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Mark Blaug
La metodología de
la economía
A lianza Universidad
Cubierta Daniel Gil
Después de largos años de complacencia general respecto al status
científico de su disciplina, los economistas empiezan a sospechar
la existencia de serias imperfecciones en la construcción de su
edificio metodológico. MARK BLAUG examina los fundamentos
de LA METODOLOGIA DE LA ECONOMIA, que se ocupa de
los conceptos y de los principios básicos de razonamiento en esa
parcela del conocimiento. La pregunta acerca de COMO EXPLI­
CAN LOS ECONOMISTAS —subtítulo del volumen— remite a
la naturaleza, la estructura, los procedimientos de validación y las
implicaciones predictivas de sus teorías, así como a las relaciones
existentes entre la economía como ciencia y la economía política
como arte. Las dos primeras secciones resumen la evolución de la
nueva filosofía de la ciencia («Lo que usted siempre quiso saber, y
nunca se atrevió a preguntar, sobre la filosofía de la ciencia») y la
historia específica de la metodología económica (los verificacio-
nistas, los falsacionistas y la distinción entre economía positiva y
economía normativa). La tercera parte lleva a cabo una evalua­
ción metodológica del programa de investigación neo-clásico: la
teoría del comportamiento del consumidor, la teoría de la
empresa, la teoría del equilibrio general, la teoría de la producti­
vidad marginal, la teoría de Heckscher-Ohlin del comercio
internacional, la polémica entre keynesianos y monetaristas, la
teoría del capital humano y la teoría de la nueva economía de la
familia. Cierran la obra un capítulo de conclusiones («¿Qué es lo
que hemos aprendido hasta aquí sobre la economía?») y un útil
apéndice.
Alianza Universidad Mark Blaug
La metodología de la economía
o cómo explican los economistas
Versión española de
Ana Martínez Pujana
Alianza
Editorial
INDICE
Prefacio.............................................................................................. 11
P a r t e . I. Lo que usted siempre quiso saber, y nunca se atre­
vió a preguntar, sobre la filosofía de la ciencia.
1. De las ideas recibidas a las de Popper....................... 19
Las ideas recibidas, 19.— El modelo hipotético-deductivo, 20.
Las tesis de la simetría, 22.— Normas «versus» práctica efec­
tiva, 27.— El falsacionismo de Popper, 29.— Una falacia lógi­
ca, 31.— El problema de la inducción, 33.— Estratagemas inmu-
nizadoras, 36.— La inferencia estadística, 40.— Grados de corro­
boración, 43.— Conclusión fundamental, 46.
2. De Popper a la nueva heterodoxia............................. 48
Los paradigmas de Kuhn, 48.— Metodología «versus» historia,
52.— Programas científicos de investigación, 54.— El anarquis­
mo de Feyerabend, 60.— De vuelta a los primeros principios,
64.— En defensa del monismo metodológico, 66.
P a r t e II.- Historia de la metodología económica.
3. Los verificacionistas: una historia del siglo xx en gran
p arte................................................................................... 75
La prehistoria de la metodología económica, 75.— El ensayo de
Mili, 79.— Las leyes de tendencia, 85.— La lógica de Mili, 89.
Las ideas económicas de Mill en la práctica, 92.— El método
lógico de Cairnes, 97.— Neville Keynes resume la cuestión,
7
Indice
114
150
101.— El ensayo de Robbins, 106.— Los modernos austríacos,
111.
4. Los falsacionistas: una historia totalmente del siglo xx
¿Ultraempirismo?, 114.— De nuevo los apriorismos, 117.—
El operacionalismo, 119.— La tesis de la irrelevancia-de-los-
supuestos, 124.— La característica-F, 131.— El mecanismo dar­
winiano de supervivencia, 134.— Falsacionismo ingenuo «ver­
sus» falsacionismo sofisticado, 141.— Vuelta al esencialismo,
143.— El institucionalismo y los modelos esquemáticos, 147.
La corriente principal, 148.
5. La distinción entre economía positiva y economía nor­
mativa .................................................................................
La guillotina de Hume, 150.—-Juicios metodológicos «versus»
juicios de valor, 152.— ¿Una ciencia social libre de juicios de
valor?, 155.—Un ejemplo de ataque contra el wertfreiheit, 161.
Breve bosquejo histórico, 162.— La economía positiva paretina
del bienestar, 165.— El teorema de la mano invisible, 168.—
La dictadura de la economía paretina del bienestar, 170.—
El economista como tecnócrata, 171.— Los prejuicios y la eva­
luación de la evidencia empírica, 175.
P a r t e III. Evaluación metodológica del programa de inves­
tigación neo-clásico.
6. La teoría del comportamiento del consumidor.........
Introducción, 183.— La ley de la demanda ¿es una ley?, 185.
De las curvas de inferencia a la preferencia revelada, 188.—
Trabajos empíricos sobre la demanda, 192.— La importancia
de los bienes Giffen, 194.— La teoría de las características de
Lancaster, 196.
7. La teoría de la empresa.................................................... 199
La defensa clásica, 199.— El determinismo situacional, 203.—
Implicaciones competitivas a pesar del oligopolio, 207.
8. La teoría del equilibrio general..................................... 212
La contrastación de la teoría del EG , 212.— ¿Una teoría o un
marco de referencia?, 214.— Relevancia práctica, 216.
9. La teoría de la productividad marginal....................... 218
Las funciones de producción, 218.— La teoría hicksiana de las
participaciones relativas, 221.— Contrastaciones de la teoría de
la productividad marginal, 224.
10. Elretorno de las técnicas y todo e so ............................ 227
La medición del capital, 227.— La existencia de una función
de demanda de capital, 228.— La significación empírica del re­
tomo de las técnicas, 230.
183
11. La teoría Heckscher-Ohlin del comercio internacional 235
El teorema Heckscher-Ohlin, 235.— El teorema de igualación
de los precios de los factores de Samuelson, 236.— La para­
doja de Leontief, 237.— El programa de investigación de Ohlin-
Samuelson, 239.— Contrastaciones adicionales, 240.
12. Keynesianos «versus» monetaristas............................. 242
¿Un debate inútil?, 242.— Las sucesivas versiones del mone-
tarismo de Friedman, 244.— La teoría de Friedman, 245.— La
fase III del monetarismo, 247.— Recuperación del mensaje
de Keynes, 248.
13. La teoría del capital humano........................................ 250
Núcleo «versus» cinturón protector, 250.— Individualismo me­
todológico, 254.—Contenido del programa, 257.— La hipótesis
del mecanismo-espejo («screening hypothesis»), 259.— Evalua­
ción final, 264.
14. La nueva economía de la fam ilia.................................. 267
Funciones de producción de la unidad familiar, 267.-—La ad-
hocicidad, 270.— Algunas implicaciones, 271.— El verificacio-
nismo de nuevo, 275.
P a r t e IV. ¿Qué es lo que hemos aprendido hasta aquí so­
bre la economía?
15. Conclusiones....................................................................... 281
La crisis de la economía moderna, 281.— Medición sin teoría,
285.— El falsacionismo una vez más, 288.— La economía apli­
cada, 288.— El mejor camino hacia adelante, 291.
Apéndice terminológico.................................................................. 294
Indice de nombres............................................................................ 299
Indice de materias............................................................................ 305
Indice 9
8
PREFACIO
En la elección de tema (contenido y método de la Economía) temo haber
incurrido en dos faltas: la del aburrimiento y la de la presunción. Las especu­
laciones en el campo de la metodología son famosas por su trivialidad y su
prolijidad, y ofrecen además campo abonado para toda clase de luchas intesti­
nas; no es posible llegar a una comprobación generalmente aceptada de las posi­
ciones contendientes, y se considera que una victoria en este terreno, aunque
fuese alcanzable, no beneficiaría a la ciencia en sí. La esterilidad de las conclu­
siones metodológicas constituye con frecuencia adecuado complemento del tedio
que provoca el proceso seguido para alcanzarlas.
Acusado de fastidioso y aburrido, el metodólogo no puede refugiarse bajo
un manto de modestia, ya que, muy al contrario, su figura se'yergue y se ade­
lanta, lista siempre, en consonancia con sus pretensiones, a aconsejar a diestro
y siniestro, a criticar el trabajo de los demás, trabajo que, sea cual sea su valor,
trata al menos de ser constructivo; se erige a sí mismo, en suma, como intér­
prete último del pasado y dictador de los esfuerzos futuros.
Roy Harrod: Economic Journal, 48, 1938
La expresión «la metodología de...» suele aparecer rodeada de
funesta ambigüedad. Se considera a veces que con el término meto­
dología designamos los procedimientos técnicos de una disciplina, y
que se trata simplemente de un sinónimo algo rimbombante de la
palabra método. Con frecuencia, sin embargo, se utiliza esta palabra
para designar la investigación de los conceptos, teorías y principios
básicos de razonamiento utilizados en una determinada parcela del
saber, y es precisamente a este sentido más amplio del término al que
nos referiremos en el presente libro. Para evitar malentendidos, he
añadido el subtítulo Cómo explican los economistas, sugiriendo que
«la metodología de la Economía» debe entenderse simplemente como
la aplicación a la Economía de la filosofía de la ciencia en general.
El preguntarse acerca de cómo explican los economistas los fenó­
menos de cuyo estudio se ocupan es, en realidad, preguntar en que
sentido la Economía es una ciencia. En palabras de un eminente filó­
sofo de la ciencia de nuestros días: «Es el deseo de explicaciones
que sean al mismo tiempo sistemáticas y controladas por la evidencia
empírica, lo que genera la ciencia; y el objetivo característico de las
ciencias consiste en la organización y clasificación del conocimiento
adquirido sobre la base de principios explicativos» (Nagel, 1961, pá­
gina 4). Sin duda, la Economía proporciona multitud de ejemplos
de «explicaciones que son a la vez sistemáticas y controladas por la
evidencia fáctica», y, por consiguiente, no perderemos el tiempo aquí
tratando de defender la idea de que la Economía es una ciencia. La
10 11
E c o n o m í a t a m b i é n e s , s i n e m b a r g o ,
u
n
a
c
i
e
n
c
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p
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c
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r
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i
s
t
i
n
t
a
p
o
r
e
j
e
m
plo de la física, porque se dedica al estudio del comportamiento
humano y, por tanto, invoca como «causas de las cosas» a las razones
y motivos que mueven a los agentes humanos; se diferencia igual­
mente de la sociología o la ciencia política, por ejemplo, porque, en
cierta medida, logra proporcionar teorías deductivas rigurosas sobre
las acciones humanas, cosa que prácticamente no ocurre en esas otras
ciencias del comportamiento. En resumen, las explicaciones del eco­
nomista constituyen una especie concreta de un género más amplio
de explicaciones científicas, y como tales presentan ciertos rasgos pro­
b
l
e
m
á
t
i
c
o
s
.
¿ C u á l e s , p u e s ,l
a
naturaleza de las explicaciones económicas? En
la medida en que dichas exp icaciones consisten en teorías definidas,
¿cuál es la estructura de dichas teorías?, y, en especial, ¿cuál es la
relación existente entre los supuestos y las implicaciones predictivas
de las teorías económicas? Si los economistas validan sus teorías in­
vocando a la evidencia fáctica, ¿resulta tal evidencia pertinente tan
solo respecto de las implicaciones predictivas de las teorías, o respecto
de los supuestos en que dichas teorías se basan, o respecto de ambos?
Ademas, ¿que es lo que cuenta como evidencia fáctica para los eco­
nomistas? ¿Cómo es que teorías económicas que intentan explicar
o que es, son utilizadas también en forma prácticamente idéntica
para demostrar/o que debe ser? En otras palabras, ¿cuál es exacta­
mente la relación existente entre la Economía Positiva y la Economía
Normativa, o en lenguaje ya pasado de moda, cuál es la relación exis­
tente entre la Economía como ciencia y la Economía Política como
arte? hste es el tipo de pregunta de que nos ocuparemos en lo que
sigue.
Los economistas se han interesado por estas cuestiones desde los
tiempos de Nassau William Sénior y John Stuart Mili, y una vuelta
a estos autores del siglo xix para ver qué es lo que los economistas
creían, correcta o equivocadamente, que estaban haciendo al practicar
su disciplina, puede ser de un gran provecho para todos nosotros.
Ya en 1891 John Neville Keynes consiguió recoger todo el pensa-
miento metodologico de los economistas de su generación, en su me­
recidamente famoso Scope and Method of Political Economy (Conte-
nido y método de la Economía Política), que puede considerarse
como el punto de referencia obligado en la historia de la metodo­
logía económica. El siglo xx fue testigo de una compilación similar
contenida en The Nature and Significance of Economic Science (Natu­
raleza y significación de la Ciencia Económica) (1932) de Lionel
Robbins, seguida unos años más tarde por un libro que obtuvo gran
difusión y que mantiene tesis diametralmente opuestas a las de Rob-
12
La metodología de la economía
bins: The Significance and Basic Postulates of Economic Theory
(1938) (Significación y postulados básicos de la teoría económica) de
Terence Hutchinson. Más recientemente, Milton Friedman, Paul Sa­
muelson, Fritz Machlup y Ludwig von Mises han realizado impor­
tantes contribuciones a la metodología de la Economía. Resumiendo,
pues, los economistas han sido desde hace tiempo conscientes de la
necesidad de defender los principios «correctos» de razonamiento en
su campo, y, aunque la práctica real puede tener muy poca relación
con lo que se predica, la consideración de qué es lo que se predica
puede tener interés en sí misma. Esta es la tarea a que se dedica la
Parte II de este libro. La parte I es una introducción breve al pen­
samiento actual en el terreno de la filosofía de la ciencia; en ella se
exponen una serie de distinciones que serán utilizadas a lo largo del
resto del libro.
Después de pasar revista a la literatura existente sobre metodo­
logía económica, en los capítulos 3 y 4 de la Parte II, en el capí­
tulo 5 revisamos la espinosa cuestión del estatus lógico de la Eco­
nomía del Bienestar. Al final de dicho capítulo, habiendo ya obtenido
una visión más o menos completa de las cuestiones candentes en la
Metodología de la Economía, estaremos en disposición de aplicar
las conclusiones obtenidas a algunas de las principales controversias
que se han dado en el campo de la Economía. En consecuencia, la
Parte III proporciona una serie de casos de estudio, con los que no
se pretende zanjar cuestiones controvertidas respecto de las cuales
los economistas aún no se han puesto de acuerdo, sino que consiste
más bien en un intento de mostrar cómo cada controversia econó­
mica implica cuestiones de metodología económica. El último capítulo
(Parte IV) reúne los distintos cabos expuestos en un intento de al­
canzar unas conclusiones finales; éste es quizás el capítulo más per­
sonal del libro.
Posiblemente haya habido demasiados autores en el campo de la
metodología económica que no han considerado que su tarea consis­
tiese en ir más allá de la simple racionalización de las formas tradi­
cionales de argumentación de los economistas, y acaso sea por esta
razón por la que los economistas de hoy consideran en general la
investigación metodológica de poca utilidad. Hablando francamente,
lo cierto es que la metodología económica ocupa poco espacio en la
formación de los economistas de hoy día, pero es posible que esto
esté cambiando. Después de muchos años de complacencia general
respecto del estatus científico de su disciplina, un creciente número
de economistas empieza a plantearse en profundidad una serie de
cuestiones acerca de lo que están haciendo. En cualquier caso, un
número cada vez mayor de ellos empieza a sospechar que no todo
Prefacio 13
es perfecto en el edificio construido por la disciplina económica.
No es mi intención enseñarles a ser mejores economistas, pero, por
otro lado, la mera descripción de lo que los economistas hacen, sin
implicación alguna sobre lecciones objetivas al respecto no tiene de­
masiado interés; en un determinado momento incluso el espectador
más imparcial se sentirá dispuesto a adoptar el papel de árbitro. Al
igual que otros de mis colegas, yo también tengo mis ideas acerca
de ¿Qué le ocurre a la Teoría Económica?, por citar el título del
libro de Benjamín Ward *, pero mi discusión no se referirá tanto al
contenido de lo que hoy entendemos por Economía, sino a la forma
en que los economistas tratan de validar sus teorías. Sostendré en
lo que sigue que no hay nada fundamentalmente erróneo en la meto­
dología económica normal, tal como la encontramos en los primeros
capítulos de casi todos los libros de texto de Teoría Económica; el
problema es que los economistas no practican lo que predican.
Cuando Laertes le dice a Ofelia que no se rinda a los avances
de Hamlet, ella replica: «No hagas tú como algunos enfadosos pre­
dicadores/ mostrarme el empinado y espinoso camino de los cielos/
mientras como inflado y vano libertino/ él mismo se engolfa con
regodeo por los caminos de la sensualidad.» En mi opinión, los eco­
nomistas del siglo xx se parecen bastante a esos «enfadosos predi­
cadores». Mis lectores podrán decidir por sí mismos si esta opinión
mía queda bien defendida en este libro, pero en cualquier caso, el
deseo de plantear correctamente esa defensa ha sido la razón prin­
cipal que me ha impulsado a escribirlo.
Este libro se dirige principalmente a los estudiantes de Economía,
es decir, a aquellos que han asimilado lo fundamental de la teoría
económica básica, pero que encuentran difícil, si no imposible, la ta­
rea de elegir entre teorías económicas alternativas. Pero el interés
de los economistas profesionales en los problemas metodológicos es
tal, que me atrevería a esperar que incluso algunos de mis colegas
llegasen a encontrar el libro interesante. Muchos otros estudiosos
de las ciencias sociales — sociólogos, antropólogos, profesionales de
la ciencia política e historiadores— suelen tender, o bien a envidiar
a los economistas por su aparente rigor científico, o bien a despre­
ciarlos por considerarlos como los lacayos de los gobiernos. Posible­
mente no encuentren en este libro un antídoto contra la envidia, sino
más bien un recordatorio de los beneficios que la economía obtiene,
y siempre ha obtenido, de su orientación política.
La elaboración de este libro se ha prolongado demasiado. El pri­
mer capítulo quedó esbozado en la Villa SerbeUoni, en Bellagio, Italia,
* Alianza Universidad (AU), 19.
14 La metodología de la economía
donde pasé el mes de noviembre de 1976, gracias a la generosidad
de la Fundación Rockefeller. Cuando dejé la idílica atmósfera del
Centro de Estudios y Conferencias de Bellagio, mis compromisos do­
centes e investigadores me impidieron volver a trabajar sobre el
manuscrito durante todo el curso 1976-77, y aún después me llevo
todo el año 1978 el terminarlo. Obtuve valiosos comentarios, dema­
siado numerosos para mi comodidad, sobre este primer esbozo de
Kurt Kappholz y Thanos Skouras. Además, Ruth Towse leyó todo
el manuscrito eliminando la mayor parte, si no todos, mis lapsus gra­
maticales. Por esta ingrata tarea le debo una gratitud mayor de la
que puede pagarse con moneda al uso.
M a r k B la u g
Londres, agosto de 1980
Prefacio ^
Parte I
LO QUE UD. SIEMPRE QUISO SABER,
Y NUNCA SE ATREVIO A PREGUNTAR,
SOBRE LA FILOSOFIA DE LA CIENCIA
Capítulo 1
DE LAS IDEAS RECIBIDAS A LAS DE POPPER
Las ideas recibidas
Cualquiera que consulte unos cuantos libros de texto de uso
corriente en el campo de la filosofía de la ciencia, descubrirá pronto
que se encuentra ante una extraña disciplina: no se trata, como podía
esperarse, del estudio de los factores sicológicos y sociológicos que
promueven y estimulan el descubrimiento de hipótesis científicas; ni
siquiera se trata de una reflexión sobre los principios, métodos y
resultados de las ciencias físicas y sociales que intente describir, al
más alto nivel de generalidad, los logros científicos más sobresalientes.
En vez de ello parece consistir básicamente en un análisis pura­
mente lógico de la estructura formal de las teorías científicas, un
análisis que parece adecuarse más a la prescripción de la práctica cien­
tífica correcta que a la descripción de lo que en la actualidad enten­
demos por ciencia; y cuando se menciona la historia de la ciencia
se escribe sobre ella como si la física clásica fuese el prototipo de
toda ciencia, a la que tarde o temprano habrán de conformarse todas
las demás si es que quieren merecer el título de «ciencia».
Esta caracterización de la filosofía de la ciencia resulta hoy un
poco anacrónica, puesto que refleja las ideas de los años dorados del
positivismo lógico, los que separan a las dos guerras mundiales. En el
período comprendido entre la década de 1920 y la de 1950 los filó­
sofos de la ciencia se mostraban en general de acuerdo con lo que
Frederick Suppe (1974) ha denominado «Las ideas recibidas acerca
19
de las teorías» Pero los trabajos de Popper, Polianyi, Hanson, Toul-
min, Kuhn, Lakatos y Feyerabend, para mencionar solamente a los
amores mas importantes, han destruido en gran parte esas ideas
recibidas sin llegar a construir, sin embargo, una alternativa gene­
ralmente aceptada que las sustituya. En resumen, la filosofía de la
ciencia es un campo en el que ha reinado una gran agitación a par­
tir de 1960, lo que complica la tarea de proporcionar una guía clara
y simple del mismo en el espacio de sólo dos capítulos. En principio
lo mas conveniente parece ser empezar con algunos de los rasgos prin­
cipales de las ideas recibidas, y sólo después pasar a estudiar la nueva
heterodoxia, utilizando la obra de Karl Popper como puente de en­
lace entre las ideas antiguas y las nuevas, dentro del campo de la
nlosoria de la ciencia.
El modelo hipotético-deductivo
Las ideas generalmente aceptadas acerca de la filosofía de la cien­
cia a mediados del siglo xix postulaban que las investigaciones cientí­
ficas se inician a partir de una observación de los hechos, libre y
carente de prejuicios; siguen con la formulación de leyes universales
acerca de esos hechos por inferencia inductiva, y finalmente llegan,
de nuevo por medio de la inducción, a afirmaciones de generalidad
aun mayor, conocidas como teorías. Tanto las leyes como las teorías
son sometidas a un proceso de comprobación de los elementos de
verdad que contienen por medio de la comparación de sus implica­
ciones empíricas con todos los hechos observados, incluyendo aque-
Uos a partir de los cuales se inició el proceso. Este enfoque inductivo
de la ciencia, perfectamente resumido por John Stuart Mili en su
System of Logic, Ractocinative and Inductive (1843) (Sistema de
lógica deductiva e inductiva), y que sigue siendo hoy en día la idea
que el hombre de la calle tiene de la ciencia, empezó a derrumbarse
gradualmente en la segunda mitad del siglo xix bajo la influencia de
los escritos de Ernst Mach, Henri Poincaré y Pierre Duhem, y a
principios de nuestro siglo empezó a tomar una visión prácticamente
opuesta en los trabajos del Círculo de Viena y de los pragmáticos
americanos (véanse: Alexander, 1964; Harré, 1967; y también Losee,
1
9
72, capítulos 10 y 11), de lo que surgió el modelo hipotético-
deductivo de explicación científica.
De todos modos, no fue hasta 1948 cuando este modelo hipo-
tético-deductivo fue formalizado y propuesto como el único tipo
válido de explicación en el campo de la ciencia. Esta autorizada ver­
sión apareció en primer lugar en un famoso artículo de Cari Hempel
20
La metodología de la economía
y Peter Oppenheim (1965) *, en el que se argüía que toda explica­
ción verdaderamente científica tiene la misma estructura lógica: in­
cluye al menos una ley universal, más una delimitación de los con­
dicionantes iniciales relevantes que en conjunto constituyen el expla-
nans, o premisas, de las cuales se deduce el explanandum, o afirma­
ciones acerca del fenómeno que se trata de explicar con la única
ayuda de las reglas de la lógica deductiva. Por ley universal enten­
demos una proposición del tipo: «en todos los casos en los que se
da el fenómeno A, se da también el fenomeno B», y tales leyes uni­
versales pueden ser determinadas, cuando se refieren a fenómenos
individuales B, o estadísticas, cuando se refieren a clases de fenóme­
nos B (así pues, las leyes estadísticas toman la forma: «en todos los
casos en los que se da el fenómeno A, se dará también el fenómeno
B con una probabilidad de p, siendo 0 < p < l» ) . Por leyes de la 1»
gica deductiva entendemos el razonamiento por silogismos infalibles
del tipo «si A es cierto, entonces, B es cierto también; A es cierto,
luego B también lo es» (éste es un ejemplo de lo que los logicos
denominan silogismo hipotético). Excuso decir que la lógica deduc­
tiva es un cálculo abstracto y que la verdad lógica del razonamiento
deductivo no depende en modo alguno de la verdad fáctica c° nt^'
nida en la premisa mayor «si A es cierto, B también lo es», ni de la
contenida en la premisa menor «A es cierto».
De la estructura lógica común a todas las explicaciones verda­
deramente científicas se sigue, como señalaron a continuación Hem­
pel y Oppenheim, que la operación denominada explicación implica
las mismas reglas de inferencia lógica que la operación denominada
predicción, con la única diferencia de que la explicación se produce
después de ocurridos los acontecimientos en cuestión, mientras que
la predicción se produce a priori. En el caso de la explicación parti­
mos de un fenómeno que deseamos explicar y descubrimos al menos
una ley universal más un conjunto de condiciones iniciales que el
fenómeno en cuestión implica lógicamente. E n otras palabras, para
citar una causa determinada como explicación de un fenomeno con­
creto hemos de someter al fenómeno en cuestión a una ley univer-
1 Se trata de una versión más cauta de la misma tesis anunciada por Hempel
en 1 9 4 2 (1 9 4 9 ), y que generó un gran debate entre los historiadores respecto
del significado de las explicaciones históricas (véase nota 5). En La lógica de la
investigación científica de Popper, publicada por primera vez en aleman en
1 9 3 4 y después en inglés en 1 9 5 9 , pueden encontrarse fo rm u k c .Q n e s anteriores,
y formalmente menos precisas, del modelo h ip o té tic (> d e d u c tiv o ( 1 9 6 5 pági­
nas 5 9 y 6 8 -9 ; véase también Popper, 1 9 6 2 , II, pags. 262-63 y 362-64 y Pop-
per, 1 9 7 6 , pág. 1 1 7 ), y ya en 1 8 4 3 lo encontramos también en Mili (1 9 7 3 ,
páginas 4 7 1 -7 2 ).
Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 21
sal o a un conjunto de leyes universales; por esta razón, un crítico
de la tesis de Hempel-Oppenheim la ha denominado «el modelo de
explicación de la ley de cobertura» (Dray, 1957, cap. 1). En el caso
de la predicción, por otro lado, partimos de una ley universal y de
un conjunto de condiciones iniciales y deducimos de ellos proposi­
ciones acerca del fenómeno que desconocemos; las predicciones se
utilizan generalmente para comprobar si la ley universal se mantiene
en la práctica. En definitiva, la explicación es simplemente «una pre­
dicción proyectada hacia el pasado».
Esta idea de que existe una simetría lógica perfecta entre la na­
turaleza de las explicaciones y la de las predicciones ha sido deno­
minada tesis de la simetría, y constituye el centro neurálgico del
modelo hipotético-deductivo, o modelo de la ley de cobertura, de la
explicación científica. Lo característico de este modelo es que no
emplea otras reglas de inferencia lógica que las de la deducción (la
importancia de esta característica se verá claramente en seguida).
Las leyes universales implicadas en las explicaciones no se obtienen
por generalización inductiva a partir de casos particulares; se trata
de meras hipótesis, conjeturas inspiradas, si se quiere, que pueden
contrastarse al utilizarlas para hacer predicciones acerca de fenómenos
concretos, pero que no son reducibles en sí mismas a la pura obser­
vación de los fenómenos.
La tesis de la simetría
El modelo de explicación científica de la ley de cobertura ha sido
atacado desde diversos ángulos, e incluso el propio Hempel, su más
acendrado defensor, se ha retractado hasta cierto punto a lo largo
de los años en respuesta a dichos ataques (Suppe, 1974, pág. 28n).
La mayoría de los críticos han tomado la tesis de simetría como blanco
de sus ataques. Se argumenta que la predicción no tiene por qué
implicar explicación, e incluso que la explicación no tiene por qué im-
pilcar predicción alguna. La primera proposición resulta clara, en
cualquier caso: la predicción tan sólo exige correlación, mientras que
la explicación requiere algo más. Así pues, cualquier extrapolación
lineal de una regresión normal por mínimos cuadrados es una pre­
dicción, sin que la propia regresión tenga necesariamente que estar
basada en teoría alguna acerca de las relaciones existentes entre las
variables relevantes, y mucho menos en ideas acerca de cuáles de
ellas son causas y cuáles efectos. Los economistas saben muy bien
que al igual que ocurre con las previsiones meteorológicas a corto
22
La metodología de la economía
plazo, pueden obtenerse previsiones económicas bastante fiables a
corto plazo recurriendo a reglas empíricas que producen satisfacto­
rios resultados, aunque no tengamos ni idea de los por ques. En re­
sumen, es perfectamente obvio que se puede predecir bien sin expli­
car nada. . ..
No queremos decir con ello, sin embargo, que sea siempre taca
decidir si una determinada teoría científica, que ha demostrado una
apreciable capacidad predictiva, debe dicha capacidad a la pura suerte
o* a sus características intrínsecas como tal teoría. Algunos críticos
de las ideas recibidas han sostenido que el modelo^ de explicación
científica de la ley de cobertura se basa en ultimo termino sobre el
análisis de causación de David Hume. Para Hume, lo que denomi­
namos causación no es sino la conjunción constante de dos aconte­
cimientos que aparecen uno detrás del otro en tiempo y espacio, y
de los que denominamos «causa» al que aparece primero en el tiem­
po, y «efecto» al que aparece después, aunque no necesariamente
existirá tal conexión entre ellos (ver Losee, 1972, págs. 104-6). Los
críticos han rechazado este «modelo de causación de la bola de bi­
llar» de Hume, y han insistido en que las genuinas explicaciones
científicas deben incluir un mecanismo que conecte la causa con el
efecto, lo cual garantizará que la relación existente entre los dos
fenómenos es realmente «necesaria» (ver, por ejemplo, Harré, 1970,
páginas 104-26; Harré, 1972, págs. 92-5 y 114-32; y Harré y Secord,
1972, cap. 2).
El caso de la teoría de la gravitación de Newton nos muestra,
sin embargo, que la insistente exigencia de un verdadero mecanismo
causaf en las explicaciones científicas, tomada al pie de la letra, puede
muy bien ser perjudicial para el progreso científico. Dejemos a un
lado todo lo referente a los cuerpos en movimiento, dijo Newton,
excepto sus posiciones, masas y velocidades, y obtengamos una defi­
nición operativa de estos términos; la teoría de la gravedad resul­
tante, que incorpora la ley universal de que los cuerpos se atraen
con una fuerza que varía inversamente con el cuadrado de sus dis­
tancias, nos permite predecir el comportamiento de fenómenos tan
diversos como la órbita de los planetas, las fases de la luna, el flujo
y reflujo de las mareas, e incluso la causa por la que las manzanas se
caen de los árboles. Y sin embargo, Newton no proporcionó meca­
nismo causa-efecto alguno que explicase la acción de la gravedad
y hasta la fecha no se ha descubierto tal mecanismo— , por lo que
fue incapaz de responder a la objeción de muchos de sus contem­
poráneos que argumentaban que la misma idea de la gravedad ac­
tuando instantáneamente a distancia, sin medio material alguno que
Parte I. Lo que usted siempre quiso saber
arrastre la fuerza — ¿dedos fantasmales moviéndose a través del va­
cio, quizás?— es completamente metafísica 2.
Pero, por otra parte, nadie negará hoy elExtraordinario poder
predictivo de la teoría newtoniana, especialmente después del uso
por Leverrier de la ley de la inversa de los cuadrados en 1864 para
predecir la existencia de un planeta hasta entonces desconocido, Nep-
tuno, a partir de las aberraciones observadas en la órbita de Urano;
el hecho de que la teoría de Newton hubiese cosechado tantos fra­
casos como éxitos (recuérdense las infructuosas investigaciones de
Leverrier en busca de otro planeta desconocido, Vulcano, que expli-
case las irregularidades observadas en los movimientos de Mercurio),
fue convenientemente olvidado. Por tanto, pues, puede afirmarse que
la teoría de la gravedad de Newton es solamente un instrumento
altamente eficiente para generar predicciones que son aproximada­
mente correctas para virtualmente todos los propósitos prácticos den­
tro de nuestro sistema solar, pero que, sin embargo, no consigue
realmente «explicar» el movimiento de los cuerpos. En realidad,
fueron consideraciones de este tipo las que llevaron a Mach y Poin-
caré a afirmar en el siglo xix que todas las teorías e hipótesis cien­
tíficas son meramente descripciones condensadas de unos fenómenos
naturales que, en sí mismos, no son verdaderos ni falsos, sino sim-
pies convenciones que nos permiten almacenar información empírica,
y cuyo valor ha de venir exclusivamente determinado por el prin­
cipio de economía del conocimiento —esto es lo que se denomina
la metodología del convencionalismo.
Baste dejar sentado, pues, que la predicción, aun cuando proven­
ga de teorías altamente sistematizadas y rigurosamente axiomatiza-
das, no tiene por qué implicar explicación alguna. Pero, ¿qué decir
de la afirmación opuesta? ¿Es posible obtener explicaciones sin hacer
predicciones? La respuesta a esta pregunta depende claramente de
qué sea lo que entendamos^exactamente por explicación, cuestión que
hasta el momento hemos soslayado cuidadosamente. En el sentido
más amplio de la palabra, explicar es responder a la pregunta de:
2 Sabemos que Newton era perfectamente consciente de esta objeción; en
una carta a un amigo decía: «La gravedad puede tener por origen algún agente
que actúa constantemente de acuerdo con ciertas leyes, pero he dejado a la
consideración de mis lectores la cuestión de si dicho agente es material o inma­
terial» (citado por Toulmin y Goodfield, 1963, págs. 281-82; véase también
Toulmm y Goodfield, 1965, págs. 217-20; y Hanson, 1965, págs. 90-1; Losee,
1972, págs. 90-3). Igualmente, la historia del concepto de hipnosis (desde el
«magnetismo animal», pasando por el «mesmerismo», hasta la «hipnosis») de­
muestra cómo fenómenos naturales bien contrastados, como, por ejemplo, el
uso de la hipnosis como anestésico en medicina, no tienen explicación, incluso
hoy en día, en términos del mecanismo causal que opera en á proceso.
^ La metodología de la economía
¿por qué?; es reducir lo misterioso y poco conocido a algo conocido
y fa m iliar, generando así la exclamación: ¡Ah, o sea que es así!
Si se acepta este uso deliberadamente impreciso del lenguaje, pare­
cerá claro que sí que existen teorías científicas que generan esos
¡Ah! Sin que esto signifique gran cosa en cuanto a su capacidad de
predicción del tipo de fenómenos de que se trate. Un ejemplo im­
portante de esto, frecuentemente citado por los críticos de las ideas
recibidas (por ejemplo, Kaplan, 1964, págs. 346-51; Harre, 1972,
páginas 56, 176-77), es la teoría de la evolución de Darwin, que
trata de explicar cómo las formas biológicas más especializadas se
desarrollan a partir de una sucesión de formas menos especializadas
por un proceso de selección natural, teoría que, sin embargo, no es
capaz de predecir de antemano con precisión qué formas específicas
más especializadas surgirán bajo ciertas condiciones ambientales de­
terminadas.
La teoría darwiniana puede decirnos muchas cosas acerca del pro­
ceso evolutivo una vez que éste se ha producido, pero no nos dice
casi nada acerca de dicho proceso a priori. Y no es solamente que la
teoría darwiniana no sea capaz de especificar las condiciones iniciales
requeridas para que opere la selección natural, sino que tampoco
proporciona leyes universales definidas acerca de las tasas de super­
vivencia de las distintas especies bajo diferentes condiciones ambien­
tales. En la medida en que la teoría es capaz de predecir algo, pre­
dice la posibilidad de un cierto resultado, dependiendo de que otros
fenómenos se den también, y no predice la probabilidad de tal resul­
tado en el caso en que esos otros fenómenos estén presentes de he­
cho. Por ejemplo, la teoría conjetura que una cierta proporción de
las especies con capacidad natatoria que vivían en un medio árido
sobrevivirán a la repentina inundación de su hábitat, pero no puede
predecir qué proporción sobrevivirá ante una inundación real y ni
siquiera puede predecir si esa proporción será mayor que cero (Scri-
ven, 1959). _
Sería erróneo concluir que la teoría darwiniana incluye la ramosa
falacia de post hoc, ergo proper hoc, es decir, la falacia consistente
en inferir causación de la mera conjunción casual, porque Darwin
sí que elaboró un mecanismo causal para el proceso evolutivo. La
causa de la evolución de las especies es, según Darwin, el proceso
de selección natural, y la selección natural se manifiesta a través de
la lucha por la existencia que opera a través de la reproducción y
de las variaciones aleatorias de lo que él denominó «gémulas», pro­
ceso muy parecido al de la selección que practican los que se dedi­
can a la cría de ganado. El mecanismo de la herencia en Darwin era
esencialmente un sistema por el cual los rasgos provenientes de los
Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 25
padres iban mezclándose en los hijos, quedando dichos rasgos gra­
dualmente diluidos en sucesivas generaciones. Desgraciadamente, este
mecanismo es defectuoso, ya que según él no podrían aparecer espe­
cies nuevas, puesto que cualquier mutación iría perdiendo fuerza al
mezclarse con otras características y, después de varias generacio­
nes, acabaría por perder todo valor selectivo. El propio Darwin llegó
a reconocer esta objeción y, en la última edición de su El origen de
las especies, hizo crecientes concesiones al desacreditado concepto
lamarckiano de la herencia directa de las características adquiridas,
en un esfuerzo por encontrar una explicación convincente de la evo­
lución 3.
Lo irónico del caso es que, para esa época, Mendel, desconocido
para Darwin y para todo el mundo, había descubierto ya el concepto
de gene, es decir, las unidades hereditarias discretas que se transmi­
ten de generación en generación sin mezcla ni disolución. La genética
mendeliana proporciono a la teoría de Darwin un mecanismo causal
convincente, pero desde nuestra perspectiva actual no afectó aprecia-
blemente al estatus de la teoría de la evolución, que siguió siendo
una teoría que explica lo que no puede predecir, cuya argumentación
se sostiene únicamente sobre apoyos indirectos y a posteriori. El pro­
pio Darwin fue un defensor declarado del modelo hipotético-deduc­
tivo de explicación científica (Ghiseün, 1969, págs. 27-31, 59-76),
pero el hecho es que hoy sigue representando para nosotros «el pa­
radigma de científico que explica pero no predice» (Scriben, 1959,
página 477) 4. Sin duda alguna, por tanto, el modelo de explicación
científica de la ley de cobertura, que afirma que tendremos una ex­
plicación científica de un fenómeno si, y sólo si, somos capaces de
3 Subrayamos con cierta satisfacción que Darwin se inspiró en las ideas de un
economista, Thomas Malthus, y fue decisivamente criticado por otro, Fleeming
Jenkin, profesor de ingeniería de la Universidad de Edimburgo (incidental­
mente, Jenkin fue el primer economista británico en dibujar las curvas de oferta
y demanda). En efecto, fue Jenkin el que demostró en una recensión de El
origen de las especies (1859), escrita en 1867, que la teoría de Darwin, tal
como éste la formuló, era incorrecta. Puede que fuese esta objeción la que
impulsó a Darwin a incluir un capítulo nuevo en la sexta edición de El origen
de las especies, en el cual resucitaba las ideas de Lamarck (véase Jenkin, 1973,
especialmente las páginas 344-45; Toulmin y Goodfield, 1967, capítulo 9; Ghi-
selin, 1969, págs. 173-74; y Lee, 1969).
4 Vale la pena recoger completa la cita de Scriven: «En lugar de el Mito
de la Segunda Venida (de Newton), favorito de los científicos, deberíamos
reconocer la Realidad del Ya-Llegado (Darwin), que es el paradigma de los
científicos que explican pero no predicen.» Teniendo in mente consideraciones
semejantes, Popper (1976, págs. 168 y 171-80; y también 1972a, págs. 69 y 141-
142, 267-68) concluye que la teoría darwiniana de la evolución no es una teoría
científica contrastable, sino más bien «un programa de investigación metafísico,
un marco posible de teorías científicas contrastadles».
^ La metodología de la economía
predecir con la ayuda de leyes universales, no puede aplicarse a la
teoría darwiniana de la evolución. Así pues, o bien el modelo de ley
de cobertura es inadecuado, o bien la teoría de la evolución no será
una teoría científica.
Existen también otros ejemplos de teorías que parecen proporcio­
nar explicaciones sin hacer predicciones definidas, tales como la sico­
logía freudiana y la teoría del suicidio de Durkheim, aunque puede
objetarse que éstas no son teorías verdaderamente científicas. Pero
podemos citar un conjunto aún más amplio de ejemplos de este tipo
en las numerosas y variadas explicaciones históricas que, en el mejor
de los casos, proporcionan condiciones necesarias pero no suficientes
Í>ara que ciertos acontecimientos ocurran o hayan ocurrido; lo que
os historiadores explican, casi nunca es estrictamente deducible a
partir de sus explanatts y, por consiguiente, no generan predicciones
precisas. Existe el peligro, sin embargo, de llevar demasiado lejos
esta tesis de la explicación-sin-predicción. Existen buenas razones
para no fiarse plenamente de dicha tesis, y quizás la pregunta rele­
vante a plantear sería: cuando se ofrece una explicación que no per­
mite predecir, ¿ocurre esto porque no podemos obtener toda la infor­
mación relevante acerca de las condiciones iniciales, u ocurre porque
la explicación no incluye leyes, o incluso generalizaciones amplias
de algún tipo? (en cuyo caso nos están dando realmente gato por
liebre).
Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 27
Normas «versus» práctica efectiva
En último término, es difícil resistirse a la conclusión de que el
modelo de explicación científica de la ley de cobertura excluye una
gran parte de lo que algunos al menos han considerado siempre como
ciencia. Pero esto es precisamente su objetivo: «decirnos lo que debe
ser», y no «decirnos lo que es». Es esta función prescriptiva, nor­
mativa, del modelo de la ley de cobertura, lo que sus críticos en­
cuentran más objetable. Argumentan estos críticos que, en vez de es­
tablecer los requerimientos lógicos de una explicación científica, o las
condiciones mínimas que las teorías científicas habrían de cumplir
idealmente, aprovecharíamos mejor nuestro tiempo dedicándonos a
la clasificación y caracterización de las teorías efectivamente utiliza­
das en el discurso científico 5. Al hacerlo así, prosiguen estos autores,
5 En el mismo sentido, los historiadores han argumentado que el modelo
de explicación histórica de la ley de cobertura, malinterpreta lo que los histo­
riadores realmente hacen; la Historia es una disciplina «ideográfica» y no «no-
motética», que se ocupa del estudio de acontecimientos y personajes concretos,
28 La metodología de la economía
nos encontraremos con que su diversidad es más patente que su si­
militud: no parece haber propiedades comunes presentes en todas
las teorías científicas.
En efecto, además de las explicaciones deductivas, tipo leyes es­
tadísticas e históricas que ya hemos mencionado, la biología y las
ciencias sociales en general proporcionan abundantes ejemplos de ex­
plicaciones funcionales o ideológicas, que toman la forma de indi­
caciones acerca del papel instrumental que cumple un determinado
elemento de un organismo en la tarea de mantener a dicho organismo
en un cierto estado, o acerca del papel que la acción humana indi­
vidual juega en la consecución de un cierto objetivo colectivo (ver
Nagel, 1961, págs. 20-6). Estos cuatro o cinco tipos de explicación
aparecen en las diferentes teorías científicas, pudiendo clasificarse a
su vez dichas teorías según diferentes dimensiones (por ejemplo,
Suppe, 1974, págs. 120-25; Kaplan, 1964, págs. 298-302). Pero in­
cluso unas tipologías tan detalladas de las teorías científicas como las
citadas presentan ciertas dificultades, ya que muchas teorías combi­
nan distintas formas de explicación, de forma que ni siquiera es cierto
que todas las teorías científicas clasificadas dentro de un mismo grupo
y bajo una misma denominación vayan a presentar las mismas pro­
piedades estructurales. En otras palabras, tan pronto como adopta­
mos una visión amplia de la práctica científica, nos encontramos con
la dificultad de que el material existente es excesivo para permitir
una única «reconstrucción racional» de las teorías, de la que cabría
derivar las normas metodológicas a las que se supone han de obede­
cer todas las teorías verdaderamente científicas.
Esta tensión entre descripción y prescripción, entre la historia
de la ciencia y la metodología científica, dentro de la filosofía de la
ciencia, ha sido el factor primordial causante del virtual derrocamiento
de las ideas recibidas durante la década de 1960 (ver Toulmin, 1977).
Esta tensión se hace también sentir en el tratamiento que Popper
da a la falsabilidad y su papel en el progreso científico, tratamiento
que ha demostrado ser una de las fuentes principales de la que ha
y no de las leyes generales de la evolución (véase Dray, 1957; 1966). Pero la
esencia del argumento inicial de Hempel era que ni siquiera los acontecimien­
tos concretos pueden explicarse sin referencia a generalizaciones de algún tipo,
por triviales que éstas sean, y que los historiadores normalmente proporcionan
tan sólo un «esbozo de explicación», bien porque fallan en cuanto a la especi­
ficación de sus generalizaciones, bien porque dan por sentado, sin justificación
suficiente, que aquéllas han sido ya satisfactoriamente contrastadas. El debate
respecto de las ideas recibidas entre los filósofos de la ciencia tiene, por tanto,
su réplica exacta en el debate Hempel-Dray entre los filósofos de la Historia
(véase McClelland, 1975, capítulo 2, en el que puede encontrarse un resumen
juicioso y puntual del tema).
Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 29
emanado la oposición a las ideas recibidas. La discusión de las ideas
de Popper nos permitirá volver a la cuestión de la simetría con más
elementos de juicio.
El falsacionismo de Popper
Popper parte de la distinción entre la ciencia y la no-ciencia, a la
que él denomina criterio de demarcación, y termina con un intento
de establecer normas que permitan evaluar las hipótesis científicas
en términos de su diferente grado de verosimilitud. Al hacer esto,
Popper se aleja gradualmente de las ideas recibidas, según las cuales
el objetivo de la filosofía de la ciencia consiste en reconstruir racio­
nalmente las teorías imperfectamente formuladas del pasado, de for­
ma que éstas lleguen a adecuarse a ciertos cánones de explicación
científica. Con Popper, la filosofía de la ciencia pasa a ser una disci­
plina dedicada a la búsqueda de métodos de evaluación de las teorías
científicas, una vez que éstas han sido ya propuestas.
El punto de partida de Popper es la crítica de la filosofía del
Positivismo Lógico, encarnada en lo que se ha denominado el princi­
pio de verificabilidad del significado. Este principio estipula que to­
das las proposiciones pueden clasificarse en analíticas y sintéticas — o
bien son ciertas en virtud de las definiciones incluidas en las mis­
mas, o bien son ciertas, si es que lo son, en virtud de la experiencia
práctica— y a continuación declara que todas las afirmaciones sin­
téticas son significativas si, y sólo si, son susceptibles, al menos en
principio, de contrastación empírica (ver Losee, 1972, págs. 184-90).
Históricamente, los miembros del Círculo de Viena (Wittgenstein,
Schelick y Carnap) emplearon el principio de verificabilidad de la
significación principalmente como un aguijón con el que desinflar las
pretensiones metafísicas, tanto dentro como fuera de las ciencias, sos­
teniendo que, incluso ciertas proposiciones que pasan por científicas,
y, por supuesto, todas las proposiciones que no pretenden serlo, pue­
den descartarse como carentes de significación. En la práctica, el prin­
cipio de verificabilidad generó una profunda desconfianza respecto
del uso en las teorías científicas de conceptos no-observables, tales
como el espacio absoluto y el tiempo absoluto de la mecánica newto-
niana, los electrones de la física de partículas, los límites de las va­
lencias de la química y la selección natural de la teoría de la evo­
lución. La metodología del operacionalismo constituye el producto
típico de este prejuicio antimetafísico del Positivismo Lógico; esta
teoría fue propuesta por primera vez en 1927, y alcanzó posterior­
mente una amplia difusión por medio de la influyente obra de Percy
30 La metodología de la economía
Bridgman. Para descubrir la significación de cualquier concepto cien­
tífico, reconoce Bridgman, tan sólo necesitamos especificar las ope­
raciones físicas realizadas para asignarle valores: la longitud es la
medición de objetos en una única dimensión y la inteligencia es lo que
se mide en los tests de inteligencia (ver Losee, 1972, págs. 181-84).
Popper rechaza tales intentos de demarcación entre lo significante
y lo que carece de significación, y los sustituye por un nuevo criterio
de demarcación que divide el conocimiento humano en dos clases
mutuamente excluyentes, denominadas «ciencia» y «no-ciencia». Aho­
ra bien, la respuesta tradicional del siglo xix a este problema de la
demarcación afirmaba que la ciencia difiere de la no-ciencia en virtud
de la utilización por la primera del método de inducción: la ciencia
parte de la experiencia y procede, a través de la observación y la
experimentación, a establecer leyes generales con la ayuda de las
reglas de la inducción. Desgraciadamente, la justificación de la induc­
ción entraña un problema lógico que ha preocupado a los filósofos
desde los tiempos de Hume. Para citar un ejemplo concreto: los
hombres infieren la ley general de que el sol sale siempre por las
mañanas de la experiencia pasada, en la que el sol ha salido cada
día por la mañana; sin embargo, ésta no puede ser una inferencia
lógicamente concluyente, en el sentido de que premisas verdaderas
necesariamente implican conclusiones verdaderas, porque no existe
garantía absoluta alguna de que lo que hemos experimentado hasta
el momento persistirá en el futuro. Argumentar que la ley de la sa­
lida del sol por las mañanas está basada en la experiencia invariable
es, en palabras de Hume, eludir la cuestión, porque lo único que
hacemos con ello es trasladar el problema de la inducción del caso
de que se trate, a otro caso; el problema consiste en cómo podemos
inferir lógicamente algo referente a la experiencia futura, sobre la
única base de la experiencia pasada. En algún momento de la argu­
mentación, la inducción desde casos particulares hasta la formulación
de una ley universal exigirá un salto ilógico de pensamiento, elemen­
to que muy bien puede llevarnos a conclusiones falsas, aunque nues­
tras premisas fuesen ciertas. Hume no negó el hecho de que todos
generalizamos constantemente a partir de los casos particulares de
nuestra experiencia por costumbre y por asociación de ideas espon­
tánea, pero lo que negó fue que tales inferencias tuviesen una justi­
ficación lógica. Este es el famoso problema de la inducción.
De la argumentación de Hume se sigue que existe una asimetría
fundamental entre inducción y deducción, entre demostrar y no-de­
mostrar, entre verificación y falsación, entre afirmar la verdad y ne­
garla. No es posible derivar, o establecer de forma concluyente, afir­
maciones universales a partir de afirmaciones particulares, por muchas
Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 31
que sean éstas, mientras que cualquier afirmación universal puede
ser refutada, o lógicamente contradicha, por medio de la lógica de­
ductiva, por una sola afirmación particular. Utilizaremos el ejemplo
popperiano favorito (que en realidad tiene su origen en John Stuart
Mili): ningún número de observaciones acerca de que los cisnes son
blancos nos permitirá inferir que todos los cisnes son blancos, pero
la observación de un único dsne negro, nos permite refutar aquella
conclusión. En resumen, no es posible demostrar que algo es mate­
rialmente cierto, pero siempre es posible demostrar que algo es ma­
terialmente falso, y esta es la afirmación que constituye el primer
mandamiento de la metodología científica. Popper utiliza esta asi­
metría fundamental en la formulación de su criterio de demarcación:
ciencia es el cuerpo de proposiciones sintéticas acerca del mundo
real, que es susceptible, al menos en principio, de falsación por me­
dio de la observación empírica, ya que excluye la posibilidad de que
ciertos acontecimientos se produzcan. Así pues, la ciencia se carac­
teriza por su método de formulación de proposiciones contrastables,
y no por su contenido, ni por su pretensión de certeza en el cono­
cimiento; si alguna certeza proporciona la ciencia, ésta será más bien
la certeza de nuestra ignorancia.
La línea que queda trazada en consecuencia entre la ciencia y la
no-ciencia no es, sin embargo, absoluta; tanto la falsabilidad como
la contrastabilidad son cuestiones de grado (Popper, 1965, pág. 113;
1972b, pág. 257; 1976, pág. 42). En otras palabras, hemos de pensar
en el criterio de demarcación como caracterizador de un espectro
más o menos continuo de conocimientos, en uno de cuyos extremos
encontraremos ciertas ciencias naturales «fuertes», como la física y
la química (a las que seguirán a continuación un conjunto de cien­
cias más «débiles», como la biología evolucionista, la geología y la
cosmología) y en cuyo extremo opuesto encontraremos a la poesía,
las artes, la crítica literaria, etc., encontrándose la historia y todas las
ciencias sociales en algún punto intermedio, que esperamos esté más
cerca del extremo científico que del no-científico del espectro.
Una falacia lógica
Insistamos ahora sobre la distinción entre verificabilidad y falsa­
bilidad por medio de una breve disgresión referente al fascinante
tema de las falacias lógicas. Dado el silogismo hipotético: «Si A es
cierto, entonces B también es cierto; A es cierto, luego B también
es cierto», la afirmación hipotética de la premisa mayor puede divi­
dirse en un antecedente «A es cierto» y un consecuente «entonces,
32 La metodología de la economía
B es cierto». Para llegar a la conclusión «B es cierto», debemos ser
capaces de afirmar que realmente A es cierto; en el lenguaje técnico
de la lógica, hemos de «establecer el antecedente» de la premisa ma­
yor de la afirmación hipotética, para que la conclusión de que «B es
cierto» se siga como necesidad lógica. Recuérdese que el término
cierto utilizado en la argumentación se refiere a certeza lógica, y no
a certeza fáctica.
Consideremos lo que pasa, sin embargo, si alteramos ligeramente
la premisa menor de nuestro silogismo hipotético como sigue: «Si A
es cierto, entonces, B es cierto; B es cierto, luego A es cierto». En
vez de establecer la certeza del antecedente, establecemos ahora la
del consecuente, y tratamos de obtener, a partir de la certeza del
consecuente, «B es cierto», la certeza del antecedente «A es cierto».
Pero este es un razonamiento falaz porque ya no estamos en el caso
de que nuestra conclusión ha de seguirse con necesidad lógica de
nuestras premisas. Un ejemplo puede ilustrar este punto: si Blaug
es un experto filósofo, sabrá cómo usar correctamente las reglas de
la lógica; Blaug sabe cómo usar correctamente las reglas de la lógica,
luego Blaug es un experto filósofo (cosa que no es cierta).
Así pues, es lógicamente correcto «establecer el antecedente» (al­
gunas veces denominado modus ponens), pero «establecer el conse­
cuente» es una falacia lógica. Lo que podemos hacer, sin embargo, es
«negar el consecuente» (modus tollens), y esto sí que es siempre
lógicamente correcto. Si expresamos nuestro silogismo hipotético en
forma negativa, tendremos: «Si A es cierto, entonces B es cierto;
B no es cierto; luego A no es cierto». Siguiendo con nuestro ejemplo
anterior: si Blaug no usa correctamente las reglas de la lógica, esta­
remos lógicamente justificados para concluir que no es un experto
filósofo.
Esta es una de las razones por las que Popper subraya la idea
de que existe una asimetría entre verificación y falsación. Desde un
punto de vista estrictamente lógico, nunca podemos afirmar que una
hipótesis es necesariamente cierta porque esté de acuerdo con los
hechos; al pasar en nuestro razonamiento de la verdad de los hechos
a la verdad de la hipótesis, cometemos implícitamente la falacia ló­
gica de «afirmar el consecuente». Por otra parte, podemos negar
la verdad de una hipótesis en relación con los hechos, porque, al
pasar en nuestro razonamiento de la falsedad de los hechos a la false­
dad de la hipótesis, invocamos el proceso de razonamiento, lógica­
mente correcto, denominado «negar el consecuente». Para resumir
la anterior argumentación en una fórmula mnemotécnica, podríamos
decir: no existe lógica de la verificación, pero sí existe lógica de la
refutación.
Parte I. Lo que usted siempre quiso saber
El problema de la inducción
33
Si la ciencia ha de caracterizarse por un continuo intento de fal­
sación de las hipótesis existentes, con objeto de reemplazarlas por
otras que resistan la falsación con éxito, parece lógico preguntarse
de dónde vienen tales hipótesis. Popper sigue las ideas recibidas al
negar todo interés al llamado «contexto del descubrimiento», como
distinto del «contexto de justificación» — el problema de la génesis
del conocimiento científico queda así relegado al campo de la sico­
logía o de la sociología del conocimiento (1965, págs. 31-2)— y el
insistir en que, en cualquier caso, y sea cual sea el origen de las
generalizaciones científicas, dicho origen no se encuentra en la induc­
ción a partir de casos particulares. La inducción es, para Popper, un
mito: las inferencias inductivas no sólo no son válidas, como demos­
tró Hume hace ya mucho tiempo, sino que son prácticamente impo­
sibles (Popper, 1972a, págs. 23-9; 1972b, pág. 53). La obtención
de generalizaciones inductivas no es posible porque, en el momento
en que hayamos seleccionado un conjunto de observaciones de entre
el infinito número de observaciones posibles, habremos establecido
ya un cierto punto de vista y ese punto de vista es en sí mismo una
teoría, aunque en estado burdo y poco sofisticado. En otras palabras,
no existen los «hechos en bruto» y todos los hechos están cargados
de teoría —fundamental idea, a la que volveremos más adelante— .
Popper, al igual que Hume, no niega que la vida diaria esté llena
de ejemplos que parecen inducciones, pero, a diferencia de aquél,
llega hasta a negar que éstas sean realmente generalizaciones libres
de la influencia de intuiciones anteriores. En la vida ordinaria, al
igual que en la ciencia, adquirimos conocimientos y los mejoramos
utilizándolos a través de una constante sucesión de conjeturas y refu­
taciones, para lo cual utilizamos el familiar método de prueba y error.
En este sentido, podríamos decir que Popper no ha resuelto real­
mente el problema de la inducción, una de sus pretensiones favori­
tas, sino que más bien lo ha disuelto 6.
Para evitar malentendidos, tendremos que dedicar un momento
a examinar el doble sentido que puede atribuirse en el lenguaje co­
6 La historia de la filosofía está simplemente plagada de intentos fracasados
de resolver «el problema de la inducción». Ni siquiera los economistas han
podido resistir la tentación de entrar en el juego de tratar de refutar a Hume.
Por ejemplo, Roy Harrod (1956) escribió todo un libro tratando de justificar
la inducción como una forma de razonamiento probabilístico, en el que se con­
sideraba la probabilidad como una relación lógica y no como una característica
objetiva de los acontecimientos. La cuestión a que nos referimos incluye una
serie de complicadas paradojas referentes al propio concepto de probabilidad,
en las que no podemos entrar aquí (pero véase Ayer, 1970, al respecto).
34 La metodología de la economía
rriente al término inducción. Hasta aquí hemos venido utilizando el
término inducción en su sentido lógico estricto, como aquella argu­
mentación que emplea premisas que contienen información acerca de
algunos elementos de una cierta clase de fenómenos, con objeto de
apoyar una generalización referente a dicha clase en su conjunto que
sea, por tanto, aplicable a elementos no-examinados del conjunto.
En Popper, lo mismo que en Hume, la inducción en este sentido no
constituye argumento lógico válido; tan sólo la lógica deductiva pro­
porciona lo que los lógicos denominan argumentos «demostrativos»
o compelentes, a través de los cuales las premisas verdaderas llevan
siempre a conclusiones verdaderas. Pero en el campo de las ciencias,
al igual, por otra parte, que en las formas cotidianas de pensamiento,
nos vemos continuamente enfrentados a argumentos denominados
también «inductivos» y que tratan de demostrar que una determi­
nada hipótesis se ve apoyada por determinados hechos. Tales argu­
mentos pueden denominarse «no-demostrativos», en el sentido de
que las conclusiones, aunque de algún modo vengan «apoyadas» por
las premisas, no están lógicamente «ligadas» a aquéllas (Barker, 1957,
páginas 3-4); incluso si las premisas son ciertas, una inferencia in­
ductiva no-demostrativa no puede excluir lógicamente la posibilidad
de que la conclusión sea falsa. Así pues, la argumentación: «He visto
un gran número de cisnes blancos; nunca he visto un cisne negro;
por tanto, todos los cisnes son blancos», es una inferencia inductiva
no-demostrativa que no se deduce de las premisas mayor y menor,
con lo que ambas premisas pueden ser verdaderas sin que la conclu­
sión se siga de ellas lógicamente. En resumen, un argumento no^de-
mostrativo puede, en el mejor de los casos, persuadir a una persona
ya convencida, mientras que un argumento demostrativo debe con­
vencer incluso a sus más obstinados oponentes.
La afirmación de Popper de que «la inducción es un mito» se
refiere a la inducción como argumento lógico demostrativo, y no a
la inducción como intento no-demostrativo de confirmar ciertas hipó­
tesis, intento que con frecuencia lleva consigo ejercicios de inferencia
estadística 7. Por el contrario, y como veremos más adelante, Popper
tiene mucho que decir acerca de la inducción no-demostrativa, o lo
que a veces se denomina la lógica de la confirmación. Por todo lo di­
cho, quedará claro que difícilmente podremos encontrar concepto más
1 La tendencia a perder de vista el doble significado del término «induc­
ción» es responsable de algunos de los ataques que se han lanzado contra lo
escrito por Popper en detrimento del inductivismo (véase, por ejemplo, Grun-
baum, 1976). Barker (1957) nos proporciona un buen tratamiento de estas cues­
tiones, aunque su discusión de las ideas de Popper deja bastante que desear;
véase también Braithwaite (1960, capítulo 8).
equivoco que la idea corriente de que la inducción y la deducción son
operaciones mentales opuestas, siendo la deducción la operación que
nos lleva de lo general a lo particular y la inducción la que va de lo
particular a lo general. La dicotomía relevante no se plantea nunca
entre inducción y deducción, sino entre inferencias demostrativas que
son ciertas, e inferencias no-demostrativas que son dudosas (ver Co­
hén, 1931, págs. 76-82; Cohén y Nagel, 1934, págs. 173-84).
Sólo con que consiguiésemos garantizar la utilización lingüística
del termino «aducción» para las formas de razonamiento no-demos-
trativas, y a las que vulgarmente se aplica el término «inducción»,
podríamos evitar una gran cantidad de malentendidos (Black, 1970,
página 137). Por ejemplo, con frecuencia nos encontramos con afir­
maciones del tipo: toda la ciencia se basa sobre la inducción; la de­
ducción no es más que un instrumento de pensamiento que no puede
servir como medio de adquisición de nuevos conocimientos, ya que
es como una especie de máquina de hacer salchichas que tan sólo
genera por un extremo lo que previamente se haya introducido por
el otro; sólo por medio de la inducción podemos aprender algo nue­
vo sobre el mundo y, después de todo, la ciencia no es sino la acu­
mulación de conocimientos sobre el mundo que nos rodea. Este punto
de vista, que prácticamente repite literalmente la argumentación de
John Stuart Mili en su Lógica, es simplemente un espantoso embrollo
de palabras, en el que se supone que la inducción es lo opuesto de
la deducción, y que ambos son los únicos métodos de pensamiento
lógico existentes. Pero la inducción demostrativa no existe, y la aduc­
ción no es en absoluto lo opuesto de la deducción, sino que, de he­
cho, constituye otro tipo de operación mental completamente dife­
rente; la aducción es la operación no-lógica que nos permite saltar
desde el caos que es el mundo real a la corazonada que supone una
conjetura tentativa respecto de la relación que realmente existe entre
un conjunto de variables relevantes. La cuestión de cómo se produce
dicho salto pertenece al contexto de la lógica del descubrimiento,
y puede que no sea conveniente dejar de lado despectivamente este
tipo de contexto, como los positivistas, e incluso los popperianos,
desean, pero lo cierto es que la filosofía de la ciencia se ocupa, y se
ha ocupado siempre, de forma exclusiva, del paso siguiente del pro­
ceso, es decir, de cómo esas conjeturas iniciales se convierten en
teorías científicas por medio de su inserción y articulación dentro
de una estructura deductiva más o menos coherente y completa, y de
cómo esas teorías son posteriormente contrastadas con las observa­
ciones. En definitiva, no debemos decir que la ciencia se basa en la
inducción: se basa en la aducción seguida de deducción.
Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 3 5
36 La metodología de la economía
Estratagemas inmunizadoras
Pero volvamos a Popper. Este autor hace frecuentes referencias,
especialmente en sus primeros escritos, al modelo de ley de cober­
tura de las explicaciones científicas, pero se detecta también en él
desde el principio una creciente desconfianza hacia la tesis de la si­
metría. Las predicciones tienen una importancia fundamental para
Popper respecto de la contrastación de las teorías explicativas, pero
esto no significa que considere el explanans de una teoría exclusiva­
mente como una máquina de producción de predicciones: «Considero
el interés del teórico en la explicación — es decir, en el descubri­
miento de teorías explicativas— como irreducible a su interés pura­
mente técnico en la obtención de predicciones» (1965, pág. 61n;
también, 1972a, págs. 191-95; Popper y Eccles, 1977, págs. 554-55;
y ver la nota 1 anterior). Los científicos quieren ser capaces de expli­
car y por ello deducen las predicciones lógicas inherentes a sus expli­
caciones, con objeto de contrastar sus teorías; todas las teorías «ver­
daderas» lo son tan sólo provisionalmente, ya que hasta el momento
han hecho frente con éxito a la falsación; dicho de otro modo, toda
la verdad que conocemos se encuentra incluida en aquellas teorías
que aún no han sido falsadas.
Todo dependerá, por tanto, de si, de hecho, es posible o no fal-
sar las teorías y de si, caso de que dicha falsación fuera posible, el
proceso de falsación es concluyente. Hace ya tiempo, Durhem argu­
mentó que es imposible falsar de forma concluyente las hipótesis
científicas concretas, porque siempre estamos contrastando el expla­
nans en su totalidad, es decir, la hipótesis concreta junto con propo­
siciones auxiliares, y, por consiguiente, nunca podremos estar seguros
de si lo que hemos confirmado o refutado es la hipótesis en sL Así
pues, cabe siempre la posibilidad de defender cualquier hipótesis
frente a la evidencia empírica contraria a la misma, con lo que su
aceptación o rechazo será, hasta cierto punto, una cuestión arbitraria.
Pongamos un ejemplo: si quisiéramos contrastar la ley de la caída
libre de los cuerpos de Galileo, terminaríamos necesariamente con­
trastando la ley de Galileo junto con una hipótesis auxiliar acerca
del efecto de la resistencia del aire, ya que la ley de Galileo se aplica
a la caída de los cuerpos en el vacío, y el vacío perfecto es imposible
de obtener en la práctica; nada nos impediría entonces rechazar cual­
quier refutación de la ley de Galileo sobre la base de que los ins­
trumentos de medición no han logrado eliminar los efectos de la
resistencia del aire. En resumen, concluye Durhem, los llamados «ex­
perimentos cruciales» no existen (ver Harding, 1976). Se dijo de
Herbert Spencer que su idea de la tragedia fue una bella teoría ase­
sinada por un único hecho discordante. En realidad, no tenía por
qué preocuparse: tales tragedias no ocurren jamás.
Popper no sólo es consciente de este argumento de Durhem, sino
que, en realidad, toda su metodología está concebida como un in­
tento de evitar el problema expuesto por Durhem. Puesto que Popper
es considerado todavía en ciertos círculos como un falsacionista inge­
nuo, es decir, como alguien que cree que una única refutación basta
para derrocar un teoría científica, quizas valga la pena citar su propia
respuesta a la tesis de la irrefutabilidad de Durhem:
De hecho, no es posible conseguir una refutación concluyente de ninguna
teoría, ya que siempre es posible decir que los resultados experimentales no son
fiables, o que las discrepancias que se afirma existen entre los resultados expe­
rimentales y la teoría son tan sólo aparentes y que desaparecerán con el avance
de nuestros conocimientos [Popper, 1965, pág. 50; ver también págs. 42, 82-3
y 108].
Es precisamente porque «no es posible conseguir una refutación
concluyente de ninguna teoría» por lo que necesitamos poner límites
metodológicos a las estratagemas que los científicos pueden adoptar
en defensa de sus teorías, frente a los intentos de refutación de las
mismas. Estos limites metodológicos no son añadidos sin importancia
a la filosofía popperiana de la ciencia, sino que son absolutamente
esenciales a la misma. No siempre se aprecia debidamente el hecho
de que no es la falsabilidad en sí lo que distingue en Popper lo que
es ciencia de lo que no lo es; el verdadero criterio de demarcación
entre la ciencia y la no-ciencia en este autor es la falsabilidad más
las reglas metodológicas que prohíben lo que él llamó inicialmente
«supuestos auxiliares ad-hoc», denominación que posteriormente cam­
bió por la de «estratagemas convencionalistas», y que aparece en sus
últimos escritos como «estratagemas inmunizadoras» (Popper, 1972a,
páginas 15-16 y 30; 1976, págs. 42 y 44).
Si leemos La lógica de la investigación científica de Popper bus­
cando frases del tipo: «Propongo la regla...», «adoptaremos la regla
metodológica...», o semejantes, encontraremos más de veinte frases
de este tipo. Nos parece instructivo incluir a continuación una mues­
tra de las mismas8:
Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 3 7
8 Para una lista completa de normas, véase Johannson (1957, capítulos 2-4
y 4-11); es éste un libro muy útil escrito por alguien que no demuestra, sin
embargo, ninguna simpatía por lo que hoy en día pasa por ser filosofía de la
ciencia.
1) . . . adoptar las reglas que aseguren la contrastabilidad de las proposiciones
científicas, es decir, que aseguren su falsabilidad [1965, pág. 49].
2) . . . sólo pueden incluirse en la ciencia aquellas proposiciones que sean con-
trastables intersubjetivamente [1965, pág. 56].
3) . . . en caso de que nuestro sistema se vea amenazado, no lo salvaremos por
medio de la utilización de ningún tipo de estratagema convenáonalista
[1965, pág. 82]. _ ,
4) . . . sólo son aceptables aquellas [hipótesis auxiliares] cuya introducción no
disminuya el grado de falsabilidad o contrastabilidad del sistema en cues­
tión, sino que, por el contrario, lo aumenten [1965, pág. 83].
5) Los experimentos contrastados intersubjetivamente serán, o bien aceptados,
o bien rechazados, a la luz de otros contraexperimentos. Se rechazará la
mera apelación a derivaciones lógicas que supuestamente habrán de ser des­
cubiertas en el futuro [1965, pág. 84].
6) Sólo consideraremos una teoría como falsada si descubrimos un efecto repro­
dúcele que la refute. En otras palabras, sólo aceptaremos la falsación si se
propone y corrobora una hipótesis empírica de bajo nivel que describa tal
efecto [1965, pág. 86].
7) . . . debe atribuirse prioridad a aquellas teorías que admitan las contrasta­
ciones más severas [1965, pág. 121].
8) . . . las hipótesis auxiliares deben utilizarse con la menor frecuencia posible
[1965, pág. 273].
9) . . . cualquier sistema nuevo de hipótesis habrá de implicar o explicar las
regularidades corroboradas del antiguo [1965, pág. 253].
Este es el conjunto de reglas, incluyendo la propia regla de fal­
sabilidad, que constituye el criterio de demarcación entre ciencia y
no-ciencia en Popper. Pero, ¿por qué habríamos de adoptar tal cri­
terio de demarcación? «La única razón que me guía al proponer un
criterio de demarcación», declara Popper, «es que resulta útil y fruc­
tífero, ya que con su ayuda pueden aclararse y explicarse un gran
número de cuestiones» (1965, pág. 55). Pero, fructífero ¿para qué?
¿Para la ciencia? La aparente circularidad del argumento sólo desapa­
rece si recordamos que la dedicación a la ciencia tan solo puede jus­
tificarse en términos no-científicos. Queremos adquirir conocimientos
sobre el mundo que nos rodea, aun cuando sólo sea un conocimien­
to falible, pero la cuestión de por qué una persona^ quiere adquirir
tales conocimientos sigue siendo una cuestión metafísica profunda, y
hasta el momento no contestada, referente a la naturaleza humana
(ver Maxwell, 1972).
«Las reglas metodológicas», nos dice Popper (1965, pág. 59),
«son consideradas aquí como convenciones». Nótese que no trata de
justificar sus reglas apelando a la historia de la ciencia, y que, en
realidad, rechaza explícitamente la idea de la metodología como una
jg La metodología de la economía
disciplina que se ocupa del comportamiento de los científicos en ejer­
cicio (1965, pág. 52). Es cierto que hace frecuentes referencias a la
historia de la ciencia —Einstein es para él una fuente destacada de
inspiración (1965, págs. 35-6)— , pero no pretende haber proporcio­
nado una racionalización de qué es lo que los científicos hacen cons­
ciente o inconscientemente 9. Su objetivo parece ser el de aconsejar
a. ,£Clen cos cómo han de proceder para estimular el progreso
científico y sus reglas metodológicas son explícitamente normativas,
al igual que aquella famosa norma del escolástico medieval Occam
Razor, que puede ser racionalmente discutida, pero no puede ser
derrocada por medio de contraejemplos históricos. En este sentido,
el titulo de la obra magna de Popper, La lógica de los descubrimien­
tos científicos, induce a confusión en dos aspectos I0. La lógica de los
descubrimientos científicos no es una lógica pura, es decir, una serie
de proposiciones analíticas; en sus propias palabras «la lógica de los
descubrimientos científicos debería identificarse con la teoría del mé­
todo científico» (1965, pag. 49) y tal teoría consiste, como hemos
visto, en el principio de falsabilidad más un conjunto de reglas meto­
dológicas negativas repartidas por sus escritos u . Además, la teoría
del método científico, incluso descrita en términos generales como
una especie de lógica, no es una lógica de los descubrimientos cientí­
ficos, sino mas bien una lógica de la justificación, porque el problema
de como se descubren hipótesis científicas nuevas y fructíferas ha
sido considerado desde el principio por Popper como un tema sico­
lógico y, como tal, dejado de lado *.
Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 3 9
9 Así pues, señala Popper, Newton creía haber estado utilizando el método
baconiano de inducción, lo cual hace que sus logros sean «aún más admirables,
ya que los alcanzó a pesar del inconveniente que supone el profesar unas creen­
cias metodológicas falsas» (Popper y Eccles, 1977, pág. 190; véase también Pop-
per, 1972b, pags. 106-07). Incluso Einstein, asegura Popper (1976, págs. 96-7)
fue durante años un positivista dogmático y un operacionista.
10 Puede que esto sea solamente una cuestión de mala traducción, ya que
el título original en alemán Logik der Forscbung quiere decir más bien Lógica
de la investigación.
11 Sigue siendo normal encontrar exposiciones de las ideas de Popper que
excluyen este elemento fundamental constituido por las reglas metodológicas
que prohíben las «estratagemas inmunizadoras». Véase, por ejemplo Aver (1976
papuas 157-9); Harré (1972, págs. 48-52); Williams (1975); e incluso Mageé
* Esta segunda parte de la argumentación de Blaug se refiere al título de la
traducción de la obra de Popper al inglés: The Logic of Scientific Discovery
(Lógica de los descubrimientos científicos), título de discutible traducción como
indica la nota 10 antenor. La versión española tradujo dicho título por La ló­
gica de la investigación científica, con lo que no se plantea la confusión termi­
nológica a la que Blaug se refiere. (Nota del traductor.)
La inferencia estadística
40 La metodología de la economía
Muchos comentaristas se han sentido profundamente incómodos
con una concepción de las reglas metodológicas que no es, de algún,
modo, una generalización basada en los logros científicos del pasado.
Pero los economistas están admirablemente equipados para apreciar
el valor de las reglas metodológicas puramente normativas, ya que
se encuentran con ellas cada vez que estiman una relación estadística.
Como nos dicen todos los textos elementales de Estadística, la infe­
rencia estadística supone el uso de observaciones muéstrales para in­
ferir algo acerca de las características desconocidas de la población
en su conjunto, y al realizar tales inferencias podemos muy bien ser,
o bien demasiado estrictos, o demasiado permisivos: corremos siempre
el riesgo de incurrir en lo que se ha denominado error Tipo I, la
decisión de rechazar una proposición que en realidad es cierta, pero
también corremos el riesgo de incurrir en el error Tipo II, la decisión
de aceptar una proposición que en realidad es falsa, y, en general, no
hay forma de establecer una contrastación estadística que no impli­
que la asunción de ambos riesgos a la vez: se nos instruye para que
contrastemos las hipótesis estadísticas indirectamente, por medio de
una versión negativa de la hipótesis a contrastar, es decir, por medio
de la hipótesis nula, H». El error Tipo I, o «tamaño» del test, con­
siste entonces en rechazar indebidamente Ho, y el error Tipo II, o
«potencia» del test, consiste en aceptarla indebidamente. Se nos
enseña además a elegir un tamaño pequeño, digamos 0,01 ó 0,05, y
a maximizar la potencia consistente con dicho tamaño o, alternativa­
mente, fijar el error Tipo I en alguna cifra arbitrariamente pequeña
y maximizar después el error Tipo II para un error Tipo I dado.
Esto nos lleva finalmente a una conclusión, tal como la de que la
hipótesis dada queda establecida a un nivel del 5 por 100 de signi­
ficación, lo cual quiere decir que estamos dispuestos a asumir el
riesgo de aceptar la hipótesis en cuestión como cierta, aunque exista
al menos una posibilidad de cada veinte de que sea falsa.
El objeto de esta sencilla disertación en lo que se ha denominado
la Teoría Neyman-Parson de la inferencia estadística consiste en de­
mostrar que cualquier test estadístico de una hipótesis dependerá
siempre, de forma importante, de una hipótesis alternativa con la
cual se compara, incluso si dicha comparación no es sino un artificio,
nuestro H». Pero esto es cierto, no sólo respecto de las contrasta-
ciones estadísticas de las hipótesis, sino de todas las contrastaciones
de «aducciones». ¿Es Pérez culpable de asesinato? Bueno, depende de
si el jurado le supone inocente hasta que se demuestre su culpabi­
lidad o le supone culpable hasta que él mismo pueda demostrar que
Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 41
es inocente. La evidencia en sí misma, siendo típicamente «circuns­
tancial», como se dice, no puede ser evaluada a menos que el jurado
decida primero si el riesgo de cometer el error Tipo I ha de ser
menor o mayor que el de cometer el error Tipo II. ¿Queremos un
sistema legal en el que nunca condenemos a personas inocentes, lo
cual lleva aparejado el coste de permitir ocasionalmente que queden
en libertad individuos culpables, o nos aseguramos de que los culpa­
bles siempre serán castigados, a consecuencia de lo cual habremos
de condenar ocasionalmente a algún inocente?
Pues bien, generalmente los científicos temen más la aceptación
de la falsedad que la falta de reconocimiento de la verdad; es decir,
se comportan como si el coste de los errores Tipo II fuese mayor
que el de los errores Tipo I. Podemos deplorar esta actitud por con­
siderarla indicio de un conservadurismo retrógrado, manifestación
típica de la poca predisposición a aceptar ideas nuevas por parte de
aquellos que tienen intereses Aeados en las doctrinas recibidas, o
podemos saludarla como muestra de un sano escepticismo, la piedra
de toque de lo mejor de la actitud científica. Pero cualquiera que
sea nuestro punto de vista al respecto, necesariamente habremos de
concluir que, de esta forma, lo que consideramos como reglas meto­
dológicas entra en la propia cuestión de si un hecho estadístico es
aceptado como tal. Siempre que digamos que una relación es estadís­
ticamente significativa a un nivel de significación bajo, como el 5 o
el 1 por 100, nos comprometemos con la decisión de que el riesgo
de aceptar una hipótesis falsa es mayor que el riesgo de rechazar
una verdadera, y esta decisión no es en sí misma una cuestión lógica,
ni puede ser justificada simplemente con referencia a la historia de
los logros científicos del pasado (ver Braithwaite, 1960, págs. 174
y 251; Kaplan, 1964, capítulo 6).
En vista del carácter estadístico inherente de la moderna física
cuántica (Nagel, 1961, págs. 295 y 312), las anteriores observacio­
nes no son únicamente pertinentes para una ciencia social como la
Economía. Siempre que las predicciones de una ciencia sean de natu­
raleza probabilística (¿y qué predicciones no lo son?, incluso un
experimento de laboratorio destinado a confirmar una relación tan
simple como la ley de Boyle tendrá que contar con que el producto
de la presión por el volumen nunca es una constante exacta), la
idea de establecer evidencias que no necesiten invocar los principios
de la metodología normativa, es simplemente absurda. La filosofía de
la ciencia de Popper hubiese sido mucho mejor comprendida, la lite­
ratura que ha suscitado estaría mucho menos plagada de los malen­
tendidos que tanto abundan en ella, si hubiese hecho referencia
42 La metodología de la economía
explícita desde el principio a la teoría de Neyman-Pearson sobre la
inferencia estadística.
Por supuesto, es cierto que esta teoría de la contrastación de
hipótesis no surgió de los escritos de Jerzy Neyman y Egon Pearson
hasta el período 1928-1935, convirtiéndose en parte de la práctica
normal durante la década de 1940 (Kendall, 1968), mientras que
La lógica de Popper fue publicada por primera vez en alemán en
1934, fecha posiblemente demasiado temprana para que hubiera po­
dido aprovechar las ideas nuevas contenidas en dicha teoría. Pero
Ronald Fisher, en un famoso artículo publicado en 1930, había de­
sarrollado ya el concepto de inferencia fiduciaria, que es virtualmente
idéntico a la moderna teoría Neyman-Pearson de la contrastación
de hipótesis (Barlett, 1968), y, además, Popper ha escrito mucho
sobre filosofía de la ciencia con posterioridad a 1934. El olvido por
parte de Popper de las implicaciones que la moderna teoría de la
inferencia estadística tiene para la filosofía de la ciencia resulta tanto
más sorprendente cuanto que dicho autor inicia su discusión sobre la
probabilidad en La lógica con la sugerencia de que las proposiciones
estadísticas son inherentemente no-falsables, ya que «no excluyen
ningún fenómeno observable» (1965, págs. 189-90). «Es claro», sigue
diciendo Popper «que la “falsación práctica” sólo puede obtenerse
a través de la decisión metodológica de considerar los acontecimien­
tos altamente improbables como imposibles» (1965, pág. 191). Aquí
está el punto central de la teoría de Neyman-Pearson y, cuando lo
consideramos desde este punto de vista, resulta obvio que el princi­
pio de falsación exige normas metodológicas que lo hagan efectivo.
La falta de utilización de la teoría de Neyman-Pearson por parte de
Popper, y particularmente su reluctancia aparente a mencionarla,
quedará como uno de esos misterios irresueltos de la historia de las
ideas n. Supongo que tendrá algo que ver con la oposición que
12 Lakatos (1978, I, pág. 25n) señala que «el falsadonismo de Popper es la
base filosófica de algunos de los desarrollos más interesantes en el campo de
la estática moderna». El enfoque Neyman-Pearson se basa totalmente sobre el fal-
sacionismo metodológico, pero Lakatos no comenta el hecho de que Popper
ignora siempre la teoría Neyman-Pearson, que se desarrolló independientemente
de la teoría de la falsación de Popper, y que en gran parte es anterior a ella.
Véase también Ackerman (1976, págs. 84-5). Braithwaite (1960, pág. 199n),
después de señalar la íntima conexión existente entre el «problema de la induc­
ción» y los trabajos anteriores de Fisher sobre la significación de las contrasta-
dones, que culminaron en la teoría de la inferencia de Neyman-Pearson, y que
dieron lugar posteriormente a la teoría de la decisión estadística de Abraham
Wald, incluye una nota a pie de página, extremadamente reveladora, en la que
dice: «Aunque varios autores dedicados al campo de la lógica se refieren al
método de “ máxima probabilidad” de Fisher, tan sólo conozco dos trabajos en
este campo: el de C. W. Churchman: The Theory of Experimental Injerence
Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 43
Popper mantuvo toda su vida en contra de la utilización de la teoría
de la probabilidad en la tarea de evaluar la verosimilitud de una hi­
pótesis — cuestión demasiado embrollada como para introducirla
aquí— , pero sólo se trata de una suposición por mi parte.
Grados de corroboración
Aunque Popper niega la idea de que las explicaciones científicas
sean simplemente «pases» que nos permiten inferir predicciones, in­
siste de todos modos en que las explicaciones científicas sólo pueden
evaluarse en términos de las implicaciones que proporcionan. La veri­
ficación de las predicciones de una explicación teórica, es decir, la
demostración de que existen fenómenos observables que son compa­
tibles con la explicación en cuestión, es tarea fácil: por absurda que
sea una teoría, raro será que no encuentre alguna observación que la
verifique. Una teoría científica sólo es puesta realmente a prueba
cuando el científico especifica de antemano las condiciones observa­
bles que pueden falsar la teoría 13. Cuanto más exacta sea la espe­
cificación de dichas condiciones de falsación, y cuanto más probable
sea que éstas se den, mayores serán los riesgos que corre la teoría.
Si tan temeraria teoría resiste repetidamente la falsación con éxito
y si, además, predice con éxito resultados que no se siguen de las
demás explicaciones teóricas alternativas, se dirá que la teoría está
ampliamente confirmada o, como Popper prefiere decir, que está «bien
corroborada» (1965, capítulo 10). En definitiva, una teoría estará
bien corroborada, no cuando esté de acuerdo con un gran número
de hechos, sino cuando seamos incapaces de encontrar hechos que
la refuten.
En la filosofía de la ciencia tradicional del siglo xix, las teorías
científicas aceptables habían de cumplir toda una lista de condicio­
(Nueva York, 1948), y el de Rudolf Carnap: Logical Foundations of Probability,
que hagan referencia al trabajo de Wald o al trabajo de Neyman y Pearson, que
data de 1933.»
13 Resulta interesante encontrar en un determinado momento en Darwin
(1968, págs. 228-29) una puntualización tan popperiana: «Si pudiese probarse
que una parte cualquiera de la estructura de cualquier especie se hubiese cons­
tituido exclusivamente en beneficio de otra especie, mi teoría quedaría aniqui­
lada, ya que tal cosa no podría haberse producido a través de la selección na­
tural»; cita el caso del cascabel de la serpiente de cascabel como ejemplo, pero
inmediatamente elude la cuestión del comportamiento altruista, añadiendo: «No
dispongo de espacio aquí para la discusión de casos como éste.» El problema
de como explicar el altruismo en los animales sigue siendo una constante pre­
ocupación de los modernos sociobiólogos.
44 La metodología de la economía
nes, tales como la consistencia interna, la simplicidad, integridad,
economía de supuestos, generalidad de explicación, y quizás incluso
la relevancia práctica de sus implicaciones. Es interesante señalar
que Popper lucha por reducir al máximo estos criterios tradicionales
a su exigencia general de predicciones falsables. Obviamente, la con­
sistencia lógica es «la exigencia más general» para cualquier teoría,
porque una explicación que se contradiga a sí misma será compatible
con cualquier acontecimiento y, por consiguiente, nunca podrá ser
refutada (Popper, 1965, pág. 92). Igualmente, es obvio que cuanto
mayor sea la generalidad de una teoría, más amplio será el campo
de sus implicaciones y, por tanto, más fácil será refutarla; en este
sentido, la extendida preferencia por teorías científicas de creciente
amplitud puede interpretarse como un reconocimiento implícito del
hecho de que el progreso científico se caracteriza por la acumulación
de teorías que han sido capaces de hacer frente a severas contrasta­
ciones. Popper arguye también, y esta es una cuestión más contro­
vertida, que la simplicidad de una teoría puede equipararse a su
grado de falsabilidad, en el sentido de que cuanto más simple sea
una teoría más estrictas serán sus implicaciones observables, y por
consiguiente mayor su contrastabilidad; y que es por esta característica
de las teorías más simples por lo que la ciencia busca la simplicidad
en sus formulaciones (Popper, 1965, capítulo 7). No está claro que
este sea un argumento convincente, puesto que el propio concepto
de simplicidad de una teoría viene muy condicionado por la pers­
pectiva histórica en que los científicos se sitúen. Más de un historia­
dor de la ciencia ha señalado que la elegante simplicidad de la teoría
de la gravitación de Newton, que tanto impresionó a los pensado­
res del siglo xix, no conmovió especialmente a sus contemporáneos
del siglo xvn, y si las modernas teorías de la mecánica cuántica y de
la relatividad son ciertas, hemos de reconocer que no son teorías
precisamente simples 14. Los intentos de definir qué es lo que enten­
demos exactamente por simplicidad de las teorías han fracasado hasta
el momento (Hempel, 1966, págs. 40-5), y puede que Oscar Wilde
tuviera razón cuando decía, en son de mofa, que la verdad raramente
es pura y nunca es simple.
Pero sea como fuere, el caso es que la referencia de Popper a
los «grados de corroboración» de una teoría puede sugerir la idea
14 Como ha observado Polanyi (1958, pág. 16): «Las grandes teorías rara­
mente son simples en el sentido ordinario del término. Tanto la mecánica cuán­
tica como la teoría de la relatividad son muy difíciles de entender; tan sólo
nos lleva unos cinco minutos el memorizar los hechos que la relatividad explica,
pero son necesarios años de estudio para dominar la teoría y ver dichos hechos
en su adecuado contexto.»
Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 45
de comparación métrica entre teorías, cuando, de hecho, este autor
niega explícitamente la posibilidad de atribuir expresión numérica al
grado de falsabilidad de un sistema teórico. Ante todo, no es posible
falsar teoría alguna por medio de un único experimento — la tesis
de irrefutabilidad de Durhem. En segundo lugar, aunque podemos
exigir de los científicos que no traten de evitar la refutación de sus
teorías por medio de «estratagemas inmunizadoras», debemos reco­
nocer el valor funcional que, en ciertas circunstancias, puede tener
el seguir confiando tenazmente en una teoría refutada, en la espe­
ranza de que sea posible corregirla hasta capacitarla para hacer frente
a las anomalías descubiertas (Popper, 1972a, pág. 30); en otras pala­
bras, el consejo que el popperianismo ofrece a los científicos no ca­
rece de ambigüedades. En tercer lugar, la mayor parte de los proble­
mas de evaluación de teorías suponen, no solamente un duelo entre
una teoría y un conjunto de observaciones, sino una lucha a tres
bandas entre dos o más teorías rivales y un cuerpo de evidencia
empírica que ambas teorías explican de forma más o menos satisfac­
toria (Popper, 1965, págs. 32-3, 53-4 y 108). Estas tres considera­
ciones relegan el concepto de grados de corroboración de una teoría
al papel de comparación original ex-post, que será inherentemente
cualitativa (Popper, 1972a, págs. 18 y 59):
Denomino grado de corroboración de una teoría al conciso informe que eva­
lúa el estado de la discusión crítica respecto de dicha teoría en un momento
dado t, en cuanto a la forma en que ésta resuelve sus problemas; en cuanto
a su grado de contrastabilidad; en cuanto a la severidad de las contrastaciones a
que ha sido sometida; y en cuanto a la forma en que ha enfrentado tales con­
trastaciones. La corroboración (o grado de corroboración) de una teoría será,
por tanto, el informe evaluador del comportamiento pasado de la misma. Al
igual que la preferencia, la corroboración es esencialmente comparativa: en ge­
neral, lo único que podemos decir es que la teoría A posee un grado de corro­
boración mayor (o menor) que el de la teoría alternativa B, a la luz de la dis­
cusión crítica de ambas, lo cual incluye las contrastaciones realizadas hasta un
cierto momento de tiempo, t. Al tratarse tan sólo de un informe sobre el com­
portamiento pasado, tendrá alguna influencia respecto de nuestra preferencia
de una teoría sobre otras, pero no nos dice nada en absoluto respecto de su
futuro comportamiento, ni respecto de la «fiabilidad» de una teoría... No creo
que los grados de verosimilitud, o la medición del contenido de verdad, o del
contenido de falsedad (o, digamos, el grado de corroboración, o incluso la pro­
babilidad lógica) puedan llegar a determinarse numéricamente nunca, excepto
en ciertos casos-límite (tales como los casos 0 y 1).
El problema de dotar de alguna precisión al concepto de corrobo­
ración se agrava aún más por el hecho de que las teorías rivales pue­
den referirse en la práctica a campos ligeramente diferentes, en cuyo
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  • 1. Mark Blaug La metodología de la economía A lianza Universidad Cubierta Daniel Gil Después de largos años de complacencia general respecto al status científico de su disciplina, los economistas empiezan a sospechar la existencia de serias imperfecciones en la construcción de su edificio metodológico. MARK BLAUG examina los fundamentos de LA METODOLOGIA DE LA ECONOMIA, que se ocupa de los conceptos y de los principios básicos de razonamiento en esa parcela del conocimiento. La pregunta acerca de COMO EXPLI­ CAN LOS ECONOMISTAS —subtítulo del volumen— remite a la naturaleza, la estructura, los procedimientos de validación y las implicaciones predictivas de sus teorías, así como a las relaciones existentes entre la economía como ciencia y la economía política como arte. Las dos primeras secciones resumen la evolución de la nueva filosofía de la ciencia («Lo que usted siempre quiso saber, y nunca se atrevió a preguntar, sobre la filosofía de la ciencia») y la historia específica de la metodología económica (los verificacio- nistas, los falsacionistas y la distinción entre economía positiva y economía normativa). La tercera parte lleva a cabo una evalua­ ción metodológica del programa de investigación neo-clásico: la teoría del comportamiento del consumidor, la teoría de la empresa, la teoría del equilibrio general, la teoría de la producti­ vidad marginal, la teoría de Heckscher-Ohlin del comercio internacional, la polémica entre keynesianos y monetaristas, la teoría del capital humano y la teoría de la nueva economía de la familia. Cierran la obra un capítulo de conclusiones («¿Qué es lo que hemos aprendido hasta aquí sobre la economía?») y un útil apéndice.
  • 2. Alianza Universidad Mark Blaug La metodología de la economía o cómo explican los economistas Versión española de Ana Martínez Pujana Alianza Editorial
  • 3. INDICE Prefacio.............................................................................................. 11 P a r t e . I. Lo que usted siempre quiso saber, y nunca se atre­ vió a preguntar, sobre la filosofía de la ciencia. 1. De las ideas recibidas a las de Popper....................... 19 Las ideas recibidas, 19.— El modelo hipotético-deductivo, 20. Las tesis de la simetría, 22.— Normas «versus» práctica efec­ tiva, 27.— El falsacionismo de Popper, 29.— Una falacia lógi­ ca, 31.— El problema de la inducción, 33.— Estratagemas inmu- nizadoras, 36.— La inferencia estadística, 40.— Grados de corro­ boración, 43.— Conclusión fundamental, 46. 2. De Popper a la nueva heterodoxia............................. 48 Los paradigmas de Kuhn, 48.— Metodología «versus» historia, 52.— Programas científicos de investigación, 54.— El anarquis­ mo de Feyerabend, 60.— De vuelta a los primeros principios, 64.— En defensa del monismo metodológico, 66. P a r t e II.- Historia de la metodología económica. 3. Los verificacionistas: una historia del siglo xx en gran p arte................................................................................... 75 La prehistoria de la metodología económica, 75.— El ensayo de Mili, 79.— Las leyes de tendencia, 85.— La lógica de Mili, 89. Las ideas económicas de Mill en la práctica, 92.— El método lógico de Cairnes, 97.— Neville Keynes resume la cuestión, 7
  • 4. Indice 114 150 101.— El ensayo de Robbins, 106.— Los modernos austríacos, 111. 4. Los falsacionistas: una historia totalmente del siglo xx ¿Ultraempirismo?, 114.— De nuevo los apriorismos, 117.— El operacionalismo, 119.— La tesis de la irrelevancia-de-los- supuestos, 124.— La característica-F, 131.— El mecanismo dar­ winiano de supervivencia, 134.— Falsacionismo ingenuo «ver­ sus» falsacionismo sofisticado, 141.— Vuelta al esencialismo, 143.— El institucionalismo y los modelos esquemáticos, 147. La corriente principal, 148. 5. La distinción entre economía positiva y economía nor­ mativa ................................................................................. La guillotina de Hume, 150.—-Juicios metodológicos «versus» juicios de valor, 152.— ¿Una ciencia social libre de juicios de valor?, 155.—Un ejemplo de ataque contra el wertfreiheit, 161. Breve bosquejo histórico, 162.— La economía positiva paretina del bienestar, 165.— El teorema de la mano invisible, 168.— La dictadura de la economía paretina del bienestar, 170.— El economista como tecnócrata, 171.— Los prejuicios y la eva­ luación de la evidencia empírica, 175. P a r t e III. Evaluación metodológica del programa de inves­ tigación neo-clásico. 6. La teoría del comportamiento del consumidor......... Introducción, 183.— La ley de la demanda ¿es una ley?, 185. De las curvas de inferencia a la preferencia revelada, 188.— Trabajos empíricos sobre la demanda, 192.— La importancia de los bienes Giffen, 194.— La teoría de las características de Lancaster, 196. 7. La teoría de la empresa.................................................... 199 La defensa clásica, 199.— El determinismo situacional, 203.— Implicaciones competitivas a pesar del oligopolio, 207. 8. La teoría del equilibrio general..................................... 212 La contrastación de la teoría del EG , 212.— ¿Una teoría o un marco de referencia?, 214.— Relevancia práctica, 216. 9. La teoría de la productividad marginal....................... 218 Las funciones de producción, 218.— La teoría hicksiana de las participaciones relativas, 221.— Contrastaciones de la teoría de la productividad marginal, 224. 10. Elretorno de las técnicas y todo e so ............................ 227 La medición del capital, 227.— La existencia de una función de demanda de capital, 228.— La significación empírica del re­ tomo de las técnicas, 230. 183 11. La teoría Heckscher-Ohlin del comercio internacional 235 El teorema Heckscher-Ohlin, 235.— El teorema de igualación de los precios de los factores de Samuelson, 236.— La para­ doja de Leontief, 237.— El programa de investigación de Ohlin- Samuelson, 239.— Contrastaciones adicionales, 240. 12. Keynesianos «versus» monetaristas............................. 242 ¿Un debate inútil?, 242.— Las sucesivas versiones del mone- tarismo de Friedman, 244.— La teoría de Friedman, 245.— La fase III del monetarismo, 247.— Recuperación del mensaje de Keynes, 248. 13. La teoría del capital humano........................................ 250 Núcleo «versus» cinturón protector, 250.— Individualismo me­ todológico, 254.—Contenido del programa, 257.— La hipótesis del mecanismo-espejo («screening hypothesis»), 259.— Evalua­ ción final, 264. 14. La nueva economía de la fam ilia.................................. 267 Funciones de producción de la unidad familiar, 267.-—La ad- hocicidad, 270.— Algunas implicaciones, 271.— El verificacio- nismo de nuevo, 275. P a r t e IV. ¿Qué es lo que hemos aprendido hasta aquí so­ bre la economía? 15. Conclusiones....................................................................... 281 La crisis de la economía moderna, 281.— Medición sin teoría, 285.— El falsacionismo una vez más, 288.— La economía apli­ cada, 288.— El mejor camino hacia adelante, 291. Apéndice terminológico.................................................................. 294 Indice de nombres............................................................................ 299 Indice de materias............................................................................ 305 Indice 9 8
  • 5. PREFACIO En la elección de tema (contenido y método de la Economía) temo haber incurrido en dos faltas: la del aburrimiento y la de la presunción. Las especu­ laciones en el campo de la metodología son famosas por su trivialidad y su prolijidad, y ofrecen además campo abonado para toda clase de luchas intesti­ nas; no es posible llegar a una comprobación generalmente aceptada de las posi­ ciones contendientes, y se considera que una victoria en este terreno, aunque fuese alcanzable, no beneficiaría a la ciencia en sí. La esterilidad de las conclu­ siones metodológicas constituye con frecuencia adecuado complemento del tedio que provoca el proceso seguido para alcanzarlas. Acusado de fastidioso y aburrido, el metodólogo no puede refugiarse bajo un manto de modestia, ya que, muy al contrario, su figura se'yergue y se ade­ lanta, lista siempre, en consonancia con sus pretensiones, a aconsejar a diestro y siniestro, a criticar el trabajo de los demás, trabajo que, sea cual sea su valor, trata al menos de ser constructivo; se erige a sí mismo, en suma, como intér­ prete último del pasado y dictador de los esfuerzos futuros. Roy Harrod: Economic Journal, 48, 1938 La expresión «la metodología de...» suele aparecer rodeada de funesta ambigüedad. Se considera a veces que con el término meto­ dología designamos los procedimientos técnicos de una disciplina, y que se trata simplemente de un sinónimo algo rimbombante de la palabra método. Con frecuencia, sin embargo, se utiliza esta palabra para designar la investigación de los conceptos, teorías y principios básicos de razonamiento utilizados en una determinada parcela del saber, y es precisamente a este sentido más amplio del término al que nos referiremos en el presente libro. Para evitar malentendidos, he añadido el subtítulo Cómo explican los economistas, sugiriendo que «la metodología de la Economía» debe entenderse simplemente como la aplicación a la Economía de la filosofía de la ciencia en general. El preguntarse acerca de cómo explican los economistas los fenó­ menos de cuyo estudio se ocupan es, en realidad, preguntar en que sentido la Economía es una ciencia. En palabras de un eminente filó­ sofo de la ciencia de nuestros días: «Es el deseo de explicaciones que sean al mismo tiempo sistemáticas y controladas por la evidencia empírica, lo que genera la ciencia; y el objetivo característico de las ciencias consiste en la organización y clasificación del conocimiento adquirido sobre la base de principios explicativos» (Nagel, 1961, pá­ gina 4). Sin duda, la Economía proporciona multitud de ejemplos de «explicaciones que son a la vez sistemáticas y controladas por la evidencia fáctica», y, por consiguiente, no perderemos el tiempo aquí tratando de defender la idea de que la Economía es una ciencia. La 10 11
  • 6. E c o n o m í a t a m b i é n e s , s i n e m b a r g o , u n a c i e n c i a p e c u l i a r ,d i s t i n t a p o r e j e m plo de la física, porque se dedica al estudio del comportamiento humano y, por tanto, invoca como «causas de las cosas» a las razones y motivos que mueven a los agentes humanos; se diferencia igual­ mente de la sociología o la ciencia política, por ejemplo, porque, en cierta medida, logra proporcionar teorías deductivas rigurosas sobre las acciones humanas, cosa que prácticamente no ocurre en esas otras ciencias del comportamiento. En resumen, las explicaciones del eco­ nomista constituyen una especie concreta de un género más amplio de explicaciones científicas, y como tales presentan ciertos rasgos pro­ b l e m á t i c o s . ¿ C u á l e s , p u e s ,l a naturaleza de las explicaciones económicas? En la medida en que dichas exp icaciones consisten en teorías definidas, ¿cuál es la estructura de dichas teorías?, y, en especial, ¿cuál es la relación existente entre los supuestos y las implicaciones predictivas de las teorías económicas? Si los economistas validan sus teorías in­ vocando a la evidencia fáctica, ¿resulta tal evidencia pertinente tan solo respecto de las implicaciones predictivas de las teorías, o respecto de los supuestos en que dichas teorías se basan, o respecto de ambos? Ademas, ¿que es lo que cuenta como evidencia fáctica para los eco­ nomistas? ¿Cómo es que teorías económicas que intentan explicar o que es, son utilizadas también en forma prácticamente idéntica para demostrar/o que debe ser? En otras palabras, ¿cuál es exacta­ mente la relación existente entre la Economía Positiva y la Economía Normativa, o en lenguaje ya pasado de moda, cuál es la relación exis­ tente entre la Economía como ciencia y la Economía Política como arte? hste es el tipo de pregunta de que nos ocuparemos en lo que sigue. Los economistas se han interesado por estas cuestiones desde los tiempos de Nassau William Sénior y John Stuart Mili, y una vuelta a estos autores del siglo xix para ver qué es lo que los economistas creían, correcta o equivocadamente, que estaban haciendo al practicar su disciplina, puede ser de un gran provecho para todos nosotros. Ya en 1891 John Neville Keynes consiguió recoger todo el pensa- miento metodologico de los economistas de su generación, en su me­ recidamente famoso Scope and Method of Political Economy (Conte- nido y método de la Economía Política), que puede considerarse como el punto de referencia obligado en la historia de la metodo­ logía económica. El siglo xx fue testigo de una compilación similar contenida en The Nature and Significance of Economic Science (Natu­ raleza y significación de la Ciencia Económica) (1932) de Lionel Robbins, seguida unos años más tarde por un libro que obtuvo gran difusión y que mantiene tesis diametralmente opuestas a las de Rob- 12 La metodología de la economía bins: The Significance and Basic Postulates of Economic Theory (1938) (Significación y postulados básicos de la teoría económica) de Terence Hutchinson. Más recientemente, Milton Friedman, Paul Sa­ muelson, Fritz Machlup y Ludwig von Mises han realizado impor­ tantes contribuciones a la metodología de la Economía. Resumiendo, pues, los economistas han sido desde hace tiempo conscientes de la necesidad de defender los principios «correctos» de razonamiento en su campo, y, aunque la práctica real puede tener muy poca relación con lo que se predica, la consideración de qué es lo que se predica puede tener interés en sí misma. Esta es la tarea a que se dedica la Parte II de este libro. La parte I es una introducción breve al pen­ samiento actual en el terreno de la filosofía de la ciencia; en ella se exponen una serie de distinciones que serán utilizadas a lo largo del resto del libro. Después de pasar revista a la literatura existente sobre metodo­ logía económica, en los capítulos 3 y 4 de la Parte II, en el capí­ tulo 5 revisamos la espinosa cuestión del estatus lógico de la Eco­ nomía del Bienestar. Al final de dicho capítulo, habiendo ya obtenido una visión más o menos completa de las cuestiones candentes en la Metodología de la Economía, estaremos en disposición de aplicar las conclusiones obtenidas a algunas de las principales controversias que se han dado en el campo de la Economía. En consecuencia, la Parte III proporciona una serie de casos de estudio, con los que no se pretende zanjar cuestiones controvertidas respecto de las cuales los economistas aún no se han puesto de acuerdo, sino que consiste más bien en un intento de mostrar cómo cada controversia econó­ mica implica cuestiones de metodología económica. El último capítulo (Parte IV) reúne los distintos cabos expuestos en un intento de al­ canzar unas conclusiones finales; éste es quizás el capítulo más per­ sonal del libro. Posiblemente haya habido demasiados autores en el campo de la metodología económica que no han considerado que su tarea consis­ tiese en ir más allá de la simple racionalización de las formas tradi­ cionales de argumentación de los economistas, y acaso sea por esta razón por la que los economistas de hoy consideran en general la investigación metodológica de poca utilidad. Hablando francamente, lo cierto es que la metodología económica ocupa poco espacio en la formación de los economistas de hoy día, pero es posible que esto esté cambiando. Después de muchos años de complacencia general respecto del estatus científico de su disciplina, un creciente número de economistas empieza a plantearse en profundidad una serie de cuestiones acerca de lo que están haciendo. En cualquier caso, un número cada vez mayor de ellos empieza a sospechar que no todo Prefacio 13
  • 7. es perfecto en el edificio construido por la disciplina económica. No es mi intención enseñarles a ser mejores economistas, pero, por otro lado, la mera descripción de lo que los economistas hacen, sin implicación alguna sobre lecciones objetivas al respecto no tiene de­ masiado interés; en un determinado momento incluso el espectador más imparcial se sentirá dispuesto a adoptar el papel de árbitro. Al igual que otros de mis colegas, yo también tengo mis ideas acerca de ¿Qué le ocurre a la Teoría Económica?, por citar el título del libro de Benjamín Ward *, pero mi discusión no se referirá tanto al contenido de lo que hoy entendemos por Economía, sino a la forma en que los economistas tratan de validar sus teorías. Sostendré en lo que sigue que no hay nada fundamentalmente erróneo en la meto­ dología económica normal, tal como la encontramos en los primeros capítulos de casi todos los libros de texto de Teoría Económica; el problema es que los economistas no practican lo que predican. Cuando Laertes le dice a Ofelia que no se rinda a los avances de Hamlet, ella replica: «No hagas tú como algunos enfadosos pre­ dicadores/ mostrarme el empinado y espinoso camino de los cielos/ mientras como inflado y vano libertino/ él mismo se engolfa con regodeo por los caminos de la sensualidad.» En mi opinión, los eco­ nomistas del siglo xx se parecen bastante a esos «enfadosos predi­ cadores». Mis lectores podrán decidir por sí mismos si esta opinión mía queda bien defendida en este libro, pero en cualquier caso, el deseo de plantear correctamente esa defensa ha sido la razón prin­ cipal que me ha impulsado a escribirlo. Este libro se dirige principalmente a los estudiantes de Economía, es decir, a aquellos que han asimilado lo fundamental de la teoría económica básica, pero que encuentran difícil, si no imposible, la ta­ rea de elegir entre teorías económicas alternativas. Pero el interés de los economistas profesionales en los problemas metodológicos es tal, que me atrevería a esperar que incluso algunos de mis colegas llegasen a encontrar el libro interesante. Muchos otros estudiosos de las ciencias sociales — sociólogos, antropólogos, profesionales de la ciencia política e historiadores— suelen tender, o bien a envidiar a los economistas por su aparente rigor científico, o bien a despre­ ciarlos por considerarlos como los lacayos de los gobiernos. Posible­ mente no encuentren en este libro un antídoto contra la envidia, sino más bien un recordatorio de los beneficios que la economía obtiene, y siempre ha obtenido, de su orientación política. La elaboración de este libro se ha prolongado demasiado. El pri­ mer capítulo quedó esbozado en la Villa SerbeUoni, en Bellagio, Italia, * Alianza Universidad (AU), 19. 14 La metodología de la economía donde pasé el mes de noviembre de 1976, gracias a la generosidad de la Fundación Rockefeller. Cuando dejé la idílica atmósfera del Centro de Estudios y Conferencias de Bellagio, mis compromisos do­ centes e investigadores me impidieron volver a trabajar sobre el manuscrito durante todo el curso 1976-77, y aún después me llevo todo el año 1978 el terminarlo. Obtuve valiosos comentarios, dema­ siado numerosos para mi comodidad, sobre este primer esbozo de Kurt Kappholz y Thanos Skouras. Además, Ruth Towse leyó todo el manuscrito eliminando la mayor parte, si no todos, mis lapsus gra­ maticales. Por esta ingrata tarea le debo una gratitud mayor de la que puede pagarse con moneda al uso. M a r k B la u g Londres, agosto de 1980 Prefacio ^
  • 8. Parte I LO QUE UD. SIEMPRE QUISO SABER, Y NUNCA SE ATREVIO A PREGUNTAR, SOBRE LA FILOSOFIA DE LA CIENCIA
  • 9. Capítulo 1 DE LAS IDEAS RECIBIDAS A LAS DE POPPER Las ideas recibidas Cualquiera que consulte unos cuantos libros de texto de uso corriente en el campo de la filosofía de la ciencia, descubrirá pronto que se encuentra ante una extraña disciplina: no se trata, como podía esperarse, del estudio de los factores sicológicos y sociológicos que promueven y estimulan el descubrimiento de hipótesis científicas; ni siquiera se trata de una reflexión sobre los principios, métodos y resultados de las ciencias físicas y sociales que intente describir, al más alto nivel de generalidad, los logros científicos más sobresalientes. En vez de ello parece consistir básicamente en un análisis pura­ mente lógico de la estructura formal de las teorías científicas, un análisis que parece adecuarse más a la prescripción de la práctica cien­ tífica correcta que a la descripción de lo que en la actualidad enten­ demos por ciencia; y cuando se menciona la historia de la ciencia se escribe sobre ella como si la física clásica fuese el prototipo de toda ciencia, a la que tarde o temprano habrán de conformarse todas las demás si es que quieren merecer el título de «ciencia». Esta caracterización de la filosofía de la ciencia resulta hoy un poco anacrónica, puesto que refleja las ideas de los años dorados del positivismo lógico, los que separan a las dos guerras mundiales. En el período comprendido entre la década de 1920 y la de 1950 los filó­ sofos de la ciencia se mostraban en general de acuerdo con lo que Frederick Suppe (1974) ha denominado «Las ideas recibidas acerca 19
  • 10. de las teorías» Pero los trabajos de Popper, Polianyi, Hanson, Toul- min, Kuhn, Lakatos y Feyerabend, para mencionar solamente a los amores mas importantes, han destruido en gran parte esas ideas recibidas sin llegar a construir, sin embargo, una alternativa gene­ ralmente aceptada que las sustituya. En resumen, la filosofía de la ciencia es un campo en el que ha reinado una gran agitación a par­ tir de 1960, lo que complica la tarea de proporcionar una guía clara y simple del mismo en el espacio de sólo dos capítulos. En principio lo mas conveniente parece ser empezar con algunos de los rasgos prin­ cipales de las ideas recibidas, y sólo después pasar a estudiar la nueva heterodoxia, utilizando la obra de Karl Popper como puente de en­ lace entre las ideas antiguas y las nuevas, dentro del campo de la nlosoria de la ciencia. El modelo hipotético-deductivo Las ideas generalmente aceptadas acerca de la filosofía de la cien­ cia a mediados del siglo xix postulaban que las investigaciones cientí­ ficas se inician a partir de una observación de los hechos, libre y carente de prejuicios; siguen con la formulación de leyes universales acerca de esos hechos por inferencia inductiva, y finalmente llegan, de nuevo por medio de la inducción, a afirmaciones de generalidad aun mayor, conocidas como teorías. Tanto las leyes como las teorías son sometidas a un proceso de comprobación de los elementos de verdad que contienen por medio de la comparación de sus implica­ ciones empíricas con todos los hechos observados, incluyendo aque- Uos a partir de los cuales se inició el proceso. Este enfoque inductivo de la ciencia, perfectamente resumido por John Stuart Mili en su System of Logic, Ractocinative and Inductive (1843) (Sistema de lógica deductiva e inductiva), y que sigue siendo hoy en día la idea que el hombre de la calle tiene de la ciencia, empezó a derrumbarse gradualmente en la segunda mitad del siglo xix bajo la influencia de los escritos de Ernst Mach, Henri Poincaré y Pierre Duhem, y a principios de nuestro siglo empezó a tomar una visión prácticamente opuesta en los trabajos del Círculo de Viena y de los pragmáticos americanos (véanse: Alexander, 1964; Harré, 1967; y también Losee, 1 9 72, capítulos 10 y 11), de lo que surgió el modelo hipotético- deductivo de explicación científica. De todos modos, no fue hasta 1948 cuando este modelo hipo- tético-deductivo fue formalizado y propuesto como el único tipo válido de explicación en el campo de la ciencia. Esta autorizada ver­ sión apareció en primer lugar en un famoso artículo de Cari Hempel 20 La metodología de la economía y Peter Oppenheim (1965) *, en el que se argüía que toda explica­ ción verdaderamente científica tiene la misma estructura lógica: in­ cluye al menos una ley universal, más una delimitación de los con­ dicionantes iniciales relevantes que en conjunto constituyen el expla- nans, o premisas, de las cuales se deduce el explanandum, o afirma­ ciones acerca del fenómeno que se trata de explicar con la única ayuda de las reglas de la lógica deductiva. Por ley universal enten­ demos una proposición del tipo: «en todos los casos en los que se da el fenómeno A, se da también el fenomeno B», y tales leyes uni­ versales pueden ser determinadas, cuando se refieren a fenómenos individuales B, o estadísticas, cuando se refieren a clases de fenóme­ nos B (así pues, las leyes estadísticas toman la forma: «en todos los casos en los que se da el fenómeno A, se dará también el fenómeno B con una probabilidad de p, siendo 0 < p < l» ) . Por leyes de la 1» gica deductiva entendemos el razonamiento por silogismos infalibles del tipo «si A es cierto, entonces, B es cierto también; A es cierto, luego B también lo es» (éste es un ejemplo de lo que los logicos denominan silogismo hipotético). Excuso decir que la lógica deduc­ tiva es un cálculo abstracto y que la verdad lógica del razonamiento deductivo no depende en modo alguno de la verdad fáctica c° nt^' nida en la premisa mayor «si A es cierto, B también lo es», ni de la contenida en la premisa menor «A es cierto». De la estructura lógica común a todas las explicaciones verda­ deramente científicas se sigue, como señalaron a continuación Hem­ pel y Oppenheim, que la operación denominada explicación implica las mismas reglas de inferencia lógica que la operación denominada predicción, con la única diferencia de que la explicación se produce después de ocurridos los acontecimientos en cuestión, mientras que la predicción se produce a priori. En el caso de la explicación parti­ mos de un fenómeno que deseamos explicar y descubrimos al menos una ley universal más un conjunto de condiciones iniciales que el fenómeno en cuestión implica lógicamente. E n otras palabras, para citar una causa determinada como explicación de un fenomeno con­ creto hemos de someter al fenómeno en cuestión a una ley univer- 1 Se trata de una versión más cauta de la misma tesis anunciada por Hempel en 1 9 4 2 (1 9 4 9 ), y que generó un gran debate entre los historiadores respecto del significado de las explicaciones históricas (véase nota 5). En La lógica de la investigación científica de Popper, publicada por primera vez en aleman en 1 9 3 4 y después en inglés en 1 9 5 9 , pueden encontrarse fo rm u k c .Q n e s anteriores, y formalmente menos precisas, del modelo h ip o té tic (> d e d u c tiv o ( 1 9 6 5 pági­ nas 5 9 y 6 8 -9 ; véase también Popper, 1 9 6 2 , II, pags. 262-63 y 362-64 y Pop- per, 1 9 7 6 , pág. 1 1 7 ), y ya en 1 8 4 3 lo encontramos también en Mili (1 9 7 3 , páginas 4 7 1 -7 2 ). Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 21
  • 11. sal o a un conjunto de leyes universales; por esta razón, un crítico de la tesis de Hempel-Oppenheim la ha denominado «el modelo de explicación de la ley de cobertura» (Dray, 1957, cap. 1). En el caso de la predicción, por otro lado, partimos de una ley universal y de un conjunto de condiciones iniciales y deducimos de ellos proposi­ ciones acerca del fenómeno que desconocemos; las predicciones se utilizan generalmente para comprobar si la ley universal se mantiene en la práctica. En definitiva, la explicación es simplemente «una pre­ dicción proyectada hacia el pasado». Esta idea de que existe una simetría lógica perfecta entre la na­ turaleza de las explicaciones y la de las predicciones ha sido deno­ minada tesis de la simetría, y constituye el centro neurálgico del modelo hipotético-deductivo, o modelo de la ley de cobertura, de la explicación científica. Lo característico de este modelo es que no emplea otras reglas de inferencia lógica que las de la deducción (la importancia de esta característica se verá claramente en seguida). Las leyes universales implicadas en las explicaciones no se obtienen por generalización inductiva a partir de casos particulares; se trata de meras hipótesis, conjeturas inspiradas, si se quiere, que pueden contrastarse al utilizarlas para hacer predicciones acerca de fenómenos concretos, pero que no son reducibles en sí mismas a la pura obser­ vación de los fenómenos. La tesis de la simetría El modelo de explicación científica de la ley de cobertura ha sido atacado desde diversos ángulos, e incluso el propio Hempel, su más acendrado defensor, se ha retractado hasta cierto punto a lo largo de los años en respuesta a dichos ataques (Suppe, 1974, pág. 28n). La mayoría de los críticos han tomado la tesis de simetría como blanco de sus ataques. Se argumenta que la predicción no tiene por qué implicar explicación, e incluso que la explicación no tiene por qué im- pilcar predicción alguna. La primera proposición resulta clara, en cualquier caso: la predicción tan sólo exige correlación, mientras que la explicación requiere algo más. Así pues, cualquier extrapolación lineal de una regresión normal por mínimos cuadrados es una pre­ dicción, sin que la propia regresión tenga necesariamente que estar basada en teoría alguna acerca de las relaciones existentes entre las variables relevantes, y mucho menos en ideas acerca de cuáles de ellas son causas y cuáles efectos. Los economistas saben muy bien que al igual que ocurre con las previsiones meteorológicas a corto 22 La metodología de la economía plazo, pueden obtenerse previsiones económicas bastante fiables a corto plazo recurriendo a reglas empíricas que producen satisfacto­ rios resultados, aunque no tengamos ni idea de los por ques. En re­ sumen, es perfectamente obvio que se puede predecir bien sin expli­ car nada. . .. No queremos decir con ello, sin embargo, que sea siempre taca decidir si una determinada teoría científica, que ha demostrado una apreciable capacidad predictiva, debe dicha capacidad a la pura suerte o* a sus características intrínsecas como tal teoría. Algunos críticos de las ideas recibidas han sostenido que el modelo^ de explicación científica de la ley de cobertura se basa en ultimo termino sobre el análisis de causación de David Hume. Para Hume, lo que denomi­ namos causación no es sino la conjunción constante de dos aconte­ cimientos que aparecen uno detrás del otro en tiempo y espacio, y de los que denominamos «causa» al que aparece primero en el tiem­ po, y «efecto» al que aparece después, aunque no necesariamente existirá tal conexión entre ellos (ver Losee, 1972, págs. 104-6). Los críticos han rechazado este «modelo de causación de la bola de bi­ llar» de Hume, y han insistido en que las genuinas explicaciones científicas deben incluir un mecanismo que conecte la causa con el efecto, lo cual garantizará que la relación existente entre los dos fenómenos es realmente «necesaria» (ver, por ejemplo, Harré, 1970, páginas 104-26; Harré, 1972, págs. 92-5 y 114-32; y Harré y Secord, 1972, cap. 2). El caso de la teoría de la gravitación de Newton nos muestra, sin embargo, que la insistente exigencia de un verdadero mecanismo causaf en las explicaciones científicas, tomada al pie de la letra, puede muy bien ser perjudicial para el progreso científico. Dejemos a un lado todo lo referente a los cuerpos en movimiento, dijo Newton, excepto sus posiciones, masas y velocidades, y obtengamos una defi­ nición operativa de estos términos; la teoría de la gravedad resul­ tante, que incorpora la ley universal de que los cuerpos se atraen con una fuerza que varía inversamente con el cuadrado de sus dis­ tancias, nos permite predecir el comportamiento de fenómenos tan diversos como la órbita de los planetas, las fases de la luna, el flujo y reflujo de las mareas, e incluso la causa por la que las manzanas se caen de los árboles. Y sin embargo, Newton no proporcionó meca­ nismo causa-efecto alguno que explicase la acción de la gravedad y hasta la fecha no se ha descubierto tal mecanismo— , por lo que fue incapaz de responder a la objeción de muchos de sus contem­ poráneos que argumentaban que la misma idea de la gravedad ac­ tuando instantáneamente a distancia, sin medio material alguno que Parte I. Lo que usted siempre quiso saber
  • 12. arrastre la fuerza — ¿dedos fantasmales moviéndose a través del va­ cio, quizás?— es completamente metafísica 2. Pero, por otra parte, nadie negará hoy elExtraordinario poder predictivo de la teoría newtoniana, especialmente después del uso por Leverrier de la ley de la inversa de los cuadrados en 1864 para predecir la existencia de un planeta hasta entonces desconocido, Nep- tuno, a partir de las aberraciones observadas en la órbita de Urano; el hecho de que la teoría de Newton hubiese cosechado tantos fra­ casos como éxitos (recuérdense las infructuosas investigaciones de Leverrier en busca de otro planeta desconocido, Vulcano, que expli- case las irregularidades observadas en los movimientos de Mercurio), fue convenientemente olvidado. Por tanto, pues, puede afirmarse que la teoría de la gravedad de Newton es solamente un instrumento altamente eficiente para generar predicciones que son aproximada­ mente correctas para virtualmente todos los propósitos prácticos den­ tro de nuestro sistema solar, pero que, sin embargo, no consigue realmente «explicar» el movimiento de los cuerpos. En realidad, fueron consideraciones de este tipo las que llevaron a Mach y Poin- caré a afirmar en el siglo xix que todas las teorías e hipótesis cien­ tíficas son meramente descripciones condensadas de unos fenómenos naturales que, en sí mismos, no son verdaderos ni falsos, sino sim- pies convenciones que nos permiten almacenar información empírica, y cuyo valor ha de venir exclusivamente determinado por el prin­ cipio de economía del conocimiento —esto es lo que se denomina la metodología del convencionalismo. Baste dejar sentado, pues, que la predicción, aun cuando proven­ ga de teorías altamente sistematizadas y rigurosamente axiomatiza- das, no tiene por qué implicar explicación alguna. Pero, ¿qué decir de la afirmación opuesta? ¿Es posible obtener explicaciones sin hacer predicciones? La respuesta a esta pregunta depende claramente de qué sea lo que entendamos^exactamente por explicación, cuestión que hasta el momento hemos soslayado cuidadosamente. En el sentido más amplio de la palabra, explicar es responder a la pregunta de: 2 Sabemos que Newton era perfectamente consciente de esta objeción; en una carta a un amigo decía: «La gravedad puede tener por origen algún agente que actúa constantemente de acuerdo con ciertas leyes, pero he dejado a la consideración de mis lectores la cuestión de si dicho agente es material o inma­ terial» (citado por Toulmin y Goodfield, 1963, págs. 281-82; véase también Toulmm y Goodfield, 1965, págs. 217-20; y Hanson, 1965, págs. 90-1; Losee, 1972, págs. 90-3). Igualmente, la historia del concepto de hipnosis (desde el «magnetismo animal», pasando por el «mesmerismo», hasta la «hipnosis») de­ muestra cómo fenómenos naturales bien contrastados, como, por ejemplo, el uso de la hipnosis como anestésico en medicina, no tienen explicación, incluso hoy en día, en términos del mecanismo causal que opera en á proceso. ^ La metodología de la economía ¿por qué?; es reducir lo misterioso y poco conocido a algo conocido y fa m iliar, generando así la exclamación: ¡Ah, o sea que es así! Si se acepta este uso deliberadamente impreciso del lenguaje, pare­ cerá claro que sí que existen teorías científicas que generan esos ¡Ah! Sin que esto signifique gran cosa en cuanto a su capacidad de predicción del tipo de fenómenos de que se trate. Un ejemplo im­ portante de esto, frecuentemente citado por los críticos de las ideas recibidas (por ejemplo, Kaplan, 1964, págs. 346-51; Harre, 1972, páginas 56, 176-77), es la teoría de la evolución de Darwin, que trata de explicar cómo las formas biológicas más especializadas se desarrollan a partir de una sucesión de formas menos especializadas por un proceso de selección natural, teoría que, sin embargo, no es capaz de predecir de antemano con precisión qué formas específicas más especializadas surgirán bajo ciertas condiciones ambientales de­ terminadas. La teoría darwiniana puede decirnos muchas cosas acerca del pro­ ceso evolutivo una vez que éste se ha producido, pero no nos dice casi nada acerca de dicho proceso a priori. Y no es solamente que la teoría darwiniana no sea capaz de especificar las condiciones iniciales requeridas para que opere la selección natural, sino que tampoco proporciona leyes universales definidas acerca de las tasas de super­ vivencia de las distintas especies bajo diferentes condiciones ambien­ tales. En la medida en que la teoría es capaz de predecir algo, pre­ dice la posibilidad de un cierto resultado, dependiendo de que otros fenómenos se den también, y no predice la probabilidad de tal resul­ tado en el caso en que esos otros fenómenos estén presentes de he­ cho. Por ejemplo, la teoría conjetura que una cierta proporción de las especies con capacidad natatoria que vivían en un medio árido sobrevivirán a la repentina inundación de su hábitat, pero no puede predecir qué proporción sobrevivirá ante una inundación real y ni siquiera puede predecir si esa proporción será mayor que cero (Scri- ven, 1959). _ Sería erróneo concluir que la teoría darwiniana incluye la ramosa falacia de post hoc, ergo proper hoc, es decir, la falacia consistente en inferir causación de la mera conjunción casual, porque Darwin sí que elaboró un mecanismo causal para el proceso evolutivo. La causa de la evolución de las especies es, según Darwin, el proceso de selección natural, y la selección natural se manifiesta a través de la lucha por la existencia que opera a través de la reproducción y de las variaciones aleatorias de lo que él denominó «gémulas», pro­ ceso muy parecido al de la selección que practican los que se dedi­ can a la cría de ganado. El mecanismo de la herencia en Darwin era esencialmente un sistema por el cual los rasgos provenientes de los Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 25
  • 13. padres iban mezclándose en los hijos, quedando dichos rasgos gra­ dualmente diluidos en sucesivas generaciones. Desgraciadamente, este mecanismo es defectuoso, ya que según él no podrían aparecer espe­ cies nuevas, puesto que cualquier mutación iría perdiendo fuerza al mezclarse con otras características y, después de varias generacio­ nes, acabaría por perder todo valor selectivo. El propio Darwin llegó a reconocer esta objeción y, en la última edición de su El origen de las especies, hizo crecientes concesiones al desacreditado concepto lamarckiano de la herencia directa de las características adquiridas, en un esfuerzo por encontrar una explicación convincente de la evo­ lución 3. Lo irónico del caso es que, para esa época, Mendel, desconocido para Darwin y para todo el mundo, había descubierto ya el concepto de gene, es decir, las unidades hereditarias discretas que se transmi­ ten de generación en generación sin mezcla ni disolución. La genética mendeliana proporciono a la teoría de Darwin un mecanismo causal convincente, pero desde nuestra perspectiva actual no afectó aprecia- blemente al estatus de la teoría de la evolución, que siguió siendo una teoría que explica lo que no puede predecir, cuya argumentación se sostiene únicamente sobre apoyos indirectos y a posteriori. El pro­ pio Darwin fue un defensor declarado del modelo hipotético-deduc­ tivo de explicación científica (Ghiseün, 1969, págs. 27-31, 59-76), pero el hecho es que hoy sigue representando para nosotros «el pa­ radigma de científico que explica pero no predice» (Scriben, 1959, página 477) 4. Sin duda alguna, por tanto, el modelo de explicación científica de la ley de cobertura, que afirma que tendremos una ex­ plicación científica de un fenómeno si, y sólo si, somos capaces de 3 Subrayamos con cierta satisfacción que Darwin se inspiró en las ideas de un economista, Thomas Malthus, y fue decisivamente criticado por otro, Fleeming Jenkin, profesor de ingeniería de la Universidad de Edimburgo (incidental­ mente, Jenkin fue el primer economista británico en dibujar las curvas de oferta y demanda). En efecto, fue Jenkin el que demostró en una recensión de El origen de las especies (1859), escrita en 1867, que la teoría de Darwin, tal como éste la formuló, era incorrecta. Puede que fuese esta objeción la que impulsó a Darwin a incluir un capítulo nuevo en la sexta edición de El origen de las especies, en el cual resucitaba las ideas de Lamarck (véase Jenkin, 1973, especialmente las páginas 344-45; Toulmin y Goodfield, 1967, capítulo 9; Ghi- selin, 1969, págs. 173-74; y Lee, 1969). 4 Vale la pena recoger completa la cita de Scriven: «En lugar de el Mito de la Segunda Venida (de Newton), favorito de los científicos, deberíamos reconocer la Realidad del Ya-Llegado (Darwin), que es el paradigma de los científicos que explican pero no predicen.» Teniendo in mente consideraciones semejantes, Popper (1976, págs. 168 y 171-80; y también 1972a, págs. 69 y 141- 142, 267-68) concluye que la teoría darwiniana de la evolución no es una teoría científica contrastable, sino más bien «un programa de investigación metafísico, un marco posible de teorías científicas contrastadles». ^ La metodología de la economía predecir con la ayuda de leyes universales, no puede aplicarse a la teoría darwiniana de la evolución. Así pues, o bien el modelo de ley de cobertura es inadecuado, o bien la teoría de la evolución no será una teoría científica. Existen también otros ejemplos de teorías que parecen proporcio­ nar explicaciones sin hacer predicciones definidas, tales como la sico­ logía freudiana y la teoría del suicidio de Durkheim, aunque puede objetarse que éstas no son teorías verdaderamente científicas. Pero podemos citar un conjunto aún más amplio de ejemplos de este tipo en las numerosas y variadas explicaciones históricas que, en el mejor de los casos, proporcionan condiciones necesarias pero no suficientes Í>ara que ciertos acontecimientos ocurran o hayan ocurrido; lo que os historiadores explican, casi nunca es estrictamente deducible a partir de sus explanatts y, por consiguiente, no generan predicciones precisas. Existe el peligro, sin embargo, de llevar demasiado lejos esta tesis de la explicación-sin-predicción. Existen buenas razones para no fiarse plenamente de dicha tesis, y quizás la pregunta rele­ vante a plantear sería: cuando se ofrece una explicación que no per­ mite predecir, ¿ocurre esto porque no podemos obtener toda la infor­ mación relevante acerca de las condiciones iniciales, u ocurre porque la explicación no incluye leyes, o incluso generalizaciones amplias de algún tipo? (en cuyo caso nos están dando realmente gato por liebre). Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 27 Normas «versus» práctica efectiva En último término, es difícil resistirse a la conclusión de que el modelo de explicación científica de la ley de cobertura excluye una gran parte de lo que algunos al menos han considerado siempre como ciencia. Pero esto es precisamente su objetivo: «decirnos lo que debe ser», y no «decirnos lo que es». Es esta función prescriptiva, nor­ mativa, del modelo de la ley de cobertura, lo que sus críticos en­ cuentran más objetable. Argumentan estos críticos que, en vez de es­ tablecer los requerimientos lógicos de una explicación científica, o las condiciones mínimas que las teorías científicas habrían de cumplir idealmente, aprovecharíamos mejor nuestro tiempo dedicándonos a la clasificación y caracterización de las teorías efectivamente utiliza­ das en el discurso científico 5. Al hacerlo así, prosiguen estos autores, 5 En el mismo sentido, los historiadores han argumentado que el modelo de explicación histórica de la ley de cobertura, malinterpreta lo que los histo­ riadores realmente hacen; la Historia es una disciplina «ideográfica» y no «no- motética», que se ocupa del estudio de acontecimientos y personajes concretos,
  • 14. 28 La metodología de la economía nos encontraremos con que su diversidad es más patente que su si­ militud: no parece haber propiedades comunes presentes en todas las teorías científicas. En efecto, además de las explicaciones deductivas, tipo leyes es­ tadísticas e históricas que ya hemos mencionado, la biología y las ciencias sociales en general proporcionan abundantes ejemplos de ex­ plicaciones funcionales o ideológicas, que toman la forma de indi­ caciones acerca del papel instrumental que cumple un determinado elemento de un organismo en la tarea de mantener a dicho organismo en un cierto estado, o acerca del papel que la acción humana indi­ vidual juega en la consecución de un cierto objetivo colectivo (ver Nagel, 1961, págs. 20-6). Estos cuatro o cinco tipos de explicación aparecen en las diferentes teorías científicas, pudiendo clasificarse a su vez dichas teorías según diferentes dimensiones (por ejemplo, Suppe, 1974, págs. 120-25; Kaplan, 1964, págs. 298-302). Pero in­ cluso unas tipologías tan detalladas de las teorías científicas como las citadas presentan ciertas dificultades, ya que muchas teorías combi­ nan distintas formas de explicación, de forma que ni siquiera es cierto que todas las teorías científicas clasificadas dentro de un mismo grupo y bajo una misma denominación vayan a presentar las mismas pro­ piedades estructurales. En otras palabras, tan pronto como adopta­ mos una visión amplia de la práctica científica, nos encontramos con la dificultad de que el material existente es excesivo para permitir una única «reconstrucción racional» de las teorías, de la que cabría derivar las normas metodológicas a las que se supone han de obede­ cer todas las teorías verdaderamente científicas. Esta tensión entre descripción y prescripción, entre la historia de la ciencia y la metodología científica, dentro de la filosofía de la ciencia, ha sido el factor primordial causante del virtual derrocamiento de las ideas recibidas durante la década de 1960 (ver Toulmin, 1977). Esta tensión se hace también sentir en el tratamiento que Popper da a la falsabilidad y su papel en el progreso científico, tratamiento que ha demostrado ser una de las fuentes principales de la que ha y no de las leyes generales de la evolución (véase Dray, 1957; 1966). Pero la esencia del argumento inicial de Hempel era que ni siquiera los acontecimien­ tos concretos pueden explicarse sin referencia a generalizaciones de algún tipo, por triviales que éstas sean, y que los historiadores normalmente proporcionan tan sólo un «esbozo de explicación», bien porque fallan en cuanto a la especi­ ficación de sus generalizaciones, bien porque dan por sentado, sin justificación suficiente, que aquéllas han sido ya satisfactoriamente contrastadas. El debate respecto de las ideas recibidas entre los filósofos de la ciencia tiene, por tanto, su réplica exacta en el debate Hempel-Dray entre los filósofos de la Historia (véase McClelland, 1975, capítulo 2, en el que puede encontrarse un resumen juicioso y puntual del tema). Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 29 emanado la oposición a las ideas recibidas. La discusión de las ideas de Popper nos permitirá volver a la cuestión de la simetría con más elementos de juicio. El falsacionismo de Popper Popper parte de la distinción entre la ciencia y la no-ciencia, a la que él denomina criterio de demarcación, y termina con un intento de establecer normas que permitan evaluar las hipótesis científicas en términos de su diferente grado de verosimilitud. Al hacer esto, Popper se aleja gradualmente de las ideas recibidas, según las cuales el objetivo de la filosofía de la ciencia consiste en reconstruir racio­ nalmente las teorías imperfectamente formuladas del pasado, de for­ ma que éstas lleguen a adecuarse a ciertos cánones de explicación científica. Con Popper, la filosofía de la ciencia pasa a ser una disci­ plina dedicada a la búsqueda de métodos de evaluación de las teorías científicas, una vez que éstas han sido ya propuestas. El punto de partida de Popper es la crítica de la filosofía del Positivismo Lógico, encarnada en lo que se ha denominado el princi­ pio de verificabilidad del significado. Este principio estipula que to­ das las proposiciones pueden clasificarse en analíticas y sintéticas — o bien son ciertas en virtud de las definiciones incluidas en las mis­ mas, o bien son ciertas, si es que lo son, en virtud de la experiencia práctica— y a continuación declara que todas las afirmaciones sin­ téticas son significativas si, y sólo si, son susceptibles, al menos en principio, de contrastación empírica (ver Losee, 1972, págs. 184-90). Históricamente, los miembros del Círculo de Viena (Wittgenstein, Schelick y Carnap) emplearon el principio de verificabilidad de la significación principalmente como un aguijón con el que desinflar las pretensiones metafísicas, tanto dentro como fuera de las ciencias, sos­ teniendo que, incluso ciertas proposiciones que pasan por científicas, y, por supuesto, todas las proposiciones que no pretenden serlo, pue­ den descartarse como carentes de significación. En la práctica, el prin­ cipio de verificabilidad generó una profunda desconfianza respecto del uso en las teorías científicas de conceptos no-observables, tales como el espacio absoluto y el tiempo absoluto de la mecánica newto- niana, los electrones de la física de partículas, los límites de las va­ lencias de la química y la selección natural de la teoría de la evo­ lución. La metodología del operacionalismo constituye el producto típico de este prejuicio antimetafísico del Positivismo Lógico; esta teoría fue propuesta por primera vez en 1927, y alcanzó posterior­ mente una amplia difusión por medio de la influyente obra de Percy
  • 15. 30 La metodología de la economía Bridgman. Para descubrir la significación de cualquier concepto cien­ tífico, reconoce Bridgman, tan sólo necesitamos especificar las ope­ raciones físicas realizadas para asignarle valores: la longitud es la medición de objetos en una única dimensión y la inteligencia es lo que se mide en los tests de inteligencia (ver Losee, 1972, págs. 181-84). Popper rechaza tales intentos de demarcación entre lo significante y lo que carece de significación, y los sustituye por un nuevo criterio de demarcación que divide el conocimiento humano en dos clases mutuamente excluyentes, denominadas «ciencia» y «no-ciencia». Aho­ ra bien, la respuesta tradicional del siglo xix a este problema de la demarcación afirmaba que la ciencia difiere de la no-ciencia en virtud de la utilización por la primera del método de inducción: la ciencia parte de la experiencia y procede, a través de la observación y la experimentación, a establecer leyes generales con la ayuda de las reglas de la inducción. Desgraciadamente, la justificación de la induc­ ción entraña un problema lógico que ha preocupado a los filósofos desde los tiempos de Hume. Para citar un ejemplo concreto: los hombres infieren la ley general de que el sol sale siempre por las mañanas de la experiencia pasada, en la que el sol ha salido cada día por la mañana; sin embargo, ésta no puede ser una inferencia lógicamente concluyente, en el sentido de que premisas verdaderas necesariamente implican conclusiones verdaderas, porque no existe garantía absoluta alguna de que lo que hemos experimentado hasta el momento persistirá en el futuro. Argumentar que la ley de la sa­ lida del sol por las mañanas está basada en la experiencia invariable es, en palabras de Hume, eludir la cuestión, porque lo único que hacemos con ello es trasladar el problema de la inducción del caso de que se trate, a otro caso; el problema consiste en cómo podemos inferir lógicamente algo referente a la experiencia futura, sobre la única base de la experiencia pasada. En algún momento de la argu­ mentación, la inducción desde casos particulares hasta la formulación de una ley universal exigirá un salto ilógico de pensamiento, elemen­ to que muy bien puede llevarnos a conclusiones falsas, aunque nues­ tras premisas fuesen ciertas. Hume no negó el hecho de que todos generalizamos constantemente a partir de los casos particulares de nuestra experiencia por costumbre y por asociación de ideas espon­ tánea, pero lo que negó fue que tales inferencias tuviesen una justi­ ficación lógica. Este es el famoso problema de la inducción. De la argumentación de Hume se sigue que existe una asimetría fundamental entre inducción y deducción, entre demostrar y no-de­ mostrar, entre verificación y falsación, entre afirmar la verdad y ne­ garla. No es posible derivar, o establecer de forma concluyente, afir­ maciones universales a partir de afirmaciones particulares, por muchas Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 31 que sean éstas, mientras que cualquier afirmación universal puede ser refutada, o lógicamente contradicha, por medio de la lógica de­ ductiva, por una sola afirmación particular. Utilizaremos el ejemplo popperiano favorito (que en realidad tiene su origen en John Stuart Mili): ningún número de observaciones acerca de que los cisnes son blancos nos permitirá inferir que todos los cisnes son blancos, pero la observación de un único dsne negro, nos permite refutar aquella conclusión. En resumen, no es posible demostrar que algo es mate­ rialmente cierto, pero siempre es posible demostrar que algo es ma­ terialmente falso, y esta es la afirmación que constituye el primer mandamiento de la metodología científica. Popper utiliza esta asi­ metría fundamental en la formulación de su criterio de demarcación: ciencia es el cuerpo de proposiciones sintéticas acerca del mundo real, que es susceptible, al menos en principio, de falsación por me­ dio de la observación empírica, ya que excluye la posibilidad de que ciertos acontecimientos se produzcan. Así pues, la ciencia se carac­ teriza por su método de formulación de proposiciones contrastables, y no por su contenido, ni por su pretensión de certeza en el cono­ cimiento; si alguna certeza proporciona la ciencia, ésta será más bien la certeza de nuestra ignorancia. La línea que queda trazada en consecuencia entre la ciencia y la no-ciencia no es, sin embargo, absoluta; tanto la falsabilidad como la contrastabilidad son cuestiones de grado (Popper, 1965, pág. 113; 1972b, pág. 257; 1976, pág. 42). En otras palabras, hemos de pensar en el criterio de demarcación como caracterizador de un espectro más o menos continuo de conocimientos, en uno de cuyos extremos encontraremos ciertas ciencias naturales «fuertes», como la física y la química (a las que seguirán a continuación un conjunto de cien­ cias más «débiles», como la biología evolucionista, la geología y la cosmología) y en cuyo extremo opuesto encontraremos a la poesía, las artes, la crítica literaria, etc., encontrándose la historia y todas las ciencias sociales en algún punto intermedio, que esperamos esté más cerca del extremo científico que del no-científico del espectro. Una falacia lógica Insistamos ahora sobre la distinción entre verificabilidad y falsa­ bilidad por medio de una breve disgresión referente al fascinante tema de las falacias lógicas. Dado el silogismo hipotético: «Si A es cierto, entonces B también es cierto; A es cierto, luego B también es cierto», la afirmación hipotética de la premisa mayor puede divi­ dirse en un antecedente «A es cierto» y un consecuente «entonces,
  • 16. 32 La metodología de la economía B es cierto». Para llegar a la conclusión «B es cierto», debemos ser capaces de afirmar que realmente A es cierto; en el lenguaje técnico de la lógica, hemos de «establecer el antecedente» de la premisa ma­ yor de la afirmación hipotética, para que la conclusión de que «B es cierto» se siga como necesidad lógica. Recuérdese que el término cierto utilizado en la argumentación se refiere a certeza lógica, y no a certeza fáctica. Consideremos lo que pasa, sin embargo, si alteramos ligeramente la premisa menor de nuestro silogismo hipotético como sigue: «Si A es cierto, entonces, B es cierto; B es cierto, luego A es cierto». En vez de establecer la certeza del antecedente, establecemos ahora la del consecuente, y tratamos de obtener, a partir de la certeza del consecuente, «B es cierto», la certeza del antecedente «A es cierto». Pero este es un razonamiento falaz porque ya no estamos en el caso de que nuestra conclusión ha de seguirse con necesidad lógica de nuestras premisas. Un ejemplo puede ilustrar este punto: si Blaug es un experto filósofo, sabrá cómo usar correctamente las reglas de la lógica; Blaug sabe cómo usar correctamente las reglas de la lógica, luego Blaug es un experto filósofo (cosa que no es cierta). Así pues, es lógicamente correcto «establecer el antecedente» (al­ gunas veces denominado modus ponens), pero «establecer el conse­ cuente» es una falacia lógica. Lo que podemos hacer, sin embargo, es «negar el consecuente» (modus tollens), y esto sí que es siempre lógicamente correcto. Si expresamos nuestro silogismo hipotético en forma negativa, tendremos: «Si A es cierto, entonces B es cierto; B no es cierto; luego A no es cierto». Siguiendo con nuestro ejemplo anterior: si Blaug no usa correctamente las reglas de la lógica, esta­ remos lógicamente justificados para concluir que no es un experto filósofo. Esta es una de las razones por las que Popper subraya la idea de que existe una asimetría entre verificación y falsación. Desde un punto de vista estrictamente lógico, nunca podemos afirmar que una hipótesis es necesariamente cierta porque esté de acuerdo con los hechos; al pasar en nuestro razonamiento de la verdad de los hechos a la verdad de la hipótesis, cometemos implícitamente la falacia ló­ gica de «afirmar el consecuente». Por otra parte, podemos negar la verdad de una hipótesis en relación con los hechos, porque, al pasar en nuestro razonamiento de la falsedad de los hechos a la false­ dad de la hipótesis, invocamos el proceso de razonamiento, lógica­ mente correcto, denominado «negar el consecuente». Para resumir la anterior argumentación en una fórmula mnemotécnica, podríamos decir: no existe lógica de la verificación, pero sí existe lógica de la refutación. Parte I. Lo que usted siempre quiso saber El problema de la inducción 33 Si la ciencia ha de caracterizarse por un continuo intento de fal­ sación de las hipótesis existentes, con objeto de reemplazarlas por otras que resistan la falsación con éxito, parece lógico preguntarse de dónde vienen tales hipótesis. Popper sigue las ideas recibidas al negar todo interés al llamado «contexto del descubrimiento», como distinto del «contexto de justificación» — el problema de la génesis del conocimiento científico queda así relegado al campo de la sico­ logía o de la sociología del conocimiento (1965, págs. 31-2)— y el insistir en que, en cualquier caso, y sea cual sea el origen de las generalizaciones científicas, dicho origen no se encuentra en la induc­ ción a partir de casos particulares. La inducción es, para Popper, un mito: las inferencias inductivas no sólo no son válidas, como demos­ tró Hume hace ya mucho tiempo, sino que son prácticamente impo­ sibles (Popper, 1972a, págs. 23-9; 1972b, pág. 53). La obtención de generalizaciones inductivas no es posible porque, en el momento en que hayamos seleccionado un conjunto de observaciones de entre el infinito número de observaciones posibles, habremos establecido ya un cierto punto de vista y ese punto de vista es en sí mismo una teoría, aunque en estado burdo y poco sofisticado. En otras palabras, no existen los «hechos en bruto» y todos los hechos están cargados de teoría —fundamental idea, a la que volveremos más adelante— . Popper, al igual que Hume, no niega que la vida diaria esté llena de ejemplos que parecen inducciones, pero, a diferencia de aquél, llega hasta a negar que éstas sean realmente generalizaciones libres de la influencia de intuiciones anteriores. En la vida ordinaria, al igual que en la ciencia, adquirimos conocimientos y los mejoramos utilizándolos a través de una constante sucesión de conjeturas y refu­ taciones, para lo cual utilizamos el familiar método de prueba y error. En este sentido, podríamos decir que Popper no ha resuelto real­ mente el problema de la inducción, una de sus pretensiones favori­ tas, sino que más bien lo ha disuelto 6. Para evitar malentendidos, tendremos que dedicar un momento a examinar el doble sentido que puede atribuirse en el lenguaje co­ 6 La historia de la filosofía está simplemente plagada de intentos fracasados de resolver «el problema de la inducción». Ni siquiera los economistas han podido resistir la tentación de entrar en el juego de tratar de refutar a Hume. Por ejemplo, Roy Harrod (1956) escribió todo un libro tratando de justificar la inducción como una forma de razonamiento probabilístico, en el que se con­ sideraba la probabilidad como una relación lógica y no como una característica objetiva de los acontecimientos. La cuestión a que nos referimos incluye una serie de complicadas paradojas referentes al propio concepto de probabilidad, en las que no podemos entrar aquí (pero véase Ayer, 1970, al respecto).
  • 17. 34 La metodología de la economía rriente al término inducción. Hasta aquí hemos venido utilizando el término inducción en su sentido lógico estricto, como aquella argu­ mentación que emplea premisas que contienen información acerca de algunos elementos de una cierta clase de fenómenos, con objeto de apoyar una generalización referente a dicha clase en su conjunto que sea, por tanto, aplicable a elementos no-examinados del conjunto. En Popper, lo mismo que en Hume, la inducción en este sentido no constituye argumento lógico válido; tan sólo la lógica deductiva pro­ porciona lo que los lógicos denominan argumentos «demostrativos» o compelentes, a través de los cuales las premisas verdaderas llevan siempre a conclusiones verdaderas. Pero en el campo de las ciencias, al igual, por otra parte, que en las formas cotidianas de pensamiento, nos vemos continuamente enfrentados a argumentos denominados también «inductivos» y que tratan de demostrar que una determi­ nada hipótesis se ve apoyada por determinados hechos. Tales argu­ mentos pueden denominarse «no-demostrativos», en el sentido de que las conclusiones, aunque de algún modo vengan «apoyadas» por las premisas, no están lógicamente «ligadas» a aquéllas (Barker, 1957, páginas 3-4); incluso si las premisas son ciertas, una inferencia in­ ductiva no-demostrativa no puede excluir lógicamente la posibilidad de que la conclusión sea falsa. Así pues, la argumentación: «He visto un gran número de cisnes blancos; nunca he visto un cisne negro; por tanto, todos los cisnes son blancos», es una inferencia inductiva no-demostrativa que no se deduce de las premisas mayor y menor, con lo que ambas premisas pueden ser verdaderas sin que la conclu­ sión se siga de ellas lógicamente. En resumen, un argumento no^de- mostrativo puede, en el mejor de los casos, persuadir a una persona ya convencida, mientras que un argumento demostrativo debe con­ vencer incluso a sus más obstinados oponentes. La afirmación de Popper de que «la inducción es un mito» se refiere a la inducción como argumento lógico demostrativo, y no a la inducción como intento no-demostrativo de confirmar ciertas hipó­ tesis, intento que con frecuencia lleva consigo ejercicios de inferencia estadística 7. Por el contrario, y como veremos más adelante, Popper tiene mucho que decir acerca de la inducción no-demostrativa, o lo que a veces se denomina la lógica de la confirmación. Por todo lo di­ cho, quedará claro que difícilmente podremos encontrar concepto más 1 La tendencia a perder de vista el doble significado del término «induc­ ción» es responsable de algunos de los ataques que se han lanzado contra lo escrito por Popper en detrimento del inductivismo (véase, por ejemplo, Grun- baum, 1976). Barker (1957) nos proporciona un buen tratamiento de estas cues­ tiones, aunque su discusión de las ideas de Popper deja bastante que desear; véase también Braithwaite (1960, capítulo 8). equivoco que la idea corriente de que la inducción y la deducción son operaciones mentales opuestas, siendo la deducción la operación que nos lleva de lo general a lo particular y la inducción la que va de lo particular a lo general. La dicotomía relevante no se plantea nunca entre inducción y deducción, sino entre inferencias demostrativas que son ciertas, e inferencias no-demostrativas que son dudosas (ver Co­ hén, 1931, págs. 76-82; Cohén y Nagel, 1934, págs. 173-84). Sólo con que consiguiésemos garantizar la utilización lingüística del termino «aducción» para las formas de razonamiento no-demos- trativas, y a las que vulgarmente se aplica el término «inducción», podríamos evitar una gran cantidad de malentendidos (Black, 1970, página 137). Por ejemplo, con frecuencia nos encontramos con afir­ maciones del tipo: toda la ciencia se basa sobre la inducción; la de­ ducción no es más que un instrumento de pensamiento que no puede servir como medio de adquisición de nuevos conocimientos, ya que es como una especie de máquina de hacer salchichas que tan sólo genera por un extremo lo que previamente se haya introducido por el otro; sólo por medio de la inducción podemos aprender algo nue­ vo sobre el mundo y, después de todo, la ciencia no es sino la acu­ mulación de conocimientos sobre el mundo que nos rodea. Este punto de vista, que prácticamente repite literalmente la argumentación de John Stuart Mili en su Lógica, es simplemente un espantoso embrollo de palabras, en el que se supone que la inducción es lo opuesto de la deducción, y que ambos son los únicos métodos de pensamiento lógico existentes. Pero la inducción demostrativa no existe, y la aduc­ ción no es en absoluto lo opuesto de la deducción, sino que, de he­ cho, constituye otro tipo de operación mental completamente dife­ rente; la aducción es la operación no-lógica que nos permite saltar desde el caos que es el mundo real a la corazonada que supone una conjetura tentativa respecto de la relación que realmente existe entre un conjunto de variables relevantes. La cuestión de cómo se produce dicho salto pertenece al contexto de la lógica del descubrimiento, y puede que no sea conveniente dejar de lado despectivamente este tipo de contexto, como los positivistas, e incluso los popperianos, desean, pero lo cierto es que la filosofía de la ciencia se ocupa, y se ha ocupado siempre, de forma exclusiva, del paso siguiente del pro­ ceso, es decir, de cómo esas conjeturas iniciales se convierten en teorías científicas por medio de su inserción y articulación dentro de una estructura deductiva más o menos coherente y completa, y de cómo esas teorías son posteriormente contrastadas con las observa­ ciones. En definitiva, no debemos decir que la ciencia se basa en la inducción: se basa en la aducción seguida de deducción. Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 3 5
  • 18. 36 La metodología de la economía Estratagemas inmunizadoras Pero volvamos a Popper. Este autor hace frecuentes referencias, especialmente en sus primeros escritos, al modelo de ley de cober­ tura de las explicaciones científicas, pero se detecta también en él desde el principio una creciente desconfianza hacia la tesis de la si­ metría. Las predicciones tienen una importancia fundamental para Popper respecto de la contrastación de las teorías explicativas, pero esto no significa que considere el explanans de una teoría exclusiva­ mente como una máquina de producción de predicciones: «Considero el interés del teórico en la explicación — es decir, en el descubri­ miento de teorías explicativas— como irreducible a su interés pura­ mente técnico en la obtención de predicciones» (1965, pág. 61n; también, 1972a, págs. 191-95; Popper y Eccles, 1977, págs. 554-55; y ver la nota 1 anterior). Los científicos quieren ser capaces de expli­ car y por ello deducen las predicciones lógicas inherentes a sus expli­ caciones, con objeto de contrastar sus teorías; todas las teorías «ver­ daderas» lo son tan sólo provisionalmente, ya que hasta el momento han hecho frente con éxito a la falsación; dicho de otro modo, toda la verdad que conocemos se encuentra incluida en aquellas teorías que aún no han sido falsadas. Todo dependerá, por tanto, de si, de hecho, es posible o no fal- sar las teorías y de si, caso de que dicha falsación fuera posible, el proceso de falsación es concluyente. Hace ya tiempo, Durhem argu­ mentó que es imposible falsar de forma concluyente las hipótesis científicas concretas, porque siempre estamos contrastando el expla­ nans en su totalidad, es decir, la hipótesis concreta junto con propo­ siciones auxiliares, y, por consiguiente, nunca podremos estar seguros de si lo que hemos confirmado o refutado es la hipótesis en sL Así pues, cabe siempre la posibilidad de defender cualquier hipótesis frente a la evidencia empírica contraria a la misma, con lo que su aceptación o rechazo será, hasta cierto punto, una cuestión arbitraria. Pongamos un ejemplo: si quisiéramos contrastar la ley de la caída libre de los cuerpos de Galileo, terminaríamos necesariamente con­ trastando la ley de Galileo junto con una hipótesis auxiliar acerca del efecto de la resistencia del aire, ya que la ley de Galileo se aplica a la caída de los cuerpos en el vacío, y el vacío perfecto es imposible de obtener en la práctica; nada nos impediría entonces rechazar cual­ quier refutación de la ley de Galileo sobre la base de que los ins­ trumentos de medición no han logrado eliminar los efectos de la resistencia del aire. En resumen, concluye Durhem, los llamados «ex­ perimentos cruciales» no existen (ver Harding, 1976). Se dijo de Herbert Spencer que su idea de la tragedia fue una bella teoría ase­ sinada por un único hecho discordante. En realidad, no tenía por qué preocuparse: tales tragedias no ocurren jamás. Popper no sólo es consciente de este argumento de Durhem, sino que, en realidad, toda su metodología está concebida como un in­ tento de evitar el problema expuesto por Durhem. Puesto que Popper es considerado todavía en ciertos círculos como un falsacionista inge­ nuo, es decir, como alguien que cree que una única refutación basta para derrocar un teoría científica, quizas valga la pena citar su propia respuesta a la tesis de la irrefutabilidad de Durhem: De hecho, no es posible conseguir una refutación concluyente de ninguna teoría, ya que siempre es posible decir que los resultados experimentales no son fiables, o que las discrepancias que se afirma existen entre los resultados expe­ rimentales y la teoría son tan sólo aparentes y que desaparecerán con el avance de nuestros conocimientos [Popper, 1965, pág. 50; ver también págs. 42, 82-3 y 108]. Es precisamente porque «no es posible conseguir una refutación concluyente de ninguna teoría» por lo que necesitamos poner límites metodológicos a las estratagemas que los científicos pueden adoptar en defensa de sus teorías, frente a los intentos de refutación de las mismas. Estos limites metodológicos no son añadidos sin importancia a la filosofía popperiana de la ciencia, sino que son absolutamente esenciales a la misma. No siempre se aprecia debidamente el hecho de que no es la falsabilidad en sí lo que distingue en Popper lo que es ciencia de lo que no lo es; el verdadero criterio de demarcación entre la ciencia y la no-ciencia en este autor es la falsabilidad más las reglas metodológicas que prohíben lo que él llamó inicialmente «supuestos auxiliares ad-hoc», denominación que posteriormente cam­ bió por la de «estratagemas convencionalistas», y que aparece en sus últimos escritos como «estratagemas inmunizadoras» (Popper, 1972a, páginas 15-16 y 30; 1976, págs. 42 y 44). Si leemos La lógica de la investigación científica de Popper bus­ cando frases del tipo: «Propongo la regla...», «adoptaremos la regla metodológica...», o semejantes, encontraremos más de veinte frases de este tipo. Nos parece instructivo incluir a continuación una mues­ tra de las mismas8: Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 3 7 8 Para una lista completa de normas, véase Johannson (1957, capítulos 2-4 y 4-11); es éste un libro muy útil escrito por alguien que no demuestra, sin embargo, ninguna simpatía por lo que hoy en día pasa por ser filosofía de la ciencia.
  • 19. 1) . . . adoptar las reglas que aseguren la contrastabilidad de las proposiciones científicas, es decir, que aseguren su falsabilidad [1965, pág. 49]. 2) . . . sólo pueden incluirse en la ciencia aquellas proposiciones que sean con- trastables intersubjetivamente [1965, pág. 56]. 3) . . . en caso de que nuestro sistema se vea amenazado, no lo salvaremos por medio de la utilización de ningún tipo de estratagema convenáonalista [1965, pág. 82]. _ , 4) . . . sólo son aceptables aquellas [hipótesis auxiliares] cuya introducción no disminuya el grado de falsabilidad o contrastabilidad del sistema en cues­ tión, sino que, por el contrario, lo aumenten [1965, pág. 83]. 5) Los experimentos contrastados intersubjetivamente serán, o bien aceptados, o bien rechazados, a la luz de otros contraexperimentos. Se rechazará la mera apelación a derivaciones lógicas que supuestamente habrán de ser des­ cubiertas en el futuro [1965, pág. 84]. 6) Sólo consideraremos una teoría como falsada si descubrimos un efecto repro­ dúcele que la refute. En otras palabras, sólo aceptaremos la falsación si se propone y corrobora una hipótesis empírica de bajo nivel que describa tal efecto [1965, pág. 86]. 7) . . . debe atribuirse prioridad a aquellas teorías que admitan las contrasta­ ciones más severas [1965, pág. 121]. 8) . . . las hipótesis auxiliares deben utilizarse con la menor frecuencia posible [1965, pág. 273]. 9) . . . cualquier sistema nuevo de hipótesis habrá de implicar o explicar las regularidades corroboradas del antiguo [1965, pág. 253]. Este es el conjunto de reglas, incluyendo la propia regla de fal­ sabilidad, que constituye el criterio de demarcación entre ciencia y no-ciencia en Popper. Pero, ¿por qué habríamos de adoptar tal cri­ terio de demarcación? «La única razón que me guía al proponer un criterio de demarcación», declara Popper, «es que resulta útil y fruc­ tífero, ya que con su ayuda pueden aclararse y explicarse un gran número de cuestiones» (1965, pág. 55). Pero, fructífero ¿para qué? ¿Para la ciencia? La aparente circularidad del argumento sólo desapa­ rece si recordamos que la dedicación a la ciencia tan solo puede jus­ tificarse en términos no-científicos. Queremos adquirir conocimientos sobre el mundo que nos rodea, aun cuando sólo sea un conocimien­ to falible, pero la cuestión de por qué una persona^ quiere adquirir tales conocimientos sigue siendo una cuestión metafísica profunda, y hasta el momento no contestada, referente a la naturaleza humana (ver Maxwell, 1972). «Las reglas metodológicas», nos dice Popper (1965, pág. 59), «son consideradas aquí como convenciones». Nótese que no trata de justificar sus reglas apelando a la historia de la ciencia, y que, en realidad, rechaza explícitamente la idea de la metodología como una jg La metodología de la economía disciplina que se ocupa del comportamiento de los científicos en ejer­ cicio (1965, pág. 52). Es cierto que hace frecuentes referencias a la historia de la ciencia —Einstein es para él una fuente destacada de inspiración (1965, págs. 35-6)— , pero no pretende haber proporcio­ nado una racionalización de qué es lo que los científicos hacen cons­ ciente o inconscientemente 9. Su objetivo parece ser el de aconsejar a. ,£Clen cos cómo han de proceder para estimular el progreso científico y sus reglas metodológicas son explícitamente normativas, al igual que aquella famosa norma del escolástico medieval Occam Razor, que puede ser racionalmente discutida, pero no puede ser derrocada por medio de contraejemplos históricos. En este sentido, el titulo de la obra magna de Popper, La lógica de los descubrimien­ tos científicos, induce a confusión en dos aspectos I0. La lógica de los descubrimientos científicos no es una lógica pura, es decir, una serie de proposiciones analíticas; en sus propias palabras «la lógica de los descubrimientos científicos debería identificarse con la teoría del mé­ todo científico» (1965, pag. 49) y tal teoría consiste, como hemos visto, en el principio de falsabilidad más un conjunto de reglas meto­ dológicas negativas repartidas por sus escritos u . Además, la teoría del método científico, incluso descrita en términos generales como una especie de lógica, no es una lógica de los descubrimientos cientí­ ficos, sino mas bien una lógica de la justificación, porque el problema de como se descubren hipótesis científicas nuevas y fructíferas ha sido considerado desde el principio por Popper como un tema sico­ lógico y, como tal, dejado de lado *. Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 3 9 9 Así pues, señala Popper, Newton creía haber estado utilizando el método baconiano de inducción, lo cual hace que sus logros sean «aún más admirables, ya que los alcanzó a pesar del inconveniente que supone el profesar unas creen­ cias metodológicas falsas» (Popper y Eccles, 1977, pág. 190; véase también Pop- per, 1972b, pags. 106-07). Incluso Einstein, asegura Popper (1976, págs. 96-7) fue durante años un positivista dogmático y un operacionista. 10 Puede que esto sea solamente una cuestión de mala traducción, ya que el título original en alemán Logik der Forscbung quiere decir más bien Lógica de la investigación. 11 Sigue siendo normal encontrar exposiciones de las ideas de Popper que excluyen este elemento fundamental constituido por las reglas metodológicas que prohíben las «estratagemas inmunizadoras». Véase, por ejemplo Aver (1976 papuas 157-9); Harré (1972, págs. 48-52); Williams (1975); e incluso Mageé * Esta segunda parte de la argumentación de Blaug se refiere al título de la traducción de la obra de Popper al inglés: The Logic of Scientific Discovery (Lógica de los descubrimientos científicos), título de discutible traducción como indica la nota 10 antenor. La versión española tradujo dicho título por La ló­ gica de la investigación científica, con lo que no se plantea la confusión termi­ nológica a la que Blaug se refiere. (Nota del traductor.)
  • 20. La inferencia estadística 40 La metodología de la economía Muchos comentaristas se han sentido profundamente incómodos con una concepción de las reglas metodológicas que no es, de algún, modo, una generalización basada en los logros científicos del pasado. Pero los economistas están admirablemente equipados para apreciar el valor de las reglas metodológicas puramente normativas, ya que se encuentran con ellas cada vez que estiman una relación estadística. Como nos dicen todos los textos elementales de Estadística, la infe­ rencia estadística supone el uso de observaciones muéstrales para in­ ferir algo acerca de las características desconocidas de la población en su conjunto, y al realizar tales inferencias podemos muy bien ser, o bien demasiado estrictos, o demasiado permisivos: corremos siempre el riesgo de incurrir en lo que se ha denominado error Tipo I, la decisión de rechazar una proposición que en realidad es cierta, pero también corremos el riesgo de incurrir en el error Tipo II, la decisión de aceptar una proposición que en realidad es falsa, y, en general, no hay forma de establecer una contrastación estadística que no impli­ que la asunción de ambos riesgos a la vez: se nos instruye para que contrastemos las hipótesis estadísticas indirectamente, por medio de una versión negativa de la hipótesis a contrastar, es decir, por medio de la hipótesis nula, H». El error Tipo I, o «tamaño» del test, con­ siste entonces en rechazar indebidamente Ho, y el error Tipo II, o «potencia» del test, consiste en aceptarla indebidamente. Se nos enseña además a elegir un tamaño pequeño, digamos 0,01 ó 0,05, y a maximizar la potencia consistente con dicho tamaño o, alternativa­ mente, fijar el error Tipo I en alguna cifra arbitrariamente pequeña y maximizar después el error Tipo II para un error Tipo I dado. Esto nos lleva finalmente a una conclusión, tal como la de que la hipótesis dada queda establecida a un nivel del 5 por 100 de signi­ ficación, lo cual quiere decir que estamos dispuestos a asumir el riesgo de aceptar la hipótesis en cuestión como cierta, aunque exista al menos una posibilidad de cada veinte de que sea falsa. El objeto de esta sencilla disertación en lo que se ha denominado la Teoría Neyman-Parson de la inferencia estadística consiste en de­ mostrar que cualquier test estadístico de una hipótesis dependerá siempre, de forma importante, de una hipótesis alternativa con la cual se compara, incluso si dicha comparación no es sino un artificio, nuestro H». Pero esto es cierto, no sólo respecto de las contrasta- ciones estadísticas de las hipótesis, sino de todas las contrastaciones de «aducciones». ¿Es Pérez culpable de asesinato? Bueno, depende de si el jurado le supone inocente hasta que se demuestre su culpabi­ lidad o le supone culpable hasta que él mismo pueda demostrar que Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 41 es inocente. La evidencia en sí misma, siendo típicamente «circuns­ tancial», como se dice, no puede ser evaluada a menos que el jurado decida primero si el riesgo de cometer el error Tipo I ha de ser menor o mayor que el de cometer el error Tipo II. ¿Queremos un sistema legal en el que nunca condenemos a personas inocentes, lo cual lleva aparejado el coste de permitir ocasionalmente que queden en libertad individuos culpables, o nos aseguramos de que los culpa­ bles siempre serán castigados, a consecuencia de lo cual habremos de condenar ocasionalmente a algún inocente? Pues bien, generalmente los científicos temen más la aceptación de la falsedad que la falta de reconocimiento de la verdad; es decir, se comportan como si el coste de los errores Tipo II fuese mayor que el de los errores Tipo I. Podemos deplorar esta actitud por con­ siderarla indicio de un conservadurismo retrógrado, manifestación típica de la poca predisposición a aceptar ideas nuevas por parte de aquellos que tienen intereses Aeados en las doctrinas recibidas, o podemos saludarla como muestra de un sano escepticismo, la piedra de toque de lo mejor de la actitud científica. Pero cualquiera que sea nuestro punto de vista al respecto, necesariamente habremos de concluir que, de esta forma, lo que consideramos como reglas meto­ dológicas entra en la propia cuestión de si un hecho estadístico es aceptado como tal. Siempre que digamos que una relación es estadís­ ticamente significativa a un nivel de significación bajo, como el 5 o el 1 por 100, nos comprometemos con la decisión de que el riesgo de aceptar una hipótesis falsa es mayor que el riesgo de rechazar una verdadera, y esta decisión no es en sí misma una cuestión lógica, ni puede ser justificada simplemente con referencia a la historia de los logros científicos del pasado (ver Braithwaite, 1960, págs. 174 y 251; Kaplan, 1964, capítulo 6). En vista del carácter estadístico inherente de la moderna física cuántica (Nagel, 1961, págs. 295 y 312), las anteriores observacio­ nes no son únicamente pertinentes para una ciencia social como la Economía. Siempre que las predicciones de una ciencia sean de natu­ raleza probabilística (¿y qué predicciones no lo son?, incluso un experimento de laboratorio destinado a confirmar una relación tan simple como la ley de Boyle tendrá que contar con que el producto de la presión por el volumen nunca es una constante exacta), la idea de establecer evidencias que no necesiten invocar los principios de la metodología normativa, es simplemente absurda. La filosofía de la ciencia de Popper hubiese sido mucho mejor comprendida, la lite­ ratura que ha suscitado estaría mucho menos plagada de los malen­ tendidos que tanto abundan en ella, si hubiese hecho referencia
  • 21. 42 La metodología de la economía explícita desde el principio a la teoría de Neyman-Pearson sobre la inferencia estadística. Por supuesto, es cierto que esta teoría de la contrastación de hipótesis no surgió de los escritos de Jerzy Neyman y Egon Pearson hasta el período 1928-1935, convirtiéndose en parte de la práctica normal durante la década de 1940 (Kendall, 1968), mientras que La lógica de Popper fue publicada por primera vez en alemán en 1934, fecha posiblemente demasiado temprana para que hubiera po­ dido aprovechar las ideas nuevas contenidas en dicha teoría. Pero Ronald Fisher, en un famoso artículo publicado en 1930, había de­ sarrollado ya el concepto de inferencia fiduciaria, que es virtualmente idéntico a la moderna teoría Neyman-Pearson de la contrastación de hipótesis (Barlett, 1968), y, además, Popper ha escrito mucho sobre filosofía de la ciencia con posterioridad a 1934. El olvido por parte de Popper de las implicaciones que la moderna teoría de la inferencia estadística tiene para la filosofía de la ciencia resulta tanto más sorprendente cuanto que dicho autor inicia su discusión sobre la probabilidad en La lógica con la sugerencia de que las proposiciones estadísticas son inherentemente no-falsables, ya que «no excluyen ningún fenómeno observable» (1965, págs. 189-90). «Es claro», sigue diciendo Popper «que la “falsación práctica” sólo puede obtenerse a través de la decisión metodológica de considerar los acontecimien­ tos altamente improbables como imposibles» (1965, pág. 191). Aquí está el punto central de la teoría de Neyman-Pearson y, cuando lo consideramos desde este punto de vista, resulta obvio que el princi­ pio de falsación exige normas metodológicas que lo hagan efectivo. La falta de utilización de la teoría de Neyman-Pearson por parte de Popper, y particularmente su reluctancia aparente a mencionarla, quedará como uno de esos misterios irresueltos de la historia de las ideas n. Supongo que tendrá algo que ver con la oposición que 12 Lakatos (1978, I, pág. 25n) señala que «el falsadonismo de Popper es la base filosófica de algunos de los desarrollos más interesantes en el campo de la estática moderna». El enfoque Neyman-Pearson se basa totalmente sobre el fal- sacionismo metodológico, pero Lakatos no comenta el hecho de que Popper ignora siempre la teoría Neyman-Pearson, que se desarrolló independientemente de la teoría de la falsación de Popper, y que en gran parte es anterior a ella. Véase también Ackerman (1976, págs. 84-5). Braithwaite (1960, pág. 199n), después de señalar la íntima conexión existente entre el «problema de la induc­ ción» y los trabajos anteriores de Fisher sobre la significación de las contrasta- dones, que culminaron en la teoría de la inferencia de Neyman-Pearson, y que dieron lugar posteriormente a la teoría de la decisión estadística de Abraham Wald, incluye una nota a pie de página, extremadamente reveladora, en la que dice: «Aunque varios autores dedicados al campo de la lógica se refieren al método de “ máxima probabilidad” de Fisher, tan sólo conozco dos trabajos en este campo: el de C. W. Churchman: The Theory of Experimental Injerence Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 43 Popper mantuvo toda su vida en contra de la utilización de la teoría de la probabilidad en la tarea de evaluar la verosimilitud de una hi­ pótesis — cuestión demasiado embrollada como para introducirla aquí— , pero sólo se trata de una suposición por mi parte. Grados de corroboración Aunque Popper niega la idea de que las explicaciones científicas sean simplemente «pases» que nos permiten inferir predicciones, in­ siste de todos modos en que las explicaciones científicas sólo pueden evaluarse en términos de las implicaciones que proporcionan. La veri­ ficación de las predicciones de una explicación teórica, es decir, la demostración de que existen fenómenos observables que son compa­ tibles con la explicación en cuestión, es tarea fácil: por absurda que sea una teoría, raro será que no encuentre alguna observación que la verifique. Una teoría científica sólo es puesta realmente a prueba cuando el científico especifica de antemano las condiciones observa­ bles que pueden falsar la teoría 13. Cuanto más exacta sea la espe­ cificación de dichas condiciones de falsación, y cuanto más probable sea que éstas se den, mayores serán los riesgos que corre la teoría. Si tan temeraria teoría resiste repetidamente la falsación con éxito y si, además, predice con éxito resultados que no se siguen de las demás explicaciones teóricas alternativas, se dirá que la teoría está ampliamente confirmada o, como Popper prefiere decir, que está «bien corroborada» (1965, capítulo 10). En definitiva, una teoría estará bien corroborada, no cuando esté de acuerdo con un gran número de hechos, sino cuando seamos incapaces de encontrar hechos que la refuten. En la filosofía de la ciencia tradicional del siglo xix, las teorías científicas aceptables habían de cumplir toda una lista de condicio­ (Nueva York, 1948), y el de Rudolf Carnap: Logical Foundations of Probability, que hagan referencia al trabajo de Wald o al trabajo de Neyman y Pearson, que data de 1933.» 13 Resulta interesante encontrar en un determinado momento en Darwin (1968, págs. 228-29) una puntualización tan popperiana: «Si pudiese probarse que una parte cualquiera de la estructura de cualquier especie se hubiese cons­ tituido exclusivamente en beneficio de otra especie, mi teoría quedaría aniqui­ lada, ya que tal cosa no podría haberse producido a través de la selección na­ tural»; cita el caso del cascabel de la serpiente de cascabel como ejemplo, pero inmediatamente elude la cuestión del comportamiento altruista, añadiendo: «No dispongo de espacio aquí para la discusión de casos como éste.» El problema de como explicar el altruismo en los animales sigue siendo una constante pre­ ocupación de los modernos sociobiólogos.
  • 22. 44 La metodología de la economía nes, tales como la consistencia interna, la simplicidad, integridad, economía de supuestos, generalidad de explicación, y quizás incluso la relevancia práctica de sus implicaciones. Es interesante señalar que Popper lucha por reducir al máximo estos criterios tradicionales a su exigencia general de predicciones falsables. Obviamente, la con­ sistencia lógica es «la exigencia más general» para cualquier teoría, porque una explicación que se contradiga a sí misma será compatible con cualquier acontecimiento y, por consiguiente, nunca podrá ser refutada (Popper, 1965, pág. 92). Igualmente, es obvio que cuanto mayor sea la generalidad de una teoría, más amplio será el campo de sus implicaciones y, por tanto, más fácil será refutarla; en este sentido, la extendida preferencia por teorías científicas de creciente amplitud puede interpretarse como un reconocimiento implícito del hecho de que el progreso científico se caracteriza por la acumulación de teorías que han sido capaces de hacer frente a severas contrasta­ ciones. Popper arguye también, y esta es una cuestión más contro­ vertida, que la simplicidad de una teoría puede equipararse a su grado de falsabilidad, en el sentido de que cuanto más simple sea una teoría más estrictas serán sus implicaciones observables, y por consiguiente mayor su contrastabilidad; y que es por esta característica de las teorías más simples por lo que la ciencia busca la simplicidad en sus formulaciones (Popper, 1965, capítulo 7). No está claro que este sea un argumento convincente, puesto que el propio concepto de simplicidad de una teoría viene muy condicionado por la pers­ pectiva histórica en que los científicos se sitúen. Más de un historia­ dor de la ciencia ha señalado que la elegante simplicidad de la teoría de la gravitación de Newton, que tanto impresionó a los pensado­ res del siglo xix, no conmovió especialmente a sus contemporáneos del siglo xvn, y si las modernas teorías de la mecánica cuántica y de la relatividad son ciertas, hemos de reconocer que no son teorías precisamente simples 14. Los intentos de definir qué es lo que enten­ demos exactamente por simplicidad de las teorías han fracasado hasta el momento (Hempel, 1966, págs. 40-5), y puede que Oscar Wilde tuviera razón cuando decía, en son de mofa, que la verdad raramente es pura y nunca es simple. Pero sea como fuere, el caso es que la referencia de Popper a los «grados de corroboración» de una teoría puede sugerir la idea 14 Como ha observado Polanyi (1958, pág. 16): «Las grandes teorías rara­ mente son simples en el sentido ordinario del término. Tanto la mecánica cuán­ tica como la teoría de la relatividad son muy difíciles de entender; tan sólo nos lleva unos cinco minutos el memorizar los hechos que la relatividad explica, pero son necesarios años de estudio para dominar la teoría y ver dichos hechos en su adecuado contexto.» Parte I. Lo que usted siempre quiso saber 45 de comparación métrica entre teorías, cuando, de hecho, este autor niega explícitamente la posibilidad de atribuir expresión numérica al grado de falsabilidad de un sistema teórico. Ante todo, no es posible falsar teoría alguna por medio de un único experimento — la tesis de irrefutabilidad de Durhem. En segundo lugar, aunque podemos exigir de los científicos que no traten de evitar la refutación de sus teorías por medio de «estratagemas inmunizadoras», debemos reco­ nocer el valor funcional que, en ciertas circunstancias, puede tener el seguir confiando tenazmente en una teoría refutada, en la espe­ ranza de que sea posible corregirla hasta capacitarla para hacer frente a las anomalías descubiertas (Popper, 1972a, pág. 30); en otras pala­ bras, el consejo que el popperianismo ofrece a los científicos no ca­ rece de ambigüedades. En tercer lugar, la mayor parte de los proble­ mas de evaluación de teorías suponen, no solamente un duelo entre una teoría y un conjunto de observaciones, sino una lucha a tres bandas entre dos o más teorías rivales y un cuerpo de evidencia empírica que ambas teorías explican de forma más o menos satisfac­ toria (Popper, 1965, págs. 32-3, 53-4 y 108). Estas tres considera­ ciones relegan el concepto de grados de corroboración de una teoría al papel de comparación original ex-post, que será inherentemente cualitativa (Popper, 1972a, págs. 18 y 59): Denomino grado de corroboración de una teoría al conciso informe que eva­ lúa el estado de la discusión crítica respecto de dicha teoría en un momento dado t, en cuanto a la forma en que ésta resuelve sus problemas; en cuanto a su grado de contrastabilidad; en cuanto a la severidad de las contrastaciones a que ha sido sometida; y en cuanto a la forma en que ha enfrentado tales con­ trastaciones. La corroboración (o grado de corroboración) de una teoría será, por tanto, el informe evaluador del comportamiento pasado de la misma. Al igual que la preferencia, la corroboración es esencialmente comparativa: en ge­ neral, lo único que podemos decir es que la teoría A posee un grado de corro­ boración mayor (o menor) que el de la teoría alternativa B, a la luz de la dis­ cusión crítica de ambas, lo cual incluye las contrastaciones realizadas hasta un cierto momento de tiempo, t. Al tratarse tan sólo de un informe sobre el com­ portamiento pasado, tendrá alguna influencia respecto de nuestra preferencia de una teoría sobre otras, pero no nos dice nada en absoluto respecto de su futuro comportamiento, ni respecto de la «fiabilidad» de una teoría... No creo que los grados de verosimilitud, o la medición del contenido de verdad, o del contenido de falsedad (o, digamos, el grado de corroboración, o incluso la pro­ babilidad lógica) puedan llegar a determinarse numéricamente nunca, excepto en ciertos casos-límite (tales como los casos 0 y 1). El problema de dotar de alguna precisión al concepto de corrobo­ ración se agrava aún más por el hecho de que las teorías rivales pue­ den referirse en la práctica a campos ligeramente diferentes, en cuyo