el ocupante de la regia litera
era una mujer, y si estaba perfumada con mirra? Uno de los sirvientes del rey responde
(vv. 7–10) con una descripción de todo el cortejo del rey: Entre nubes de incienso
aromático que parecen una columna de humo (v. 6), se acerca la litera o, mejor, el
palanquín de Salomón (v. 7), una carroza lo bastante amplia para que vaya
cómodamente reclinado el regio viajero, cubierta la carroza con un rico dosel, y con
sendas columnas en los cuatro extremos, es llevada en procesión por cuatro o más
hombres. Solían tener cortinas para resguardarse del sol y ventanas o celosías a ambos
lados, según Ginsburg. Setenta guardaespaldas, de entre los más valientes de Israel, bien
armados, le hacen escolta (vv. 7b, 8), por las alarmas de la noche, como dice
explícitamente el texto; es decir, para protegerle de los merodeadores nocturnos. Cristo
mismo estuvo bajo la protección especial de su Padre; tenía a su disposición legiones de
ángeles. También la Iglesia está bien guardada y protegida; son más los que están con
ella que los que están contra ella (v. 2 R. 6:16; comp. con 2 Cr. 32:7; Sal. 55:18b; 1 Jn.
4:4). Todos los atributos de Dios entran en juego para salvaguardar a los creyentes; su
paz protege a los que son verdaderamente suyos (Fil. 4:7). Nuestro peligro viene de los
dominadores de este mundo de tinieblas, pero estamos a salvo con la armadura de
Dios, que es una armadura de luz (v. Ef. 6:12 y ss.; comp. con 1 Ts. 5:1–8).
2. Los versículos 9 y 10 detallan los materiales con que estaba construido el
palanquín de Salomón. El mittah, litera, del versículo 7 es llamado en el versículo 9
apiryón, palanquín cubierto, por donde se adivina su forma que ya hemos descrito. La
última parte del versículo 10 debe traducirse así: «Su interior, tapizado con amor (es
decir, amorosamente) por las doncellas de Jerusalén». Dice M. Henry: «La plata es
mejor que el cedro, el oro es mejor que la plata, pero el amor es mejor que el oro, y por
eso se pone el último, porque no puede haber ninguna cosa mejor que él» (v. 1 Co.
13:13). El Evangelio nace del amor de Dios (Jn. 3:16; 1 Jn. 3:1), y sin el amor, nada
vale todo lo demás (1 Co. 13:1–3).
3. El versículo 11 va dirigido a las doncellas de Sion, sinónimo de las doncellas de
Jerusalén del versículo anterior. Es el coro de cantores el que ahora habla, según F.
Asensio. En todo caso, se trata evidentemente de llamar la atención de la sulamita, a fin
de que le impresione más la llegada del rey y esté mejor dispuesta a consentir en la
petición de mano que Salomón insiste en proponerle. Sin embargo, la sulamita está
enamorada del pastorcillo y seguirá siéndole fiel, a pesar de todos los intentos de
Salomón para deslumbrarla y conquistarla. Todo esto es, de algún modo, imagen del
esplendor mundano y de las variadas formas que reviste para tentar a los creyentes
(comp. con Ec. 2:4–8; Gá. 6:14; Fil. 3:8; 1 Jn. 2:15 y ss.). Puede verse el contraste entre
Filipenses 1:20, 21 y 2 Timoteo 4:10. ¡Ojalá los creyentes tuviésemos el mismo grado
de amor al Esposo Celeste que la sulamita tenía a su amado pastor!
4. «Con la corona, etc.» (v. 11b). Cuando los creyentes aceptan a Cristo por su
amado Señor y Salvador y se unen a Él con pacto perpetuo, es el día de la coronación de
Cristo en los corazones de ellos. Antes de la conversión se coronaban a sí mismos, pero
después comienzan a coronar a Cristo (comp. con Ap. 4:10) y así continúan haciéndolo
desde aquel día. Es el día de sus desposorios, en el cual se desposa con ellos para
siempre en amor, gracia y favor. Es el día del gozo de su corazón. Se alegra del honor
que los suyos le dispensan.
CAPÍTULO 4
En este capítulo, el rey Salomón, ya llegado a su residencia de verano, I. Requiebra
ferviente y profusamente a la sulamita para obtener su amor (vv. 1–7). II. Ella, sin
embargo, se imagina escuchar la voz de su amado pastorcillo, que la invita a marchar
con él y la llena de dulces requiebros (vv. 8–15). III. El versículo 16, todo él, es, con la
mayor probabilidad, una respuesta de la sulamita a los requiebros de su amado.
Versículos 1–7
Lehrman tiene como más probable que todo el capítulo refiere los requiebros del
pastorcillo, quien habla (real o imaginariamente) a su amada a la llegada del regio
cortejo. En favor de esta opinión (aunque Lehrman no menciona ninguna razón) está la
dificultad de hacer un corte abrupto en el versículo 8, así como el lenguaje pastoril y
campestre de los versículos 1–7, tan distinto del de Salomón en 1:9–11. Sin embargo,
otros autores de indiscutible prestigio opinan que los primeros siete versículos refieren
requiebros de Salomón.
1. Comienza el capítulo con requiebros parecidos a los de 1:15 (un tanto más a favor
de la opinión de Lehrman), donde ya vimos lo de «Tus ojos (como) palomas» (v. 1. lit.).
Aquí se añade «detrás del velo», que cubría todo el rostro, excepto los ojos. Las líneas
tercera y cuarta del versículo 1 han de traducirse: «Tu cabellera como rebaño de cabras
que descienden del monte Galaad». Para entender este símil es preciso saber que la
sulamita llevaba una cabellera negra, distribuida en trenzas, entre las cuales quedaban al
descubierto como una líneas blancas en el fino cutis cabelludo. Así pues, el interlocutor
(ya sea Salomón o el pastorcillo) se imagina un rebaño de cabras negras que bajan en
hileras, justamente antes del alba, y que forman líneas blancas (entre las hileras) frente
al oscuro trasfondo de la luz pálida (Lehrman). La siguiente comparación (v. 2) es
acerca de los dientes blancos, sin que falte ninguno y correspondiéndose exactamente
los de arriba con los de abajo («todas con crías gemelas»). Con su lana blanca,
comparada a la nieve (v. Is. 1:18) y, para mayor blancura, que suben del baño, las
ovejas son un buen símil de los dientes de la sulamita. Los ministros, dice M. Henry,
son los dientes de la Iglesia; como las nodrizas, ellos mastican la carne para los bebés de
Cristo. Nota del traductor: Recuérdese lo que dijimos al comienzo del comentario al
Cantar. Este difícil Libro Sagrado, pero, al fin y al cabo, inspirado por Dios, necesita
una exposición concienzuda del sentido literal en el plano exegético. Las aplicaciones
espirituales pueden ser útiles, con tal de que se tenga en cuenta que son acomodaciones
devocionales. En este plano, ahora que ya estamos familiarizados con los personajes del
drama lírico, podemos ver en la sulamita a la Iglesia (también, al creyente individual);
en el pastorcillo, a Cristo, el Buen Pastor de Juan 10; y en el rey Salomón, al mundo con
sus muchos y variados atractivos. Además del comentario devocional de M. Henry,
cuya sustancia hemos traducido en todo lo que no va directamente contra el sentido
literal del texto, pueden verse, entre otros, los comentarios de Watchman Nee y de
Samuel Vila.
2. Continúan los símiles: «Tus labios como hilo de escarlata» (v. 3), por su rojo
vivo, índice de belleza y salud, así como los labios pálidos son signo de debilidad física.
Los llama «como hilo …» por ser finos, sin la sensualidad de los labios gruesos. Aunque
el hebreo midbar significa el hablar, es más probable que aquí signifique la boca, como
traducen la New International Version y la New American Standard Translation.
Cuando alabamos a Dios con nuestros labios, y con la boca le confesamos para
salvación (Ro. 10:9, 10), entonces nuestros labios son como hilo de escarlata. Todas
nuestras buenas palabras, como todas nuestras demás obras, tienen que ser lavadas en la
sangre de Cristo, teñidas como en un baño de escarlata, y entonces se vuelven blancas
(comp. con Ap. 7:14), completamente aceptables para Dios.
3. Las mejillas, por ser sonrosadas, son comparadas a dos mitades de granada
(expresión favorita de la poesía oriental, dice Lehrman). Su cuello (v. 4), derecho, sin
arrugas prematuras y adornado con collares, es comparado a la torre de David,
adornada con escudos (comp. con Ez. 27:11). Nuestra fe es comparada a un escudo (Ef.
6:16). Mil es un número redondo para expresar abundancia, pues es el cubo del número
básico diez (v. Gn. 18:32; Rut 4:2). Los dos pechos, bien desarrollados, son comparados
(v. 5) a dos cervatillos saltarines que pacen entre los lirios del campo. (¡Cuán lejos
estamos aquí de la imaginación occidental!)
4. El versículo 6 parece ser una interrupción de la sulamita a los requiebros
anteriores (sean de quien sean. La semejanza de 6a con 2:17a confirma la opinión de
que el interlocutor es el pastor). Hasta que sople la brisa del atardecer y huyan las
sombras a la puesta del sol, ella, enamorada y enaltecida por los requiebros, desea
retirarse por unas horas para aspirar los perfumes campestres de la montaña. El monte
de la mirra es símbolo del monte Moria, sobre el que fue edificado el templo, en el que
cada día se quemaba incienso en honor de Dios. Hay quienes observan que dicho santo
monte es llamado en el mismo versículo 6 «monte de la mirra», la cual es amarga, y
«collado del incienso», el cual es suave, con lo que allí tenemos oportunidad tanto para
hacer duelo como para regocijarnos; el arrepentimiento mismo es una mezcla de
amargura y dulzura. Pero en el Cielo, todo será incienso, sin mirra.
5. Tras un requiebro que compendia a todos los demás (v. 7; comp. con Gn. 1:31;
Ef. 5:27), el pastorcillo (con la mayor probabilidad) pronuncia las frases del versículo 8,
que veremos a continuación.
Versículos 8–16
1. En el versículo 8, el pastorcillo (con la mayor probabilidad, según acabamos de
indicar) invita a su amada sulamita a salir cuanto antes de la residencia regia, que él
describe como guaridas de los leones y montes de los leopardos. Los llama así, sin
duda, por los peligros que allí la acechan, y la invita a unirse con él fuera de las cumbres
del norte de Palestina.
2. En lo restante del capítulo, el amante pastorcillo expresa su amor a la sulamita
con frases que superan con mucho a los cumplidos convencionales, calculados, del rey
Salomón. El repetido verbo hebreo libabtini, libabtini del versículo 9 es difícil de
traducir literalmente. La mejor versión sería: «Me has dado un nuevo corazón», lo cual
tiene mucha más fuerza que el «me has robado el corazón» (que, a primera vista, parece
decir lo contrario de lo que significa el hebreo). Dice Lehrman: La reunión le ha
investido de coraje para llevársela de su forzado confinamiento. Agrega: «con uno de
tus ojos» (lit.), porque, según costumbre oriental, ella se había levantado el velo y había
descubierto justamente un ojo para dirigirse a él. Con ello, había descubierto también
una gargantilla que llevaba al cuello. Sus caricias (v. 10) le resultan a él muy dulces,
más agradables que el vino (comp. con 1:2). Miel y leche (los preciados productos de la
Tierra Prometida) halla él en los labios y debajo de la lengua de ella. El Líbano era
famoso por su fragancia (v. Os. 14:7).
3. También la llama (v. 12) huerto cerrado para todos, excepto para él; casta,
modesta, virginal, la sulamita está vallada contra la intrusión de ajenos: fuente sellada.
Al ser el agua escasa en el Oriente, dice Lehrman, los propietarios de fuentes las sellan
con barro, el cual se seca rápidamente bajo la acción del sol. El sello es aquí el símbolo
e índice de propiedad privada (comp. con 8:9). Los renuevos (v. 13) son los finos y
deliciosos productos de tan hermoso huerto (vv. 13, 14). Tanto los frutos como las
especias aromáticas son de lo más fino. «Plantío de Jehová» se llama proféticamente a
los otrora afligidos de Sion (Is. 61:3), y la Iglesia es, con Cristo, vid plantada por el
mismo agricultor (Jn 15:1). Finalmente, el pastor compara a su amada con un pozo-
fuente de aguas vivas (v. 15; comp. con Jer. 2:13; Jn. 4:14; 7:38), con que no sólo se
riega el huerto, sino que de ahí sacia su sed el poseedor del huerto. Como huerto de
riego es profetizado Israel en Jeremías 31:12.
4. A todos estos requiebros del pastorcillo, y al tomar nota especial de que él la ha
llamado «huerto cerrado», la sulamita prorrumpe (v. 16) en un ardiente apóstrofe a los
vientos del norte y del sur, al Aquilón y al Austro, para que soplen fuertemente sobre
ese huerto suyo que es ella misma, a fin de que se desprendan sus aromas. Como se ve
por las dos últimas líneas del versículo 16 y por el versículo 1 del capítulo siguiente, la
sulamita abre completamente su corazón a su amado y se expresa como quien ha
celebrado ya solemnemente las tan deseadas nupcias: «Venga mi amado a su huerto y
coma de su dulce fruta». El creyente no puede disfrutar mucho de su propio huerto, a no
ser que Cristo, el amado de su alma, venga a él y produzca en él la gracia necesaria para
que los frutos de ese huerto redunden en gloria de nuestro Señor y Salvador.
CAPÍTULO 5
En este capitulo, I. El novio habla también como quien ha celebrado la solemnidad
nupcial e invita a sus amigos a participar en el banquete de bodas (v. 1). II. La novia
refiere un sueño perturbador que ha tenido (vv. 2–8). III. Ante una pregunta de las
damas de la corte, hace de su esposo una descripción apasionada (vv. 9–16).
Versículos 1–8
1. Ante la invitación de la amante sulamita, el amado pastor se imagina (v. 1) que ya
se halla en posesión del jardín-huerto que es ella, y que ha recogido, tanto los aromas,
como la miel, el vino y la leche de que él mismo había hablado en 4:10–14. No está
claro, en realidad, quién pronuncia la invitación de la última parte del versículo. Parece
obvio que habría de ser el novio mismo, pero desconcierta ese amados, después del
amigos, que son los convidados. «Sugieren algunos, dice Lehrman, que unas pocas
amistosas damas de la corte, al ver la dicha de los amantes al hallarse juntos, les urgen a
aprovechar la ocasión lo mejor posible.» Según Ryrie, es el mismo Dios, que bendice la
unión de la pareja; es difícil ver tal intervención dentro de este contexto, sin negar su
posibilidad. Watchman Nee llega a ver aquí, en los invitados, nada menos que a la
Trinidad entera, quien disfruta de todos los frutos del huerto. Dios solo, dice, y no el
hombre, es quien recibe el fruto de la vida del creyente.
2. En los versículos 2 y ss., la novia refiere un sueño turbador que ha tenido. Han
pasado ya, probablemente, varios días después de los desposorios. «Yo dormía, pero mi
corazón velaba» no significa que el amor la tuviese despierta, sino que su mente se veía
agitada por ensueños mientras dormía. La propia conciencia puede recriminar en sueños
al creyente que languidece espiritualmente.
(A) En el sueño, escucha la voz de su amado, que llama, etc. (Nótense los cuatro
epítetos amorosos: hermana, amiga, paloma, perfecta, mejor, sin tacha, irreprochable;
el mismo vocablo de Job 1:1, etc.). «Ábreme …». La situación es comparable a la del
Señor llamando a la puerta de la iglesia de Laodicea (Ap. 3:20). Para dar mayor fuerza a
su súplica, agrega: «Porque mi cabeza está llena de rocío, etc.». Quizás venía de casa
de su madre tras largo viaje a pie y la había cubierto el rocío que cae copiosamente en
Palestina antes de la madrugada (comp. Jue. 6:38).
(B) Las razones que, en sueños, da ella para no levantarse a abrirle son en extremo
triviales (v. 3): «Me he desnudado de mi ropa … Me he lavado los pies …». De no ser
en sueños, sería inexplicable tal actitud en una esposa realmente enamorada de su
esposo. Por desgracia, no es en sueños, sino en vela, como muchas veces ponemos
frívolas excusas para negarle al Señor lo que nos demanda: «No puedo, no tengo
tiempo, no es de mi incumbencia, etc.».
(C) El amado no se desalienta (v. 4) y trata de abrir la puerta, metiendo la mano por
la abertura que permitía a los amigos y parientes levantar desde fuera la aldaba interior.
No hay ningún motivo para ver en este gesto ningún sentido erótico, pues contradice al
contexto. Como se ve por el versículo 5, la cerradura estaba asegurada con pestillo o
cerrojo; así que no pudo abrir. Es cierto que el Señor abre el corazón desde dentro (Hch.
16:14) cuando se trata de oír la Palabra de Dios para conversión, pero llama desde fuera
(Ap. 3:20) cuando se trata de abrirle para comunión.
(D) Al ver la mano del amado, se le enternece el corazón a la sulamita (v. 4) y se
levanta ligera (v. 5) para abrirle. Era la mano con que el amado pastor la había abrazado
(2:6). Las cicatrices en las manos del Resucitado deberían ser suficiente motivo para
hacernos más diligentes en amarle y servirle. Las manos y los dedos de la sulamita
gotearon mirra sobre la manecilla del cerrojo (v. 5b), ya fuese porque el amado había
rociado con esencia la puerta al intentar abrirla o, más probable, porque ella misma se
había ungido con mirra antes de retirarse a dormir. Si reservásemos para el Señor el
perfume de nuestras gracias (comp. con Lc. 7:46; Jn. 12:3), en lugar de ser remisos en
ejercitarlas para Él, nuestra vida espiritual sería próspera y floreciente.
(E) Pero ya era demasiado tarde (v. 6). Su amado se había ido; lo cual le causó un
tremendo desconsuelo. La tercera línea del versículo dice textualmente: «Mi alma salió
en su hablar». Versiones y comentarios suelen entender esta frase en el sentido de que
el corazón de ella se fue tras él o de que ella salió en su seguimiento. Únicamente la
Nueva Biblia Española ofrece la siguiente espléndida versión: «Al escucharlo se me
escapa el alma». En efecto, ésta es también la versión rabínica. Comenta Lehrman: «Su
desilusión le produjo una momentánea pérdida de conciencia»; es decir, desfalleció y
estuvo a punto de desmayarse. Opina Rashi que el novio, al no poder entrar, dijo
algunas palabras, algo así como: Ahora no voy a entrar puesto que no quisiste abrirme.
Ya repuesta de su desmayo, salió a buscarlo, pero no le halló ni respondió él. De modo
parecido, si no le abrimos al Señor cuando llama a la puerta de nuestro corazón, es de
temer que no nos responda cuando le llamemos; de este modo, castiga Cristo nuestra
demora y suspende la comunicación de sus dulces consuelos a los que son remisos en
escuchar su voz y obedecerle.
(F) En su desconsuelo (nótese la semejanza con 3:1–3), salió en busca de su amado.
Era ya noche cerrada; quizá medianoche. Los guardas que rondan por la ciudad, los
vigilantes de turno que patrullaban por las calles, tomándola por mujer de mala vida, la
detuvieron; sin duda, ella quiso desasirse de ellos, por lo que la golpearon (v. 7) y se
quedaron con el manto que ella llevaba puesto (comp. con Sal. 69:26). La primera vez
(3:2–4), los guardas (comparables espiritualmente con los ministros de Dios,
supervisores) no pudieron decirle dónde estaba el Amado (sólo el Espíritu Santo puede
en realidad, hacerlo), pero no la descaminaron ni la hirieron; en cambio, ahora, ella
buscaba en ellos algún consuelo y no halló otra cosa que reproche y baldón; lejos de
cubrir la multitud de pecados, la expusieron a la vergüenza, descubriéndola a la vista de
cualquier transeúnte malintencionado. Bien pudieron venirle a las mientes los lamentos
del Salmo 69:20.
(G) Despierta ya, su disposición es muy diversa de la que tenía en sueños. El mismo
ensueño había estimulado el amor hacia su deseado esposo. De ahí, su anhelante
súplica, su conjuro (v. 8) a las damas de la corte a que la asistan en la búsqueda de su
amado; y si le hallan antes que ella, que le hagan saber que está enferma (que
desfallece) de amor. Mejor es desfallecer por amor a Cristo que reanimarse en el amor
del mundo.
Versículos 9–16
Ante esta ferviente declaración de amor al pastorcillo, su amado esposo, las damas
de la corte (v. 9) le preguntan: «¿Qué es tu amado más que otro amado, etc.?» Como si
dijesen: ¿Qué has visto en él de extraordinario, para que así nos supliques que te
ayudemos a encontrarle? Esta pregunta le da a la sulamita una magnífica oportunidad
para describir en detalle los hermosos rasgos de la figura de su amado.
1. Comienza por el color de su tez (v. 10): «Mi amado es blanco y sonrosado». Es
una pena que todavía la excelente versión la Biblia de las Américas haya conservado el
adjetivo «rubio», surgido de una mala traducción a través de la Vulgata Latina, cuando
el versículo 11 dice que sus cabellos son negros. El hebreo adom significa rojizo
(comp. con Adán y edom). Su cutis era blanco brillante y sonrosado, como suele ser el
de los que llevan una vida campestre (comp. 1 S. 16:12). «Descuella entre diez mil»,
añade. El número 10.000 es siempre símbolo de magnitud o abundancia, al multiplicar
por diez el perfecto número mil. El hebreo dagul significa literalmente «marcado con
un estandarte» (déguel, estandarte), y da a entender que, así como el portador del
estandarte de un ejército se destaca entre todos los soldados del regimiento, así se
destaca su amado entre diez mil hombres. El estandarte de Cristo es la Cruz. El Cordero
que fue degollado fue también el León de la tribu de Judá, vencedor del diablo (Ap. 5:5,
6; comp. con He. 2:14b). Bajo esa bandera, somos más que vencedores (Ro. 8:37).
2. De su cabeza (v. 11) dice que es oro puro (comp. Is. 13:12), no por el color, sino
por el valor que tiene para ella lo más destacable y característico de la anatomía humana
de su amado. La cabellera consta de hermosos rizos (taltallim, ondulantes como los
collados—hebr. tel—), negros como el cuervo. De todas las muchas versiones que
poseo, nota del traductor, sólo la NVI y la The Good News Bible han captado el
significado del hebreo taltallim, que casi todas vierten por racimos de dátiles (o de
palmera). No es de extrañar, sin embargo, esa diversidad, ya que dicho vocablo no
ocurre en ningún otro lugar de la Biblia. De los ojos dice que son como palomas (v. 12)
… que se bañan en leche. Dice Lehrman: «El oscuro iris, rodeado del blanco brillante
del ojo, sugiere este bello símil»; «a la perfección colocados» significa que no son
salientes ni hundidos, no están colocados demasiado cerca el uno del otro, ni demasiado
separados entre sí. Las sonrosadas mejillas del amado le parecen como lecho de flores
saliente (hebr. arugath, Ez. 17:7) y como redondos parterres salientes (hebr.
migdaloth, torres). La comparación de los labios con lirios rosáceos que destilan mirra
fragante expresa la dulzura que halla en su conversación (comp. con el v. 16).
3. Pasa después a describir sus manos: cilindros de oro redondeados (v. 14. lit.), y
alude a la delicada y bien formada redondez de sus dedos, con engastes de berilo o
crisólito de Tarsis, pues así es como ella se representa las uñas de su amado, cual
piedras preciosas engastadas en la punta de los dedos.
4. El cuerpo todo (v. 14b) del amado le parece hecho de pulido marfil blanco, suave,
aunque fuerte y duro. Dice Lehrman: «Su intención es dar a entender que cada pulgada
de su cuerpo es para ella más preciosa que todas las riquezas de Salomón»; «cubierto de
zafiros» es una expresión que indica, con la mayor probabilidad, el aspecto que la piel
de su cuerpo ofrecía al resplandecer bajo la fina túnica de púrpura que le cubría. Este es
el símbolo de la celeste claridad que el embaldosado de zafiro de Éxodo 24:10 despedía.
5. Las piernas (v. 15), que sostienen en pie al cuerpo, le parecían columnas de
mármol, asentadas en basas de oro fino. Es la tercera vez que menciona el oro puro,
oro fino, en la descripción del cuerpo del amado: (A) Oro en los pensamientos de su
cabeza (v. 11); (B) Oro en las obras de sus manos (v. 14); (C) Oro en la estabilidad de
los pasos de sus pies (v. 15).
6. En los versículos 15b y 16a, la amada resume el aspecto encantador que, en
conjunto, le ofrece su amado, aunque en medio de esta descripción, no puede menos de
mencionar su paladar, no por alusión al gusto de las cosas, sino como sinónimo de la
boca (así como de los labios en el v. 13b), de la cual sólo salen para ella expresiones
agradables, deliciosas. El amado sobrepuja, según ella, a todos los hombres de la misma
forma que los cedros del Líbano sobrepujan a todos los demás árboles (Dt. 3:25; Am.
2:9). «Todo lo de él (es) deliciosidades» (lit.), añade. Y, como respondiendo retadora a
las preguntas que en el versículo 9 le habían hecho las damas de la corte, resume: «Tal
es mi amado, tal es mi amigo, hijas de Jerusalén» (v. 16b). Como si dijese: ¿Cómo os
puede extrañar que yo esté enamorada de tal hombre? ¡Oh, si nosotros tuviésemos a
nuestro Salvador el mismo afecto que la sulamita muestra aquí hacia su pastorcillo!
¡Oh, si con toda sinceridad y ante el mundo entero nos atreviésemos a proclamar que
todo Él es una delicia para nosotros! (comp. 1 P. 2:7). En esta línea de aplicación
espiritual, dice W. Nee: «Al llegar a este punto, el corazón de un verdadero creyente no
puede por menos de calentarse y conmoverse de admiración ante quien profiere tan altas
expresiones de alabanza a Él. Bien podemos pararnos un momento a repasar el camino
recorrido y reflexionar sobre Aquel a quien hemos confesado como Señor nuestro
¡cómo podría alguien hacer otra cosa que gritar con esta doncella: “Todo él es delicioso,
esto es, encantador”! Sea cual sea la parte de Su vida o el rasgo de Su carácter del que
podamos hablar, hemos de concluir que todo Él es encantador. Y quienes de todo
corazón le siguen, con santo orgullo pueden decir con esta doncella: “Tal es mi Amado,
tal es mi Amigo, ¿y quién puede reprocharme que le busque y le siga?”»
CAPÍTULO 6
En este capítulo, I. Las damas de la corte, impresionadas por la descripción que de
su amado ha hecho la sulamita, le preguntan adónde se fue, para buscarlo con ella, a lo
cual ella declara que nadie, sino ella puede tener el privilegio de poseerlo (vv. 1–3). II.
Entra luego en escena Salomón y la cubre otra vez de requiebros, asegurándole que
hasta sus reinas y concubinas la admiran y la alaban (vv. 4–10). III. La sulamita le
interrumpe para referir lo que estaba haciendo el día en que, ante alabanzas semejantes a
ésas de ahora, trató de huir y, sin darse cuenta, se halló de pronto en el palacio del rey
(vv. 11–13)
Versículos 1–3
1. La descripción que de su amado ha hecho la sulamita ha producido fuerte
impresión en las damas de la corte, hasta el punto de que se ofrecen a buscarlo con ella
(v. 1). Como si dijesen: «Si es tan encantador, déjanos buscarlo también nosotras
contigo». Un testimonio vibrante de nuestro Salvador, de lo que es y de lo que ha hecho
por nosotros y puede hacer por otros, es capaz de ganar la atención y el interés de los
inconversos y aun llevar a algunos a los pies de la Cruz en búsqueda de perdón. Y el
celo por las cosas de Dios puede igualmente estimular a la mayoría de los creyentes
débiles e indecisos (2 Co. 9:2).
2. La respuesta de la sulamita (v. 2) ha desconcertado a muchos exegetas,
atribuyéndola a mero recurso literario-poético. Así opina F. Asensio, quien dice:
«Respuesta lógicamente desconcertante en labios de quien acaba de confesar haberlo
buscado inútilmente de noche, e inmediatamente (¿de día? cf. v. 2b) añade saber que
está en el jardín». Evidentemente, la sulamita no sabe con plena certeza si su amado está
o no está en el huerto, pero lo da por seguro por ser el lugar y la ocupación usuales del
pastorcillo. Opina Lehrman del modo siguiente: «Quizá celosa del interés que ha
despertado acerca de su amado, ofrece una respuesta evasiva, e insinúa simplemente que
él ha podido marchar a su acostumbrado oficio, y a recoger lirios como solía».
3. Por un momento, le acechan los celos ante el interés que las damas han mostrado
por su amado; por lo que asegura (v. 3), como ya lo había hecho antes (2:16) y lo hará
después (7:10), que ellas no tienen ningún motivo para buscarle, puesto que él es
solamente de ella, así como ella es solamente de él. En la unión matrimonial no caben
fisuras ni interferencias: uno con una, y para siempre (v. Mt. 19:6). De manera similar,
no se puede servir a Dios y a las riquezas (Mt. 6:24), a la ley y a la gracia (Ro. 7:46), a
Cristo y a Belial (2 Co. 6:15), a Cristo o a otro dueño (2 Co. 11:2), a Dios y al mundo (1
Jn. 2:15). Muchas veces nos hallamos en la oscuridad, sin sentir de modo sensible la
presencia del Amado; quizá se ha escondido por nuestra poca diligencia en abrirle
cuando llamó a la puerta; pero, al menos, aferrémonos a esta segura verdad: «¡Cristo es
mío, y yo soy de Él!»
Versículos 4–10
1. En este momento, llega Salomón (v. 4) y, como en otras ocasiones, intenta
ganarse con requiebros el corazón de la sulamita. Las frases son semejantes a las que ya
vimos en 4:1 y ss. La compara ahora en belleza con la hermosa ciudad de Tirsa, antigua
capital del reino del norte desde los tiempos de Jeroboam I hasta los de Omrí; la
compara igualmente con Jerusalén, la incomparable e imperecedera, que en
Lamentaciones 2:15 es llamada la perfección de la hermosura y el gozo de toda la
tierra. Añade que es terrible (lit.), es decir, imponente, avasalladora y conquistadora
con sus encantos seductores (comp. con Pr. 7:26), como lo podrían ser los escuadrones
de un ejército con las banderas desplegadas (hebr. nidgaloth, del vocablo déguel, que
ya vimos en otros lugares: 2:4; 5:10). De tal manera le subyuga la mirada de ella (v. 5),
hasta dominarle, que le pide que aparte de él los ojos. Los versículos 5b, 6 y 7 repiten
los requiebros que ya vimos en 4:1–3.
2. No es sólo Salomón el que admira y alaba la belleza de la sulamita. Incluso las
reinas y las concubinas del harén regio la alaban también con las frases que leemos en el
versículo 10. Una indicación más de que Salomón escribió el Cantar en los primeros
años de su reinado es que menciona 60 reinas y 80 concubinas (v. 8), cuando vemos en
1 Reyes 11:3 que tuvo 700 con rango de princesas y 300 concubinas. A pesar de tal
abundancia de mujeres, y no cabe duda de que escogería las más hermosas de Israel y
de los países limítrofes, esta sulamita era para él (v. 9) tan única en su perfecta
hermosura y en el amor que él le tenía como única era la nación de Israel en el afecto de
Dios (2 S. 7:23). También para su madre, para la que la dio a luz, había sido la única, la
preferida, entre todas las hijas (v. 9b). Y, como ya hemos dicho antes, también las
reinas y concubinas de Salomón vieron en ella algo único, pues la comparan (v. 10) a
cosas únicas por su belleza: la luz creciente del alba, la suave luminosidad de la luna en
un cielo sin nubes, y el brillante, sin par, esplendor del sol. El símil de los escuadrones
con banderas desplegadas es el mismo que ha usado Salomón en el versículo 4. Estas
alabanzas a la sulamita, hechas por quienes menos podríamos sospechar, ya que lo
normal sería tenerle envidia, celos, resentimiento, nos dan la oportunidad para hacer una
observación de carácter espiritual. Con frecuencia, las gentes del mundo, en especial los
jefes de empresas, etc., aunque no alberguen ninguna simpatía hacia Dios y la religión,
respetan la conducta leal, sincera, honesta y responsable de los creyentes a su cargo y
llegan a ponerles en los puestos de confianza. Hasta los ateos desprecian al creyente que
es inconsecuente con su profesión de fe.
Versículos 11–13
Estos versículos son muy difíciles de traducir y más difíciles aún de interpretar.
1. El versículo 11 parece indicar que la sulamita, sin dejarse ganar por los requiebros
del rey, le interrumpe y viene a decir; «¿Es que he salido acaso a buscar al rey para
seducirle? No es así, sino que fui a los huertos y a las viñas de mi familia para ver si
habían madurado sus frutos». Los nogales eran muy abundantes en el norte de Palestina.
Las nueces, así como las almendras, avellanas, etc., tienen sobre otros frutos la ventaja
de que, aunque caigan al agua o al fango, su fruto no se mancha ni se echa a perder,
porque lo protege la cáscara que lo cubre. Es semejante a la armadura completa de
Efesios 6:11 y ss., de la que el creyente debe estar revestido continuamente para
protegerse de los ataques del enemigo.
2. La versión más probable del dificilísimo versículo 12 es la siguiente: «Mi alma
me ha traído, sin darme cuenta, a los carros de los compañeros de mi príncipe» (Search
The Scriptures). Semejante es la paráfrasis del rabino Lehrman: «Antes de que me diese
cuenta, pues estaba muy ocupada en el quehacer que me habían encomendado mis
hermanos en el huerto, los siervos del rey se me llevaron y, antes de que pudiese
percatarme de ello, me hallé en la corte». La única aplicación espiritual que aquí se me
ocurre (nota del traductor), ya que los comentarios devocionales están muchas leguas
aparte de la versión más probable del versículo es que, en medio de nuestros quehaceres
ordinarios, hemos de estar siempre alerta para no ser sorprendidos por las numerosas
tentaciones que el mundo pueda ofrecernos.
3. El versículo 13 es, en la Biblia Hebrea (y así lo tienen muchas versiones) el
versículo 1 del capítulo siguiente, pero lo conservaremos como está en la Reina Valera,
ya que otras versiones modernas usadas por los lectores de habla hispana (la Biblia de
las Américas y la NVI) lo conservan igualmente en el capítulo 6. El versículo parece
insinuar que la sulamita pudo, por fin, huir de la corte, lo que explicaría ese, cuatro
veces repetido «¡Vuélvete!», para volver a verla y contemplarla ¿Quién pronuncia esas
frases de la primera parte del versículo? Algunos opinan que las profieren los de la
escolta de Salomón, quizá los mismos que la habían traído a la corte. Lerhman opina
que las profiere el propio Salomón. «Dándose cuenta, dice, de que todos sus intentos
habían fracasado, el rey le suplica que no huya de su presencia, sino que les permita a
sus ojos disfrutar de su belleza.» Igualmente piensa que es la propia sulamita la que
pregunta (v. 13b): «¿Qué veréis en la sulamita?» Como si dijese: «¿Qué podéis ver en
una doncella campestre, para que así os llame la atención?». La última parte del
versículo es, según Lehrman, la respuesta del rey a dicha pregunta. Sin embargo, el
texto mismo favorece a la opinión (nótese la cursiva en la Reina-Valera 1977) de que
continúa la pregunta de la sulamita del modo siguiente: «¿Qué veréis en la sulamita,
como si fuese la danza de dos compañías? (Hebr. majanáyim, dual, no plural, que, en 2
S. 17:24, es el nombre de una ciudad y significa “ambos campamentos”)».
CAPÍTULO 7
I. Nuevo intento de Salomón por ganarse el corazón de la sulamita (vv. 1–9). II.
Nueva negativa de ella, que, una vez más, proclama su amor a su único amado (vv. 10–
13).
Versículos 1–9
1. Al obedecer a la invitación del rey, la sulamita vuelve sobre sus pasos. La gracia
misma con que ella camina suscita la admiración de Salomón, por lo que comienza
ahora (v. 1) por alabar los pies de ella. «Hija de príncipe» no significa aquí a la letra
«hija de rey» como en el Salmo 45:13, sino poseedora de una belleza de cuerpo y de
carácter, semejante a la de las nacidas de noble familia. En un nuevo requiebro, el rey
alaba los muslos de la sulamita, aunque es más probable que los versículos 1–6 refieran
alabanzas de las damas de la corte mientras la visten en sus habitaciones privadas, antes
de presentarla de nuevo al rey, ya que solamente al estar desnuda, podían apreciarse los
encantos que se alaban en el versículo 2.
2. La comparación de los muslos o, mejor, de las caderas de la sulamita con las
ajorcas artísticamente enlazadas como anillos de una cadena que se bambolea al andar
(v. 1b), sugiere el contoneo de las caderas que tanto puede influir en el poder seductor
de una mujer. Estas joyas enlazadas, que así se mueven al caminar, simbolizan la
belleza espiritual escondida a los ojos de la carne, de una congregación cristiana que,
viviendo por el Espíritu, avanzan también codo con codo, según implica el original, por
el Espíritu (Gá. 5:25). La alabanza del ombligo (v. 2, ver el comentario a Pr. 3:8) es
totalmente ajena a la imaginación occidental, pero a las damas de la corte de Salomón se
les antoja parecido a una copa redonda (hebr. agán hasahar, y ser este último vocablo
la única vez que sale en la Biblia). Dice el Midrás: «Hay lugares en que a la luna se la
llama Sahara. Sahar es una alusión a los asientos del Sanedrín en filas semicirculares,
como una media luna, que es semejante a la figura de una era». El ombligo, como ya
vimos en Proverbios 3:8, equivalía a la fuente de energías del cuerpo humano, al tuétano
de los huesos, aunque es probable que representase también, como reminiscencia del
cordón umbilical, el vehículo de la alimentación obtenido, en principio, de la madre. En
sentido espiritual vendría a significar la próspera condición, sana y madura, del
creyente.
3. Si en el hebreo sahar hemos visto la figura de una era, no es extraño ver
mencionado en la segunda parte del versículo, el vientre como montón de trigo, más que
por el cereal mismo, por el color moreno claro del trigo, después que ha sido trillado y
aventado en la era. Es muy rara, después del montón de trigo, la añadidura de la frase
«cercado de lirios». Quizás aluda de nuevo al color (o colores) del vestido que lleva.
Ginsburg da la siguiente explicación: «Las eras … estaban al aire libre y, después que el
trigo había sido trillado, aventado y amontonado, cada montón era cercado con espinos
para evitar que se lo comiese el ganado. En ocasiones festivas, el trigo era decorado con
flores. Para hacer más lisonjero el cumplido, el enamorado rey cambia las cercas de
espinos en lirios». El versículo 4 lo hemos visto ya en 4:5. Aquí no se añade la segunda
parte de aquel versículo. La razón podría ser que los lirios de allí ya se han mencionado
aquí en el versículo anterior. Algunos de los elementos del versículo 4 se han visto ya,
pero aquí aparecen con ciertas variantes y se añade uno nuevo: (A) El cuello como
torre, no de David (4:4), sino de marfil. En 4:4 prevalecía la idea de fuerza, aquí
prevalece la idea de fina belleza, suave como el marfil, pero el elemento dominante
(torre) permanece el mismo. En 4:1, los ojos eran como palomas; ahora son como los
estanques de Jesbón, junto a la puerta de Bat-Rabim. No se conoce ningún lugar de este
nombre, pero como Bath Rabbim significa «la hija de multitudes», es probable que de a
entender una ciudad populosa, que en este caso sería la propia Jesbón, antigua capital de
Sijón el rey de los amorreos, después que éstos echaron a los moabitas (v. Nm. 21:25;
Jos. 9:10). Era famosa por su fertilidad y tranquilidad, por lo que la mirada suave y clara
de la sulamita sugiere la paz y belleza de los estanques de Jesbón. Muy raro resulta el
requiebro que menciona la nariz como la torre del Líbano, etc., pues una nariz
demasiado grande nunca ha sido indicio de belleza femenina, pero lo más probable es
que la comparación no tenga nada que ver con el tamaño, sino con la exacta posición y
la excelente proporción con el resto del rostro.
4. Para entender la comparación de la cabeza con el monte Carmel, etc., del
versículo 5, es menester conocer bien la situación de dicho monte, majestuosamente
erguido entre el mar Mediterráneo y la llanura del noroeste de Palestina. Así también, la
cabeza de la sulamita está bien plantada y erguida como dicho monte. Así como las
pestañas aparecen en Proverbios 6:25 como la red en que la mujer extraña, ajena, prende
a los incautos, así también aquí la red con que el rey está prendido no son precisamente
las pestañas en este momento, sino las trenzas.
5. El final del versículo 5 da a entender claramente que no es el rey el que habla,
sino otras personas. En cambio, el versículo 6 parece comenzar una nueva serie de
requiebros, ahora del propio rey. De seguro, en los versículos 7–9. Parece ser que el rey
ha escuchado la descripción poética que de la belleza de la sulamita han hecho las
damas de la corte y, contagiado del mismo entusiasmo lírico, prorrumpe
arrebatadamente en ese «¡Qué hermosa eres y cuán suave, oh amor deleitoso!», del
versículo 6. Si se hace de aquí alguna aplicación espiritual, es de notar que la belleza
interior del creyente (o de la Iglesia) no es nativa (v. Ef. 2:1 y ss.), sino recibida: no
nacimos hermosos, sino que somos hermoseados por la pura gracia de Dios. Por otro
lado, si Salomón representa en esta pieza poética al mundo, ¿qué significarían estos
requiebros en labios de los mundanos, sino una tentación a usar para el mal los encantos
con que Dios nos ha favorecido? Esto ocurre con frecuencia cuando algún indrédulo
lisonjea y tienta a un mismo tiempo a un creyente ilustrado, diciéndole: «¡Qué lastima
que un hombre del talento y de las cualidades de usted crea todavía en esas añagazas de
la religión!» Es menester, como la sulamita, poseer un ferviente amor al Esposo y tener
la santa osadía de rechazar tales insinuaciones.
6. El rey comienza otra vez a ensalzar en detalle la hermosa figura de la sulamita, y
compara su talle a la palmera (v. 7). Tres árboles llamaban la atención de los israelitas:
la majestuosa palmera, el erguido y alto cedro y el gracioso ciprés. Como ya hemos
visto en otros lugares, el vocablo hebreo para «palmera» es tamar, por lo que ocurre
varias veces en la Biblia como nombre de mujer. Menciona de nuevo sus pechos, pero
ahora los compara con los racimos de uva de una viña que él aspira a poseer. Tan
enamorado está, que piensa incluso en subirse a la palmera (v. 8) con desdén de su
regia majestad, con tal de poder alcanzar su fruto y ganarse también los racimos de uva
de sus pechos.
7. A esto añade, una vez más, alabanzas de la boca de ella. Es cierto que el hebreo
dice literalmente (v. 8d): «el olor de tu nariz», pero como el aliento se supone, ya desde
Génesis 2:7, introducido por las narices, lo que aquí alaba el regio lisonjeador es el
perfume que desprende el aliento de ella y que a él se le antoja como el de las apetitosas
manzanas (comp. con 2:3–5). Hallamos también una nueva mención del paladar, para
indicar que la conversación de la sulamita le resulta más dulce que el vino más
generoso, que se entra a mi amado suavemente. Esta última frase resulta absolutamente
desconcertante en boca del rey, por lo que prestigiosos exegetas como D. Buzy, G.
Gerleman, W. Rudolph y también la Good News Bible y la New I. Version hacen un
corte abrupto, pero inevitable si hemos de mantener la integridad del texto masorético,
y, después de la primera línea del versículo 9, hasta el final del capítulo, ponen en boca
de ella todas las frases restantes. El versículo 9 quedaría, pues, así: (Habla el rey) «Y tu
paladar como el mejor vino». (Habla ella): «Sí, el vino que se entra a mi amado
suavemente (comp. con Pr. 23:31), y hace hablar los labios de los adormecidos» (y
sigue hablando la sulamita en los vv. siguientes). La última frase significa que ese vino
se entra suave, de forma que, sin darse cuenta, el que lo bebe cae en el típico sopor de
los ebrios, quienes, sin embargo, suelen, en sueños, musitar frases incoherentes.
Lerhman sugiere otra interpretación: El vino que se entra suave «produce tal animación
que, a menudo, rompe el silencio y hace hablar a los labios silenciosos». En otras
palabras, hasta los tímidos, los reservados y los retraídos se vuelven locuaces tras un par
de vasos del buen vino. Esto es una realidad, pero es dudoso que sea ése el significado
de la frase en el texto.
Versículos 10–13
1. Por tercera vez (v. 10; comp. con 2:16 y 6:3), la sulamita proclama la exclusiva
pertenencia mutua de su amado pastorcillo y de ella. Tras desdeñar olímpicamente todos
los halagos del rey, asegura que ella es solamente de su amado y que el deseo (lit.) de
su amado es solamente hacia ella. ¿Quién no ve aquí una reminiscencia de Génesis
3:16, pero a la inversa? Comenta la Biblia de Jerusalén, en nota a este versículo:
«Génesis 3:16 contraponía la atracción que empuja a la mujer hacia el hombre a la
autoridad discrecional de éste. Distinta es la actitud de Yahvéh para con su esposa
mística: los anhelos del amor sustituyen al dominio». ¡Que Cristo sienta deseo hacia
nosotros, miserables pecadores, ingratos y rebeldes, es un misterio del infinito,
inexplicable, pero adorable, amor del Dios que es Amor! (Jn. 3:16; Ro. 5:5; 8:39; 1 Jn.
4:8, 16).
2. Al dirigir ahora (vv. 11–13) la palabra a su amado, la sulamita le invita (¿Quizás
ha reaparecido o se dirige a él imaginariamente?) a salir al campo, lejos de la regia
residencia, para pasar la noche tranquilos en las aldeas solitarias (v. 11). Es una
invitación a disfrutar de la primavera. Al parecer, ha pasado un año desde la otra
primavera (v. 2:10 y ss.) en que él la invitó, pero ahora la invitación procede de ella.
También el Señor, lleno de compasión hacia sus fatigados discípulos, les invitaba a
recogerse en la soledad con Él, a fin de reposar y tener tranquila comunión con Él (v.
Mr. 6:31). Entusiasmada con el pensamiento de volver a casa con su amado, ya se
representa en su imaginación las escenas familiares de ir a ver si ya brotan las vides, si
han florecido los granados (v. 2). Dice Lehrman: «Tan impaciente está por volver a
casa que le suplica posponer hasta entonces sus manifestaciones de amor hacia ella»
(Ver el final del v.).
3. El capítulo termina (v. 13) con el ofrecimiento de la sulamita a su amado de toda
clase de dulces frutas, nuevas y añejas, es decir, de las recién recogidas y de las puestas
a secar, que para él ha guardado. ¿Qué frutos tenemos nosotros en reserva para nuestro
Amante Salvador? ¿Cómo está la temperatura espiritual de nuestra alma, si ha de entrar
a cenar con nosotros, y nosotros con Él? (Ap. 3:20b). Cita en particular (v. 13b) las
mandrágoras (hebr. dudaím, relacionado con dodim, amor), fruta del tamaño de una
manzana pequeña, de color rojizo y de sabor muy agradable; se las consideraba como
excitantes, es decir, afrodisíacas (v. Gn. 30:14 y ss. así como el comentario a ese lugar).
CAPÍTULO 8
En este capitulo, I. La sulamita continúa dirigiéndose amorosamente a su
pastorcillo, y repite el mismo conjuro de 2:7 y 3:5 (vv. 14). II. Queda libre y regresa con
su amado a su casa, donde hace un ferviente encomio del amor (vv. 5–7). III. Le vienen
a la memoria las palabras de sus hermanos y ella declara su fidelidad hacia el amado
(vv. 8–12). IV. Termina el Cantar con una invitación de su amado a ella para que hable
en presencia de los amigos de él (v. 13); ella, por su parte, al repetir lo que había dicho
en 2:17, le urge a que se apresure a venir a ella (v. 14).
Versículos 1–4
1. Se resiente ahora la sulamita de las restricciones que le impone la etiqueta social.
Si el pastorcillo fuese hermano suyo (v. 1), nadie tomaría a mal que estuviesen juntos y
que se besasen en público, pero así no puede ofrecerle esas muestras de cariño, pues los
orientales ni a su propia mujer hablaban en público; mucho menos, se atrevían a besarla
o mostrarle ninguna otra señal de afecto conyugal. Entonces, podría llevarlo (v. 2), sin
restricción ninguna, a casa de su madre, la cual le enseñaba, es decir, la adiestraba en
cuanto al amor. Léase, pues, «ella (no, tú) me instruía», como traducen, con ligeras
variantes, la Biblia de las Américas, la New I. Version y la New American Standard, así
como el rabino Lerhman, quien hace notar que la segunda persona del singular
masculina y la tercera femenina son idénticas (en el imperfecto, también llamado,
menos propiamente, futuro). Incluso podría entenderse (líneas tercera y cuarta del v.)
que su madre la instruía también (o solamente) en el modo de preparar la mezcla de
vino y mosto de granadas (comp. con 7:2, donde el hebreo dice «vino mezclado»).
¡Cuán grande es el privilegio de los creyentes, puesto que Cristo no es solamente
nuestro Esposo (2 Co. 11:2; Ef. 5:27; Ap. 19:7), sino también nuestro hermano
primogénito (Ro. 8:29; He. 2:11 y ss.)!
2. El versículo 3 repite las frases de 2:6. Recordemos aquí que, de modo más
sublime, la derecha de Dios nos sostiene (Sal. 63:8). Más aún, del mismo modo que a
Israel, también a nosotros van dirigidas las palabras de Moisés en Deuteronomio 33:27:
«El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos». En cualquier aflicción,
problema o aprieto en que nos veamos metidos, digamos como David (Sal. 25:15): «Mis
ojos están siempre vueltos hacia Jehová, porque él sacará mis pies de la red».
3. El versículo 4 repite las frases de 2:7; 3:5, con el significado ya conocido: el amor
no se puede imponer desde fuera; es un sentimiento que brota espontáneo. El Señor
mismo, que nos impone como mandamiento primero: «Yo soy Jehová tu Dios … No
tendrás dioses ajenos delante de mí» (Éx. 20:2, 3; Dt. 5:6, 7), nos manda amarle, pero
no nos fuerza a ello. Nótese el condicional «si alguno …» en la invitación a recibir al
Señor para tener comunión con Él (Ap. 3:20).
Versículos 5–7
1. El versículo 5 comienza de forma parecida a la de 3:6, pero el contexto es aquí
muy diferente y no cabe duda de que ahora no son las damas de la corte quienes
profieren esas palabras, sino, con toda probabilidad, los aldeanos y aldeanas de Sulam,
al ver acercarse a la pareja. El vocablo «desierto» se refiere probablemente a la llanura
de Esdrelón, la cual estaba sin cultivar y sin pastos, por lo que la llaman desierto.
Apoyada sobre su amado significa que, al estar unida al pastorcillo, éste se había
convertido en el apoyo y sostén de ella. También la Iglesia se apoya en Cristo como en
su fundamento y piedra principal del ángulo. Por eso, no pueden conmoverla las puertas
del Hades, pues está edificada sobre la Roca.
2. Comienza ahora (v. 5b) el último diálogo entre la sulamita y su amado pastorcillo.
Habla él y dice: «Debajo de un manzano te desperté», es decir, fue debajo de aquel
árbol donde surgió el mutuo amor de la pareja. Las dos líneas siguientes, en paralelismo
de sinonimia, se nos hacen raras, pero hay que tener en cuenta que, en los países
orientales, dar a luz al aire libre no era cosa rara. Todavía se da el caso hoy en algunos
países como la India.
3. Contesta la sulamita pidiéndole que no se aparte de ella, sino que la lleve siempre
consigo como un sello suspendido del cuello, sobre el corazón, como lo llevaban
algunas mujeres atado con una cuerda. El anillo de sello lo llevaban los hombres en la
mano derecha como un objeto muy valioso (v. Jer. 22:24); esto último es lo que, con la
mayor probabilidad, significa lo de «como una marca sobre tu brazo»; más bien que
una sinonimia según piensa F. Asensio. El sello, en este contexto, indica posesión, es
decir, propiedad del dueño (ver Gn. 38:18). Los hombres mismos llevaban, a veces, el
sello atado a la muñeca para mejor preservarlo de robo o caída.
4. A continuación (v. 6b) y para justificar su petición, la sulamita eleva un ferviente
canto al amor, donde culmina todo el fervor que el Cantar contiene. Según ella, el amor
es fuerte como la muerte y como el Seol, que nunca dicen: «¡Basta!» (v. Pr. 30:15, 16) y
da origen a unos celos obstinados por el temor de que el amado pueda transferir a otra
persona su amor. La última parte del versículo 6 debe traducirse así: «Sus centelleos son
centelleos de fuego, llama misma de Yah», es decir, tienen un poder extraordinario,
sobrenatural.
5. El versículo 7 marca el clímax de todo este encomio sublime del amor: «Las
muchas aguas no podrán apagar el amor». Nadie ni nada puede destruir, apagar, un
verdadero amor (comp. con Ro. 8:35–39). Y toda persona, añade, que se se atreviese a
venderlo por todas las riquezas de este mundo, sería digna del mayor menosprecio. Ella
misma lo ha demostrado con su reciente experiencia, pues no se ha dejado seducir por
toda la pompa y por las inmensas riquezas del rey Salomón. Este amor, elevado al plano
divino de la gracia, es como la perla de gran precio, digna de que el hombre venda todo
lo que tiene para adquirirla. ¿De qué sirven las riquezas en una familia sin amor entre
los esposos? Y al seguir la tipología del Cantar: Iglesia, mundo, Cristo, ¿de qué le sirve
a una persona ganar todo el mundo, si carece de la unión con el Señor?
Versículos 8–12
1. En los versículos 8–10, la sulamita refiere reminiscencias de cuando era todavía
muy joven, cuando no tenía pechos todavía y sus hermanos discutían lo que harían con
ella cuando fuese pedida en matrimonio, según el significado de la frase «cuando de
ella se hable». Pedir en matrimonio se llama «hablar con» en 1 Samuel 25:39. Sus
hermanos la iban a poner a prueba: si resultaba fuerte para resistir las tentaciones, como
un muro (v. 9), le harían regalos de plata. Dice Lehrman: «Las mujeres solían llevar una
especie de cuerno de plata en la cabeza, ornamento que apreciaban mucho ellas. El
Talmud registra que el rabino Akiba hizo para su novia un adorno de oro que
representaba a Jerusalén». Pero, si la hermana resultaba ser una puerta, que daba
entrada a las tentaciones, entonces la defenderían cercándola con gruesas planchas de
cedro, cuya madera es muy dura. A estas sospechas de sus hermanos, replica ella con
sano orgullo (v. 10) que no es puerta, sino muro, como lo ha demostrado ahora que está
ya bien desarrollada: «Y mis pechos como torres», y viene a decirles: «¿Dónde está la
recompensa que me prometisteis?» La última parte del versículo 10 debe traducirse, con
la mayor probabilidad, del modo siguiente: «Entonces fui a sus ojos (o, así soy a sus
ojos), es decir, a los ojos de él, del amado, como quien ha encontrado la paz». El
sentido es clarísimo: Una vez que ella ha demostrado a sus hermanos que era fuerte
como un muro, ellos han quedado satisfechos, le han dado la recompensa que le
prometieron, y a los ojos de su amado es como quien disfruta ya de toda clase de
bendiciones, pues hasta sus familiares ven ya con buenos ojos este matrimonio al que
tantos obstáculos se habían opuesto; contra el incendio del amor nada ni nadie ha
podido (vv. 6 y 7).
2. Todavía no ha terminado ella de recordar experiencias pasadas. Dice que Salomón
tenía una viña en Baal-Hamón (v. 11), lugar que no ha podido ser identificado; una viña
tan magnífica y productiva que los guardas arrendatarios de ella le pagaban anualmente,
cada uno mil monedas de plata. Esa magnífica viña era uno de los atractivos con que
Salomón esperaba seducir a la sulamita, pero ella (v. 12) la desprecia y dice diciendo:
«Mi viña, la que es mía, está delante de mí»; es decir, «Yo no tengo más que una viña,
pequeña, de la que soy dueña, no arrendataria; con ella me contento». Y añade: «Las mil
(monedas) serán tuyas, Salomón, y doscientas para los que guardan su fruto». No se
trata de una devolución de la sulamita a Salomón con una especie de «propina» para los
guardianes, según opina F. Asensio. El meollo (quizá metafórico) de todo esto es que, a
pesar de las fuertes tentaciones, ella ha permanecido leal a su amado. ¡Ojalá fuésemos
nosotros tan leales a nuestro amante Salvador!
Versículos 13–14
Llegamos al final con una petición del esposo a la esposa, y con otra petición de la
esposa al esposo.
1. Habla el pastorcillo (v. 13). Ella está en los huertos, cuida el huerto y la viña
como acostumbra. Los compañeros de que habla son, probablemente, amigos del pastor
que, como él, desean escucharla, pues ella tiene muchas experiencias que contar de su
estancia en la regia residencia de Salomón, tanto en el palacio de Jerusalén como en la
del norte de Palestina.
2. Por lo que el versículo 14 parece indicar, ella, tímida y recatada, le pide a él que
la dejen por ahora (comp. con 2:9, 17) y, cuando los dos estén solos, en la brisa del
atardecer, ella hablará y aun cantará para él. La última frase es semejante a la última de
2:17, pero con una notable diferencia: En 2:17, la última palabra es «división» (lit. hebr.
báther), pero ahora es besamim, «balsameras». Comenta Lehrman: «Ahora que están
finalmente unidos, las quebradizas alturas ya no son barreras entre ellos, sino deliciosas
como montañas de especias aromáticas». Es hora de que el esposo venga, para no volver
a marcharse jamás. La súplica enfervorizada que le dirige es una manifestación del
deseo anhelante que le late en el pecho de que la felicidad de que ahora disfrutan se
prolongue indefinidamente.
3. Todo creyente que lea y medite con devoción este Libro Sagrado, tan sagrado
como los demás de la Biblia, ha de sentir su corazón enfervorizado de amor a nuestro
Salvador y, como la sulamita, decir: «Apresúrate, amado mío. ¡Sí, ven, Señor Jesús!»
(v. 14; comp. con Ap. 22:20). ¡MARANATHA!

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Cantares

  • 1. CANTARES No cabe duda de que este Libro es inspirado por Dios, como lo entendió Israel y lo entiende la Iglesia. Este Cantar de Salomón es muy diferente de los que compuso su padre David: No contiene el nombre de Dios (excepto el lugar, problemático, de 8:6 b); no aparece citado en el Nuevo Testamento, y no se hallan en él expresiones de devoción espiritual ni huella alguna de revelación divina. Más que ninguna otra Escritura, cuesta mucho ver en él «olor de vida para vida» (2 Co. 2:16), y podría resultar fácilmente «olor de muerte para muerte» a cualquiera que se acercase a él con mente carnal y corazón corrompido. Por eso, los doctores judíos aconsejaban a los jóvenes a no leerlo hasta que tuviesen treinta años de edad, a fin de que no se encendieran las llamas de la pasión con el abuso de lo que es más puro y sagrado. Tenemos aquí un cántico nupcial; de eso no hay duda. Desde tiempos antiguos (nota del traductor), se le ha dado una interpretación más bien alegórica, y se ha visto en él la expresión lírica de la comunión íntima, espiritual, de Dios con Israel; o de Cristo con la Iglesia y, en la Iglesia de Roma, se le ha llegado a dar un sentido mariológico. Los exegetas modernos, tanto católicos como protestantes y judíos ven en él un romance amoroso de Salomón («quizás el único romance puro de Salomón», según Ryrie) con una joven sulamita. La exégesis moderna rompe viejos moldes también en otro punto importante: Los personajes de esta especie de «drama lírico» no son dos, sino tres: la sulamita, un pastorcillo que la ama y a quien ella ama de veras, y Salomón que desea conquistar el corazón de la sulamita, pero no lo consigue. Por fin, Salomón tiene que dejarla marchar, y ella se va en busca de su amado pastorcillo. Toda aplicación devocional que aparezca en este comentario, de la pluma de M. Henry, ha de entenderse, pues, como una acomodación. Salgo, pues, responsable de la exégesis, que raras veces coincidirá con la que M. Henry hace. CAPÍTULO 1 Después del título, I. Hallamos a la sulamita en soliloquio, en el que expresa su nostalgia del amado ausente (vv. 2–4). II. Al ver que las damas de la corte la espían, les explica por qué está morena (vv. 5, 6) y proclama a gritos su deseo de saber dónde está su amado (v. 7), a lo que responden las damas que vaya a buscarlo (v. 8). III. Entra el rey, ensalza su belleza y promete adornarla con joyas (vv. 9–11). IV. Después de marcharse el rey a comer, la sulamita cae como en un sueño, en el que, en su imaginación, tiene con el amado una conversación amorosa (vv. 12–17). Versículos 1–6 El título Cantar de los cantares es una especie de superlativo, para decir que es un cantar muy excelente, como se llama Santo de los santos al Lugar Santísimo. Su autor es Salomón, cuyos cánticos fueron 1.005 (1 R. 4:32); los demás se han perdido. No se sabe cuándo lo compuso, pero es probable que lo compusiera a principios de su reinado. 1. La sulamita se dirige, con la imaginación, a su amado ausente. Dos son las cosas que de él desea: (A) Su amor (v. 2): «¡Oh, si él me besara con besos de su boca!» Puesto que está enamorada, desea que su amado la bese cariñosamente. Quizá es un beso de reconciliación, semejante al de Esaú a Jacob y al del padre del Hijo Pródigo que volvía arrepentido. Da varias razones de su deseo: (a) La estima en que tiene su amor: «Porque mejores son tus amores (hebr. dodim, caricias de amor) que el vino», es decir, mejores que un buen banquete, pues eso es lo que significa aquí el vino (comp. Est. 7:2; Is. 24:9). Las almas piadosas estiman el amar a Cristo y ser amadas de Él más que los más exquisitos placeres del sentido. (b) La fragancia de los perfumes del amado (v. 3): «Tus perfumes son gratos al olfato» (espléndida versión de F. Asensio). «El Midrás, dice el rabino Lehrman, lo aplica a Abraham, quien extendió el conocimiento del verdadero
  • 2. Dios del mismo modo que un perfume difunde su esencia.» Nosotros estamos llamados a difundir el buen olor de Cristo con una conducta realmente cristiana. (c) El prestigio de su nombre: «Tu nombre es como un ungüento que se vierte»; es estimado por todos los que le conocen. «Por eso las doncellas te aman.» Se imagina que todas habrían de estar tan enamoradas de su amado como lo está ella. Nótese en el versículo 2 el cambio repentino de la tercera persona a la segunda. ¡Tan intensa es su pasión! (B) Su compañía (v. 4). Pide ansiosa a su amado que venga y se la lleve corriendo: «Llévame en pos de ti; corramos». Vemos, pues, (a) Su petición de ayuda; «Llévame» (lit. atráeme. Comp. Jn. 6:44); esto es, «atráeme a ti, cerca de ti a casa contigo». También Cristo ha dicho que nadie puede venir a Él a menos que el Padre lo atraiga. (b) «¡Corramos!» La sulamita tiene prisa por salir del palacio de Salomón, que simboliza el mundo con sus placeres. El deseo del alma de correr tras Cristo es efecto de la gracia de Dios (2 Co. 3:5; Fil. 4:13). (c) Da una razón de la prisa que tiene: «El rey me ha hecho entrar en sus mansiones»; esto es, me ha sacado de mi casa por la fuerza. Cuando los mártires cristianos eran obligados por la fuerza a ofrecer incienso a los dioses falsos, les podían forzar las manos, pero no el corazón. (d) El resto del versículo 4 se puede interpretar de dos maneras; primera, la sulamita viene a decir ahora que, a pesar de eso, ella se acuerda de su amado (v. la semejanza con los vv. 2b y 3b); segunda (menos probable), las damas de la corte responden que ellas prefieren la compañía de Salomón. 2. La sulamita explica, a continuación, a las damas de la corte, por qué está morena (vv. 5, 6), literalmente negra, como las tiendas de Cedar, las negras tiendas de campaña de las tribus nómadas descendientes de Ismael (Gn. 25:13; Sal. 120:5); ello se debe a la tristeza y a los sufrimientos que padece (comp. Lm. 4:7). Pero todavía esta hermosa, como las cortinas de Salomón, sus pabellones de pieles preciosas (Sal. 104:2). También la Iglesia puede estar negra por la persecución que sufre, pero hermosa con la paciencia y constancia con que la soporta. En efecto, la negrura de la sulamita no es natural, sino contraída: (A) El sol la ha tostado (v. 6), en la ocupación fatigosa que le ha sido encomendada, pero eso ya se le pasará; así que no tienen que reparar en ella con menosprecio; cuando se le pase, aparecerá más hermosa que ellas. (B) Sus hermanos se enfadaron con ella y la pusieron a guardar las viñas. Probablemente, su padre había muerto; sus hermanos estaban irritados contra ella a causa de sus amores con el pastorcillo, por lo que la pusieron a cuidar las viñas para impedir que se viese con él. Algo parecido les pasa a los creyentes, a quienes Cristo profetizó que, en muchos casos, sus propios familiares vendrían a ser sus peores enemigos. La última frase del versículo 6: «Mi propia viña no guardé» puede interpretarse de tres maneras: (a) no me cuidé de mis apariencias, al contrario que vosotras (así Ryrie); (b) Nunca tuve viñas propias que cuidar (Ibn Ezra); (c) Dejé de cuidar las viñas de la familia para venir en busca de mi amado (F. Asensio). Esta interpretación es la más probable. Versículos 7–11 1. Se dirige ahora humildemente a su amado ausente. En sentido espiritual, como la pastora al pastor, así también la Iglesia (y cada creyente) a su Señor y Salvador, para tener una más íntima comunión con Él (v. 7): «Hazme saber, etc.». Nótense: (A) El título que da a su pastorcillo (nosotros, a Cristo): «Oh, tú a quien ama mi alma» (es decir, mi persona. V. Gn. 2:7b). (B) La opinión que tiene de él como de buen pastor de sus ovejas; no duda de que apacienta bien a las ovejas y las hace descansar al mediodía. Ambas cosas hace Cristo (Jn. 10:9; Mt. 11:28). (C) Su petición de ser admitida a tener comunión con él: «Hazme saber … dónde … dónde …». Desea saber dónde se halla pastoreando el rebaño y abrevándolo durante las horas más calurosas del día. Es entonces, al mediodía, cuando su amado sestea con las ovejas, no por la noche
  • 3. como los amantes de las damas de la corte (comp. con Sal. 23:2). ¡Qué bien cumple con nosotros este oficio nuestro Buen Pastor! 2. Presenta una razón muy poderosa para no estar vagando en busca de él (v. 7b): «¿Por qué había de estar yo como vagabunda (lit. como la que se cubre), y alude quizás a la práctica de las rameras (v. Gn. 38:15) tras los rebaños de tus compañeros?» Dejar al Pastor de nuestras almas (1 P. 2:25), para ir en busca de otros amores, es una grave deslealtad al que nos amó y se entregó por nosotros (Gá. 2:20). 3. Las damas de la corte le responden sarcásticamente, y le hacen ver que, si no le gustan las delicias de palacio, más le vale volver a su oficio de pastora (v. 8). Como ella había dicho de sí misma que era hermosa (v. 5), ellas la llaman burlonamente (es lo más probable) «la más bella de las mujeres». De manera semejante se mofan de los creyentes, como de seres extraños, los que antes eran sus amigotes y compañeros de vicio (v. 1 P. 4:4). 4. Ahora (v. 9) es Salomón, con la mayor probabilidad, quien habla, resuelto a intentar de nuevo ganarse el corazón de la sulamita. (A) La compara a yegua de los carros de Faraón. Esta comparación sería suficiente, en nuestros países occidentales, para ganarse el enojo y el desprecio, si un enamorado le hablase así a una joven; pero ha de tenerse en cuenta que, para Salomón, el caballo egipcio poseía una belleza que le fascinaba. Él fue el primero en introducir el caballo y el carro como parte normal del ejército de Israel, observa Lehrman. (B) A continuación la lisonjea y le dice que, aun con ornamentos sencillos como los que lleva, son hermosas sus mejillas (v. 10) y su cuello. Pero, ¡cuánto más hermosa parecerá con los pendientes de oro, incrustados de plata (v. 11), que él va a mandar hacer para ella! El apóstol Pedro señala que el atavío interior de la persona vale más que todos los adornos exteriores que una mujer pueda ponerse (1 P. 3:3, 4). Así será presentada la Iglesia a Cristo en el último día (Ef. 5:27). Versículos 12–17 1. Mientras el rey estaba en su diván (v. 12), reclinado junto a la mesa redonda para comer, los pensamientos de la sulamita vagan, lejos de allí, hasta su amado pastorcillo (v. 13), que es para ella su saquito de mirra, como lo llevaban en estas ocasiones las mujeres suspendido del cuello por debajo del vestido. También para los creyentes, Cristo es el Amado (mejor, el Bienamado), el único Amado. Es comparable a un manojito de mirra y a un racimo de alheña, como compara la sulamita a su amado (vv. 13, 14), es decir, a todo lo más agradable y deleitoso. El vocablo hebreo para alheña es kófer, el mismo vocablo que significa el precio para redimir una vida. ¡La sangre de Cristo es precisamente el precio con que fuimos redimidos! (1 P. 1:18, 19). En la comparación del manojito de mirra (v. 13b), la sulamita dice que reposa entre sus pechos, cerca del corazón. Cristo permitió al discípulo amado (y a todos nosotros) reclinar la cabeza en su seno. ¿Por qué, pues, no habríamos de permitir nosotros que Él reposara en el pecho de cada uno de nosotros? El rey, en comparación de su amado, no significa nada para la sulamita. Lo mismo hemos de pensar los creyentes acerca de todos los atractivos que el mundo nos pueda ofrecer (1 Jn. 2:15–17). 2. Embebida en estos pensamientos, la sulamita cae como en un sueño y, con la imaginación, entabla un diálogo con su amado pastor, diálogo que se prolonga hasta 2:6. Resulta muy difícil decidir si, en el versículo 15, es Salomón quien habla, y continúa con sus lisonjas (como opina Lebrman), o es el pastorcillo en el sueño de la sulamita. La paloma se toma como símbolo de inocencia y pureza. Unos ojos hermosos son, en la mentalidad hebrea, índice de una bella personalidad, de un hermoso carácter. Jesucristo considera hermosos a los que tienen, no el ojo penetrante del águila, sino la pura y casta mirada de la paloma; no a los que son como el halcón que, cuando alza el vuelo al cielo, todavía tiene el ojo sobre la presa que hay en la tierra, sino a los que
  • 4. tienen ojos modestos y humildes, con los que descubren una sencillez, una piadosa sinceridad y una inocencia de paloma, iluminados y guiados por el Espíritu Santo. 3. Al ignorar los requiebros de Salomón (v. 16) o, más probable, responder imaginariamente a las también imaginarias frases de su pastorcillo, la sulamita responde con frases parecidas a las de él: «¡Qué hermoso eres, amado mío! ¡Y qué encantador!» (New International Version). También la Iglesia, al ser reconocida como hermosa por el Señor Jesucristo, debe decirle: «¿Dices tú que yo soy hermosa? ¡Sólo lo soy por haber estampado tú en mí tu propia imagen!» 4. Con menosprecio al lujoso diván de Salomón, la sulamita continúa y dice: «Nuestro lecho es de flores» (lit. de verdor). Piensa, dice Lehrman, en el campo donde se enamoraron (v. 16b). Siempre en forma de comparación con el suntuoso palacio de Salomón, agrega (v. 17): «Las vigas de nuestras casas (lit.) son de cedro, y de ciprés los artesonados». Habla metafóricamente, y es por demás interesante el significado de estas frases: Ellos no tienen una casa, como Salomón, sino muchas, y alude a los cedros bajo los que se cobijaban en lo más caluroso del día. Y los artesonados (el vocablo hebreo no sale en ningún otro lugar de la Biblia) o, más probable, el mueblaje de esas casas es de ciprés. Como aplicación espiritual, y al ver en el pastor a nuestro amado Señor Jesús, podemos recordar que, con Él, todo es nuestro (1 Co. 3:22). Y aun Él mismo es para nosotros: «El cuerpo para el Señor, y el Señor para el cuerpo», dice el apóstol Pablo (1 Co. 6:13, comp. con Cnt. 2:16; 6:3). CAPÍTULO 2 En este capítulo, I. Continúa el imaginario diálogo de la sulamita con su amado pastorcillo (vv. 1–6). II. Como vuelta de su sueño, se dirige a las damas de la corte (v. 7). III. Refiere, a continuación, un incidente del pasado (vv. 8–17). Versículos 1–7 1. La sulamita se compara a sí misma humildemente con una modesta flor de los prados. El vocablo hebreo aparece aquí y en Isaías 35:1. Suele traducirse por «rosa», pero su significado es incierto y es más probable que se refiera al narciso, abundante en Palestina y muy estimado de los nativos. Sarón es la zona costera, llana, entre Yaffá o Joppe y Cesarea. El lirio de los valles, otra flor muy común, era, al parecer, una variedad de color rojo, según se desprende de 5:13. El Midrás hace la siguiente aplicación: Los justos han de ser comparados al lirio del valle que dura mucho, no al lirio de la montaña que pronto se marchita. En su humildad halla su humedad, mientras el de la altura no perdura. 2. Al oír esta modesta declaración, Salomón aprovecha la ocasión para lisonjear, una vez más, a la sulamita con un ingenioso cumplido (v. 2). «Sí, es verdad que eres un lirio—viene a decir—, pero eres como el lirio entre los espinos, ya que las doncellas de Jerusalén no son otra cosa que espinos si se las compara con tu hermosura sin par.» La belleza de los creyentes consiste en parecerse a Jesucristo. Los buenos creyentes superan en belleza a los hijos del siglo como un parterre de rosas supera a una hilera de zarzas. Los malvados, «doncellas» del mundo, al no tener amor a Cristo, no son sino espinos, inútiles y dañosos. El pueblo de Dios son como lirios entre espinos que les dañan con su mala voluntad y los oscurecen con su altivez, pero Dios ama a los suyos y les protege de todo mal. 3. Sin dar oídos a la adulación de Salomón, la sulamita compara a su amado pastorcillo a un manzano, árbol que da fruto delicioso, no a un cedro que de nada sirve mientras no es cortado para vigas o muebles (v. 3), y recuerda cuán dulce le resultaba su compañía, por la sombra que le daba y el fruto que le ofrecía. Algo parecido, pero inmensamente mejor, hallan los creyentes junto al Señor: (A) Sombra que refrigera y alivia a los cansados y fatigados (Mt. 11:28); (B) Alimento abundante (Jn. 10:9). La
  • 5. bodega (v. 4. lit. La casa del vino) significa el festivo banquete con que su amado la obsequia. También el Señor Jesús aprovechó la cena pascual como banquete de despedida de los suyos. «Su bandera sobre mí fue amor», continúa (v. 4b). Comenta Gesenio: Sigo tras la bandera de amor que mi amado despliega delante de mí, igual que los soldados siguen el estandarte militar y nunca lo abandonan. 4. Estos pensamientos le producen tal nostalgia de su amado, que está a punto de desmayarse (v. 5) y pide estimulantes que la sostengan. ¡Si tan fuerte fuese nuestra nostalgia por estar en la presencia del Señor! (Comp. Sal. 63:1–8). 5. El versículo 6 se entiende mejor en optativo, puesto que su amado está ausente: «Esté su izquierda bajo mi cabeza, y su derecha me abrace» (Biblia de las Américas y New American Standard Tr.). En el Señor Jesucristo hallan los creyentes protección, soporte y amor sin par. 6. El versículo 7 resulta difícil, pero su sentido es claro. Ante la insistencia de las damas de la corte para que la sulamita se deje enamorar por los requiebros de Salomón, ella responde que el amor no puede ser despertado desde fuera; tiene que nacer de dentro, tan libre y espontáneo como las gacelas y las ciervas del campo que no están enjauladas ni sujetas con cadenas, sino que corretean a su gusto por la campiña. Compárese con la delicada invitación del Señor Jesús en Apocalipsis 3:20. El versículo viene a ser como el epifonema que cierra las secciones del libro (comp. 3:5; 8:4). Versículos 8–17 Comienza aquí una nueva sección que acaba en 3:5, en la cual la sulamita refiere un incidente del pasado. 1. Cambia el escenario. Ya no estamos en el palacio de Jerusalén, sino en la residencia regia en el campo, probablemente al norte de Palestina. Pero los personajes son los mismos: La sulamita y las damas de la corte. El versículo 8 debe traducirse como en la New International Version: «¡Escuchad! ¡Mi amado! ¡Mirad, aquí viene, etc.!» En su imaginación, la sulamita oye a distancia los pasos de su amado y le ve saltando sobre los montes y brincando sobre los collados. También Abraham vio a distancia el día del Señor Jesús y se regocijó (Jn. 8:56). Por el amor que nos tenía, el Señor Jesús vino dando grandes saltos: Del cielo al seno de una virgen; cargado con nuestros pecados, al madero (1 P. 2:24); del madero, a la tumba; de la tierra, al cielo. La maldición de la ley y la muerte en cruz han de ser soportadas, y hay que amarrar a todos los poderes de las tinieblas, pero, antes de las realizaciones de su amor, esas grandes montañas se convirtieron en llanuras. Cualquiera sea la oposición que se haga, en cualquier tiempo, a la liberación de la Iglesia de Dios, Cristo se abrirá paso por en medio de ella. Viene rápido, como el corzo y el cervatillo; el tiempo se les hacía largo, pero en realidad se apresuraba. 2. Vivamente se le representa su amado pastorcillo llegando ya al vallado, mirando por las ventanas y atisbando por las celosías (v. 9). Comenta Lehrman: El verbo hebreo para «atisbar» significa «chispear» y quizás insinúa que ella piensa que su rescatador está tan cerca que puede ver en ella el ardiente fulgor de los ojos de su amado. Con la misma viveza (v. 10), se representa al amado respondiendo (lit.), es decir, tomando la palabra, y diciéndole, etc. La invita a salir y a marcharse con él. Para mejor incitarla a seguirle, le dice que ha llegado ya la primavera con todas las agradables señales que anuncian la llegada de tan deseable estación del año: Pasó el invierno y las lluvias de marzo y abril (v. 11), han brotado las flores (v. 12), llegó el tiempo de la poda (más probable que de la canción) de las vides, y se ha oído la voz (no el canto) de la tórtola (v. Jer. 8:7), lo que anuncia la llegada de la primavera. Durante todo el invierno, las flores están muertas y enterradas en sus raíces; no queda ninguna señal de ellas; pero en la primavera reviven y se muestran en toda su admirable variedad, y con todo el verdor
  • 6. y su múltiple colorido. Esta descripción de la primavera que retoma, como razón para venir a Cristo y con Cristo, es aplicable a la introducción del evangelio en la habitación de la dispensación de la Ley, durante la cual era invierno para la Iglesia. El evangelio de Cristo calienta lo que estaba frío y hace fructífero lo que antes estaba muerto y estéril; cuando llega a un lugar, pone en él gran belleza y gloria (2 Co. 3:7, 8). La estación primaveral es muy agradable; también lo es la dispensación de la gracia del evangelio. La liberación de la Iglesia del poder de sus enemigos perseguidores es como una primavera después de un invierno de sufrimiento y falta de libertad. Cuando han pasado las tormentas de la aflicción, cuando se oye la voz de la tórtola, el alegre sonido del evangelio de Cristo, predicado con toda libertad, levantémonos y vayamos (comp. v. 13b). 3. Los higos de que habla el versículo 13 no son los que maduran en agosto, sino los primerizos o brevas, que son deliciosas. Y las vides en flor difunden su fragancia. Frutos primerizos y olor fragante se dan a conocer en la conversión de un pecador: salir del estado de la naturaleza al estado de la gracia es, también para él, el retorno de la primavera, un cambio total, un nuevo nacimiento. El alma que era dura y fría, estéril como la tierra en invierno, se vuelve fértil y fructífera como la tierra en primavera y, por grados también, como la tierra, produce su fruto hasta llevarlo a perfección. Este feliz cambio se debe únicamente a la influencia del sol de justicia. Un hijo de Dios, cuando está bajo el peso de dudas y temores, es como la tierra en invierno: las noches son largas y los días son oscuros y fríos; pero pronto retornará el consuelo: volverán a cantar los pájaros y aparecerán las flores. Levántate, pues, pobre alma, y ven. Los huesos que yacían en el sepulcro, como las raíces de las plantas en el suelo durante el invierno, reverdecerán como el césped (Is. 66:14, comp. con Is. 26:19). Aquello será un eterno adiós al invierno y una gozosa entrada en una perpetua primavera. 4. Tras esta descripción de la llegada de la primavera, la ilusionada sulamita escucha la voz de su amado que la invita de nuevo (v. 13b, comp. con v. 10b) a salir y marcharse con él. «Paloma mía», dice el pastorcillo, «que estás … en lo escondido de escarpados parajes» (v. 14). «Las palomas, dice Lehrman, hacen sus nidos en las hendiduras de las rocas y se resisten a salir de allí cuando están asustadas. El amante pastor, impaciente por la tardanza de ella en unirse a él, la urge a que deje su escondite.» Así también, Cristo es la roca en la que el alma busca su refugio, como la paloma en las hendiduras de las rocas, cuando se siente perseguida por las aves de presa (Jer. 48:28). A la invitación, une el amado dulces requiebros. 5. El versículo 15 es difícil de interpretar dentro de este contexto. Según Ryrie, «ambos (el pastorcillo y la sulamita) resuelven tomar medidas contra todo lo que pueda echar a perder sus relaciones». Según Lehrman, junto con el versículo 14, podría ser una canción popular en el tiempo de la cosecha. F. Asensio viene a dar como probables ambas opiniones. Cabe otra interpretación: los hermanos de la sulamita la envían de nuevo a cuidar la viña (comp. con 1:6). Pero entonces, ¿cómo se explica ese plural «cazadnos»? Aunque la interpretación literal de este versículo es tan difícil, la acomodación espiritual es sencilla. «El zorro, dice Watchman Nee, se come el fruto de la vid, pero las pequeñas raposas estropean los tiernos pámpanos.» Esto es, según M. Henry, A) Un encargo a los creyentes a que mortifiquen sus apetitos pecaminosos, pequeñas raposas que destruyen las gracias, aplastan los buenos comienzos e impiden que lleguen a la perfección. Cazad las pequeñas raposas, los comienzos del pecado, de esos pecados que parecen insignificantes, pero son tan peligrosos. (B) Un encargo a todos a impedir la extensión de opiniones y prácticas que tienden a corromper el sano juicio de los hombres, a viciar las conciencias, a poner en perplejidad las mentes y a desalentar las inclinaciones a la virtud.
  • 7. 6. Los versículos 16 y 17 constituyen: (A) Una ferviente profesión del amor que la sulamita y el pastorcillo se tienen recíprocamente, a pesar de todos los esfuerzos de los hermanos de ella por separarlos; (B) Una tierna, amorosa y urgente llamada al amado para que vuelva, ligero como el corzo o como el cervatillo, hasta que soplen las brisas del atardecer (éste es el sentido de la primera parte del v. 17) y huyan las sombras al ponerse el sol que las ocasionaba. En vano esperó la sulamita, pues llegó la noche (3:1) sin que él apareciese sobre los montes de Báter. La Iglesia no duda de que llegará el frescor de la brisa del atardecer y de que huirán las sombras presentes, para dar paso a las realidades futuras. El vocablo hebreo báther significa división o separación. Según esto, caben varias interpretaciones: (a) montes con quebradas intermedias (probable, según Lehrman); (b) montes de separación, por el corte que parece efectuar el horizonte (según Dhorme); (c) montes de división de la víctima para el sacrificio (comp. con Gn. 15:10) en dos partes iguales (según Joüon y Robert-Tournay). Estas dos últimas opiniones son expuestas por F. Asensio al relacionar nuestro Báter, dice, con la raíz btr, separar o cortar. Esta nostalgia de la sulamita por su amado puede aplicarse al Maranatha, ¡Señor, ven! que la Iglesia primitiva solía repetir en sus cultos con tensa y viva expectación de la Segunda Venida del Señor (v. el griego original de 1 Co. 16:22, comp. con Ap. 22:20). CAPÍTULO 3 En este capítulo, I. La sulamita continúa refiriendo el incidente del que habló en la segunda parte (vv. 8 y ss.) del capítulo precedente, y termina con el mismo encargo que dio en 2:7 (vv. 1–5). II. Salomón, con un enorme alarde de esplendor majestuoso, intenta de nuevo ganarse el afecto de la sulamita (vv. 6–11). Versículos 1–5 1. Desanimada por no haber aparecido su amado, la sulamita no puede conciliar el sueño (v. 1). Cuatro veces, una por cada versículo (vv. 1–4), repite la frase «al que ama mi alma», que ya vimos en 1:7. Nótese el gozo que se muestra en ese «Hallé … lo agarré y no lo solté» (v. 4. Comp. con Sal. 119:2, 10; Jer. 29:13; Lc. 15:4). ¿Es así de ferviente nuestro amor a Cristo? Por largo tiempo, la consolación de Israel se dejó esperar, mas el buen Simeón tuvo, por fin, en sus brazos al Mesías que esperaba y amaba. Locamente enamorada, la sulamita se levanta del lecho y comienza a dar vueltas por la ciudad (probablemente, Sulam, más bien que Jerusalén). Su resolución: «Me levantaré, etc.» (v. 2) no puede menos de recordarnos la misma frase del Hijo Pródigo en Lucas 15:18; y la pregunta a los guardas: «¿Habéis visto al que ama mi alma?» (v. 3) nos recuerda igualmente la santa locura que mostró la Magdalena en su conversación con quien ella creía que era el hortelano (Jn. 20:15). Los guardas fueron incapaces de decirle a la sulamita dónde se hallaba su amado. Sólo los que tienen íntima comunión con Cristo pueden mostrar a otros el camino para hallarlo. La meditación de las Escrituras y la oración nos facilitarán esa comunión. 2. «Apenas había pasado de ellos (de los guardas) un poco, etc.» (v. 4). Pasó de los guardas tan pronto como se percató de que no podían darle noticias de su amado. Pero, en seguida que hubo pasado de los guardas, halló a su amado. Cuán dulce hubo de ser el hallazgo, después de esta persistente búsqueda, es difícil de expresar, pero fácil de imaginar. «Buscad (lit. continuad buscando) y hallaréis», dijo el Señor y nos aseguró que «el que continúa buscando, halla» (Mt. 7:7, 8. Los verbos están en presente continuativo). ¡Nadie se desanime! El Señor alarga muchas veces la pregunta para que mejor satisfaga la respuesta. 3. El versículo 4b, mediante un paralelismo de sinonimia, parece mostrar que la madre de la sulamita aprobaba las relaciones que ella mantenía con el pastorcillo. El versículo 5 cierra la sección, como en 2:7, donde se puede ver el comentario.
  • 8. Versículos 6–11 1. Cambia la escena, si no el escenario, y en el resto del capítulo se nos describe, con la mayor probabilidad, la vuelta de Salomón, con gran escolta, a su regia residencia del norte de Palestina. Es probable que la pregunta del versículo 6 saliese de labios de la sulamita. Aunque el pronombre demostrativo está en singular femenino, la verdadera versión debe ser «Qué es eso …?» en neutro, ya que, como muy bien advierte Lehrman, ¿Cómo podría un espectador distinguir, a tal distancia, si el ocupante de la regia litera era una mujer, y si estaba perfumada con mirra? Uno de los sirvientes del rey responde (vv. 7–10) con una descripción de todo el cortejo del rey: Entre nubes de incienso aromático que parecen una columna de humo (v. 6), se acerca la litera o, mejor, el palanquín de Salomón (v. 7), una carroza lo bastante amplia para que vaya cómodamente reclinado el regio viajero, cubierta la carroza con un rico dosel, y con sendas columnas en los cuatro extremos, es llevada en procesión por cuatro o más hombres. Solían tener cortinas para resguardarse del sol y ventanas o celosías a ambos lados, según Ginsburg. Setenta guardaespaldas, de entre los más valientes de Israel, bien armados, le hacen escolta (vv. 7b, 8), por las alarmas de la noche, como dice explícitamente el texto; es decir, para protegerle de los merodeadores nocturnos. Cristo mismo estuvo bajo la protección especial de su Padre; tenía a su disposición legiones de ángeles. También la Iglesia está bien guardada y protegida; son más los que están con ella que los que están contra ella (v. 2 R. 6:16; comp. con 2 Cr. 32:7; Sal. 55:18b; 1 Jn. 4:4). Todos los atributos de Dios entran en juego para salvaguardar a los creyentes; su paz protege a los que son verdaderamente suyos (Fil. 4:7). Nuestro peligro viene de los dominadores de este mundo de tinieblas, pero estamos a salvo con la armadura de Dios, que es una armadura de luz (v. Ef. 6:12 y ss.; comp. con 1 Ts. 5:1–8). 2. Los versículos 9 y 10 detallan los materiales con que estaba construido el palanquín de Salomón. El mittah, litera, del versículo 7 es llamado en el versículo 9 apiryón, palanquín cubierto, por donde se adivina su forma que ya hemos descrito. La última parte del versículo 10 debe traducirse así: «Su interior, tapizado con amor (es decir, amorosamente) por las doncellas de Jerusalén». Dice M. Henry: «La plata es mejor que el cedro, el oro es mejor que la plata, pero el amor es mejor que el oro, y por eso se pone el último, porque no puede haber ninguna cosa mejor que él» (v. 1 Co. 13:13). El Evangelio nace del amor de Dios (Jn. 3:16; 1 Jn. 3:1), y sin el amor, nada vale todo lo demás (1 Co. 13:1–3). 3. El versículo 11 va dirigido a las doncellas de Sion, sinónimo de las doncellas de Jerusalén del versículo anterior. Es el coro de cantores el que ahora habla, según F. Asensio. En todo caso, se trata evidentemente de llamar la atención de la sulamita, a fin de que le impresione más la llegada del rey y esté mejor dispuesta a consentir en la petición de mano que Salomón insiste en proponerle. Sin embargo, la sulamita está enamorada del pastorcillo y seguirá siéndole fiel, a pesar de todos los intentos de Salomón para deslumbrarla y conquistarla. Todo esto es, de algún modo, imagen del esplendor mundano y de las variadas formas que reviste para tentar a los creyentes (comp. con Ec. 2:4–8; Gá. 6:14; Fil. 3:8; 1 Jn. 2:15 y ss.). Puede verse el contraste entre Filipenses 1:20, 21 y 2 Timoteo 4:10. ¡Ojalá los creyentes tuviésemos el mismo grado de amor al Esposo Celeste que la sulamita tenía a su amado pastor! 4. «Con la corona, etc.» (v. 11b). Cuando los creyentes aceptan a Cristo por su amado Señor y Salvador y se unen a Él con pacto perpetuo, es el día de la coronación de Cristo en los corazones de ellos. Antes de la conversión se coronaban a sí mismos, pero después comienzan a coronar a Cristo (comp. con Ap. 4:10) y así continúan haciéndolo desde aquel día. Es el día de sus desposorios, en el cual se desposa con ellos para
  • 9. siempre en amor, gracia y favor. Es el día del gozo de su corazón. Se alegra del honor que los suyos le dispensan. CAPÍTULO 4 En este capítulo, el rey Salomón, ya llegado a su residencia de verano, I. Requiebra ferviente y profusamente a la sulamita para obtener su amor (vv. 1–7). II. Ella, sin embargo, se imagina escuchar la voz de su amado pastorcillo, que la invita a marchar con él y la llena de dulces requiebros (vv. 8–15). III. El versículo 16, todo él, es, con la mayor probabilidad, una respuesta de la sulamita a los requiebros de su amado. Versículos 1–7 Lehrman tiene como más probable que todo el capítulo refiere los requiebros del pastorcillo, quien habla (real o imaginariamente) a su amada a la llegada del regio cortejo. En favor de esta opinión (aunque Lehrman no menciona ninguna razón) está la dificultad de hacer un corte abrupto en el versículo 8, así como el lenguaje pastoril y campestre de los versículos 1–7, tan distinto del de Salomón en 1:9–11. Sin embargo, otros autores de indiscutible prestigio opinan que los primeros siete versículos refieren requiebros de Salomón. 1. Comienza el capítulo con requiebros parecidos a los de 1:15 (un tanto más a favor de la opinión de Lehrman), donde ya vimos lo de «Tus ojos (como) palomas» (v. 1. lit.). Aquí se añade «detrás del velo», que cubría todo el rostro, excepto los ojos. Las líneas tercera y cuarta del versículo 1 han de traducirse: «Tu cabellera como rebaño de cabras que descienden del monte Galaad». Para entender este símil es preciso saber que la sulamita llevaba una cabellera negra, distribuida en trenzas, entre las cuales quedaban al descubierto como una líneas blancas en el fino cutis cabelludo. Así pues, el interlocutor (ya sea Salomón o el pastorcillo) se imagina un rebaño de cabras negras que bajan en hileras, justamente antes del alba, y que forman líneas blancas (entre las hileras) frente al oscuro trasfondo de la luz pálida (Lehrman). La siguiente comparación (v. 2) es acerca de los dientes blancos, sin que falte ninguno y correspondiéndose exactamente los de arriba con los de abajo («todas con crías gemelas»). Con su lana blanca, comparada a la nieve (v. Is. 1:18) y, para mayor blancura, que suben del baño, las ovejas son un buen símil de los dientes de la sulamita. Los ministros, dice M. Henry, son los dientes de la Iglesia; como las nodrizas, ellos mastican la carne para los bebés de Cristo. Nota del traductor: Recuérdese lo que dijimos al comienzo del comentario al Cantar. Este difícil Libro Sagrado, pero, al fin y al cabo, inspirado por Dios, necesita una exposición concienzuda del sentido literal en el plano exegético. Las aplicaciones espirituales pueden ser útiles, con tal de que se tenga en cuenta que son acomodaciones devocionales. En este plano, ahora que ya estamos familiarizados con los personajes del drama lírico, podemos ver en la sulamita a la Iglesia (también, al creyente individual); en el pastorcillo, a Cristo, el Buen Pastor de Juan 10; y en el rey Salomón, al mundo con sus muchos y variados atractivos. Además del comentario devocional de M. Henry, cuya sustancia hemos traducido en todo lo que no va directamente contra el sentido literal del texto, pueden verse, entre otros, los comentarios de Watchman Nee y de Samuel Vila. 2. Continúan los símiles: «Tus labios como hilo de escarlata» (v. 3), por su rojo vivo, índice de belleza y salud, así como los labios pálidos son signo de debilidad física. Los llama «como hilo …» por ser finos, sin la sensualidad de los labios gruesos. Aunque el hebreo midbar significa el hablar, es más probable que aquí signifique la boca, como traducen la New International Version y la New American Standard Translation. Cuando alabamos a Dios con nuestros labios, y con la boca le confesamos para salvación (Ro. 10:9, 10), entonces nuestros labios son como hilo de escarlata. Todas nuestras buenas palabras, como todas nuestras demás obras, tienen que ser lavadas en la
  • 10. sangre de Cristo, teñidas como en un baño de escarlata, y entonces se vuelven blancas (comp. con Ap. 7:14), completamente aceptables para Dios. 3. Las mejillas, por ser sonrosadas, son comparadas a dos mitades de granada (expresión favorita de la poesía oriental, dice Lehrman). Su cuello (v. 4), derecho, sin arrugas prematuras y adornado con collares, es comparado a la torre de David, adornada con escudos (comp. con Ez. 27:11). Nuestra fe es comparada a un escudo (Ef. 6:16). Mil es un número redondo para expresar abundancia, pues es el cubo del número básico diez (v. Gn. 18:32; Rut 4:2). Los dos pechos, bien desarrollados, son comparados (v. 5) a dos cervatillos saltarines que pacen entre los lirios del campo. (¡Cuán lejos estamos aquí de la imaginación occidental!) 4. El versículo 6 parece ser una interrupción de la sulamita a los requiebros anteriores (sean de quien sean. La semejanza de 6a con 2:17a confirma la opinión de que el interlocutor es el pastor). Hasta que sople la brisa del atardecer y huyan las sombras a la puesta del sol, ella, enamorada y enaltecida por los requiebros, desea retirarse por unas horas para aspirar los perfumes campestres de la montaña. El monte de la mirra es símbolo del monte Moria, sobre el que fue edificado el templo, en el que cada día se quemaba incienso en honor de Dios. Hay quienes observan que dicho santo monte es llamado en el mismo versículo 6 «monte de la mirra», la cual es amarga, y «collado del incienso», el cual es suave, con lo que allí tenemos oportunidad tanto para hacer duelo como para regocijarnos; el arrepentimiento mismo es una mezcla de amargura y dulzura. Pero en el Cielo, todo será incienso, sin mirra. 5. Tras un requiebro que compendia a todos los demás (v. 7; comp. con Gn. 1:31; Ef. 5:27), el pastorcillo (con la mayor probabilidad) pronuncia las frases del versículo 8, que veremos a continuación. Versículos 8–16 1. En el versículo 8, el pastorcillo (con la mayor probabilidad, según acabamos de indicar) invita a su amada sulamita a salir cuanto antes de la residencia regia, que él describe como guaridas de los leones y montes de los leopardos. Los llama así, sin duda, por los peligros que allí la acechan, y la invita a unirse con él fuera de las cumbres del norte de Palestina. 2. En lo restante del capítulo, el amante pastorcillo expresa su amor a la sulamita con frases que superan con mucho a los cumplidos convencionales, calculados, del rey Salomón. El repetido verbo hebreo libabtini, libabtini del versículo 9 es difícil de traducir literalmente. La mejor versión sería: «Me has dado un nuevo corazón», lo cual tiene mucha más fuerza que el «me has robado el corazón» (que, a primera vista, parece decir lo contrario de lo que significa el hebreo). Dice Lehrman: La reunión le ha investido de coraje para llevársela de su forzado confinamiento. Agrega: «con uno de tus ojos» (lit.), porque, según costumbre oriental, ella se había levantado el velo y había descubierto justamente un ojo para dirigirse a él. Con ello, había descubierto también una gargantilla que llevaba al cuello. Sus caricias (v. 10) le resultan a él muy dulces, más agradables que el vino (comp. con 1:2). Miel y leche (los preciados productos de la Tierra Prometida) halla él en los labios y debajo de la lengua de ella. El Líbano era famoso por su fragancia (v. Os. 14:7). 3. También la llama (v. 12) huerto cerrado para todos, excepto para él; casta, modesta, virginal, la sulamita está vallada contra la intrusión de ajenos: fuente sellada. Al ser el agua escasa en el Oriente, dice Lehrman, los propietarios de fuentes las sellan con barro, el cual se seca rápidamente bajo la acción del sol. El sello es aquí el símbolo e índice de propiedad privada (comp. con 8:9). Los renuevos (v. 13) son los finos y deliciosos productos de tan hermoso huerto (vv. 13, 14). Tanto los frutos como las especias aromáticas son de lo más fino. «Plantío de Jehová» se llama proféticamente a
  • 11. los otrora afligidos de Sion (Is. 61:3), y la Iglesia es, con Cristo, vid plantada por el mismo agricultor (Jn 15:1). Finalmente, el pastor compara a su amada con un pozo- fuente de aguas vivas (v. 15; comp. con Jer. 2:13; Jn. 4:14; 7:38), con que no sólo se riega el huerto, sino que de ahí sacia su sed el poseedor del huerto. Como huerto de riego es profetizado Israel en Jeremías 31:12. 4. A todos estos requiebros del pastorcillo, y al tomar nota especial de que él la ha llamado «huerto cerrado», la sulamita prorrumpe (v. 16) en un ardiente apóstrofe a los vientos del norte y del sur, al Aquilón y al Austro, para que soplen fuertemente sobre ese huerto suyo que es ella misma, a fin de que se desprendan sus aromas. Como se ve por las dos últimas líneas del versículo 16 y por el versículo 1 del capítulo siguiente, la sulamita abre completamente su corazón a su amado y se expresa como quien ha celebrado ya solemnemente las tan deseadas nupcias: «Venga mi amado a su huerto y coma de su dulce fruta». El creyente no puede disfrutar mucho de su propio huerto, a no ser que Cristo, el amado de su alma, venga a él y produzca en él la gracia necesaria para que los frutos de ese huerto redunden en gloria de nuestro Señor y Salvador. CAPÍTULO 5 En este capitulo, I. El novio habla también como quien ha celebrado la solemnidad nupcial e invita a sus amigos a participar en el banquete de bodas (v. 1). II. La novia refiere un sueño perturbador que ha tenido (vv. 2–8). III. Ante una pregunta de las damas de la corte, hace de su esposo una descripción apasionada (vv. 9–16). Versículos 1–8 1. Ante la invitación de la amante sulamita, el amado pastor se imagina (v. 1) que ya se halla en posesión del jardín-huerto que es ella, y que ha recogido, tanto los aromas, como la miel, el vino y la leche de que él mismo había hablado en 4:10–14. No está claro, en realidad, quién pronuncia la invitación de la última parte del versículo. Parece obvio que habría de ser el novio mismo, pero desconcierta ese amados, después del amigos, que son los convidados. «Sugieren algunos, dice Lehrman, que unas pocas amistosas damas de la corte, al ver la dicha de los amantes al hallarse juntos, les urgen a aprovechar la ocasión lo mejor posible.» Según Ryrie, es el mismo Dios, que bendice la unión de la pareja; es difícil ver tal intervención dentro de este contexto, sin negar su posibilidad. Watchman Nee llega a ver aquí, en los invitados, nada menos que a la Trinidad entera, quien disfruta de todos los frutos del huerto. Dios solo, dice, y no el hombre, es quien recibe el fruto de la vida del creyente. 2. En los versículos 2 y ss., la novia refiere un sueño turbador que ha tenido. Han pasado ya, probablemente, varios días después de los desposorios. «Yo dormía, pero mi corazón velaba» no significa que el amor la tuviese despierta, sino que su mente se veía agitada por ensueños mientras dormía. La propia conciencia puede recriminar en sueños al creyente que languidece espiritualmente. (A) En el sueño, escucha la voz de su amado, que llama, etc. (Nótense los cuatro epítetos amorosos: hermana, amiga, paloma, perfecta, mejor, sin tacha, irreprochable; el mismo vocablo de Job 1:1, etc.). «Ábreme …». La situación es comparable a la del Señor llamando a la puerta de la iglesia de Laodicea (Ap. 3:20). Para dar mayor fuerza a su súplica, agrega: «Porque mi cabeza está llena de rocío, etc.». Quizás venía de casa de su madre tras largo viaje a pie y la había cubierto el rocío que cae copiosamente en Palestina antes de la madrugada (comp. Jue. 6:38). (B) Las razones que, en sueños, da ella para no levantarse a abrirle son en extremo triviales (v. 3): «Me he desnudado de mi ropa … Me he lavado los pies …». De no ser en sueños, sería inexplicable tal actitud en una esposa realmente enamorada de su esposo. Por desgracia, no es en sueños, sino en vela, como muchas veces ponemos
  • 12. frívolas excusas para negarle al Señor lo que nos demanda: «No puedo, no tengo tiempo, no es de mi incumbencia, etc.». (C) El amado no se desalienta (v. 4) y trata de abrir la puerta, metiendo la mano por la abertura que permitía a los amigos y parientes levantar desde fuera la aldaba interior. No hay ningún motivo para ver en este gesto ningún sentido erótico, pues contradice al contexto. Como se ve por el versículo 5, la cerradura estaba asegurada con pestillo o cerrojo; así que no pudo abrir. Es cierto que el Señor abre el corazón desde dentro (Hch. 16:14) cuando se trata de oír la Palabra de Dios para conversión, pero llama desde fuera (Ap. 3:20) cuando se trata de abrirle para comunión. (D) Al ver la mano del amado, se le enternece el corazón a la sulamita (v. 4) y se levanta ligera (v. 5) para abrirle. Era la mano con que el amado pastor la había abrazado (2:6). Las cicatrices en las manos del Resucitado deberían ser suficiente motivo para hacernos más diligentes en amarle y servirle. Las manos y los dedos de la sulamita gotearon mirra sobre la manecilla del cerrojo (v. 5b), ya fuese porque el amado había rociado con esencia la puerta al intentar abrirla o, más probable, porque ella misma se había ungido con mirra antes de retirarse a dormir. Si reservásemos para el Señor el perfume de nuestras gracias (comp. con Lc. 7:46; Jn. 12:3), en lugar de ser remisos en ejercitarlas para Él, nuestra vida espiritual sería próspera y floreciente. (E) Pero ya era demasiado tarde (v. 6). Su amado se había ido; lo cual le causó un tremendo desconsuelo. La tercera línea del versículo dice textualmente: «Mi alma salió en su hablar». Versiones y comentarios suelen entender esta frase en el sentido de que el corazón de ella se fue tras él o de que ella salió en su seguimiento. Únicamente la Nueva Biblia Española ofrece la siguiente espléndida versión: «Al escucharlo se me escapa el alma». En efecto, ésta es también la versión rabínica. Comenta Lehrman: «Su desilusión le produjo una momentánea pérdida de conciencia»; es decir, desfalleció y estuvo a punto de desmayarse. Opina Rashi que el novio, al no poder entrar, dijo algunas palabras, algo así como: Ahora no voy a entrar puesto que no quisiste abrirme. Ya repuesta de su desmayo, salió a buscarlo, pero no le halló ni respondió él. De modo parecido, si no le abrimos al Señor cuando llama a la puerta de nuestro corazón, es de temer que no nos responda cuando le llamemos; de este modo, castiga Cristo nuestra demora y suspende la comunicación de sus dulces consuelos a los que son remisos en escuchar su voz y obedecerle. (F) En su desconsuelo (nótese la semejanza con 3:1–3), salió en busca de su amado. Era ya noche cerrada; quizá medianoche. Los guardas que rondan por la ciudad, los vigilantes de turno que patrullaban por las calles, tomándola por mujer de mala vida, la detuvieron; sin duda, ella quiso desasirse de ellos, por lo que la golpearon (v. 7) y se quedaron con el manto que ella llevaba puesto (comp. con Sal. 69:26). La primera vez (3:2–4), los guardas (comparables espiritualmente con los ministros de Dios, supervisores) no pudieron decirle dónde estaba el Amado (sólo el Espíritu Santo puede en realidad, hacerlo), pero no la descaminaron ni la hirieron; en cambio, ahora, ella buscaba en ellos algún consuelo y no halló otra cosa que reproche y baldón; lejos de cubrir la multitud de pecados, la expusieron a la vergüenza, descubriéndola a la vista de cualquier transeúnte malintencionado. Bien pudieron venirle a las mientes los lamentos del Salmo 69:20. (G) Despierta ya, su disposición es muy diversa de la que tenía en sueños. El mismo ensueño había estimulado el amor hacia su deseado esposo. De ahí, su anhelante súplica, su conjuro (v. 8) a las damas de la corte a que la asistan en la búsqueda de su amado; y si le hallan antes que ella, que le hagan saber que está enferma (que desfallece) de amor. Mejor es desfallecer por amor a Cristo que reanimarse en el amor del mundo.
  • 13. Versículos 9–16 Ante esta ferviente declaración de amor al pastorcillo, su amado esposo, las damas de la corte (v. 9) le preguntan: «¿Qué es tu amado más que otro amado, etc.?» Como si dijesen: ¿Qué has visto en él de extraordinario, para que así nos supliques que te ayudemos a encontrarle? Esta pregunta le da a la sulamita una magnífica oportunidad para describir en detalle los hermosos rasgos de la figura de su amado. 1. Comienza por el color de su tez (v. 10): «Mi amado es blanco y sonrosado». Es una pena que todavía la excelente versión la Biblia de las Américas haya conservado el adjetivo «rubio», surgido de una mala traducción a través de la Vulgata Latina, cuando el versículo 11 dice que sus cabellos son negros. El hebreo adom significa rojizo (comp. con Adán y edom). Su cutis era blanco brillante y sonrosado, como suele ser el de los que llevan una vida campestre (comp. 1 S. 16:12). «Descuella entre diez mil», añade. El número 10.000 es siempre símbolo de magnitud o abundancia, al multiplicar por diez el perfecto número mil. El hebreo dagul significa literalmente «marcado con un estandarte» (déguel, estandarte), y da a entender que, así como el portador del estandarte de un ejército se destaca entre todos los soldados del regimiento, así se destaca su amado entre diez mil hombres. El estandarte de Cristo es la Cruz. El Cordero que fue degollado fue también el León de la tribu de Judá, vencedor del diablo (Ap. 5:5, 6; comp. con He. 2:14b). Bajo esa bandera, somos más que vencedores (Ro. 8:37). 2. De su cabeza (v. 11) dice que es oro puro (comp. Is. 13:12), no por el color, sino por el valor que tiene para ella lo más destacable y característico de la anatomía humana de su amado. La cabellera consta de hermosos rizos (taltallim, ondulantes como los collados—hebr. tel—), negros como el cuervo. De todas las muchas versiones que poseo, nota del traductor, sólo la NVI y la The Good News Bible han captado el significado del hebreo taltallim, que casi todas vierten por racimos de dátiles (o de palmera). No es de extrañar, sin embargo, esa diversidad, ya que dicho vocablo no ocurre en ningún otro lugar de la Biblia. De los ojos dice que son como palomas (v. 12) … que se bañan en leche. Dice Lehrman: «El oscuro iris, rodeado del blanco brillante del ojo, sugiere este bello símil»; «a la perfección colocados» significa que no son salientes ni hundidos, no están colocados demasiado cerca el uno del otro, ni demasiado separados entre sí. Las sonrosadas mejillas del amado le parecen como lecho de flores saliente (hebr. arugath, Ez. 17:7) y como redondos parterres salientes (hebr. migdaloth, torres). La comparación de los labios con lirios rosáceos que destilan mirra fragante expresa la dulzura que halla en su conversación (comp. con el v. 16). 3. Pasa después a describir sus manos: cilindros de oro redondeados (v. 14. lit.), y alude a la delicada y bien formada redondez de sus dedos, con engastes de berilo o crisólito de Tarsis, pues así es como ella se representa las uñas de su amado, cual piedras preciosas engastadas en la punta de los dedos. 4. El cuerpo todo (v. 14b) del amado le parece hecho de pulido marfil blanco, suave, aunque fuerte y duro. Dice Lehrman: «Su intención es dar a entender que cada pulgada de su cuerpo es para ella más preciosa que todas las riquezas de Salomón»; «cubierto de zafiros» es una expresión que indica, con la mayor probabilidad, el aspecto que la piel de su cuerpo ofrecía al resplandecer bajo la fina túnica de púrpura que le cubría. Este es el símbolo de la celeste claridad que el embaldosado de zafiro de Éxodo 24:10 despedía. 5. Las piernas (v. 15), que sostienen en pie al cuerpo, le parecían columnas de mármol, asentadas en basas de oro fino. Es la tercera vez que menciona el oro puro, oro fino, en la descripción del cuerpo del amado: (A) Oro en los pensamientos de su cabeza (v. 11); (B) Oro en las obras de sus manos (v. 14); (C) Oro en la estabilidad de los pasos de sus pies (v. 15).
  • 14. 6. En los versículos 15b y 16a, la amada resume el aspecto encantador que, en conjunto, le ofrece su amado, aunque en medio de esta descripción, no puede menos de mencionar su paladar, no por alusión al gusto de las cosas, sino como sinónimo de la boca (así como de los labios en el v. 13b), de la cual sólo salen para ella expresiones agradables, deliciosas. El amado sobrepuja, según ella, a todos los hombres de la misma forma que los cedros del Líbano sobrepujan a todos los demás árboles (Dt. 3:25; Am. 2:9). «Todo lo de él (es) deliciosidades» (lit.), añade. Y, como respondiendo retadora a las preguntas que en el versículo 9 le habían hecho las damas de la corte, resume: «Tal es mi amado, tal es mi amigo, hijas de Jerusalén» (v. 16b). Como si dijese: ¿Cómo os puede extrañar que yo esté enamorada de tal hombre? ¡Oh, si nosotros tuviésemos a nuestro Salvador el mismo afecto que la sulamita muestra aquí hacia su pastorcillo! ¡Oh, si con toda sinceridad y ante el mundo entero nos atreviésemos a proclamar que todo Él es una delicia para nosotros! (comp. 1 P. 2:7). En esta línea de aplicación espiritual, dice W. Nee: «Al llegar a este punto, el corazón de un verdadero creyente no puede por menos de calentarse y conmoverse de admiración ante quien profiere tan altas expresiones de alabanza a Él. Bien podemos pararnos un momento a repasar el camino recorrido y reflexionar sobre Aquel a quien hemos confesado como Señor nuestro ¡cómo podría alguien hacer otra cosa que gritar con esta doncella: “Todo él es delicioso, esto es, encantador”! Sea cual sea la parte de Su vida o el rasgo de Su carácter del que podamos hablar, hemos de concluir que todo Él es encantador. Y quienes de todo corazón le siguen, con santo orgullo pueden decir con esta doncella: “Tal es mi Amado, tal es mi Amigo, ¿y quién puede reprocharme que le busque y le siga?”» CAPÍTULO 6 En este capítulo, I. Las damas de la corte, impresionadas por la descripción que de su amado ha hecho la sulamita, le preguntan adónde se fue, para buscarlo con ella, a lo cual ella declara que nadie, sino ella puede tener el privilegio de poseerlo (vv. 1–3). II. Entra luego en escena Salomón y la cubre otra vez de requiebros, asegurándole que hasta sus reinas y concubinas la admiran y la alaban (vv. 4–10). III. La sulamita le interrumpe para referir lo que estaba haciendo el día en que, ante alabanzas semejantes a ésas de ahora, trató de huir y, sin darse cuenta, se halló de pronto en el palacio del rey (vv. 11–13) Versículos 1–3 1. La descripción que de su amado ha hecho la sulamita ha producido fuerte impresión en las damas de la corte, hasta el punto de que se ofrecen a buscarlo con ella (v. 1). Como si dijesen: «Si es tan encantador, déjanos buscarlo también nosotras contigo». Un testimonio vibrante de nuestro Salvador, de lo que es y de lo que ha hecho por nosotros y puede hacer por otros, es capaz de ganar la atención y el interés de los inconversos y aun llevar a algunos a los pies de la Cruz en búsqueda de perdón. Y el celo por las cosas de Dios puede igualmente estimular a la mayoría de los creyentes débiles e indecisos (2 Co. 9:2). 2. La respuesta de la sulamita (v. 2) ha desconcertado a muchos exegetas, atribuyéndola a mero recurso literario-poético. Así opina F. Asensio, quien dice: «Respuesta lógicamente desconcertante en labios de quien acaba de confesar haberlo buscado inútilmente de noche, e inmediatamente (¿de día? cf. v. 2b) añade saber que está en el jardín». Evidentemente, la sulamita no sabe con plena certeza si su amado está o no está en el huerto, pero lo da por seguro por ser el lugar y la ocupación usuales del pastorcillo. Opina Lehrman del modo siguiente: «Quizá celosa del interés que ha despertado acerca de su amado, ofrece una respuesta evasiva, e insinúa simplemente que él ha podido marchar a su acostumbrado oficio, y a recoger lirios como solía».
  • 15. 3. Por un momento, le acechan los celos ante el interés que las damas han mostrado por su amado; por lo que asegura (v. 3), como ya lo había hecho antes (2:16) y lo hará después (7:10), que ellas no tienen ningún motivo para buscarle, puesto que él es solamente de ella, así como ella es solamente de él. En la unión matrimonial no caben fisuras ni interferencias: uno con una, y para siempre (v. Mt. 19:6). De manera similar, no se puede servir a Dios y a las riquezas (Mt. 6:24), a la ley y a la gracia (Ro. 7:46), a Cristo y a Belial (2 Co. 6:15), a Cristo o a otro dueño (2 Co. 11:2), a Dios y al mundo (1 Jn. 2:15). Muchas veces nos hallamos en la oscuridad, sin sentir de modo sensible la presencia del Amado; quizá se ha escondido por nuestra poca diligencia en abrirle cuando llamó a la puerta; pero, al menos, aferrémonos a esta segura verdad: «¡Cristo es mío, y yo soy de Él!» Versículos 4–10 1. En este momento, llega Salomón (v. 4) y, como en otras ocasiones, intenta ganarse con requiebros el corazón de la sulamita. Las frases son semejantes a las que ya vimos en 4:1 y ss. La compara ahora en belleza con la hermosa ciudad de Tirsa, antigua capital del reino del norte desde los tiempos de Jeroboam I hasta los de Omrí; la compara igualmente con Jerusalén, la incomparable e imperecedera, que en Lamentaciones 2:15 es llamada la perfección de la hermosura y el gozo de toda la tierra. Añade que es terrible (lit.), es decir, imponente, avasalladora y conquistadora con sus encantos seductores (comp. con Pr. 7:26), como lo podrían ser los escuadrones de un ejército con las banderas desplegadas (hebr. nidgaloth, del vocablo déguel, que ya vimos en otros lugares: 2:4; 5:10). De tal manera le subyuga la mirada de ella (v. 5), hasta dominarle, que le pide que aparte de él los ojos. Los versículos 5b, 6 y 7 repiten los requiebros que ya vimos en 4:1–3. 2. No es sólo Salomón el que admira y alaba la belleza de la sulamita. Incluso las reinas y las concubinas del harén regio la alaban también con las frases que leemos en el versículo 10. Una indicación más de que Salomón escribió el Cantar en los primeros años de su reinado es que menciona 60 reinas y 80 concubinas (v. 8), cuando vemos en 1 Reyes 11:3 que tuvo 700 con rango de princesas y 300 concubinas. A pesar de tal abundancia de mujeres, y no cabe duda de que escogería las más hermosas de Israel y de los países limítrofes, esta sulamita era para él (v. 9) tan única en su perfecta hermosura y en el amor que él le tenía como única era la nación de Israel en el afecto de Dios (2 S. 7:23). También para su madre, para la que la dio a luz, había sido la única, la preferida, entre todas las hijas (v. 9b). Y, como ya hemos dicho antes, también las reinas y concubinas de Salomón vieron en ella algo único, pues la comparan (v. 10) a cosas únicas por su belleza: la luz creciente del alba, la suave luminosidad de la luna en un cielo sin nubes, y el brillante, sin par, esplendor del sol. El símil de los escuadrones con banderas desplegadas es el mismo que ha usado Salomón en el versículo 4. Estas alabanzas a la sulamita, hechas por quienes menos podríamos sospechar, ya que lo normal sería tenerle envidia, celos, resentimiento, nos dan la oportunidad para hacer una observación de carácter espiritual. Con frecuencia, las gentes del mundo, en especial los jefes de empresas, etc., aunque no alberguen ninguna simpatía hacia Dios y la religión, respetan la conducta leal, sincera, honesta y responsable de los creyentes a su cargo y llegan a ponerles en los puestos de confianza. Hasta los ateos desprecian al creyente que es inconsecuente con su profesión de fe. Versículos 11–13 Estos versículos son muy difíciles de traducir y más difíciles aún de interpretar. 1. El versículo 11 parece indicar que la sulamita, sin dejarse ganar por los requiebros del rey, le interrumpe y viene a decir; «¿Es que he salido acaso a buscar al rey para seducirle? No es así, sino que fui a los huertos y a las viñas de mi familia para ver si
  • 16. habían madurado sus frutos». Los nogales eran muy abundantes en el norte de Palestina. Las nueces, así como las almendras, avellanas, etc., tienen sobre otros frutos la ventaja de que, aunque caigan al agua o al fango, su fruto no se mancha ni se echa a perder, porque lo protege la cáscara que lo cubre. Es semejante a la armadura completa de Efesios 6:11 y ss., de la que el creyente debe estar revestido continuamente para protegerse de los ataques del enemigo. 2. La versión más probable del dificilísimo versículo 12 es la siguiente: «Mi alma me ha traído, sin darme cuenta, a los carros de los compañeros de mi príncipe» (Search The Scriptures). Semejante es la paráfrasis del rabino Lehrman: «Antes de que me diese cuenta, pues estaba muy ocupada en el quehacer que me habían encomendado mis hermanos en el huerto, los siervos del rey se me llevaron y, antes de que pudiese percatarme de ello, me hallé en la corte». La única aplicación espiritual que aquí se me ocurre (nota del traductor), ya que los comentarios devocionales están muchas leguas aparte de la versión más probable del versículo es que, en medio de nuestros quehaceres ordinarios, hemos de estar siempre alerta para no ser sorprendidos por las numerosas tentaciones que el mundo pueda ofrecernos. 3. El versículo 13 es, en la Biblia Hebrea (y así lo tienen muchas versiones) el versículo 1 del capítulo siguiente, pero lo conservaremos como está en la Reina Valera, ya que otras versiones modernas usadas por los lectores de habla hispana (la Biblia de las Américas y la NVI) lo conservan igualmente en el capítulo 6. El versículo parece insinuar que la sulamita pudo, por fin, huir de la corte, lo que explicaría ese, cuatro veces repetido «¡Vuélvete!», para volver a verla y contemplarla ¿Quién pronuncia esas frases de la primera parte del versículo? Algunos opinan que las profieren los de la escolta de Salomón, quizá los mismos que la habían traído a la corte. Lerhman opina que las profiere el propio Salomón. «Dándose cuenta, dice, de que todos sus intentos habían fracasado, el rey le suplica que no huya de su presencia, sino que les permita a sus ojos disfrutar de su belleza.» Igualmente piensa que es la propia sulamita la que pregunta (v. 13b): «¿Qué veréis en la sulamita?» Como si dijese: «¿Qué podéis ver en una doncella campestre, para que así os llame la atención?». La última parte del versículo es, según Lehrman, la respuesta del rey a dicha pregunta. Sin embargo, el texto mismo favorece a la opinión (nótese la cursiva en la Reina-Valera 1977) de que continúa la pregunta de la sulamita del modo siguiente: «¿Qué veréis en la sulamita, como si fuese la danza de dos compañías? (Hebr. majanáyim, dual, no plural, que, en 2 S. 17:24, es el nombre de una ciudad y significa “ambos campamentos”)». CAPÍTULO 7 I. Nuevo intento de Salomón por ganarse el corazón de la sulamita (vv. 1–9). II. Nueva negativa de ella, que, una vez más, proclama su amor a su único amado (vv. 10– 13). Versículos 1–9 1. Al obedecer a la invitación del rey, la sulamita vuelve sobre sus pasos. La gracia misma con que ella camina suscita la admiración de Salomón, por lo que comienza ahora (v. 1) por alabar los pies de ella. «Hija de príncipe» no significa aquí a la letra «hija de rey» como en el Salmo 45:13, sino poseedora de una belleza de cuerpo y de carácter, semejante a la de las nacidas de noble familia. En un nuevo requiebro, el rey alaba los muslos de la sulamita, aunque es más probable que los versículos 1–6 refieran alabanzas de las damas de la corte mientras la visten en sus habitaciones privadas, antes de presentarla de nuevo al rey, ya que solamente al estar desnuda, podían apreciarse los encantos que se alaban en el versículo 2. 2. La comparación de los muslos o, mejor, de las caderas de la sulamita con las ajorcas artísticamente enlazadas como anillos de una cadena que se bambolea al andar
  • 17. (v. 1b), sugiere el contoneo de las caderas que tanto puede influir en el poder seductor de una mujer. Estas joyas enlazadas, que así se mueven al caminar, simbolizan la belleza espiritual escondida a los ojos de la carne, de una congregación cristiana que, viviendo por el Espíritu, avanzan también codo con codo, según implica el original, por el Espíritu (Gá. 5:25). La alabanza del ombligo (v. 2, ver el comentario a Pr. 3:8) es totalmente ajena a la imaginación occidental, pero a las damas de la corte de Salomón se les antoja parecido a una copa redonda (hebr. agán hasahar, y ser este último vocablo la única vez que sale en la Biblia). Dice el Midrás: «Hay lugares en que a la luna se la llama Sahara. Sahar es una alusión a los asientos del Sanedrín en filas semicirculares, como una media luna, que es semejante a la figura de una era». El ombligo, como ya vimos en Proverbios 3:8, equivalía a la fuente de energías del cuerpo humano, al tuétano de los huesos, aunque es probable que representase también, como reminiscencia del cordón umbilical, el vehículo de la alimentación obtenido, en principio, de la madre. En sentido espiritual vendría a significar la próspera condición, sana y madura, del creyente. 3. Si en el hebreo sahar hemos visto la figura de una era, no es extraño ver mencionado en la segunda parte del versículo, el vientre como montón de trigo, más que por el cereal mismo, por el color moreno claro del trigo, después que ha sido trillado y aventado en la era. Es muy rara, después del montón de trigo, la añadidura de la frase «cercado de lirios». Quizás aluda de nuevo al color (o colores) del vestido que lleva. Ginsburg da la siguiente explicación: «Las eras … estaban al aire libre y, después que el trigo había sido trillado, aventado y amontonado, cada montón era cercado con espinos para evitar que se lo comiese el ganado. En ocasiones festivas, el trigo era decorado con flores. Para hacer más lisonjero el cumplido, el enamorado rey cambia las cercas de espinos en lirios». El versículo 4 lo hemos visto ya en 4:5. Aquí no se añade la segunda parte de aquel versículo. La razón podría ser que los lirios de allí ya se han mencionado aquí en el versículo anterior. Algunos de los elementos del versículo 4 se han visto ya, pero aquí aparecen con ciertas variantes y se añade uno nuevo: (A) El cuello como torre, no de David (4:4), sino de marfil. En 4:4 prevalecía la idea de fuerza, aquí prevalece la idea de fina belleza, suave como el marfil, pero el elemento dominante (torre) permanece el mismo. En 4:1, los ojos eran como palomas; ahora son como los estanques de Jesbón, junto a la puerta de Bat-Rabim. No se conoce ningún lugar de este nombre, pero como Bath Rabbim significa «la hija de multitudes», es probable que de a entender una ciudad populosa, que en este caso sería la propia Jesbón, antigua capital de Sijón el rey de los amorreos, después que éstos echaron a los moabitas (v. Nm. 21:25; Jos. 9:10). Era famosa por su fertilidad y tranquilidad, por lo que la mirada suave y clara de la sulamita sugiere la paz y belleza de los estanques de Jesbón. Muy raro resulta el requiebro que menciona la nariz como la torre del Líbano, etc., pues una nariz demasiado grande nunca ha sido indicio de belleza femenina, pero lo más probable es que la comparación no tenga nada que ver con el tamaño, sino con la exacta posición y la excelente proporción con el resto del rostro. 4. Para entender la comparación de la cabeza con el monte Carmel, etc., del versículo 5, es menester conocer bien la situación de dicho monte, majestuosamente erguido entre el mar Mediterráneo y la llanura del noroeste de Palestina. Así también, la cabeza de la sulamita está bien plantada y erguida como dicho monte. Así como las pestañas aparecen en Proverbios 6:25 como la red en que la mujer extraña, ajena, prende a los incautos, así también aquí la red con que el rey está prendido no son precisamente las pestañas en este momento, sino las trenzas. 5. El final del versículo 5 da a entender claramente que no es el rey el que habla, sino otras personas. En cambio, el versículo 6 parece comenzar una nueva serie de
  • 18. requiebros, ahora del propio rey. De seguro, en los versículos 7–9. Parece ser que el rey ha escuchado la descripción poética que de la belleza de la sulamita han hecho las damas de la corte y, contagiado del mismo entusiasmo lírico, prorrumpe arrebatadamente en ese «¡Qué hermosa eres y cuán suave, oh amor deleitoso!», del versículo 6. Si se hace de aquí alguna aplicación espiritual, es de notar que la belleza interior del creyente (o de la Iglesia) no es nativa (v. Ef. 2:1 y ss.), sino recibida: no nacimos hermosos, sino que somos hermoseados por la pura gracia de Dios. Por otro lado, si Salomón representa en esta pieza poética al mundo, ¿qué significarían estos requiebros en labios de los mundanos, sino una tentación a usar para el mal los encantos con que Dios nos ha favorecido? Esto ocurre con frecuencia cuando algún indrédulo lisonjea y tienta a un mismo tiempo a un creyente ilustrado, diciéndole: «¡Qué lastima que un hombre del talento y de las cualidades de usted crea todavía en esas añagazas de la religión!» Es menester, como la sulamita, poseer un ferviente amor al Esposo y tener la santa osadía de rechazar tales insinuaciones. 6. El rey comienza otra vez a ensalzar en detalle la hermosa figura de la sulamita, y compara su talle a la palmera (v. 7). Tres árboles llamaban la atención de los israelitas: la majestuosa palmera, el erguido y alto cedro y el gracioso ciprés. Como ya hemos visto en otros lugares, el vocablo hebreo para «palmera» es tamar, por lo que ocurre varias veces en la Biblia como nombre de mujer. Menciona de nuevo sus pechos, pero ahora los compara con los racimos de uva de una viña que él aspira a poseer. Tan enamorado está, que piensa incluso en subirse a la palmera (v. 8) con desdén de su regia majestad, con tal de poder alcanzar su fruto y ganarse también los racimos de uva de sus pechos. 7. A esto añade, una vez más, alabanzas de la boca de ella. Es cierto que el hebreo dice literalmente (v. 8d): «el olor de tu nariz», pero como el aliento se supone, ya desde Génesis 2:7, introducido por las narices, lo que aquí alaba el regio lisonjeador es el perfume que desprende el aliento de ella y que a él se le antoja como el de las apetitosas manzanas (comp. con 2:3–5). Hallamos también una nueva mención del paladar, para indicar que la conversación de la sulamita le resulta más dulce que el vino más generoso, que se entra a mi amado suavemente. Esta última frase resulta absolutamente desconcertante en boca del rey, por lo que prestigiosos exegetas como D. Buzy, G. Gerleman, W. Rudolph y también la Good News Bible y la New I. Version hacen un corte abrupto, pero inevitable si hemos de mantener la integridad del texto masorético, y, después de la primera línea del versículo 9, hasta el final del capítulo, ponen en boca de ella todas las frases restantes. El versículo 9 quedaría, pues, así: (Habla el rey) «Y tu paladar como el mejor vino». (Habla ella): «Sí, el vino que se entra a mi amado suavemente (comp. con Pr. 23:31), y hace hablar los labios de los adormecidos» (y sigue hablando la sulamita en los vv. siguientes). La última frase significa que ese vino se entra suave, de forma que, sin darse cuenta, el que lo bebe cae en el típico sopor de los ebrios, quienes, sin embargo, suelen, en sueños, musitar frases incoherentes. Lerhman sugiere otra interpretación: El vino que se entra suave «produce tal animación que, a menudo, rompe el silencio y hace hablar a los labios silenciosos». En otras palabras, hasta los tímidos, los reservados y los retraídos se vuelven locuaces tras un par de vasos del buen vino. Esto es una realidad, pero es dudoso que sea ése el significado de la frase en el texto. Versículos 10–13 1. Por tercera vez (v. 10; comp. con 2:16 y 6:3), la sulamita proclama la exclusiva pertenencia mutua de su amado pastorcillo y de ella. Tras desdeñar olímpicamente todos los halagos del rey, asegura que ella es solamente de su amado y que el deseo (lit.) de su amado es solamente hacia ella. ¿Quién no ve aquí una reminiscencia de Génesis
  • 19. 3:16, pero a la inversa? Comenta la Biblia de Jerusalén, en nota a este versículo: «Génesis 3:16 contraponía la atracción que empuja a la mujer hacia el hombre a la autoridad discrecional de éste. Distinta es la actitud de Yahvéh para con su esposa mística: los anhelos del amor sustituyen al dominio». ¡Que Cristo sienta deseo hacia nosotros, miserables pecadores, ingratos y rebeldes, es un misterio del infinito, inexplicable, pero adorable, amor del Dios que es Amor! (Jn. 3:16; Ro. 5:5; 8:39; 1 Jn. 4:8, 16). 2. Al dirigir ahora (vv. 11–13) la palabra a su amado, la sulamita le invita (¿Quizás ha reaparecido o se dirige a él imaginariamente?) a salir al campo, lejos de la regia residencia, para pasar la noche tranquilos en las aldeas solitarias (v. 11). Es una invitación a disfrutar de la primavera. Al parecer, ha pasado un año desde la otra primavera (v. 2:10 y ss.) en que él la invitó, pero ahora la invitación procede de ella. También el Señor, lleno de compasión hacia sus fatigados discípulos, les invitaba a recogerse en la soledad con Él, a fin de reposar y tener tranquila comunión con Él (v. Mr. 6:31). Entusiasmada con el pensamiento de volver a casa con su amado, ya se representa en su imaginación las escenas familiares de ir a ver si ya brotan las vides, si han florecido los granados (v. 2). Dice Lehrman: «Tan impaciente está por volver a casa que le suplica posponer hasta entonces sus manifestaciones de amor hacia ella» (Ver el final del v.). 3. El capítulo termina (v. 13) con el ofrecimiento de la sulamita a su amado de toda clase de dulces frutas, nuevas y añejas, es decir, de las recién recogidas y de las puestas a secar, que para él ha guardado. ¿Qué frutos tenemos nosotros en reserva para nuestro Amante Salvador? ¿Cómo está la temperatura espiritual de nuestra alma, si ha de entrar a cenar con nosotros, y nosotros con Él? (Ap. 3:20b). Cita en particular (v. 13b) las mandrágoras (hebr. dudaím, relacionado con dodim, amor), fruta del tamaño de una manzana pequeña, de color rojizo y de sabor muy agradable; se las consideraba como excitantes, es decir, afrodisíacas (v. Gn. 30:14 y ss. así como el comentario a ese lugar). CAPÍTULO 8 En este capitulo, I. La sulamita continúa dirigiéndose amorosamente a su pastorcillo, y repite el mismo conjuro de 2:7 y 3:5 (vv. 14). II. Queda libre y regresa con su amado a su casa, donde hace un ferviente encomio del amor (vv. 5–7). III. Le vienen a la memoria las palabras de sus hermanos y ella declara su fidelidad hacia el amado (vv. 8–12). IV. Termina el Cantar con una invitación de su amado a ella para que hable en presencia de los amigos de él (v. 13); ella, por su parte, al repetir lo que había dicho en 2:17, le urge a que se apresure a venir a ella (v. 14). Versículos 1–4 1. Se resiente ahora la sulamita de las restricciones que le impone la etiqueta social. Si el pastorcillo fuese hermano suyo (v. 1), nadie tomaría a mal que estuviesen juntos y que se besasen en público, pero así no puede ofrecerle esas muestras de cariño, pues los orientales ni a su propia mujer hablaban en público; mucho menos, se atrevían a besarla o mostrarle ninguna otra señal de afecto conyugal. Entonces, podría llevarlo (v. 2), sin restricción ninguna, a casa de su madre, la cual le enseñaba, es decir, la adiestraba en cuanto al amor. Léase, pues, «ella (no, tú) me instruía», como traducen, con ligeras variantes, la Biblia de las Américas, la New I. Version y la New American Standard, así como el rabino Lerhman, quien hace notar que la segunda persona del singular masculina y la tercera femenina son idénticas (en el imperfecto, también llamado, menos propiamente, futuro). Incluso podría entenderse (líneas tercera y cuarta del v.) que su madre la instruía también (o solamente) en el modo de preparar la mezcla de vino y mosto de granadas (comp. con 7:2, donde el hebreo dice «vino mezclado»). ¡Cuán grande es el privilegio de los creyentes, puesto que Cristo no es solamente
  • 20. nuestro Esposo (2 Co. 11:2; Ef. 5:27; Ap. 19:7), sino también nuestro hermano primogénito (Ro. 8:29; He. 2:11 y ss.)! 2. El versículo 3 repite las frases de 2:6. Recordemos aquí que, de modo más sublime, la derecha de Dios nos sostiene (Sal. 63:8). Más aún, del mismo modo que a Israel, también a nosotros van dirigidas las palabras de Moisés en Deuteronomio 33:27: «El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos». En cualquier aflicción, problema o aprieto en que nos veamos metidos, digamos como David (Sal. 25:15): «Mis ojos están siempre vueltos hacia Jehová, porque él sacará mis pies de la red». 3. El versículo 4 repite las frases de 2:7; 3:5, con el significado ya conocido: el amor no se puede imponer desde fuera; es un sentimiento que brota espontáneo. El Señor mismo, que nos impone como mandamiento primero: «Yo soy Jehová tu Dios … No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Éx. 20:2, 3; Dt. 5:6, 7), nos manda amarle, pero no nos fuerza a ello. Nótese el condicional «si alguno …» en la invitación a recibir al Señor para tener comunión con Él (Ap. 3:20). Versículos 5–7 1. El versículo 5 comienza de forma parecida a la de 3:6, pero el contexto es aquí muy diferente y no cabe duda de que ahora no son las damas de la corte quienes profieren esas palabras, sino, con toda probabilidad, los aldeanos y aldeanas de Sulam, al ver acercarse a la pareja. El vocablo «desierto» se refiere probablemente a la llanura de Esdrelón, la cual estaba sin cultivar y sin pastos, por lo que la llaman desierto. Apoyada sobre su amado significa que, al estar unida al pastorcillo, éste se había convertido en el apoyo y sostén de ella. También la Iglesia se apoya en Cristo como en su fundamento y piedra principal del ángulo. Por eso, no pueden conmoverla las puertas del Hades, pues está edificada sobre la Roca. 2. Comienza ahora (v. 5b) el último diálogo entre la sulamita y su amado pastorcillo. Habla él y dice: «Debajo de un manzano te desperté», es decir, fue debajo de aquel árbol donde surgió el mutuo amor de la pareja. Las dos líneas siguientes, en paralelismo de sinonimia, se nos hacen raras, pero hay que tener en cuenta que, en los países orientales, dar a luz al aire libre no era cosa rara. Todavía se da el caso hoy en algunos países como la India. 3. Contesta la sulamita pidiéndole que no se aparte de ella, sino que la lleve siempre consigo como un sello suspendido del cuello, sobre el corazón, como lo llevaban algunas mujeres atado con una cuerda. El anillo de sello lo llevaban los hombres en la mano derecha como un objeto muy valioso (v. Jer. 22:24); esto último es lo que, con la mayor probabilidad, significa lo de «como una marca sobre tu brazo»; más bien que una sinonimia según piensa F. Asensio. El sello, en este contexto, indica posesión, es decir, propiedad del dueño (ver Gn. 38:18). Los hombres mismos llevaban, a veces, el sello atado a la muñeca para mejor preservarlo de robo o caída. 4. A continuación (v. 6b) y para justificar su petición, la sulamita eleva un ferviente canto al amor, donde culmina todo el fervor que el Cantar contiene. Según ella, el amor es fuerte como la muerte y como el Seol, que nunca dicen: «¡Basta!» (v. Pr. 30:15, 16) y da origen a unos celos obstinados por el temor de que el amado pueda transferir a otra persona su amor. La última parte del versículo 6 debe traducirse así: «Sus centelleos son centelleos de fuego, llama misma de Yah», es decir, tienen un poder extraordinario, sobrenatural. 5. El versículo 7 marca el clímax de todo este encomio sublime del amor: «Las muchas aguas no podrán apagar el amor». Nadie ni nada puede destruir, apagar, un verdadero amor (comp. con Ro. 8:35–39). Y toda persona, añade, que se se atreviese a venderlo por todas las riquezas de este mundo, sería digna del mayor menosprecio. Ella misma lo ha demostrado con su reciente experiencia, pues no se ha dejado seducir por
  • 21. toda la pompa y por las inmensas riquezas del rey Salomón. Este amor, elevado al plano divino de la gracia, es como la perla de gran precio, digna de que el hombre venda todo lo que tiene para adquirirla. ¿De qué sirven las riquezas en una familia sin amor entre los esposos? Y al seguir la tipología del Cantar: Iglesia, mundo, Cristo, ¿de qué le sirve a una persona ganar todo el mundo, si carece de la unión con el Señor? Versículos 8–12 1. En los versículos 8–10, la sulamita refiere reminiscencias de cuando era todavía muy joven, cuando no tenía pechos todavía y sus hermanos discutían lo que harían con ella cuando fuese pedida en matrimonio, según el significado de la frase «cuando de ella se hable». Pedir en matrimonio se llama «hablar con» en 1 Samuel 25:39. Sus hermanos la iban a poner a prueba: si resultaba fuerte para resistir las tentaciones, como un muro (v. 9), le harían regalos de plata. Dice Lehrman: «Las mujeres solían llevar una especie de cuerno de plata en la cabeza, ornamento que apreciaban mucho ellas. El Talmud registra que el rabino Akiba hizo para su novia un adorno de oro que representaba a Jerusalén». Pero, si la hermana resultaba ser una puerta, que daba entrada a las tentaciones, entonces la defenderían cercándola con gruesas planchas de cedro, cuya madera es muy dura. A estas sospechas de sus hermanos, replica ella con sano orgullo (v. 10) que no es puerta, sino muro, como lo ha demostrado ahora que está ya bien desarrollada: «Y mis pechos como torres», y viene a decirles: «¿Dónde está la recompensa que me prometisteis?» La última parte del versículo 10 debe traducirse, con la mayor probabilidad, del modo siguiente: «Entonces fui a sus ojos (o, así soy a sus ojos), es decir, a los ojos de él, del amado, como quien ha encontrado la paz». El sentido es clarísimo: Una vez que ella ha demostrado a sus hermanos que era fuerte como un muro, ellos han quedado satisfechos, le han dado la recompensa que le prometieron, y a los ojos de su amado es como quien disfruta ya de toda clase de bendiciones, pues hasta sus familiares ven ya con buenos ojos este matrimonio al que tantos obstáculos se habían opuesto; contra el incendio del amor nada ni nadie ha podido (vv. 6 y 7). 2. Todavía no ha terminado ella de recordar experiencias pasadas. Dice que Salomón tenía una viña en Baal-Hamón (v. 11), lugar que no ha podido ser identificado; una viña tan magnífica y productiva que los guardas arrendatarios de ella le pagaban anualmente, cada uno mil monedas de plata. Esa magnífica viña era uno de los atractivos con que Salomón esperaba seducir a la sulamita, pero ella (v. 12) la desprecia y dice diciendo: «Mi viña, la que es mía, está delante de mí»; es decir, «Yo no tengo más que una viña, pequeña, de la que soy dueña, no arrendataria; con ella me contento». Y añade: «Las mil (monedas) serán tuyas, Salomón, y doscientas para los que guardan su fruto». No se trata de una devolución de la sulamita a Salomón con una especie de «propina» para los guardianes, según opina F. Asensio. El meollo (quizá metafórico) de todo esto es que, a pesar de las fuertes tentaciones, ella ha permanecido leal a su amado. ¡Ojalá fuésemos nosotros tan leales a nuestro amante Salvador! Versículos 13–14 Llegamos al final con una petición del esposo a la esposa, y con otra petición de la esposa al esposo. 1. Habla el pastorcillo (v. 13). Ella está en los huertos, cuida el huerto y la viña como acostumbra. Los compañeros de que habla son, probablemente, amigos del pastor que, como él, desean escucharla, pues ella tiene muchas experiencias que contar de su estancia en la regia residencia de Salomón, tanto en el palacio de Jerusalén como en la del norte de Palestina. 2. Por lo que el versículo 14 parece indicar, ella, tímida y recatada, le pide a él que la dejen por ahora (comp. con 2:9, 17) y, cuando los dos estén solos, en la brisa del
  • 22. atardecer, ella hablará y aun cantará para él. La última frase es semejante a la última de 2:17, pero con una notable diferencia: En 2:17, la última palabra es «división» (lit. hebr. báther), pero ahora es besamim, «balsameras». Comenta Lehrman: «Ahora que están finalmente unidos, las quebradizas alturas ya no son barreras entre ellos, sino deliciosas como montañas de especias aromáticas». Es hora de que el esposo venga, para no volver a marcharse jamás. La súplica enfervorizada que le dirige es una manifestación del deseo anhelante que le late en el pecho de que la felicidad de que ahora disfrutan se prolongue indefinidamente. 3. Todo creyente que lea y medite con devoción este Libro Sagrado, tan sagrado como los demás de la Biblia, ha de sentir su corazón enfervorizado de amor a nuestro Salvador y, como la sulamita, decir: «Apresúrate, amado mío. ¡Sí, ven, Señor Jesús!» (v. 14; comp. con Ap. 22:20). ¡MARANATHA!