El documento describe un ataque de indígenas Pincheira a la villa de San Carlos en enero de 1820. Los indígenas quemaron el pueblo y secuestraron a las mujeres. O'Carrol envió tropas que lograron rescatar a muchas cautivas y mataron a 30 indígenas que huían. El rescate de las mujeres cautivas fue lo más importante del encuentro.
1. 25/10/2014 Legión de Los Andes - Ataque a San Carlos
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Ataque a San Carlos
05 de Enero 1820
O´Carrol apenas había llegado a Chillan en los
primeros días de enero de 1820, cuando se le
presentó una ocasión de poner en evidencia el valor
y la disciplina de sus reclutas. Ignorantes los
Pincheira de que hubiese llegado a aquella tropa de
Santiago, descendieron en la noche del 4 enero de
su malal del Roble huacho, y atacaron de sorpresa
la indefensa villa de San Carlos, distante seis leguas
de Chillan situada como esta y como Parral y
Linares, en un llano abierto en todas direcciones.
Era, empero, comandante de la plaza el advertido
oficial don justo Muñoz, y al primer anuncio del
enemigo, que se anunciaba en estos casos por la
grosería salvaje de los pehuenches, se encerró en el
cuadro foseado de la plaza con su corta guarnición
de fusileros, y allí y su una heroica resistencia, matando 24 de los agresores entre indios y
montoneros. Mas éstos, que no habían ido a pelear sino al quemar el pueblo, llevándose cautivas
sus mujeres y cuanto pudieron cargar en sus caballos o arrear delante de sí, adueñados de todo
lo que no estaba al alcance de los fusiles en la plaza, se retiraron otra vez a la montaña con su
horrible motín de lágrimas y sangre.
Muñoz había acordado, sin embargo, desde el primer momento dar aviso a Chillan por un expreso
que salió pasada la medianoche a revienta-cinchas.
Informado por este medio Victoriano antes de amanecer de lo que pasaba, hizo presente la
aventura a O´Carrol. En el acto mandó el último el chillan su escuadrón y lo trajo a la plaza; y
sabedor por nuevos avisos de que el enemigo se retiraba a la montaña en demanda del boquete
de Alico, atravesó a toda carrera el Ñuble por uno de sus vados del oriente y se dirigió a cortar la
montonera, cuyas polvaredas se divisaba a lo lejos por la izquierda. "En este orden, dice uno de
los mismos soldados de O´Carrol (a quien por lo pintoresco y desaliñado del lenguaje nos agrada
saber de vez en cuando la palabra en esta narración de hechos extraños y peculiares), en este
orden marchamos con marcha forzada hasta que a las tres de la tarde, al salir a un llano
encontramos un campo de indios (en el sitio llamado del Monte blanco) que marchaban hacia la
cordillera, e inmediatamente mandé el parte al ayudante y éste al comandante. Pero el ayudante,
recluta en la pelea con los indios, se adelanta y llega a mi, y me ordena carrillo por la retaguardia,
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diciéndome que encargaría al frente; y si más voz, mandó ¡echar carabina a la espalda y sable
hermano y mandar galope! Yo no quise hacer esto porque quede con carabina en mano, por
conocer que los indios tenían más respeto a esta arma. El ayudante se mete al medio de los
indios que iba marchando por el flanco, donde le mataron 14 soldados y él fue así víctima de un
lanzazo que recibió en el pecho. Los indios se dirigen a mi, pero yo, que no había desordenado mi
tropa, rompió un fuego graneado sobre ellos que volteó siete, y cuando me dirigía a proteger a un
cabo que debajo de su caballo se favorecía de cinco indios sólo con su sable, llegó entonces el
escuadrón y cargó la primera compañía, que la mandaba mi capitán Labbé rompió el fuego sobre
los indios y la segunda cargó al sable; los indios zafaron; y yo, después de haber librado al cabo,
aunque con 17 lanzasos, calle también hasta el río donde fueron a dejar los indios siete ministros
chicos degollados".
La relación de Verdugo está conforme con el parte oficial de Victoriano, que iba también como
práctico en la jornada, y con el de O´Carrol. Lamentaba éste la pérdida del valiente Molinare de
quien dice "tuvo la gloria de terminar su carrera del modo más heroico y digno de envidiar"; y
añade que los indios dejaron a del monte 30 muertos al huir cargados por él mismo y por Acosta,
que dividieron para aquel efecto en dos mitades, por derecha e izquierda, su escuadrón.
La mejor parte de aquel encuentro fue, empero, más que el castigo de los bandidos, el rescate de
innumerables cautivas que lograron escapar al cuchillo ya la feroz lascivia de aquellos salvajes
conducidos por cristianos más salvajes todavía. Ya hemos visto que estos degollaron en la fuga
siete niñitos inocentes, tan sólo porque les servían de estorbo en la carrera, pues tan grande en el
número de sus cautivos, que muchos de los indios llevaban hasta dos mujeres, una por delante y
otra en anclas del caballo. Fue este uno de esos lances que tan malo vivo ha pintado Rugendas
con su animado pincel y del cual el dragón Verdugo nos ha conservado algunos rasgos llenos de
un melancólico colorido. "Yo estuve cerca de media hora, dice el mismo, parado a caballo porque
era una niña linda me tenía la pierna abrazada con estribo y todo, ella con rodillas en tierra,
envuelta en un mar de lágrimas, diciéndome estas expresiones que jamás se me ha olvidado. "Mi
libertador, lleveme que toda la vida seré su esclava y lo serviré en la misma postura en que usted
me ve, y más si mi hermana y mi madre se han salvado, también serán esclavas vuestras". Yo
no hallaba, añade el poco (en apariencias) tentado dragón, medio de que me soltara de allí, pero
no lo conseguí hasta que dice venir hacia ella la madre que a gritos y llorando venía preguntando
por su otra hija".
La Guerra a Muerte / Benjamin V. Mackenna