Mapa Mental de estrategias de articulación de las areas curriculares.pdf
Colaboración blog Cinco Villas
1. Soy Maestro de Escuela.
Nací en el año 1956, en el seno de una familia rural típica del pre-pirineo
cincovillés luesiano. No pasé hambre pero en casa no sobraba de nada.
Las patatas del caldero de los tocinos estaban buenas. Mi padre Julián,
como mucha gente humilde, no había ido casi a la escuela: pronto, al
campo. Mi madre Nieves no pudo estudiar porque pronto la mandaron "a
servir”. Trabajos sin fiesta semanal, ni seguridad social, ni nómina, ni
vacaciones...
Fui al colegio de las monjas de Luesia. Me enseñaron “la m con la a, ma”…
Las primeras imágenes coloreadas que vi fueron los dibujos pintados en
las paredes de la clase para aprender las vocales. La monja sabía muchas
más cosas que mis padres y abuelos con los que vivía. No había ni prensa,
ni radio, ni televisión, ni libros... El colegio era una ventana al mundo y la
hermana Asunción, de Farasdués, me asomaba a la ventana. Me gustaba
el colegio de las Hermanas Anas, me gustaba la monja.
Con siete u ocho años, pasaría del colegio de las monjas a la Escuela
Nacional de niños. Las niñas iban a otra clase. En el recreo nos daban leche
en polvo. Jugábamos al fútbol en la era con dos piedras de portería. Ni la
escuela ni los maestros nacionales me gustaron. Lo recuerdo todo oscuro,
gris como el humo de la estufa, tinta y secantes... y me recuerdo tímido,
sin confianza, inseguro ante unos maestros distantes y severos. No
disfruté en la escuela. Era la escuela de mover y mover la muñeca para
escribir y escribir… entendiendo o sin entender. En la cartera: un
cuaderno, un lápiz, una goma y una caja de pinturas Alpino.
Una mañana cualquiera, cuando ya tenía diez u once años, vino a la
escuela un fraile salesiano. Aún recuerdo su nombre: D. José Antonio
Luquín. Y preguntó: “¿Quién quiere venir a estudiar a Sádaba?” “Yooo”,
dije mientras mi mano se levantó como un resorte. El fraile me contestó:
“Tendrás que levantarte a las siete, limpiar el colegio, ir a misa, estudiar,
hacer deporte y pasarán meses sin ver ni a tu familia, ni tus amigos, ni tu
pueblo...”. “De acuerdo”, fue mi respuesta. Y era cierto lo que me dijo el
fraile. Debía de ir un mes de pruebas al colegio de los salesianos en Ciudad
Jardín de Zaragoza y en el mes de agosto. (Estos fueron mis primeros
campamentos de verano.)
Mi abuela Tomasa empezó a marcar la ropa con mis iniciales A.C.A. El día
de tomar el autobús se ahorcó el macho. Eso era un duro golpe para la
1
2. familia porque ahora le resultaría más difícil aún, con una sola caballería,
labrar, sembrar, segar, acarrear y trillar las tierras a mi padre. Además, era
el mayor de cuatro hermanos y mi padre estaba enfermo: no podía salir
del pueblo, debía quedarme en casa. Pero iba a ser que no. Cogí la maleta
y me fui a coger el autobús. Por fortuna, mi madre, madres no hay más
que una, me siguió y me acompañó hasta el colegio salesiano de Zaragoza.
Me dejó en la conserjería, le di un beso enorme y marché corriendo y
contento pasillo adelante. Siendo tan crío, ya sabía que caminaba hacia un
futuro mejor que el que dejaba en Luesia: escardar, regar, entrecavar,
sacar piedras, coger las judías, hacer ramas y carbón, dar de comer a los
tocinos, ir al campo...
Ni los mejores efectos especiales de las películas diseñadas por
ordenador, me han impresionado más que el cambio de mi escuela rural a
aquel colegio de los salesianos: clases amplias y luminosas, mesas y sillas
nuevas, duchas, biblioteca, varios platos de menú, libros y libros… y unas
pistas deportivas… donde jugaban equipos equipados, competiciones
oficiales con árbitro… aquello fue como pasar del mundo en blanco y
negro al mundo del color. Alucinaba. Fuera como fuera... los frailes
tendrían que admitirme porque yo a Luesia ya no volvía y sólo tenía 10
años... Si quería progresar, sabía ya que tenía que estudiar. Sí o sí. La
motivación estaba servida...
Pasó aquel mes vacacional de agosto y me llevaron interno al seminario
salesiano de Sádaba. Un centro también espléndido con dormitorios para
más de 100 chicos, duchas, frontón, piscina, teatro, iglesia, televisión,
pianos, campos de fútbol, pista de deporte... aunque sin calefacción.
En los salesianos daban clases frailes y seglares. Eran dos mundos, dos
formas de concebir la educación. Los profesores seglares contratados nos
explicaban conceptos, nos mandaban deberes, nos ponían exámenes, nos
preguntaban en clase, nos obligaban a memorizar y memorizar… y mis
queridos frailes salesianos como Valero, Miguel Ángel, Valerio, Casimiro,
Mosén José Miguel... también hacían lo mismo pero de otra manera, con
otra actitud, “con otra mirada”, con otra llegada hasta mi persona. Yo creo
que nos querían. Viendo cómo trabajaban en clase los frailes, me enamoré
de la profesión de ser docente. Yo, sería maestro.
Al cerrarse el seminario de Sádaba nos trasladaron a todos "los aspirantes
a salesianos" a Campello (Alicante). Las mismas experiencias, las mismas
sensaciones… Estando en quinto de Bachiller, había crecido y tenía claro
2
3. que yo no quería ser fraile salesiano, sino maestro de escuela. La
formación integral recibida nunca la he olvidado y ha sido referente en mi
vida. Siempre estaré agradecido con los salesianos porque pude estudiar
sin que mis padres tuviesen recursos.
En los años 70 dejé el seminario y pasé a finalizar el bachillerato y COU en
el Instituto Reyes Católicos y en el internado de la carretera de Erla.
Recuerdo especialmente al profesor de Filosofía Mariano Berges que
intentó ayudarme a entender la sociedad y el mundo que nos rodeaba y a
aprender a ser persona, ciudadano responsable y comprometido... Llegó la
“ nueva selectividad” y como saqué buenas notas, algunas personas me
recomendaron “apuntar un poco más alto que ser maestro de escuela”.
Pues no: yo, sería maestro.
En los tiempos de la transición política de 1975 a 1978 cursé Magisterio en
Zaragoza. Pude estudiar gracias a una beca-salario que me permitía pagar
todos los gastos de estudiante e ingresar dineros en casa. En la
Universidad aprendí poco, muy poco. Como mi expediente universitario
fue muy bueno, enseguida me convertiría en funcionario de carrera por
acceso directo y sin oposición.
La Universidad la compaginé con trabajos en Isaba y Jaurrieta del Pirineo
navarro cogiendo patatas y durmiendo en las bordas con trabajos de
camarero en el Camping “Cala Gogó” en El Prat de Llobregat de Barcelona
y en el Hostal “Astorga” de Cambrils…
Tras la Universidad llegó la mili donde aún aprendí menos. No me hice un
hombre de provecho. Prefiero no escribir lo que aprendí en los cuarteles y
en el Ejército Español. Pero sí que viví una experiencia emocionante,
inolvidable y gratificante: enseñar a leer y escribir a soldados andaluces,
extremeños, gallegos y canarios para cartearse con sus novias.
Emocionante. Ya había aprendido que para enseñar y para aprender había
que emocionarse.
En 1980 llegó primer destino de maestro en la Escuela Unitaria de Sancho
Abarca con catorce niños de cuatro niveles. Subí desde Tauste andando.
Creo que empecé haciendo las cosas bastante mal porque no me habían
enseñado a ser maestro. Empecé a dar contenidos y contenidos teóricos, a
“aburrir” a los niños, a agobiarme, a hacer continuos exámenes... porque
eso era lo que habían hecho conmigo... Pronto me di cuenta de que los
chicos aprobaban los exámenes pero se les olvidaba todo enseguida y
pensé que así realmente no aprendían. En aquel momento creí que era un
3
4. mal maestro, estando a punto de renunciar al puesto de trabajo. No lo
hice por consejo de Mª Carmen Alayeto, maestra de Santa Engracia que
empezó a enseñarme a "ser maestro rural": “Deja un poco de lado los
libros de texto, enséñales lo fundamental e imprescindible, parte la pizarra
en cuatro partes para cada curso, mientras explicas a los de segundo y
tercero que los de cuarto den de leer a los de primero…”
Tras cinco años trabajando en Sancho Abarca, La Llana, Ejea y Tauste
conseguí destino provisional en Zaragoza porque quería entrar en
contacto con colectivos profesionales de innovación educativa como la
Escuela de Verano de Aragón... y con novedosos programas claramente
reformistas e innovadores como el de la integración escolar, según el cual,
en la misma escuela caben todos los niños, con sus diferentes capacidades
y coeficientes, porque todos somos iguales y todos diferentes: la escuela
inclusiva y compensadora de desigualdades. Un reto que perdura.
Esta filosofía es la que empecé a practicar en el Colegio Puerta Sancho de
Zaragoza junto con un excelente equipo de jóvenes maestros entusiastas y
decididos y sin miedo al cambio... “mandé más en mi clase que los libros
de texto” y empecé a sentirme fraile salesiano: sabía que era necesaria
otra escuela y que era posible a nivel de centro.
Conseguí una plaza de Asesor de Formación del profesorado en el Centro
de Profesores de Tarazona. Ahí, crecí mucho profesionalmente por la
formación recibida en Madrid para desarrollar mi función asesora y por el
trabajo con muchos grupos y seminarios de profesores comprometidos.
Volví a la "Concentración de Ejea" donde aprendí también con las buenas
prácticas profesionales de auténticos maestros y maestras como Mariano
Villafranca, Francisco Asín, Ofelia Domínguez, Miguel Ángel Izuel, Ángel
Domínguez, Pili y Merche Lafita, Ángela Pellicena... Y otra vez dejo las
aulas para dedicarme a la Formación del Profesorado. Ahora ya en casa,
en el Centro de Profesores y Recursos de Ejea como Asesor y como
Director. Son mis "tiempos públicos" como Concejal de Educación y
Cultura del Ayuntamiento de Ejea, Presidente del Consejo Escolar
Municipal, consejero del Consejo Escolar de Aragón, colaborador con el
Ministerio de Educación en el Proyecto Atlántida y Competencias Básicas,
conferenciante por media España y responsable de la gestión de la Revista
Ágora junto con al amigo Patxi Abadía... hasta que el Centro de Formación
del Profesorado se cierra y vuelvo de nuevo al colegio Mamés de Ejea para
agotar los cuatro años previos a mi jubilación.
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5. Mi última vuelva a la escuela fue con la idea de ser tutor de una clase, de
“enseñar a mis chic@s a aprender haciendo”, de ayudarles a ordenar sus
cabezas, de sacar lo mejor de sí mismos, de aplicar el derecho de todos a
la mejor educación más allá de tener un puesto escolar: una escuela
inclusiva y pública de calidad no competitiva y compensadora de
desigualdades sociales.
Me gusta que mis alumnos sean buenas personas, sepan aplicar el
conocimiento teórico a la vida, sepan estudiar y dominen las técnicas de
estudio, disfruten con la lectura, se expresen adecuadamente, razonen
sus argumentos, interpreten esta compleja sociedad, piensen, razonen,
sientan, amen, respeten ... para que sean ciudadanos libres, responsables,
comprometidos y con criterio.
Tengo muy claro que no como MAESTRO no debo poner vallas al
alumnado sino que debo enseñarles a saltarlas. Así de sencillo.
La escuela evoluciona muy despacio respeto a los trepidantes cambios
tecnológicos y las evidencias científicas que nos muestra la
neuroeducación. Pienso que es necesaria otra escuela pero que no
interesa "ponerle el cascabel al gato". A "alguien muy poderoso" le
interesa que la escuela no evolucione más. Tampoco es una preocupación
ciudadana relevante. Ya lo será...
Mi jubilación está a la vuelta de la esquina tras 22 años en la escuela y 15
años dedicados a la formación del profesorado.
Al "dejar de dar clase" seguiré siendo un activista educativo en las redes
sociales para ofrecer ayuda y experiencia a muchos maestros de escuela
que creen que es necesario mejorar cada día pero que no saben muy bien
cómo pasar desde la orilla del hoy a la orilla del mañana.
Pero pasaremos... si los que siempre controlan todo nos dejan. A ver...
Alfonso Cortés Alegre
Ejea de los Caballeros 13 de noviembre de 2016
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