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¿Existe un cerebro “femenino”?*
El debate sobre si los hombres y las mujeres tienen cerebros significativamente diferentes podría tener profundas
implicaciones para la salud y la identidad personal.
Por LYDIA DENWORTH
En 2009, Daphna Joel, neurocientífica de la Universidad Tel
Aviv, decidió impartir un curso sobre psicología de género.
Como feminista, durante mucho tiempo había estado interesada
en cuestiones de sexo y género, pero como científica, su
investigación se había centrado principalmente en los
fundamentos neurales del comportamiento obsesivo
compulsivo. Para preparar la clase, Joel pasó un año revisando
la extensa y polarizada literatura sobre las diferencias sexuales
en el cerebro. Los cientos de documentos cubrían todo, desde
variaciones en el tamaño de estructuras anatómicas específicas
en ratas hasta las posibles raíces de la agresión masculina y la
empatía femenina en los humanos. Al principio, Joel compartió
una suposición popular: así como las diferencias sexuales casi
siempre producen dos sistemas reproductivos diferentes,
también producirían dos formas diferentes de cerebro: una
hembra y el otro macho.
Mientras continuaba leyendo, Joel se encontró con un artículo
que contradecía esa idea. El estudio, publicado en 2001 por
Tracey Shors y sus colegas de la Universidad de Rutgers, se
refería a un detalle del cerebro de la rata: pequeñas
protuberancias en las células cerebrales, llamadas espinas
dendríticas, que regulan la transmisión de señales eléctricas. Los
investigadores mostraron que cuando los niveles de estrógeno
eran elevados, las ratas hembra tenían más espinas dendríticas
que los machos. Shors también descubrió que cuando las ratas
machos y hembras se veían sometidas a eventos extremadamente
estresantes como sufrir una sacudida de su cola, su cerebro
respondía de manera opuesta: a los machos les crecían más
espinas; mientras que las hembras terminaban con menos.
A partir de este inesperado descubrimiento, Joel desarrolló una
hipótesis sobre las diferencias sexuales en el cerebro que ha
suscitado una nueva controversia. En lugar de focalizar en áreas
del cerebro que difieren entre mujeres y hombres, sugirió que
deberíamos considerar nuestro cerebro como un "mosaico"
(reutilizando un término que había sido utilizado anteriormente
por otros), organizado a partir de una variedad de variables
masculinas y femeninas, a veces cambiantes. Esa variabilidad en
sí misma y la superposición conductual entre los sexos (mujeres
agresivas y hombres empáticos e incluso hombres y mujeres que
muestran ambos rasgos) sugieren que los cerebros no pueden
agruparse en una de dos categorías distintas o dimórficas. Esa
masa de tres libras alojada debajo del cráneo no es ni masculina
ni femenina, dice Joel. Con sus colegas en Tel Aviv, el Instituto
Max Planck de Ciencias Cognitivas y Cerebrales Humanas en
Leipzig, Alemania, y la Universidad de Zúrich, Joel probó su
idea mediante el análisis de escáneres cerebrales de resonancia
* Denworth, L. (2017). Is there a" female" brain?. Scientific American, 317(3), 38-43. Traducción realizada por la Cátedra de Neurofisiología
y Psicofisiología “A”, Facultad de Psicología, UNC, Córdoba, Argentina para su uso como material didáctico.
magnética de más de 1,400 cerebros y demostró que la mayoría
de ellos contienen características masculinas y femeninas.
"Todos pertenecemos a una sola población altamente
heterogénea", dice ella.
EN BREVE - Una suposición muy arraigada afirma que los cerebros masculinos y femeninos son marcadamente diferentes. Sin
embargo, una nueva y controvertida investigación sugiere que la mayoría de los cerebros son un mosaico que contiene características
de hombres y mujeres. A partir de esta propuesta se ha generado un debate en las Neurociencias sobre las formas en que el sexo y el
género se consideran fuera del laboratorio.
Cuando el trabajo de Joel se publicó en 2015 en Proceedings of
the National Academy of Sciences, algunos científicos con ideas
afines a Joel lo aclamaron como un gran avance. "El resultado es
un gran desafío para conceptos erróneos ya arraigados", escribió
Gina Rippon, profesora de neuroimagen cognitiva en la
Universidad de Aston en Inglaterra. "Espero que signifique un
cambio sustancial para el siglo XXI".
Algunos investigadores dedicados a estudiar las diferencias
sexuales desde hace mucho tiempo no estuvieron tan de acuerdo,
discrepando con la metodología y las conclusiones de Joel, así
como con su feminismo manifiesto. "El documento es una
ideología disfrazada de ciencia", dice el neurobiólogo Larry
Cahill de la Universidad de California, Irvine, quien argumenta
que los métodos estadísticos de Joel fueron "manipulados"
(aunque no necesariamente de manera consciente) para
favorecer su hipótesis. Otras críticas fueron más medidas. "Hay
variabilidad dentro de los individuos, y ella lo demuestra
maravillosamente, pero eso no significa que no haya regiones del
cerebro que, en promedio, sean diferentes en hombres y
mujeres", dice la neurocientífica Margaret M. McCarthy, de la
Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland, que
estudia las diferencias sexuales en ratas.
Joel, por su parte, acuerda con que la genética, las hormonas y el
medio ambiente crean diferencias sexuales en el cerebro. Incluso
está de acuerdo en que, dada suficiente información sobre
características específicas de cualquier cerebro, es posible
adivinar, con un alto grado de precisión, si ese cerebro pertenece
a una mujer o un hombre. Pero lo que no puedes hacer, señala,
es lo contrario: mira a cualquier hombre o mujer y predice la
topografía y el paisaje molecular del cerebro o la personalidad
de ese individuo solo porque conoces su sexo.
Por polémico que sea su estudio, la esencia de lo que dice Joel
es cierta, dice Catherine Dulac, bióloga molecular en la
Universidad de Harvard, cuyo trabajo en ratones se hace eco de
los hallazgos de Joel: "Hay una gran heterogeneidad entre los
individuos. Esto ha abierto una nueva discusión sobre lo que
significa ser hombre o mujer. Para los neurocientíficos, ya no es
suficiente descubrir las diferencias sexuales en el cerebro. El
debate ahora se centra en el origen, el tamaño y la importancia
de esas diferencias. Podría haber implicaciones importantes
sobre cómo considerar el sexo y el género dentro y fuera del
laboratorio, y también puede tener consecuencias sobre si los
regímenes de drogas y los protocolos de tratamiento deberían
estar especializados para mujeres y hombres. "Toda nuestra
sociedad se basa en el supuesto de que nuestros genitales nos
dividen en dos grupos, no solo en términos de capacidad o
posibilidad de reproducción, sino también en términos de
nuestro cerebro o características conductuales o psicológicas",
dice Joel. “La gente asume que las diferencias se van agregando.
Que si eres femenina en una característica, serás femenina en
otras características. Pero no es verdad. La mayoría de los
humanos tienen un mosaico de género".
ARGUMENTOS Y CONTRA-ARGUMENTOS
A fines del siglo XIX, mucho antes de la resonancia magnética,
la principal diferencia medible en los cerebros masculinos y
femeninos era su peso (evaluados post mortem, naturalmente).
Como los cerebros de las mujeres eran, en promedio, cinco onzas
más ligeras que los de los hombres, los científicos declararon que
las mujeres debían ser menos inteligentes. Tal como señala la
periodista Angela Saini en “Inferior: How Science Got Women
Wrong—and the New Research That’s Rewriting the Story”,
Helen Hamilton Gardener (un seudónimo), defensora de los
derechos de las mujeres, se enfrentó a los expertos de la época,
argumentando que la relación entre el peso del cerebro y el peso
corporal, o el tamaño del cerebro y el tamaño
del cuerpo, tenía que ser más relevante para la
inteligencia que el peso del cerebro tomado
de independiente, o bien "un elefante podría
superar la inteligencia de cualquiera de
nosotros”. Gardener, consecuentemente, dejó
su propio cerebro a la ciencia. Se descubrió
que era cinco onzas más liviano que el
cerebro masculino promedio, pero tenía el
mismo peso que el del eminente científico
masculino que había fundado la colección de
cerebros en la Universidad de Cornell, donde
estaba almacenado su cerebro. (Para tener en
cuenta, Gardener estaba tras una buena
corazonada: "al corregir el tamaño del
cerebro, la mayoría de estas diferencias
sexuales desaparecen o se vuelven muy
pequeñas", dice Lise Eliot, neurocientífica de
la Facultad de Medicina de Chicago de la
Universidad de Medicina y Ciencia Rosalind
Franklin)
Durante gran parte del siguiente siglo, las
diferencias sexuales cerebrales no eran
materia de los neurocientíficos sino de los
endocrinólogos, que estudiaban las hormonas
sexuales y el comportamiento de
apareamiento. La determinación del sexo es
un proceso complejo que comienza cuando
una combinación de genes en los
cromosomas X e Y actúa en el útero,
activando el giro hacia la feminización o
masculinización. No obstante, más allá de la
reproducción y la distinción entre niño y niña,
persistieron informes de diferencias sexuales psicológicas y
cognitivas. Entre los años sesenta y principios de los ochenta, la
psicóloga de la Universidad de Stanford, Eleanor Maccoby,
encontró menos diferencias de lo que se suponía: las niñas tenían
habilidades verbales más fuertes que los niños, mientras que los
niños obtuvieron mejores resultados en las pruebas espaciales y
matemáticas. Y como era de esperar, las críticas siguieron. Janet
Hyde, psicóloga de la Universidad de Wisconsin-Madison,
realizó un metanálisis combinando los resultados de estudios
anteriores, y descubrió, tal como escribió en un estudio de 2016,
que las mujeres se desempeñan tan bien como los hombres en
matemáticas y que "los hombres y las mujeres son bastante
similares en la mayoría de las variables psicológicas-aunque no
en todas”. Basada en estos resultados, Hyde desarrolló lo que
llamó hipótesis de similitudes de género, que postula que la
composición psicológica de hombres y mujeres es más parecida
que diferente.
Una vez que la tecnología hizo posible mirar dentro de un
cerebro vivo, apareció una larga lista de diferencias sexuales que
nada tenían que ver con el apareamiento o la paternidad. En
2006, Larry Cahill describió en Nature Reviews Neuroscience,
"una oleada de hallazgos de animales y humanos con respecto a
las influencias sexuales en muchas áreas del cerebro y el
comportamiento, incluyendo emoción, memoria, visión,
audición, procesamiento de rostros, percepción del dolor,
navegación espacial, niveles de neurotransmisores, la acción de
la hormona del estrés en el cerebro y los estados de enfermedad".
En las ratas, Margaret McCarthy mide todo, desde el tamaño de
las conexiones neuronales que forman los núcleos celulares hasta
la cantidad de astrocitos y microglías, células que forman un
sistema de soporte para las neuronas. "Existe evidencia
irrefutable de una base biológica para las diferencias sexuales en
el cerebro, desde animales hasta en humanos", dice. Pero
McCarthy también enfatiza que la fuente de las diferencias
sexuales en los humanos es más complicada que en los animales
puesto que los primeros lidian con el género, los atributos
psicológicos y sociales del sexo. "En los humanos, el hecho de
ser criado en un género particular desde el nacimiento por sí
mismo ejerce un impacto biológico en el cerebro", dice ella. En
su libro de 2009, “Cerebro Rosa, Cerebro Azul” (Pink Brain,
Blue Brain), Lise Eliot acuerda con ello. Argumenta que la
plasticidad, la forma en que el cerebro cambia en función de las
experiencias, conlleva más diferencias de comportamiento
sexual que el cableado biológico original.
Dar el salto del cerebro al comportamiento provoca los
desacuerdos más estridentes. Un artículo de 2014 de Ruben Gur,
Raquel Gur y Ragini Verma fue acusado de hacer el juego a los
estereotipos (y etiquetado como "neurosexista"). El grupo usó
imágenes de tensor de difusión, una técnica que muestra la fuerza
de las conexiones entre las neuronas, para observar cerca de
1,000 cerebros de sujetos entre las edades de ocho y 22.
Descubrió que los hombres tenían conexiones más fuertes dentro
de los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro y que las
mujeres tenían vínculos más robustos entre hemisferios. Los
investigadores concluyeron que "los resultados sugieren que los
cerebros masculinos están estructurados para facilitar la
conectividad entre la percepción y la acción coordinada,
mientras que los cerebros femeninos están diseñados para
facilitar la comunicación entre los modos de procesamiento
analítico e intuitivo". Es importante hacer notar que el estudio no
corrigió el tamaño de los cerebros.
EN BUSCA DE LA VARIABILIDAD
En esta vorágine entró Joel. Muchos estudios previos emplearon
los promedios del cerebro de mujeres y hombres y diferencias en
áreas puntuales para luego hacer afirmaciones sobre poblaciones
enteras. Joel y sus colegas hicieron lo contrario: buscaron retratar
las diferencias a nivel de población encontradas en todo un
grupo, para recién luego preguntar qué se puede decir sobre los
cerebros individuales. "Estas son dos descripciones diferentes
del mundo", dice Joel. Ambos muestran las mismas diferencias
a nivel de grupo. La pregunta clave es: ¿Qué describe mejor los
cerebros humanos: el primero, en el que se toma a un tipo de
cerebro como típico de los hombres y otro de las mujeres, o el
segundo, en el que los cerebros de la mayoría de las personas son
mosaicos de características masculinas y femeninas?
Específicamente, Joel formuló dos preguntas: ¿cuánta
superposición hay en las características que muestran diferencias
entre mujeres y hombres? Y ¿son los cerebros "internamente
consistentes"? Esta última es una medida desarrollada por Joel
para determinar si todas las características de un cerebro eran
masculinas o femeninas. Utilizando cuatro grandes conjuntos de
datos de resonancia magnética, su equipo identificó, en cada
conjunto de datos, varias características con la mayor diferencia
entre hombres y mujeres, como el volumen colectivo de los
cuerpos centrales de las células nerviosas y las extensiones
dendríticas (materia gris) y sus fibras de conexión (materia
blanca). A partir de ello definieron un continuo de
características. Las características feminizadas y masculinizadas
definitorias ocupaban los extremos, y una zona intermedia
exhibía una mezcla de atributos.
Posteriormente, evaluaron las regiones de cada cerebro y fueron
codificándolas según se correspondían con las características
masculinas o femeninas [ver cuadro en páginas anteriores].
Pensaban que si los cerebros eran internamente consistentes, las
regiones que típicamente son señaladas para mostrar diferencias
sexuales deberían adoptar formas masculinas o femeninas de
manera confiable. Y por consiguiente, que deberían existir pocos
cerebros que compartan simultáneamente rasgos femeninos y
masculinos. Sin embargo, entre el 23 y el 53 por ciento de los
cerebros (dependiendo del conjunto de datos que tomaban)
contenían características de ambos extremos del espectro. Los
cerebros que eran consistentes internamente eran raros: del 0 al
8 por ciento de los examinados.
Joel alude a la supuesta conveniencia de aulas de escuelas
divididas por sexo, como un ejemplo del mundo real para discutir
la importancia de la variabilidad. “[La educación para un solo
sexo] supone que los niños tienen un conjunto de características,
por ejemplo, son más activos y tienen menos paciencia, y que las
niñas tienen otro conjunto de características. Por lo tanto,
debemos separarlos y tratar a cada grupo de manera diferente.
Lo que estamos mostrando es que, aunque esto es cierto a nivel
de grupo, no es cierto a nivel individual. No puedes dividir a los
estudiantes en un grupo que sea muy activo, que le guste el
deporte, que sea muy bueno en matemáticas y que no le guste la
poesía y otro grupo que sea la imagen especular. Hay muy pocos
niños que se ajusten a esta clasificación.”
La mayoría de los científicos encuentran que el trabajo de Joel
demuestra que la variabilidad es convincente. "La contribución
de Daphna fue mostrar, individuo por individuo, la variabilidad
dentro del género", dice Eliot. "Nadie publica nunca [esos]
datos". Pero muchos encuentran problemática la medición de la
consistencia interna. Por su parte, Marco Del Giudice y sus
colegas de la Universidad de Nuevo México dieron otra
respuesta al artículo de Joel. Ellos argumentaron que la
definición que Joel y sus colegas usaron para la consistencia
interna era tan extrema que era biológicamente inverosímil, si no
imposible, para clasificar los datos utilizados. Para probarlo,
volvieron a realizar el análisis de Joel utilizando conjuntos
completamente distintos de variables biológicas, por ejemplo,
comparando la variabilidad entre las características faciales de
tres especies de monos de aspecto muy diferentes entre sí. Si el
método de clasificación de Joel fuera válido, razonó Del
Giudice, los monos deberían mostrar distinciones faciales claras
("internamente consistentes") entre las especies.
A pesar de las apariencias notablemente variadas entre las tres
especies, las características faciales distintivas de cada mono
individual rara vez se ajustaba a la pretendida consistencia
interna, tal como la definió Joel -de ahí la opinión de Cahill de
que el estudio original estaba "manipulado". (En respuesta a esta
crítica, Joel sostiene que si bien la consistencia interna en los
monos era baja, la variabilidad no existía si se evaluaban cada
especies de manera separada, por el contrario, en su estudio la
variabilidad -al estilo de un mosaico- era más frecuente que la
consistencia interna, "lo que apoya nuestras conclusiones de que
los cerebros de los hombres y las mujeres no son poblaciones
distintas".)
El debate se reduce a lo que más importa: dentro de la población
bajo estudio hay que hacer foco en el promedio o en los
individuos. La respuesta a menudo depende de la pregunta que
se haga. Sin embargo los investigadores pueden mirar una misma
evidencia y sacar conclusiones diferentes. "El cerebro humano
puede ser un mosaico, pero es uno con patrones predecibles",
escribió Avram Holmes de la Universidad de Yale y sus colegas
en respuesta a Joel en 2015, y creen que esos patrones requieren
una consideración estadística. La bióloga Anne Fausto-Sterling,
profesora emérita de Biología y Género en la Universidad de
Brown y crítica de la investigación sobre la diferencia de sexo,
tiene otra perspectiva. "Hablar de diferencias promedio es
engañoso si es eso todo lo que hacemos", dice ella. "El cerebro
no es una entidad uniforme que se comporta como algo
masculino o algo femenino, y no se comporta de la misma
manera en todos los contextos. Daphna está tratando de
comprender las complejidades de lo que realmente hacen los
cerebros y cómo funcionan."
Son considerables las implicaciones de esta controversia para la
ciencia, especialmente para la investigación clínica dirigida al
tratamiento de enfermedades. Entre 1997 y 2000, se retiraron 10
medicamentos del mercado estadounidense porque tenían
efectos secundarios peligrosos e incluso fatales. Ocho de los 10
eran potencialmente más riesgosos para la salud de las mujeres
que para la de los hombres. En 2013, la Administración de
Alimentos y Medicamentos de EE.UU. redujo a la mitad la dosis
recetada para las mujeres de zolpidem, el nombre genérico de
Ambien. Después de registrar las quejas de los pacientes de tener
somnolencia matutina, los investigadores descubrieron que el
medicamento se mantenía presente en los cuerpos de algunas
mujeres luego de despertar. Aquí también aparecen contra-
argumentos. Eliot y Sarah Richardson, historiadora de la Ciencia
y Género en Harvard, sugieren que muchas de las diferencias en
los efectos secundarios de zolpidem podrían explicarse por las
disparidades del peso corporal. Sin embargo, el peso no es la
historia completa, porque los niveles más altos de grasa corporal
de las mujeres hacen que algunos medicamentos se metabolicen
más lentamente, deberían entonces identificarse cuáles son las
variables verdaderamente críticas para la dosificación de
medicamentos.
A modo de respuesta parcial a tales inquietudes, a partir de enero
de 2016, los institutos de salud de EE.UU. exigen que en toda
investigación preclínica, fase previa a la prueba en humanos, se
incluya animales hembras. Janine Clayton, directora de la
Oficina Nacional de Investigación sobre la Salud de la Mujer,
fue cuidadosa al decir, cuando explicaba la nueva política, que
incluir ambos sexos en los estudios no significaba
necesariamente buscar diferencias sexuales. Muchos consideran
esta directiva como un paso importante. Margaret McCarthy
señala que varias enfermedades o trastornos neurológicos de
inicio temprano, como el trastorno por déficit de atención /
hiperactividad y el trastorno del espectro autista, son más
comunes en los hombres, mientras que los que aparecen más
tarde, como la depresión y la ansiedad, son más comunes en las
mujeres."Ante eso, nos vemos obligados a mirar al cerebro como
un órgano biológico que difiere en hombres y mujeres", dice ella.
"No hacerlo sería una parodia". No obstante, a Joel y sus
colaboradores les preocupa que el péndulo oscile demasiado.
Ellas argumentan a favor de una investigación que incluya el
sexo como una variable, con un número par de sujetos
masculinos y femeninos, pero que reconozca al analizar los
resultados que las categorías "masculinas” y “femeninas" pueden
reflejar variables que no tienen nada que ver con el sexo. En
términos más generales, si esta l{inea de trabajo busca cambiar
la forma en que la sociedad piensa sobre el sexo y el género, un
primer paso sería comenzar con la terminología. "Es hora de
deshacerse de la palabra "dimorfismo", dice Eliot. “Una
estructura dimórfica es un ovario versus un testículo. Una
diferencia del 2% en la relación de materia gris a materia blanca
no es dimórfica. Es solo una variación relacionada con el sexo.”
Dulac argumenta que necesitamos "una forma más refinada para
definir estas diferencias". En ratones, ella descubrió que los
circuitos neurales que rigen el comportamiento de apareamiento
masculino también se encuentran en las hembras, mientras que
los circuitos de comportamiento materno se pueden encontrar
también en los machos. "Sería un error concluir de nuestro
trabajo que no hay diferencias entre hombres y mujeres", dice
Dulac. "Pero el punto clave es preguntarse: ¿cómo están
surgiendo estas diferencias y qué tan sutiles o importantes son?"
McCarthy y Joel unieron fuerzas a principios de este año a los
fines de diseñar un marco más sofisticado que ayude a definir lo
que se mide en la investigación sobre diferencias de sexo y lo
que ello significa. Sugieren cuatro dimensiones posibles:1) si un
rasgo es persistente o transitorio; 2) si depende del contexto;3) si
toma solo una de dos formas posibles -si es realmente dimórfico-
o si cae en un espectro; 4) y si es una consecuencia directa o
indirecta del sexo. Esta forma de describir el mundo de las
diferencias sexuales no es tan pegadiza como la antigua metáfora
de Marte contra Venus, pero probablemente sea mucho más
precisa. Como regla general, la complejidad refleja más de cerca
quiénes son realmente las personas. "Mi madre es muy cariñosa,
pero es mucho mejor en navegación espacial que mi padre", dice
Eliot. "Eso es un mosaico, ¿verdad?
MÁS PARA EXPLORAR
Sex beyond the Genitalia: The Human Brain Mosaic [Sexo más
allá de los genitales: el mosaico del cerebro humano]. Daphna
Joel et al. en Proceedings of the National Academy of Sciences
USA, Vol. 112, No. 50, páginas 15,468–15,473; 15, 2015.
Incorporating Sex as a Biological Variable in Neuropsychiatric
Research: Where Are We Now and Where Should We Be?
[Incorporando el sexo como una variable biológica en la
investigación neuropsiquiátrica: ¿dónde estamos ahora y dónde
deberíamos estar?] Daphna Joel y Margaret M. McCarthy en
Neuropsychopharmacology,
Vol. 42, No. 2, páginas 379–385; 2017.

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  • 1. ¿Existe un cerebro “femenino”?* El debate sobre si los hombres y las mujeres tienen cerebros significativamente diferentes podría tener profundas implicaciones para la salud y la identidad personal. Por LYDIA DENWORTH En 2009, Daphna Joel, neurocientífica de la Universidad Tel Aviv, decidió impartir un curso sobre psicología de género. Como feminista, durante mucho tiempo había estado interesada en cuestiones de sexo y género, pero como científica, su investigación se había centrado principalmente en los fundamentos neurales del comportamiento obsesivo compulsivo. Para preparar la clase, Joel pasó un año revisando la extensa y polarizada literatura sobre las diferencias sexuales en el cerebro. Los cientos de documentos cubrían todo, desde variaciones en el tamaño de estructuras anatómicas específicas en ratas hasta las posibles raíces de la agresión masculina y la empatía femenina en los humanos. Al principio, Joel compartió una suposición popular: así como las diferencias sexuales casi siempre producen dos sistemas reproductivos diferentes, también producirían dos formas diferentes de cerebro: una hembra y el otro macho. Mientras continuaba leyendo, Joel se encontró con un artículo que contradecía esa idea. El estudio, publicado en 2001 por Tracey Shors y sus colegas de la Universidad de Rutgers, se refería a un detalle del cerebro de la rata: pequeñas protuberancias en las células cerebrales, llamadas espinas dendríticas, que regulan la transmisión de señales eléctricas. Los investigadores mostraron que cuando los niveles de estrógeno eran elevados, las ratas hembra tenían más espinas dendríticas que los machos. Shors también descubrió que cuando las ratas machos y hembras se veían sometidas a eventos extremadamente estresantes como sufrir una sacudida de su cola, su cerebro respondía de manera opuesta: a los machos les crecían más espinas; mientras que las hembras terminaban con menos. A partir de este inesperado descubrimiento, Joel desarrolló una hipótesis sobre las diferencias sexuales en el cerebro que ha suscitado una nueva controversia. En lugar de focalizar en áreas del cerebro que difieren entre mujeres y hombres, sugirió que deberíamos considerar nuestro cerebro como un "mosaico" (reutilizando un término que había sido utilizado anteriormente por otros), organizado a partir de una variedad de variables masculinas y femeninas, a veces cambiantes. Esa variabilidad en sí misma y la superposición conductual entre los sexos (mujeres agresivas y hombres empáticos e incluso hombres y mujeres que muestran ambos rasgos) sugieren que los cerebros no pueden agruparse en una de dos categorías distintas o dimórficas. Esa masa de tres libras alojada debajo del cráneo no es ni masculina ni femenina, dice Joel. Con sus colegas en Tel Aviv, el Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas y Cerebrales Humanas en Leipzig, Alemania, y la Universidad de Zúrich, Joel probó su idea mediante el análisis de escáneres cerebrales de resonancia * Denworth, L. (2017). Is there a" female" brain?. Scientific American, 317(3), 38-43. Traducción realizada por la Cátedra de Neurofisiología y Psicofisiología “A”, Facultad de Psicología, UNC, Córdoba, Argentina para su uso como material didáctico.
  • 2. magnética de más de 1,400 cerebros y demostró que la mayoría de ellos contienen características masculinas y femeninas. "Todos pertenecemos a una sola población altamente heterogénea", dice ella. EN BREVE - Una suposición muy arraigada afirma que los cerebros masculinos y femeninos son marcadamente diferentes. Sin embargo, una nueva y controvertida investigación sugiere que la mayoría de los cerebros son un mosaico que contiene características de hombres y mujeres. A partir de esta propuesta se ha generado un debate en las Neurociencias sobre las formas en que el sexo y el género se consideran fuera del laboratorio.
  • 3. Cuando el trabajo de Joel se publicó en 2015 en Proceedings of the National Academy of Sciences, algunos científicos con ideas afines a Joel lo aclamaron como un gran avance. "El resultado es un gran desafío para conceptos erróneos ya arraigados", escribió Gina Rippon, profesora de neuroimagen cognitiva en la Universidad de Aston en Inglaterra. "Espero que signifique un cambio sustancial para el siglo XXI". Algunos investigadores dedicados a estudiar las diferencias sexuales desde hace mucho tiempo no estuvieron tan de acuerdo, discrepando con la metodología y las conclusiones de Joel, así como con su feminismo manifiesto. "El documento es una ideología disfrazada de ciencia", dice el neurobiólogo Larry Cahill de la Universidad de California, Irvine, quien argumenta que los métodos estadísticos de Joel fueron "manipulados" (aunque no necesariamente de manera consciente) para favorecer su hipótesis. Otras críticas fueron más medidas. "Hay variabilidad dentro de los individuos, y ella lo demuestra maravillosamente, pero eso no significa que no haya regiones del cerebro que, en promedio, sean diferentes en hombres y mujeres", dice la neurocientífica Margaret M. McCarthy, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland, que estudia las diferencias sexuales en ratas. Joel, por su parte, acuerda con que la genética, las hormonas y el medio ambiente crean diferencias sexuales en el cerebro. Incluso está de acuerdo en que, dada suficiente información sobre características específicas de cualquier cerebro, es posible adivinar, con un alto grado de precisión, si ese cerebro pertenece a una mujer o un hombre. Pero lo que no puedes hacer, señala, es lo contrario: mira a cualquier hombre o mujer y predice la topografía y el paisaje molecular del cerebro o la personalidad de ese individuo solo porque conoces su sexo. Por polémico que sea su estudio, la esencia de lo que dice Joel es cierta, dice Catherine Dulac, bióloga molecular en la Universidad de Harvard, cuyo trabajo en ratones se hace eco de los hallazgos de Joel: "Hay una gran heterogeneidad entre los individuos. Esto ha abierto una nueva discusión sobre lo que significa ser hombre o mujer. Para los neurocientíficos, ya no es suficiente descubrir las diferencias sexuales en el cerebro. El debate ahora se centra en el origen, el tamaño y la importancia de esas diferencias. Podría haber implicaciones importantes sobre cómo considerar el sexo y el género dentro y fuera del laboratorio, y también puede tener consecuencias sobre si los regímenes de drogas y los protocolos de tratamiento deberían estar especializados para mujeres y hombres. "Toda nuestra sociedad se basa en el supuesto de que nuestros genitales nos dividen en dos grupos, no solo en términos de capacidad o posibilidad de reproducción, sino también en términos de nuestro cerebro o características conductuales o psicológicas", dice Joel. “La gente asume que las diferencias se van agregando. Que si eres femenina en una característica, serás femenina en otras características. Pero no es verdad. La mayoría de los humanos tienen un mosaico de género". ARGUMENTOS Y CONTRA-ARGUMENTOS A fines del siglo XIX, mucho antes de la resonancia magnética, la principal diferencia medible en los cerebros masculinos y femeninos era su peso (evaluados post mortem, naturalmente). Como los cerebros de las mujeres eran, en promedio, cinco onzas más ligeras que los de los hombres, los científicos declararon que las mujeres debían ser menos inteligentes. Tal como señala la periodista Angela Saini en “Inferior: How Science Got Women Wrong—and the New Research That’s Rewriting the Story”, Helen Hamilton Gardener (un seudónimo), defensora de los derechos de las mujeres, se enfrentó a los expertos de la época, argumentando que la relación entre el peso del cerebro y el peso
  • 4. corporal, o el tamaño del cerebro y el tamaño del cuerpo, tenía que ser más relevante para la inteligencia que el peso del cerebro tomado de independiente, o bien "un elefante podría superar la inteligencia de cualquiera de nosotros”. Gardener, consecuentemente, dejó su propio cerebro a la ciencia. Se descubrió que era cinco onzas más liviano que el cerebro masculino promedio, pero tenía el mismo peso que el del eminente científico masculino que había fundado la colección de cerebros en la Universidad de Cornell, donde estaba almacenado su cerebro. (Para tener en cuenta, Gardener estaba tras una buena corazonada: "al corregir el tamaño del cerebro, la mayoría de estas diferencias sexuales desaparecen o se vuelven muy pequeñas", dice Lise Eliot, neurocientífica de la Facultad de Medicina de Chicago de la Universidad de Medicina y Ciencia Rosalind Franklin) Durante gran parte del siguiente siglo, las diferencias sexuales cerebrales no eran materia de los neurocientíficos sino de los endocrinólogos, que estudiaban las hormonas sexuales y el comportamiento de apareamiento. La determinación del sexo es un proceso complejo que comienza cuando una combinación de genes en los cromosomas X e Y actúa en el útero, activando el giro hacia la feminización o masculinización. No obstante, más allá de la reproducción y la distinción entre niño y niña,
  • 5. persistieron informes de diferencias sexuales psicológicas y cognitivas. Entre los años sesenta y principios de los ochenta, la psicóloga de la Universidad de Stanford, Eleanor Maccoby, encontró menos diferencias de lo que se suponía: las niñas tenían habilidades verbales más fuertes que los niños, mientras que los niños obtuvieron mejores resultados en las pruebas espaciales y matemáticas. Y como era de esperar, las críticas siguieron. Janet Hyde, psicóloga de la Universidad de Wisconsin-Madison, realizó un metanálisis combinando los resultados de estudios anteriores, y descubrió, tal como escribió en un estudio de 2016, que las mujeres se desempeñan tan bien como los hombres en matemáticas y que "los hombres y las mujeres son bastante similares en la mayoría de las variables psicológicas-aunque no en todas”. Basada en estos resultados, Hyde desarrolló lo que llamó hipótesis de similitudes de género, que postula que la composición psicológica de hombres y mujeres es más parecida que diferente. Una vez que la tecnología hizo posible mirar dentro de un cerebro vivo, apareció una larga lista de diferencias sexuales que nada tenían que ver con el apareamiento o la paternidad. En 2006, Larry Cahill describió en Nature Reviews Neuroscience, "una oleada de hallazgos de animales y humanos con respecto a las influencias sexuales en muchas áreas del cerebro y el comportamiento, incluyendo emoción, memoria, visión, audición, procesamiento de rostros, percepción del dolor, navegación espacial, niveles de neurotransmisores, la acción de la hormona del estrés en el cerebro y los estados de enfermedad". En las ratas, Margaret McCarthy mide todo, desde el tamaño de las conexiones neuronales que forman los núcleos celulares hasta la cantidad de astrocitos y microglías, células que forman un sistema de soporte para las neuronas. "Existe evidencia irrefutable de una base biológica para las diferencias sexuales en el cerebro, desde animales hasta en humanos", dice. Pero McCarthy también enfatiza que la fuente de las diferencias sexuales en los humanos es más complicada que en los animales puesto que los primeros lidian con el género, los atributos psicológicos y sociales del sexo. "En los humanos, el hecho de ser criado en un género particular desde el nacimiento por sí mismo ejerce un impacto biológico en el cerebro", dice ella. En su libro de 2009, “Cerebro Rosa, Cerebro Azul” (Pink Brain, Blue Brain), Lise Eliot acuerda con ello. Argumenta que la plasticidad, la forma en que el cerebro cambia en función de las experiencias, conlleva más diferencias de comportamiento sexual que el cableado biológico original. Dar el salto del cerebro al comportamiento provoca los desacuerdos más estridentes. Un artículo de 2014 de Ruben Gur, Raquel Gur y Ragini Verma fue acusado de hacer el juego a los estereotipos (y etiquetado como "neurosexista"). El grupo usó imágenes de tensor de difusión, una técnica que muestra la fuerza de las conexiones entre las neuronas, para observar cerca de 1,000 cerebros de sujetos entre las edades de ocho y 22. Descubrió que los hombres tenían conexiones más fuertes dentro de los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro y que las mujeres tenían vínculos más robustos entre hemisferios. Los investigadores concluyeron que "los resultados sugieren que los cerebros masculinos están estructurados para facilitar la conectividad entre la percepción y la acción coordinada, mientras que los cerebros femeninos están diseñados para facilitar la comunicación entre los modos de procesamiento analítico e intuitivo". Es importante hacer notar que el estudio no corrigió el tamaño de los cerebros. EN BUSCA DE LA VARIABILIDAD En esta vorágine entró Joel. Muchos estudios previos emplearon los promedios del cerebro de mujeres y hombres y diferencias en
  • 6. áreas puntuales para luego hacer afirmaciones sobre poblaciones enteras. Joel y sus colegas hicieron lo contrario: buscaron retratar las diferencias a nivel de población encontradas en todo un grupo, para recién luego preguntar qué se puede decir sobre los cerebros individuales. "Estas son dos descripciones diferentes del mundo", dice Joel. Ambos muestran las mismas diferencias a nivel de grupo. La pregunta clave es: ¿Qué describe mejor los cerebros humanos: el primero, en el que se toma a un tipo de cerebro como típico de los hombres y otro de las mujeres, o el segundo, en el que los cerebros de la mayoría de las personas son mosaicos de características masculinas y femeninas? Específicamente, Joel formuló dos preguntas: ¿cuánta superposición hay en las características que muestran diferencias entre mujeres y hombres? Y ¿son los cerebros "internamente consistentes"? Esta última es una medida desarrollada por Joel para determinar si todas las características de un cerebro eran masculinas o femeninas. Utilizando cuatro grandes conjuntos de datos de resonancia magnética, su equipo identificó, en cada conjunto de datos, varias características con la mayor diferencia entre hombres y mujeres, como el volumen colectivo de los cuerpos centrales de las células nerviosas y las extensiones dendríticas (materia gris) y sus fibras de conexión (materia blanca). A partir de ello definieron un continuo de características. Las características feminizadas y masculinizadas definitorias ocupaban los extremos, y una zona intermedia exhibía una mezcla de atributos. Posteriormente, evaluaron las regiones de cada cerebro y fueron codificándolas según se correspondían con las características masculinas o femeninas [ver cuadro en páginas anteriores]. Pensaban que si los cerebros eran internamente consistentes, las regiones que típicamente son señaladas para mostrar diferencias sexuales deberían adoptar formas masculinas o femeninas de manera confiable. Y por consiguiente, que deberían existir pocos cerebros que compartan simultáneamente rasgos femeninos y masculinos. Sin embargo, entre el 23 y el 53 por ciento de los cerebros (dependiendo del conjunto de datos que tomaban) contenían características de ambos extremos del espectro. Los cerebros que eran consistentes internamente eran raros: del 0 al 8 por ciento de los examinados. Joel alude a la supuesta conveniencia de aulas de escuelas divididas por sexo, como un ejemplo del mundo real para discutir la importancia de la variabilidad. “[La educación para un solo sexo] supone que los niños tienen un conjunto de características, por ejemplo, son más activos y tienen menos paciencia, y que las niñas tienen otro conjunto de características. Por lo tanto, debemos separarlos y tratar a cada grupo de manera diferente. Lo que estamos mostrando es que, aunque esto es cierto a nivel de grupo, no es cierto a nivel individual. No puedes dividir a los estudiantes en un grupo que sea muy activo, que le guste el deporte, que sea muy bueno en matemáticas y que no le guste la poesía y otro grupo que sea la imagen especular. Hay muy pocos niños que se ajusten a esta clasificación.” La mayoría de los científicos encuentran que el trabajo de Joel demuestra que la variabilidad es convincente. "La contribución de Daphna fue mostrar, individuo por individuo, la variabilidad dentro del género", dice Eliot. "Nadie publica nunca [esos] datos". Pero muchos encuentran problemática la medición de la consistencia interna. Por su parte, Marco Del Giudice y sus colegas de la Universidad de Nuevo México dieron otra respuesta al artículo de Joel. Ellos argumentaron que la definición que Joel y sus colegas usaron para la consistencia interna era tan extrema que era biológicamente inverosímil, si no imposible, para clasificar los datos utilizados. Para probarlo, volvieron a realizar el análisis de Joel utilizando conjuntos completamente distintos de variables biológicas, por ejemplo, comparando la variabilidad entre las características faciales de
  • 7. tres especies de monos de aspecto muy diferentes entre sí. Si el método de clasificación de Joel fuera válido, razonó Del Giudice, los monos deberían mostrar distinciones faciales claras ("internamente consistentes") entre las especies. A pesar de las apariencias notablemente variadas entre las tres especies, las características faciales distintivas de cada mono individual rara vez se ajustaba a la pretendida consistencia interna, tal como la definió Joel -de ahí la opinión de Cahill de que el estudio original estaba "manipulado". (En respuesta a esta crítica, Joel sostiene que si bien la consistencia interna en los monos era baja, la variabilidad no existía si se evaluaban cada especies de manera separada, por el contrario, en su estudio la variabilidad -al estilo de un mosaico- era más frecuente que la consistencia interna, "lo que apoya nuestras conclusiones de que los cerebros de los hombres y las mujeres no son poblaciones distintas".) El debate se reduce a lo que más importa: dentro de la población bajo estudio hay que hacer foco en el promedio o en los individuos. La respuesta a menudo depende de la pregunta que se haga. Sin embargo los investigadores pueden mirar una misma evidencia y sacar conclusiones diferentes. "El cerebro humano puede ser un mosaico, pero es uno con patrones predecibles", escribió Avram Holmes de la Universidad de Yale y sus colegas en respuesta a Joel en 2015, y creen que esos patrones requieren una consideración estadística. La bióloga Anne Fausto-Sterling, profesora emérita de Biología y Género en la Universidad de Brown y crítica de la investigación sobre la diferencia de sexo, tiene otra perspectiva. "Hablar de diferencias promedio es engañoso si es eso todo lo que hacemos", dice ella. "El cerebro no es una entidad uniforme que se comporta como algo masculino o algo femenino, y no se comporta de la misma manera en todos los contextos. Daphna está tratando de comprender las complejidades de lo que realmente hacen los cerebros y cómo funcionan." Son considerables las implicaciones de esta controversia para la ciencia, especialmente para la investigación clínica dirigida al tratamiento de enfermedades. Entre 1997 y 2000, se retiraron 10 medicamentos del mercado estadounidense porque tenían efectos secundarios peligrosos e incluso fatales. Ocho de los 10 eran potencialmente más riesgosos para la salud de las mujeres que para la de los hombres. En 2013, la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. redujo a la mitad la dosis recetada para las mujeres de zolpidem, el nombre genérico de
  • 8. Ambien. Después de registrar las quejas de los pacientes de tener somnolencia matutina, los investigadores descubrieron que el medicamento se mantenía presente en los cuerpos de algunas mujeres luego de despertar. Aquí también aparecen contra- argumentos. Eliot y Sarah Richardson, historiadora de la Ciencia y Género en Harvard, sugieren que muchas de las diferencias en los efectos secundarios de zolpidem podrían explicarse por las disparidades del peso corporal. Sin embargo, el peso no es la historia completa, porque los niveles más altos de grasa corporal de las mujeres hacen que algunos medicamentos se metabolicen más lentamente, deberían entonces identificarse cuáles son las variables verdaderamente críticas para la dosificación de medicamentos. A modo de respuesta parcial a tales inquietudes, a partir de enero de 2016, los institutos de salud de EE.UU. exigen que en toda investigación preclínica, fase previa a la prueba en humanos, se incluya animales hembras. Janine Clayton, directora de la Oficina Nacional de Investigación sobre la Salud de la Mujer, fue cuidadosa al decir, cuando explicaba la nueva política, que incluir ambos sexos en los estudios no significaba necesariamente buscar diferencias sexuales. Muchos consideran esta directiva como un paso importante. Margaret McCarthy señala que varias enfermedades o trastornos neurológicos de inicio temprano, como el trastorno por déficit de atención / hiperactividad y el trastorno del espectro autista, son más comunes en los hombres, mientras que los que aparecen más tarde, como la depresión y la ansiedad, son más comunes en las mujeres."Ante eso, nos vemos obligados a mirar al cerebro como un órgano biológico que difiere en hombres y mujeres", dice ella. "No hacerlo sería una parodia". No obstante, a Joel y sus colaboradores les preocupa que el péndulo oscile demasiado. Ellas argumentan a favor de una investigación que incluya el sexo como una variable, con un número par de sujetos masculinos y femeninos, pero que reconozca al analizar los resultados que las categorías "masculinas” y “femeninas" pueden reflejar variables que no tienen nada que ver con el sexo. En términos más generales, si esta l{inea de trabajo busca cambiar la forma en que la sociedad piensa sobre el sexo y el género, un primer paso sería comenzar con la terminología. "Es hora de deshacerse de la palabra "dimorfismo", dice Eliot. “Una estructura dimórfica es un ovario versus un testículo. Una diferencia del 2% en la relación de materia gris a materia blanca no es dimórfica. Es solo una variación relacionada con el sexo.” Dulac argumenta que necesitamos "una forma más refinada para definir estas diferencias". En ratones, ella descubrió que los circuitos neurales que rigen el comportamiento de apareamiento masculino también se encuentran en las hembras, mientras que los circuitos de comportamiento materno se pueden encontrar también en los machos. "Sería un error concluir de nuestro trabajo que no hay diferencias entre hombres y mujeres", dice Dulac. "Pero el punto clave es preguntarse: ¿cómo están surgiendo estas diferencias y qué tan sutiles o importantes son?" McCarthy y Joel unieron fuerzas a principios de este año a los fines de diseñar un marco más sofisticado que ayude a definir lo que se mide en la investigación sobre diferencias de sexo y lo que ello significa. Sugieren cuatro dimensiones posibles:1) si un rasgo es persistente o transitorio; 2) si depende del contexto;3) si toma solo una de dos formas posibles -si es realmente dimórfico- o si cae en un espectro; 4) y si es una consecuencia directa o indirecta del sexo. Esta forma de describir el mundo de las diferencias sexuales no es tan pegadiza como la antigua metáfora de Marte contra Venus, pero probablemente sea mucho más precisa. Como regla general, la complejidad refleja más de cerca quiénes son realmente las personas. "Mi madre es muy cariñosa, pero es mucho mejor en navegación espacial que mi padre", dice Eliot. "Eso es un mosaico, ¿verdad?
  • 9. MÁS PARA EXPLORAR Sex beyond the Genitalia: The Human Brain Mosaic [Sexo más allá de los genitales: el mosaico del cerebro humano]. Daphna Joel et al. en Proceedings of the National Academy of Sciences USA, Vol. 112, No. 50, páginas 15,468–15,473; 15, 2015. Incorporating Sex as a Biological Variable in Neuropsychiatric Research: Where Are We Now and Where Should We Be? [Incorporando el sexo como una variable biológica en la investigación neuropsiquiátrica: ¿dónde estamos ahora y dónde deberíamos estar?] Daphna Joel y Margaret M. McCarthy en Neuropsychopharmacology, Vol. 42, No. 2, páginas 379–385; 2017.