TIPOLOGÍA TEXTUAL- EXPOSICIÓN Y ARGUMENTACIÓN.pptx
1 taller escritura saramago version definitiva
1. Creamos juntos una historia con José Saramago
Taller de escritura: 3º Primaria
Tema: Viajes
(El texto en azul ha sido extraído de una novela de Saramago. El texto en verde es de un poema de Antonio
Machado. Resto del relato en negro ha sido creación de l@s alumn@s de 3º C y D. Las fotos son de viajes de
Victoria.)
En este primer día de viaje, como las piernas aún no estaban hechas al camino, la etapa no ha sido
extremadamente larga. No hay que olvidar que van en la misma compañía viejos y chiquillos. Unos que, por haber
vivido, han gastado ya todas sus fuerzas y no pueden ahora fingir que las tienen. Otros que, por no saber gobernar
las que empiezan a tener, las agotan en dos horas de carreras desatinadas, como si se acabara el mundo y hubiera
que aprovechar sus últimos instantes.
Hicieron alto en una aldea grande, llamada "La Alquería Dorada". Era una aldea muy planificada. A este conjunto de
familias errantes les sorprendió su orden y belleza. Todos los aldeanos tenían que participar con su trabajo y a la
vez podían conseguir todo lo necesario para vivir felizmente. Enseguida les atendieron y ayudaron, sobre todo a los
más pequeños. Uno de los niños llamado Germán se hizo amigo de Alex, un chico un poco mayor que él, que le iba
diciendo con detalle cómo utilizaban los recursos que le proporcionaba la
tierra para sobrevivir y ser libres.
La aldea se extendía a lo largo de un río que les daba el agua de la vida y
minerales como la arcilla y otros más valiosos y difíciles de encontrar como el
diamante y la esmeralda. A la vez estaba protegida por una cadena montañosa
que la aislaba de los temporales y los enemigos que habían tenido en tiempos
pasados. Las casas tenían un aspecto muy parecido. Se las habían construido
ellos mismos con la piedra de las minas y la madera de los árboles. Algunas
tenían jardín y un pequeño huerto donde cultivaban productos diferentes. Eran casas confortables decoradas con
objetos reutilizables de tablones de madera, bloques de hierro, lana de oveja... Alex era muy diferente a él. Como
todos los habitantes de la aldea, se movían con poca agilidad, parecían más máquinas que personas. Sus vestidos
también eran extraños…
Pasados unos días, todos se despidieron. Viejos, jóvenes y chiquillos continuaron su camino.
Un día, un niño llamado Rubén descubrió que tenía los zapatos desgastados y pensó que
no aguantarían todo el camino. Cuando miró a su alrededor vio un inmenso bosque que
susurraba fuerte. Otro de los chiquillos se llamaba Marcos, era delgado como un palillo.
Tenía el pelo negro, debajo de una gorra azul y un pañuelo rojo con puntos verdes en el
cuello. Siempre llevaba su brújula, pero no sabía usarla. Tenían prisa por llegar a algún
sitio porque el cielo estaba furioso y empezaba a tronar. De repente comenzó a llover
como si alguien estuviese regando un gran árbol. Los dos corrieron rápido hacia la cueva
que vieron a lo lejos, donde ya estaban sus amigos, Manuel, empapado hasta los
huesos, y Claudia, que por suerte, no se mojó nada, porque brincó como un guepardo y
llegó la primera a la cueva. En ella se sintieron seguros y tras el cansancio, les venció el
sueño.
Al despertar, ya sin lluvia, salieron de la cueva, buscaron a sus familias y continuaron el viaje todos juntos durante
horas. Finalmente llegaron a Fantasía. Allí se sorprendieron al ver gente volando y pensaron que sería mejor irse,
pero un olor delicioso proveniente de una cocina les atrajo. Comieron como leones en un mercado de ramen gratis.
Cuando terminaron, sus tripas cantaron de alegría.
Al día siguiente estaban en Miquiruti. Lugar peculiar como ninguno. La gente tenía tres ojos, la piel verde y el
cabello de distintos colores. De repente, apareció Laia, una niña del lugar. Tenía el pelo largo y pelirrojo, pecas, era
muy alta. Vestía camiseta de manga corta azul claro y unos pantalones cortos que eran tan amarillos como el sol.
2. Manuel la invitó a que se uniera a ellos en su viaje. Ella, encantada e ilusionada, pidió permiso a sus padres que
asintieron, no sin antes advertirle que debía usar sus poderes si alguna vez se encontraba en apuros. ¡Poderes! Laia
sabía bien como usarlos.
Estuvieron caminando días. El camino era largo, ni muy ancho ni muy estrecho.
El suelo era de tierra. A lo largo del camino había frondosos árboles. Sus
sombras les permitían resguardarse del sol, que en las horas centrales del día
calentaba con fuerza como un horno. En una ocasión, de repente, tras un
arbusto apareció un ser con apariencia monstruosa. Laia usó sus poderes. Al
final, el extraño ser logró hacerse entender y les dijo que sólo quería tener
amigos. Se unió a esta comunidad errante y juntos continuaron durante largo
tiempo.
A todos les encantaba hablar mientras iban por los caminos. En una ocasión, pasadas ya las cinco de la tarde, otro
niño del grupo llamado Julen, que iba acompañado de su abuelo, vio a un perro peligroso de raza Doberman que
corría hacia ellos. El niño, que era muy valiente, se puso en guardia para proteger a su abuelo. Vio al can cojear y
bajó la guardia. El abuelo quiso levantarlo con sus brazos y el perro se dejó porque era tan bueno como el pan.
Buscaron un veterinario en Torrenjoncong, pasado Alcolé de Juanes, donde se encontraban. Después de un breve
descanso siguieron su camino todos juntos, sintiéndose Julen contento por lo que había aprendido: no todo es lo
que parece.
Una vez llegaron a un pequeño pueblo llamado Villaolmeda de la Serna. Estaban
cansados, hacía calor, tenían hambre y los zapatos les hacían daño. Alberto quedó
encantado al ver el camino de piedra que les recibía de entrada a la aldea. Un perro
blanco les sonrió y decidió acompañar al grupo de músicos, mujeres y hombres junto
con sus hijos, que desde hacía dos años eran como una familia, yendo de un pueblo a
otro con sus maletas y sus instrumentos musicales. Junto
con el resto de las familias, iban a la búsqueda de no sabían
qué, se limitaban a seguir un impulso que les venía del fondo de su corazón. En el pueblo
había una plaza mayor, las casas se veían robustas, sólidas y fuertes. Por las calles se
abrían arcos que guiaban a los caminantes. En una calle estrecha se encontraron con una
señora de ojos azules como el mar, que les saludó.
_ “Perdone, señora, ¿dónde podríamos comer algo?”_ le preguntó Martín, el trompetista
más joven. La señora les indicó que a esas horas era difícil encontrar algo abierto, pero
que podían ir a La Esperanza, allí verían el mesón “La Perla” situado junto al lago.
Se dirigieron a él, y al llegar les atendió Rosa, la dueña. Era regordeta, alegre, muy atenta con todos los que
llegaban hasta allí. Fue en La Perla donde las familias conocieron a Antonio, un anciano que viajaba solo con su
nieto Nicolás, de nueve años. Mientras esperaban a ser atendidos Nicolás se puso a jugar
con los otros niños, incluída Dayana, hija de Rosa. Antonio contó a las familias viajeras que
él y su nieto venían de Guayama Estallada, una antigua aldea minera. Cuando llegaron al
poblado, se extrañaron al verlo tan vacío. Entraron en las casas donde ya no vivía nadie,
fueron a la mina y vieron restos de diamantes, oro, esmeraldas, hierro y carbón. Cogieron
un pico que pensaron les podía ser de utilidad algún día, como así fue, y se lo contó con el
resto del relato. Más adelante lo usaron para construir una pequeña balsa con unas ramas secas de madera que
encontraron en el bosque. La balsa les había permitido llegar al mesón, desde el otro lado del lago.
Una vez habían acabado de tomar sus alimentos, se sentían satisfechos, alegres de disfrutar de tan grata
conversación y de tan buena compañía. Los músicos sacaron sus instrumentos y tocaron dulces melodías. El
anciano queriendo mostrarse amable alagó a Rosa diciéndole que era tan hermosa como una flor. Ella le agradeció
el cumplido. Él parecía que iba a decir algo más, alzó el gesto, abrió la boca pero calló lo que iba a decir como si lo
guardase para la próxima vez.
El anciano y su nieto se unieron al grupo. Ya no estarían solos nunca más.
3. El largo viaje les llevó a la costa. Pararon en Laria Ladra, una aldea marinera agradable, un
poco más pequeña de lo que estaban acostumbrados. En ella encontraron comida, agua y
alojamiento. Los más pequeños y jóvenes, liderados por Elvira, bucearon un rato. El agua
era cristalina, al contrario que en los pantanos a los que estaban acostumbrados. Había
peces, anémonas y arrecifes. Era precioso.
Al día siguiente continuaron por un camino que les conduciría a lo largo de la
orilla del mar por unos acantilados. En el grupo había una niña que se llamaba
Emma. Llevaba gafas moradas, grandes coletas y aunque era la más pequeña de
todos los caminantes era fuerte como un roble. Ella soñaba con ser una pirata
como las de los libros de aventuras. Emma se hizo amiga de un señor mayor que
era tan delgado como un espagueti. Caminaba con cierta dificultad y usaba un
bastón. Niña y anciano hicieron buenas migas porque a él le encantaba contar
las historias de Don Quijote de la Mancha y a ella le encantaba escucharlo.
Cuando llegaron al siguiente pueblo costero quedaron todos encantados porque tenía
las casas de muchos colores como el arcoíris. El camino que les llevó a la plaza era
muy alegre, estaba lleno de flores y mariposas. También había mucha gente animada
en las calles porque celebraban la feria del libro. En esa ocasión, estaba dedicada al
famoso Hidalgo de la Mancha. ¡Qué bien lo pasaron grandes y chicos en ese pueblo
tan alegre! Quijonia se llamaba.
Al día siguiente las familias fueron a desayunar a un bar del puerto, que era lugar de
encuentro de marineros. El tiempo había cambiado totalmente. Era una mañana de niebla densa. Un pescador se
levantó de la estera, miró por la rendija de la puerta y dijo a su mujer: “Hoy no salgo al mar, con una niebla así
hasta los peces se pierden bajo el agua”. Lo dijo éste y, con iguales o parecidas palabras, también lo dijeron los
demás pescadores todos, de una orilla y de la otra, perplejos por la extraordinaria novedad de una niebla impropia
de la estación. Solo uno, que pescador de oficio no era, aunque con los pescadores era su vivir y trabajar, se asomó
a la puerta de la casa como para cerciorarse de que ese era su día y, mirando al cielo opaco, dijo hacia dentro: “Voy
al mar”.
Los lugareños se quedaron con el corazón en un puño pensando que no volvería. Sin embargo, al caer la tarde su
vieja barca regresó al puerto y todos en el pueblo, nativos y el grupo de viajeros pudieron celebrar que no había
habido ninguna pérdida. Ahora con el corazón más libre de preocupaciones, pensaron que estaría bien descansar
esa noche y partir temprano al día siguiente.
Era el final del verano y se dirigieron hacia el sur. Caminaron durante varios días e hicieron alto en una aldea grande
llamada Ulporte. Tenía unas calles tan estrechas que cuando el grupo caminaba lo tenía que
hacer en fila de a uno. Sus casas eran tan enormes que se perdían entre sus paredes. En la
puerta había un perro más grande que un castillo. Él se encargaba de proteger a sus
habitantes.
El grupo se había ampliado a siete familias y media, un cuarto de amigos y otros tantos de
diferentes lugares. Se habían ido juntando con el paso del tiempo y se llevaban muy bien.
Realmente disfrutaban de sus conversaciones. Buscaron comida y refugio: preguntaron y
encontraron siete hogares, dos con leña, uno con piscina, tres con camas de agua y otro
con balcones a vistas imponentes. Con todo este ir y venir, andar y estar parado, este pedir y preguntar, fue
desmayando el profundo azul del cielo y el sol no tardó en esconderse tras de aquel monte.
Allí se quedaron tres meses y fueron a explorar los alrededores. Aprendieron a hablar la lengua propia de la aldea y
sus costumbres, algunas sacadas de antiguos libros de historia. Descubrieron que Ulporte significaba “aldea de
supervivientes”. Hicieron amigos. Parecía que la aldea era un sitio muy feliz. Los autóctonos decían que en este
pueblo la alegría de uno fue casi siempre la alegría de todos.
4. Algunas familias del grupo itinerante decidieron con determinación quedarse a vivir allí. Otras tenían muchas dudas
y no sabían qué hacer. Mil veces la experiencia ha demostrado, incluso en personas no particularmente dadas a la
reflexión, que la mejor manera de llegar a una buena idea es ir dejando que fluya el pensamiento al sabor de sus
propios azares e inclinaciones, pero vigilándolo con una atención que conviene que parezca distraída, como si
estuviera pensando en otra cosa, y de repente salta uno sobre el inadvertido hallazgo como un tigre sobre la presa.
Fue así como decidieron que seguirían el camino.
Pasado el tiempo otra de las aldeas que les vino a recibir fue El Árbol Gigante. Cuando
llegaron estaban más cansados que un oso perezoso. La aldea se llamaba así porque tenía un
árbol tan grande como un dinosaurio. A él se subían las cabras para buscar su alimento.
Para llegar a la aldea atravesaron un campo. Tomaron una blanca vereda, en medio de un
campo verde, hacia el azul de las sierras, hacia los montes azules, una mañana serena. Al
llegar, vieron una granja inmensa y preguntaron al granjero si podía darles alojamiento.
Como no tenía espacio para todo el colectivo de familias ambulantes les indicó que más
adelante, pasado el desfiladero camino hacia Aragonia, vivía su hermano que era pastor y
también podrían quedarse en su hogar. No había ninguna duda, era gente muy amable.
En Aragonia había muchas plantas y una enorme cascada. Pronto se encontraron al pastor
que iba guiando a su rebaño con la ayuda de su perro. Se saludaron todos muy amablemente
y el pastor les invitó a su granja. Una vez en ella, Jacobs, que así se
llamaba el pastor, encerró a su rebaño y se puso a preparar una
deliciosa barbacoa. Mientras daba la vuelta a las viandas, preguntó a los caminantes el
motivo de su viaje. Se sentía intrigado y quería conocer toda su historia. Los caminantes se
sintieron un poco incómodos porque estaban siendo interrogados, se miraron entre ellos. En
ese momento no sabían si responder. El sol estaba radiante y el cielo muy despejado. Se
escuchaba el sonido de los pájaros y se sentía la tranquilidad de aquel lugar. Los viajeros
agradecieron al pastor su cálida acogida y generosa invitación.
Al día siguiente continuaron su búsqueda con el propósito de dar la vuelta al mundo hasta encontrar un mundo
mejor.
Fin